Ganador

Esa mañana en el comedor había más bullicio de lo habitual. Por la tarde se celebraban los últimos partidos de fútbol y baloncesto, y la gente no hablaba de otra cosa más que de ganar.

Jake y Alan estaban sentados por primera vez junto a los demás jugadores de fútbol, discutiendo las posibles jugadas y estrategias. Filipp comía con ansia el mejor desayuno que yo jamás había visto; necesitaría toda esa energía para desafiar a Pablo y sus Cuervos.

Ya habían competido otras cuatro veces, y nuestro equipo sólo había logrado vencer en los dos primeros partidos, luego los Cuervos habían desarrollado una muy buena estrategia, basada en bloquear a Filipp y a otro jugador muy alto llamado Sam, y con Drew intentando hacerse cargo del partido sólo, ganar les resultaba tan fácil como respirar.

Esa tarde se jugaba la final, y todos estábamos nerviosos y expectantes con el moreno. Filipp nos había contado que en los últimos ensayos había estado jugando mejor, pasando el balón a los compañeros y escuchando los consejos del entrenador; había descrito su nueva actitud como "prácticamente increíble", pero una vez en el campo, ¿quién sabía lo que decidiría hacer?

—Si tiene que jugar a baloncesto primero, cuando llegue al campo de fútbol estará agotado. —Decía Alina.

Miré al moreno, que hablaba concentrado con Alan y asentía, dándole la razón. Hoy tenía por delante un día duro.

—A Drew le gusta mucho más el fútbol que el baloncesto —nos comentó Filipp—. Aunque esté cansado, cuando le toque jugar se entregará al cien por cien.

—Y más sabiendo que tendréis ojeadores entre el público. —Le recordó Alessandro.

El rubio asintió, y puso toda su concentración en terminarse el enorme vaso de zumo de naranja natural. El tema de los ojeadores le preocupaba. Sabía que era su mejor oportunidad para demostrar su valía en el campo y conseguir una plaza en un buen equipo universitario.

Como muchos otros jugadores de baloncesto, el sueño de Filipp era llegar a jugar en la NBA. Las posibilidades eran remotas, pero que le ofreciesen un lugar fijo en un equipo bien consolidado, era la mejor forma de demostrar que destacaba en el campo. El partido de hoy podía ser el punto de partida de su carrera.

—Se fijarán en ti, Filipp —Le aseguré—. Eres realmente bueno.

—¿Cómo van a hacerlo si me bloquean todo el tiempo? —Dijo soltando su frustración.

Tenía razón. Si no le dejaban moverse poco podría hacer.

—El problema es que los Cuervos saben que las piezas fuertes del equipo sois tú y Sam. Cuando se trata de lanzar a canasta todos los demás os buscan a vosotros, como si tuvieran miedo de intentarlo. —Habló Alessandro.

Ali asentía, de acuerdo con sus palabras. Ella disfrutaba mucho de los partidos, saltaba emocionada, gritaba, se frustraba con los árbitros... Conocía todas las reglas, las faltas y los nombres de las jugadas. Era toda una experta.

—Todos menos Drew —Seguía explicando el proyecto de pelirrojo—; él sí intenta encestar, pero no puede con la defensa sólo. Lo conocen y ya saben que nunca se acerca demasiado a la canasta; prefiere hacer triples para lucirse, pero con su altura no es difícil frenarle el balón. Habla con el equipo y que intenten macar siempre que puedan. Si los cuervos ven que no os buscan tanto os darán algo de margen y podréis libraros de ellos.

Filipp lo escuchaba concentrado, asimilando la información. Sus ávidos ojos verde oliva centelleaban con determinación, trazando un nuevo plan de ataque.

—Oui, y sobre todo, habla con Drew; que se apoye en vosotros. Aunque le falta altura, es bastante rápido así que si os ayuda a cubrir a algún jugador el partido será nuestro.

Las clases pasaron en un suspiro. Sólo faltaba una semana para los exámenes finales y los profesores se encargaban de repasar toda la materia, asegurándose de que todos los conceptos estuvieran aprendidos.

La Platino se mostraba especialmente encantadora conmigo, y a pesar de mis caras serias y mis respuestas concisas ella no perdía la sonrisa, cosa que me irritaba profundamente.

Había mejorado mucho mis habilidades de cocina, mis tiempos en la piscina y mi pronunciación en francés. Sobrevivía a las largas explicaciones del profesor Renov centrándome sólo en los ejercicios y aprovechando los tiempos muertos para repasar. Y las demás asignaturas me resultaban realmente sencillas, así que no debería tener ningún problema para alcanzar una buena nota y entrar en la carrera de diseño por mis propios méritos.

Como siempre, tener Giannetti como apellido ayudaba, y mucho, a la hora de que me diesen una plaza en esa universidad, pero yo prefería ganármela con una nota media que no pudiesen rechazar.

Mi teléfono móvil sonó mientras que hacía una cuenta aproximada de la puntuación que podría obtener. Sonreí al ver el nombre de Lizz brillando en la pantalla.

—¡Linzy!

¡Nella! ¿Cómo estás?

—Muy bien. ¿Y tú?

Bien... Estoy en el aeropuerto.

—¿En el aeropuerto? —¿Qué hacía allí?

Sí, en París. —Abrí la boca con sorpresa, mirando a mi alrededor por si veía a Filipp.

— ¿Estás aquí? —Pregunté llena de alegría.

¡Sí, pero no lo digas en voz alta! ¡Quiero darle una sorpresa a Filipp! Hoy tiene un partido importante, ¿no? —Asentí emocionada.

—¡Se alegrará tanto cuando te vea! ¿Cuando llegas?

En una hora, más o menos —Dijo ella con un notable nerviosismo en la voz—. ¡Necesito que me ayudes a entrar!

—No te preocupes. Hablaré con el portero. ¡Nos vemos pronto!

Colgué y corrí hasta la entrada para hablar con el nuevo vigilante, que como la primera vez que lo había visto, paseaba extremadamente recto a lo largo de la enorme verja. Llamé su atención con un estruendoso carraspeo y él volteó a observarme a través de sus oscuras gafas de sol.

—¿Necesita algo, señorita Giannetti? —Comprobar que no necesitaba presentarme me puso los pelos de punta.

¿Conocería ese hombre los nombres y rostros de todos los alumnos?

Le expliqué que tendría una visita esta tarde y que necesitaba que me avisara cuando llegara. Tuve que darle el nombre y apellidos de Lizz, explicarle la relación que nos unía y decirle por qué venía al internado exactamente.

—Pu-puedo enseñarle una foto...si es necesario. —Ofrecí, asustada por las medidas de protección que se habían tomado de pronto.

El hombre, que en ningún momento me había dicho su nombre, permaneció en silencio durante unos eternos segundos. Podía sentir sus ojos sobre mi, a pesar de que no podía verlos a través del cristal negro.

—No será necesario. Avisaré a mademoiselle Sophia cuando su amiga llegue. —Le di las gracias y me apresuré a salir de allí cuanto antes.

En el comedor, Alessandro me lanzó una mirada interrogante y yo le dejé saber que luego hablaríamos.

Filipp removía la comida de su plato sin llevarse el tenedor a la boca ni una sola vez, mientras que Alan y Jake devoraban la suya como si no hubieran comido en años.

—Tienes que comer, tío. ¡Necesitas energía! —Le decía el peliazul con la boca llena.

—Tengo el estómago completamente cerrado. —Habló él con molestia.

Alessandro lo miró ceñudo, seguramente notando, al igual que yo, que Filipp estaba mal por algo más que el partido.

—¿Va todo bien, Filipp? —Le preguntó.

El rubio suspiró frustrado.

—Lizz no me contesta al teléfono y la loca de su hermana dice que salió con el tipo tatuado de los videojuegos.

—¡Hey! ¡Sólo yo puedo llamar loca a Lucía! —Protestó Jake.

Me mordí el labio para no reír. ¡Lucía era terrible!

—¡Jugadores! ¡Reunión en la pista! —Gritó el entrenador, abriendo las puertas del comedor de golpe.

El hombre era realmente competitivo. Las tres veces que el equipo había perdido contra los cuervos habían recibido, a modo de castigo, un entrenamiento extremadamente duro; cada vez más que la anterior, hasta el punto de que la directora había tenido que intervenir.

—O sea, este señor me da miedo... —Dijo Stella. Jake asintió enfadado.

—¡Que ganas tengo de perderlo de vista! —Confesó.

A él le encantaba el fútbol y hacer ejercicio; le ayudaba a mantenerse flexible y en forma para rendir al máximo en sus clases de salsa, baile moderno, hip hop y funky, pero el entrenador no estaba de acuerdo con tener a un bailarín en la cancha, y solía burlarse de él.

—Tranquilo, amigo —Alan le dio una palmada en la espalda, antes de levantarse y recoger la bandeja—, ya sólo falta el partido de hoy.

Filipp recogió también, sin haber comido nada, y se fue con los demás jugadores. Cuando Lizz llegase tendríamos que llevarle algo de comer.

—No va a rendir bien. —Suspiró Alina, viendo como el rubio salía por la puerta.

Cuando estábamos por terminar el postre, Sophia se acercó a nuestra mesa y me dijo que me esperaban en la puerta. Salí corriendo a encontrarme con mi amiga, que esperaba tímidamente en la sala común.

—¡Lizz! —La abracé con fuerza y ella me sonrió.

Estaba encantadora con un vestido largo y blanco con bonitos ramilletes de flores rosas esparcidos a lo lardo de la tela.

—¿Y Lucía? —Ella encogió los hombros.

—Ya sabes, el miedo a volar. Lucía habría tenido que venir hasta aquí en coche y como mañana tenemos que ir a clase... —Asentí con pesar.

Era una lástima que mi amiga no fuese capaz de subirse a un avión.

—¿Es-está él aquí? —Susurró Lizz, poniéndose colorada.

—No —Reí—. Ya ha salido. Lo veremos en un rato.

Ella asintió y me siguió hasta el comedor, donde le presenté a Ali; a pesar de que ambas se conocían por foto, nunca se habían visto en persona. Stella la recordaba de la cena de navidad en Italia, y por supuesto, a Alessandro también.

—¿Has venido a animar a tu novio? —Preguntó Ali, aumentando el tono de las mejillas de Lizz hasta el morado.

—No... Nosotros aún... No somos... —Ali le sonrió y supe que le había caído bien.

—Alan juega con Jake a fútbol —Le informé, cambiando de tema para sacarla del apuro—. Lo reconocerás enseguida porque ahora lleva el mismo color de pelo que su novia.

Recogimos todo y salimos hacia la pista de baloncesto. Como siempre, la directora daría un discurso motivador sobre el buen perder, que en gran parte iba dirigido al entrenador.

Supe que Lizz había visto a Filipp por la forma en la que había comenzado a estrujarme el brazo de repente. La abracé para calar sus nervios y me coloqué con ella en la fila de alumnos, que esperaban ansiosos la llegada del autobús enemigo.

Filipp mantenía la cabeza gacha mientras que la directora hablaba. Entre sus manos giraba una y otra vez un pequeño aparato negro que enseguida identifiqué como su móvil. No se estaba concentrando en el partido.

Lizz lo miraba embelesada y era que el capitán lucía muy bien con su uniforme de baloncesto y su cabello dorado totalmente revuelto. Con un pesado suspiro, el móvil dejó de girar entre sus manos. Vi como pulsaba la pantalla tres veces y permanecía inmóvil, mirándola.

A mi lado, una musiquilla alegre y delicada interrumpió el discurso de la directora.

—¡S'il vous plaît, silencien los teléfonos! —Pidió.

La cara de Filipp no tenía precio. Miraba boquiabierto como mi amiga rebuscaba desesperada en su bolso para sacar el móvil y cortar la llamada. Levantó la mirada, con las mejillas completamente sonrosadas y miró a Filipp. Él alzó las cejas con incredulidad, negándose a asumir que su no-novia estaba allí.

A pesar de que el autobús del San Raphael aparcó a nuestro lado, sus ojos no dejaron de cruzarse, los de Lizz brillando de alegría y vergüenza, y los de Filipp nadando en sorpresa. Mademoiselle Lemoine dio la bienvenida a nuestros contrincantes y les pidió a todos un juego limpio.

—Que gane el mejor. —Terminó, y todos rompimos en un fuerte aplauso.

Las filas se deshicieron en segundos y los jugadores comenzaron a saludarse, todos menos Filipp, que seguía embobado mirando a Lizz. Ninguno de los dos se movía, ninguno decía nada, sólo se observaban como si el mundo a su alrededor hubiese desaparecido, como si sólo estuviesen ellos dos.

Agobiada por la tórrida tensión que se respiraba en el ambiente, empujé a Lizz hacia adelante, y como si su burbuja se rompiera, los dos reaccionaron al fin. Filipp nos deslumbró a todos con su enorme sonrisa, y corrió hacia Lizz para abrazarla.

—¡Estás aquí! —No pude escuchar la respuesta de mi amiga, ya que su cara estaba enterrada en el pecho del rubio, pero él sonrió aún más—. ¿Te quedarás a verme jugar?

Se separó unos milímetros de ella para dejarla asentir.

—A las nueve tengo que estar en el aeropuerto. —Le informó.

—Eso es más que suficiente.

La intensidad de sus miradas me hacía sentir un estorbo. Vi que Alessandro, Stella y Ali también miraban a otro lado con disimulo y me entraron ganas de reír. ¿Sentirían lo mismo los chicos con Alessandro y conmigo?

—¡Hey, Lizz! ¿Lucía no vino? —Preguntó Jake corriendo hacia nosotros seguido por Alan.

La morena negó con la cabeza y Jake hundió los hombros apenado.

—Grabaré tu partido para que pueda verte, y ella te manda esto. —Sacó del bolso un pequeño pendrive y se lo dio.

Jake lo agarró con resignación.

—¡Capitán! —Gritó Sam, llamando a Filipp.

El rubio miró a Lizz y ella le deseó buena suerte.

—Hablamos después del partido. —Dijo él, con una chispa de determinación brillando en sus ojos.

Las gradas estaban abarrotadas, y el ruido era ensordecedor. Ocultos entre los espectadores, en algún lugar seguramente de las primeras filas, estaban los ojeadores, y Filipp tenía que impresionarlos.

El partido estaba muy reñido. Pablo jugaba con una maestría impresionante, pero Filipp no se quedaba atrás. Parecía que todos los jugadores lo estaban dando todo en el partido, porque los cuervos estaban un poco despistados por el repentino cambio de actitud, pero aún así vigilaban al rubio muy de cerca. Sam había tenido la oportunidad de protagonizar dos buenas jugadas, con ayuda de Filipp, pero él aún esperaba una buena oportunidad.

"Vamos, Filipp"

Lizz se mordía las uñas nerviosa, mientras que Alessandro y Ali gritaban a todo pulmón, notando faltas que el árbitro parecía no ver.

—¡Drew! ¡Ayúdale! —Gritó Jake.

El moreno se lanzó de repente hacia un lado, llamando la atención del jugador que cubría a Filipp. Toda la grada rompió a gritar mientras que el rubio corría veloz hacia Sam, que estaba acorralado. Al ver a Filipp, le lazó el balón; el capitán lo atrapó sin problemas y corrió de nuevo hacia la canasta de los Cuervos.

Pablo salió a su encuentro para frenarlo, pero él lo esquivó con agilidad, logrando poner a toda la grada en pie. Los cuervos subieron veloces a defender, acorralando a Filipp, que por el rabillo del ojo vio a Drew y le pasó el balón.

— ¡Vamos! —Gritó Linzy de repente.

El moreno corrió con el balón y se lo pasó a Sam; él buscó a Filipp y le lanzó el balón. La bola giró en el aire, deteniendo el corazón de todos los presentes. ¡Iba demasiado alta! Sin embargo, en un salto imposible, Filipp la atrapó y la coló en el hueco de la canasta, quedando pendida de ella.

—¡¡Si!!

La grada estalló en gritos, silbidos y aplausos. ¡Había sido una jugada increíble! ¡Eso tenía que haber llamado la atención de los ojeadores!

Con la misma técnica de pasar rápidamente el balón de un jugador a otro, Filipp logró encestar otras tres veces. ¡Sus saltos eran impresionantes! ¡Era como si tuviese alas! Sin embargo, Pablo encestó un perfecto triple, dejando a los equipos empatados de nuevo.

—¡Cinco segundos, quien enceste gana! —Alina saltaba por la emoción.

Drew atrapó el balón y se lo pasó a Carlos. El español se preparó para lanzar ante la atenta mirada de toda la grada y sus compañeros. Lo teníamos, ¡el partido era nuestro! Pero en el último segundo, Pablo le robó el balón y lanzó justo antes de que el árbitro señalase el fin del partido.

La bola cortó el aire, rápida y recta como un proyectil, directa a nuestra canasta.

Los Cuervos habían ganado.

Los alumnos del San Raphael rompieron a gritar y saltaron al campo, a lanzar por los aires a su capitán que sonreía, feliz con el triunfo.

Miré con cariño a mi amigo, que aún con la euforia de la celebración, se tomó un segundo para guiñarme un ojo y sonreírme con orgullo. Pablo lo había hecho realmente bien.

—¡Vamos chicos. Necesitan nuestro apoyo! —Gritó Alan, poniéndose en pie y aplaudiendo a nuestro equipo, que había luchado hasta el final.

Lizz miraba apenada a Filipp, que estaba sentado en el campo, con la cabeza entre las piernas. Pablo lo vio también y corrió junto a él, le dio una palmada en la espalda y le tendió la mano para ayudarlo a levantarse. Luego los dos se abrazaron y se intercambiaron las camisetas.

Salimos del campo para esperar a Filipp, que se reuniría con nosotros después de hablar con el entrenador y el equipo.

—Ha sido un buen partido —Dijo Alessandro.

—Sí, o sea, fue una pena lo de ese último balón... —Intervino Stella.

—Aún así Filipp hizo unas jugadas muy buenas. Estoy segura de que se fijaron en él. —Nos aseguró Ali.

Pablo salió de los vestuarios, y vino hacia nosotros con una enorme sonrisa.

—Enana —Me saludó—. ¡Lizzy! ¡Me alegro mucho de verte! ¡Han pasado siglos!

Mi amiga lo abrazó sonriente.

—Me alegra que aún seas capaz de diferenciarme de mi hermana.

—¿A caso alguien tiene el descaro de hacerlo? —Preguntó divertido sacándole la lengua.

—Te echamos de menos.

—Y yo a vosotras. ¿Cómo está Lulú?

—Muy bien, pero te mataría si te escuchase llamarla así. —Los tres reímos recordando lo mucho que Lucía odiaba el apodo de Pablo.

—Así que... ¿Vienes a pavonearte un poco? —Pregunté.

—Pero sin que se note demasiado —Rió—. ¿Cómo estás, Alessandro? —El español le tendió la mano y el proyecto de pelirrojo se la estrechó.

—Mejor, gracias. ¡Y buen partido! —Pablo le sonrió agradecido.

Desde el incidente en el bosque, ambos se tenían un gran respeto.

Los chicos del San Raphael lo llamaron para que fuera a hacerse unas fotos con el equipo, y Pablo suspiró.

—¡Que pesados! ¡Yo sólo quiero ser cocinero! —Dijo, haciéndonos reír—. Suerte en fútbol, chicos. ¡Me alegra verte bien, enana! ¡Lizz, espero veros pronto a ti y tu doble loca!

— Ven a visitarnos cuando quieras, ¡y no vuelvas a dejar de hablarnos de repente por motivos desconocidos!  —Rió ella.

—Sí... Larga historia... —Dijo él mirándome avergonzado. Alessandro frunció el ceño y me pregunté si aún recordaría la historia de Pablo y el beso baboso—. Iré pronto a Madrid y charlaremos un buen rato.

Nos besó en la mejilla y corrió junto a su equipo, que lo recibió cantando su nombre.

Noté que de pronto Lizz se enderezaba a mi lado y me giré para encontrarme con un Filipp empapado y con el pecho desnudo. Traía una toalla colgando del cuello y una camiseta en la mano.

—¡Hey, capitán! ¿Te luces así porque no lo hiciste en el partido? —Lo pinchó Jake.

Filipp rió su broma, pero toda su atención estaba puesta en Lizz y su rostro incandescente.

—Yo creo que en el partido me lucí bastante también... Lizz, ¿me acompañas?

Mi amiga dio un pequeño brinco antes de asentir y ponerse a su lado mientras que el rubio se colocaba la camiseta gris.

—¡Podrías habértela puesto antes! —Le gritó Alan. 

Filipp le lanzó la toalla a la cara y desapareció con Linzy por uno de los caminos de piedra que recorrían el bosque.

—¡Hagan sus apuestas, señores! ¿Se acordará o no de pedírselo hoy? —Rió Jake ganándose una colleja del peliazul.

—¿Para qué crees que se la lleva?

—Pues yo digo que se olvida. —Insistió Jake, masajeándose la cabeza.

—Y yo digo que no.

—¿Qué te apuestas, tío?

—¡Lo que quieras!

Alina rodó los ojos y nos hizo un gesto para que los dejásemos allí discutiendo.

La tarde pasó demasiado deprisa. El equipo de fútbol logró por suerte vencer a los Cuervos, y el rostro y humor del entrenador mejoraron considerablemente. A las ocho de la tarde, después de repartir los trofeos, el autobús del San Raphael salió del internado, y con ellos, Lizz nos informó de que ya tenía que irse.

La acompañamos hasta la verja, donde ya la estaba esperando el taxi que la llevaría al aeropuerto.

Me acerqué a darle un abrazo y comprobé que sus ojos brillaban con una fuerza especial, y tenía los labios sospechosamente hinchados.

—¡Tienes que contármelo todo! —Dije en su oído. Ella rió y asintió.

Filipp la acompañó hasta la puerta del taxi y, sorprendiéndonos a todos, la agarró por la cintura y la besó con fuerza. Lizz no se atrevió a levantar la mirada cuando el rubio aflojó su agarre y la ayudó a sentarse en la parte trasera del vehículo.

¿Se había mareado?

Sonreí mirando a Alessandro de reojo; él me observaba también, con ojos cálidos y burlones.

Filipp se quedó estático, mirando como el coche amarillo se alejaba hasta que al final suspiró y se atrevió a girarse y enfrentarse a nosotros.

—¿Y bien? —Preguntó Jake.

—¿Y bien, qué? —Dijo él con falsa inocencia. 

Su sonrisa incontenible denotaba su inmensa alegría.

—¿Se lo pediste? —Lo instó el peliazul.

Filipp sonrió triunfante.

—No sólo se lo pedí, sino que me dijo que sí.

—¡Lo sabía! —Gritó Alan—. Eres un ganador, hermano. —Felicitó al rubio.

Alessandro le chocó la mano con gesto orgulloso.

— Felicidades "Capi". —Se burló bromeando. Filipp rió feliz como nunca.

 Alan se giró hacia Jake contento, frotándose las manos.

—En cuanto a ti, perdedor... Ya sabes lo que tienes que hacer.

Durante la cena, Jake se puso en pie sobre la silla y llamó la atención de todos los presentes.

—Sólo quería que supierais... —Dijo en tono molesto, rodando los ojos—, que Alan es mejor que yo en todo.

Todos rieron. El asiático carraspeó cómicamente y Jake suspiró.

—Es más alto, más guapo, más fuerte...

—Y... —Lo apuró Alan.

— Y tiene la novia más guapa... del internado. —Aclaró elevando el índice.

—¡Hey! ¡La frase era "la novia más hermosa del mundo"!

—Lo siento, pero Lucía tiene ese título.

—¡De eso nada, hermano!

—¡Claro que sí!

Y entre risas y collejas terminó el día.

—¡Al fin solos! —Suspiró Alessandro cuando me colé en su cama—. Hoy ha sido un día muy largo.

—Lo fue —Admití—. Pero ha sido un gran día. ¡Aún no puedo creer que Lizz tenga novio!

—¿Por qué? Es una chica guapa.

—Los chicos nunca le han interesado. Ella era demasiado lista para ellos, y ellos demasiado babosos para ella.

—Tal vez vea algo diferente en Filipp. —Dijo, acomodándome entre sus brazos

—Puede ser.

Como siempre, Alessandro olía delicioso. No se había puesto camiseta por culpa del creciente calor y su pecho desnudo vibraba al contacto con mi piel.

—¿Ya has hablado con tu madre sobre el baile? —Preguntó, levantándome la camiseta y realizando dibujos con el dedo sobre mi abdomen.

Mi pulso se aceleró de pronto.

—S-sí. Dijo que intentaría venir.

—Genial.

Sentí los labios de Alessandro sobre mi cabeza, y un calambre bajó por mi espalda, erizando cada uno de mis poros.

Me giré para ver en sus ojos el dulce y cálido chocolate que tanto me gustaba, y antes de darme cuenta, ya estaba saboreando sus labios.

La piel de Alessandro ardía, quemándome consigo. Nunca tenía suficiente de él. Mis manos exploraban su torso, duro como el mármol, para luego bajar a su abdomen, y subir a sus hombros, a su nuca, y volver a bajar a sus costillas, a su ombligo... Me había subido en una deliciosa montaña rusa, y no quería bajar.

El proyecto de pelirrojo jugaba con el tirante de mi sujetador, y mi estómago se deshacía en un manojo de nervios. Finalmente, lo bajó junto con la fina tira de mi pijama, acariciando lentamente mi brazo, para así poder besar la sensible piel de mi hombro. Cerré los ojos y me dejé llevar por el sinfín de sensaciones que me asaltaban.

¿Cuándo me había quitado la camiseta? No podía recordarlo. No era capaz de pensar en nada más que las manos de Alessandro, acariciándome las costillas para luego pelear con el cierre de mi sujetador.

Mi cuerpo había explotado y se había recompuesto cien veces, para volver a explotar de nuevo. Sentía a Alessandro en cada célula de mi cuerpo; cómo se movía, cómo me miraba, dónde me acariciaba, dónde me besaba... Sentía su amor y su deseo, alimentando el mío.

Besé su pecho, haciéndole suspirar. Sus ojos marrones se clavaron en los míos, tan vivos, tan brillantes, y en ellos nadaba una pregunta. El proyecto de pelirrojo sujetaba los dos extremos del sujetador, para que este no se abriera sin permiso.

La pregunta estaba clara: ¿Puedo?

Asentí sintiendo que todo el calor de mi cuerpo se reunía en mis mejillas.

Alessandro me observó con los labios entreabiertos y la respiración jadeante mientras que yo evitaba la imperiosa necesidad de cubrirme avergonzada. Nunca nadie me había observado así antes.

Notaba la furia de mis latidos en la garganta, y un calor asfixiante en el pecho que empeoró cuando el rostro de Alessandro comenzó a descender peligrosamente.

Cerré la boca para evitar que mi corazón se escapase. Cada fibra de mi ser saltó alerta, expectante, ansiosa... Sentí la humedad de sus labios sobre mi pecho derecho, y mi cerebro estalló.

Quemaba, abrasaba, ardía como el mismísimo infierno. Sin control, sin que existiera ya forma alguna de sofocar las llamas que calcinaban mis entrañas. Mi cuerpo se desintegraba hasta hacerse cenizas, pero si ese era el precio que debía pagar, lo haría, una y mil veces más.

Nos besamos una y otra vez, con urgencia, con deseo. Disfrutamos de cada centímetro de nuestra piel, perdiéndonos en una noche de caricias y suspiros.

**********

OwO  

Listos para el último capítulo??  

Lo cierto es que yo no  TvT    

Me da mucha penita!!

Pero bueno, toda historia tiene un final. ^^

Besos!!

Alma.


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