No soy frágil

Alessandro me besaba con ganas, y yo sentía que flotaba en una nube, a miles de kilómetros por encima del internado. No pensaba, no medía mis actos, sólo lo quería a él, cerca, muy cerca de mí. Me aferré a su cuello y profundicé nuestro beso, dejándome llevar por el deseo y el calor de su cuerpo contra mi camisa mojada.

Por desgracia, la alegre voz de Alan de me devolvió a la tierra de golpe.

—¡No me jodas!

—¡Lo sabía! —Gritó Jake riendo. Alessandro y yo nos separamos para ver cómo se chocaban la mano, animados—. Tío, eres mi ídolo. —Dijo girándose hacia Alessandro.

Todo el mundo nos estaba mirando. Algunos boquiabiertos, otros enfurecidos, otros curiosos, y sólo unos pocos con una pequeña sonrisa. Mis ojos vagaron por el comedor rápidamente, sintiendo como mis mejillas ardían, hasta encontrarme con el rostro de Susan, que me miraba roja por la ira.

—Creo que se acabó el secreto. —Susurró Alessandro pasándome una mano por los hombros en afán protector, mientras trataba de disimular una sonrisa.

Durante la cena, los chicos nos bombardearon a preguntas. Se alegraban mucho por nosotros, pero sobretodo admiraban el cambio que se había producido en Alessandro, que reía, hablaba y participaba activamente en todas las conversaciones.

Filipp era el que más lo observaba. Se notaba que el proyecto de pelirrojo le importaba y que se sentía feliz de verlo bien. Yo nunca había tenido amigos, aparte de Pablo y las gemelas, y saber que Alessandro y yo contábamos con un amigo como él me llenaba el pecho de orgullo.

—Voy a por los cafés. Cappuchino para Alessandro, Espresso para Alan, Latte para Alina, y un Lágrima con doble de azúcar para Jake. —  Recitó el rubio de memoria.

—Soy pura dulzura. —  Dijo Jake, pestañeando cómicamente, para ganarse una mirada reprobatoria de Alan.

—Los hombres toman el café sólo. —  Lo desafió.

—Es que sabe tan agrio... —  El castaño ponía una amarga mueca, mientras que su amigo negaba, resignado, haciéndonos reír.

Filipp llamó mi atención por encima de las risas y señaló la barra con la cabeza. Caminamos juntos en silencio hasta llegar frente al camarero.

—Así que... ¿pretendíais guardarlo en secreto? —Preguntó él después de hacer el pedido. Me sonrojé con violencia, y él me dedicó una sonrisa cariñosa.

—Sí... bueno... A-Alessandro no estaba muy de acuerdo con eso...

—Creo que lo dejó claro hace un rato -Se burló. Mi cara estalló en llamas y Filipp rió, despeinándome como siempre—. ¿Por qué querías ocultarlo?

Le expliqué entre susurros mi miedo a ser descubiertos y a que nuestro noviazgo tuviese consecuencias negativas para mi padre. Mientras Filipp me escuchaba, su gesto mutó poco a poco, hasta quedarse completamente serio, asintiendo y haciendo pequeñas muecas con la boca; cuando terminé, se tomó unos breves segundos para procesar la información antes de hablar.

—Aunque se descubra vuestra identidad, no creo que Drew diga nada —Su mirada vagó por el comedor hasta dar con la mesa de los jugadores de futbol, donde Drew estaba sentado con la mirada perdida—. No le conviene.

—Alessandro piensa lo mismo. Pero a mí me preocupa que pueda llegar a querer cobrarse los golpes de la pelea.

—Todos recibimos algún puñetazo aquel día —Negó él—. Además, su problema es conmigo, no con Alessandro. Me preocupas más tú, ahora mismo.

—¿Yo? ¿Por qué? —Filipp observaba a nuestro alrededor, cauteloso, y eso me ponía aún más nerviosa.

—Temo la reacción de las seguidoras de Alessandro.

"¿¡Cómo!?... ¿Seguidoras?"

—¿Q-qué seguidoras? —Pregunté, sintiendo que los músculos de mi espalda se tensaban.

—Susan, por ejemplo. —Miré a mi amigo sorprendida; tanto, que se me antojó echarme a reír, pero me contuve.

—Filipp, a Susan le gustas tú. —Susurré.

—A Susan le gusta cualquiera que le resulte difícil, tenga dinero y sea guapo, claro. —Dijo guiñándome un ojo, pero yo no reí su broma; estaba demasiado ocupada observando el cabello pelirrojo de Susan.

¿Realmente se atrevería a meterse entre Alessandro y yo?

"¡Sería capaz de eso y más con tal de molestarte!" —Contestó mi mente, desconfiada.

—Oye, Nella, tú... sólo ten cuidado, ¿vale? Sé cómo es Susan, y veo cómo te mira a veces. No le caes demasiado bien. —Soporté las ganas de rodar los ojos y asentí con la mejor sonrisa tranquilizadora que fui capaz de esbozar.

Las palabras del rubio se repetían una y otra vez en mi cabeza, cada vez que cerraba los ojos, intentando dormir. ¿Lo haría? ¿Dejaría la pelirroja a Filipp tranquilo para ir a por Alessandro? Ella había dicho que lograría que desease irme del internado... ¿le había dado, con nuestro beso, un buen método para lograrlo?

Frustrada me levanté y me metí en la ducha, sabiendo que el agua caliente despejaría mi mente. Mientras usaba el champú de avellanas que Alessandro me había regalado, me convencí de que no importaba si Susan trataba de conquistarlo. ¡Alessandro estaba conmigo, y me quería a mí! ¿Qué importaba si ella lo quería para si?

¡El proyecto de pelirrojo no era un objeto! No era una camisa de la colección de primavera de mi padre, que ella podría adquirir con facilidad usando su tarjeta negra. Era un ser humano, con sentimientos; sentimientos hacia mí, y eso era lo importante.

Más tranquila, me puse el pijama y volví a la cama. Sobre la mesilla de noche vi que la pantalla de mi móvil se iluminaba, así que lo agarré y descubrí los mensajes que Alessandro me había enviado.

#Alessandro: Sigues despierta o es que te has dejado la luz encendida? No puede ser que seas tan despistada!

Me senté sobre el colchón y me apuré a contestarle.

#Daniella: Claro que estoy despierta! ¬¬

#Alessandro: No puedes dormir?

#Daniella: No :(

#Alessandro: Quieres que suba?

Mis dedos temblaron sobre la pantalla del teléfono. ¡Quería, claro que quería! Sentí que mis mejillas ardían mientras le respondía.

#Daniella:

La repuesta de Alessandro tardó tan poco que parecía que ya la tuviese escrita.

#Alessandro: Abre la puerta.

Con el corazón galopando dentro de mi pecho, corrí hacia el balcón y abrí la puerta. El frío viento nocturno de París golpeó mi cuerpo, haciéndome estremecer. Como Alessandro aún no estaba allí, me asomé por la barandilla para verlo salir de su habitación en pijama. Cerró la puerta de cristal asegurándose de dejar unos centímetros para poder abrir a la mañana siguiente y volteó hacia mí. Al verme, sonrió ampliamente, dejándome sin aliento.

La luz de la luna se reflejaba en la piel desnuda de sus brazos, en su rostro, y en sus ojos, envolviéndolos en un atrayente y seductor halo de misterio. Jamás había visto algo tan hermoso.

—Rapunzel deja caer tu pelo. ¡Me muero de frío! —Ambos rompimos a reír.

—Tendrá que subir usted mismo, señor. Y que sepas que los caballeros no se quejan.

—¿Los caballeros no pueden tener frío? —Preguntó encaramándose a la barandilla de su balcón.

—Pueden. Pero no lo dicen. —Me aparté a un lado para dejarle subir, y rápidamente lo tuve a mi lado, sosteniéndome la mirada con un hechizante brillo en sus ojos.

—Que duro es ser un caballero. Tal vez debería dejarlo y ser un chico malo, a partir de ahora -Se me secó la boca—. ¿Qué opinas? —Preguntó, acercándose a mí, con una sexy voz ronca.

—P-puede... puede que sea buena idea. —¡Lo era! ¡Definitivamente lo era!

Alessandro rompió nuestra distancia y se apoderó de mis labios con pasión y deseo. Mi piel ardía, febril y exigente, y él, lejos de aplacar mi fuego, lo avivaba, profundizando nuestro beso.

Una de sus manos estaba en mi cintura, quemándome la piel, pero no fue hasta que la introdujo por debajo de mi camiseta que sentí que me derretía. Todo mi cuerpo vibró en un delicioso escalofrío. Su suave tacto enviaba placenteras descargas eléctricas a lo largo de mi columna, y yo creí que me desmayaba. Su mano ascendió por mi espalda desnuda, a un ritmo tan lento como delirante.

Me aferré más a él en un desesperado intento por apurarlo. ¡Quería gritarle que no me tratase como a una pieza de cristal! ¡Que yo no era tan frágil! Pero, ¿cómo demostrárselo? Tímidamente, bajé las manos por su ancha espalda, sintiendo el calor y la dureza de sus músculos, debajo de la camiseta de su pijama. Alessandro suspiró contra mis labios y colocó su otra mano sobre la piel de mi cintura, atrayéndome hacia él. Entonces gemí.

Fue un sonido de gozo, sordo y primitivo, que provenía de lo más profundo de mi ser; pero algo ocurrió en la mente de Alessandro, que al escucharlo redujo el ritmo de sus besos, retiró las manos de mi espalda, me colocó la camiseta y se separó lentamente de mí.

—Hace mucho frío. Vayamos dentro o nos enfermaremos. —Dijo con una pequeña sonrisa, y sin más entró en mi habitación, dejándome avergonzada y jadeante.

Hacía frío. Dos segundos atrás estaba en pleno desierto del Sahara, quemándome bajo el abrasador sol africano, pero en ese momento sí; el abandono de Alessandro me había transportado al Ártico.

—¿Daniella? —Me llamó desde el hueco de la puerta—. Entra, te vas a congelar.

Tarde, ya estaba helada.

Como un robot, entré en la habitación y cerré la puerta detrás de mí. Luego, sin pronunciar palabra, entré al baño, asegurándome de poner el pestillo.

¿Por qué siempre hacía eso? ¿Por qué me llevaba al cielo para luego dejar que me precipitase al vacío, en una caída de miles de metros? Mi corazón brincó asustado cuando Alessandro dio dos toques en la puerta. No podía escuchar su voz, pero sabía que me estaría llamando preocupado. Retrocedí, sintiendo que el pesado nudo que tenía en el pecho se apoderaba de mí. Un brillo en el espejo llamó mi atención. Una diminuta lágrima resbalaba por mi mejilla, acariciando mi piel clara. La atrapé con la manga de mi pijama, sin saber siquiera por qué lloraba.

Fue entonces cuando me vi, pequeña, despeinada e infantil; con ese pijama rosa lleno de conejos blancos. ¿Era por eso por lo que Alessandro me rechazaba? ¿Era porque sí que me veía como a una niña? Busqué los ojos de mi reflejo, azules, cristalinos y asustados. Me miré fijamente, y me dije: "Se acabó."

Si esa ropa era el problema, lo solucionaría enseguida.

Me lavé la cara con agua fría y, a paso decidido, abrí la puerta y busqué a Alessandro, que me observaba preocupado sentado sobre la cama.

—¿Daniella, estás...?

—Necesito tu ayuda. —Le corté. 

Él alzó las cejas, sorprendido y confuso.

—Claro, ¿qué...?

—Sólo tienes que quedarte ahí y decirme qué opinas sobre mi ropa.

—¿Sobre tú ropa? —Asentí y él me observó extrañado—. Bueno, tu pijama me encanta pero...

—¡Esto no! —Fui al armario y agarré la bolsa donde guardaba la ropa que había comprado con Nico—. Vengo enseguida. —Dije antes de correr hacia el baño de nuevo, sintiendo los vacilantes ojos de Alessandro clavándose en mi espalda.

Me puse un inocente conjunto color rosa, recubierto por un elegante encaje negro. Me miré al espejo y me juré que si el proyecto de pelirrojo no reaccionaba, hablaría seriamente con él. Me peiné rápidamente con las manos y salí sin pensarlo demasiado. Para mi goce, la cara de Alessandro se desfiguró por completo. Sus labios cayeron abiertos, sus ojos se abrieron y sus mejillas adoptaron un precioso tono rojo, que pronto cubrió la totalidad de su cara.

—¡Daniella! ¡Que...!

—¿Y bien? ¿Te gusta? 

Olvidando todo rastro de vergüenza, di una vuelta sobre mí misma, asegurándome de que pudiese verme bien, y cuando volví a estar frente a Alessandro, él estaba de pie, observándome con las manos inquietas y sudorosas. Saber que le afectaba de ese modo me tranquilizó.

El proyecto de pelirrojo recorrió mi cuerpo con sus preciosos ojos, nadando en chocolate caliente, quemado mi piel a su paso. Cuando nuestra mirada se encontró, vi que intentaba decir algo, sin llegar a conseguirlo. Se rascó la nuca y aspiró, casi con desesperación.

—Me gusta, claro que me gusta —Mi corazón tembló de felicidad—, pero no más que el de zanahorias.

Me congelé. ¿Cómo podía ser eso posible?

—Estas... —tragó saliva y me señaló, agitando la mano arriba y abajo—. Impresionante. Pero no pareces tú.

Sentí un cubo de agua fría cayendo sobre mi cabeza. ¿Qué no parecía yo? ¿Por qué? ¿Por qué, según él, yo era una niña? ¡No, de eso nada!

Enfadada, caminé hasta el baño, agarré mi pijama y me lo puse. Aparté con furia las mantas y me metí en la cama. Observé, furiosa, como el proyecto de pelirrojo contenía una sonrisa.

—¿Puedo dormir contigo?

—Para eso has venido, ¿no? —Contesté cortante.

—Sí —La diversión de su voz estaba consiguiendo exasperarme—. Para eso vine.

Se metió en la cama y apagó la luz, para luego abrazar mi espalda y besarme en la nuca.

—Me encantas tal y como eres, Daniella. Patosa, con tu obsesión por los conejos... con tu mal genio. —Añadió, y supe que estaba sonriendo. 

Mis labios se curvaron también, en una involuntaria sonrisa, que borré rápidamente, recordándome que él aún me rechazaba.

—Ajá. —Dije, sin más. 

Él rió y se pegó más a mí, entrelazando nuestros pies.

—Te quiero.

—Yo también te quiero. —Refunfuñé antes de quedarme dormida, acunada por el calor de su cuerpo.

Por la mañana, me despertaron unos golpes en la puerta. Me apuré a despertar a Alessandro, que me sonrió adormilado.

—Buenos días, preciosa.

—¡Tienes que irte, Alessandro! —Él suspiró y hundió la cabeza en la almohada.

—¿Sigues enfadada por motivos desconocidos? —La puerta sonó de nuevo y el proyecto de pelirrojo levantó la cabeza, repentinamente despejado—. ¡Mierda! ¿Quién es?

—¡No lo sé! ¡Vete! —Le urgí. Veloz como un rayo, saltó de la cama, se puso los zapatos y corrió hacia el balcón. Llamaron de nuevo.

—¡Ya voy! —Grité a pesar de que no podían oírme. 

Alessandro sonrió, y volvió junto a mí para darme un rápido pero profundo beso, que aceleró mis latidos y encendió mis mejillas.

—Me encanta despertarme a tu lado. Despeinada eres incluso más guapa. —Espantada, traté de peinar mi maraña de pelo, haciéndole reír—. Te veo luego. —Y saltó hacia su balcón.

Por cuarta vez, la puerta sonó y corrí a abrirla.

—¡Buenos días, Dani!

—¿¡Axel!? ¿Qué..? —Sin esperar mi invitación, el guapo profesor, y ahora novio de mi madre, pasó a la habitación.

—Verás, he estado abajo, llamando a la puerta de Alessandro, pero no me contesta. 

Un escalofrío recorrió mi columna al ver que sus ojos vagaban de un lado a otro, parándose más tiempo del necesario sobre mi cama.

—¿Ah no? Estará durmiendo aún. —Él asintió distraído.

—Será eso —Comenzó a caminar despreocupadamente por la habitación, mirando aquí y allá, con claras intenciones de indagar si Alessandro había estado allí—. Me preocupa que... se haya perdido por ahí, ¿sabes?

—Él ya es grandecito. Además ¿dónde iba a perderse? El internado está cercado.

—Cierto. Es sólo que... si realmente lo desease.... algún alumno podría encontrar la forma de...saltarse las normas. —Dijo abriendo la puerta del baño y mirando dentro.

—Axel, ¿buscas algo? —Él me miró avergonzado de pronto.

—No, no. Sólo quería saber si tú sabías dónde está.

—Vamos a vernos en el comedor, para desayunar. Si quieres puedes pasarte por ahí para verlo.

—Sí, buena idea. Entonces... nos vemos luego. —Me guiñó un ojo y se fue, dejándome con la vista clavaba en la madera blanca de la puerta.

Me vestí y peiné a toda velocidad y corrí al comedor, para contarle a Alessandro lo que había sucedido. Él suspiró enfadado, pero no dijo nada. Los demás llegaron enseguida, desayunamos y, después de la rápida y tensa visita de Axel, corrimos hacia el instituto.

Para mi desgracia, a primera hora teníamos clase de modales, y la Platino estaba más estricta que nunca. Teníamos que llevar la ropa como si estuviese recién planchada, sin una sola y pequeña arruga. Perfectamente peinados, erguidos, y con una suave sonrisa tatuada en la cara.

—No importa cómo os sintáis. No me importa a mí, ni le importa a nadie. Siempre aparentaréis estar bien, despejados, despiertos, y de buen humor. Hoy evaluaremos qué tan bien escondéis vuestras emociones. Poneos por parejas; uno frente al otro. —Ordenó.

Alessandro me sonrió enseguida y se sentó frente a mí.

—El ejercicio es simple —Habló la profesora colocándose frente a Brittany—. Os miráis fijamente, y decís que veis en la otra persona. Si como yo veis sueño y cansancio, vuestro compañero lo está haciendo mal. Todo lo que se puede ver es serenidad y buen humor —Miró con desaprobación a un chico que estaba haciéndole muecas a su compañero, para que sonriera—. Estar de buen humor no implica exaltarse y hacer el payaso.

El chico bajó la mirada y yo volteé hacia Alessandro para no seguir viendo esa penosa escena.

—Bien compañera. ¿Qué puedo ver en ti? —Dijo sonriendo.

—Tú estás de buen humor. —Le aseguré.

—Lo estoy —Afirmó—. Tú en cambio pareces tensa.

Lo estaba. No sabía que más podía hacer para que él dejase de verme como una niña y eso tensaba todos mis músculos. Hice un esfuerzo por hacer lo que la platino nos pedía, y sonreír para ocultar mis sentimientos.

—Esa sonrisa no engañaría a nadie, Daniella. —Rió él.

—Enséñame entonces. —Protesté. Él negó con la cabeza.

—No puedo. Soy transparente... no tanto como tú —Aclaró—, pero en seguida se me nota todo.

Le lancé una mirada cargada de escepticismo. ¿Era transparente? Pues yo tenía muchos problemas para saber por qué siempre me dejaba con ganas de besarlo, mientras que él se alejaba tan tranquilo.

—¿Qué? —Preguntó, fingiéndose ofendido.

—Yo creo que eres bastante opaco, Alessandro. —El proyecto de pelirrojo sonrió.

—Sólo lo soy para ti, señorita despistada.

La platino se acercó a nosotros antes de que pudiese defenderme, y le preguntó a Alessandro qué veía cuando me miraba.

—Veo que es muy guapa —Mi corazón brincó. Miré a la profesora, nerviosa. Ella enarcó una ceja y miró a mi novio esperando algo más—. Y veo que los halagos la ponen nerviosa.

—Así que disimula mal sus emociones —Zanjó ella, seria. Luego se volvió hacia mí—. Ya sabe lo que debe hacer.

—Yo... Lo veo bien, alegre. —Ella observó a Alessandro y asintió.

—Guárdese la testosterona para la próxima vez. Ambos deben practicar. —Se fue hacia el siguiente grupo y Alessandro rompió a reír.

—¿Lo ves? —Lo miré extrañada.

—¿El qué? —Él me miró con dulzura y negó con la cabeza, regalándome su preciosa sonrisa ladeada.

—Nada.

Las clases pasaron enseguida, y antes de darme cuenta, ya estaba de nuevo en el comedor, sintiéndome observada por todos. ¿Qué sucedía ahora? Alessandro y los chicos conversaban tranquilos, ajenos a las miradas.

Durante toda la comida, comprobé extrañada que algunos de los chicos del equipo de futbol me guiñaban el ojo y me lanzaban besos, para luego reírse entre ellos. Otros me miraban de arriba abajo con curiosidad y asombro, y muchas chicas me observaban con desaprobación y asco, cuchicheando entre ellas. No sabía qué demonios ocurría, pero cuando llegué al postre, ya estaba harta. Necesitaba salir de allí.

—Voy a salir a correr —Informé a mis amigos. Alessandro mi miró extrañado—. Hace mucho que no lo hago, y me relaja. —Él sonrió más tranquilo.

—Necesitas relajarte —Afirmó con tono burlón, riendo algún chiste particular—. De hecho creo que a mí también me vendría bien.

—¡Ah, no! No voy a permitir que me veas tropezar mientras corro para luego poder reírte de mí. Iré sola, gracias. —Nos retamos con la mirada hasta que Alessandro se rindió.

—Está bien, pásalo bien en tu carrera, y, por favor, no te hagas daño. —Suspiró haciendo reír a los chicos.

—¡No te parece increíble, tío! ¡Cuánto se cambia cuando se está enamorado! —Le dijo Jake a Alan.

—¡Totalmente de acuerdo, hermano! ¡Es como estar viendo a otro Alessandro!

—Os estoy escuchando... —Riendo, me despedí de ellos y crucé la puerta del comedor, sintiéndome aliviada al fin de la carga de todos esos cuchicheos y miradas extrañas.

Al pasar por la sala común vi a un grupo de chicos riendo entorno a un teléfono móvil. Mi curiosidad me alentó a acercarme y ver de qué se reían, pero la urgente voz de Stella me detuvo.

—¡Daniella! —Susurró. 

Me acerqué a ella rápidamente, y me asusté al ver la desesperación de sus ojos negros. ¿¡Había ocurrido!? ¿¡Nos habían descubierto!?

—Te he visto salir y he venido corriendo. O sea, ¡tienes que hablar con tu padre! Yo...

La puerta del comedor se abrió y la pelirroja melena de Susan apareció ante nosotras.

—¿Ese, qué estás haciendo? —Preguntó mirándonos con mala cara.

—Yo... O sea, ella...

—Sólo quería asegurarse de que hice mi parte del trabajo de fotografía —Acudí en su ayuda, con mi mejor tono de indiferencia—. Y sí, Stella, yo ya terminé mi parte. Te la enviaré al correo esta noche para que la completes con la tuya.

—Vale... o sea, muy bien. ¡Que no se te olvide! 

Susan nos miraba con desconfianza pero finalmente resopló y agarró a Stella del brazo para tirar de ella hacia el comedor.

—Que mala suerte has tenido de que te tocara trabajar con la verdulera, amiga. —Le dijo con un falso tono de pena.

—Ya... Fue cosa del profesor... —Ambas desaparecieron de mi vista detrás de la puerta.

Maldije internamente a Susan. ¿Qué habría querido decirme Stella? Frustrada y preocupada, salí del Pettit y vagué sin rumbo por los jardines del internado, cruzándome con algún que otro alumno, de cursos inferiores, que me señalaban descaradamente y me silbaban, chismorreaban o reían.

¿Qué rayos estaba pasando?

No supe cómo llegué al campo de fútbol. Aquel donde Alessandro había intentado matarme, aquel donde se había tumbado sobre mí y donde me había intentado confesar su secreto. Ese lugar estaba repleto de buenos recuerdos, y me transmitía una gran sensación de paz.

Observé durante un rato cómo jugaban algunos alumnos de quinto, que me miraban de vez en cuando, reían y exhibían sus mejores tiros y poses como monos en una jaula, tratando de llamar la atención. Cansada de escuchar sus alaridos de guerra, me dispuse a marcharme, cuando vi que uno de ellos se acercaba a mí corriendo.

—Hola, guapa. Soy Chad.

El chico, Chad, a pesar de tener un año menos que yo, era muy alto. Tenía puesto el uniforme de futbol, que consistía en unos pantalones cortos y una finísima camiseta, también de manga corta, que me permitía apreciar sus brazos delgados pero definidos, y sus piernas fuertes. Sus ojos eran de un feo verde musgo, su cabello negro y rizado, y su sonrisa se me antojaba falsa.

—¿Eres Daniella, verdad?

¡Mierda! ¡Lo sabían! ¡Sabían que era la hija de Giannetti! ¿Cómo lo habían descubierto?

—Vaya, eres muy guapa. —Seguía hablando Chad. 

¿Me halagaba sólo porque ahora sabía quién era? No me podía creer lo cara dura que podían llegar a ser estos "niños de papá."

—¿Qué pasa? ¿Tu padre también trabaja en la industria de la moda? —Pregunté a la defensiva. Tal vez por eso le interesase ser mi amigo ahora.

—No, cariño —Dijo pasando el brazo por encima de mis hombros, haciéndome sentir incómoda—. Mi padre dirige una importante cadena de casinos, pero si es ropa lo que necesitas, puedo comprarte toda la que quieras.

"¿Cómo?"

—¿De qué demonios hablas? —Pregunté sacudiendo mis hombros para separarme de él.

—¿No es ropa lo que quieres? ¿Qué debo pagar entonces por el placer de tu compañía?

—¿¡Qué!?

—¡Hey! ¡Déjala tranquila! —Me giré y vi a Drew corriendo hacia nosotros a toda velocidad—. Está conmigo. Lárgate.

El chico levantó las manos en señal de paz.

—Tranquilo, tío. No sabía que estaba ocupada. —Luego bajó la vista hacia mí y me guiñó un ojo—. Avísame cuando estés libre, nena. Lo pasaremos bien.

Miré atónita cómo se alejaba corriendo para luego chocar las manos con todos sus compañeros, que lo vitoreaban mientras me observaban de soslayo.

—Lo has contado tú verdad. —Acusé a Drew.

Estaba segura de que había averiguado quiénes eran mis padres y nos había descubierto a Alessandro y a mí, y eso me enfurecía y preocupaba al mismo tiempo.

—Daniella, te juro que yo no he tenido nada que ver con esto. —Me volví hacia él empezando a perder la paciencia.

—No mientas. Eres el único aparte de Jake, Alan y Filipp, que sabe que Alessandro es sobrino de Giannetti. —El moreno me miró sorprendido.

—¿De qué hablas? —Su cara de desconcierto me dejó saber que en verdad no tenía idea de lo que le estaba hablando.

Pero si esto no era porque Drew nos había descubierto, ¿por qué era?

—¿De qué hablas tú? —Contraataqué—. ¿Y qué haces aquí? Te dije que no te acercaras más a mí.

—¿No lo has visto? —Preguntó asombrado.

—¿¡Qué tengo que ver!? —Él sacó su móvil del bolsillo de su pantalón y buscó con rapidez algo en él.

Cuando me dejó ver la pantalla, creí que el mundo se me venía encima. Alguien nos había sacado una foto a Alessandro y a mí en el comedor, besándonos, y se la había mandado a Drew bajo el titular: "Becada cambia favores sexuales por dinero"

Agarré el móvil horrorizada, y comprobé que además habían agregado un pequeño texto donde decían mi nombre, mi curso, y explicaban que cómo era pobre aceptaba dinero, ropa o algún otro regalo a cambio de mi cuerpo.

Me cubrí la boca para no gritar. Me temblaban las manos y las piernas, y sentía un espantoso nudo en el pecho que amenazaba con tragarme. Sin saber cómo, mis rodillas tocaron el suelo, y Drew se agachó rápidamente a mi lado.

—¡E-esto no es cierto! —Sollocé.

—Lo sé. Te conozco y conozco a Alessandro. Él no se expondría así. —Lo miré a los ojos y supe que estaba siendo sincero.

—¿Quién más tiene esto? —Mi voz era apenas audible, pero de algún modo, Drew se las ingenió para entenderme.

—No lo sé... Casi todo el mundo. A mi clase llegó a última hora; nos llegó a todos al mismo tiempo y en el comedor, casi todos hablaban de esto.

Me rompí en mil pedazos. Por eso me miraban así. No conocían mi apellido, ¡me estaban tratando de protituta! Sólo se me ocurría una persona capaz de hacer algo tan sumamente vil y cruel. Stella había intentado advertirme, pero ella no le dejó.

La ira corrió por mis venas, mezclándose con mi profunda vergüenza, y creando una perfecta composición química que sólo podía terminar en explosión. No. Yo no era frágil, no era de cristal, y se lo demostraría.

Limpié mis lágrimas y le di a Drew su teléfono para ponerme en pie, decidida a buscar a la pelirroja y encararla, pero antes de que diese dos pasos, él me detuvo.

—Oye, Daniella, de verdad que yo no he tenido nada que ver con esta mierda. He ido a terapia durante las vacaciones, y me han enseñado a admitir derrotas y a perder, lo cual es un gran alivio porque sufría un tremendo estrés y...

—¿De verdad crees que es un buen momento para una charla sobre tus problemas con el mal perder? —Pregunté enfadada, aun sabiendo que él no tenía la culpa.

—No, lo siento, claro que no ... Es sólo que quiero que sepas que yo no he participado en esto. Oye, me alegro por ti y Alessandro, de verdad. Me hubiera costado alegrarme si te hubieras quedado con Filipp —Admitió. Yo resoplé—. Pero, bueno... Sé quién ha hecho esto.

—No te molestes. Yo también lo sé —Comencé a caminar decidida hacia el Pettit, pero me detuve un momento para volver a mirar a Drew—. Gracias por contármelo, y por ayudarme con...

—No hay de qué. —Asentí y me giré, decidida a encontrar a Susan y dejarla calva.

Cuando llegué al comedor, nuestra mesa estaba sumida en el caos. Había un gran círculo de personas rodeándola y gritando. Un solo nombre acudió a mi mente de inmediato: Alessandro.

Corrí hacia la multitud y me abrí paso a empujones. Al llegar al centro vi a Filipp, peleando contra uno de los chicos del equipo de fútbol. Alan sujetaba a otro para que no se metiera, mientras que Jake tiraba de Alessandro, intentando que dejase de golpear a un chico moreno, que ya estaba sangrando por la boca. Me abalancé a por él, rogándole que lo dejara.

—¡Alessandro, te expulsarán! —Él me miró con los ojos cargados de furia. Tenía un pequeño moratón en la barbilla, pero por suerte no había sangre suya a la vista.

Jake y Alina fueron a separar a Filipp y el otro chico; ambos parecían estar bien. Alan soltó también al rubio que sujetaba, diciéndole en tono calmado que la pelea había terminado.

Le rogué a Alessandro con la mirada y él empujó al chico con rabia, y se colocó protectoramente delante de mí.

—No te acerques a ella. —Le advirtió casi en un gruñido.

—¡Tranquilo, tío! No sabía que aún la tenías tú, ¿vale? Avísame cuando te canses y ya está.

—¡Hijo de puta! —Alessandro se lanzó de nuevo a por él pero lo sujetamos entre todos.

—¿Pero qué pasa contigo, loco?

—Ella en mi novia, cabrón. Si te acercas a ella te arranco la puta cabeza.

—¡Uy! ¡Alessandro ha contratado el servicio completo! —Todos rieron el chiste de la molesta y pastelosa vocecilla, que tan bien conocía yo.

Busqué a Susan con la mirada y la encontré riendo tranquilamente con su amiga la Barbie. Su maldad no conocía límites, y yo me había cansado de ser la buena, de no hacerme notar. Iba a demostrarle quién era Daniella Alejandra. No iba a volver a esconderme de ella, ni a esperar pacientemente a que aprendiese a respetarme por quién soy. Iba a exigir su respeto en ese mismo momento.

Su mirada se cruzó con la mía, y me lanzó una malvada y satisfecha sonrisa que yo ardía por borrar. ¿Cómo se podía ser tan mala? ¿Cómo era posible ser tan sumamente...?

—Perra su amiga, y perra ella. —Fue lo último que dijo antes de que tirase sobre ella.

Cuando Alessandro logró separarnos, tenía en mi mano un buen mechón de pelo rojo. Me escocía la cara del lado izquierdo; probablemente Susan me había arañado, pero ahora sólo se acariciaba el pelo mientras me gritaba: ¡Salvaje!

—¿Se puede saber qué está pasando aquí? —El grito de Sophia nos hizo callar a todos.

La preceptora miró a Susan, que lloraba por su pelo, aún tendida en el suelo, miró el mechón rojo que tenía en la mano y suspiró mirando al techo, luego miró a Alessandro, y al ensangrentado chico con el que había peleado y su rostro se crispó.

—Está bien. Los cuatro, conmigo. ¡Ya!

—¡Mi pelo! ¡Sophia, mira lo que me ha hecho esa salvaje!

—Cállate y camina, Susan. —Ordenó Sophia de muy mal humor.

Seis minutos después, estábamos frente al despacho de la directora. Susan y el chico moreno, llamado Thomas, entraron primero, y a Alessandro y a mí nos tocó esperar sentados en unas cómodas sillas de piel. Alessandro lucía realmente furioso. Permanecía en silencio, con la mirada ensombrecida y los puños tan apretados que sus nudillos estaban de color blanco.

—¿Cómo comenzó la pelea? —Le pregunté, tratando de romper el silencio. Alessandro gruñó y apretó aún más los puños.

—Ese hijo de puta me preguntó cuánto me habías cobrado. Le pregunté de qué mierda hablaba y me enseñó una foto en su móvil donde salimos besándonos. Dijo que lo pobre no te quitaba lo buena que estabas y que para echar un polvo le servías —Cerró la mandíbula con fuerza y golpeó con furia el brazo de su silla—. Quería arrancarle los ojos... Como encuentre al que envió esos mensajes...¿Los viste?

—Sí, y sé que fue Susan. —Él golpeó la silla de nuevo, sobresaltándome.

—Esa zorra loca... ¿Por eso te agarraste de los pelos con ella? —Asentí enfadada, y él pareció relajarse ligeramente—. ¡Nunca te había visto así!

—¡Nunca me había comportado así! Esa bruja saca lo peor de mí. Pero si no aprende a respetarme ahora, ya no lo hará jamás.

Alessandro suspiró, terminando de calmarse y me miró con detenimiento.

—Susan estaba a nuestro lado aquel día... y en la foto se nos ve de cuerpo entero. No pudo hacerla ella. —Era cierto, Susan me había hecho tropezar, estaba justo a mi lado.

—Sin embargo esa forma de escribir, esas expresiones, y esa maldad que hace falta para hacer algo así, es cosa suya. —Le aseguré.

—Entonces alguien le ha ayudado.

—Seguramente alguno de sus amigos. —Alessandro asintió enfadado.

Respiró hondo de nuevo y se acercó a mi mejilla.

—Te arañó la cara .

"Ya me lo imaginaba..."

Él acarició mis heridas y el escozor desapareció por unos segundos.

—Daniella, sabes que Susan sólo te respetaría si conociera tu apellido, ¿verdad? Ahora mismo, como mucho, te tendrá miedo.

—Viniendo de ella, con eso me vale.

La puerta del despacho se abrió y Susan y Thomas pasaron por delante de nosotros, mirándonos con mala cara.

—Daniella, Alessandro, pasad. —Nos llamó Sophía.

El despacho de la señora Lemoine era muy espacioso. El suelo era de madera oscura, y las paredes estaban pintadas de gris claro. El enorme escritorio negro de la directora estaba en el centro de la sala, y detrás de él un montón de estanterías, que cubrían la pared desde el suelo al techo, repletas de libros y archivadores. Del lado derecho de la sala, había una máquina de hacer café, y del izquierdo una moderna minicadena, desde donde sonaba una pieza de estilo clásico, a base de violines.

La señora Lemoine nos observó a ambos a través de sus gafas negras de media luna, para luego quitárselas y dejarlas sobre lo que parecían nuestros expedientes.

—¿Querríais explicarme quoi ha llevado a dos alumnos de sobresaliente a meterse en semejante pelea? Señorita Giannetti —Comenzó a decir, con su marcado acento francés, sin dejar que le diésemos la explicación que pedía—, sé qué Colombo ya conoce su secreto, así que usaré su verdadero apellido. —Me aclaró. Yo asentí, desconcertada, preguntándome cómo era posible que ella supiera algo así.

—Quiero que sepa que la señorita Howell pretende emprender acciones legales contra usted. ¡Dice que le ha arrancado un mechón de pelo! —Habló escandalizada.

—Sólo eran sus extensiones, mademoiselle. —Me defendí, quitándole importancia, y haciendo reír a Alessandro.

—¡Mon dieu! ¿Cómo que "sólo"? ¡Podría expulsarla una semana por ese "solo"! —Sophía me lanzó una mirada de advertencia y yo agaché la mirada, resignada.

—¿Y usted Colombo? ¿Quoi le ha llevado a agredir de esa forma al señor Robinson?

—Me cabreé, por esos mensajes que están circulando por todos los móviles del internado, mademoiselle, y... el señor Robinson, me hizo un comentario inapropiado sobre Daniella.

—¿Quoi mensajes? —Preguntó la directora mirando a Sophía.

—De eso quería hablarte, Corine. Esto se escapa de mi mano. —Dijo entregándole un teléfono.

La directora miró con gesto serio la imagen y el texto que venía con ella. Le dio el teléfono de nuevo a la preceptora y apretó los labios en una fina línea.

—Trae a la señorita Howel y al señor Robinson de nuevo, Sophia. —Dijo en un tétrico y frío tono.

Sophía obedeció enseguida y se fue a por ellos. La directora nos observaba en silencio, moviendo los ojos de uno a otro. Finalmente, bajó la mirada a nuestros expedientes y habló.

—¿Saben si han sido ellos?

—No tenemos pruebas —Aclaró Alessandro—, pero estamos seguros de que Susan escribió ese texto. —Eso pareció bastarle.

Con un suspiro, levantó el rostro y clavó sus ojos en mí.

—Esto se te ha ido de las manos, Daniella. Estaba al tanto de que sufrías algunas burlas y que algunos compañeros no te hablaban, sin embargo, creí que con el tiempo se acostumbrarían a tu pequeña mensonge —De nuevo la miré asombrada. ¿Cómo hacía para enterarse de todo? Seguramente, Sophía la mantenía informada—. Creí que les vendría bien pensar que tenían a un becado entre ellos; que te cuidarían y ayudarían en la medida de lo posible, mais... me equivoqué. Esto ya es demasiado. No tengo otro remedio que comunicárselo a tus padres.

Pude ver que tener que llamarlos le gustaba tan poco como a mí. Podía imaginármela, creyendo que la acusarían por no controlar la situación, o por permitir que llegase tan lejos, pero aún así, estaba decidida a hacerlo.

—¿Por qué? —Pregunté con voz suplicante.

—Para decidir si tienen que sacarte del Michelangelo.

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Hola mis queridos Zanahorios!^^

Qué os ha parecido el capítulo de hoy?? >//

Contadme vuestras opiniones!! Sabéis que adoro leer vuestros comentarios! Me alegran el día!!^^

#OdioaSusan.

(Lo sé, yo tambien ¬¬ QUIÉN LE HABRÁ AYUDADO??...¬¬ JEJE)

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Gracias como siempre por vuestro apoyo y nos vemos en el próximo capítulo. ¬///¬

Besos.

Alma.

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