¡Me confundes!

—¡Buenos días a todos! —Saludé al entrar en el gran comedor.

Fui hasta la cabecera de la mesa, donde siempre se sentaba mi padre y le di un beso en la mejilla. Durante los días que había pasado con él, me había demostrado con creces su cariño y su alegría por tenerme al fin en casa y yo debía admitir que estaba encantada. No había sabido cuánta falta me hacía mi padre hasta que tuve a mi lado.

—Buenos días, hija —dijo sonriendo. Había notado que cada vez que le demostraba mi afecto sus ojos brillaban de alegría. Como cuando me había escuchado decir que me iba a mi habitación y había hecho todo un espectáculo de felicidad por que ya considerase ese espacio de mi propiedad.

— ¡Buenos días! —canturreó Gina también con una gran sonrisa mientras aplicaba mermelada de melocotón sobre una tostada—. ¿Has dormido bien? ¡Hoy te necesito con energía para terminar la decoración! —Asentí y ella dio un par de saltitos de alegría en la silla.

En el poco tiempo que la conocía, le había tomado un gran cariño. Gina era una persona muy activa, alegre y extremadamente cariñosa. Había estado ayudándola con la decoración de la casa  para la gran cena de navidad, y había descubierto que me gustaba eso de combinar colores, formas y texturas para crear algo armónico y bonito. Ya sólo nos faltaba terminar con la decoración de los jardines y habíamos terminado. 

Me fijé en que Alessandro aún no había bajado, pero su primo, Nicholas, ya estaba esperándome en la silla contigua a la mía. Como cada mañana, se levantó y apartó mi silla de la mesa para que luego yo me sentase y él pudiera acercarla de nuevo.

—Gracias, Nico —Él me sonrió.

—No es nada —Me sirvió zumo, me acercó el plato de tostadas, el queso fresco y la mermelada de fresa.

Le sonreí y él levantó varias veces las cejas, presumiendo de lo caballeroso que era. Nico y yo nos habíamos vuelto inseparables desde el principio; el pelinegro era muy amble, atento, divertido e incansable; nunca se estaba quieto y siempre se le ocurría algo que hacer o algún lugar al que ir. Con él no había tiempo de aburrirse. Aunque había algunos momentos, en los que me gustaría arrancarle la cabeza

—¡A nuestro primo se le han pegado las sábanas hoy!

Rodé los ojos con cansancio. Estaba harta de decirle que Alessandro y yo no éramos primos, pero él no dejaba de molestar con eso. Axel también estaba como cada mañana sentado a nuestra mesa, y cuando escuchó el comentario de Nico, levantó la vista del periódico para sonreírme con malicia y dar un lento sorbo a su café, dándoselas de interesante. Él sabía que ni al proyecto de pelirrojo ni a mí nos gustaba que nos emparentasen de ese modo, y al igual que Nicholas, adoraba molestarnos.

Alessandro apareció por la puerta agarrándose el pelo en una coleta y dio los buenos días.

—Tus primos ya llevan un rato despiertos, Alessandro. Debería darte vergüenza. —Lo molestó el profesor ganándose una sonrisa cómplice del americano.

—¿Qué haces aquí viejo? ¿No tienes casa propia? —Axel vivía a sólo diez minutos de la casa de mi padre, pero casi siempre estaba con nosotros.

—Me encanta venir a verte por las mañanas.

—Lo que quieres es no tener que hacerte el desayuno. —Gina y mi padre seguían comiendo como si nada mientras ellos discutían; al parecer ya estaban más que acostumbrados a sus peleas matutinas, pero a Nico y a mí aún nos sorprendían y entretenían.

—Sí, eso también. —Admitió.

—Eres un viejo vago.

—¡Que no soy viejo!

Otra mañana más, el suelo había aparecido cubierto de una bonita capa de nieve blanca. Sólo faltaban dos días para la cena de navidad y yo esperaba que los aviones pudiesen volar sin problemas.

Mi madre había aceptado venir a Sicilia; la esperábamos para la mañana de navidad y Axel estaba muy nervioso desde que se lo habíamos dicho. Aunque ella había insistido en irse a un hotel —no le parecía correcto quedarse en casa de mi padre—, Axel la había persuadido para que se quedase en su casa, y ella había cedido. Por supuesto yo me quedaría con Gina y Luis; no quería interrumpir su reencuentro.

Filipp y Linzy también vendrían a la cena. Cuando Alessandro se había acordado de avisarme de que Filipp iría a España junto con Jake, me había puesto histérica; no quería que el rubio se esterase así de mi pequeño secreto, se merecía escuchar la verdad de mis labios.

Estaba demasiado nerviosa por lo que mi amigo pudiese llegar a pensar, pero decir la verdad me quitaría un gran peso de encima. Aún no sabía cuál era la mejor forma de que se enterase de que el tío de Pegaso era mi padre; debía encontrar la manera de que el impacto fuera el menor posible.

—Señora, los trabajadores ya han llegado. —Informó Bruno entrando en el comedor.

—¡Estupendo! —apuró su taza de café con leche y me miró entusiasmada—. ¿Lista?

—Termino enseguida.

—Te esperamos fuera. ¡Abrígate bien! —Le dio un beso a mi padre y salió disparada hacia la cocina, donde había una puerta secundaria que daba al jardín.

—Así que, ¿hoy también estarás ocupada? —Preguntó el americano mientras mojaba un trozo de pan en la yema de su huevo frito.

¡No entendía cómo era capaz de desayunar de esa forma! Huevos fritos con beicon, tostadas, café y un enorme baso de zumo; lo que venía siendo un típico desayuno americano, pero a mí me parecía una locura.

—Sí. Aunque si nos ayudas terminaremos antes. —sugerí y él asintió conforme.

—Me parece bien. ¿Y tú primo? —Alessandro lo miró aburrido, luego me miró a mí, que le supliqué con la mirada—. Está bien si no quieres. Daniella y yo pasaremos todo el día juntos, trabajando codo con codo, sudando... Tú diviértete sólo. —Dijo pasándome el brazo sobre los hombros.

Le había pedido expresamente que me llamase Daniella y no Alejandra, como mi padre me había presentado. Con que él y Gina me llamasen así ya tenía más que suficiente.

El proyecto de pelirrojo mordió con rabia el sándwich que se había creado con dos tostadas y miró a su primo desafiante.

—Yo también ayudaré. —¿Qué pasaba con esos dos?

Axel rió detrás de su periódico y Alessandro lo fulminó con la mirada.

—¡Estupendo entonces! —Dijo Nico con una maliciosa sonrisa.

Subí a buscar una chaqueta de abrigo y al salir de mi habitación me encontré con el semipelirrojo en el pasillo. Aún no lograba controlar mis emociones cuando nos encontrábamos solos o cuando notaba que me miraba; cada vez era como la primera. No podía evitar sonreír como una tonta, mis mejillas se teñían de rosa, sentía cosquilleos y electricidad por todo el cuerpo.

Aunque en él sí que había algo diferente; desde que me había contado sobre el accidente de sus padres y se había abierto más a mí, su rostro se había relajado, sonreía más a menudo y casi podía decirse que se veía feliz.

—Hola. —Dije como una estúpida.

—Hola. —Repitió con una pequeña y divertida sonrisa.

Nos quedamos observándonos en silencio. Mi corazón seguía latiendo apurado y sentía unas suaves descargas eléctricas que comenzaban a bailar en mi estómago. Los ojos cálidos de Alessandro viajaban a través de los míos haciéndome sentir mil y una sensaciones diferentes, hasta que una odiosa guitarra eléctrica rompió nuestra pequeña burbuja.

El proyecto de pelirrojo sacó el móvil del bolsillo y colocó una extraña mueca que no supe descifrar, me miró de nuevo a los ojos, pero yo aparté los míos.

—Bueno... te veo abajo. —Y corrí hacia las escaleras.

Sentía un gran agujero en el pecho, un fuerte pinchazo de dolor que no tenía derecho alguno a sentir porque él estaba con otra chica. ¿Pero cómo no estar así si yo lo amaba? me había enamorado de él sin remedio, y saber que estaba con otra me rompía el alma en pedazos. 

Cada noche que había pasado en esa casa, imaginaba que él entraba en mi habitación y se quedaba a dormir a mi lado, soñaba con sus besos... y cuando lo veía por la mañana me sentía como una pervertida.

Tenía que quitarme a Alessandro de la cabeza. No sabía cómo hacerlo pero tenía que lograrlo. Él tenía novia, estaba con Rosetta y eso era algo que no podía olvidar.

Pasamos todo el día trabajando junto con las cinco personas que Gina había contratado para podar los arbustos y colocar las luces. La nieve hacía que el trabajo fuese más cansado, lento y frío, pero el resultado merecería la pena.

A última hora de la tarde, estaba terminando de colocar las velas flotantes que pondríamos en la enorme piscina. Me encantaba ese lugar; era como un invernadero de cristal donde se estaba calentito gracias a la calefacción y relajado por el sonido del agua que caía en una pequeña cascada por unas bonitas rocas artificiales del lado derecho de la piscina. Detrás de las rocas, había un cambiador donde nos secábamos y nos vestíamos; todo estaba pensado para que el lugar se pudiese usar también en invierno sin problemas.

 El techo de cristal abovedado ya estaba lleno de pequeñas lucecillas blancas, y yo había dibujado copos de nieve con espuma alrededor de toda la cristalera con ayuda de una plantilla que me había dado Gina.

Nico entró dejando pasar una suave corriente de aire helado que me puso la piel de gallina; el aparato de aire acondicionado pitó dos veces a modo de protesta y aumentó la fuerza de emisión de aire caliente.

—¿Cómo estás, Nella? 

El pelinegro había empezado a usar el mismo apodo que las gemelas y los chicos después de haberlo leído repetidas veces en los mensajes que nos enviabamos.

—Bien. —Nico agarró la última caja de cartón donde estaban guardadas las velas y la abrió para ayudarme.

—Mi primo y tú estuvisteis muy raros todo el día.

—Sólo nos centramos en terminar el trabajo. —Dije encogiendo los hombros. 

Agarré otra  vela con forma de flor de loto y la puse en el borde de la piscina, lista para encenderla y colocarla sobre el agua.

—Ya... —Lo miré y vi que él también me estaba observando con el rostro disgustado—. Daniella, sé que gusta mi primo.

—¿Qué? —Pregunté con una risa nerviosa—. ¡No digas tonterías, Nico!

—Es inútil que lo niegues, y además me entristece que lo hagas —Me aseguró—. Pensaba que éramos buenos amigos. —me chantajeó con rostro inocente, y yo negué con la cabeza. 

Él suspiró y me miró con ambas cejas levantadas, pidiendo la misma confianza que la que él había demostrado en mí, pero yo no podía decírselo, no podía decírmelo a mí misma.

—Alessandro tiene novia y además, Gina es la mujer de mi padre y...

—Pero a ti eso no te importa.

—¡Claro que me importa! ¿Cómo no va a importarme que tenga novia? —El pelinegro sonrió triunfal mientras yo me golpeaba mentalmente. 

Había confesado sin darme cuenta.

—Tienes que decírselo.

—No puedo, Nicholas —Me rendí y bajé la vista para no tener que enfrentarme a su profunda y oscura mirada—. No voy a meterme en su relación.

—¡Pero él tiene derecho a saberlo! Tiene derecho a elegir.

—También yo lo tengo, y elijo que no lo sepa.

—Eliges sufrir en silencio —Encogí los hombros tercamente mientras trataba de tragar el grueso nudo que se había formado en mi garganta; levanté los ojos y vi que él me sonreía con cariño—. No ves lo que yo veo, Nella... ¡Nada os impide estar juntos! ¡Nada! No estáis emparentados, pertenecéis a la misma posición social, sois de sexos opuestos, y os gustáis. ¡No entiendo a qué estáis esperando! —Protestó indignado, masajeándose la sien.

Había descubierto que Nico era gay el día después de su llegada; las miradas furtivas que le lanzaba a Axel y a Bruno eran demasiado obvias a mis ojos. Habíamos congeniado enseguida y en cuanto estuvimos a solas se lo pregunté sin miedo a ofenderlo o equivocarme. Él me había mirado fijamente durante unos segundos, seguramente evaluando si me lo podía contar o no,  pero después me lo había confirmado con una enorme sonrisa, me había abrazado y me dijo que se alegraba mucho de haberme conocido.

Me había contado que su padre se había vuelto loco cuando le había dicho que salía con uno de sus compañeros de clase, y era por eso que lo había mandado a Italia durante todas las vacaciones, para que no pudiese estar con su novio. "Supongo que para un padre es duro darse cuenta de que el "machote" del que tanto presumía nunca va a llevar a una mujer a casa", había dicho. 

Tal vez fuera por eso que a pesar de todo, el americano no era de esos homosexuales afeminados que hablaban extraño y morían por los bolsos de mujer. Habíamos salido a bailar un par de veces y si uno no se fijaba lo suficiente, no vería la delicadeza de sus modales, la suavidad de sus palabras, o la forma desinteresada y amistosa con la que miraba o hablaba con las chicas.

—Está con otra, Nico. ¿Qué es lo que no entiendes?

—No entiendo qué hace con esa otra, si está claro que le gustas tú. 

A pesar de que no quería creer en sus palabras un ligero rubor se extendió por mis mejillas y una pequeña sonrisa de felicidad se asomó a mis labios.

Era cierto que Alessandro había mostrado algún interés por mí últimamente. ¿No habíamos estado a punto de besarnos en alguna ocasión? El simple hecho de recordarlo hacía que todo mi cuerpo vibrase pero...

—Pero si él... Si estuviera interesado en mí...

—Dejaría a su novia —terminó él y yo asentí—. No te preocupes, amiga, que tu hada madrina está aquí y sabe lo que tiene que hacer.

—¿Te das cuenta de lo gay que ha sonado eso?

—Perfectamente. 

Ambos reímos y nos fundimos en un gran abrazo, que terminó cuando escuchamos que se abría la puerta y nos giramos para a ver a Alessandro, que nos miraba con unos helados ojos y un rostro totalmente neutro.

—¿Interrumpo algo?

—Eh...

—Sí —Se me adelantó Nico estrechándome más contra él—. Tu prima y yo estábamos intentando conocernos mejor.

—...Ya veo. Gina quiere que os diga que ya vamos a cenar.

—Iremos enseguida. —Contestó Nicholas sonriendo.

Alessandro nos dio una última mirada, primero a su primo, y luego a mí, hasta que finalmente se fue. El americano comenzó a reír mientras negaba con la cabeza, me agarró de la mano y tiró de mí hacia la puerta de cristal.

—¿Qué haces, hada madrina? —Él rió.

—Esto va a ser divertido.

Después de una de las cenas más tensas a las que yo jamás había asistido, necesitaba con urgencia uno de mis relajantes baños de agua caliente.  Nico había estado exageradamente atento y cariñoso conmigo; reía y me contaba cosas de su ciudad y su instituto, y me decía cuanto le gustaría que fuera a verlo allí y preséntame a sus amigos. 

Alessandro había estado callado todo el tiempo, sin levantar la vista del plato y asintiendo pesadamente con la cabeza cuando alguien se dirigía a él. Me recordaba mucho a nuestro primer mes en el internado; ¿estaría enfadado conmigo de nuevo?  No podía ser, esta vez yo no había hecho nada malo... ¿Qué le pasaba entonces?

En cierto momento, Nicholas había sacado a relucir de nuevo ese inventado parentesco que según él me unía al semipelirrojo, y la tensión de la sala se hizo más que palpable.

—La verdad es que es una suerte que yo no sea tu primo. —Me guiñó un ojo ante la atenta mirada de Alessandro, que dejó los cubiertos sobre el plato y lo miró con gesto serio.

—Sí, una suerte. —Dijo, y se levantó.

—¿No quieres postre, cariño?

—No, tía, gracias. No tengo hambre. —Lo seguí con la mirada hasta que desapareció por la puerta.

Miré la puerta cerrada de su habitación sin saber si pasar a ver si se encontraba bien o si dejarlo descansar a solas. ¿Estaría Nicholas en lo cierto? ¿Sentiría él algo por mí? ¿Por qué seguía con Rosseta entonces?

Frustrada y cansada entré a mi habitación, agarré una toalla y mi pijama, y salí de nuevo hacia el baño. Agarré la manilla y abrí la puerta.

—¡Daniella! —Me paré de golpe dejando que mi boca cayese abierta. No podía creer lo que estaba viendo.

—M-mi colgante. —Balbuceé llevando la mano a la "D" que colgaba cerca de mi pecho. 

Alessandro estaba a sólo un paso de mí, mirándome perplejo, con la cara totalmente roja y el pelo empapado, pero yo sólo podía mirar el colgante que pendía de la cadena plateada que llevaba al cuello.

—Dan...

—¡Ese es mi colgante! —La pequeña "A" brillaba como un diamante sobre su torso. 

Tanto tiempo creyéndolo perdido... ¡y lo tenía él!

—Daniella, por f...

—¿Por qué tienes mi colgante?

—¡Daniella! ¿¡El hecho de que estoy desnudo, lo discutimos ahora o más tarde!?

Abrí los ojos de repente, percatándome de que no había una camiseta debajo de su cadena, sólo el fuerte, cuadrado y mojado torso de Alessandro. Mis ojos descendieron sin que yo pudiese hacer nada por impedírselo y di un pequeño e involuntario brinco cuando vi cómo trataba desesperadamente de cubrirse allí abajo con ambas manos. Mi cara empezó a arder con violencia, no sabía si era a causa de la vergüenza, la sorpresa o que se me había olvidado cómo se respiraba.

Levanté la mirada de nuevo para ver que Sandro me observaba con una mezcla de diversión e incredulidad, y entonces caí en la cuenta de que tenía que salir de allí. ¡Lo estaba violando con la mirada! Un pequeño chillido se escapó de mi garganta y acto seguido cerré los ojos con fuerza, me giré rápidamente y me di de bruces contra el marco de la puerta.

 —¡Dan...!

—¡No-no, no pasa nada! ¡Estoy bien! —Grité sin saber por qué, mientras mantenía los ojos cerrados para no tener la tentación de volver a mirar—. ¡L-lo siento! ¡Y-ya me voy!  

Busqué a tientas la manilla de la puerta con mi mano temblorosa, mientras mi corazón latía acelerado. Alessandro reía nerviosamente a mi espalda enviando electricidad a través de todo mi cuerpo.  ¿¡Dónde estaba la maldita manilla!?

Al fin la encontré y cerré la puerta de golpe dejando que mi cuerpo cayera al suelo hiperventilando. Sentía calor, mucho calor, y un gran revoltijo de electricidad en mi estómago que enviaba oleadas de energía a todas mis terminaciones nerviosas. ¡Quería gritar pero por alguna razón no podía dejar de sonreír!  La imagen del cuerpo de Alessandro aparecía ante mí mirase a donde mirase, y si cerraba los ojos se reflejaba detrás de mis párpados.

¡AH! ¡Necesitaba gritar! ¡Salir a correr! ¡Algo! ¡Necesitaba deshacerme de toda esa energía! pero mis piernas tenían la misma consistencia que la gelatina en ese momento.

—Daniella —Escuché decir a Alessandro tras la puerta con tono suave. Mi corazón dio un fuerte brinco obligándome a poner una mano sobre mi pecho con miedo de que fuese a salirse por la fuerza con la que golpeaba mis costillas—, podrías haberte quedado.

Mi menté explotó en ese mismo instante; mi cuerpo era demasiado pequeño para guardar tanta electricidad en él. ¿Cómo que podía haberme quedado? ¿Qué le pasaba e ese estúpido proyecto de pelirrojo, pervertido, absorbe cerebros, endemoniadamente sexy? ¿Quién le había dado permiso para estar ahí, así, con el cuerpo llego de pequeñas y brillantes gotas, los ojos cálidos observándome a través de su color chocolate, con su dulce olor a avellana, y esa preciosa sonrisa?

—¿¡Por qué demonios no cierras la puerta, pervertido!? —Grité tratando de liberar energía mientras me ponía en pie.

—¿Pervertido yo? Creo que fuiste tú quien entró al baño para verme desnudo. —Contestó tranquilo.

—¡Entré para bañarme! ¡Tendrías que haber cerrado!

—¿Te has puesto nerviosa? —Podía verlo sonriendo detrás de la puerta.

—¡N-no! ¡Cl-claro que no! —La bonita risa del semipelirrojo retumbó en mis oídos.

—Tu cara no decía lo mismo.

—¿Te pusiste tú nervioso? —Contraataqué.

—Para nada.

—Pues tu cara no decía lo mismo. —Corrí hacia mi habitación tropezando varias veces, cerré la puerta y me tiré en la cama.

No pasaba nada, no había visto nada... Bueno, casi nada... ¿entonces por qué estaba tan nerviosa?

Desesperada, hundí la cara en la almohada y me centré en respirar profundamente hasta que me di cuenta de que me estaba ahogando aún más y me giré para mirar el techo. El rostro mojado de Alessandro se proyectó sobre él como si de una película se tratase.

Su cabello largo y revuelto estaba oscurecido por el agua, sus brazos fuertes tenían los músculos en tensión, sus pectorales estaban bien definidos, al igual que sus abdominales,  y sus grandes y fuertes manos cubriendo...

"¡¡No!! ¡¡Eres una pervertida, Daniella!!" —Me reñí mientras rodaba por toda la cama como una loca, para terminar cayendo al suelo.

Escuché unos suaves golpes en la puerta y vi asomarse por ella el perfecto rostro ovalado de Alessandro.

—Daniella ya... ¿Qué haces en el suelo?

"¡Piensa rápido!! —Me ordené.

—¿M-meditar?

—Ah... Ya tienes el baño libre. —Sonrió y se fue dejándome completamente avergonzada de nuevo.

"¡Un momento!"

—¡Alessandro! —Lo llamé mientras me levantaba e iba tras él.

—¿Sí? —Me sentí aliviada de ver que llevaba su pijama puesto.

—Mi colgante, ¿por qué lo tienes? —Él agarró el dije y lo observó con curiosidad. 

En lo más profundo de mi ser sentía una inmensa alegría de que él to tuviera, de que algo mío hubiese estado con él, cerca de su corazón todo este tiempo. Sabía que era idea estúpida, pero no podía evitarlo.

—Lo encontré y vi que llevaba mi inicial, así que me lo quedé.

 Por alguna razón, enterarme de que él no sabía que era mío me había desilusionado. Aunque bien pensado, ¿por qué querría él quedárselo sabiendo que me pertenecía? No, simplemente lo había visto y le habría gustado por que contenía su inicial; no significaba nada que lo llevara puerto.

—¿Quieres que te lo devuelva?

—No —Dije con seguridad—. Me alegra saber que no está perdido y que tú lo has tenido todo este tiempo; es tuyo. —Aunque para él no significase nada, yo quería que se lo quedase.

—¿Me lo estás regalando? —Preguntó con una pequeña sonrisa y yo asentí—. Muchas gracias. 

Se acercó a mí y me dio un suave pero lento beso en la mejilla, enviando pequeñas descargas de electricidad por todo mi cuerpo y logrando que un nuevo brote de rubor se instalase en mi rostro.

—De-de nada. —Susurré.

Esa noche me estaba costando mucho quedarme dormida. Daba vueltas y vueltas pensando en Alessandro, en su sonrisa, en su voz, en su beso, en mi colgante, y, para mi vergüenza, también en su cuerpo. El proyecto despertaba en mí unos extraños deseos e instintos, que me hacían sentir como una completa pervertida.

Cuando al fin había logrado dormir, me despertó un fuerte grito. Sólo una palabra cruzó por mi mente en ese momento. Alessandro.

Me levanté rápidamente de la cama y caminé a oscuras hacia la puerta, tropezando y lastimándome en el dedo pequeño del pie, pero no me importó. Crucé rápidamente el pasillo sin pararme a encender las luces y llamé con cuidado a la puerta de enfrente.

—¿Alessandro? —Susurré pasando a su habitación.

—Daniella, lo siento; te desperté. —Se reprochó con voz ronca.

—No te preocupes. ¿Te encuentras bien? —Caminé hasta su cama y me arrodillé a su lado. 

La luz de la luna y los pequeños farolillos que iluminaban el jardín se colaban por su ventana, dejándome ver su rostro triste y agitado.

—Si, sólo ha sido una pesadilla —Respiró hondo y se incorporó—. En verdad siento haberte despertado. Espero que no me hayan escuchado mis tíos.

Agarré su mano y la apreté con delicadeza, tratando de darle fuerzas. Él me sonrió y tomó mi mano entre las suyas.

—Gracias.

—No tienes que darlas. Si hay algo que yo pueda hacer por ti...

—Está bien así, ya has hecho más que suficiente, Daniella. Gracias. Ve a descansar.

Odiaba verlo mal, me sentía tan triste, tan impotente... Pero tal vez él quería que me fuera para intentar dormir de nuevo o para poder estar solo, así que asentí con tristeza y me levanté para ir a mi habitación de nuevo. Cuando llegué a la puerta me llamó:

—Espera, Daniella...

—¿Sí? —Me  giré para mirarlo y él me observó durante unos largos segundos en silencio.

En su mirada había duda y cierto temor, como si no se atreviese a decirme lo que quería, pero luego su rostro se calmó y me dedicó una de sus bonitas y tímidas sonrisas.

—¿Podrías... quedarte a dormir aquí? —Sentí unas suaves cosquillas creciendo en mi estómago, y un delicioso calor envolviendo mi cuerpo.

Me alejé de la puerta y caminé hacia él, que se apartó para hacerme sitio. Por suerte, su cama, al igual que la mía, era grande, y no tendríamos problemas de espacio. Me metí en la cama sintiendo como el cosquilleo se extendía por todo mi cuerpo. El semipelirrojotomó una gran bocanada de aire y la soltó lentamente.

—Hace mucho que no me llamas Sandro. —Susurró divertido.

Sentí un fuerte calor en las mejillas y agradecí que la luz que entraba por la ventana no fuese lo suficientemente potente como para que él lo apreciase.

—Supongo que no me sale muy a menudo... Además, me gusta tu nombre. —Él guardó silencio durante unos segundos.

—En ese caso puedes llamarme como a ti más te guste.

Había una pregunta que no dejaba de rondar mi mente, que no me permitía dormir, y temía que si no se la decía en ese mismo instante jamás volviese a surgir el tema.

—Sandro —Sentí como él sonreía—, ¿sabías que el colgante era mío?

—No estaba seguro —Dijo provocándome un leve pinchazo de desilusión—. Pero lo intuía porque lo encontré el día que hiciste de portera para mí y te desmayaste. —Mi corazón aceleró su marcha con alegría.

—¿Dónde estaba?

—Delante de la puerta de la enfermería; lo encontré después de dejarte allí.

Entonces él si sabía que el colgante era mío. ¿Quería decir eso que quedárselo sí tenía algún significado para él?

Una vez más, cuando me desperté, Alessandro estaba frente a mí, abrazándome y disfrutando aún de su sueño. Sabía que no estaba bien estar entre sus brazos, que no estaba bien dormir en su cama, y que no era correcto sentirse feliz allí, pero así me sentía. En vez de levantarme rápidamente y salir corriendo, me quedé a su lado, disfrutando de su olor dulce y del calor de su abrazo.

Levanté la vista hacia su rostro, que  tenía un gesto tranquilo y apacible y eso me alegraba porque quería decir que no había tenido pesadillas. Estudié de nuevo su cara, sus cejas rectas, sus espesas pestañas negras, su nariz redondeada y su apetecible boca. La pequeña peca color café que adornaba su labio inferior me enloquecía, hacía que todo mi cuerpo hirviese en deseos de besarlo. Pero no podía hacerlo, no estaba bien, y lo que estaba haciendo en ese momento tampoco.

Resignada, me deshice de su abrazo con cuidado y salí de su habitación. Me duche y vestí con un pantalón negro ajustado, una camisa vaquera y un jersey de lana color crema. Me peiné con una coleta, me maquillé un poco y me puse mis botas blancas.

Durante esas vacaciones había dejado un poco de lado a mi adorada cámara, y era que quería vivirlo todo en primera persona, y no desde detrás de la lente, pero esa mañana me apetecía tomarme unas cuantas fotos con mi nueva familia, de modo que agarré la cámara y me la colgué con cariño en el cuello para bajar al comedor.

Alessandro llegó media hora después, cuando los demás ya casi habíamos terminado, le dirigí una breve mirada cuando entró y él me sonrió en respuesta, haciendo como siempre, que mis mejillas se pusiesen rojas.

—Buenos días, cariño —Lo saludó su tía con dulzura—. ¿Una mala noche?

—No tan mala después de todo. 

El suave cosquilleo que sentía me hacía saber que me estaba mirando, pero no me atrevía a levantar la cabeza por miedo a que notasen algo diferente entre nosotros.

—Anda, hijo, desayuna. Te hará bien. —Le ordenó mi padre.

—¿Todo bien, cielo? —Preguntó Gina.

 Levanté la mirada y comprobé que me estaba hablando a mí. Mi padre me observaba también con el rostro preocupado.

—Sí. —Dije. ¿Por qué creían que estaba mal?

—¿No está demasiado roja? —Le preguntó a mi padre—. ¿Tendrá fiebre?

—No, estoy bien, de verdad. —Nico colocó una mano sobre mi frente y la otra sobre la suya.

—Está bien —Les aseguró y yo le sonreí agradecida. 

Aún así, mi padre y su esposa seguían mirándome preocupados.

—Me quedaré más tranquila si lo comprobamos con un termómetro. Agnes —La mujer salió de la cocina y me sonrió con cariño—. Por favor, Agnes, tráeme el termómetro.

La anciana salió hacia el amplio baño de la primera planta y volvió enseguida con el pequeño aparato. Mi padre me obligó a ponerlo y no cambiaron su gesto preocupado hasta que me lo quité y vieron que marcaba 36 grados.

—Su temperatura es normal. —Informó Gina más tranquila.

—Os dije que me sentía bien —Reí yo. 

Y así era hasta que el teléfono de Alessandro comenzó a sonar.

El proyecto de pelirrojo agarró rápidamente su móvil negro, se levantó de la mesa y se alejó de nosotros saliendo por la puerta; aunque no fue lo suficientemente lejos, porque todos escuchamos su parte de la conversación.

—Hola... Sí, estoy aquí... Ya... Lo sé...Sí yo también quiero verte, quiero hablar contigo —Sentí que el mundo se me venía encima. Nico me miró y rápidamente agarró con fuerza una de mis manos, que pendían inertes a ambos lados de mi cuerpo—...Claro, cuanto antes mejor... Vale... Sí, iré hoy mismo. En un rato salgo para allá... Está bien, nos vemos pronto... Chao.

Ahora sí que me sentía mal.

—¿Vas a salir, hijo? —Preguntó Gina cuando el semipelirrojo volvió al comedor.

—Sí, voy a Roma. —Gina le lanzó una mirada de desconcierto.

—Pero...

—Tengo cosas que solucionar, tía. —Dijo él y Gina le sonrió conforme. 

Se notaba que tenía mucha confianza en él.

Sentí que Alessandro me miraba y que Nico se ponía tenso a mi lado. Tiró con firmeza de nuestras manos entrelazadas hacia arriba y las colocó con suavidad encima de la mesa. Miré extrañada la tétrica sonrisa que el pelinegro le dedicaba a su primo.

—Pásalo bien, primo. Nosotros te esperamos aquí. —Alessandro sólo nos dedicó una oscura mirada y se fue.

—¡Buenos días familia! Hola, Alessandro, ¿a dónde vas?

—Eso no es asunto tuyo.

—¡Siempre es un placer verte! —Gritó Axel—. ¿Qué le pasa a este? —preguntó entrando en el comedor.

—Tiene asuntos que resolver. —Citó mi padre.

—Ah... ¿Aún queda algo para desayunar? —En otro momento su comentario me habría parecido muy gracioso, pero en ese momento mis ojos estaban fijos en la puerta por la que Alessandro había desaparecido.

—Es raro que vengas tan tarde. ¿Dónde andabas metido? —Quiso saber Gina.

—Preparando mi casa; mañana llega Antonella. ¿Verdad, Dani?

—¿Eh? Sí, mañana llega.

—Alejandra, te has puesto muy pálida —Mi padre se acercó a mí y miró con gesto serio a Nicholas, que aún sujetaba mi mano—. Será mejor que llamemos a un médico.

—No, estoy bien. Sólo me ha entrado frío de repente. ¿Nico, me acompañas a la sala?

—¿Película y una manta?

—Película y manta. —Aprobé.

El día transcurría de forma lenta y dolorosa. Alessandro se había ido a ver a Rosseta y yo sentía un profundo agujero negro en mi pecho, que me consumía lentamente. Le había contado a Nico todo lo que había ocurrido, desde que lo había visto desnudo hasta la historia de mi colgante perdido; había omitido que habíamos dormido juntos porque no quería explicarle el porqué de las pesadillas de Alessandro; eso era algo que no me correspondía a mí, pero los recuerdos de la noche quemaban en mi memoria como un hierro ardiendo.

—Por un momento pensé que llevar mi colgante significaba algo para él... —Le había dicho al pelinegro.

—¡Y estoy seguro de que es así!... Esa forma en la que te mira... Él siente algo por ti, Nella.

—Se ha ido a ver a su novia, Nicholas —Ante eso se quedó en silencio—. Tengo que olvidarme de él. Se supone que el amor es un sentimiento bonito, pero a mí sólo me está haciendo daño. —Las lágrimas luchaban por salir de mis ojos, pero yo no se lo permitía.

Nico vio con tristeza mis ojos aguados y me abrazó con fuerza. Sabía que el amor también era sufrimiento para él. Su padre odiaba que fuese gay, y hablaba de ello como si fuese una enfermedad que tuviese cura. Le había asegurado que cuando volviera de sus vacaciones vería las cosas de forma diferente, que iría a buscar chicas con su primo y que cuando probara a una sentiría asco de haber creído que le gustaba otro hombre.

—Muy bien —Dijo soltándome y mirándome fijamente—. Sal conmigo.

—¿Cómo? —Le sonreí y él me devolvió la sonrisa.

—Sí, tengamos una cita; te invito a cenar fuera. Le daré el gusto a mi padre y saldré con una chica preciosa. ¡Quién sabe! Tal vez eso me cure.

—¡Nico!

—Lo sé, tonta. ¡Sólo bromeaba! —Le lancé una mirada de odio y él rió—. Con lo que no bromeo es con la cena. No quiero que nos quedemos aquí encerrados a... esperarlo.

—Tienes razón —Y bien pensado, verlo llegar después de su encuentro, si es que volvía ese día, sólo agudizaría mi dolor—. Acepto la cita.

Entrada la noche me coloqué un precioso vestido largo con la parte superior a rayas blancas y negras y la parte de abajo completamente negra. Nico me había dicho que iríamos a un lugar bonito y elegante de modo que me peiné con unas ondas marcadas que me mantendrían bien peinada toda la noche, me maquillé con un delineado oscuro y pinté mis labios de color coral. Para terminar me puse mis zapatos de plataforma negros, agarré el abrigo blanco y mi bolso y bajé a la sala donde mi cita ya esperaba, guapísimo con un pantalón y chaqueta negros y una camisa blanca.

—Estás preciosa, Nella.

—Tú también estás muy guapo. —Le sonreí.

Mi padre le había pedido a Bruno que nos acercase hasta el restaurante. Lo peor de la salida era la media hora que se tardaba en llegar a la ciudad desde la escondida casa de mi padre, aunque entendía que alguien como él tuviese que vivir bastante oculto a las miradas de la prensa y la televisión, pero Nicholas estaba encantado de poder pasar un largo rato al lado de Bruno.

Cuando llegamos al restaurante, nuestro conductor nos recordó que se quedaría en la ciudad esperándonos, y que debíamos llamarlo cuando quisiésemos volver a casa.

Nico me abrió la puerta del coche y con una amplia sonrisa alzó su brazo para que lo agarrara y entrásemos cual pareja enamorada al bonito local.

—¿Tiene reserva, señor? —Preguntó el encargado dirigiéndonos una mirada desinteresada.

—Sí, a nombre de Daniella Giannetti. —El hombre me miró con sorpresa. 

Sabía lo que estaba pensando; el apellido Giannetti era igual a dinero. Su rostro cambió para dejarle paso a una amable sonrisa, revisó con rapidez sus papeles y nos habló en un tono muy educado:

—Por supuesto. Ya tenemos su mesa lista.

—Gracias.

El hombre nos llevó hasta una de las bonitas mesas adornadas con un ramo de flores rosas, blancas y naranjas, y un par de velas encendidas. Todo estaba preparado para una cena romántica. Miré a Nico divertida y él me guiñó un ojo.

—Es mi primera cita con una chica, tenía que hacerlo bien —Como siempre, preparó la silla para que yo me sentara y luego me acercó a la mesa—. Siento haber utilizado tu nombre para la reserva, pero usar tu apellido era la única forma de conseguirla para hoy.

—No te preocupes. Gracias por todo, Nico. —Él negó con la cabeza quitándole importancia.

—Entonces ocupémonos sólo de disfrutar de la cena. 

Pasamos una muy agradable velada a pesar de que el recuerdo de Alessandro acudía a mi mente una y otra vez. ¿Cómo no iba a ser así si Nico y él eran tan parecidos? Alzaba la vista y veía el rostro de mi amigo iluminado por las velas, y de pronto Nico dejaba de estar ahí; tenía frente a mí al proyecto de pelirrojo, sonriéndome, agarrándome la mano por encima de la mesa.

—¿Nella, estás bien? —Nico me miraba preocupado mientras sostenía mi mano con afán protector. 

Me estaba volviendo loca.

—Sí, perdóname. Es sólo...

—No puedes dejar de pensar en él. —me sonrió con ternura y yo suspiré resignada.

—¿Lo echas de menos? —La maestra en cambios de tema estaba en acción.

—¿A mi primo? —Me preguntó contrariado.

—A tu novio.

—...Cada día —Me aseguró—. Estar lejos de él sólo ha servido para darme cuenta de cuanto lo quiero.

—Pero podéis comunicaros por teléfono, ¿no? —Él negó con la cabeza.

—Está enfadado conmigo.

—¿Por qué?

—Quiere que le plante cara a mi padre, que se deje claro que no tengo ninguna "enfermedad" y que me vaya de casa si no lo acepta....

—¿Pero? —Pregunté con cautela.

—Pero ¿cómo se hace para seguir adelante sabiendo que has decepcionado a tu padre?

—¿Cómo seguirás adelante si te decepcionas a ti mismo? —El pelinegro me miró fijamente, juntando las cejas mientras pensaba en mis palabras— El amor no es una decisión, es un sentimiento que no entiende a razones ni a sexos. —Nico relajó el rostro y sonrió asintiendo con la cabeza.

—Tienes razón, pero tú ten eso en cuenta también. Y —habló alargando la letra—, no creas que te salió bien el cambio de tema. ¿Qué te ocurre?

—¿Tienes algún poder sobrenatural empático para haberte dado cuenta?

—Sí, se llama ser gay —Los dos reímos—. Dime qué te ocurre, Daniella.

—Es que... sois tan parecidos —Sonreí con tristeza—, físicamente al menos.

—Te recordaba a él ¿no? —Asentí—. ¡Uy! Gracias. Ya sé que Alessandro es mi primo y todo eso, pero he de admitir que es un bombón. —Susurró haciéndome reír.

Así era Alessandro, exactamente como un bombón; un bombón recubierto de afilados y crujientes trozos de avellana que podía parecer duro al principio, pero si lograbas morderlo y llegar a su interior, descubrías su relleno de dulce y suave chocolate.

"Te quiero Alessandro, pero tengo que olvidarte."

 —¿Pedimos el postre? —Propuso Nicholas, pero una sombra oscura se paró a nuestro lado de pronto, sobresaltándonos.

—Eso no será necesario —Giré la cabeza y por poco se me detiene el corazón al ver al proyecto de pelirrojo al pie de nuestra mesa, respirando agitado y fulminando con la mirada a su primo—. Tú vienes conmigo.

Me agarró la muñeca y tomó mi bolso y mi abrigo para luego tirar de mí hacia la salida.

—¿¡Qué estás haciendo!? —Pregunté sintiendo el zumbido de mis latidos en la garganta—. ¿Estás loco?

—Si. —Zanjó. 

Giré la cabeza y vi que Nico me sonreía feliz y me señalaba su teléfono móvil; antes de perderlo de vista pude ver como comenzaba a escribir.

Pasamos por delante del encargado que me miró sorprendido mientras nos despedía con un "vuelvan pronto". Alessandro caminaba con feroces zancadas que prácticamente me obligaban a correr a su lado.

—Alessandro ¿qué te pasa? ¡Suéltame! —Sentí que toda mi tristeza se había escondido en algún rincón de mi mente para dejarle paso a un creciente enfado. 

El semipelirrojo seguía sujetando mi muñeca con firmeza y me llevaba junto a él en dirección al estacionamiento.

Sacó una llave del bolsillo de su pantalón gris oscuro y apretó un botón abriendo así un bonito coche plateado que estaba a pocos metros de nosotros. Me abrió la puerta y me instó a subir con gesto serio en el asiento del copiloto; puso mi abrigo en los asientos traseros para entrar al coche y dejar mi bolso sobre mis piernas y salir disparado hacia algún lado que yo desconocía.

Sentí la vibración del movil sobre mis piernas. Lo saqué del bolso y vi que tenía un mensaje de Nicholas.

#Nico: No te preocupes por mí. Llamaré a Bruno y me iré con él a casa! ;) Pasadlo bien.

Guardé el móvil sintiéndome más aliviada; sabía que Nico estaría bien con Bruno así que en ese momento me sentía más preocupada por mí misma.

¿Qué hacía allí Alessandro? ¿Por qué no estaba en Roma con su novia? ¿Cómo nos había encontrado? ¿Y a dónde demonios me estaba llevando? Eché un vistazo a su rostro serio, tenía los ojos fijos en la carretera y la mandíbula apretada. Ninguno de los dos pronunció palabra alguna durante el trayecto, y cuando al fin detuvo el coche, me quedé en mi lugar sentada y con los brazos cruzados.

Alessandro se bajó agarró mi abrigo y abrió mi puerta tendiéndome la mano con la intención de ayudarme a salir, pero yo no la tomé; sólo lo observé desde mi asiento, tratando de descifrar qué se escondía detrás de sus actos.

—Lo siento si he sido brusco contigo. ¿Puedes bajar, por favor?

Sin hacer caso a su mano, aún estirada hacia mí, me levanté y cerré la puerta del coche. Un gélido aire con olor a sal me golpeó en la cara haciéndome estremecer y podía escuchar el suave murmullo de las olas no demasiado lejos de nosotros. ¿Me había llevado a la playa en pleno diciembre?

Pegaso me tendió el abrigo y yo me lo puse enseguida deseosa de entrar en calor.

—¿Puedo saber qué hacemos aquí? —Pregunté al fin.

—La pregunta es ¿por qué estabas tú con mi primo aquí?

"¿Qué?"

—Salimos a cenar.

—Oh, sí, eso ya lo he visto. —Estaba comenzando a frustrarme. 

¿Qué demonios le pasaba?

—¿Cuál es el punto de todo esto, Alessandro?

—El punto es que no me gusta verte cerca de Nicholas.

—¿Cómo dices? —Pregunté elevando la voz con incredulidad—. ¡No puedes prohibirme salir con él!

—Y no te lo estoy prohibiendo, sólo digo que no me gusta verte cerca ni de él, ni de ningún otro. —dijo mirándome directamente a los ojos, claramente enfadado.

—¡Y a ti qué te importa! —Protesté.

—¡Me importa! —Gritó—. ¡Claro que me importa! No me gusta que te agarre la mano, no me gusta que pases todo el tiempo con él, ¡no me gusta pensar en que él pueda llegar a gustarte! 

Mi corazón latía desbocado. ¿Estaba Alessandro diciéndome que...estaba celoso?

—¿Y qué pasa si me gusta? —lo reté. 

Vi cómo apretaba los puños y me observaba con una mirada sombría. Se acercó a mí acorralándome contra el coche hasta quedar sólo a unos centímetros de distancia.

—No te gusta.

—Nico es muy bueno, y amable —"y gay"—, y no juega conmigo.

—¿Y yo sí? —Preguntó serio.

—T-tú me confundes todo el rato. Te has quedado con mi colgante sabiendo que era mío, me pides que me quede a dormir contigo, ¡has estado a punto de besarme! —Confesé avergonzada y enfadada—. ¡Luego corres a encontrarte con tu novia! ¡Y ahora vienes y me obligas a dejar mi cena con Nico!

—Pero yo...

—De-deberías preocuparte menos por lo que hacemos Nicholas y yo, y ocuparte más de tu novia.

—Pero...

—¡Joder! ¡Deja de jugar conmigo, Alessandro! —Grité. 

Él me miró a los ojos haciendo que mi cuerpo temblara. No importaba lo enfadada o triste que me sintiera, mi cuerpo reaccionaba a él como las olas del mar reaccionaban con la brillante luna.

—¡Dios, eres realmente molesta!

Y entonces me besó.



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Hola mis queridos zanahorios!!>-<

Contadme qué os ha parecido el capítulo en los comentarios! Os gusta Nico? ^^  Qué tal la torpeza tan característica de Daniella? jeje a veces le juega malas pasadas xD   Y qué os ha parecido Alessandro??<3   Esta vez Daniella no está soñando!! El beso es de verdad! AL FINN!! >-<

Dejadme vuestro voto si os ha gustado y pasáos por mi Facebook si queréis ver fotos nuevas de nuestros protagonistas ^^  El link está en mi perfil! 

Y con esto me despido!

Besos

Alma.


#Foto: Gina.


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