Emma
Capítulo 3
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Leandro me observaba sin tapujo alguno, clavando sus ojos castaños en cada facción de mi rostro.
Parecía estar memorizando el ángulo de mis cejas, la profundidad de mis pómulos, la redondez de mi nariz... Sentí un pequeño hormigueo cuando se detuvo un tiempo extra en el arco de mis labios para luego subir a mis ojos y estudiar mi alma a través de ellos.
Un extraño calor se extendió furioso por todo mi cuerpo. ¿Me habría sentado mal la comida?
Él sonrió, satisfecho con el rubor de mis mejillas, y estiró la mano derecha hacia mí.
—Es un placer conocerte, Emma.
Su grupo de amigos se había acercado curioso, y me observaban intentando indagar si iba o no a estrechar la mano del chico. No lo hice. Mis brazos se habían paralizado ante su insistente y cálida mirada.
Tenía unos ojos tan bonitos... De un precioso y brillante marrón que me hacía pensar en las fondues de chocolate para frutas que preparaba mi padre. Sus pestañas, oscuras y espesas los enmarcaban en una mirada pícara, traviesa como la de un niño pequeño, y me impedían apartar la vista de ellos.
Al percatarse de que no iba a darle la mano, Leandro forzó la suya hacia atrás, y se dispuso a presentar a sus compañeros.
—Estos son Theo y Thom. —Me informó girando la cabeza para señalar a dos de ellos.
Deshaciéndome por fin del embrujo de sus ojos observé a los chicos. El más delgado levantó las cejas en señal de saludo, mientras que el grandote me dedicaba un guiño haciendo una extraña mueca con la boca.
Helena resopló con disgusto.
—Como si eso fuese a funcionar alguna vez... —Se quejó cruzando los brazos sobre el pecho, notablemente incomoda.
—Me funcionó contigo, nena. —Se lució el chico.
—¡Idiota! —Le gritó ella—. ¡Vamos, Cathy! —Le pidió a su amiga. Inmediatamente me miró a mí, para luego volver la vista al grupo de chicos, y de nuevo a mi—. Te vemos luego, Emma... Si es que aún quieres seguir aquí.
Las observé contrariada mientras se alejaban.
¿Por qué querría irme?
—Hey. Yo soy Mike —Me informó el tercer chico, rubio y de grandes ojos azules, sentándose en la silla libre frente a la mía—. Eres nueva, ¿no?
A penas podía pensar en una respuesta, notando como el primero, Leandro, seguía con aquellos dos golosos ojos de chocolate caliente completamente fijos en mí, como si fuese la más interesante obra de arte jamás creada.
Por si fuera poco, ¡olía demasiado bien! Dulce. Como a pastel con canela.
—No hablas mucho, ¿verdad? —Observó el que había intimidado a Helena.
Mi mente decidió al fin conectarse de nuevo. ¿Por qué me estaba comportando de aquel modo?
Sabía lidiar con las personas, ¿no?
Los años ayudando a mis padres en el restaurante me habían enseñado a ser amable y paciente, pero también a no dejarme intimidar.
Aquel no era más que un chico mirándome. Cierto era que nunca había sido observada, casi estudiada de aquella intensa forma por un hombre, ya que el único con el que había compartido la mayor parte de mi tiempo era con mi padre.
Sus palabras sonaron fuertes en mi mente:
"Los chicos sólo traen problemas, Emma. Sólo te harán perder el foco de lo que realmente importa. Los hippies creíamos que el amor era la cura para todo mal, y no veíamos que en realidad el amor era la peor de las enfermedades que se podían sufrir. Provoca noches en vela, preocupaciones, dolores y arritmias, y te nubla la cabeza. Enfocarse en el estudio es la mejor vacuna preventiva. Alcanza un buen empleo y luego veremos si tienes tiempo para chicos en tu vida."
Nunca me había enamorado, tampoco había tenido tiempo para conocer a alguien, pero tal y como mi padre lo describía, no parecía ser algo bueno.
Mi madre, por el contrario, le reñía cuando me hablaba de esa forma a cerca del amor.
"¿A caso no has tenido tú la oportunidad de amar y de ser amado? ¿Tan horrible ha sido? ¿Por qué te has tomado el tiempo y las molestias de enamorarme con mimos y palabras bonitas entonces?"
"Y mira dónde has acabado, Carmen."
Así fue que, colocando mi mejor sonrisa de camarera, me disculpé, me presenté a todos ellos y les indiqué que, efectivamente, era nueva allí.
—De modo que tú has sido una de los ganadores de la beca —Leandro sonrió claramente complacido—. Una chica inteligente entonces.
—Es más bien fruto del esfuerzo. —Le corregí con sinceridad.
—¿Una "empollona"? —Preguntó burlón.
—Eso parece. —Asentí encogiendo los hombros. Así solían llamarme todos en mi antigua escuela, después de todo.
—¿Y no es eso un tanto aburrido? —Insistió él.
—Aburrido o no, es necesario —Me miró interrogante y yo, sintiéndome tonta, le expliqué—. Ya sabes... Aprobar con buenas notas para que te faciliten el ingreso a una buena universidad... Trabajar para tener un mejor futuro...
Él me miraba con curiosidad, como si todo aquello fuese un absurdo. Y posiblemente para él lo era. ¿Qué necesidad tenía un niño rico de estudiar, pudiendo conseguir cualquier cosa a golpe de billete?
—Claro que tal vez tú no tengas que preocuparte por esas cosas. —Hablé, más para mí misma que para él.
Noté que por alguna razón la conversación le complacía. Cual fiero depredador, seguía con la mirada clavada en mis pupilas con una intensidad abrumadora. Su sonrisa traviesa, coronada por aquellos labios gruesos, mostraba un canino ligeramente afilado que despertaba sensaciones encontradas en mí.
—La verdad es que no; pero no por los motivos que tú crees —Se defendió con tranquilidad—. El dinero de mis padres no me ayudará a entrar en ningún lugar, principalmente porque no lo usarían para hacerme crecer en la vida. Ese no es su estilo —Sus amigos asintieron tras él, dándole la razón—. Lo mío es algo nato. Nací un coeficiente intelectual alto, de modo que no necesito esforzarme demasiado. Prefiero invertir mi tiempo en.... crear arte moderno.
Sus amigos rieron y yo lo miré escéptica.
Noté en aquel momento que todas las personas del comedor susurraban, observando al pequeño grupo que me rodeaba. Algunos reían, otros me miraban con cierta pena. No sabía el motivo de tanta expectación, pero aquello me estaba haciendo perder demasiado tiempo.
—Somos bastante famosos por aquí. —Se justificó Thom.
—Ya lo veo.
—¿Quieres que te enseñemos la escuela? —Me ofreció amablemente Theo.
Los ojos de Leandro parecieron centellear ante la expectativa. Alzó las cejas secundando la pregunta de su amigo.
"¡Los chicos son peligrosos, Emma!"
—Lo cierto es que tengo que irme ya —Me disculpé observando el enorme reloj de pared del comedor, para luego recoger mis folletos, levantarme de la mesa y abrirme hueco entre ellos—. Debería estar estudiando.
—¡Pero si las clases aún no han comenzado! —Se mofó Leandro.
—Lo sé —Zanjé rápidamente recogiendo mi bandeja—. Empollona, ¿recuerdas? Hasta luego.
Me alejé de ellos a pasos agigantados y subí a mi habitación, aun sintiendo los enormes ojos de aquel muchacho sobre mi piel.
Tenía que eliminar su imagen de mi mente. Tenía que concentrarme en aquellos dichosos folletos que me habían dejado a cerca del internado. Debía revisar con cuidado toda la información. Las normas, los planos, los horarios y la fiesta de elección de asignaturas extra, que se celebraría esa misma tarde para que la decisión estuviese ya tomada a las doce del día siguiente.
Tomé papel y un lápiz y me dispuse a decidir las mejores posibilidades entre todas las opciones, descartando rápidamente las de danza y música e intentando encontrar las que mejor podrían enriquecer mi currículo.
Historia avanzada, ética, economía, matemáticas aplicadas al desarrollo de empresas ... Cualquiera de ellas, si me esforzaba, podría servir para encauzar el camino que salvaría a mis padres de aquella situación de deudas en la que se encontraban.
Mis ojos pasaron veloces sobre las palabras Arte y Dibujo. No podía permitirme una distracción así. ¿Qué diría mi padre si supiese que dedicaba mi tiempo extra a crear y pintar en vez de buscar la forma de mejorar nuestro negocio familiar?
Había clases de modales, de fotografía y de cocina; varios idiomas extra y muchos deportes a los que apuntarse. Pero yo tenía la obligación de ser práctica; de encontrar las mejores opciones y no sólo una forma de matar el tiempo extra. Y, sin embargo, la clase de arte, expuesta con aquella bonita caligrafía que parecía haber sido escrita a mano, insistía en llamar toda mi atención.
Los grandes ojos de aquel chico aparecieron en mi mente de nuevo, sonriendo de forma traviesa. ¿No había dicho él que le gustaba crear arte moderno? ¿Estaría en aquella clase? ¿Qué tipo de obras realizarían?
Noté entonces que mi mano derecha había estado trazando remolinos en la hoja de papel, creando una composición tan nublada como mi mente.
"¡Olvídalo, Emma!" —Me insté frustrada, tirando el folleto informativo en la papelera.
No debía perder el tiempo con la pintura. No debía disfrutar de los colores ni del tacto del lienzo. No debía decepcionar a mi padre. Y sin embargo di un vistazo al balcón y mi pecho se llenó de plomo.
Miré mis pinceles nuevos, limpios y brillantes, secándose en el vaso de cristal donde los había dejado. Por la ventana, las hojas de los árboles de cerezo brillaban con la luz del sol.
Tal vez no podía ir a clase, pero ¿tan malo sería usar un par de horas para dibujar antes de que las clases comenzasen? Luego lo dejaría definitivamente durante el año escolar. Sería una despedida.
Mi cuerpo vibró en anticipación cuando dejé de morder la uña de mi dedo corazón para agarrar la caja de pinturas al óleo. Levanté los pinceles y abrí la puerta del balcón. Coloqué con dificultad el caballete de madera, dejando una de las patas delanteras en la habitación y me coloqué con más dificultad aún en el estrecho hueco que quedaba en el balcón.
Mi corazón se aceleró con la primera pincelada verde. Pintar me traía una paz fuera de lo normal, y en aquel momento eso era justo lo que necesitaba. Me dejé llevar por los colores, por el canto de los pájaros y el calor del sol...
—¿Hola? —Sobresaltada, apreté el pincel sobre el lienzo, creando una pequeña explosión naranja sobre las delicadas hojas verdes. Aquella voz...—. ¿Hay alguien ahí arriba?
Me incliné sobre el balcón y me encontré con el rostro de Leandro cargado de sorpresa.
—¡Vaya...! —Mi cuerpo se erizó al ver que él asentía, sonriendo satisfecho—. De modo que eres tú, empollona.
—¿El qué soy yo, exactamente? —Pregunté atrapada de nuevo con aquella hechizante luz que bailaba en sus ojos.
—La que va a dormir encima de mi cada noche —Dijo divertido. Un terrible calor subió a mis mejillas y sin embargo fui capaz de levantar las cejas en su dirección, indagando si pretendía ser gracioso.
Al ver que no le reía el chiste, él carraspeó y se enderezó levemente.
—Y posiblemente, ¿la dueña de esto?
Me enseñó la hoja de dibujo que había perdido en el balcón de abajo, su balcón, alzando también una ceja. Yo lo miré en silencio, escondiendo demasiado tarde el pincel. Él asintió y volteó la hoja para admirarla mordiéndose ligeramente el labio inferior.
—¡Eres buena! ¡Muy buena para ser una empollona! ¿Está segura de que lo tuyo son los libros?
—¡Completamente! —Respondí rápidamente. Así debía ser. Así había sido siempre.
Él encogió los hombros. A lo lejos comenzó a sonar una alegre canción.
—Deberíamos bajar. Acaban de abrir los stands de las optativas —¿Ya? ¿Cuánto tiempo había estado pintando?
Leandro miró mi dibujo de nuevo y sonrió.
—Deberías apuntarte a Arte. Al profesor le encantaría tu trabajo.
Sentí una punzada de tristeza. Él no tenía por qué entender que yo no podía permitirme esa maravillosa distracción.
—Tú... ¿Vas a apuntarte en la clase de arte? —Pregunté por pura curiosidad.
—¡Como cada año! No es cómo si yo tuviese otra opción... —rio, mostrando su afilado canino—, pero me gusta. Me relaja, me divierte...
—Ya —Lo corté suspirando. Sabía perfectamente de lo que me hablaba—. Yo no tengo tiempo para eso.
—Y, sin embargo, Emma, parece que lo necesitas desesperadamente. —Dijo señalando mi mano, sucia de pintura verde y azul.
No tenía ni idea.
—¿Podría recuperar mi dibujo? —Pregunté rápidamente para dar el tema por zanjado. Él asintió.
—Te espero en la segunda planta —Lo miré interrogante y él señaló el lugar de donde provenía la música—. Tenemos una fiesta a la que ir, ¿recuerdas? Es un camino largo desde aquí. Te acompaño.
Asentí conforme y me preparé rápidamente para bajar, lavando con fuerza las manos y todos los pinceles que había usado, para acomodarlos de nuevo en el bote de cristal, dejando que se secasen.
Agarré todos los papeles informativos y el mapa, y los metí en una carpeta. No pretendía que Leandro me acompañase durante toda la tarde y no quería perderme.
Él me esperaba tranquilo en el recibidor del segundo piso. El traje del internado lucía demasiado bien en él. Vi avergonzada cómo estudiaba mi dibujo, hasta que escuchó mis pasos sobre la escalera y su boca se curvó en una pícara sonrisa.
—Empollona. —Me saludó con una contagiosa alegría.
Con un largo suspiro, le sonreí de forma amable, tratando de sacudir las extrañas sensaciones que su miraba provocaba en mí. Era hora de actuar como la perfecta camarera que yo era.
—Leandro. —Contesté tranquila.
Levanté la mano, pidiendo mi dibujo y él me lo entregó.
—Dibujas realmente bien, Emma. —Vi en su rostro la sinceridad de su halago y mis mejillas se tiñeron de rojo.
—Gracias.
Caminamos en silencio hacia el instituto. La fiesta de bienvenida y los stands informativos estaban justo delante. Aquella tarde podríamos ver demostraciones de años anteriores de todas las asignaturas. Miré de reojo a Leandro, preguntándome si habría alguna de sus obras expuestas en el stand de Arte.
—¿Ya has decidido qué vas a estudiar? —Preguntó de pronto.
— Pues...yo...
—¡Leandro! Espero que no estés ya molestando a los alumnos nuevos. —El director se acercó a nosotros y colocó un pesado brazo encima del hombro de Leandro.
Era un hombre muy apuesto. De algún modo lograba que su chaqueta de cuero marrón encajase a la perfección con aquel cabello canoso sin hacerlo ver uno de esos señores maduros que se niegan a envejecer. Debía ser aquel jovial y alegre carácter, junto con su bonita y honesta sonrisa.
—Sólo la estoy acompañando a los stands. —De defendió el chico divertido.
—¡Que caballeroso te has levantado hoy! ¿Cómo estas, Emma? ¿Te gustan las instalaciones?
—Son preciosas, señor director. —El director me miró dolido.
—¿Cómo que "señor"? —Leandro rio y el director le dio un codazo.
—Es que ya tienes unos años, abuelo... —¿Abuelo?
—¡No me hagáis sentir viejo! Llámame Axel —Insistió. Al parecer sí que le sentaba mal envejecer—. ¿Vais hacia los stands, entonces? Se que Leandro ya tiene decididas todas sus asignaturas, ¿y tú, Emma?
Leandro volteó hacia mí, curioso también.
—Yo... Estaba pensando en Economía, Matemáticas avanzadas ... —Pero el director no me escuchaba.
Miraba con curiosidad hacia la el papel que Leandro me había entregado y que yo había colocado entre las gomas de la carpeta.
—¿Puedo verlo?
¿Podía negarme?
Saqué el dibujo de la carpeta con una breve exhalación y se lo entregué al director. Él lo miró con sorpresa, asintiendo conforme.
—¡No había nada en tu historial sobre tus dotes con la pintura! —Me observó curioso—. ¿Por qué? —Tragué saliva.
—Bueno... yo...
—No pinta —Me interrumpió Leandro con mofa—. Es una empollona.
—¡Pues yo creo que sí que pinta! Y nada mal, por cierto —Sonreí agradecida y avergonzada—. ¿Qué ocurre, Emma?
—Es que... no puedo perder el tiempo con eso —Hablé al fin resignada—. Necesito un buen currículo, asignaturas válidas, importantes a la hora de acceder a una buena universidad. Eso no me servirá de nada.
—Bueno, eso depende de la carrera que escojas, ¿no? —Habló Leandro estudiándome con curiosidad.
¿Qué quería decir? ¿Que podría hacer una carrera de arte?
Escupí una pequeña risa. ¿A caso sabía aquel niño rico cuantos artistas lograban triunfar y vivir de su arte? ¿Cuántos tenían que trabajar limpiando y sirviendo para poder costearse pintura y pinceles, vendiendo los lienzos en los que habían trabajado horas y horas a turistas cerca de la Torre Eiffel por cinco euros? La lista de los que triunfaban era corta y yo no tenía tiempo para comprobar si el azar me sonreía.
—Leandro tiene parte de razón —Habló el director, casi ofendiéndome—. Pero entiendo lo que vives y sé que crees hacer lo correcto, pero no es así.
¿Lo entendía? Su ropa, su moto, su puesto a cargo del instituto más privado y lujoso de Europa, e incluso su perfecto corte de pelo me decían que no tenía ni remota idea de lo que mi familia y yo vivíamos a diario.
—Las grandes universidades no sólo se preocuparán por tus trabajos y materias de ciencias, Emma. Lógicamente, necesitas una puntuación muy alta para acceder a cualquiera de ellas, pero los demás aspirantes también tendrán notas altas, y entonces, ¿qué te hará destacar?
¿Destacar? Se suponía que mis buenas notas eran lo que me hacía destacar. Creía que ese era el motivo por el que yo estaba allí.
—Lógicamente —Continuó Axel —, yo he tenido que decantarme por los que más os esforzabais académicamente, ya que mis plazas para vosotros eran muy escasas, pero, aun así, ¿por qué crees que incluí una pregunta personal y hablé mucho con vuestros tutores antes de decidir? El interior y la motivación de una persona son también esenciales a la hora de elegir. Al fin y al cabo, el mundo está lleno de empollones. —Me sonrió con cariño y yo suspiré, perdida como nunca antes en mi vida—. Oxford, Cambridge, Stanford, Harvard... Cuando llegues verán a una chica que se ha pasado la vida entre libros, como muchos otros, y te preguntarán ¿qué hobbies tienes?, ¿en qué destacas?, ¿qué te hace especial a parte de tu buena disposición para memorizar y retener libros enteros?
Repetí horrorizada sus palabras en mi mente. "Buena disposición para memorizar libros". Aquella era la definición exacta de la palabra "empollona".
Miré a Leandro y vi que él continuaba estudiándome, ahora con gesto serio y pensativo. Según él, tenía un coeficiente intelectual bastante alto, no necesitaba esforzarse en clase. Se divertía con sus amigos y hacía algún tipo de arte. Era listo y tenía hobbies y buenas experiencias. ¿Era eso lo que las universidades valorarían?
—¡Está decidido! —Habló el director de pronto, asustándome—. Irás a clase de Arte y Dibujo. —Metió la pintura de nuevo en mi carpeta mientras que yo lo observaba con la boca abierta.
¿Iba a ir a clase de arte? ¿Podía hacer eso? ¿Qué diría mi padre cuando se enterase?
Tenía sudores fríos. Leandro miraba con el ceño fruncido cómo me mordía desesperada la uña del dedo índice sin saber cómo rechazar la oferta de Axel. ¿Podía rechazarla?, y, sobre todo, ¿debía hacerlo?
—¡Hey! ¡Vas a hacerte daño! —Con la intención de que dejase mis uñas tranquilas, Leandro subió la mano y al hacer contacto con la mía se escuchó un pequeño chasquido eléctrico.
—¡Ay!
Ambos tiramos del brazo rápidamente hacia atrás, frotándonos la mano, mientras que el director nos observaba con las cejas levantadas.
—Interesante. —Dijo sin más.
—Señor direct... Axel. Yo no sé si deba dejar mis estudios a un lado de esta manera y...
—¡Oh!¡No debes! —Me cortó él divertido, saludando con la mano a los demás alumnos que pasaban hacia la fiesta—. Tienes que seguir estudiando, Emma, pero necesitas enriquecer tu currículo, tu vida y tus experiencias con cosas nuevas, y otras no tan nuevas, creo yo —Dijo señalando mi dibujo —. Yo creo que llevas mucho practicando para haber alcanzado ese nivel sin apoyo alguno. Sólo necesitas ser valiente para sacar tu talento a relucir.
—¡Carai, empollona! ¡Eres muy buena dibujando! ¿Por qué te cuesta tanto admitirlo? —Preguntó Leandro.
Me sentía halagada. Debía ser más que evidente por el color de mis mejillas. Realmente me sentía eufórica de que al fin alguien viese mi trabajo y le gustase, y aun así, estaba petrificada por el miedo por primera vez en mi vida.
—Mi padre solía pintar —Hablé, más bajo de lo que hubiera deseado—. Pero tuvo que dejarlo y comenzó a trabajar en el restaurante... Él no aprobaría que yo...
—No es como si tuvieses otra opción —rio Axel encogiendo los hombros—. El "Señor Director Todopoderoso" te ha ordenado apuntarte a clase de Arte. Cree, sinceramente, que es por tu bien y por tu futuro. Y, Emma, yo no querría para ti nada menos que un futuro brillante.
Me dio un pequeño apretón cariñoso en el hombro derecho y me sonrió enfundándome ánimo.
—¡Hey! Sólo tienes que encontrar la manera de compaginarlo todo. ¡Así de fácil! De todos modos hoy tenemos una pequeña reunión planeada, junto con los demás chicos que tienen beca y hablaremos un poco más sobre este tema. Supongo que muchos estarán con las mismas ideas erróneas.
—Oh, y ¿a qué hora será? —Pregunté ante la atónita mirada de nuestro director.
—A las ocho, en el salón de actos. He colocado un aviso en la carpeta de vuestro escritorio, ¿no la habías visto?
Busqué entre los papeles desesperada y él comenzó a reír. ¡Tendría que haber leído todos aquellos folletos en vez de pintar paisajes en el balcón!
—Emma, ¡tranquila! Es el primer día. Todo es nuevo, estáis todos muy nerviosos con la elección de asignaturas... ¡Es normal que no hayas leído el aviso! —Miró a su alrededor pensativo, seguramente preguntándose si los demás chicos estarían en una situación parecida y se encontraría a las seis de la tarde sólo en el salón, esperando por nosotros— ...De hecho ha sido una pésima idea por mi parte; si yo estuviese en vuestro lugar no habría mirado ni el mapa del instituto.
Leandro asintió divertido, asegurándome que el director no bromeaba. Me asombraba lo bien que parecían conocerse y no estaba segura de si eso era algo bueno o malo.
—Bien, por lo pronto concéntrate en el aula de arte. ¡No decidas nada hasta después de la reunión, ¿de acuerdo?! Yo me encargaré de tus compañeros.
Asentí en silencio y respiré tan hondo como podía sin llamar la atención. Había comenzado a sentir un leve hormigueo en las manos, como me sucedía cada vez que iba a comenzar a pintar a escondidas. Aquella pequeña señal de felicidad descontrolada por culpa de la pintura debía ser contenida enseguida.
Tenía que encontrar la forma de ir a aquella clase sin que ello supusiese una traición a mis padres; a mis esfuerzos. Podría dedicarle exclusivamente el tiempo que durase el aula. O podía intentar hacer lo que el director me pedía y estudiar, mejorar mi técnica y crear un buen álbum de dibujo para mostrar en la universidad. Podría tomármelo como otra asignatura obligatoria. Y prácticamente lo era.
Sí. Eso era lo que debía hacer. No iría a aquella aula a divertirme, sino a perfeccionar mi "hobbie"; a enriquecer mi currículo.
—¡Leandro!
Los amigos del chico reían, caminando tranquilos hacia los stands. No había rastro alguno de preocupación en sus rostros, y no sabía si aquella paz tenía algo que ver con la riqueza o no, pero mientras que mi madre decía que el dinero jamás compraría la felicidad, mi padre insistía en que ayudaba mucho, y en aquel momento, creía que tenía razón. ¿Cómo si no podían estar todos tan relajados el día de tomar la decisión sobre lo que estudiarían el resto del año? ¿La actividad que rellenaría su tiempo y su historial académico?
—¡Vamos! ¡Va a empezar la demostración de natación! —Rio el chico grandote, dibujando con las manos un cuerpo curvilíneo en el aire.
—¡Thom, deja de ser un cretino! —Protestó el más menudo, pero que se parecía enormemente al primero en la forma del rostro, la nariz y en el color y la redondez de sus ojos. Con certeza eran gemelos o mellizos.
—¡Theo, deja de ser un mojigato!
—Hola, Emma —Me saludó el tercero, Mike—. En realidad, no es un capullo; sólo pretende serlo— Habló señalando a Thom—. Está en el equipo de natación y quiere ver qué tal van los de cuarto año. Siempre compiten. ¡Axel! —Le chocó la mano y el profesor les sonrió.
—¿Cómo será este año chicos? —Ellos rieron negando con la cabeza—. ¿Ninguna sorpresita para el primer día? ¿Globos de pintura contra los stands? ¿Petardos? —Todos miraron a Leandro—. ¿Palomas muy bien alimentadas?
El castaño miró hacia mí y encogió los hombros, escondiendo una sonrisa.
—No he tenido tiempo de preparar nada esta mañana.
Sentí la mirada de Axel y los demás chicos sobre mí y los miré interrogante.
—Interesante... — Repitió el director— ¡Maravilloso! Así pues, yo tengo que irme a gestionar mis stands. Emma, te veo en la reunión. Tendremos que escoger al menos otra buena asignatura. ¡Nada de esos royos en los que estabas pensando! ¡Y no me sirve cocina! Los dos sabemos que eso sería "útil", "práctico", en tu vida actual, pero no es lo que quieres para el futuro, ¿cierto?
Negué con la cabeza, hecha un manojo de nervios.
—Podrías probar la fotografía. —Me ofreció Leandro, para luego mirar al director en busca de aprobación.
Él lo observó sorprendido primero, y luego entrecerró sus ojos, estudiando al chico como si fuese una bomba activa que tuviese que neutralizar cuanto antes.
—Realmente te ha sentado bien el desayuno de hoy, Leandro —Se enfocó sólo en él durante unos largos segundos, al igual que sus tres amigos, para luego volverse hacia mí cargado de emoción—. ¡En realidad es una excelente idea! La fotografía es otro tipo de arte, otra forma de dibujar, pero a través de un objetivo. Puede ayudarte a mejorar con el dibujo y, además, ampliará tu horizonte artístico.
—¿Dónde has leído esa frase, Axel? —Preguntó Thom haciéndoles reír a todos, excepto a mí, que me había quedado inmóvil al ver cómo mis planes y los de mis padres se hacían agua en las manos del director y de aquel niño que parecía ser un pequeño diablo hablándole al oído.
Clase de arte, de fotografía y luego, ¿qué? ¿Querría que fuese a aprender a bailar?
Ellos reían alocados, imitando al mono Rafiki con su "Mira mah allá de lo que veh", y yo los observaba, pálida como una hoja de papel, intentando comprender los cambios que se avecinaban en mi vida.
Axel vio mi cara y les pidió a los chicos que se calmasen.
—Respira, Emma. Lo único que intento decirte es que podrías descubrir algo nuevo. Algo que te apasione como parece hacerlo el dibujo, o algo que lo complemente. Algo que impresione de verdad a tu futura universidad. Y, ¡oye!, si me equivoco, siempre puedes cambiar de asignaturas el próximo año. Lo hablaremos a las ocho. —Me recordó.
Con un nuevo apretón en el hombro y una sonrisa encantadora, se despidió, pidiéndome que confiase en él. Los chicos reían y hablaban de sus opciones mientras que yo observaba como la espalda del director se alejaba, impidiéndome debatir las mías con él.
Tenía el corazón acelerado y un horrible pitido en los oídos. ¿Qué había pasado?
De repente tenía la horrible sensación de que todo mi historial académico se basaría en el arte. Saldría al mundo pintando como una profesional y luego moriría de hambre intentando vender mis obras.
Mi padre usaría mis dibujos a papel de mantel para las mesas del comedor y mis lienzos para tapar los agujeros del techo cuando hubiese una gotera...
—¿Emma? —La voz de Mike, grave pero dulce al mismo tiempo, consiguió llevarme de vuelta al mundo—. ¿Vienes con nosotros?
Me esforcé por enfocar bien sus ojos, de un azul apagado, casi grisáceos, pero aun así alegres y amables. Él me sonrió.
—¿Va todo bien? —Su preocupación parecía sincera. Respiré con calma y me esforcé por destensar los músculos.
—Mis planes han cambiado drásticamente en cinco minutos. —Le confesé, elevando los hombros, devolviéndole una sonrisa entre desesperada y ya resignada.
—¡Eso es lo mejor de la vida, empollona! —Habló Leandro, acercándose a mí con los brazos en la cabeza, realmente sorprendido con mi pesadumbre.
Se plantó frente a mí y se agachó ligeramente para poner sus ojos almendrados a la altura de los míos. Bajó ambas manos a mis hombros y me sonrió. Yo apreté la carpeta contra el pecho, tratando de ocultar el tono de color que habían ganado mis mejillas, pero no fui capaz de apartar mis ojos de los suyos.
—Sabiendo que todo puede cambiar en un segundo, ¿no es mejor disfrutar de cada momento en vez de esconder la nariz detrás de los libros?
Entendía su punto de vista, realmente lo hacía, pero él no era capaz de entender el mío. Y no tenía por qué hacerlo, ya que no me conocía de nada. No conocía mi historia, ni la de mis padres, y no había motivo alguno para que llegase a conocerla, de modo de que le sonreí y me enderecé para librarme de su hechizante mirada.
—Ojalá algún día. —Me observó contrariado y bajó los brazos para pedirle ayuda a su amigo con una breve mirada.
Nunca podría entender.
—Vamos —Me animó Mike—. Te enseñaremos donde está todo.
—Primera parada, ¡las piscinas! —Dijo Thom frotándose las manos ansioso. Theo negó con la cabeza.
—Mi hermano cree que comportándose como un idiota gusta más a las chicas. —Me explicó, intentando justificarlo.
— ¿Y me equivoco? Las chicas quieren ser tratadas como princesas; quieren tener al lado a un hombre fuerte, que controle las situaciones y las salve de todo mal. ¿No es así, Emma? —Dijo pasando un brazo por encima de mi hombro y guiñándome un ojo. Olía a un perfume fortísimo, o se había bañado en uno directamente.
— No tengo idea de cómo actúe una princesa, pero las plebeyas sabemos cómo salvamos solitas. —Contesté intentando ser cortés, pero librándome de su abrazo de forma tajante.
Él colocó un dramático gesto de asombro, haciendo reír a sus amigos.
—Me cae bien. —Habló Theo, y Thom le dio un pequeño empujón.
Mientras que caminábamos juntos, descubrí que ellos eran amigos desde que habían nacido, todos en el mismo año; Thom y Theo, que efectivamente eran gemelos, habían nacido a principios de año, les seguía Leandro en junio, y por último Mike en Navidad. Al parecer sus madres eran muy amigas y siempre habían mantenido que el tenerlos juntos había sido pura coincidencia.
Entre risas y anécdotas, que yo escuchaba paciente a pesar de que mi mente se encontraba lejos, debatiéndose entre las numerosas posibilidades que el instituto ofrecía para estudiar, me enseñaron las piscinas, donde Thom estaba más concentrado en el estilo y ritmo de nado que en los cuerpos de las chicas, como me había hecho entender. Luego el gimnasio y las pistas de futbol y baloncesto, y por último el instituto y las diferentes aulas donde ellos estudiarían sus asignaturas optativas.
Leandro me observaba con el ceño fruncido; no parecía muy convencido de que los estuviese escuchando. Cuando paró frente a la bonita puerta pintada con hiedras y flores que daba entrada al aula de arte, mis manos comenzaron a temblar lánguidamente. Aun me costaba asimilar la idea de que pasaría un año mostrando lo que sabía y adoraba hacer, y no escondiéndolo.
Ya todos habían dado la visita por finalizada y se dirigían al fin hacia los stands, cuando Leandro me agarró de la mano, haciendo frenar a todo el grupo con el pequeño estallido que se produjo nada más tocarme.
Una vez más nos alejamos el uno del otro, sacudiendo las manos de aquel picotazo eléctrico.
—¡Ay!
—¡Pero qué demonios...!
—¡Vaya! ¡Estáis cargados de energías inversas! —Observó Mike divertido.
—Bueno; ya sabéis lo que dicen de los polos opuestos... —Comenzó Thom.
—Hey, chicos, vamos... —Lo cortó Leandro.
¿Se había puesto colorado de repente? Para mi vergüenza, mis mejillas sí habían adoptado un ligero tono rosa, pero no estaba segura de si se debía al comentario o a la electricidad.
—Creo que se nos olvida algo importante. —Dijo con un brillo audaz en la mirada.
Los demás encogieron los hombros, interrogantes, y el moreno levantó las cejas negando con la cabeza. Al parecer ya me habían mostrado todo lo que ellos consideraban trascendental.
—Importante para ella, quiero decir.
Con cuidado de no tocarme de nuevo, me guió a lo largo de un amplio pasillo pintado de color arena y lleno de pinturas renacentistas encuadradas con unos retorcidos marcos dorados de diseño barroco, que no tenían nada que ver con la decoración moderna de toda la institución, y que sin embargo encajaban a la perfección gracias a la bonita entrada de dos puertas abovedadas en color caoba que se encontraba al final del pasillo.
Mike sonrió, reconociendo el lugar, y abrió la puerta de la derecha, dejándome ver la enorme y luminosa biblioteca. ¡Era preciosa! Con enormes lámparas de cristal, y altísimas filas de estanterías que cubrían también las paredes principales de arriba abajo. Pude ver que cada una de ellas poseía una fina escalera corrediza blanca, para poder alcanzar los libros mas altos. En las esquinas de la estancia, así como en el centro, habían dispuesto unos elegantes sillones de terciopelo azul, mesas y amplios pufs esparcidos aquí y allá que se me antojaban de lo más confortables.
En aquel instante, rodeada de libros y con aquel inconfundible olor a papel que me encantaba, me sentí al fin cómoda.
—Tío, ¿qué es esto? —Preguntó Thom. Su hermano le dio un manotazo en la nuca, probablemente suave porque el grandote se echó a reír—. ¡En serio! ¡Ha estado esto aquí siempre?
—Es muy bonita. —Hablé agradeciéndole a Leandro con la mirada el haberme llevado hasta allí.
—Parece que ya has encontrado un rincón para esconderte, ¿eh, empollona? —Él observaba cómo mi mano acariciaba la tela de uno de los suaves sillones—. De haber sabido que esto era lo que necesitabas para relajarte te habría traído antes.
Mi corazón dio un salto. Me sentí de nuevo atraída por la cálida mirada de aquel chico. Me sorprendía e incomodaba a partes iguales que intentase de alguna forma cuidar de mí. Primero porque no me conocía de nada, segundo, porque yo sabía cuidarme sola, y tercero, porque en realidad había sabido exactamente lo que tenía que hacer para que me sintiese mejor.
"Los chicos son peligrosos, Emma." – Insistió la voz de mi padre, resonando en todos los rincones de mi cabeza.
Leandro me aguantaba la mirada sin tapujo alguno, provocando unos leves y extraños remolinos en mi estómago. Sus ojos castaños tenían un brillo cegador, orgulloso al creer haber logrado apaciguar mis miedos. Los míos en cambio, estaban envueltos en mil dudas nuevas que, por primera vez en mi vida, nada tenían que ver con los estudios.
Al parecer iba a ser una año mucho más difícil de lo que pensaba.
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Queridísimos lectores.
Brilliadictas <3
Doy por inaugurado (al fin) mi regreso!
(APLAUSOS PORQUE DE VERDAD ESTOY LLORANDO DE EMOCIÓN)
Gracias, mil gracias por la espera a todos los lectores que habéis releído la historia mil veces. Gracias por la paciencia, por los mensajes de ánimo, por tanto cariño... Estoy muy feliz de estar de vuelta!!
Son las 4 de la mañana ahora mismo y al fin he conseguido terminar de editar y publicar. Es difícil hacerlo con un niño pequeño llamándote para aquí y para allá (las madres tenemos que estar siempre en todos lados y para todo! TODO!) de modo que no me queda otra que escribir cuando el mundo duerme y creedme, después de un largo día de juegos, paseos, rabietas, peleas con comidas y siestas... es muy difícil guardar energía para no caer rendida en cama y sentarse a escribir.
Espero que os guste el capítulo, la historia y lo que está por venir.
hehehe
Muy pronto subiré el próximo capítulo, y hasta entonces, os mando un abrazo de marmota adormilada!
(Necesito dormir -.-)
Besotes
Alma*
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