Hasta pronto (+18)
El profesor Renov me observaba por encima de sus finas gafas redondas mientras que yo miraba mi boletín de notas con cierto rencor.
Tendría que estar contenta; había alcanzado un 9,3 de media, y esa era una buena puntuación para poder entrar en la escuela de diseño, pero la nota que me había puesto la Platino empañaba mi alegría.
Un nueve.
¡Un nueve! ¡A pesar de que era ruda con ella, no escondía bien mis emociones, no me importaba con el protocolo cuando este no era acorde a mis ideales y de que no había dejado de pisar a Alessandro durante nuestros bailes! En definitiva, un nueve porque sabía mi apellido.
—¿No está conforme con sus notas? —Me preguntó el viejo profesor, sacándome de mi trance.
—Sí, señor. Son... mejores de lo que esperaba.
—Pero eso es algo bueno. —Resolvió él con una pequeña sonrisa.
—Sí, así debe ser...
Le di las gracias y salí al pasillo, donde Ali saltaba de alegría abrazando a todos los que se cruzaban en su camino. Al verme, brincó hacia mí haciendo flotar aquel extraño y gracioso pelo suyo, de puntas color verde agua y raíces azul oscuro.
—¡Un 9,7 ! ¿Te lo puedes creer? —Gritaba. Salté con ella, riendo, contagiada por su entusiasmo—. ¿Cómo te fue a ti?
—9,3 . Creí que la nota de modales bajaría mi media casi hasta el 7,5, pero ¡adivina! —Dije enseñándole la hoja—. Me puso un nueve.
Alina suspiró al ver mi cara de indignación. Pasó un brazo por encima de mis hombros y me apretó con cariño.
—Olvídalo, amie. Lo que importa es que tienes una media estupenda y podrás ir a estudiar a Londres. En dos días más no tendrás que volver a verle la cara a esa mujer nunca más.
Tenía razón. No podía amargarme de ese modo y estropear el poco tiempo que me quedaba en el Michelangelo.
En aquel instante me pareció que todo había pasado demasiado deprisa. Apenas había tenido tiempo de disfrutar el hecho de asistir a clase, de estudiar rodeada de otras personas de mi edad, de tener un profesor diferente para cada asignatura, de los descansos entre clases... En dos días diría adiós a todo aquello, y aunque en septiembre comenzarían las clases en la universidad, estaba segura de que no sería lo mismo.
Mirando a mi alrededor, noté que el ambiente en general no era tan festivo como cabía de esperar. Después de todo, estas eran nuestras últimas notas de instituto, nuestros últimos momentos allí.
En el aire podía sentirse la pena, y se respiraba una silenciosa despedida.
—¿Cómo están mi bella sirenita y su dulce amiga? —Preguntó Alan, dándole un tierno beso a Ali en los labios—. Adivinen, damiselas mías, quién sacó una nota envidiable este año.
Reí mientras que Alan alzaba las cejas, una y otra vez, señalándose. Ali le arrebató la hoja de notas y rió, alzando su oscura ceja acusadora.
—Alan, ¡sólo tienes un 7,3!
—¿Sólo? —Bramó él, fingiéndose ofendido—. ¡Es mi mejor media en años!
Su novia le golpeó el pecho con cariño y yo ralenticé mi paso, para dejarles un poco de intimad mientras reía escuchando a Alan decir que para no haber abierto un libro en todo el año, su puntuación era maravillosa.
—¿Crees que seguirán juntos? —Me giré y vi a Filipp observando a la parejita con gesto preocupado—. En unos años, quiero decir... Después de que cada uno vaya a su universidad, de tanto tiempo sin poder verse más que por webcam y tal vez en vacaciones... ¿Crees que tengan alguna posibilidad de seguir?
En seguida entendí de lo que hablaba, al ver su teléfono móvil apretado con fuerza entre sus manos.
—Estarán bien, Filipp. Y Lizz y tú también. —Su rostro adoptó un adorable tono rosado que lo obligó a sonreír con pesar, agachando la cabeza.
—¿Se ha notado mucho? —Preguntó ligeramente avergonzado. Negué para aliviar su pesar, pero los dos conocíamos la verdadera respuesta.
Filipp había estado muy raro desde que Linzy había vuelto a España. Se pasaba los días en silencio, con gesto pensativo y la mirada perdida. Tal vez su preocupación fuera esa, separarse de su, al fin sí, novia.
—Me preocupa lo que pasará después del verano —Confesó. Levantó la mirada y vi que algo no iba bien—. En septiembre me voy a Estados Unidos, a Kentucky. He firmado un contrato por cinco años.
Lo observé contrariada. ¡Lo habían elegido! ¿Por qué tenía esa cara?
—Pero, Filipp, ¡eso es...!
—Muy buena noticia —Terminó en mi lugar, sin rastro de alegría en la voz—. Lo sé. Hubo varios ojeadores que me dieron sus tarjetas, pero después de pensar y hablar con mi padre, creo que los Wildcats de Kentucky son mi mejor oportunidad de tener éxito. De ahí salieron varios jugadores de la NBA.
—¿No se supone que deberías estar alegre? —El rubio suspiró y con un gesto de su cabeza me invitó a caminar con él.
—Me preocupa irme tanto tiempo —Habló con frustración—. ¡Dios! ¡En cinco años pueden pasar tantas cosas...! ¿Y si el tipo de los videojuegos insiste con Lizz hasta lograr conquistarla? ¿Y si se enamora de el de los batidos o de cualquier otro! O... ¿y si simplemente se olvida de mí?
—Filipp, lo mismo podría pasar contigo —Dije, intentando abrirle los ojos—. ¿Y si empieza a gustarte alguien de tu universidad? ¿Y si tú te olvidas de Lizz?
—Eso no va a pasar. —Me cortó.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —Lo pinché.
—Porque ella es diferente... Lizz es especial para mí. Jamás la olvidaré. —Le sonreí, feliz de ver cuánto quería a mi amiga.
—Tal vez tú seas igual de especial para ella. ¿Por qué no le cuentas la noticia y lo habláis?
Mi amigo frenó en seco. Me miró con una pequeña sonrisa en los labios, y me besó en la mejilla para luego salir corriendo hacia los jardines.
Los echaría de menos, a todos ellos.
Mis amigos tenían que seguir sus respectivos caminos, y yo seguiría el mío. Todos íbamos a lugares diferentes. Filipp a Kentucky, a luchar por convertirse en jugador de baloncesto profesional. Alina volvería a Francia a estudiar periodismo deportivo. Alan volvía a Estados Unidos a estudiar interpretación; algún día lo veríamos pasear por la alfombra roja de Hollywood. Y Jake seguiría con sus estudios de baile en Madrid; su familia no estaba nada feliz con su decisión pero el castaño se mantenía firme.
Cada uno había elegido una dirección diferente, sin embargo, tenía la esperanza de que una y otra, y otra vez, nuestros caminos se cruzaran reuniéndonos de nuevo.
Por lo pronto, teníamos todo un verano por delante, y habíamos decidido pasar gran parte de él juntos en la bella Italia, en mi nuevo hogar.
Después de una comida pausada y amistosa, en la que todo en mundo parecía intentar capturar hasta el mínimo segundo, Alessandro y yo fuimos al gimnasio para terminar con la preparación de la decoración para la fiesta de fin de curso. Axel ya estaba allí, esperándonos con una docena de cajas de guirnaldas, con los brazos en jarras, y expresión crítica.
Alessandro lo saludó entre risas, yo ligeramente avergonzada. Aún no olvidaba la pena que me había dado verlo llegar con una enorme manguera hasta la papelera donde Alessandro había quemado las fotos. Su expresión había sido de incredulidad al ver la minúscula columna de humo que quedaba saliendo de la papelera.
—¿¡Para esto me hacéis salir de clase!? ¿¡Vosotros sabéis lo que he tenido que correr!? ¿El esfuerzo que he hecho? ¡Que estoy recién operado, hombre!
—En las piernas no te pasó nada. —Rió Alessandro.
—¡Pero la manguera la traigo en las manos! —Se quejó el profesor—. ¡Los dos a clase, ahora mismo!
Se giró a mirar la papelera, que lucía un color negruzco por la parte superior
—Vandalismo... —Resopló—. Aficionados...
¡Quién sabría la clase de travesuras que Axel había hecho de joven! Tal vez, incluso acompañado por mi padre... Fuera como fuera, él no dijo nada más al respecto.
—Estaba deseando hablar con vosotros, chicos —Dijo, clavando sus ojos azules en los carteles que anunciaban el nombre del grupo que tocaría en la fiesta—. ¿Qué os parecen los carteles?
—Son geniales. —Admití.
—¿Estáis seguros de que los... Red Dragons... son una buena elección? —Preguntó Alessandro mirándome con una ceja en alto, ya que él no conocía de nada al joven grupo—. ¿Está la directora de acuerdo con traer a un grupo de rock? Supongo que ella espera un baile de etiqueta.
—¡Oh! ¡Vamos, Alessandro! ¡Pensé que te gustaba hacer cosas arriesgadas! Enfrentar criminales, quemar papeleras, traer a un grupo de rock al baile de fin de curso... —Alessandro rodó los ojos y nos miró con duda.
—Son muy buenos —Le aseguré—. Además tocan un rock muy suave. Su aspecto impresiona más que la dureza de sus canciones.
No había dudado ni un segundo a la hora de buscar el grupo en Facebook y ponerme en contacto con Dave. Había escuchado su música, música que levantaba el ánimo, que te provocaba reír y saltar, que te llenaba de energía, y eso era lo que hacía falta en nuestro último baile de instituto.
—Muy bien. Pero si la directora nos dice algo culparemos a Axel.
—¡Todos de acuerdo entonces! —Rió el profesor—. ¿Qué queda por hacer?
—Sólo acabar el decorado.
—Perfecto. En ese caso, ¡a trabajar!
Pasamos la tarde entre telas, guirnaldas, purpurina y luces de colores. Como Alessandro se veía aún obligado a utilizar las muletas, yo era la encargada de encaramarme en lo alto de la escalera y colgar los adornos del techo bajo la atenta y pervertida mirada.
—Alessandro, ¿puedes dejar de mirar bajo mi falda? —Dije aún con los ojos fijos en la chincheta que aseguraba una de las guirnaldas azules al techo, forrado de corcho.
—No lo estoy haciendo —Rió él.
Le lancé una mirada de advertencia y agarré otra guirnalda para colocarla a continuación de la anterior. Estábamos solos en el salón de actos, y a pesar de que era un espacio considerablemente amplio, sentir la respiración de Alessandro en mi pantorrilla lograba que todas las paredes se estrecharan, haciéndome sentir un calor tórrido.
El olor a barniz de las butacas recién pintadas me mareaba, pero no tanto como la mirada penetrante de mi novio, que otra vez sentía sobre mí.
Giré la cabeza y lo miré alzando ambas cejas.
—¿Qué estás haciéndo?
—Contar zanahorias. —Se burló.
Con las mejillas a punto de estallar, metí la falda entre las piernas, ocultando mis bragas blancas plagadas de pequeñas hortalizas, haciéndole reír.
—De acuerdo—Admitió—, te miraba; pero no es mi culpa que te subas ahí para provocarme.
—¿Crees que lo hago a propósito? —Pregunté avergonzada. Él asintió, observándome con ojos chispeantes—. ¡Subo aquí para poner adornos, no para provocarte!
Él sonrió, de forma cálida y pícara, como a mí tanto me gustaba.
—En ese caso, puedes seguir colocando adornos. —Me guiñó un ojo y mi corazón saltó con fuerza.
¿Quería jugar? ¡Pues yo también lo haría!
Bajé a por otra tira de adorno, desplacé la escalera un par de metros y me subí a ella de nuevo, contoneando mis caderas de forma lenta y sexy, al menos eso esperaba. Coloqué la guirnalda en su posición y miré a Alessandro de reojo. Él miraba mi trasero, mordiéndose el labio inferior y con las mejillas sonrosadas.
Evitando reír, me estiré para colocar el otro extremo de la tira, balanceando mi cuerpo frente a su cara.
—Daniella... —Habló con voz ronca.
Me giré hacia él intentando mantener mi contoneo, pero en un alarde de torpeza, me enredé con mis propios pies, y me precipité hacia el suelo.
Su cara de horror fue lo último que vi antes de cerrar los ojos.
Mi corazón latía a mil cuando me encontré rodeada por sus brazos. Busqué con cautela sus ojos, y los encontré llenos de miedo al principio, pero, tras un leve suspiro, pasaron a estar divertidos.
—Intentas matarme de un infarto. —Dijo, mirándome a los ojos con una intensidad abrumadora.
—En realidad sólo intentaba...
—¿Tentarme? —Me cortó derritiéndome—. La próxima vez que quieras enseñarme ese bonito movimiento de cadera procura estar con los pies en el suelo. ¿De acuerdo?
Asentí avergonzada, provocando una pequeña sonrisa de alivio en su rostro. Si me hubiera hecho alguna herida, si hubiera sangrado... tal vez Alessandro entrase en shock o se desmayase como cuando Gina se había cortado. Menos mal que me había alcanzado a tiempo.
Me acerqué a sus labios y lo besé con calma, demostrándole que estaba bien. El dejó mis pies en el piso y se inclinó hacia mí para poder corresponderme de forma suave. Sin embargo a medida que los segundos pasaban y nuestras lenguas jugaban y exploraban, nuestra respiración se aceleraba, y nuestros labios pedían más. Siempre más.
Su olor me nublaba la mente, sus labios humedos me llevaban a un peligroso terreno del que, últimamente, me costaba mucho salir. Él aún tenía las piernas mal, ¡no debía olvidarlo!
Alessandro me atrajo hacia él con fuerza, apoderándose de mi boca como sólo él sabía hacer. Mi cuerpo ardía, consumido por el calor de su piel. Sus manos inquietas exploraban mi espalda, mi cadera, mi abdomen... Incapaz de contenerme, lo imité y metí las manos debajo de su camiseta, recorriendo su pecho con las yemas de los dedos.
Sentí un dulce escalofrío cuando su mano comenzó un tortuoso camino ascendente, y no pude evitar jadear en anticipación. Ya estaba perdida.
Su mano rozó mi pecho derecho y yo hinqué mis dientes en su grueso labio inferior. Alessandro abrió los ojos con sorpresa y me dedicó una sonrisa arrebatadora antes de que me estrechara aún más contra su cuerpo, besándome hasta quedar sin aire.
—Daniella... —Ronrroneó cuando me incliné a besar su cuello—. Estamos en un lugar público...
Lo callé con un profundo beso.
Su voz me encendía. Era consciente del lugar en el que estábamos, pero me sentía poseída, mareada... No sabía si era por nuestros juegos nocturnos, por el mero hecho de saber que no podíamos o por culpa del fuerte olor a barniz.
—Si no paramos ahora no sé si...
—Chicos. ¿Cómo... —Ambos nos giramos hacia la puerta y vimos el rostro de Axel asomándose desde el pasillo— ...vais?
Nos miró tratando de ocultar su evidente diversión.
—Pensé que ya habíamos hablado de esto —Dijo con el tomo más serio que era capaz de poner—. Tiene.Que.Haber.Distancia.Entre.Vuestros.Cuerpos —Hizo énfasis en cada palabra, acompañándolas de su dedo índice—. ¡Por ahí no pasa ni el aire! —Señaló—. ¿Queréis que Luis me mate? ¡Separaos!
—¿Y si te das la vuelta y finges que no has visto nada? —Le propuso Alessandro.
—Eso haré tan pronto como permitas que entre oxígeno entre vosotros —De mala gana, Alessandro se agachó a por sus muletas y se alejó un paso de mí—. Mucho mejor. Ahora me iré, y olvidaré los últimos dos minutos de mi vida, pero dejaré esta puerta abierta... para que el oxígeno siga entrando. —Dijo divertido.
Alessandro gruñó y yo agaché la cabeza avergonzada.
—Hey, chicos... ¡Ya sabéis que esto no es cosa mía! Yo he tenido vuestra edad y sé que el cuerpo pide... Bueno, aún ahora pide...
—¡Lárgate ya, viejo verde!
—¡No soy viejo! —Gritó él desapareciendo de nuestra vista—. ¡Acabad pronto!
Miré a Alessandro de reojo y vi que apretaba el puente de la nariz con desesperación. Sus mejillas tenían un delicioso tono rosado y sus ojos brillaban de forma hipnótica. Él levantó la vista y me sonrió.
—Eres demasiado tentadora.
—Lo siento. —Dije, avergonzada por haber sido pillados en una situación comprometida, otra vez, por mi culpa.
Él rió y se acercó a mí, sin abandonar mis ojos, haciéndo saltar toda la electricidad que había entre nosotros.
—No lo sientas.
—Espero que te cures pronto. —Sentí un profundo calor invadiendo mi rostro, y la cara de sorpresa y regocijo de Alessandro no ayudaban mucho con mi vergüenza.
¡No podía creer que hubiera dicho eso!
Alessandro me regaló una sonrisa traviesa, para luego inclinarse hacia mí y susurrar en mi oído:
—Yo también lo espero.
Al día siguiente me sentía realmente exhausta; ¡dormir al lado de mi novio nunca había sido tan duro! Tenía ojeras y dolor en cada uno de mis músculos por el terrible esfuerzo que había hecho para no moverme en toda la noche y lanzarme sobre él. Había sido especialmente difícil conciliar el sueño después de nuestros besos y caricias, que se hacían más íntimos y tórridos con el pasar de los días.
"¡Malditas hormonas adolescentes!"
Alina se esforzaba por mejorar mi aspecto con una buena capa de maquillaje. Sólo faltaban tres horas para la fiesta y las dos estábamos envueltas en nuestro albornoz, esperando a peinarnos y maquillarnos para ponernos los bonitos vestidos que mi padre nos había mandado.
Ali había comenzado a gritar como loca cuando había visto el suyo, compuesto por un ceñido corsé de cuero negro y una pomposa falda de tul del mismo color; acompañado por la bonita cadena de plata que mi amiga pensaba ponerse, tendría un aspecto de lo más "rocker".
El mío en cambio era de color burdeos, tenía un favorecedor escote en pico, era ceñido y me llegaba una palma por encima de la rodilla. En la parte de atrás tenía una abertura de un palmo de larga y el toque rockero se lo daban la cazadora negra, que seguramente no tardaría en quitarme, y unos fantásticos pendientes con forma de calavera que me habían dejado impresionada.
Dos toques en la puerta nos alertaron. ¿Ya era hora de bajar?
Corrí a abrir, y suspiré aliviada al ver que era Sophia.
—Daniella, hay alguien que quiere verte. —Dijo la preceptora con una sonrisa mal escondida.
Se apartó a un lado y mi madre apareció en su lugar, frente a mí.
—¡Mamá! ¡Has podido venir! —La abracé con fuerza mientras que ella le daba las gracias a Sophia por ayudarla a darme la sorpresa.
—No podía perderme tu último baile, cariño. ¡Hola, Alina! ¡Me encanta tu pelo! ¡Quedará genial en las fotos! —Rodé los ojos divertida.
—Axel estaba desesperado por si tenía que hacer de fotógrafo —Le conté—. ¿Lo has visto ya?
El semblante de mi madre mutó de repente, y una profunda arruga de preocupación apareció entre sus cejas.
—Mamá, ¿qué ocurre? —Ella me miró con los ojos aguados, encendiendo todas mis alarmas, y también las de Ali, que saltó de la cama y se colocó enseguida a mi lado—. ¡Mamá! —La apuré, nerviosa.
—Yo... no sé cómo decírselo —Murmuró, dejándose caer pesadamente sobre mi baúl, con una mano en la frente y la otra inerte sobre su regazo—. Dios mío...
—Mamá, me estás asustando. ¿Estás bien? —Ella asintió débilmente.
—Daniella... Yo...
¡Sus pausas me estaban matando! ¿Estaba enferma? ¿Qué le sucedía?
—¡Mon Dieu! ¡Hable, señora González! —La cara de horror de mi madre fue mayor que su tristeza.
—¿¡Señora!? —Chilló de forma cómica. Ali me miró asustada.
—¿He dicho algo malo?
—¿Tan vieja parezco? —Seguía mi madre—. ¿¡Cómo voy a tener un niño si ya parezco una vieja!?
¡Un momento! ¿¡Qué!?
Mi madre se tapó la boca, dándose cuenta de lo que acababa de decir, y me miró preocupada.
—Mamá... ¿Tú...? —Miré sin poder evitarlo a su tripa. No había evidencia alguna de que un bebé estuviera creciendo ahí, y si embargo ella se acarició de forma temerosa, y asintió —. ¿Estás embarazada?
—Ajá. —Repitió.
—¡Mamá, estás embarazada! —Grité llena de felicidad. Corrí junto a ella y la abracé con cuidado de no aplastarla.
—¡Felicidades señ...! —Le lancé a Ali una mirada de advertencia y ella se mordió la lengua—... ¡Antonella!
—¿Aún no se lo has dicho a Axel? —Mi madre negó, apenada—. ¿Por qué?
—No sé si Axel quiera ser padre... Nosotros... Volvemos a estar juntos desde hace sólo unos meses y... ¡Dios mío!... ¡Nunca contemplamos esta posibilidad! —Se notaba realmente agobiada con aquello, pero yo estaba segura de que Axel se pondría muy feliz con la noticia.
¡Él amaba a mi madre! La quería desde la universidad y la había seguido queriendo aún después, cuando se separaron. ¿Cómo no iba a adorar a un pequeño que era fruto de ese amor?
La idea me hizo pensar en mi propio nacimiento y compararlo con el de mi futuro hermano. ¡Sería todo tan diferente para él, o ella! Sus padres sí estaban enamorados, sí que crecería al lado de los dos, compartiendo sus miedos y sueños con ambos. Y además me tendría a mí. Los dos habíamos surgido sin meditación previa. Éramos una sorpresa, un regalo. Como tal me habían tratado a mí siempre, y como tal lo trataría yo a él, o ella, siempre.
—Tal vez deba irme y... tenerlo sola... Sin presionar a Axel a una vida que tal vez no quiera...
¿¡Qué!?
Sentí un fuerte dolor en el pecho. ¡Mi hermano no podía crecer sin su padre! ¡No cuando estaba segura de que él lo amaría con todas sus fuerzas! ¡No cuando mi madre y él sí se querían de verdad! ¿Y luego qué? ¿Tendría que resignarse a conocer a su padre cuando Axel se enterase por casualidad de su existencia? No.
El miedo al rechazo estaba nublando la mente de mi madre, y no podía permitir que la cegara por completo.
—No, mamá. Tienes que decírselo —Le ordené con tono serio y los ojos llenos de lágrimas—. Axel tiene derecho a saberlo. ¡Mi hermano tiene derecho a tener un padre!
Mi madre me miró con un profundo horror tatuado en su mirada. Se levantó y me abrazó con fuerza, pidiéndome perdón y diciéndome que tenía razón. Cuando dejamos de llorar y nos separamos, comprobé que Ali había entrado en el baño, para darnos intimidad.
—Se lo diré. —Me prometió limpiándose las lágrimas de sus mejillas rosadas.
—Y él se pondrá muy feliz, mamá. Tanto cómo yo lo estoy. —Ella me dedicó una pequeña sonrisa.
—¿Te alegra la idea de detener una hermana?
—¿Hermana? —Pregunté curiosa—. ¿Ya sabes el sexo del bebé? —Ella negó.
—Es demasiado pronto, pero pensé que a ti te gustaría más si fuera una niña.
—Lo mimaré y cuidaré más que nadie, sea niño o niña —La abracé de nuevo—. Ahora ve a buscar a Axel y díselo.
Ella asintió, no muy segura. Me besó en la frente y salió de la habitación.
Yo golpeé la puerta del baño dos veces para que Ali supiera que ya podía salir.
—¿Todo bien? —Asentí contenta.
—¡Voy a tener un hermano! —Ali saltó conmigo, contenta por mí y por mi madre—. Axel se alegrará mucho. Estoy segura.
—¡Évidemment! ¡Va a ser papá!
Entre risas, imaginando las caras que el profesor podría poner al enterarse, terminamos de maquillarnos y comenzamos con el peinado.
—Estoy nerviosa. —Me confesó Alina, terminando de echar laca en mi espeso cabello, en un nulo esfuerzo para que mantuviese algo de volumen.
—¿Por el baile?
—No. Es que ya hemos terminado el curso y cuando termine el verano Alan se irá a Estados Unidos... —La miré con dulzura.
¿Tenía ella los mismos miedos que Filipp?
—Por suerte, Alan y tú sois una pareja fuerte. Os irá bien. —Le aseguré.
—Lo sé. No es sólo eso... ¡Es que todos os vais, Nella!... Estaré yo sola en Francia...Os extrañaré cada día —Dijo, marcando su hermoso ronroneo francés —. Septiembre será un triste aur revoir.
La abracé con fuerza, asegurándole que yo también la extrañaría, los echaría a todos en falta, pero volveríamos a vernos después del verano. Nuestros caminos volverían a cruzarse, estaba segura de ello.
—Septiembre no será un adiós, Ali. Será un hasta pronto.
Manteniendo esa promesa en nuestra mente, terminamos de arreglarnos, nos vestimos y bajamos juntas a la sala común donde Alessandro y Alan nos esperaban impacientes.
Alessandro estaba irresistible. El pelo largo y desordenado, junto con esos pantalones vaqueros negros y su camiseta blanca y pegada, de manga corta, le daban un aspecto peligroso, casi felino y realmente atrayente. Mi colgante brillaba con fuerza sobre su pecho, enviándome oleadas de electricidad. El look rockero iba a la perfección con él.
El semblante del asiático se iluminó como un farolillo al ver lo espléndida que su novia lucía aquella noche. El vestido negro, en contraste con su piel clara, hacía destacar el color de su alocada melena, que caía en una cascada de ondas por sus hombros desnudos, haciéndola parecer una verdadera sirena fuera del agua.
—Ma sirène. —La invitó Alan, en un perfectísimo francés, tendiendo un brazo hacia ella.
Ali me sonrió y fue con él.
—Estás preciosa, Daniella —Dijo Alessandro, acercándose a besarme en la comisura de los labios. Lo miré extrañada por aquel gesto y él me sonrió—. Sería una pena arruinar esos labios color ciruela... por el momento.
Me guiñó un ojo, logrando que mis mejillas entrasen en calor.
—Pero tal vez más tarde no importe. —Me susurró, acercándose peligrosamente a mi cuello, y erizando todas mis terminaciones nerviosas.
Olía como siempre a avellana, dulce y enloquecedora. Su cuerpo irradiaba un calor demasiado tentador, y no debíamos perder el control antes de haber ido a nuestro último baile de instituto. Tal vez después...
—Vamos. Tengo que presentarte a los Red Dragons. —Lo apuré, haciéndole reír.
Fuera, la noche estaba perfecta. Las estrellas brillaban en un cielo oscuro, totalmente despejado, y la luna creciente nos sonreía desde lo alto. El camino hasta el gimnasio estaba iluminado por bombillas y antorchas, y en la entrada, mi madre se encontraba preparada para hacer algunas fotos.
A su lado, Axel miraba embobado como revisaba las cámaras de fotos y las luces, y no pude evitar preguntarme si mi madre le habría contado ya que iba a ser padre.
¡Por todos los Dioses! ¡Iba a tener un hermano!... ¡O hermana, claro!
Me mordí el labio con fuerza para no correr a abrazar a mi madre de nuevo. ¡Estaba tan feliz por ellos, por mí, y sobre todo por ese chiquitín que crecía en el vientre de mi madre! Mi hermano o hermana, iba a ser muy feliz cuando viniera al mundo, y si alguna vez esa felicidad tambaleaba, yo me aseguraría de volver a ponerla en su camino.
—¡Cariño, estás preciosa! —Dijo mi madre cuando nos vio—. ¡Y tú también, Alessandro!
—¿Alessandro? ¡Pero si está como siempre! ¿No podrías haberte peinado? —Se burló Axel.
—Lo mismo digo, viejo. —Axel le sonrió complacido.
A pesar de que parecía que fueran como perro y gato, ambos se querían y respetaban. Se consideraban más que amigos, eran familia.
—¿Una foto?
Alessandro y yo nos colocamos delante del bonito fondo, que esta vez sí habíamos comprado para no tener que estar pendientes de hacerlo en época de exámenes, y mi madre se tomó su tiempo para estudiar ángulos y luces, y fotografiarnos de todas las formas posibles, ante la atenta y fascinada mirada de Axel.
—Perfectos. —Miré a mi madre, preguntándole con la mirada si se lo había contado ya, pero ella alzó las cejas, dándome a entender que no se había atrevido.
Rodé los ojos exasperada. ¿En verdad creía que a Axel no le iba a emocionar la noticia?
Vi como ella miraba ceñuda la enorme lámpara de pie que iluminaba el fondo, y no contenta con su colocación, se disponía a levantarla.
Muy bien, si ella no se atrevía a decírselo, yo le echaría una mano.
—¡Cuidado, mamá! ¡No deberías levantar peso en tu estado! —Mi madre soltó la lámpara de golpe, y esta se balanceó hasta las manos de Axel, que con el ceño fruncido la puso en pie y miró a mi madre totalmente descolocado.
—¿Estado?
Mi madre seguía con los ojos fijos en la nada, si atreverse seguramente ni a respirar. Alessandro me interrogó con la mirada y yo le señalé la tripa, haciéndole entender.
—¿¡Es enserio!? —Dijo con voz alegre—. ¡Felicidades, Axel! ¡No sabía nada!
Alessandro abrazó al profesor y le dio dos fuertes golpes en la espalda, pero él sólo miraba a mi madre con la boca abierta y los ojos desorbitados.
—¿Felicidades? —Dijo confuso—. Antonella, tú... Nosotros... —Me miró sin saber si el hilo de sus pensamientos iban en buena dirección, y yo, con una enorme sonrisa, asentí—. ¿¡Estás embarazada!? —Preguntó girándose hacia mi madre, con una sonrisa flotando en sus labios y los ojos cargados de un brillo que nunca antes había visto en él.
Mi madre le daba la espalda, y seguía sin decir nada. Tenía en tensión hasta el último de sus músculos y se estaba perdiendo la gran reacción que Axel tenía ante la noticia.
—Antonella. —La llamó el profesor con una voz increíblemente dulce.
Mi madre se encogió cuando él agarró su brazo y la giró para que lo mirara.
—¿Vamos a tener un bebé?
¡Vamos, mamá! ¡Míralo! —Grité en mi mente, tratando de hacerle llegar el mensaje telepáticamente.
Al fin, levantó la cabeza y pude ver dos gotas precipitándose a través de sus mejillas.
—Sí. —El rostro de Axel se iluminó con una enorme sonrisa.
Agarró a mi madre y la abrazó, besó y cargó en brazos, hasta que ella también rompió a reír.
Alessandro me abrazó con fuerza, y limpió la pequeña gota que había logrado llegar hasta mi mandíbula.
—¡Voy a ser padre! —Repetía Axel entre beso y beso—. ¡Dios mío! ¿Por qué no me lo dijiste antes?
—No... No sabía si tú querrías esto...Es tan repentino...—Le confesó mi madre. La expresión de Axel se puso seria.
—Antonella, no se me ocurre un mejor regalo de la vida.
Con disimulo, empujé a Alessandro hacia la entrada, para dejarles a los futuros padres un poco de intimidad. Entramos en el gimnasio y revisamos la decoración y las luces. Sólo faltaba media hora para que los alumnos empezasen a entrar, y por suerte, la banda ya estaba montando su equipo en el escenario.
Busqué a Dave entre los músicos, pero no veía su cabello largo y negro por ningún sitio.
—¡Daniella! —Me giré y lo vi viniendo hacia nosotros, con un estuche de guitarra colgando en la espalda. Se había cortado el pelo, y aunque su flequillo aún podía alcanzar sus ojos, sus hombros y su cuello habían quedado desnudos—. ¡Me alegro de verte! Muchas gracias por llamarnos.
Me dio dos besos ante la atenta y penetrante mirada de Alessandro.
—Dave, ¡menudo corte! —Dije, saludándolo—. Te presento a Alessandro.
—Encantado, tío —Lo saludó el chico, estrechándole la mano—. ¿Eres el novio? —Alessandro asintió—. Un tío con suerte. Daniella sabe apreciar la buena música.
Le sonreí y le dije cuándo deberían empezar a tocar, cuando descansarían y cuando tenían que parar. Le entregué el sobre con su paga, que había salido como siempre de la generosa aportación de todos los padres, y él lo guardó en la funda de la guitarra, complacido.
—Esta es la segunda vez que cobramos, pero no lo digáis por ahí o creerán que no somos profesionales.
Los Red Dragons se colocaron en el escenario y comenzaron a hacer las comprobaciones de sonido. Por suerte todo funcionaba correctamente, y poco después pudieron comenzar a tocar melodías instrumentales para ir creando algo de ambiente.
Las primeras parejas no tardaron en aparecer, y poco a poco, el gimnasio se fue llenando. Vi con asombro cómo Susan entraba seguida de Andrew, un chico realmente baboso y falto de luces, que miraba descaradamente el pronunciado escote de la pelirroja.
Ella estaba impresionante con aquel pomposo vestido color crema, y el apretado corsé marrón oscuro, que marcaba su fina cadera y acentuaba sus atributos femeninos. Sus ojos estaban enmarcados en un negro profundo como la noche, y su cabello rebelde y desordenadamente peinado para darle un aspecto desenfadado.
Al ver la cara de atolondrado de Andrew, que seguía mirando sus pechos, Susan lo golpeó en el pecho y le ordenó que se alejara de ella.
—Vaya, tiene carácter —Me sobresalté al escuchar la voz de Dave tan cercana—. ¿Quién es la pirata pelirroja?
—Oh... Es una mujer bastante... tediosa —Dijo Alessandro, buscándo la mejor forma de describirla.
—¿Un reto? Me gusta. —Habló Dave, seguro de sí mismo.
—Se llama Susan. —Le dije riendo.
—¿Quién nombró al demonio? —Rió Jake viniendo hacia nosotros con el rubio.
Dado que la gemelas no podían asistir al baile, él y Filipp habían decidido ir juntos.
—¿Tan mala es? —Preguntó Dave, con un brillo aventurero en los ojos.
—Peor —Le aseguró Filipp—. ¿Te gusta?
—Parece... interesante.
La pelirroja observaba el gimnasio con gesto aburrido mientras que Brittany parloteaba sin control.
—Si tú lo dices... —Rió Jake.
—Chicos, este es Dave, cantante y guitarrista de los Red Dragons —Lo presenté—. Ellos son Jake, Filipp, y los de pelo azul que vienen ahí son Alan y Alina.
—Dave. —Se presentó él cuando la parejita llegó a nuestro lado.
—¡Al chaval le gusta Susan! —Se mofó Jake.
—¡Buena suerte! —Le deseó Alan—. Aunque hay que reconocer que hoy está muy guapa.
—Ohh, ¿en serio?
—Pero jamás logrará alcanzar tu belleza, sirenita. —Se apresuró a decir el asiático, haciéndonos reír a todos.
Dave se despidió para dar comienzo al concierto y justo entonces una avergonzada y guapísima Stella apareció junto a nosotros de la mano de Will.
—Hola, chicos —Dijo con un tierno tono bajo.
Ella estaba impresionante, como siempre. Tenía un vestido negro completamente de encaje que hacía maravillas con su bonita figura, su cabello estaba despuntado y alocado dándole ese toque rebelde que le faltaba. Era una modelo perfecta, sencillamente perfecta. Will, también estaba muy guapo con aquellos vaqueros desgastados y una camisa negra con los tres primeros botones abiertos.
—Hemos estado con tu madre —Me informó él sonriendo—. ¡A Stella casi le da algo al verla!
Le sonreí a la morena, que escondía el rostro para que no viésemos sus mejillas rojizas.
—Seguro que mi madre le hizo una buena sesión de fotos.
—¡Bromeas! ¡Enloqueció con Stella! ¡No nos dejaba entrar al gimnasio! Claro que... mi acompañante tampoco tenía mucho interés en dejarla.
—Yo... o sea... Ella es una fotografa maravillosa... y, bueno... —La abracé orgullosa por la veneración que mostraba por mi madre y su trabajo.
La música terminó con un estruendoso solo de batería, y la voz grave de Dave resonó en todo el gimnasio, llamando la atención de los presentes.
—Hola a todos, y buenas noches. Es un placer para mí y los Red Dragons que nos hayáis invitado a formar parte de esta noche. Esperamos que todos estéis dispuestos a bailar y a dejaros el alma en esta última fiesta de instituto. ¡Vamos a darlo todo! —La gente rompió a gritar y aplaudir—. He visto entre el público a una pirata pelirroja, peligrosa y atractiva, y quiero dedicarle a ella mi primera canción. ¡Música!
Todos los ojos voltearon hacia Susan, que con el cuello bien erguido, miraba el escenario con una falsa cara de indiferencia.
—Le dio la excusa perfecta para que se crea la reina del mundo. —Gritó Jake por encima de la música. Yo encogí los hombros divertida.
Si a Dave le gustaba, Susan podría disfrutar de una noche de atenciones y canciones dedicadas, sólo para ella. Además, se notaba, a pesar de su cara estudiadamente colocada para no mostrar expresión alguna, que el atrevido cantante le causaba mucha curiosidad.
Las horas avanzaban con rapidez. Cuatro horas después de que la fiesta comenzara, los Red Dragons se disponían a tocar su última canción.
—¡Hemos llegado al final! —Habló Dave con la voz cargada de euforia por su último tema—. ¡Esperamos que hayáis disfrutado con nosotros! Esta última canción la cantará mi colega Set. Yo tengo una cita con el peligro.
Dicho esto, saltó del escenario y caminó por el gimnasio mientras que los primeros acordes de la canción comenzaban a sonar, y la grave voz de Set rasgaba sus notas.
Miré asombrada cómo Dave se situaba frente a Susan y le tendía una mano, invitándola a bailar.
—¿El rock se puede bailar agarrado? —Preguntó Alessandro en mi oreja.
—Tal vez...—Grité por encima de la música—. Todo depende de las ganas que tengas de pegarte a la otra persona.
Alessandro sonrió y me estrechó contra él con fuerza. Riendo, me agarré a su cuello y comencé a moverme al ritmo de la música, sin separarme un milímetro de su cuerpo.
Él no bailaba demasiado, sólo movía la cadera y la cabeza sabiendo que, la señora Pots, le había ordenado y repetido hasta la saciedad que no presumiese de sus dotes como bailarín, ya que podría ser perjudicial para sus rodillas, de modo que yo había bailado durante toda la noche con y para él, sin detenerme un sólo segundo salvo en aquel instante, cuando vi su cara de sorpresa y me giré para ver que Susan había aceptado la invitación de Dave.
—¡A ese tío le gusta jugar con fuego! —Rió Jake.
—Mientras que no se queme... —Le contestó Will.
A mí poco me importaba ya. Alessandro acariciaba mis caderas de forma disimulada, y gracias de mi apretado vestido, sentía como si tocase directamente sobre mi encendida piel. Sus ojos, calientes y profundos como volcanes, se clavaron en los míos, derritiéndome por completo.
No supe en qué momento se había inclinado a besarme, pero su lengua traviesa luchaba con la mía en un desesperado intento por apoderarse del otro y yo no quería que parase jamás.
Lo quería a él, lo deseaba y anhelaba, y él me quería a mí. No había lugar a dudas, lo notaba en sus interminables besos, en sus manos que parecían nunca tocar suficiente de mí, en sus ojos que me observaban con fervor, en su piel que ardía al contacto con la mía...
—¿Quieres que nos vayamos? —Me preguntó al oído.
Lo miré confusa. ¿Quería irse?
Él me dedicó una caliente mirada cargada de amor y un brillo que encendió todas mis terminaciones nerviosas. ¡Nos largábamos!
Me coloqué delante de él para abrirle paso entre los cuerpos sudados de nuestros compañeros hasta la puerta.
—Podrán terminar la fiesta sin nosotros. —Me aseguró.
—¿Te sientes mal? —Pregunté, intentando indagar si mi pensamiento iba o no por mal camino. Él negó y mi pulso comenzó a acerarse.
—Mejor que nunca.
Caminamos hasta el Pettit con cierta dificultad, ya que entre muletas, sonrisas y miradas, nuestros besos se hacían cada vez más largos e intensos. En mi estómago, mis mariposas tenían una fiesta particular, cargada de expectativas, pasión y cierto nerviosismo.
La directora había decidido no asistir a la fiesta, sabiendo que, finalmente, la banda de rock sí tocaría para nosotros. No le había molestado en exceso nuestra decisión, ya que era nuestro último baile de instituto, pero ella había preferido mantenerse alejada de la ruidosa batería y las duras guitarras eléctricas. Sin ella allí para vigilar, no teníamos por qué tener problemas.
Seguí a Alessandro hasta la planta de los chicos, y, sabiendo que aún no había nadie en el edificio, recorrimos sin miedo el pasillo hasta la puerta de su habitación. Cuando esta se cerró a mi espalda, la electricidad comenzó a zumbar a mi alrededor, haciéndome más consciente de lo que ocurría.
¿O todo aquello eran puras imaginaciones mías?
Tenía que saberlo.
—¿Por qué estamos aquí? —Pregunté nerviosa, viendo cómo Alessandro dejaba las muletas en una esquina de la habitación y se giraba hacia mí, permitiéndome apreciar el brillo de su mirada.
La única luz que nos llegaba era la de la farola, que se colaba a través del balcón; yo no me había atrevido a encender la de su habitación, y él no lo había hecho tampoco.
A contraluz, podía apreciar la forma de los músculos de sus brazos, su cuello ancho y sus pómulos prominentes. Era hermoso. Mientras me miraba, su respiración se hacía más pesada, con el pasar de los segundos, exactamente igual que la mía.
—Quería estar contigo... —Dijo con una sensual voz grave que me estremeció de arriba a abajo.
Estar... Yo también quería "estar" con él. Lo deseaba con una fuerza vergonzosa y abrumadora.
Con ojos felinos se acercó a mí y me acarició las mejillas. Su pulgar recorrió con calma mi labio inferior, para luego descender con suavidad por mi cuello, hasta posar su mano en mi omóplato y atraerme hacia él.
—Pero volveremos a la fiesta si así lo prefieres.
¿Qué? ¿Estaba loco?
¡Me había colado en las duchas masculinas, en su habitación, lo había tentado en el salón de actos y lo había intentado provocar con lencería! ¿De verdad le preocupaba que no quisiera estar allí, a solas con él?
—Alessandro, mi único miedo son tus rodillas —Le aseguré—. ¡Esto, es lo que más quiero en el mundo!
Él rio y mi rostro se tiñó de rojo. Era una suerte que no hubiera demasiada luz.
—Pervertida. —Se burló. Yo sonreí.
—Tal vez lo sea. —Hablé agarrando las solapas de su camisa y apretándolo contra mí, para darle un beso tan profundo y mojado como mis ganas de estar con él.
Alessandro lanzó un suspiro grave y ronco, erizándome la piel.
—¿Estarás bien? —Le pregunté, alejandome sólo lo justo y necesario para poder hablar.
—No te preocupes por mí.
Besó el lóbulo de mi oreja y se inclinó para quedar a mi altura y mirarme directamente a los ojos.
—Daniella, hoy quiero hacer el amor contigo, y mis rodillas no van a impedirmelo.
Mi mente se derritió, como un helado en el tórrido desierto, y mi cuerpo tembló en anticipación.
—¡Gracias a Dios! —Exclamé atrapando sus lábios con los míos y haciéndole reir.
Alessandro me miró, mordiéndose el labio inferior. Sus manos eran más delicadas que nunca, como si no quisiera asustarme mientras bajaba la cremallera de mi vestido. Las mías, en cambio, temblaban de forma incontrolable, luchando por deshacerse de su camiseta. Me sentía nerviosa de repente.
Aquel era un paso muy importante. Era mi primera vez, y quería que fuese con Alessandro, pero temía que mi inexperiencia arruinase el momento.
—Tranquila. —Me susurró divertido.
Agarró mis manos y besó cada uno de mis dedos. Luego subió las suyas hasta mis hombros y tiró con cuidado de mi ropa, asegurándose siempre primero de que mi rostro no mostrase indicios de arrepentimiento.
El vestido cayó a mis pies, dejándome sólo con un conjunto de encaje negro que Alessandro admiró con una sonrisa.
—Sigo pensando que el de los conejos es muy sexy, pero he de admitir que ese me encanta.
Le enseñé la lengua ligeramente enfadada. ¿Para qué compraba lencería cara si él siempre prefería el conjunto de los conejos?
Alessandro rio y me besó con ternura. Sus manos viajaron a mi cabello, y lentamente se encargó de quitar las pocas horquillas que Alina me había puesto. Yo, con lentitud y una notable torpeza, le quité el cinturón y el botón del pantalón, para que él terminase de bajárselo.
Nuestros besos se intensificaron. Mi cuerpo ardía, muchos grados por encima de lo normal. Mi mente no era capaz de procesar bien las ideas y continuamente olvidaba cómo respirar, pero no importaba, sólo lo quería a él.
Recorrí toda ,su espalda sintiendo un placentero hormigueo en la yema de los dedos, para luego enredarme en su cabello y atraerlo más hacia mí. Nunca tendría suficiente.
Jadeantes, nos separamos unos milímetros y nos miramos a los ojos. Sólo la ropa interior se interponía entre nosotros, y en ese momento, comenzaba a incomodarme.
No quería que nada, ni la más fina de las telas se interpusiera entre él y yo.
Entre besos, nos deshicimos de ella. No sentí vergüenza esta vez, ni miedo de exponerme ante él completamente desnuda. Lo quería. Yo quería aquello; estar así con él.
Mi piel blanca parecía fría en comparación con su bonito bronceado, pero no podía albergar más temperatura sin que me desmayara. Alessandro me observaba con vehemencia, como si yo fuera la gema más hermosa que él jamás había visto. Y yo debía de tener exactamente la misma cara, porque él era sin duda lo más hermoso que mis ojos habían podido contemplar.
—¿Estás segura? —Me preguntó con voz temblorosa.
—¡Más que nunca! —Le aseguré, lanzandome a por sus labios de nuevo.
Alessandro alzó una mano para aciciar mis pechos, mis brazos, mis hombros, para luego comenzar un tortuoso camino, descendiendo por mi abdomen.
Mi cuerpo estalló en llamas cuando alcanzó mi zona más sensible. Sentí como dibujaba pequeños y delicados circulos con los dedos y mi cuerpo comenzó a retorcerse y mojarse en respuesta.
Mis mariposas habían salido a bailar con las suyas, multiplicando todas mis emociones. No sabía si estaba en el cielo o en el infierno y a punto de morir, por que sus besos eran puro fuego y yo me quemaba con él.
Alessandro se estrechaba contra mí con la respiración entrecortada. Podía sentir su erección, apretándose contra mi pierna. Con dedos temblorosos y curiosos lo aciricié, sintiendolo suabe, firme y caliente. Mi pecho vibró al escuchar el jadeo de Alessandro contra mis labios.
—Mio Dio...
Sus brazos se enredaron en mi cadera y sentí como me levantaba, para llevarme hasta su cama. Allí tumbada y expuesta a él, me sentí más excitada que nunca.
Alessandro se inclinó sobre mi, con los ojos turbados por el deseo, para poder besar mi piel enfebrecida. Su lengua se entretenía jugando con mis pechos mientras que sus dedos me acariciaban entera, y yo temblaba de placer. Me aferré a su espalda y lo atraje hacia mí, mezclando nuestras respiraciones agitadas en una sola. Lo necesitaba, lo quería.
Vi cómo abria un cajón de su mesilla y sacaba de el un pequeño paquete. Sus ojos me lanzaron una interrogación y yo asentí, casi suplicante. Alessandro se colocó entre mis piernas y, con delicadeza, se deslizó en mi interior, lanzando un suspiro. Sentí como mi cuerpo ardía. Era una sensación deliciosa, íntima, única...
De repente, sentí un leve tirón en el vientre, y me aferré a los brazos de Alessandro, pidiéndole unos segundos de calma. Él se detuvo enseguida, lanzándome una mirada preocupada. Yo le sonreí y me alcé un poco para poder besarlo. A medida que pasaban los segundos, y la tirantez cedía, me sentía cada vez más caliente, más humeda, más necesitada.
El calor volvía a apoderarse de mi cuerpo, y Alessandro subía y bajaba lentamente, probocándome calambres que me llenaban de un placer indescriptible. Su rostro se retorcía en una sensual mueca mientras que yo bailaba tímidamente a su compás.
—Daniella...
Yo me apreté más contra él, hincando los dientes en la parte baja de su cuello, pidíendole que dejase de controlarse.
—¡Diavolo! Vas a volverme loco.
Con movientos lentos y torpes, giró sobre sí mismo y tiró de mí para dejarme a horcajadas sobre él. Su mirada brillaba, bañada en chcolate derretido y yo quería bañarme en él.
—Ahora soy todo tuyo.
Allí, sentada sobre él, atrapada por su mirada lujuriosa, me sentí hermosa y poderosa. Me incliné sobre él para poder besarlo con furia. Mi cuerpo subía y bajaba con cierta torpeza, pero Alessandro gemía excitándome, maravillandome. Sus manos me acariciaban los pechos y me pellizcaban suabemente en los pezones, hacíendome delirar.
—¡Oh, mio Dio!... Tu sei deliziosa... Bellisima... Il mio amore...
Sentía calor, un calor insoportable que emanaba de mi interior y se hacía más intenso por segundos. Las manos de Alessandro bajaron a mi cadera, ayudandome a marcar el ritmo. Noté como se ponía más duro. Todos sus músculos estaban en tensión y él abría la boca en busca de oxígeno.
Cada vez que nuestros cuerpos se juntaban, él se estrechaba contra mí, moviendo mi cadera en un círculo que hacía que mi zona más sensible rozase con su piel.
—¿Ti piace? —Yo asentí, hechizada por las sensaciones que me producía escucharle hablar italiano—. Habla conmigo, Daniella.
Un nuevo roce y mi cuerpo se arqueó de placer.
—Me gusta. —Jadeé.
Sentí como me apretaba y contraía contra su erección, y supe que él lo había notado también, por que sonrió, mordiéndose el labio inferior y aceleró el ritmo de mi baile. Mi cuerpo se retorcía contra el de Alessandro, buscando en su rostro qué movimiento le daba más placer. Eché la cabeza hacia atrás, suspirando, sintiendo como mi vientre se tensaba, llenándose de electricidad.
—Alessandro...
—Lo sé, mi amor... —Habló con voz ronca.
—Dios... ¡Aless...!
Todo mi ser se estremeció en un oleada de corrientes y calambres deliciosos, llevandome a alcanzar el climax por primera vez en mi vida.
—Eso es... No pares, Daniella... Per favore... Voy a...
Alcanzar el orgásmo era algo maravilloso, casi mágico, pero verlo a él, ver su cara de placer, su respiración ronca y cortada, y aquellos gemidos graves profundos, mientras se abrazaba a mí, casi con behemencia... aquello era lo más excitante que había vivido jamás.
En aquel momento, sólo era capaz de pensar en una cosa: Deseaba verlo así una, y otra, y otra vez.
—Dios... Te quiero, Daniella.—Habló, mientras repartía besos por mis hombros y mi cuello.
—Te quiero. —Juré encontrando su boca y fundiéndonos en un intenso beso.
Unas dulces caricias en la espalda me despertaron a la mañana siguiente. Abrí los ojos con pereza y vi a Alessandro a mi lado, dedicándome aquella sonrisa que tanto me gustaba ver.
—Buenos días —Susurró—. ¡Has dormido mucho! ¿Te encuentras bien?
A medida que mi cuerpo se despertaba conmigo, iba notando alguna pequeña molestia, pero nada que no se pudiese soportar.
—Estoy bien —Me incliné hacia él y lo besé con ganas hasta que me quedé sin aire—. Me encanta despertarme a tu lado. —Confesé.
—No más que a mí. —Me besó de nuevo, y como siempre, la energía comenzó a fluir por mi piel, despertándome por completo.
Me quedaría por siempre en aquel lugar, en aquel instante; con él, con sus besos, pero teníamos un compromiso al que asistir.
—¿Qué hora es? —Pregunté separándome unos milímetros de sus labios.
—Bastante tarde. La graduación empieza en una hora.
—¿¡En una hora!?
¡Tenía que ducharme, peinarme, maquillarme y vestirme! ¡No iba a darme tiempo!
Salí de la cama dispuesta a correr hasta el baño, pero sentí un leve pinchazo de dolor y me tumbé de nuevo en la cama, sonriendo. Aún así, Alessandro, se levantó y me miró preocupado.
—Estoy bien —Le aseguré—. Sólo es una pequeña molestia... por lo de ayer...
Él me miró con ternura y me dio un dulce beso en los labios.
—¿He sido demasiado...?
—Perfecto —Lo corregí enseguida—. Ha sido maravilloso y perfecto. —Él sonrió asintiendo.
—Para mí también lo fue. Te prepararé un sobre para el dolor.
—Yo puedo hacerlo. ¿Cómo están tus rodillas?
—Un poco doloridas también —Rio—, pero me echaré la pomada y estaré como nuevo. Listo para otra guerra.
—¿Guerra? —Él me enseñó divrtido las marcas que mis uñas habían dejado en su pecho y abdomen, y yo enrrojecí.
—Vaya...
—Vaya. —Repitió él juguetón, acercándose a mí con ojos felinos.
Mi cuerpo reaccionó enseguida a él, y mis mariposas aletearon cargadas de elecctrididad.
No tube más remedio que frenar sus labios, antes de que alcanzasen los míos. Si pretendíamos llegar a tiempo a nuestra graduación no podíamos dejar que nuestras mariposas se juntasen.
—Te traeré la crema.
Me levanté de la cama con más cuidado y di dos pasos hacia el baño antes de escuchar cómo Alessandro tomaba aire asustado. Me giré y vi que su cara había palidecido de repente.
—Daniella... —Logró decir.
Busqué confusa allí donde sus ojos estaban petrificados y, con vergüenza, vi una pequeña mancha de sangre en la sábana.
Un horrible calor se adueñó de mis mejillas, pero mi preocupación por Alessandro era más fuerte que mi timidez.
—Estoy bien, Alessandro —Dije acercándome a él—. Sólo es...
—Lo sé. Lo sé —Habló por fin, levantándose de la cama—. Lo siento. Yo... No puedo...
—No pasa nada. —Ignorando la tirantez de mi vientre, fui junto a él para poder besarlo.
Retiré la sábana y la llevé al baño para lavar la mancha, y meterla en el cubo de la ropa sucia. Agarré del armario la pomada y se la llevé a Alessandro, que se había vuelto a sentar en la cama y permanecía con los ojos cerrados.
—Hey... —Él abrió los ojos y me sonrió débilmente.
—Lo siento. No puedo ver tu sangre... No... —Cerró los ojos con fuerza y suspiró con pesar.
—No pasa nada —Le aseguré—. De todos modos esto sólo pasa una vez.
Alessandro rió y me miró, aliviando mi angustia.
—Por suerte sí —dijo divertido—. No te hagas daño nunca, por favor.
Su rostro ya había recuperado su tono normal, y con un nuevo suspiro su sonrisa fue una vez más sincera.
Le di la crema y me metí en su baño para darme una ducha rápida. Al salir, él me esperaba con un baso de agua y un sobre para el dolor. Lo bebí de un sólo trago y me apresuré hacia el balcón.
—Daniella, ¿a dónde se supone que vas? —Me preguntó, mirándome como si me hubieran salido antenas en la cabeza.
—A mi habitación.
—¿Y vas a subir por el balcón?
Cierto. Con aquel vestido era imposible que llegase a mi habitación por allí.
Alessandro me escoltó por el pasillo, vigilando que nadie me viese salir de su habitación.
—Te veo en la sala común en media hora. —Me besó y me dejó para que pudiera ir a cambiarme.
Media hora más tarde bajé las escaleras luciendo con gracia un bonito y corto vestido de tul blanco, las sandalias de tacón plateadas que me había dado mi padre para mi primer baile y una melena medianamente bien ondulada.
Apenas me había dado tiempo de ponerme algo de máscara de pestañas y un color rosado en los labios, pero mi rostro lucía más radiante que nunca. Era incapaz de dejar de sonreír. Me sentía feliz, enamorada y dichosa.
Alessandro apareció ante mí como un ángel caído del cielo, cortándome la respiración. ¡Estaba tan endiabladamente atractivo con su traje negro, que se ajustaba perfectamente a su cuerpo, y su impoluta y entallada camisa blanca! Su cabello caoba estaba recogido en una coleta baja, permitiéndome apreciar los ángulos de su rostro. Era tan hermoso...
—Está preciosa esta mañana, señorita Giannetti. —Dijo acercándose a mí con aires de caballero.
—Usted tampoco está nada mal, señor Colombo. —Él rió.
—¡Llegamos tarde!
Nos apuramos todo lo que pudimos, o más bien, todo lo que Alessandro podía con las aparatosas muletas, hasta que a mitad de camino nos encontramos con el coche de Sophia que volvía al Pettit a buscarnos.
Excusándonos con el problema de sus piernas, subimos al coche y llegamos al instituto en pocos minutos.
Subimos a la segunda planta y entramos con disimulo en el salón de actos. Busqué entre las filas de padres hasta que encontré a los míos, sentados al lado de Axel y Gina. Le sonreí con cariño a mi padre, que había venido desde Italia sólo para acudir a nuestra graduación.
La directora nos dedicó una pequeña mirada reprobatoria mientras que Alessandro y yo ocupábamos nuestros lugares. El discurso ya estaba por terminar.
—No penséis en esta graduación como el fin de una etapa, sino como el comienzo de una nueva. Y cuando os sintáis cansados, solos o perdidos, recordad a aquellos amigos que os hacían reír, a aquel profesor que os insistía en que trabajaseis duro, o en aquellas tardes de sol que paseabais por los jardines. El Michelangelo formará parte de vosotros por siempre, y vosotros formaréis parte de él.
La platino tiró de un grueso cordón dorado, y una tela roja cayó al suelo, descubriendo la bonita orla en la que salíamos todos los alumnos de sexto y nuestros profesores.
La imagen fue acompañada de aplausos y sonrisas por parte de todos. El instituto llegaba a su fin.
—Okay. Ahora vamos a entregar los diplomas.
La directora Lemoine decía nuestros nombres y, uno por uno, subíamos al escenario para recibir el diploma de graduación.
—Alessandro Colombo.
—¡Bien! ¡Aless! —Se escuchó el grito de Gina.
Alessandro rio y subió junto a la directora.
—Daniella Alejandra Giannetti González.
Coreada por los aplausos de todos los presentes, subí al escenario y estreché la mano del profesor Renov. El hombre me dedicó una tierna sonrisa y un leve asentimiento en forma de despedida.
Me situé frente a la directora y ella, con una amplia sonrisa, me entregó el diploma.
—Fèlicitations, Daniella.
Cuando el último de nuestros compañeros recibió el diploma, nos reunimos para tomar una foto conjunta.
Alessandro se colocó a mi derecha, agarrándome por la cintura. Filipp se puso a mi izquierda, guiñándome un ojo y sonriendo para la cámara. Jake peleaba con Alan por quedar por delante, y Alina, desesperada, se coló en medio de ambos y los sujetó por el cuello. Stella me sonrió y se situó al lado de Filipp, seguida por Will. Susan agachó la cabeza levemente como señal de respeto y se puso con Brittany, que comprobaba en un pequeño espejo si sus labios estaban bien pintados. Drew me sonrió desde el otro lado del grupo, arropado por los jugadores de futbol.
Los miré a todos. Cada uno de sus rostros quedaría grabado en mi memoria por siempre.
Habíamos compartido todo un año de secretos, mentiras, peleas, pero también de lecciones, de descubrimientos, de compañerismo, de amistad, de amor.
Aquella iba a ser la última vez que todos los que allí estábamos volviéramos a estar juntos, y sin embargo nadie quería decir adiós.
El flash de la cámara inmortalizó nuestras sonrisas.
Sonrisas que parecían susurrar:
"Hasta pronto."
TT.TT
Voy a llorar.
Hola mis queridísimos y brillantes Zanahorios!!!
Mariposas Eléctricas ha llegado a su fin!
Espero que hayáis disfrutado de la lectura, que hayáis reído, llorado, que os hayáis enfadado y emocionado, y que nunca olvidéis a Daniella, Alessandro, Filipp, Axel y los demás protagonistas que han pasado por aquí. <3
Os cuento que subiré un hermoso epílogo y un capítulo extra, que continúan un poco con la historia ^^ Por si os apetece saber cómo sigue ;)
Y contestando a la pregunta de muchas Brilliadictas, a las que amo con toda mi alma: SÍ, HABRÁ "SEGUNDA PARTE"!!!! OwO
¿Por qué las comillas? Jajaja, pronto lo entenderéis.
Sólo deciros que va a ser mucho más corta, (sólo tendrá 15 capis) y que se llama:
Mariposas Cobardes.
Espero contar con vuestro apoyo y vuestros comentarios en la segunda temporada!! Y ojalá os guste tanto o más que esta. Me estoy esforzando para que así sea! ^^
Mil gracias a todos y todas, os mando un enorme beso anaranjado y hasta pronto!
Alma.
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