Baile de invierno
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Después de aquella tarde, Alessandro y yo nos habíamos decantado por pretender que aquel acercamiento nunca había existido.
Tal vez él había logrado olvidarlo de verdad. Tal vez para él sólo había sido un pequeño error, un desliz fruto del momento, pero a pesar de fingir, yo tenía cada segundo grabado a fuego en la memoria.
Nos habían ayudado mucho los cuatro días de exámenes, que nos habían mantenido sumergidos entre libros y que, por suerte, ya habían terminado, llevándose con ellos las largas horas de estudio, los nervios y la intranquilidad.
Tan pronto como el señor Renov nos diese el boletín de notas, marcharíamos al Pettit a prepararnos para el baile de invierno, que se celebraba aquella noche.
Habíamos decorado el gimnasio después de la pelea, con la ayuda de Axel, Alan, Jake y Alina, ya que Filipp no había salido de la enfermería hasta altas horas de la madrugada; por suerte su nariz no estaba rota, pero sí había perdido mucha sangre y necesitaba descansar y estar vigilado por si había complicaciones.
Todos habíamos quedado encantados con la decoración, el gimnasio parecía un paraje mágico e invernal del que nadie podría sacar una sola queja.
El profesor de matemáticas dio unas fuertes palmadas para que le prestásemos atención.
—Muy bien, señores, señoritas; como tutor de la clase "A", me corresponde entregarles las notas de este primer trimestre. ¡Quiero que sepan que algunos de ustedes me han decepcionado demasiado! ¡No puede ser que un alumno de ciencias suspenda matemáticas o física! Entendería, en último caso, que suspendiesen lengua, dibujo, o baile, ¡pero no las materias propias de su rama! ¡No sé qué opinarán sus padres al respecto, pero para mí es una vergüenza! ¡Pónganse las pilas! ¡Estudien! ¡Porque a mí no me va a temblar el pulso para suspender a todo aquel que no llegue al nivel que esta institución se merece!
A pesar de su avanzada edad y del tierno aspecto que le proporcionaba ese jersey verde con el dibujo de dos renos de enorme nariz roja, el señor Renov sabía imponer respeto como un militar. Todos nos sentamos derechos en nuestra silla, perplejos y un poco asustados.
—¿Cuántos de aquí piensan heredar la empresa de sus padres? —Varios alumnos levantaron la mano temerosos—. ¡Vaya! Señor Petterson, ¿su padre no es director de un banco?
—S-Sí, señor.
—¿Y cómo pretende sucederle sin saberse la tabla de multiplicar? —Nadie se atrevió a reírse. El profesor respiró hondo y caminó hasta su silla—. He de decir, que también hay alumnos que me sorprendieron, y me da mucha pena que esas buenas mentes se vayan a contaminar de las demás, como manzanas sanas en el mismo cesto que una manzana podre. No dejen que esto les suceda. Y ahora, pasarán a recoger las notas por orden de lista. Diego Aguirre...
Cuando escuché mi nombre caminé hasta el frente de la clase y me paré delante de la mesa del profesor, mientras él estudiaba la hoja que contenía mis notas.
—Usted es una de las que me ha sorprendido gratamente, González —Habló asomando los ojos por encima del folio—. Habla mucho en clase y hay algún profesor que no está conforme con su conducta...—Enseguida pensé en la platino—, pero yo, que ya soy viejo, sé que eso sólo es fruto de su juventud; su buen cerebro en cambio será para siempre, úselo bien. Ha aprobado todo.
Tomé la hoja y le agradecí feliz. Tenía buena notas; varios nueves, un ocho en cocina, un diez en fotografía, otro ocho en francés y, después, tenía un cinco raspado en modales.
Miré la nota con rabia. ¿Cómo podía ponerme sólo un cinco? ¿Qué era yo? ¿Una mujer de las cavernas? ¿Una camionera? ¡Tan sólo era ligerísimamente torpe! —Bueno, muy torpe—, pero tenía educación y saber estar.
—¿Qué ocurre, amie? Llevas diez minutos ahí parada mirando las notas. ¿Algún suspenso? —Suspiré cansada. Total, ¡qué importaba! Sólo era una tonta clase a la que ni siquiera quería ir.
—No, aprobé todo, ¿y tú?
—Oui, yo también.
—¡Chicas! ¡Adivinad qué asiático superdotado ha aprobado todo! —Alina agarró sus notas y lo miró con una ceja levantada.
—¿Superdotado? Tu nota más alta es un siete, Alan.
—¿Y quién hablaba de inteligencia, Alina? —Mi amiga se puso de todos los colores posibles antes de comenzar a gritar insultos en francés mientras corría tras Alan.
—Pareja de hiperactivos, son el uno para el otro. —Me giré para ver a Filipp con una amplia sonrisa y una tira blanca sobre la nariz.
—¡Filipp! ¿Qué tal tus notas?
—Suspendí latín, pero lo aprobaré en el próximo trimestre. ¿Cómo te fue a ti?
—Aprobé todo.
—¡Enhorabuena, rubia!
—Gracias —No podía evitar mirar a su nariz y a la mancha color marrón que se extendía bajo la tira—. Oye, ¿qué tal estás? —El rubio se llevó una mano a la tira y la sobó con delicadeza.
—Mejor. Quería pasarme ahora por la enfermería para que me quiten esto para el baile. ¿Vienes conmigo?
—¡Claro!
La señora Pots no estaba muy convencida de que quitarle la venda tan pronto fuera lo mejor, pero después de recordarle que no había habido rotura y que esa noche se celebraba el baile, accedió.
—¿Qué? ¿Qué pinta tiene? —Preguntó él, mirándome fijamente. Su nariz estaba oscura por culpa del golpe, pero al menos ya no estaba hinchada como los dos primeros días.
—Con un poco de maquillaje será imperceptible. —Le aseguré. Él rio.
—Entonces estoy salvado.
Caminamos juntos hasta el comedor y, después de elegir nuestra comida, nos sentamos con los demás. Mi cuerpo tembló al ver a Alessandro ocupando su lugar frente al mío. Su labio aún estaba marcado por la pelea que había tenido, pero ya se había quitado las tiritas que le había puesto, y su pómulo mostraba un oscuro tono azulado.
—Hola, chicos. ¿Qué tal las notas? —Saludó el rubio mientras yo trataba de acomodar la bandeja en la mesa sin derramar mi crema de zanahoria fuera del plato.
La mano de Alessandro agarró la bandeja con firmeza y la posó en su lugar.
—Gracias...
—No hay de qué.
—Yo también suspendí latín —Se quejaba Jake—. Ni siquiera sé para qué la he elegido, ¡como si alguna vez fuera a hablarlo con alguien! ¿Y tú Alessandro?
—Aprobé todo.
—Es genial, tío. Esta noche lo celebramos.
—Por todo lo alto, hermano. —Contestó Alan en lugar de Alessandro, chocando el puño con el castaño.
—A veces me preocupa la relación de estos dos. —Susurró Alina haciéndome reír.
Me quedé mirándolos. Ya habían pasado tres meses, y no me podía imaginar el no haber ido a aquel internado, no me podía imaginar el no haberlos conocido y, sobre todo, no me podía imaginar no tenerlos en mi vida.
Ellos eran mis amigos; amigos de verdad a los que no les importaba quienes fueran mis padres o las empresas que dirigieran; no les importaba un apellido. A ellos les importaba simplemente Daniella.
Mis amigos merecían saber quién era en realidad; no por conocer la identidad de mis padres o por saber mis verdaderos apellidos, sino por saber la verdad, por no tener que mentirles una y otra vez. Ellos merecían que fuera sincera. Pero tenía miedo. ¿Y si creían que era una arrogante niña rica que jugaba a ser pobre para ganarme su atención y sus favores? ¿Y si les gustaba Daniella González a secas y no Daniella Alejandra Giannetti?
Mi mirada se clavó en Alessandro, que asentía distraídamente a lo que Filipp decía. Si él me rechazase de nuevo, no sabría qué hacer.
—¿Estás bien, Nella? Llevas un rato en las nubes. —Dijo el rubio divertido. Alessandro volteó a mirarme, haciéndome enrojecer.
—Sí, sólo pensaba... en el baile. Necesitaré un poco de ayuda, Ali. ¿Podría ser? —Dije, lo cual era verdad, en parte.
—Claro, amie. Terminamos el postre y subimos ya, ¿oui?
—¿¡Ya!? ¡Pero si el baile no empieza hasta las nueve!
—Las chicas necesitamos más tiempo para arreglarnos, Alan. —Protestó Alina, haciéndome sonreír con su dulce forma de pronunciar las erres.
—Lo entiendo, pero... ¿seis horas y media?
—Tienes razón, ¡tenemos que darnos prisa! —Alan puso los ojos en blanco y todos rompimos a reír.
Sería mejor esperar.
No sería correcto soltarles un bombazo semejante un día antes de irme del internado. No. Se lo diría a la vuelta de vacaciones.
—Daniella, no olvides la ayuda que me ofreciste. —Me recordó el rubio guiñándome un ojo.
—Te avisaré y lo haremos en un momento en el pasillo. —Sentí los ojos serios de Alessandro sobre nosotros, pero me obligué a no mirar. Filipp rio.
—Allí estaré.
Cuando Ali y yo subíamos hacia la tercera planta para comenzar a prepararnos, nos encontramos con Susan y sus amigas, seguidas de un joven y delgadísimo hombre, vestido por completo de negro.
—¡Hey, hey, hey! —Llamó Sophia desde atrás. Todas volteamos a ver a quién le hablaba y la orientadora señaló a Susan con el índice—. Sabes que no se permiten chicos en la tercera planta.
—Sophia, querida, David no es cualquier hombre, es mi estilista, y no puede arreglarme en medio del salón. Si tienes algún problema, llama a papá. —Y sin más se dio la vuelta y se fue.
Yo conocía a aquel hombre. David Mallett había trabajado en alguna ocasión con mi madre en Francia, peinando a modelos para campañas importantes como la de Dior.
¡Susan era increible! No sabía si sorprenderme más por su descaro o por el hecho de que trajera a uno de los mejores estilistas de París a peinarla para el baile de su instituto.
Sophia negaba enfadada algo con la cabeza, suspiró cansada y nos miró.
—Nos vemos en el baile, chicas. —Muchos profesores y la directora se unirían banquete, y algunos, como Axel o Sophia se quedaban también después para controlar que no hubiese problemas durante la fiesta.
Subimos el tramo que nos faltaba y Ali corrió a su habitación a buscar todo lo que necesitaríamos para pasar una tarde fabulosa. Llamó a mi puerta trayendo consigo su vestido, sus zapatos y un montón de cremas y maquilaje.
—¿Te apetece una sesión de spa? —Preguntó divertida.
¡Aquel momento tenía que ser inmortalizado! Ali y yo con una pastosa crema verde y toallas en el pelo, tumbadas sobre mi cama mientras hablábamos de mil cosas. No había vuelto a usar mi cámara desde que Susan y sus amigos me habían agredido, y ya era tiempo de sacarle partido una vez más.
—Ali, sonríe.
Dos horas y media, y mil fotos después, Ali se encontraba en mi ducha quitándose la mascarilla y lavándose el pelo para que pudiera peinarla. Nos habíamos hecho todos los tratamientos posibles, desde peeling hasta masajes, y tenía que reconocer que mi piel estaba más suave que nunca.
Aún estaba impresionada por el empeño que Susan había puesto en ganar, pero yo no dejaría que mi amiga fuese menos. Alina estaría radiante.
—Listo, amie. Tu turno.
Me metí en la ducha y me quité la mascarilla de Alina que por suerte no tenía ningún olor en específico porque yo estaba deseando echarme mi crema de fresas; después me lavarme el pelo y salí del baño envuelta en un albornoz.
—¿Lista? —Pregunté sintiendo una gran emoción creciendo en mí.
—Lista. —Contestó Alina con una sonrisa nerviosa.
El vestido de mi amiga tenía mangas y un precioso escote que no debía estar oculto por su pelo largo. Me resultó un poco complicado al principio, porque no sabía cuanta presión ejercer ni como colocar las horquillas sin que se viesen, pero ponto encontré el truco y comencé a avanzar con rapidez, girando, trenzando y enganchando mechones en la posición correcta para hacer un bonito recogido con una trenza ladeada. Cuando terminé, la maquillé de forma natural, con mucha máscara de pestañas y un bonito color coral clarito en los labios y después la ayudé a ponerse el vestido.
—¡Ali! Estás.... ¡Estás preciosa! —Más que eso, ¡estaba radiante!
Alina llevaba un hermoso vestido verde agua que resaltaba sus ojos; era largo y se pegaba delicadamente a su cuerpo dándole una silueta de infarto. El escote en "v" hacía resaltar sus pechos y las delicadas mangas de encaje la hacían ver muy elegante.
—¡Madre mía! ¡Alan se va a morir al verte! —Le aseguré.
—¿Tú crees? —Preguntó tímida, dándose la vuelta para que pudiese ver la parte de atrás del vestido, que imitaba el escote delantero, pero estaba cubierto de encaje.
Sus ojos brillaban felices, desando con ansia el momento de encontrarse con su amado asiático.
—Estoy más que segura. —Ella sonrió ante mi convicción.
—Muy bien, ahora es tu turno. Supongo que también querrás que Alessandro te vea irresistible... —Mi corazón dio un vuelco .
—Bueno... No es lo mismo... Alessandro y yo vamos como amigos...
—Oui, oui... Lo sé.
Cuando Alina se fue de mi habitación ya eran las siete y media.
La forma en la que había dicho aquella frase... Aún podía sentir costillas en el estómago.
Alessandro me había enviado un mensaje para vernos a las ocho en la sala común y así poder llegar antes que los demás y tenerlo todo preparado, y mi cuerpo temblaba en anticipación al encuentro.
Me miré de nuevo en el espejo y me vi realmente guapa. Me parecía a mi madre, en aquel momento al fin podía verlo.
Ali había hecho un trabajo excepcional con mi cabello; estaba brillante, suave y sedoso; me había hecho unas bonitas y controladas ondas que caían en cascada sobre mi espalda y había colocado unas diminutas pinzas brillantes con forma de estrellas por aquí y por allá. Mi flequillo seguía recto sobre mis ojos, opacando el brillo de Luís de mi mirada. Me había maquillado los ojos con una sombra clara que despertaba mi mirada, mucha máscara de pestañas y un bonito delineado negro. También había pintado mis labios con un color muy natural y me había puesto un poco de gloss.
El vestido era la prenda más bonita que había visto en mi vida. Se adaptaba a mí tan bien que parecía que me hubiesen medido para hacerlo; cada línea estaba en su lugar, cada curva en su sitio. Era perfecto. El bonito escote en forma de corazón dejaba a la vista mi colgante plateado con forma de "D", y eso me gustaba. Agarré las sandalias que mi padre me había regalado y me las puse.
Mi padre.
¿Cuándo había empezado a llamarle de ese modo con tanta frecuencia? No lo sabía, simplemente me salía así.
Miré sobre mi escritorio el sobre blanco que Sophia me había entregado hacía dos días. En su interior se encontraba mi billete de avión a Italia; partía a la mañana siguiente, supuestamente hacia España.
Alina pasaría las vacaciones en su casa, en París, y Alan había decidido ir con ella y conocer a sus, como él decía, futuros suegros. Jake se iba a España a reencontrarse con Lucía, y esperando encontrarme a mí allí, pero yo estaría en Italia, donde Alessandro y Filipp pasarían las vacaciones.
Suspiré. Necesitaba aquellas vacaciones, y luego les diría a mis amigos la verdad.
¿Cómo sería Italia? ¿Y mi padre? ¿Y su mujer? ¿Y mi hermanito?
Tomé el móvil, me saqué una foto y se la envié a mi madre.
#Daniella: Mamá, estoy a punto de salir para el baile. El vestido de mi padre es muy bonito. Me encanta como me sienta. ¿Sabes? Creo que hoy sí me parezco bastante a ti, y me siento muy feliz por eso. Me gustaría que me llamaras para que pudiésemos hablar. Mañana me voy a Italia y me siento muy nerviosa. Sé que estás muy ocupada y cansada, pero por favor, llámame cuanto antes. Te quiero mamá.
Agarré mi pequeño bolso plateado y fui hasta las escaleras. Llamé a Filipp para que saliera al pasillo y nos encontramos en el recibidor de la segunda planta. Cuando me vio, abrió los ojos como un búho y me sonrió.
—Vaya, Daniella... Vaya...
—¿Gracias?
—Vaya... Estás preciosa. —Reí.
—Gracias, Filipp. Tú también estás muy guapo.
El rubio estaba estupendo con su traje negro y su camisa roja. En teoría solo se podían unas tonos que conmemorasen el invierno y la nieve, pero, bien pensado ¿qué había más navideño que Papá Noel?
—Gracias. ¿Podrás arreglar esto sin que parezca... ya sabes, que voy maquillado?
—Lo intentaré. —Reí.
Agarré mi maquillaje del bolso y tapé lo mejor que pude las marcas de mi amigo. Al final, apliqué un poco de polvo para que su nariz no brillase por culpa del maquillaje y me alejé un par de pasos para apreciar bien el resultado.
—¿Y bien? —Preguntó él nervioso.
—Estás perfecto, Filipp. Nadie lo notará. —Él respiró aliviado.
—Muchas gracias, rubia. ¿Te vas ya?
—Si, Alessandro me espera abajo. —Él asintió agachando la cabeza y luego me sonrió débilmente.
—Nos vemos en el baile. —Me abrazó y se fue.
Bajé lentamente las escaleras, sintiendo como mi pulso se aceleraba con cada escalón que descendía. Cuando llegué al último tramo, pude ver la ancha espalda de Alessandro, que ya me estaba esperando.
Mi corazón saltó de alegría al verlo y mi cuerpo comenzó a vibrar con fuertes calambres eléctricos. Estaba guapísimo e irresistible con sus pantalones de traje negros, su chaleco gris y su camisa blanca. Su cabello estaba suelto y peinado de forma desenfadada. Cuando escuchó los tacones sobre la madera de las escaleras se giró hacia mí.
Su cuerpo se enderezó de pronto, como si se hubiese asustado, su boca cayó abierta durante dos cortos segundos, luego la cerró y sólo me observó bajar y caminar hasta su lado con aspecto de estar petrificado.
—Hola. —Saludé en un nervioso susurro cuando llegué a su lado.
Mis mejillas ardían, mis manos temblaban. Toda yo era un manojo de nervios.
No dejaba de sorprenderme que no importaba lo altos que fuesen mis tacones, si no me subía a unos zancos, Alessandro seguía siendo más alto que yo.
Él estudió mi rostro, mi cabello, mi cuello y... ¿mi colgante? Levanté una ceja mientras él seguía recorriendo mi cuerpo con una mirada cálida. Sentía que me derretía. Mi corazón latía con tanta fuerza que temía que se notase su golpeteo sobre mi pecho.
Finalmente, sacudió ligeramente la cabeza, volviendo la vista a mis ojos.
—Hola. Estás... muy guapa. —Agaché la cabeza para que él no notase el potente tono rojo que había adoptado mi rostro.
—Gracias... Tú también —Sentí como sonreía—. ¿Cómo siguen tus costillas?
—Bien... Gracias. ¿Nos vamos? —Asentí con la cabeza, notándome incapaz de hablar más.
Alessandro agarró su chaqueta negra del sofá y me dejó pasar delante de él hasta la puerta. La abrí esperando a que pasara, pero él no se movía. Me giré para comprobar que seguía al lado del sofá mirando al suelo con los puños apretados.
—¿Alessandro? —Él levantó la mirada y pude ver como sus ojos ardían con un profundo brillo.
Una vez más, su mirada me deslumbró por completo. Ambos nos quedamos allí, sin movernos, sin hablar, tal vez sin respirar siquiera, sólo mirándonos.
El pequeño reloj del pasillo emitió un agudo pitido, anunciando que ya eran las ocho en punto.
—Deberíamos irnos —Dijo, al fin, caminando hacia mí. Su tono rasposo y serio me desconcertó. ¿Por qué tenía esos bruscos cambios de humor? —. ¿No tienes un abrigo?
—¡Oh! No. Lo olvidé por completo. Si me esperas dos minutos subo a mi habitación y...
—Toma mi chaqueta —Dijo colocándola veloz sobre mis hombros—. Dos minutos para una mujer son dos horas, y no podemos tardar más.
—Pero, ¿tú no tendrás frío? —Me miró con cara de sorpresa y sonrió.
—Para nada... Te lo aseguro...
Por suerte no llovía desde hacía dos días y aunque el ambiente estaba frío, al menos no se me estropearía el peinado.
Las luces que habíamos colocado sobre los troncos de los árboles y colgando de las ramas, marcando el camino hacia el gimnasio, ya estaban encendidas dándole al lugar un aspecto romántico y mágico.
Axel ya nos estaba esperando en la puerta, que había quedado preciosa decorada con copos de nieve, acebo y pequeñas ramas. Para llegar a ella, había que atravesar un bonito pasillo de farolillos, velas y arbustos sin hojas pintados completamente de blanco. A mano derecha, debajo de una bonita carpa blanca, estaba preparado el fondo que nuestros compañeros habían hecho para sacar las fotos de recuerdo; en él se veía un camino cubierto de nieve, bordeado por troncos de árboles en tonos blancos y grises y al fondo, una bonita fuente de mármol con el agua cayendo congelada.
Según nos acercábamos, podía apreciar mejor la vestimenta de nuestro profesor. Su traje gris y su camisa azul lo hacían ver irresistible. Se había engominado el pelo y se había puesto unas grandes gafas de pasta negras. Alessandro puso los ojos en blanco en cuanto lo vio.
—Es un baile de invierno, Axel, no una fiesta de disfraces. —Miré a Alessandro escandalizada.
Sabía que Axel había trabajado para su tío, pero tantas confianzas rayaban en descaro. El profesor, en cambio, rompió a reír y le dio un pequeño golpe amistoso en la espalda, se quitó las gafas y las guardó en un bolsillo.
—Lo mismo digo, señorito. ¿Vas de boxeador? —Dijo burlón, señalándole la cara. Alessandro rodó los ojos—. Dani, estás preciosa.
—Gracias.
—¡Es hora de estrenar mi cámara! Colocaos —Dijo entrando en la carpa y tomando su cámara de fotos—. ¡Vamos! Esta noche sois pareja, ¿no? Pues tenéis que tener una foto como todos los demás.
Alessandro y yo caminamos lentamente y nos pusimos delante del fondo nevado dejando una prudente separación entre nosotros.
—¡Oh! ¡Por Dios! ¿Qué es esto? ¿El ejercito? Relajaos un poco, acercaos. ¡Sois pareja! —Nos repitió—. Dani, ¿quieres salir con la chaqueta en la foto? Te queda bien, pero es una pena ocultar ese precioso vestido.
Asentí y me quité la chaqueta dejándola sobre una silla que seguramente el profesor ya había colocado sabiendo que todas tendrían el mismo problema. Axel se enderezó y me observó sorprendido.
—Estás realmente preciosa —Dijo. Su mente vagó durante unos breves segundos por algún lugar al que Alessandro y yo no estábamos invitados. Una involuntaria sonrisa se asomó a sus labios antes de volver a la tierra y mirar a mi acompañante divertido—. Alessandro, ¿no pudiste disimular un poco esas marcas?
—¡Oh! Mmm... Yo puedo ayudar con eso, si quieres. —Dije, pidiendo su consentimiento para maquillarlo.
Alessandro me miró con cierta desconfianza, pero pronto se encogió de hombros. Yo saqué de nuevo mi maquillaje y, con cuidado de no hacerle daño, oculté el moratón de su pómulo.
—No puedo hacer nada por la herida del labio, pero el moratón ya no se ve. —Le aseguré.
—Gracias.
—Buen trabajo, Dani. Y ahora, la foto —Dijo Axel emocionado—. Alessandro, ¡sé un caballero! Coloca la mano detrás de su espalda.
"¿Dónde?"
Alessandro carraspeó y colocó lentamente su mano sobre la piel desnuda de mi espalda, quemándome, haciéndome estremecer. Todo mi cuerpo tembló con una potente ola de fuego que ruborizó mis mejillas.
Mientras Axel disparaba una y otra vez, sentí la mirada de Alessandro sobre mí. Levanté la vista y nadé el cálido chocolate de sus ojos. Él me sonrió con timidez, y yo le devolví la sonrisa.
¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Cuándo había parado Axel de hacer fotos? Ambos nos giramos para ver como el profesor nos miraba con una sonrisa traviesa.
—Perfecto. —Dijo antes de agarrar la chaqueta de Alessandro y dármela.
Los tres entramos en el gimnasio y yo miré maravillada a mi alrededor.
¡No recordaba que nos hubiera quedado tan bonito! Abundaba el cristal, los tonos azules y el blanco.
Las paredes estaban cubiertas de una suave tela blanca. Las mesas estaban iluminadas por unas pequeñas luces guardadas en unos bonitos tarros de cristal, dando el aspecto de cientos de luciérnagas. También había sobre cada mesa un bonito ramo de rosas, y ramas blancas y desnudas que daban un aspecto de lo más invernal. La luz del local era fría, azulada, creando un bonito ambiente polar. Más allá estaba la pista de baile, iluminada por luces, focos y farolillos y decorada con pequeños copos de algodón y cartulinas plateadas con forma de copo de nieve.
—Está genial. —Dijo Alessandro admirando nuestro trabajo.
—Es muy bonito. —Afirmé.
La hora se pasó enseguida mientras Alessandro y yo comprobábamos que todo estuviese bien y preparado para la llegada de nuestros compañeros. El catering ya estaba listo, los camareros preparados, la música colocada al volumen adecuado y las velas encendidas.
Los primeros en llegar fueron la directora y los profesores invitados, que ocuparon la mesa presidencial elogiando nuestra decoración.
—Tu es bien belle, Daniella. —Me saludó la señora Lemoine con una sonrisa.
—Merci, madame.
—¡Très bien! —Sonrió, felicitándome por mi buena pronunciación en francés.
Lo cierto era que, gracias a Alina, había mejorado mucho.
Después de los profesores, las primeras parejas no tardaron en llegar y buscar un lugar donde sentarse mientras admiraban también el decorado.
Alessandro y yo salimos a la carpa para ayudar a Axel con las fotos, y cuando terminó con la pareja que tenía, Drew y Stella ocuparon su lugar. El moreno me observó de reojo y yo lo saludé brevemente con la cabeza. Ambos iban muy bien conjuntados; Stella con un bonito vestido largo de color negro, con un solo tirante en color blanco, y Drew con un traje y camisa negros y corbata blanca.
—Listo. Los siguientes. —Los dos se apartaron y entraron en el gimnasio lanzándome una mirada de sorpresa y extrañeza.
"¿Qué les pasa?"
Tres parejas después llegaron Brittany y Esteban, que se colocaron para posar y me observaron también de la misma forma que sus amigos.
Ellos se habían decantado por ir de blanco. Su pose era como las demás, juntos, hombro con hombro, y con una sonrisa forzada.
—Siguientes. —Pidió Axel con un tono aburrido.
Me emocioné a ver a Alina, guapísima con su vestido, y a Alan, también muy guapo con su traje negro, su camisa blanca y la corbata color verde agua. ¡Eran tan adorables! Axel les pidió que se colocaran y mi amiga optó por la misma posición que los demás, pero Alan tenía otra idea en mente.
—Hey, Alina. —Habló dándole la espalda. Ali lo miró extrañada, al igual que Axel que lo miraba confundido desde detrás de su cámara; yo sonreí sabiendo lo que pretendía.
Alan se giró mirándola fijamente, mostrándole su pose sexy y Alina se quedó completamente paralizada; sus ojos brillaban y su cara estaba iluminada por un favorecedor tono rosa que se convirtió en rojo cuando Alan le guiño un ojo. Axel disparó complacido y les sonrió.
—¡Genial chicos! ¡Divertíos!
Las parejas pasaron por el fondo sin que Alessandro ni yo les prestásemos mucha atención hasta que vimos aparecer a Jake, con un traje gris oscuro y camisa blanca, completamente solo y con el móvil en la mano. Nos sonrió y se colocó en el fondo.
—¿Y tú pareja? ¿Te dio plantón? —Preguntó el profesor.
—¡No! ¡Aquí está! —Dijo Jake levantando el móvil y permitiéndonos ver que estaba haciendo una vídeo-llamada con Lucía, que me saludó con la mano eufórica. Ambos reímos.
—Jake, eso te saldrá muy caro, amigo. —Señaló Alessandro.
—No me importa. No quería venir con nadie más. —Dijo mirando a la pantalla con adoración.
—Te quiero, Jake. —Escuché decir a mi amiga.
¡No! ¡Por todos los dioses! ¡Lo había dicho! Me invadió una irracional alegría que me hizo dar botecitos sobre mis finísimos tacones. Alessandro sonrió, negando algo con la cabeza.
—Te quiero, Lu. —Jake besó el móvil y Axel sacó la foto.
—Eso... ha sido una de las cosas más raras que he visto en mi vida. —Nos aseguró, haciéndonos reír.
Diez parejas después, seguíamos sin saber nada de Filipp hasta que:
—No me lo creo. —Dijo Alessandro mirando hacia el bonito pasillo que habíamos creado. Por él venía Filipp con Susan agarrada del brazo.
¿Qué hacía el rubio con ella?
Tenía que admitir que hacían una pareja realmente bonita; el cabello de Susan, rojo como la lava de un volcán, estaba recogido en un moño y adornado con pequeños brillantes blancos. La camisa de Filipp tenía sentido ahora que veía el vestido rojo de su acompañante, que la envolvía como si fuese un regalo. El escote palabra de honor dejaba a la vista sus finos hombros y el cinturón de pedrería marcaba su pequeña cintura.
A mí me sonaba aquel corte. Aquella forma de definir a la perfección el cuerpo, de sacarle el mayor partido, y, sobre todo, me sonaba aquella "G" dorada que estaba bordada justo en el centro del cinturón. Era un vestido de la colección Giannetti.
La pelirroja me miró de arriba abajo con los ojos entrecerrados, con la misma expresión de desconcierto que habían mostrado los demás; Filipp, me había sonreído y encogido de hombros, como si intentara decirme: "Esto fue lo que me tocó". Ambos se colocaron delante del fondo, Filipp con las manos en los bolsillos mientras que Susan lo sujetaba por un brazo. Axel tomó la foto y entraron en el gimnasio.
—¿No habíamos acordado el uso de unos colores concretos? —Preguntó Alessandro.
—Sí, pero qué mejor forma de destacar que rompiendo las normas.
—Ya veo...
—Entrad ya, chicos —Dijo Axel sobresaltándonos—, yo me encargo del resto. Disfrutad de la fiesta.
Alessandro y yo entramos y buscamos a Jake, su móvil, Alan y Alina; Filipp estaba sentado en otra mesa, al lado de Susan, que me miraba con prepotencia.
—¿En qué estaba pensando, Filipp? —Preguntó Alina.
—Él se negó rotundamente a pedírselo a alguien y Susan fue la única que se atrevió a pedírselo a él. —Nos explicó Alan, que al parecer ya estaba enterado de que esos dos irían juntos.
—¡Está loco! —Intervino Jake—, ahora no se la sacará de encima.
Loco o no, allí estaba, con ella, y muy lejos de sus amigos.
—Bien... Ha sido su decisión y tenemos que respetarla. Así que , ¡a divertirse en su honor! —Clamó Alan alzando una copa de refresco.
Comimos entre risas, cuentos y recuerdos, y cuando la cena se terminó, Axel tomó el micrófono.
—Hola chicos y chicas. En breves voy a proceder a colocar el vals inaugural del baile y os quiero ver a todos en la pista.
Alessandro se inclinó, como todos los chicos, para pedirme bailar, y yo tomé su mano con una pequeña sonrisa. Me llevó hasta la pista, se paró frente a mí y con la otra mano, me tomó de la cintura, acariciándome la piel y haciéndome sentir unas fuertes descargas eléctricas a lo largo de mi columna vertebral.
Mi corazón comenzó a latir con mucha fuerza y mi piel se encendió bajo su agarre.
—Recuerda: no cuentes los pasos, déjate llevar. —Dijo él sonriendo y erizando por completo mi piel.
La música suave nos acunaba sumiéndonos en un profundo sueño donde sólo estábamos nosotros dos; aunque la sala estaba repleta de gente, mis ojos sólo eran capaces de ver a Alessandro, que me giraba y movía grácilmente por toda la pista. Su dulce olor noqueaba todos mis sentidos y sin darme cuenta, mis dos manos habían acabado sujetas a su nuca y las suyas disfrutaban del tacto de mi espalda, apretándome contra su fuerte y cálido cuerpo y acelerando aún más mis pulsaciones.
—¿Qué me has hecho, Daniella? —Susurró Alessandro en mi oído, haciéndome estremecer.
Lo miré confundida. ¿Qué había hecho yo? La pregunta sería: ¿qué me había hecho él a mí? Por que sentía como si mi cuerpo flotase cargado de electricidad en aquel preciso momento.
La canción terminó de pronto, rompiendo nuestra burbuja y obligándome a separarme de él. Lo miré a los ojos, que me sonreían cálidos y brillantes. Axel aplaudió, tomó el micrófono y comenzó a hablar de nuevo.
—¡Bravo, chico!. Bien: como sabéis, este año hemos decidido hacer una elección de rey y reina del baile. Pero hoy no me he basado en la popularidad, o en lo conjuntados que estabais, o en que formaseis la pareja ideal; me he basado en vuestra foto, en lo que lograba transmitir y puedo deciros que ya tengo una pareja ganadora. Por su alegría, por su ternura, por el amor que se nota en sus miradas, el rey y reina de invierno son... ¡Alan Hyum y Alina Vian!
La bonita foto de mis amigos apareció reflejada en una de las telas que cubrían la pared. Los dos caminaron al frente agarrados de la mano rodeados de aplausos y de caras de falsa alegría como la de Susan, que había hecho todo lo que estaba en su mano para ganar. Axel los esperaba con las graciosas coronas plateadas que, después de una reverencia, colocó en sus cabezas.
Alan pidió silencio con las manos, y todos callaron, ávidos de saber lo que el americasiático iba a decir.
—Alina, mi reina, aprovechando que todos están presentes, y en especial la población masculina, quiero pedirte formalmente... que seas mi novia.
Todos gritamos; algunos como protesta, otros de alegría y otros de pura expectación, mientras que Alina iluminaba la estancia con sus mejillas y el brillo de sus ojos. Tenía una gran sonrisa tatuada en los labios y Alan la observaba esperando su respuesta con claro nerviosismo.
—¿Lo dices enserio?
—¿Cómo voy a mentir con algo así, mujer? —Preguntó él nervioso, provocando otra ronda de carcajadas.
—Je ne sais pas, Alan. Tú siempre estás bromeando y... —Alan gruñó.
—Calla y ven aquí. —La agarró de la cintura y la besó bajo los gritos y aplausos de casi todo el alumnado.
—¡Que empiece la fiesta! —Gritó Axel.
Y el caos se desató.
Después de tres horas bailando, mi peinado debía estar desastroso y yo me sentía agotada. Hacía ya un largo rato que no había señales de Alessandro y Filipp, que habían estado desapareciendo y apareciendo durante toda la noche, y ahora también Jake.
La música cambió por primera vez el ritmo, y sonó una canción lenta. Alan y Ali se abrazaron para bailar. No pude evitar sonreír.
Como mi pareja estaba desaparecida en combate, dejé la pista de baile, agarré su chaqueta, que seguía en nuestra mesa, tomé mi bolso y salí a buscarlo.
Miré por los alrededores del bosque, siguiendo el camino de luces que habíamos creado, pero sólo vi a una pareja abrazándose. Iba a dejarles intimidad cuando me fijé en que hombre, era Axel.
Me llevé las manos a la boca. ¿El profesor estaba con una alumna? No podía saberlo, no lograba ver bien su rostro, pero lo que sí se veía era que la chica estaba llorando.
Axel la apartó con delicadeza para limpiar sus lágrimas y yo me quedé completamente petrificada.
"¿Mamá?"
No, no podía ser. Mi madre estaba en Suiza. Además, ella no iría al internado sin avisarme. ¿Y por qué estaría con el profesor?
De pronto, comencé a agobiarme.
Me acerqué a ellos con cuidado de no ser vista y pude apreciar mejor el cabello largo y anaranjado de la mujer, sus perfectas curvas y la delicada posición en la que se colocaba a pesar de estar llorando. No había dudas. Axel estaba abrazando a la mismísima Antonella González.
¿Pero por qué? ¿Qué hacía allí mi madre? ¿Por qué no me había avisado de que vendría? Y, sobre todo: ¿por qué lloraba?
Mi mente era un cajón caótico en el que cada idea era peor a la anterior. ¿Y si estaba enferma y venía a buscarme para que estuviese con ella? ¿Y si tenía algo grave? Podría haber llamado al instituto para que alguien viniese a buscarme siguiendo con mis deseos de que nadie la identificase como mi madre, y ese alguien podría haber sido Axel, que habría ido en busca de mi madre y ella lloraba contándole lo que le ocurría.
Las posibilidades eran infinitas, pero todas terminaban con una mala noticia y mi madre llorando.
Estaba a punto de salir de mi escondite cuando Axel le dijo algo a mi madre y ella asintió. Agarró su móvil y comenzó a marcar un número. ¿Me llamaría a mí?
Como respuesta, mi teléfono comenzó a vibrar. Caminé alejándome de ellos para que no me descubrieran y contesté.
—¿Mamá? —Ella carraspeó con delicadeza, para que yo no notase que había llorado.
—Hola, cariño. ¿Cómo estás? ¿Qué tal el baile?
—Muy bien...ya...ya estoy en mi habitación, he bailado mucho, y estoy agotada. —Dije obligándome a reír.
—¿Tan cansada como para no verme?
—No, mamá, eso nunca. Podemos conectar la webcam un rato si quieres... —Ella no tenía que saber que la había visto.
—No cielo, estoy en Londres. Quería verte antes de que te vayas a Italia.
—¿Estás aquí? ¿De verdad?
—Sí.
—Mamá, no sabes cuánto me alegro. —Una solitaria lágrima resbaló por mi mejilla. Moría de ganas por verla, por saber qué estaba pasando.
—Me he encontrado con tu profesor y él me va a acompañar hasta tu bloque. Nos vemos enseguida, cariño.
—Hasta ahora.
Colgué el teléfono y me limpié las mejillas. Debía apurarme para ir a mi habitación. Levanté la vista y me asusté al ver un hombre tumbado toscamente sobre un banco. Avancé con cautela hasta que finalmente reconocí su rostro.
—¿Alessandro, estás bien? —Pregunté aliviada de haberlo encontrado. Pero no hubo respuesta.
Me acerqué a él y lo llamé de nuevo consiguiendo que me sonriera con una extraña mueca.
—Danielita... Danielita... ¿Qué me has hecho Danielita? —Me paré de golpe—, ven Daniella, ven aquí... —Habló mientras trataba de abrazar el aire. ¡No me no podía creer!
—¿Estás borracho?
—¿Y-o? No. Hoy estás preciosa, ¿lo sabías? Siem-pre estás preciosa.
Era muy alentador que él me llamase "freciosa", pero ¡por todos los Dioses! ¿Cómo se había emborrachado? ¡Si no había alcohol en el baile!
—Alessandro, ¿has bebido alcohol? —El negó con la cabeza, y luego asintió.
—Un po-quito.
—¿De dónde demonios lo sacaste?
—Filipp.
—¿Filipp? —Él asintió—. ¿Qué pasa con él?
—Compartió con-migo. —Lo miré extrañada.
—Alessandro, escúchame bien; mírame por favor. ¿Filipp ha bebido? —Él asintió—. ¿Dónde está él?
—Se-fue con Jake. —Saqué el móvil del bolso y llamé a Jake.
—¿Nella?
—¡Jake! ¿Estás con Filipp?
—Sí, lo llevo a su habitación —Suspiré aliviada—, parece que él, Alessandro, y alguno más, han estado bebiendo en los baños. —Miré a Alessandro, que seguía tumbado en el banco con una mano sobre la frente.
—¿Es la rubia? —Escuche gritar a Filipp a través del teléfono.
—Sí, es ella —Contestó Jake con esfuerzo, como si lo estuviese cargando.
—Dile que la queremos.
—Filipp, no creo que sea el mejor momento. Tal vez mañana...
—¡Díselo, hombre! —Escuché como Jake suspiraba.
—Daniella...—Comenzó el castaño, con pesar.
—Está bien, lo escuché. Veré qué puedo hacer por Alessandro. Cuida de Filipp, ¿vale?
—Lo haré. Avísame si necesitas ayuda. Chao.
Colgué y me incliné al lado de Alessandro, que reía como un loco.
—Alessandro, ven, te voy a llevar a tu habitación.
—No quiero. —¡Genial! Como si fuera a ser fácil cargarlo hasta allí y encima no ponía de su parte.
—Por favor. Yo voy a ir contigo, ¿de acuerdo?
—¿Te quedarás allí? —Me quedé en silencio, mirándolo mientras él permanecía con los ojos cerrados.
—Sí, me quedaré. ¿Vamos?
—De acuerdo.
Con mucho esfuerzo, lo llevé hasta el Pettit, y con aún más esfuerzo le ayudé a subir las escaleras hasta el segundo piso. Caminamos hasta su habitación y le pedí las llaves.
—En mi bolsillo. — Rio él, travieso.
—¡Pues dámelas! —Alessandro negó con la cabeza.
—Agárralas tú —Mis mejillas ardieron. ¡Él no podía pedirme eso! Lo miré a los ojos, enrojecidos y con la pupila dilatada por el alcohol y suspiré resignada. Metí la mano en su bolsillo trasero y saqué de él la llave—. ¡Me has tocado el culo! —Dijo cubriéndose, mientras entrábamos en su cuarto.
—Sólo tomé las llaves de tu bolsillo, ¿ves? —Cerré la puerta y le enseñé la llave. Él asintió y sin previo aviso se quitó la camisa sin desabrocharla siquiera—. ¿¡Qué haces!?
—Tengo mucho sueño —Dijo bajándose los pantalones. Aparté rápidamente la vista mientras él terminaba y se tambaleaba en calzoncillos hasta su cama—. ¿Daniella?
—¿Qué? —Pregunté sintiendo mi piel en estado febril.
—Me gustas demasiado. —Mi corazón comenzó a latir con mucha fuerza. Lo miré incrédula y, por suerte, ya estaba metido bajo las mantas.
¿Qué acababa de decir?
—Sólo estás borracho —Susurré. El negó con la cabeza y yo sonreí—. En otras condiciones tú jamás me dirías esto. Tienes novia. ¿Recuerdas a Rosetta?
—Rosetta no me gusta. —Así que ahora "Rofeta" no le gustaba.
No podía escuchar aquello. Él estaba borracho y no sabía lo que decía.
—Está bien, Alessandro, no pasa nada. Ahora puedes dormir. —Él negó con la cabeza.
—Yo tendría que estar muerto, ¿sabes? —Me congelé.
—¿Qué...? ¿Qué estás diciendo, Alessandro? ¡No digas tonterías!
—No, no...Yo... Yo debí irme con ellos... Pero ahora... Ahora ya no... —Susurró arrastrando las palabras.
¿Hablaba de sus padres? Su dolor, sus ojos tristes... Alessandro extrañaba a sus padres, pero no debía desear morir, eso me entristecía en lo más profundo de mi alma.
—No digas eso, tú tienes que estar aquí, con tus amigos, con tus tíos... Conmigo —Sentí una suave respiración que me indicaba que se había dormido—. No desaparezcas nunca de mi vida, por favor.
¡Hola Zanahorios!
¿Cantamos?
Me emborracharé... Me emborracharé... ¡Por tú culpa! ¡Por tu cullllpaaaa!
xD
¡¡Contarme qué os ha parecido este capítulo!! :3 Dejadme vuestro voto si os ha gustado e, IMPORTANTE: comentad todo lo que os haya llamado la atención ;)
Os dejo la foto que me ha inspirado para el baile:
¡¡Nos vemos muy pronto!! y hasta entonces:
Besos con sabor a zanahoria para todos.
Alma.
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