La verdad puede doler


ϟ ..ઇઉ..ϟ

Escribí una nota para Alessandro y la dejé sobre su mesilla de noche; estaba durmiendo a pierna suelta y no iba a despertarlo sólo para despedirme.

Subí corriendo hasta la tercera planta y vi al fondo del pasillo a una alta y esbelta mujer de pelo largo y color caramelo. Mi madre.

—Mamá. —La llamé. 

Mi madre volteó a mirarme y dibujó una perfecta sonrisa. Abrió los brazos y yo corrí a abrazarla.

—¡Hola, mi vida! Te he echado mucho de menos. ¡Estás preciosa, cielo! Déjame que te vea bien —Se alejó un par de pasos y me miró de arriba a abajo con la boca abierta—. ¡Ese vestido es divino, Daniella! Ven, que te voy a hacer unas fotos. —Reí.

—Yo también te extrañe, mamá. —Hablé abrazándola de nuevo y estrujándome contra ella.

Me fotografió de todas las formas posibles a lo largo de todo el pasillo y cuando al fin estuvo conforme, recordó el tiempo que había estado esperándome.

—Por ciento, ¿dónde estabas? Llevaba un buen rato llamándote.

—Estaba en la lavandería —mentí—, creí que me daba tiempo a bajar la ropa sucia antes de que tu llegases —abrí la puerta y entramos en mi habitación—. ¿Me ayudas a quitármelo? —Ella sonrió y desabrochó los pequeños corchetes que mantenían el corpiño de mi vestido en su lugar.

Entré al baño y me coloqué el pijama para estar más cómoda.

—¿Ya has hecho las maletas? —Me preguntó, mirando a su alrededor.

—Aún no.

—Te ayudaré.

Después de un largo silencio, en el que sólo guardábamos ropa en mi maleta blanca, mi madre dejó salir un largo suspiro y me miró a los ojos; pude ver en los suyos que algo había cambiado; tenían un verde mucho más reluciente y un brillo intenso y danzarín que llenaba su mirada de una alegría que nunca había visto en ella.

—Siento no haberte llamado antes, cielo. Tuve mucho trabajo y me sentía cansada... La verdad es que mi cabeza no se encontraba en su mejor momento.

—Pero, ¿te sientes bien? ¿Te ocurre algo?

—No, cariño. Estoy muy bien... Mejor que nunca, la verdad. —Una sonrisa se asomó a sus labios.

Asentí, aunque mi preocupación no había desaparecido. Sabía que había algo que me estaba ocultando y, sin embargo, ella tenía razón, la veía muy bien.

—Tengo tantas cosas que enseñarte, cariño. ¡He hecho unos reportajes fotográficos espectaculares! Cuando vuelvas a Madrid te los enseñaré. ¿Tienes ganas de ver a tu padre?

Lo pensé durante unos segundos. Sí que tenía ganas de conocerlo, de saber cómo era, de que me explicase por qué no había formado parte de mi vida; de nuestra vida.

—Sí. Hay muchas cosas que quiero preguntarle.

—Luis te va a encantar, Daniella; es un hombre maravilloso.

—¿Y por qué os separasteis entonces? —Mi madre guardó silencio. Su mirada se puso triste y bajó los ojos hasta la maleta.

—Las cosas no siempre son fáciles, hija.

Su reserva me puso de mal humor. ¿Por qué no me hablaba claramente? ¿Por qué no me explicaba lo que yo quería saber?

—Tal vez podría entenderlas si te dignases a explicármelas.

—Aún no es el momento, Daniella.

—¿Cuándo, entonces? ¿Cuándo lo será?

—¿Desde cuando tienes tanto interés en saber por qué no seguimos juntos? —Interrogó sin hacer caso de mi pregunta. La miré a los ojos, cargados ahora de miedo y secretos.

—Desde que abrí los ojos —Ella me miró con sorpresa—. Abrí los ojos y vi que tenía un padre, además de una madre; vi que otros no tienen mi suerte y que yo estaba desaprovechando mi oportunidad de teneros a ambos. ¡Y ahora me pregunto qué paso! ¿Por qué mi padre sólo es un desconocido detrás de unas cartas? ¿Por qué no pude crecer a su lado? —Una lágrima se escurrió por la mejilla de mi madre. Me dolía verla así, pero me mantuve firme—. Sólo quiero saber qué ocurrió.

—Aún no —Zanjó ella sobresaltándome con su tono serio mientras se limpiaba las lágrimas con el dorso de la mano—. Es pronto.

—¿Pronto? —Pregunté exasperada—. ¿Pronto para qué?

—Hay cosas que deben esperar, Daniella. No quiero hablar más del tema.

Terminamos de prepararlo todo en silencio. Me sentía frustrada y enfadada. Mi madre me trataba como a una niña pequeña, siempre lo había hecho, pero en ese momento me molestaba más que nunca. Cuando terminamos me miro de reojo, suspiró y me abrazó.

—Nos veremos en Madrid en ocho días.

—Creo... que pasaré algo más de tiempo con mi padre. —Ella me miró sorprendida, pero enseguida me sonrió.

—Lo entiendo. Vuelve a casa cuando quieras —Asentí fríamente y ella se inclinó a darme un beso. Instintivamente la abracé de nuevo, a pesar de mi enfado, y ella hizo lo mismo durante un largo rato—. Hasta pronto, hija.

—Hasta pronto, mamá. —Y se fue.

Cerré la puerta sintiendo un gran nudo en el estómago, pero no bajé a buscarla de nuevo. 

Estaba tan triste como enfadada, pero sabía que, aunque fuera tras ella, no me diría nada de lo que yo quería saber. Mi ordenador pitó informándome de la llegada de un mensaje, miré la pantalla y vi un pequeño sobre con el nombre de mi padre. No tenía ganas ni humor para leer, y ya nos íbamos ver al día siguiente, de modo que apagué el aparato, me metí en la cama e intenté dormir.

A la mañana siguiente me levanté temprano. No había logrado descansar más de tres horas y me sentía agotada. Me vestí con unos pantalones vaqueros, una camiseta y un jersey blancos, me puse las Converse del mismo color para ir cómoda en el avión, agarré la maleta y salí de mi habitación después de darle un último y largo vistazo. 

Había vivido tantas cosas entre aquellas paredes que me costaba pensar en alejarme de ellas. Bajé a la primera planta y fui a la habitación de Sophia, que me sorprendió abriéndome la puerta al segundo toque.

—Buenos días, Daniella. Ya tenemos un coche preparado para ti. ¡Vamos deprisa y nadie te verá! —Agarró mi maleta y comenzó a caminar.

—¿Cómo sabías...?

—Tu padre nos llamó —Susurró—, y tu madre habló ayer con la directora.

Abrió la puerta y bajó las escaleras para meter mi maleta en el coche negro que me estaba esperando. La señora Lemoine estaba hablando con el conductor que asintió a sus palabras y se colocó al lado de mi puerta.

—Daniella, que tengas un buen viaje. Thomas te llevará hasta el aeropuerto.

Thank you, missus. —Thomas me abrió la puerta y yo entré en el coche.

¡Bye! —Dijo la directora con una amplia sonrisa.

—Hasta pronto, Sophia. —Me despedí.

—Hasta pronto.

Mientras el coche le alejaba no pude evitar pensar en Alessandro. ¿Se habría despertado ya? ¿Estaría bien? Él iba a pasar sus vacaciones en Italia, pero no había podido decirle que yo también iría al país con forma de bota. ¿Qué motivo tendría para estar yo allí? ¡Todos pensaban que me iba a España! Una vez más, les había mentido, pero todo acabaría tan pronto volviesemos al internado.

De todos modos, ¡estábamos hablando de un país con más de sesenta millones de personas! Las posibilidades de coincidir eran ínfimas, y aún así mi mente fantaseaba con la posibilidad de verlo, sentado en la cafetería de alguna pequeña plaza, tendría que esconderme debajo de un enorme sombrero de paja, lo seguiría con la mirada cual acosadora para saber dónde vivía... Mi padre vivía en Sicilia. ¿Dónde vivían los tíos de Alessandro? No lograba recordarlo.

"¿Pero qué demonios...?"

Me golpeé en mi fuero interno. ¡Tenia que parar con aquello inmediatamente!  

Antes de darme cuenta siquiera, ya estaba en el avión camino a Sicilia. Mi padre me había comprado un billete en primera clase y, aunque supuestamente me tendría que sentir más cómoda en mi gran asiento y las atenciones continuas de las dos bonitas azafatas, no podía sentirme más fuera de lugar. Las pocas personas que me acompañaban, me miraban con descaro, me estudiaban y evaluaban preguntándose, seguramente, quién era yo y qué hacía allí.

Pero entre todos, había una mujer de avanzada edad, que no me quitaba los ojos de encima en ningún momento, y estaba comenzando a ponerme nerviosa. Su cabello corto tenía un bonito color rubio oscuro; su cara estaba adornada con algunas arrugas y líneas de expresión y tenía unos pequeños ojos de los que no podía distinguir el color detrás de sus gafas.

Al ver que me seguía mirando, le sonreí y ella me devolvió el gesto. Llamó a una de las azafatas y le señaló mi lugar. La azafata asintió y la mujer caminó hasta quedar a mi lado.

—Buenos días, querida.

—Buenos días. —Saludé con educación.

—Me siento un poco sola allí delante, ¿te importa si nos hacemos compañía? —Preguntó señalando el asiento que había vacío frente al mío.

—No, por supuesto. —La mujer se sentó y me observó de nuevo. Pude ver que sus ojos también eran azules, y los rasgos de su cara se me hacían ligeramente familiares.

"Probablemente la haya visto en alguna revista."

—Dime, ¿cómo te llamas? —Preguntó con gesto amable.

—Daniella. —La mujer juntó las manos sobre su pecho. Parecía nerviosa.

—¿Daniella...?

—Daniella González—Contesté sin querer decirle mi famoso apellido. Ella sonrió y asintió. Sus ojos se aguaron de pronto y yo me asusté—. Señora... ¿Se encuentra bien? ¿Necesita algo?

—No, no. Estos viejos ojos ya no son lo que eran antes, y lloran por cualquier motivo —Dijo mientras sacaba un delicado pañuelo de seda blanca del bolso y se limpiaba los ojos—. Mi nombre es Clarissa. Es un placer conocerte, querida.

—El placer es mío.

Clarissa y yo hablamos durante todo el viaje. Me contó que vivía en Roma, que adoraba ir al teatro y a conciertos y que le encantaban las exposiciones de arte. Era una mujer muy dinámica y mostraba una gran dulzura. Yo le hablé de Londres, del internado, de las clases que se impartían y de otras nimiedades que no ponían en peligro mi identidad. Cuando el avión hizo su parada en Sicilia, la anciana mujer y yo nos despedimos.

—Ven a verme algún día a Roma, querida. Me encantaría que fuésemos juntas al teatro. —Me escribió su dirección en un papel y lo guardé en el bolso dándole las gracias.

En el aeropuerto, no tuve que esperar a por mi maleta; tal vez por haber viajado en primera o porque mi padre lo había ordenado, un hombre de traje completamente negro me la entregó en mano. Busqué la cafetería con la intención de esperar allí a Luis, pero antes de llegar,me llamó la atención un hombre con gorra y gafas de sol, al que todo el mundo se quedaba mirando y que me saludaba con la mano sonriendo. Me acerqué a él con cautela y, cuando ya estaba cerca, se quitó las gafas para dejarme ver sus profundos ojos azules.

—Alejandra. —Su voz estaba cargada de alegría y emoción.

Mi corazón latía acelerado y nervioso, y mi cuerpo no sabía qué hacer. ¿Abrazarlo? ¿Estrecharle la mano?

—Papá. —Dije prácticamente en un susurro.

Él cruzó los dos metros que nos separaban y me abrazó con fuerza, haciendo que mil emociones diferentes asaltaran mi mente. Dolor, perdida, duda, tristeza, pero también alegría, esperanza y cariño.

—Estás preciosa, hija. Ven, salgamos de aquí. Estamos llamando mucho la atención.

Caminé con mi padre hasta el coche y comenzamos el viaje hacia su casa. Él me preguntaba miles de cosas sobre todos los años que se había perdido, sobre mis viajes, sobre el internado, sobre el baile y el vestido que me había hecho, y finalmente sobre mi madre.

—¿Cómo está Antonella?

—Bien —Mi padre me miró extrañado, buscando una respuesta más elaborada—. En Madrid.

—¿Va todo bien?

—Sí... —Suspiré. 

Estaba cansada de mentir. Mentía a mis amigos, a mi madre, y ahora también a él. Estaba harta. Si quería normalizar la relación con mi padre, debía empezar por ser sincera.

—La verdad es que nos hemos peleado.

—¿Por qué?

—Porque no quiere contarme la verdad.

El coche se quedó en silencio durante unos largos e incómodos segundos en los que ambos mirábamos hacia la carretera y la extensa vegetación que la bordeaba.

—¿Qué quieres saber? —Miré su perfil serio y la determinación de sus ojos. Tal vez él también quería ser sincero conmigo.

—Quiero conocer vuestra historia, la de mamá y tú. Tal vez así pueda entender mi propia vida, y saber por qué crecí viajando y.... sin ti. —Él asintió.

—Creí que viajar te gustaba.

—¡Y me encanta! Pero... me pregunto por qué no he crecido en una sola casa, con mis dos padres.

Esperé ansiosa a que me dijera si me lo iba a contar todo. Él sujetaba el volante con fuerza y negaba distraídamente con la cabeza.

—Nuestro pasado no es el que tú crees, hija, y tal vez haya cosas que no te guste escuchar...

—Estoy dispuesta a asumir ese riesgo. —Mi padre suspiró y, finalmente, cedió.

—Está bien, te lo contaré después.

El viaje en coche duró una hora más. Una hora en la que no dejaba de pensar en lo delicioso que sería poder comerme las uñas de lo nerviosa que estaba. Me fijé en el paisaje para tratar de mantener mi cerebro ocupado. Hacía sol en Sicilia, pero a pesar de eso, se notaba el frío de diciembre. Me gustaba que, al contrario que en el internado, la gran mayoría de los árboles conservaban sus hojas tan verdes como los ojos de mi madre.

Una punzada de dolor cruzó mi pecho. Pero me obligué a olvidarla.

Luis giró a la derecha y nos encontramos con un gran muro blanco oculto casi por completo entre las hojas de los frondosos árboles, pude ver una bonita y alta verja de metal plateado que mi padre abrió apretando el pequeño botón de un mando que guardaba en el coche. Dentro del muro había un enorme jardín y al fondo una preciosa casa también blanca, con amplios ventanales. Luis apretó otro botón y se abrió la puerta del garaje que había a nuestra izquierda.

—Vamos a casa. —Me dijo feliz mientras sacaba mi equipaje del maletero.

Mi padre abrió la puerta y se hizo a un lado para que pudiese entrar primero.

Un amplio recibidor me dio la bienvenida. Las paredes eran color arena claro y había muchos detalles de cristal y plata. Colgado de la pared, había un gran espejo compuesto de varios espejos de diferentes tamaños. Todo se veía limpio y ordenado.

Una mujer mayor con delantal blanco, el pelo castaño recogido en un moño bajo y unos bonitos ojos color miel, llegó corriendo a nuestro lado y me abrazó de repente.

—¡Está preciosa, señorita! ¡Cuánto me alegro de verla de nuevo?

"¿De nuevo?"

—Agnes, ¿en qué habíamos quedado? —Regañó mi padre a la mujer con un tono demasiado cariñoso para ser realmente una riña. Ella le hizo la burla y me sonrió de nuevo—. Agnes es la mejor cocinera del mundo, Alejandra. Te preparará todo lo que quieras.

—Esta tarde comeremos risotto frutti di mare. —Arroz blanco, acompañado de cualquier cosa o sólo, era mi plato preferido.

—Ya me muero de hambre. —Le dije y ella amplió su sonrisa. Me acarició la cara y salió corriendo hacia lo que supuse que era la cocina gritando el nombre de Bruno.

Luis suspiró divertido, llevándose una mano a la frente. Un hombre con un traje oscuro, más o menos de la edad de mi padre, salió de la cocina y sonrió al verme.

—Es un placer verla, señorita Alejandra. —Sus ojos también eran color miel, aunque un poco más oscuros que los de Agnes, y su pelo era negro.

Al parecer, en esa casa todos me llamarían por mi segundo nombre, igual que mi padre.

—Este es Bruno, el hijo de Agnes, él se encarga de que todo en la casa funcione correctamente; es nuestro mayordomo personal y un gran amigo.

—Mucho gusto. —Saludé y él me sonrió.

—Bruno, ¿puedes subir la maleta de mi hija a su habitación? —El agarró la maleta y desapareció de mi vista subiendo por las bonitas escaleras de grueso cristal azulado.

—¿Seguimos viendo? —Preguntó mi padre.

Avancé por el pasillo y vi un amplio salón a mano derecha, con sofás blancos y una bonita mesa de café de cristal encima de una alfombra de color tierra. Las cortinas eran de un vivo color naranja, y aportaban alegría y color a la estancia.

—¿Te gusta?

—Es muy bonita. —Admití.

—Gina, lo eligió todo —Sonrió mi padre—, por algo es diseñadora de interiores ¿verdad? —Yo asentí, aunque no recordaba haber leído nada sobre la profesión de la mujer de mi padre, era más que probable que él me lo hubiese contado en una de sus cartas y que yo no me hubiese molestado en leerlo—. También decoró tu habitación, espero que sea de tu agrado.

—Estoy segura de que sí. ¿Cuándo la conoceré?

—Esta tarde —Habló notablemente feliz mientras caminaba para mostrarme más habitaciones—, ha tenido que marcharse a buscar al niño, pero pronto estarán aquí.

Pronto conocería no sólo a su mujer, sino también a mi medio hermano.

—Estoy tan feliz de verte aquí, hija.

—Y yo estoy feliz de haber venido. —Una sonrisa se extendió por su rostro produciendo dos graciosos hoyuelos en sus mejillas. Miró el reloj y torció la cabeza.

—En dos horas tengo que ir a recoger a este chico... lo hubiéramos esperado juntos, pero tenía tantas ganas de te pudieras instalar en casa que...

—¿Qué chico?

—El invitado del que te hablé en mi último mensaje; pasará la navidad con nosotros. Tiene tu edad así que os entenderéis bien. Eso sí, tienes que guardar algún rato para tu padre ¿De acuerdo?

Por supuesto, en su último mensaje, ese que no me había molestado siquiera en leer. Me sentí fatal. Aun así, coloqué para mi padre la mejor sonrisa que pude.

—Todo depende de lo guapo que sea. —Bromeé.

Luis pareció pensarlo y chasqueó la lengua.

—En ese caso, si es demasiado guapo, lo mando de vuelta a su casa. —Ambos reímos mientras mi padre me llevaba a una puerta doble de color negro que había al fondo de la casa—. Este es mi despacho. Aquí podremos hablar tranquilos.

Era un despacho amplio y bonito, toda la pared que había detrás de su escritorio era de cristal, y me permitía ver el amplio jardín y la piscina cubierta que había en parte trasera de la casa. Las demás paredes eran blancas. Una de ellas estaba ocupada por una estantería negra repleta de libros, en la otra había una estrecha y alargada mesa también negra, donde había una moderna máquina de café y una amplia selección que cartuchos para hacer distintos tipos cafés.

Mi padre caminó hasta su escritorio, donde tenía una gran pantalla de ordenador y muchas carpetas y papeles.

—Ven, hija, siéntate.

Me senté en la silla blanca que había frente al escritorio y él se sentó detrás del mismo. Suspiró y se masajeó las sienes un par de veces.

—¿Me vas a contar lo que te pedí? —Pregunté con nerviosismo.

—Sí, pero sólo te contaré mi parte, hay cosas que sólo tu madre te puede decir, y deberás esperar a que ella lo haga, ¿de acuerdo? —Asentí conforme y él tomó aire antes de empezar su relato.

—Tu madre y yo nos conocemos desde que éramos niños. Nuestras familias eran muy amigas y nuestros padres dos pares de "peces gordos". 

>>Mis padres tenían varios talleres de costura y boutiques que tenían mucho éxito a nivel nacional; los de Antonella eran mucho más ricos, pero nadie sabía de donde había salido su fortuna, ni cómo aumentaba.

Mis padres querían expandir su negocio fuera de Italia, y necesitaban un empujón monetario extra que los haría llegar a lo más alto. Cuando nosotros nacimos, ellos vieron la oportunidad perfecta para fusionarse y compartir sus riquezas —Su amarga sonrisa me adelantaba que esa, no había sido una buena idea—. Anto y yo pasamos juntos cada etapa de nuestra joven vida: fuimos a los mismos colegios, a los mismos campamentos... Incluso en verano, cuando ella se iba a España a casa de su abuela, me llevaban con ella. ¡Y no te confundas, para nosotros era maravilloso! Pasamos tanto tiempo juntos que nos hicimos muy buenos amigos, ¡más aún que eso! Antonella y yo éramos como hermanos —Se levantó con los ojos cargados de melancolía y caminó hasta la estantería, agarró un pequeño álbum de pastas azules y me sonrió—. El tiempo pasó demasiado deprisa. Entré a la universidad, y un año después entró tu madre, "curiosamente" también a la misma. ¡Éramos tan ingenuos!<<

Se sentó de nuevo y abrió el álbum. Dos niños pequeños jugaban en el gran jardín de la foto en color sepia. Eran mis padres. Sonreí al verlos y acaricié la foto provocando también una bonita sonrisa en el rostro de mi padre.

—Tu madre era la mujer  la más hermosa de toda la universidad y, probablemente, la más hermosa de toda Italia, de hecho, fue en aquella época cuando comenzó a modelar —Me explicó mientras me enseñaba más fotos de su niñez en común—; pero para mí, ella seguía siendo mi hermana, mi mejor amiga. Yo cuidaba de ella y ella de mí. No permitía que ningún buitre se le acercase, para deleite de nuestras familias, que nos creían enamorados. —Luis negó con la cabeza, suspirando resignado a un pasado que no podía ser modificado.

Pasó otra página del álbum, que ya estaba en color, y no pude evitar mirar extrañada una foto mía que jamás había visto. Llevaba un ligero vestido de tela blanca, y unos zapatitos adornados con una gran flor del mismo color. Sólo había una pequeña cosa fuera de lugar; unos grandes ojos de color verde. Sonreí.

—¿Sois idénticas verdad? —Dijo sonriendo. Yo asentí, feliz de ver al fin aquel gran parecido del que mi madre siempre me hablaba.

—Pero tengo tus ojos —La sonrisa de mi padre se intensificó y sus ojos brillaron con alegría—. ¿Qué pasó después? ¿Cómo terminasteis casándoos? —Con aquella pregunta, se apagó su alegría.

—Nosotros no sabíamos los planes que nuestros planes tenían preparados. Yo salía, me divertía y estaba con una chica diferente cada semana; eso a tu madre no le gustaba; siempre me decía que el día que encontrara el amor me arrepentiría de haber sido un mujeriego. Tenía razón —Admitió con una pequeña y triste sonrisa—. Aquel año, conocí a un estúpido jovenzuelo americano, que opinaba exactamente lo mismo que ella. Un día me aseguró que él mismo haría que me arrepintiera de andar con tanta mujer, y acto seguido me dio la mayor golpiza de mi vida. —Lo miré extrañada.

—¿Por qué te pegó?

—¡Pensaba que salía con Antonella, y que la engañaba con todas las demás! Y no podía hacerle tal cosa a la mujer que a él le gustaba —Abrí los ojos con sorpresa y mi padre sonrió agarrándose el mentón con gesto de dolor y la mirada perdida en el recuerdo—. Aquel hombre me gustó, por su valentía y coraje, así que le di mi aprobación para que intentase conquistar a tu madre —Reí ante las ocurrencias de mi padre sobreprotector—. En poco tiempo, ese granuja se convirtió en mi mejor amigo.

—¿Y él consiguió enamorar a mamá? —Luis asintió con una gran sonrisa.

—Lo hizo. Un año después tu madre me dijo que se había enamorado de él. He de admitir que tenía miedo de que me dejasen de lado; ¡tu madre era mi mejor amiga y no quería perderla por nada! Pero no fue así; siempre fuimos los tres mosqueteros... ¡La verdad es que a veces hubiera preferido que me apartasen porque esos dos eran demasiado pegajosos! —Una pequeña risotada se hizo paso a través de mis labios.

Me gustaba la forma desenfadada que mi padre usaba para hablar. Cuando la gracia terminó, una alarma saltó en mi cerebro.

—¿Cuándo se separaron ellos? —Mi padre agachó la mirada, y mi miedo aumentó. ¿Podía ser que Luis no fuese mi padre?

—Salieron en secreto hasta que tu madre terminó la universidad. Yo había terminado un año antes y estaba muy tranquilo, trabajando en la empresa que mi padre había construido hasta que, al terminar el curso, Antonella les confesó su noviazgo a sus padres La mirada de Luis estaba oscura y triste mientras miraba una fotografía de él y mi madre en la adolescencia. Mi miedo crecía más y más con el avance de su historia—. Su novio era un "Don nadie". Estaba en la universidad gracias a una beca de estudios; era un cero a la izquierda, un futuro poco prometedor para tu madre, y poco provechoso para su padre, así que le prohibió volver a verlo.

Sentí un gran vacío en el pecho. Entendía a ese muchacho, entendía cómo se habría podido sentir siendo rechazado por su condición social. La única diferencia era que lo suyo era cierto.

—Ese mismo año lo organizaron todo y nos obligaron a casarnos. —Mi padre se quedó en silencio mientras negaba apenado con la cabeza. Yo agradecí la pausa; no era capaz de asimilar que mis padres habían sido obligados a casarse.

—Mamá y tú... ¿No os queríais? —Conseguí preguntar; aunque mi voz había sonado tan estrangulada que no sabía si mi padre habría sido capaz de entenderme.

—Tu madre y yo nos queríamos mucho, Alejandra, jamás pienses que no era así. Nos queríamos, pero no de la forma en que se debe querer un matrimonio, sino como los mejores amigos que éramos.

—¿Por qué accedisteis a casaros entonces? —Luis guardó silencio durante unos largos segundos. Podía ver en sus ojos cómo se debatía en su interior, buscando la mejor forma de contarme lo que le pedía.

—Su padre... no amenazó con quitarnos lo que más queríamos. Tu madre tenía una carrera como modelo, era independiente de su familia, pero su novio no tenía nada. Su familia vivía en Norteamérica y no era rica como las nuestras; él estaba viviendo en Italia con sus abuelos, en una pequeña casita en el campo donde criaban animales para comer y vender en las ferias. El padre de Antonella sabía que ella haría todo por salvarlo.

—¿¡Querían matarlo!? —Pregunté volviendo a pensar en la mafia.

—No directamente —Dijo mi padre logrando aumentar mi gesto horrorizado—, pero sí podían cerrarle puertas y ventanas en Italia impidiendo que encontrase un trabajo, o que recibiese algún tipo de ayuda. Antonella estaba decidida a llevárselo con ella fuera de Italia, pero su padre la conocía muy bien de modo que compró la tierra de sus abuelos y amenazaron a tu madre con destruir su casa, su granja, su vida. Antonella no quería ver sufrir a su novio, ni a sus abuelos, así que se alejó de él.

Luis paró de nuevo tomando una gran bocanada de aire. Su gesto de dolor me hacía ver que no había sido un momento fácil para él tampoco.

—Qué... ¿Qué te querían quitar a ti? —Pregunté temerosa de la respuesta.

Mi padre me miró con una pequeña sonrisa torcida que no llegaba a sus ojos.

—Si no nos casábamos, nuestras familias se enemistarían y se declararía una gran guerra que mi familia no podría ganar jamás. Mis padres y yo nos quedaríamos en la calle. Todo ese peso cayó sobre los hombros de tu madre... —Habló mi padre con una profunda tristeza que le quebraba la voz.

Me había quedado sin habla, completamente helada. Mi corazón albergaba una tristeza que no había conocido hasta ese momento. La verdad dolía; dolía como tratar de respirar plomo. Empezaba a odiar a esas personas que tanto mal les habían hecho a mis padres sólo por ansias de tener más dinero y poder. Mis abuelos. No los conocía, no quería conocerlos y ya los estaba aborreciendo.

En medio del odio, una pregunta cruzó mi mente de nuevo, y creció con fuerza hasta que todo mi rencor quedó a un lado. La respuesta podía doler, pero quería saber toda la verdad.

—Si mi madre y tú no os queríais.... ¿Cómo pude nacer yo? Yo no.... ¿Yo no soy hija tuya?

—¡Por supuesto que eres hija mía! ¡Tu madre y yo jamás nos fuimos infieles, nos queríamos y respetábamos demasiado como para hacer algo así!

—¿Entonces? —Luis suspiró.

—Cuando se anunció la boda, el novio de tu madre desapareció. Nosotros nos casamos y empezamos a vivir apartados de nuestros padres. Tu madre sólo tenía veintidós años, y yo veintitrés. ¡Por el amor de Dios, éramos aún tan jóvenes! —Mi padre frunció el ceño, negándose a creer que los habían obligado a casarse siendo sólo unos adolescentes. Yo no podía salir de mi asombro—. Dormíamos en habitaciones separadas y vivíamos como compañeros de piso. Ella perdió todo rastro de alegría, cada día estaba más triste, cada día era más común verla llorar a escondidas.

>>Una noche, a Antonella la superó el dolor y me invitó a dar un paseo por la licorería. Estabamos bien juntos, y me quería, pero no me amaba, ni yo la amaba a ella. Ella era infeliz por no estar con su novio y yo era infeliz por verla así, por tenerla atada a un matrimonio sin amor y por dejar que el peso de mi familia recayese sobre ella. Aquella noche, bebimos más de la cuenta... Tú madre era, y sigue siendo, una mujer preciosa, y yo tampoco estaba mal en aquella época... y... bueno...<<

—Entiendo, no es necesario que entremos en detalles. Gracias —Suspiré. Él me miraba con miedo; miedo de que su información me hubiese puesto triste o que me hubiese traumatizado—. No te preocupes, siempre supe que había sido producto de una borrachera, aunque nunca me hubiera podido imaginar algo así...

—¡No eres producto de una borrachera! —Lo miré y levanté las cejas obviando la verdad—. Bueno, sí, pero no fue sólo eso, Alejandra. Eres fruto de una amistad y de un cariño más fuerte que un diamante, hija.

—No sería tan fuerte cuando mamá y tú os separasteis. —Él me observó en silencio y se levantó del sillón.

Se dirigió a la pared de cristal y comenzó a hablar de espaldas a mí; tal vez por vergüenza, tal vez porque no quería que viese los sentimientos escondidos en su mirada.

—Separarnos fue lo mejor para los dos, y seguramente también para ti. No habrías entendido por qué tus padres se comportaban de forma tan diferente a los demás padres. Tu madre había dejado el modelaje y quería empezar su carrera como fotógrafa; yo sólo deseaba verla feliz de nuevo. Poco después, mi padre falleció; juntos habíamos forjado una empresa fuerte, que no era tan sencilla de hundir así que hablamos con los padres de Antonella y ella se echó toda la culpa de la ruptura. Una vez más, ella cargó con todo el peso. Su padre la expulsó de la familia y le retiró su apellido, así que tu madre adoptó el apellido de tu abuela materna.

—¿¡González no es mi verdadero apellido!? —Mi padre negó con la cabeza—. ¿Cuál es?

—Eso es algo que sólo tu madre te puede contar. —Lo pensé durante unos segundos.

—Está bien. ¿Qué pasó después?

—Después todo comenzó a mejorar. A tu madre no le importó que se lo quitasen todo. Ella tenía su propia vida, su trabajo, dinero y te tenía a ti, nuestra pequeña fortuna —Sonreí.

>>Nuestra idea era compartir custodia, pero mi madre se negó a criarte bajo su techo; después de morir tu abuelo estaba sola, y por eso yo fui a vivir con ella —Me explicó. Parecía enfadado consigo mismo—. Así que pasabas la mayor parte del tiempo con Antonella. Seguiros no era fácil, ya sabes cuánto viaja tu madre, y yo debía seguir con la empresa de mi padre y cuidando de mi madre que no hacía más que dar problemas para tenerme pendiente de ella —Suspiró—. En verano, Antonella iba a España, y yo volaba a pasar quince días contigo, en Madrid. Pero cuando iba, nunca sabías quién era, ni querías pasar demasiado tiempo conmigo.

 Cuando tenías tres años, tu madre vino a hacer una sesión de fotos a Italia, y durante las dos semanas que estuvo aquí, te quedaste conmigo, a pesar de tu abuela. No dejaste de llorar y de preguntar por tu mamá. En el verano de tu quinto cumpleaños fui otra vez a España, a verte. Cuando llegué, te agarré para darte un abrazo, y una vez más tú no me conocías; empezarte a llorar y a gritar llamando a Antonella. Pensé que tal vez te estuviese creando algún tipo de trauma o miedo, y no quise volver a asustarte. Por eso dejé de ir a verte y sólo te escribía cartas o mensajes, y hasta que fuiste lo suficientemente mayor no te pedí que vinieras a verme, ni a Antonella que te trajera a aquí. Quería que tú aceptases por ti misma.<<

Lloraba descontroladamente. 

Lloraba por mi madre, porque siempre había sido infeliz y a pesar de eso siempre tenía una sonrisa para mí. Lloraba por mi padre, por lo injusta que había sido con él. Era cierto que no sabía su historia hasta ese momento, pero igual me sentía mal por haberlo rechazado durante tantos años, y lloraba por mí, porque todo lo que creía saber sobre mis padres, no era más que una gran mentira. 

Luis caminó hasta mi lado y me abrazó haciéndome llorar aún más. Él acariciaba mi cabello con cariño mientras me aseguraba que no pasaba nada, que todo estaba bien.

Cuando logré calmarme, me di cuenta de que faltaban algunas personas en el puzle y después de limpiarme los ojos, seguramente enrojecidos, le pregunté a mi padre por ellas.

—¿Qué pasó con Gina? —Su rostro se iluminó al escuchar el nombre de su esposa, sonrió y suspiró cual loco enamorado.

—La conocí hace seis años y me enamoré como un tonto de ella. Como te dije, tú madre tenía razón, me arrepentí de cada mujer con la que estuve, menos de tu madre, porque gracias a ello te tengo a ti —Me acarició la cabeza y yo sonreí—. Gina era una mujer viuda y yo un hombre divorciado que soñaba con la familia que no podía tener. Fuimos y somos perfectos el uno para el otro. Espero que con el tiempo llegues a aceptarla. Sólo dale una oportunidad y sé que podréis ser buenas amigas. —Asentí. Quería hacer lo posible por compensar todos los años que lo había rechazado, y llevarme bien con su esposa era una buena forma de empezar.

—¿Y el novio de mamá? ¿Sabes algo de él? —Mi padre que quedó callado, pensativo. Una traviesa sonrisa de medio lado se escapaba de sus labios, y aquello me resultó demasiado sospechoso.

—Sí. De hecho, trabajamos juntos.

—¿¡En serio!?

—Reapareció después de que mi ruptura con tu madre se hiciese famosa, pero el muy cobarde nunca se atrevió a ir en busca de Antonella —Dijo, levantando la voz, y mirando hacia la puerta de su despacho. Luego, agarró el álbum de fotos y buscó entre sus hojas—. Estoy seguro de que lleva todo el rato escuchando la conversación detrás de la puerta. Tiene esa manía cuando hablo con tu madre por teléfono —Me explicó riendo—, o agarra otro teléfono de la casa, loco por escuchar su voz; y en este caso, al ser contigo, estoy seguro de que también nos espía. ¿Verdad amigo? —Preguntó alzando la voz de nuevo—. De hecho, Alejandra, tú también lo conoces. Siento no haberte contado esa parte, es sólo que aún no llegamos ahí.

—¿Yo le conozco? —Pregunté desconcertada. Fuera se escuchó a un hombre reír.

Aquella risa... se me antojaba familiar, pero estaba medio ahogada por la puerta. Mi padre sonrió al encontrar la foto que buscaba y dejó el álbum abierto sobre la mesa de cristal. Me incliné para ver mejor la foto que me señalaba y enmudecí.

La puerta se abrió y yo giré la cabeza. El tiempo de detuvo abruptamente, mis ojos se abrieron de par en par, y no estoy segura de en qué momento me levanté de la silla. Esta se cayó al suelo de forma lenta y lo golpeó sin que yo pudiese escuchar sonido alguno. De pronto todas las piezas cayeron en su lugar y el mundo volvió a su ritmo normal.

El hombre de cabello rubio oscuro, que estaba aún en el umbral de la puerta, miró la silla caída, me miró a mí, sonrió y sin darle la menor importancia a mi cara de estupefacción, me saludó.

—Hola Dani.


Hello, zanahorios mios!!! Aquí estamos con un capítulo nuevo!

Qué os ha llamado la atención?? Qué creéis que oculta Antonella? Qué opinais sobre Luis? y sobre todo que os ha parecido su pasado?? Quién se esconde detrás de la puerta?? 

Dejadme vuestro voto si el capi os ha gustado, y en los comentarios vuestras impresiones!!

Muchas gracias por leerme y por todo vuestro apoyo!! Soy feliz de que cada vez seamos más Zanahorios!!

Os dejo una foto de la que sería mi perfecta Antonella:

Y esto es todo por hoy!! Nos vemos muy pronto con un capítulo nuevo y hasta entonces

Besos!!

Alma.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top