Pareja oficial

Esa mañana, Nico había insistido en quedarse en Sicilia alegando que no quería ser un estorbo para el amor, aunque luego nos había confesado que había quedado con Oscar y sus amigos para tomar unas copas en un bar.

—Creo que es gay. —Me había dicho guiñándome un ojo y haciéndome reír.

—¿Estás seguro? Lo he visto mirar mucho a Stella. —Le advertí. Él negó moviendo el dedo índice a la par que la cabeza.

—Piénsalo. No se apartaba de mi lado, me dio su número de teléfono y me va a presentar a sus amigos. —Reí.

—Es italiano, Nico. ¿No tienen fama de ser siempre cariñosos y amistosos? —Él me miró con ambas cejas en alto.

—Alessandro es italiano.—Lo pensé durante dos segundos.

—Sí, tienes razón. Pasadlo bien.

 Así, nos habíamos visto envueltos en un viaje de cuatro, en el que nadie quería hacer o decir nada que dejase a la vista nuestra preferencia a la hora de ir en parejas. Habíamos pasado varios minutos decidiendo cómo nos sentaríamos en el avión, moviéndonos entre el "da igual, como queráis vosotros" y el "¿con quién prefieres ir tú?", y vuelta a empezar. Al final nos habíamos echado a reír de pura desesperación hasta que Filipp se decidió.

—Si seguimos así perderemos el avión, y sólo son veinte minutos de trayecto así que, Daniella, ¿vienes conmigo? —Su pregunta me tomó completamente desprevenida.

—Sí... sí, claro. ¿Te importa ir con Alessandro, Lizz? —Mi amiga negó con la cabeza sonriendo levemente. Miré rápidamente a Alessandro que me sonrió tranquilo antes de mirar a Filipp y asentir con un muy ligero disimulo.

Una vez que el avión estuvo en lo alto miré a Filipp tratando de descifrar el porqué de su decisión. Él volteó hacia mí y me sonrió con cariño.

—Tenemos una charla pendiente —Asentí lentamente y él amplió su sonrisa—. Podemos empezar por que tu padre y la tía de Alessandro son marido y mujer.

—No somos primos. —Dije rápidamente.

—No, sé que no —Rió—. Es sólo que... ¡quién se lo esperaba! —Respiré aliviada.

—Sí, es una locura.

—Lo es. —Dijo él mostrándome su pequeña sonrisa de duendecillo—. ¿Sabías que Alessandro estaba coladito por ti cuando éramos niños? —Me ruboricé con violencia y negué con la cabeza. No podía decirle que había escuchado su conversación, y aun así escucharlo de forma directa revolvía todo mi interior—. Luis le enseñaba tus fotos. Sólo con eso ya se había enamorado —rió—. En su casa había un álbum con tus fotos y ¡nunca me las dejaba ver! Te quería sólo para él.

—S-sólo eran cosas de niños. —dije sintiendo que mi cara ardía.

—No serían cosas de niños cuando aún hoy en día te sigue queriendo sólo para él. —Lo miré sin saber qué decir, pero él sonrió relajando mis nervios—. Oye, Nella, sé que una vez te dije que te quería y eso no ha cambiado —sentí una punzada de dolor que, por fortuna desapareció tan pronto el rubio me aclaró:—, pero no te quiero de la forma que creía. Como te dije una vez, los amigos también se quieren, y tú eres mi amiga, mi mejor amiga y siempre me tendrás para lo que necesites.

Supe que sus palabras eran sinceras y le sonreí feliz.

—Me conformo con que estés detrás de mí cada vez que tropiece. —Filipp rió.

—Así será.

Nos mantuvimos unos minutos en silencio, disfrutando de la calma que nuestra pequeña conversación nos había proporcionado, pero yo aún no podía dar la charla por finalizada, no hasta que saciase mi curiosidad.

—Así que... ¿qué pasa con Linzy? —pregunté haciendo reír al rubio.

—Así que ¿qué pasa con Alessandro? —contraatacó.

—¡Yo pregunté primero! —protesté avergonzada. Filipp río y echó un vistazo a los asientos contiguos a los nuestros para sonreírle a Lizz.

—Pues aún no lo sé. Es dulce, interesante y adorable. Me gusta. —Admitió, y en seguida supe que no le gustaba de la misma forma que yo. Le sonreí al ver una leve sombra rosada en sus mejillas—. ¿Y Alessandro? —Preguntó de nuevo levantando ambas cejas.

Esta vez fui yo quien se sonrojó. Asentí con la cabeza dejándole saber que también a mí me gustaba él y me sonrió.

—Si sirve para que no te de tanta pena, ya lo sabía.

—¿Desde cuándo? —Quise saber.

—No puedo decirte un día exacto, pero en algún momento me fijé en cómo lo mirabas, en lo nerviosa que te ponías a su lado...

—¡Entiendo, entiendo! —lo corté mientras me cubría la cara con el pelo avergonzada. Filipp rió.

—Hey —levantó mi rostro y me despeinó como siempre hacía—, a él se le nota mucho más que a ti. No te preocupes.

Pronto llegamos a Roma, una ciudad preciosa, repleta de calles y edificios de piedra oscura y aspecto avejentado, que lograban que cada rincón se viese adaptado para una escena romántica.

El chofer de Filipp había venido a recogernos al aeropuerto y nos llevó hasta el céntrico edificio donde el rubio vivía con sus padres, en un amplísimo piso de dos plantas.

Cuando entramos, una pequeña mujer con larga cabellera rubia corrió a abrazar a Filipp.

—¡Mamá! —Protestó el rubio avergonzado.

—¡Figlio! ¡Ti gettai di meno! —Lizz me miró preocupada y yo encogí los hombros. Tampoco había entendido nada. La mujer miró al proyecto de pelirrojo y le sonrió—. ¡Alessandro, che bello stai!

Alessandro rió.

—Grazie, Caterina. 

La mujer se giró para mirarnos con una amplia sonrisa  y pude ver sus ojos, tan claros que casi parecían completamente blancos.

—¿E chi sono queste ragazze? —Preguntó dándole un suave codazo a su hijo.

—Son amigas, mamá, y no entienden italiano.

—¡Oh! Lo siento —Dijo juntando ambas manos delante de los labios—, no lo sabía.

—No importa —La tranquilicé—. Es una buena forma de aprender.

Caterina me sonrió agradecida y bajó las manos, mirando a su hijo con complicidad.

—¿E, Filippo, quale è la tua? —Filipp se puso colorado y se despeinó el flequillo nervioso.

—Nessuna, mamma. Ti dissi già che sono solo amiche. —Contestó él en un perfecto italiano, seguramente, para que nosotras no pudiésemos entenderlos. 

Alessandro rió y Filipp le lanzó una mirada de advertencia. ¿Estarían hablando de nosotras?

—La murena piace a Filipp. —Intervino el proyecto de pelirrojo.

"¿La "murena"?"

Miré a Lizz que se había puesto tan roja como Filipp. ¿Hablaban de ella?

—Allora la bionda è tua —Dijo Caterina guiñándole un ojo. Él le sonrió y asintió. ¿De qué demonios estaban hablando?—. Bueno, ya está bien chicos. Es de mala educación hablar así si ellas no comprenden.

Filipp rodó los ojos y Alessandro rió.

—Ella es Daniella —Me presentó el rubio—. Es la hija de Luis Giannetti.

Caterina abrió su pequeña boca con sorpresa.

—¡Es un gusto conocerte, bella!

—Igualmente.

—Y ella es Linzy. —Filipp pasó su brazo sobre los hombros de Lizz y le sonrió logrando que la morena se pusiese aún más colorada. 

Caterina levantó una ceja y sonrió complacida.

—La madrileña —Lizz asintió—. Espero que Filippo se haya comportado como un caballero en España —rió—. También es un placer conocerte a ti, cielo. —Linzy le sonrió avergonzada y agachó la cabeza haciendo reír a Filipp.

—¿Dónde está papá? —preguntó él.

—En el gimnasio. Pasad a verlo; se alegrará de que estéis aquí y de conocer a vuestras...amigas.

Filipp nos guió hasta última puerta del pasillo y abrió dejándonos ver a un altísimo hombre de ojos verde oscuro y cabello claro que hacía abdominales sobre una máquina.

—¡Filippo! —El hombre se levantó y se secó el sudor con la toalla blanca que tenía al lado del aparato—. ¿Qué tal te fue, campeón?

Filipp abrazó a su padre y le sonrió. Se le veía muy feliz de verlo.

—Bien, papá. Soy capitán del equipo de baloncesto. —Presumió.

—Este es mi chico —Rió su padre chocándole las cinco—. ¡Alessandro! —El semipelirojo se acercó y le chocó la mano también.

—¿Qué tal, Felix?

—No puedo quejarme. ¿Y esas preciosidades? —Preguntó señalándonos con la cabeza.

—Son Linzy y Daniella. Unas amigas. —Remarcó Filipp.

—Oh... entiendo. —Su padre le guiñó un ojo y Filipp suspiró.

Pasamos toda la mañana en casa del rubio. Sus padres eran muy agradables, amables y risueños, y a pesar de que Felix era unas tres cabezas más alto que su esposa, de alguna forma encajaban a la perfección. Nos habían enseñado fotos de Filipp cuando era niño, a pesar de las muchas protestas que él lanzaba. A partir de los doce años, Alessandro aparecía también en varias ocasiones.

—Mirad —decía la madre de Filipp—, aquí están disfrazados de Superman y Batman.

—¡Mamá, por favor!

Cuando se acercó la hora de comer, el semipelirrojo se disculpó con Caterina diciéndole que me quería llevar a un restaurante del que no conseguí entender el nombre, quedó con Filipp en que nos encontraríamos más tarde y nos fuimos.

Alessandro tenía mi mano firmemente agarrada, como si temiera que me fuese a perder, pero yo no tenía intención alguna de separarme de él. Mi rostro ardía sonrosado y mi corazón latía veloz al ver la pequeña sonrisa que el proyecto de pelirrojo me regalaba.

—¿A dónde vamos? —pregunté nerviosa.

—A mi restaurante preferido. Felix solía llevarnos mucho por allí a Filipp y a mí.

Vi que Alessandro pretendía ir caminando hasta el restaurante y lo frené.

—¿Vamos a ir andando? Hace mucho frío.

—No está lejos, te lo aseguro.

Y tenía razón, diez minutos más tarde ya estábamos sentados en una romántica mesa del restaurante, sobre la que había dos velas encendidas y un enorme ramo de rosas rojas que apenas me dejaba ver el rostro de Alessandro.

—Esto es demasiado, ¿no? —preguntó él asomando la cabeza por el lado derecho del adorno floral. Reí y asentí con la cabeza.

Alessandro llamó a un camarero y, hablando en un perfectísimo italiano, le pidió que retirase el ramo.

—Mucho mejor. —Dijo mirándome al fin a los ojos.

Lo observé completamente deslumbrada. La luz de las velas acentuaba aún más su belleza. Sus ojos brillaban alegres, atrapándome en su dulce chocolate caliente; sus labios se curvaban en una sexy sonrisa que me permitía apreciar el bonito hoyuelo de su pómulo derecho. Llevaba el cabello suelto, rebelde y húmedo a causa del frío. ¿Cómo estaría el mío? Era mejor no saberlo.

Escuché como hablaba de nuevo en italiano para ordenar nuestra comida y cada palabra que pronunciaba me parecía más sexy que la anterior.

—Te pedí un plato típico de aquí, ravioli, espero que te guste. —Asentí sonriendo.

—¿Por qué nunca has hablado italiano antes? —Él me miró divertido.

—Porque no me entenderías —Abrí la boca en una pequeña "o" que le hizo reír—. ¿Por qué lo preguntas? —Quiso saber. Sentí un pequeño calambre viajando por mi estómago, pero me obligué a no prestarle atención.

—Es que...m-me gusta como suena —agaché la cabeza siendo incapaz de soportar la vergüenza que su intensa mirada me provocaba—. ¿Me enseñarás? —Escuché su suave risa y levanté la mirada.

—Claro. Repite: Sei molto attraente.

—Sei molto attraente.

—Gracias, tú también.— Sonrió y yo lo miré con sospecha.

—¿Qué he dicho?

—Que soy muy atractivo. —Enrojecí con violencia y él amplió su hermosa sonrisa enviando corrientes eléctricas por todo mi cuerpo. Sonreí con él. No podía evitarlo, verlo feliz me hacía feliz a mí también.

—Daniella, tu sei la ragazza più bella che non ho conosciuto mai —Mi corazón brincó acelerado aún sin saber lo que me había dicho. ¡Me resultaba tan sexy hablando italiano!—. Lo que quiere decir, Daniella, eres la chica más hermosa que jamás he conocido.

El camarero dejó de pronto el plato de ravioli frente a mí. ¿De dónde había salido? Alessandro escondía su sonrisa mientras que el joven hombre que nos atendía colocaba también un plato de ravioli frente a él. Mi corazón latía desbocado, sentía mi cara ardiendo y unas fuertes corrientes viajando por cada una de mis terminaciones nerviosas.

"¡Respira, Daniella!. ¡Respira!" —Me ordené.

—Buon appetito. —Nos deseó el camarero.

—Grazie.

—¡Lo he entendido! —celebré cuando se hubo alejado. El proyecto de pelirrojo rió divertido.

—Si te doy unas clases pronto hablarás como una autentica italiana.

Comimos entre risas y frases en italiano y cuando llegamos al postre había logrado aprender a pronunciar unas pocas palabras básicas que, por suerte, se parecían mucho al castellano.

Terminamos la deliciosa comida que Alessandro se empeñó en pagar, y salimos a pasear, pero hacía tanto frío que no nos quedó más remedio que entrar en uno de los enormes centros comerciales que nos rodeaban. Íbamos agarrados de la mano, como muchas otras parejas que nos rodeaban, y por alguna razón, eso me ponía nerviosa.

Mi mano ardía bajo el agarre de Alessandro, y mi cuerpo vibraba al compás de su respiración. Había notado que llevaba un buen rato pensativo y ligeramente colorado.  Me miraba de reojo cada cierto tiempo, y su cuerpo se tensaba si yo le devolvía la mirada.

Caminamos hasta una bonita fuente que debía marcar el centro del local y nos sentamos en uno de los bancos de madera oscura que la rodeaban. A nuestro lado, una pareja se besaba como si no hubiese un mañana. Miré al proyecto de pelirrojo y él volteó a mirarme a mí. Nuestros rostros estaban peligrosamente cerca, y sus labios emitían una electrizante atracción hacia los míos, que picaban con las ganas de besarlo.

Mordí mi labio inferior mientras trataba de aliviar mis deseos provocando que Alessandro bajase la vista a mis labios.

—Yo...yo...—Era la primera vez que lo veía titubear, y me parecía tan sumamente adorable que tuve que reprimir mis ganas de lanzarme a abrazarlo—. Quería preguntarte algo, Daniella...tú...

—¿Daniella? —Giré la cabeza y vi frente a mí a una elegante mujer mayor, de cabello corto y de color rubio oscuro, sonrisa amable y unos pequeños ojos azules ocultos tras unas gafas de montura dorada. La conocía. ¿Cuál era su nombre?—. ¿Te acuerdas de mí? Soy Clarissa. Nos conocimos en el avión.

—¡Hola! Sí, por supuesto —Me levanté para darle un beso y ella sonrió—. Él es Alessandro.

—Un placer conocerte, querido. —Alessandro le tendió la mano y se la estrechó con delicadeza.

—El gusto es mío. —saludó educado.

—Me alegro mucho de verte aquí —dijo ella  mirándome con una tierna sonrisa. El color azul pastel de su chaqueta endulzaba todavía más la ternura de su rostro—. ¿Me permitís invitaros a un té?

Alessandro me miró desconfiado, seguramente preguntándose de dónde conocía a aquella mujer. Le sonreí para que supiera que todo iba bien.

—No queremos molestar, Clarissa...

—¡No es molestia alguna, querida! —dijo ella sin dejarme terminar—. ¡Todo lo contrario! Estoy demasiado sola en una casa demasiado grande. Me vendría bien algo de compañía, aunque sea sólo un ratito.

Miré a Alessandro y él encogió los hombros con disimulo, dejándome a mí decidir. ¿Cómo podría decirle que no a esa buena mujer si me estaba diciendo que se sentía sola?

—Está bien —le sonreí—. Aceptamos tu invitación.

Como cabía de esperar, Clarissa también tenía chofer, y un espacioso y caro coche que nos llevó a su bonita mansión, situada a las afueras de la ciudad. Alessandro frunció el ceño tan pronto la vio.

—Daniella, ¿de qué conoces a esta mujer? —Susurró cuando ella se salió del coche. Lo miré extrañada.

—La conocí en el avión cuando vine a Italia. Fue muy amable conmigo. —El proyecto de pelirrojo asintió aun con expresión seria y se bajó del coche para correr a abrirme la puerta.

Subimos con Clarissa la pequeña escalera de piedra que había ante la puerta principal y luego esperamos a que ella abriera. Caminamos hasta un gran salón, de aspecto antiguo y sombrío, iluminado solamente por el fuego de una bonita chimenea negra. La leña estallaba fundiéndose entre las brasas como palomitas en un microondas.

Clarissa se dirigió a las largas cortinas granates impedían que la luz entrase en la sala y una a una, las abrió, cegándonos por unos segundos.

—Hacía mucho tiempo que no entraba la luz a esta sala —Dijo sonriendo. Miró de reojo la última cortina que quedaba cerrada y con un suspiro, la dejó como estaba—. Sentíos como en vuestra casa. Voy a pedir que nos preparen el té, vengo enseguida.

El salón parecía mucho más grande gracias a la luz, y también más acogedor. Las paredes estaban pintadas de un tenue tono naranja, que resaltaba gracias al granate de las cortinas. Los sofás estaban tapizados con una brillante piel negra y delante de ellos estaba una mesa de café del mismo color. En la pared contraria a la chimenea, una pintura llamó toda mi atención, no sólo por lo grande que era y lo intrincado de su marco dorado, sino por la expresión enamorada de los dos jóvenes que se veían en ella.

"Romeo y Julieta", decía la pequeña inscripción que había bajo el cuadro.

—¡Daniella! —Me giré rápidamente, buscando aquello que había alarmado al proyecto de pelirrojo, pero no lo veía en ningún lugar.

—¿Alessandro? —Lo vi aparecer desde detrás de la enorme cortina que Clarissa no había abierto.

—Tienes que ver esto. —Me dijo con tono serio. 

Echó un breve vistazo a la puerta, asegurándose de que la dueña de la casa no estuviera de vuelta y con un rápido movimiento apartó la tela granate.

Sentí que me faltaba el aire.

—Esa no eres tú, ¿cierto?

Tres figuras descansaban en el cuadro que estaba oculto detrás de la cortina. La mujer mayor era Clarisa sin lugar a dudas. Aunque aparecía más joven, sus ojos azules y esa ternura que aún en pintura se veía reflejada en su rostro no podrían ser de otra persona. No conocía al hombre que estaba a su izquierda, con semblante serio y ojos fríos, de un impenetrable color verde. Y luego estaba ella, justo en medio de los otros dos. Aquella joven de pelo largo y rubio, angelical rostro ovalado y unos preciosos ojos de color también verde, que tanto se parecía a mí.

—E-es mi madre.

Se escuchó el repiqueo de unos tacones y, rápidamente, Alessandro cubrió el cuadro. Me agarró de la mano y tiró de mí para que nos sentásemos en uno de los sofás. Clarissa apareció sonriente trayendo consigo una bandeja con tazas y una tetera de porcelana azul.

La observé cuidadosamente mientras acomodaba las cosas sobre la mesa. Era la madre de mi madre. Mi abuela. Tenía que serlo.

Recordaba lo familiar que me había resultado la primera vez que la había visto, y ahora entendía por qué. Clarissa era igual a mi madre, igual a mí. Y aquel hombre del cuadro... su padre. Mi madre tenía los mismos ojos que su padre, igual que yo tenía los ojos del mío.

"Ella tuvo que reconocerme. Tuvo que haber visto cuánto me parezco a mi madre. Por eso lloró en el avión. Ella sabe quién soy y no me dice nada."

La fuerza de mis pensamientos apenas me permitía escuchar lo que Alessandro y Clarissa estaban hablando mientras que él le servía el té.

—Te has buscado un novio muy guapo, Daniella.

—¿Eh? Sí, bueno, no es mi novio. —Sentí los ojos de Alessandro sobre mí, sacándome rápidamente de mi ensimismamiento; mi piel hormigueaba y mis mejillas subían de temperatura bajo su mirada. Estaba sonriendo levemente, y eso me hacía sonreír a mi también. 

Clarissa sonrió con dulzura.

—Se nota perfectamente cuando dos personas se quieren, su mirada les delata; como a Romeo y Julieta —Dijo señalando la hermosa pintura—. Además un chico tan atento y guapo como este no se encuentra todos los días.

Atento y guapo. ¿Era eso todo lo que le interesaba que tuviera Alessandro?
¿Por qué no había seguido el mismo criterio con Axel entonces?  ¿Por qué no le había dejado estar con mi madre? Yo estaba segura de que él también tenía esas dos cualidades.

—Gracias...—Alessandro chasqueó la lengua—. Que vergüenza. Disculpe mi mala memoria, ¿cómo me ha dicho que se llamaba? —Clarissa lo observó durante unos breves segundos por encima de sus gafas, tomó un pequeño sorbo de té y dejó la taza sobre la mesa.

—Clarissa. Clarissa Salvatore —Alessandro apretó mi mano de pronto, sobresaltándome—. ¿Estás bien, querida? —Me preguntó preocupada.

—Yo...

—Tenemos que irnos. —Se adelantó Alessandro.

—¿Tan pronto? —Preguntó la mujer.

—Vinimos con dos amigos y nos estarán esperando. Aún tenemos un buen tramo hasta el centro y no queremos que piensen que nos hemos perdido. —Clarissa me miró con tristeza y yo no supe que hacer.

—Lo comprendo. Mi conductor os llevará de vuelta —Vi como observaba de reojo aquella cortina con la que ocultaba nuestro parentesco, y luego me miraba a mí de nuevo. Acarició mi rostro con una pequeña sonrisa y sus ojos se llenaron de lágrimas—. Vuelve pronto.

Pasamos toda la tarde con Linzy y Filipp, visitando la ciudad y sus bonitos monumentos. Una mirada había bastado para que ambos supiéramos que no debíamos hablar de Clarissa Salvatore hasta que volviésemos a Sicilia, de modo que traté de olvidarla por unas horas.

Finalmente lo había logrado, y por supuesto, todo gracias a Alessandro. No necesitaba más que su sonrisa para evadirme del mundo. Cada vez que me sonreía, mi cuerpo comenzaba a fallar; me volvía más torpe de lo que ya era, tartamudeaba como una tonta, mi corazón se aceleraba y mis mejillas traicioneras seguían tiñéndose de rojo.

—Hay muchos parques en Roma, ¿verdad? —Preguntó Linzy mientras pasábamos por delante de uno. Filipp asintió.

—Y algunos son realmente geniales. —rió guiñándole un ojo a Alessandro y él negó con la cabeza divertido.

—¿Qué ocurre? —pregunté curiosa.

—Casi todos los parques tienen figuras antiguas y valiosas, fuentes, alguna columna romana...y a los encargados de seguridad no les gusta demasiado que la gente se juegue con ellas.

—¿Jugáis con las obras de arte? —Preguntó Lizz.

—¿Por qué crees que hay tantas figuras sin brazos?  —bromeó—. ¿Os apetece entrar?  Aún tenemos un par de horas antes de que tengáis que subir al avión.

—¡Pero nada de romper cosas! —les advertí divertida.

—No prometo nada. —Rió el rubio.

Él y Linzy nos habían dicho que no volverían a Sicilia con nosotros. Pasarían un día más en casa de los padres de Filipp y luego volverían a España para pasar allí el día de fin de año con Lucía y Jake.

Me entristecía haber pasado tan poco tiempo con mi amiga, y también no haber visto a Lucía. Ese sería el primer fin de año que no pasaríamos juntas, pero sabía que ambas estaban felices y en las mejores manos.

Filipp nos enseñó una de las muchas obras de arte que estaban expuestas por el parque; estas eran cinco columnas romanas de mármol blanco, y estaban colocadas de mayor a menor altura. La más pequeña me llegaba a la rodilla y la más alta  era un poco más alta que yo.

—¡Es perfecto para una foto! —grité emocionada. Saqué mi cámara del bolso, miré por el objetivo y disparé. ¡Oh! ¡cuánto echaba de menos usar mi querida cámara!—. Sería mucho mejor si pudiésemos salir en ella. ¿Creéis que podríamos?

—Supongo que por una foto no pasará nada. —dijo Filipp colocándose de pie sobre la primera columna.

Linzy se sentó sobre la segunda y Alessandro se colocó al lado de la tercera. Les tomé la foto y sonreí feliz del resultado.

—Pero sería aún mejor si también salieras tú en ella. —Sugirió Alessandro con una pequeña sonrisa.

 Rápidamente busqué un lugar donde apoyar la cámara y puse temporizador. Corrí hasta las columnas para buscar una posición, pero antes de que pudiera pensar en ello siquiera, Alessandro me cedió la suya. Me agarró por la cintura y me ayudó a sentarme encima de la fría piedra para luego ir a la cuarta columna y apoyarse despreocupadamente en ella.

El flash saltó indicándonos que ya se había tomado la foto, pero antes de que nos diese tiempo a movernos, un fuerte grito nos sobresaltó a todos.

—¡Alto lí! ¡Vandali!

Dos enormes hombres de seguridad corrían hacia nosotros.

—¡Sólo nos hacíamos una foto! ¡No quiero ir a la cárcel! —gritó Linzy levantando las manos.

—¡Juguemos a algo! ¡Al primero que agarren pierde! —dijo Filipp tirando de Lizz—. Nos vemos en mi portal. ¡Corred!

—¡Alto! —Gritó el otro hombre.

—¡Es hora de irse! —Alessandro me bajó de la columna y tiró de mí. Recuperamos la cámara de fotos y corrimos hacia los frondosos árboles del parque.

—Tu vedi a per quelli due. Io mi incarico di questi. —Escuché gritar a uno de los hombres.

—¿Qué ocurre? —Pregunté sin dejar de correr.

—Se separan. —Miré a Alessandro que corría concentrado y con el rostro serio y los labios apretados en una fina línea. De pronto caí en la cuenta.

—¡Alessandro! ¡No puedes correr! —Traté de frenar, pero él tiró de mí para que siguiera corriendo.

—Tampoco podemos pasar la noche en el calabozo.

—¿En el calabozo? ¡Pero si sólo nos hacíamos una foto!

—Ellos dirán que tratábamos de pintar las columnas con spray, romperlas o robarlas.

—¿Robar columnas de mármol macizo? —Pregunté histérica.

—¡Tú corre!

Miré hacia atrás y vi que le sacábamos una buena ventaja al hombre que nos perseguía. Por suerte, a pesar de tener unos enormes brazos y una altura atemorizante, parecía que sus piernas no tenían una gran resistencia.

—Por aquí —Seguí a Alessandro hasta dar con un alto muro de ladrillos rojos—. Al otro lado está la calle. Sube.

—¿Y tú?

—Subiré después de ti.

—¡No podrás subir ahí arriba sin ayuda, Alessandro!

—Claro que sí —Insistió. Los gritos de nuestro perseguidor se escuchaban cada vez más cerca—.¡Sube! —Negué con la cabeza—. ¡Joder, Daniella! ¿Por qué tienes que ser tan molesta?

Le enseñé la lengua y él se golpeó la frente intentando no reír.

—Está bien, vamos.

Corrimos hacia los árboles. El proyecto de pelirrojo me guió hasta uno que tenía las ramas lo suficientemente bajas como para que pudiésemos subir y ocultarnos entre el follaje, que por suerte, también no cubría del viento helado.

—Arriba. —Me ayudó con facilidad a llegar a la primera rama y luego subió detrás de mí. Me fijé en que hacía toda la fuerza sobre los brazos, evitando dentro de lo posible apoyar su peso sobre las piernas—. Sigue subiendo.

Obedecí. Subí hasta que estuvimos a varios metros del suelo. Alessandro se sentó frente a mí y me indicó con un dedo que guardara silencio. Escuchamos los pasos del hombre de seguridad ir y venir, sin saber dónde buscarnos, hasta que finalmente echó a correr pasando nuestro escondite de largo.

—¿Volverá? —pregunté.

—Esperaremos unos minutos por si se le ocurre dar otro vistazo. Luego tendremos que saltar el muro. La entrada está demasiado lejos. —Asentí en silencio mientras observaba la mueca de dolor que Alessandro hacía, masajeándose la parte de atrás de la rodilla derecha.

—Dijiste que habías salido bien del accidente. —Alessandro me miró fijamente, comprendiendo a la perfección a qué me refería.

—Dije que había salido adelante, y aquí estoy.

—¿Por qué te duele entonces? ¿Por qué no puedes correr? —Su rostro sombrío me hizo temer que me hubiera excedido demasiado preguntando, pero por suerte, después de un largo suspiro, me contestó.

—Mis piernas quedaron muy debilitadas por el accidente, sobre todo las rodillas. El médico me prohibió correr, saltar... así que prácticamente sólo podía ir a nadar y a hacer los ejercicios de rehabilitación para recuperar la movilidad. Me gustaba el fútbol como a cualquier niño, y a los trece descubrí que era bastante bueno así que desatendí las recomendaciones del doctor y me esforcé mucho entrenando, me esforcé en conseguir una buena musculatura y resistencia, y jugué hasta que a los diecisiete, durante un partido, quise presumir y hacer más de lo que mi cuerpo podía soportar. Los ligamentos de mis rodillas estaban tan mal que se rompieron de nuevo. Por eso ya no puedo jugar más.

—Pero... ¿cómo están tus rodillas ahora?

—Mejor. Me han operado y se han curado de nuevo, pero cuando si me excedo me duelen así que debo tener cuidado.

—¿Y por qué corrimos entonces?

—Para que no nos pillaran, obviamente. —Dijo divertido.

—No tiene gracia, Alessandro. Pudiste hacerte daño.

Él me miró fijamente, mostrándome una dulce y tierna sonrisa que me robó el aliento. Estiró el brazo y acarició mi mejilla, dejando una fina capa de fuego sobre ella.

—No te preocupes por mí.

—No-no puedo evitarlo. Quiero que estés bien. —La sonrisa de Alessandro se amplió.

—Y lo estoy —me aseguró—. Estoy mejor que nunca. —Arrastró su cálida mano hasta mi nuca y con delicadeza me atrajo hacia él haciendo que mi corazón comenzase a latir desbocado.  

Me besó de forma lenta, suave y tranquila al principio, permitiéndome maravillarme de la forma de sus gruesos labios, que, de algún modo, encajaban a la perfección con los míos. Estiró la otra mano y la colocó sobre mi cadera para poder profundizar nuestro beso. ¿Cómo podía mantenerse sobre la rama sin agarrarse? No lo sabía, lo único en lo que podía pensar era en las fuertes descargas de electricidad que se desataron en mi cuerpo. De pronto todo mi interior ardía. Alessandro suspiró entre mis labios de forma grave, ronca y condenadamente sexy. Mi cuerpo estalló y tembló sobre la rama.

—¡Daniella! —El proyecto de pelirrojo me sujetó con firmeza. Me sentía ligera, casi incorpórea, y mareada, muy mareada—. ¡Cuidado! —dijo divertido.

—Besas demasiado bien. Me he mareado. —Abrí los ojos de pronto, sorprendida por lo que acababa de decir. Al parecer los besos de Alessandro me afectaban gravemente al cerebro. Alessandro me observaba con una mezcla de satisfacción y sorpresa, y un deslumbrante brillo en los ojos. Agaché rápidamente la mirada para que no pudiese ver mi rostro color cereza y él rió por lo bajo.

—Ay, Daniella... ¿Qué vamos a hacer contigo?

Minutos después ya estábamos caminando hacia el portal de Filipp. Saltar el muro no había sido una tarea sencilla, y mucho menos para Alessandro, que cojeaba ligeramente, apoyado sobre mis hombros.

—¡Al fin! Pensamos que os habían pillado. ¿Qué te pasó, Alessandro? —preguntó Filipp preocupado, corriendo hacia nosotros seguido por Linzy.

—Hemos tenido que saltar el muro. —le explicó.

—Subamos a ponerle hielo a esas rodillas. —ordenó, pero Alessandro era muy testarudo, por más que le había insistido en que caminásemos hasta la entrada del parque en vez de saltar, él no había querido arriesgarse a que los de seguridad nos encontrasen.

—No, Filipp. Se lo pondré en casa. Tenemos que irnos ya o perderemos el último avión hacia Sicilia.

El rubio miró su reloj e hizo una mueca. Alessandro debía estar en lo cierto.

—De acuerdo, pero no olvides ponértelo tan pronto llegues.

—Lo haré. —Le aseguró el semipelirojo rodando los ojos. Filipp me miró elevando una ceja y yo asentí, asegurándole que me encargaría de que se colorase hielo.

—Os acompañamos hasta el aeropuerto.

—No hace falta, hermano —dijo Alessandro chocando la mano de su amigo—. Es tarde y no merece la pena que os expongáis así a la carretera.

Le di una breve mirada a su rostro serio. La seguridad vial era un tema muy delicado para Alessandro.

—Está bien —cedió Filipp sabiendo lo mismo que yo—, pero mandadnos un mensaje tan pronto lleguéis a casa.

Y así lo hicimos. Dos horas más tarde habíamos llegado a casa. Ya había caído la noche, y nuestra familia se disponía a cenar.

—Gracias por venir a recogernos, Bruno.

—Es mi trabajo, señorita. Buenas noches.

Alessandro y yo entramos en el espacioso comedor y en seguida noté que faltaban Axel y mi madre.

—Oh, ¡ya están aquí! —Dijo Gina sonriente y enérgica como siempre

—¡Alejandra! —Me saludó mi padre contento—. ¿Qué te ha parecido Roma, hija?

—Es preciosa, papá —dije después de darle dos besos—. ¿Dónde está mamá?

—Se ha ido con Axel, me pidió que te diera sus disculpas y su promesa de que mañana hablaréis sin falta.

—¿Le pasó algo? —pregunté preocupada.

—La fiesta de ayer no le sentó muy bien, pero se recuperará. —Le sonreí a mi padre y asentí conforme. Yo también necesitaba organizar todo lo que quería preguntarle, y después de encontrarme con Clarissa y descubrir aquel cuadro familiar, no sabía por dónde comenzar mi interrogatorio—. ¿Y Filipp y Linzy?

—Se quedaron en casa de Filipp —explicó Alessandro—. Mañana regresan a España.

—Aless, cariño, siéntate a cenar —Pidió Gina—. Hay lasaña, tu favorita. —Alessandro rió mientras negaba con la cabeza, pero, obediente, caminó hasta su silla y se sentó—. Alejandra.

Señaló mi silla y yo asentí. Di la vuelta a la mesa para ir a mi lugar, al lado de Nico, que me miraba sonriente.

—¿Qué tal, Nico? ¿Qué ocurrió? —susurré emocionada.

—Estuvo bien —dijo él contento mordiéndose el labio.

—¿Y?

—¿Y...qué?

—Oscar —insistí—. ¿Era gay? —Él negó con la cabeza haciendo una mueca de decepción.

—Más heterosexual que un macho vikingo —No pude evitar reír—. No dejó de preguntarme por Stella. Pero —dijo alargando la "e"—, su amigo Samuel sí que lo era. —Dijo triunfal.

—¿Y qué tal con él? ¿Congeniásteis? —Nico me dio un pequeño empujón ante la atenta mirada de su primo, que nos observaba con el ceño fruncido.

¡No podía ser que siguiese celoso de Nico ahora que sabía que era gay! ¿O sí?

—A las mil maravillas. Nos conocimos, tomamos un par de vasos de vino, jugamos a billar, charlamos, salimos a bailar, nos escapamos a un parque y...me besó.

Parques. ¿Qué tendrían? Miré a Alessandro de reojo y lo vi muy pensativo, masticando con lentitud una porción de lasaña.

—¿Y tienes su número? ¿Volveréis a veros? —Nico asintió contento

—Quedaremos mañana de nuevo. —dijo emocionado.

Le sonreí, feliz de verlo al fin animado. Nico se merecía todo lo bueno que pudiese pasarle.

—¿Y tú? ¿Ya tienes pareja oficial? —preguntó bajando aún más el tono de su voz.

Negué con la cabeza sintiendo cómo mis mejillas subían de temperatura. Nico fulminó con la mirada a Alessandro, que lo miró confuso, sin saber qué le ocurría.

—Como no te apures me cambiaré de acera. —Le advirtió. Por suerte mi padre y Gina estaban inmersos en un momento de miradas y palabras de amor y no escucharon la revelación.

Alessandro le regaló una sonrisa malvada y yo me estremecí. Incluso colocando cara de ogro estaba sexy.

—Eso no te serviría de nada.

Sufrí un colapso cerebral. Su seguridad, su voz baja y dulce, su mirada intensa, su preciosa sonrisa y ese perfecto hoyuelo dibujado por Miguel Ángel, habían hecho estremecer hasta la última célula de mi cuerpo.

Después de la cena, Gina y mi padre desaparecieron. Nico sugirió que viésemos una película, pero después de guiñarme el ojo de forma descarada, alegó que estaba muy cansado y que prefería subir a dormir.

—Hasta mañana, sed buenos... O no... —Corrió escaleras arriba mientras yo moría de la vergüenza y el calor.

—¿Te apetece ver la película? —Preguntó Alessandro acelerando mi pulso.

"Tranquila, Daniella, ¡tranquila!" —Me exigí.

—Claro.

Me senté en el cómodo sofá blanco y me cubrí con la manta color caramelo mientras observaba como el proyecto de pelirrojo coloraba la película en el DVD y luego iba a apagar las luces.

El ambiente a nuestro alrededor cambió repentina y drásticamente, tal vez a causa de la oscuridad o quizás porque estábamos solos. Alessandro se sentó a mi lado y el aire a nuestro alrededor comenzó a zumbar cargado de electricidad. ¿O era sólo yo que me había vuelto loca? Mis músculos vibraban en tensión, obligándome a sentarme tan erguida que casi me dolía. A través de mis pestañas observé a Alessandro, que también miraba al frente tan derecho como un soldado. Su rostro se giró levemente hacia mí y nuestros ojos se encontraron durante un breve segundo antes de que los dos diésemos un pequeño respingo y mirásemos de nuevo al frente.

Las mariposas de mi estómago se habían despertado y bailaban felices un vals, extendiéndose por todo mi cuerpo. No pude evitar mirar de nuevo al semipelirojo que, sumido en sus pensamientos, tenía los ojos fijos en la enorme pantalla, sin estarla viendo realmente. Deslicé la vista por los fuertes músculos de su brazo, ese bonito jersey gris que llevaba se adaptaba a su cuerpo como si fuese hecho a medida. Me fijé en su mano, que descansaba sobre su rodilla derecha, masajeándola lentamente. Entonces recordé.

"¡El hielo!"

Corrí a la cocina y abrí la nevera de puertas dobles. ¿Dónde estarían los dichosos cubitos helados? Abrí uno de los cajones superiores y, bingo, ahí estaban.

—¿Daniella? ¿Te encuentras bien?

Saqué la cabeza del frigorífico me sonrojé al encontrarme con un perfectísimo Alessandro, mirándome con curiosidad y preocupación. La luz de la nevera resaltaba su perfecto perfil de hombre de Danone.

—Bu-buscaba hielo, para tus rodillas.

—¿Para eso saliste corriendo como loca? —Dijo divertido. Asentí  incapaz de hablar. Agarré unas cuantas servilletas y envolví en ellas la tableta de hielo para luego entregársela—. Gracias.

Cerré las puertas del frigorífico y quedamos iluminados únicamente por las luces del jardín que se colaban a través de la ventana. De nuevo, el aire comenzó a zumbar a nuestro alrededor. Mi corazón chocaba contra mis costillas, cada vez con mayor fuerza, mientras sentía los ojos de Alessandro sobre mí.

Se me erizó la piel cuando lo escuché carraspear para aclararse la voz.

—Creo que hay algo importante de lo que tenemos que hablar. —Una fuerte corriente eléctrica bajó por mi columna poniéndome nerviosa.

—¿Qu-qué cosa?

—Sobre nosotros.

—Ah. —Se me había secado la boca de pronto.

Nosotros. Que bien sonaba. Sentía tanto calor en las mejillas que temía que empezasen a emitir luz en cualquier momento. Vi como Alessandro trataba de esconder una sonrisa ante mi reacción, pero en seguida se ponía serio y se aclaraba la garganta de nuevo. ¿Se le habría secado también a él?

—Emm, verás, yo... Vaya, esto es realmente difícil —dijo con tono nervioso bajando la cabeza. Tomó aire y lo soltó lentamente para luego levantar la vista y mirarme con determinación, directamente a los ojos—. Me gustas, Daniella, aunque eso ya lo sabes, y me gustaría que formalizásemos nuestra relación, si es que tú quieres claro.

Lo miré con la boca abierta y el corazón haciendo eco en mis oídos. Había hablado de una forma tan diplomática que casi me hacía reír. Él lo notó también y, pasándose una mano por el pelo, sonrió.

—Lo que quiero decir es, Daniella, ¿quieres salir conmigo?

Sentí cómo en mi cerebro estallaban miles de fuegos artificiales. Una estúpida sonrisa se instaló en mi cara, haciendo sonreír también a Alessandro, que ya saboreaba tranquilo mi afirmación.

Al verlo así, tan confiado, una traviesa versión de mí misma salió a la luz. A Alessandro le encantaba jugar conmigo, ponerme nerviosa, hacerme enrojecer. ¿Por qué no podía yo ponerlo nervioso a él por una vez?

—¿Por qué? —La sonrisa de Alessandro se desvaneció y mi pequeña y traviesa "yo" rió complacida.

—¿Eh?

—Sí, ¿por qué quieres salir conmigo?

—Por qué me gustas. Me gustas casi demasiado. Ya te lo he dicho —dijo nervioso y confuso—. Pensé que esa parte ya estaba clara.

—¿Por qué?

—¿Por qué me gustas? —Asentí. Él se tocó de nuevo el pelo y me regaló una preciosa sonrisa nerviosa—. No lo sé, tienes algo, algo que me ha atrapado y contra lo que me he cansado de luchar. Me gusta que eres divertida, me gusta tu obsesión por los conejos —dijo señalando mi jersey con una enorme cara de conejo dibujada—, me gusta que te preocupas por los demás, que te pones colorada con facilidad, que tartamudeas cuando estás nerviosa, que eres realmente torpe ...

—¿T-te gusto porque soy torpe? —lo interrumpí.

—¿Estás nerviosa? —negué con la cabeza rápidamente y él rió en silencio—. Tu torpeza es uno de tus mayores encantos —dijo mirándome fijamente, haciéndome estremecer—. Y por supuesto, también me gusta lo sexy que bailas en el baño.

Mi cara se tiñó de rojo. ¡De nuevo era él quien me ponía nerviosa! Mi traviesa "yo" decidió hacer un nuevo ataque.

—¿Desde cuándo te gusto? —Alessandro me miró divertido.

—¿Me estás dando largas para no contestarme o es que disfrutas torturándome?

—No, sólo quiero saber, para estar segura de qué contestarte.

—Está bien. Ven conmigo, hay algo que quiero enseñarte.

Tomó mi mano y me llevó hasta su habitación. Después de asegurarse de que la puerta estaba bien cerrada, me miró con una disculpa dibujada en los ojos.

—Bajo mi cama, en la pared, hay un viejo conducto de ventilación. ¿Podrías agarrar el cofre que está dentro? —Miré sus rodillas. Aún estaba apretando el bloque de hielo contra la derecha. Debía de dolerle bastante aunque no se quejaba.

Me agaché y saqué el pequeño cofre de madera oscura de su escondite. Parecía un típico cofre pirata en miniatura.

—¿Un cofre del tesoro? —pregunté divertida entregándoselo.

—De hecho sí, aquí están mis mayores tesoros. —Dijo Alessandro con cariño mientras se sentaba en la cama—. Ven.

Me senté a su lado y él abrió el cofre para que pudiese ver las fotos que había en su interior. La gran mayoría eran de sus padres, había algunas también en las que salían su tío y Gina, y muchas fotos familiares en las que él y sus padres se veían felices y sonrientes.

—Son preciosas. —Alessandro sonrió mirando a sus padres y asintió.

Siguió buscando entre las fotos hasta que dio con la que estaba buscando y con gesto nervioso la colocó entre mis manos. Miré la fotografía y mi pulso se aceleró. Miré a Alessandro que me observaba con un suave rubor en las mejillas y los ojos cargados de brillo y calidez.

—S-soy yo. —Él asintió.

—Me gustas desde que tu padre me dijo de tu existencia. Él me contaba todas las cosas que tu madre le contaba que hacías y decías, y me enseñaba tus fotos. Salías en todas tan alegre, tan sonriente... que incluso cuando me convencí de que te odiaba, durante mucho tiempo, bajé a escondidas a ver las fotos nuevas que le habían llegado a Luis —Mi pequeña y traviesa "yo" desapareció. Miré a Alessandro completamente fascinada, halagada y encantada. Mi corazón luchaba por salir de mi cuerpo, mi rostro no podía estar más rojo y mi respiración... ¿Dónde estaba mi respiración? Me estaba mareando—. No sé si tu padre habrá notado la ausencia de esa foto, pero la quería para mí.

"¡¡Respira!!" —me grité.

Alessandro agarró mi mano y sentí que iba a perder el conocimiento. Jamás me acostumbraría al calor abrasador de sus caricias.

—Ya lo ves, Daniella. Me gustas desde antes de conocerte —Susurró con una voz dulce y grave. Tragué saliva ruidosamente. Estábamos tan cerca... Moría por probar de nuevo sus gruesos y suaves labios—. Entonces... ¿Vuoi essere la mia fidanzata? —Mi corazón explotó.

¡Oh, por todos los dioses! ¿¡Por qué tenía que resultarme tan sexy hablando italiano!? Un vergonzoso jadeo se hizo paso a través de mi garganta. Alessandro enarcó una ceja, un atisbo de sonrisa se quiso dibujar en su rostro, pero se contuvo.

—¿Q-que significa eso? —pregunté en un torpe susurro.

—Significa, Daniella, que si quieres ser mi novia, oficialmente.

Asentí con la cabeza sintiéndome incapaz de hablar. Todo mi cuerpo estaba ardiendo en llamas y Alessandro avivaba el fuego con su reluciente sonrisa.

—Ahora —dijo inclinándose lentamente hacia mí. Su dulce olor a avellanas creaba una neblina en mi mente que me impedía pensqar con claridad. Era delicioso—, tenemos que sellar el noviazgo.

—¿C-cómo?

—Con un beso.

Por fin, con un lento suspiro, nuestros labios se fundieron en uno sólo y el mundo se detuvo. Sólo estamos Alessandro, yo, y nuestras respiraciones agitadas.

"Somos pareja"

Sólo de pensarlo, mi cuerpo se estremecía entre placenteras descargas electricas.

Alessandro pasó una mano por mi cadera, quemándome, y me atrajo más cerca de él, su otra mano estaba en mi nuca, acariciando mi cuello, sus labios me llevaban al séptimo cielo y aún cuando nos separábamos para poder respirar, sentía que seguía volando.

—Dios, me has enloquecido por completo, Daniella —dijo él con una hipnotizante voz ronca, posando su frente febril sobre la mía—. ¿Te he dicho que me gustas?

Asentí sonriendo.

—Pues lo retiro —Me separé un poco de él, pero sus brazos fuertes no me permitieron alejarme demasiado. Lo miré temerosa, pero él me observaba con ese brillo en la mirada, haciéndome saber que todo iba bien—. Te quiero.

Mi corazón brincó contento, emocionado por el dulce cosquilleo que lo envolvía. Miré a mi novio sorprendida y feliz.

—Y-yo también te quiero. —dije sintiendo mi cara arder. Alessandro me sonríó y sus ojos comenzaron a brillar aún con más fuerza. Estaba increíblemente atractivo cada vez que sonreía.

Con delicadeza sujetó mi nuca y se acercó a mí con una deliciosa lentitud para besarme de nuevo, con más fuerza y ganas.

 ---------------------------------x-------------------------------

Hola Zanahorios!!!! 

Espero que os haya gustado el capítulo^^  Ya tenemos pareja oficial!!! Contadme en los comentarios todo lo que os haya gustado y si os gustó el capi, regaladme vuestro voto.

Si queréis ver fotos y tener más información sobre los personajes, buscadme en Facebook. El link está en mi perfil.  

Sin más, OS MANDO UN BESO ENORME CON SABOR A AVELLANA ;)

Alma.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top