La verdad de los cuentos
ϟ ..ઇઉ..ϟ
Había pasado una noche espantosa.
Tenía demasiadas cosas en la cabeza y apenas había podido dormir.
Mi padre estaba en Londres en ese mismo momento. Ese hombre al que no recordaba haber visto jamás, ese hombre que no era para mí más que unas frases en papel. Un famoso al que todo el mundo conocía menos yo.
Por otro lado, Alessandro. No podía dejar de pensar en él durante el día, y había vuelto a soñar con él durante la noche.
Mi cuerpo temblaba cada vez que recordaba aquella foto mía que guardaba en el cajón de su escritorio. ¿Por qué me la había sacado? ¿Habría sido un accidente, un disparo fortuito? Y si así era, ¿por qué la guardaba?
Me asustaba la exactitud con la que mis sueños reproducían el color de su cabello caoba, su tono de voz, la suavidad de sus manos, el grosor de sus labios, y, sobre todo, la intensidad y calidez de su mirada color chocolate. Me asustaba el calor que se apoderaba de mi piel cada vez que él me hablaba con aquel endemoniado y atractivo acento italiano. Me asustaban las cosquillas que recorrían mi cuerpo cuando sentía su mirada. Me asustaba la forma en que mi corazón brincaba al verlo; pero, sobre todo, me asustaban aquellas extrañas mariposas electricas que sentía cuando pensaba en él.
No lograba entender por qué no quería aprovechar la mañana libre para imprimir las invitaciones del baile. ¿Qué cosa tan importante tendría que hacer para querer perderse su momento de libertad?
—¡Buenos días, señorita Daniella! —Levanté la cabeza para darme cuenta de que ya había llegado al muro de piedra que delimitaba el terreno del internado.
—¡Buenos días, Bastien! —El joven vigilante me dedicó una amable sonrisa que iluminó ojos verdes mientras abría la pequeña puerta metálica.
—Recuerda mi nombre. —Señaló cuando pasé a su lado.
—También recuerdo que íbamos a tutearnos. —Él amplió su sonrisa y pude ver que uno de sus dientes de abajo estaba ligeramente más retraído que los demás, dándole la expresión tierna de un niño pequeño. Sonreí.
—Perdóname, no todos los alumnos de este centro me permiten ese tipo de "confianzas" —Dijo marcando las comillas con sus dedos—. De hecho, casi ninguno quiere que se le trate de "tú".
—¿Y eso por qué? —Bastien sonrió con ternura.
—Porque quieren que se los trate como lo que son, como lo que sois —Puntualizó señalándome—. Señoritos y señoritas —No pude evitar poner los ojos en blanco, provocando una carcajada de Bastien—. Mira, ahí tienes el bus. Recuerda estar de vuelta a las tres, ¿de acuerdo? —Asentí y le dije adiós con la mano. Él negó algo con la cabeza mientras sonreía y se despidió de la misma forma.
El bus me dejó delante del Big Ben, y no pude evitar pararme a observarlo embelesada durante unos minutos. Era un monumento realmente hermoso.
En aquella ocasión no tenía a Alessandro para indicarme a donde ir, así que tendría que buscar una papelería por mi cuenta intentando no perderme en el intento.
—¡Enana! —Me giré y vi a Pablo, sentado sobre una bonita moto roja, con una amplia sonrisa. Traía un casco negro en una mano y uno blanco en la otra.
—¡Pablo! ¿Qué haces aquí? —El español se bajó de la moto y me dio un suave abrazo y dos besos. Reí.
—¿Dónde más ibas a estar tú hoy a estas horas? —Rio él señalando el gran reloj dorado.
—¡Recordaste que tenía permiso de salida! —Afirmé gratamente sorprendida.
—El último sábado de cada mes, ¿no? —Asentí feliz de verlo de nuevo.
—Pues aquí me tendrás cada vez que vengas. Te prometí que no volvería a desaparecer y no lo haré. —Lo abracé de nuevo.
—¡Podías haberme avisado de que venías!
—Pero así no sería una sorpresa —Dijo guiñándome un ojo—. ¿Tienes hambre? —No pude evitar reír.
—No. Acabo de tomar el desayuno. —Pablo suspiró frustrado.
—Jamás te crecerán.
—¡Pablo! —Me removí avergonzada bajo mi abrigo sintiendo como mis mejillas se coloreaban ligeramente. Mi amigo rio divertido.
—Está bien, acompáñame a por un perrito caliente a ese puesto y luego vamos a donde tú quieras.
Pablo me dejó el casco blanco para poder agarrar el perrito y mientras intentaba decidir qué salsa iba a añadir entre las mil que le ofrecían, yo lo miraba fijamente con una sonrisa de pega, obligándolo a escoger una, hasta que al final se decantó por el bote de kétchup. Lo miré con ojos desorbitados.
—¿En serio? —Él se encogió de hombros.
—Me gusta lo de siempre. —Suspiré sonoramente y ambos rompimos a reír.
—Necesito que me lleves a una papelería; tengo que imprimir las invitaciones para el baile de invierno.
—¡Cierto el baile de invierno! ¿No puedo ir?
—Sabes que no —Dije enseñándole la lengua—, es sólo para los alumnos del Michelangelo.
—¡Que forma más barata de discriminar! —Bromeó. Me pidió que me pusiera el casco y que me subiera a la moto. Me agarré a su espalda con fuerza y él rio.
—Tranquila, enana, iré despacio. ¿Ya tienes el vestido?
—No... he estado tan ocupada con los preparativos que no pensé en eso —Grité para que me escuchara por encima del casco y el ruido—. Creo que le pediré a mi madre que me mande uno.
—Tu madre tiene muy buen gusto —Aprobó él mientras parábamos ante un semáforo—. Y hablando de sus gustos, ¿has visto que tu padre está aquí? —Gritó.
—Sí, lo he visto. —Susurré seguramente sin que él me escuchara.
—No entiendo como nadie se da cuenta —Siguió diciendo él—. ¡Mira esos ojos. Son iguales!
Me giré hacia donde él señalaba y vi un enorme tablón publicitario donde aparecía una foto de mi padre junto al anuncio de la gala. Miré sus ojos azules; eran exactamente como los míos, pero no teníamos ninguna otra similitud. El semáforo se puso en verde y Pablo comenzó a avanzar dejando atrás a Luis.
—Sin su apellido...hay muchos ojos azules en el mundo, Pablo.
— Es cierto, pero... no sé, tal vez sea porque yo conozco el secreto que lo veo tan obvio.
—Puede ser.
—¡Pero míralo, y mírate! —Gritó señalándome otro enorme cartel igual al anterior—. Ese azul tan claro... esa profundidad... esa forma almendrada...
—¿Ya estás pensando en comida otra vez? —Nos hechamos a reir.
—¡Venga ya! Son sus ojos, Daniella.
—Sí, sí, ya entendí. Pero nadie más debe enterarse de eso. —Le recordé.
—Lo sé. Mejor apuremos el paso, tenéis un baile que celebrar.
Una vez tuve en la mano las ochenta invitaciones y elegí los sobres en los que las entregaríamos, salimos de la papelería y Pablo me sugirió que diésemos un paseo en moto por Londres. Ya me encontraba sentada sobre el pequeño vehículo cuando mi móvil comenzó a sonar.
—¿Si?
—Alejandra. —Mi cuerpo se congeló.
—Hola.
—Hola. —Unos incómodos segundos de silencio se instauraron entre Luis y yo. Pablo me miraba interrogante, pero en mi mente sólo había lugar para preocupación, que crecía con cada largo segundo que pasaba, hasta que finalmente, tuve el valor de hablar.
—Dijiste que no me descubrirías.
—Y no voy a hacerlo, hija. —Respiré al fin con normalidad.
—¿Entonces qué ocurre? —Pregunté más tranquila.
—Me enteré que en tres semanas celebraréis el baile de invierno. —¿El baile de invierno? ¿Qué podía interesarle a Luis de un baile de instituto?
—Sí. Así es.
—Me preguntaba... Me preguntaba si ya tienes un vestido. —Su voz sonaba tímida, apenada, como si temiese mi respuesta.
—No... No tengo uno... todavía.
—¡Oh! En ese caso, ¿querrías llevar un vestido mío? —Me revolví en la moto incómoda sin saber muy bien qué decir.
—Papá —Dije obteniendo una mirada de sorpresa por parte de mi amigo español—, no te lo tomes a mal, pero llevando un vestido de tu colección.... llamaría demasiado la atención.
—No, no, Alejandra, este vestido lo he diseñado sólo para ti, no se comercializará, por ello no tiene mi logo en ningún lado —Enmudecí. ¿Había hecho un vestido únicamente para mí? —. Es sencillo y de tu color favorito. Creo que te gustará. —¿Mi color favorito? ¿Él sabía cuál era mi color favorito?
—Emm... está bien. —Escuché extraños sonidos al otro lado de la línea, y cuando Luis volvió a hablar, su voz sonaba feliz y agitada.
—Sé que hoy tienes permiso de salida, de modo que puedo hacértelo llegar al internado o puedo pedir que te lo lleven ahora, a donde tú estés.
—Yo... —Me esforcé para que mi cerebro pensase en la mejor opción con rapidez—. Creo que es mejor que me entregue Sophia, con disimulo. —Pedí.
—Así se hará. Gracias, Alejandra. Pasa un buen día. Y...
—¿Si?
—Nos vemos pronto. —Mi corazón dio un pequeño brinco.
—Nos vemos pronto, papá. —Y colgué.
—¿Nos vemos pronto? ¿Papá? —Los ojos sorprendidos de Pablo se clavaron en los míos.
—Voy a ir una semana a Italia en vacaciones y no puedo llamarle Luis a la cara, Pablo; no sé, me parece... cruel.
—¿Vas a ir a Italia? —Preguntó aun asimilando la primera parte de mi explicación.
—Sí. Supongo que ya es hora de conocer a mi padre.
—Y a tu madrastra.
—¡No le digas así! —La palabra madrastra siempre me había resultado desagradable—. Es la mujer de mi padre, y creo que tienen un hijo.
—¿Tienes un hermanito? —Suspiré.
—Sí, algo leí en los mensajes de mi padre sobre un niño... —El español rio mientras me miraba incrédulo.
—No me puedo creer que sigas sin leer bien sus mensajes.
—Estaba enfadada. Él siempre ha sido como una sombra detrás de mi madre, metiéndose en todo, riñéndole por llevarme de viaje, insistiendo para que vaya a Italia... No me interesaba nada de lo que tuviese que decirme.
—¿Qué ha cambiado?
—No lo sé —Admití—. Él me metió en el internado y con el paso de los días descubrí que no era tan malo, que incluso me gustaba llevar una vida escolar normal, hice nuevos amigos... Echo de menos a mi madre, pero no me arrepiento de haber venido. Creo que con Italia puede ser parecido —Pablo asintió de acuerdo conmigo—, creo que si dejo pasar más tiempo...cada vez será más un extraño y tal vez ya nunca me atreva a conocerlo, y teniéndolo ahí, pudiendo mantener una buena relación con él... Hay personas que no tienen la opción que yo tengo. —Mi mente viajó hasta aquel día, en la habitación de Alessandro.
¿Qué pensaría él de mí si supiera que tengo la oportunidad de conocer a mi padre y me negaba a hacerlo? Podía sentir su mirada decepcionada sobre mí, su tristeza.
—Es un buen punto de vista. Creo que haces lo correcto, Daniella —Me animó al notar mi cambio de humor. Yo asentí agradecida—. Y ahora, ¡vamos de paseo!
Después de tres horas recorriendo y fotografiando Londres, Pablo me llevó a comer al restaurante de sus padres. Comimos en el despacho de su madre, que se encargaba de la contabilidad y el papeleo, porque no había ni una sola mesa libre en el comedor, y no era de extrañar; los platos de su padre eran realmente exquisitos. Cuando terminamos, me despedí de su padre, que me dio una bandejita con pasteles caseros, y fui en la moto del español hasta el muro del internado.
—Soy yo, Bastien. —Saludé quitándome el casco al vigilante, que miraba con desconfianza la brillante moto.
—¡Oh! ¡Menos mal! Creí que tendría que avisar a la señora Lemoine, Daniella. ¡Hace veinte minutos que pasó el bus!
—Perdona, Bastien. Mi amigo me invitó a comer y perdí la noción del tiempo. —Abrí el paquetito que contenía la bandeja y le ofrecí. Él agarró un pastel de crema y suspiró al probarlo.
—Realmente delicioso. —Sonreí y miré a Pablo que lo observaba comer orgulloso.
—Yo me voy ya, enana. Nos vemos a la vuelta de vacaciones. ¡Pero seguimos hablando! —Me puse de puntillas para darle dos besos y, tras ponerse el casco, se fue.
—Corre al Pettit antes de que Sophia de orden de busca y captura. —Rio el vigilante mientras miraba goloso los pasteles que quedaban en la bandeja. Lo insté a agarrar otro y a guardar un tercero para más tarde antes de marchar corriendo hacia mi bloque.
Entré en el comedor y me fijé en que casi todo el alumnado era masculino. Caminé extrañada hacia mi mesa donde los chicos y Ali, ya con el uniforme de gimnasia puesto, me observaban sonrientes.
Mis ojos se clavaron en los de Alessandro, que lucían alegres y brillantes a pesar de su común gesto serio. Las ya famosas mariposas mutantes, comenzaron a recorrer mi cuerpo al mismo tiempo que una ligera capa de rubor cubría mis mejillas. No pude evitar sonreír.
—Llegas tarde, rubia. —Dijo Filipp moviéndose a un lado para que yo pudiese ocupar mi lugar.
—Lo sé, es que me encontré con Pablo y me invitó a comer en el restaurante de sus padres. Os traje pasteles.
Sólo Alina se emocionó con la noticia. Pablo le parecía muy guapo y creía firmemente que teníamos algún tipo de relación, además le encantaban los dulces. Jake y Alan miraron a Filipp, no con el suficiente disimulo, esperando su reacción, pero él sólo abrió el paquete y tomó un pastel; más tranquilos, sus amigos lo imitaron. Miré a Alessandro, que miraba hacia su plato pensativo.
—Alessandro, tengo aquí las invitaciones —Él levantó la mirada y agarró serio los sobres blancos que le tendía—. Esas son las de los chicos, puedes repartirlas tú o meterlas bajo la puerta de vuestras habitaciones —Alessandro asintió secamente—. Yo... repartiré las de las chicas.
Rápidamente le di uno a Alina. Ella lo tomó emocionada y lo abrió.
—Es una invitación preciosa, amie. Será un gran baile. —Aprobó. Mientras, Alessandro entregaba sobres a Filipp, Jake y Alan.
—¿Cómo funciona el tema de las parejas este año? —Preguntó Alan logrando que la francesa se sonrojara.
—Por el método tradicional, Alan. El chico pide a la chica. —Le guiñé un ojo y él asintió mirando de reojo a Alina, que miraba a sus pies roja como un tomate.
—Alina.
—¿Oui? —Alan la miró fijamente. Casi podía ver las gotas de sudor emanando de su frente. El asiático me miró de reojo y yo asentí para infundirle fuerzas. Él respiró hondo, se dio la vuelta y se giró colocando su mejor "pose sexy" para Alina.
—¿Vienes conmigo al baile? —Mi amiga enmudeció. Estaba como ida, inconsciente; con la cara tan roja que parecía a punto de estallar, los ojos brillantes como dos linternas, y una sonrisa dibujada en sus labios. Todos la observábamos expectantes, sobre todo Alan, al que notaba al borde de un ataque de nervios—. ¿Ali?
—¡¡Oui!! ¡Oui! Iré contigo al baile. —Gritó ella de pronto llena de felicidad. Alan respiró de nuevo y sonrió también colorado.
—Mierda, ¿y yo qué hago? —Preguntó Jake—. La única mujer que me interesa está a varios kilómetros de aquí. —Lo miré con ternura. Tenía que contarle aquello a Lucía; se moriría de amor.
—Siempre puedes ir con una buena amiga. —Sugirió Alan.
—De las únicas buenas amigas que tengo, una ya está pillada —Dijo señalando Ali—, y la otra... ¿Con quién vas a ir tú, Nella?
—Pues lo cierto es que n...
—Conmigo. —Casi me ahogo en mi propia saliva.
Miré sorprendida a Alessandro. Podría jurar que la voz que había hablado era la suya, pero era imposible... ¿verdad?
—¿Contigo? —Preguntó Filipp extrañado.
—Sí. Tenemos que organizarlo todo juntos, como sabéis, y esa noche nos tocará seguir trabajando y asegurarnos de que todo salga bien. Así que, para no fallarle a nadie, lo mejor es que estemos nosotros juntos. ¿No crees? —Preguntó mirándome directamente. Su explicación tenía mucho sentido, pero yo me había quedado muda—. ¿Daniella? ¿Vamos juntos al baile?
Todo mi cuerpo vibró. Sentí como mi sangre se calentaba y recorría cada milímetro de mi cuerpo tornándolo de un vergonzoso tono rojo. La cálida mirada de Alessandro consiguió que mis piernas se convirtiesen en gelatina, y cuando vi que dibujaba para mí su tímida sonrisa, las sentí.
Mis mariposas habían completado su transformación. Sus alas eran pura energía y ya nunca volverían atrás. Ahora irradiaban una cálida corriente eléctrica a través de todo mi cuerpo.
Ya no tenía forma de negarlo.
El cuento de Filipp era real.
Gracias por estar ahí. Por vuestro apoyo y vuestro cariño!
Espero que os haya gustado este capítulo y nos vemos en el próximo!
¡Que emoción!
Un beso gigantesco
Alma.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top