Primer contacto

El Sin Luz emergió de las ruinas de la Academia de Raya Lucaria, su cuerpo magullado, su respiración pesada, pero su espíritu aún ardiendo con determinación. La luna llena que lo había acompañado durante su batalla contra Rennala se desvanecía lentamente, dejando en su lugar un cielo gris y opaco. Salió por una puerta distinta a la que había entrado, una que daba a una vasta llanura cubierta por una bruma inquietante.

Apenas había dado unos pasos cuando una sensación indescriptible lo golpeó. Una oleada de desesperación lo invadió, como si el aire mismo estuviera impregnado de muerte y tragedia. El frío se volvió más punzante y pesado. Algo estaba terriblemente mal.

En la lejanía, una figura yacía en el suelo, oscura y deformada. Se acercó cautelosamente y lo vio con claridad: un caballero calcinado, su armadura retorcida por el calor extremo. El olor a metal quemado y carne carbonizada era insoportable. Una angustia desconocida se apoderó de él. Sus instintos gritaban que escapara, que diera media vuelta y abandonara este lugar maldito. Pero algo más profundo lo obligaba a seguir adelante, a enfrentar aquello que el destino había puesto en su camino.

Caminó con paso firme, encontrando más cuerpos. Uno tras otro, caballeros igualmente calcinados, congelados en posturas de agonía eterna. Parecía una escena arrancada de una pesadilla. Apretó la empuñadura de su espada, cada músculo de su cuerpo en tensión.

Y entonces lo vio.

Una figura imponente en la penumbra, de pie entre las cenizas. Su armadura  estaba ennegrecida por el fuego, y en su mano, una lanza que aún ardía con una llama frenética. Era el Caballero Vike. Su presencia era una amalgama de poder y locura. Sus ojos, ocultos tras el casco, irradiaban una furia inhumana, un odio alimentado por las llamas de su propia perdición.

El Sin Luz se puso en guardia, sacando una daga pequeña que Melina le había dado tiempo atrás. Era una hoja sencilla, pero en sus manos, simbolizaba algo más profundo: una conexión, una promesa silenciosa. En su otra mano, blandió su espadón, una hoja pesada pero letal. Sentía el peso de ambas armas, pero también sentía el peso de su decisión.

Vike no se movió. El aire se espesó entre ellos, como si el tiempo mismo contuviera la respiración. El silencio se volvió una tortura, y el terror reptó por su espina dorsal.

De repente, sin aviso, Vike levantó su lanza y apuntó directamente al Sin Luz. Una explosión de llamas frenéticas se desató, una ola abrasadora que devoró el espacio entre ellos. El Sin Luz apenas logró esquivar, pero el fuego lamió su armadura. El metal chisporroteó y se quebró, una parte del brazo quedó carbonizada y sin utilidad. Con un grito de frustración y dolor, arrancó el fragmento dañado de su armadura, dejando su piel vulnerable.

El Caballero Dragón estaba ante él, majestuoso y temible, un guerrero que había hecho temblar a las Tierras Intermedias. Había sido candidato a Elden Lord, un ser bendecido por los dragones, pero ahora solo quedaba una sombra consumida por la llama frenética.

Sin previo aviso, Vike acortó la distancia con una velocidad aterradora. La lanza ardiente atravesó su costado, y el fuego consumió su carne. El dolor fue inimaginable, una agonía que parecía disolver su misma esencia. Vike lo arrojó como una muñeca rota, y el Sin Luz salió despedido hacia el abismo cercano.

El mundo se volvió un borrón de luz y sombras. Su cuerpo golpeó la superficie de un lago helado, y el agua cerró su abrazo gélido sobre él. El fuego se extinguió casi por completo, pero aún sentía brasas ardientes clavadas en su carne, como si el dolor mismo estuviera incrustado en sus huesos.

La oscuridad lo llamaba. La conciencia se le escapaba poco a poco. ¿Es este el final? pensó débilmente. La desesperación, el dolor y el cansancio lo arrastraban hacia abajo.

Sus ojos comenzaron a cerrarse… pero justo antes de perderse en el vacío, algo rompió la superficie del agua. Una figura se sumergía con desesperación. Cabellos dorados se esparcían a su alrededor como rayos de sol atrapados en el agua oscura.

Era Melina.

Un calor suave lo envolvió. Sus brazos lo sostuvieron, con una firmeza y ternura que desafiaban al propio destino. Aunque su cuerpo pesaba como una roca, ella lo levantaba, lo llevaba hacia la superficie con una voluntad que parecía hecha de acero y fuego. La luz que la rodeaba iluminaba el agua, como si una estrella hubiera descendido para salvarlo.

Pero él no pudo resistir más. La oscuridad lo reclamó, y se desmayó.

Lo último que sintió fue el roce cálido de una mano, y una voz suave, cargada de una preocupación infinita, susurrando su nombre en el borde del abismo.

La oscuridad del lago lo envolvía, su cuerpo se hundía lentamente en ese abismo frío y sin luz. El fuego que aún ardía en su cuerpo era más que una llama física; era una condena, un recordatorio de la batalla que había perdido. El dolor era tan intenso que parecía devorar su alma, pero a medida que descendía más y más, el dolor se volvió un murmullo lejano.

Sus párpados se cerraron. La desesperación le invadió. ¿Era este su final? Una corriente helada lo envolvía como una mortaja. El Sin Luz sintió que su historia se apagaba sin gloria, sin redención. Tal vez esto es lo que merezco, pensó mientras su conciencia se desvanecía.

Pero entonces, una chispa de calor, apenas perceptible, tocó su mejilla. No era fuego, no era destrucción. Era algo diferente… algo que suavemente rompía el hielo de su resignación.

Abrió los ojos solo un poco y vio una figura atravesando el agua, descendiendo hacia él como una sombra de luz dorada. El cabello de Melina flotaba a su alrededor como llamas atrapadas en una danza etérea. Sus ojos, normalmente serenos, ahora reflejaban una mezcla de urgencia y dolor. Sin dudarlo, ella lo rodeó con sus brazos delgados pero firmes y comenzó a arrastrarlo hacia la superficie.

El peso de su armadura, el agua que intentaba arrastrarlos de vuelta al abismo. Pero Melina no se detuvo. Cada brazada era una declaración de su voluntad. No te perderé… no así, susurraban sus acciones.

El mundo arriba era un remolino de luces distorsionadas y sonidos apagados. Finalmente, rompieron la superficie. El aire frío los recibió con una crueldad despiadada. Jadeante, Melina llevó al Sin Luz hasta la orilla. Se dejó caer de rodillas, su cuerpo temblando de agotamiento, pero no perdió un segundo. Colocó sus manos sobre sus heridas carbonizadas, y una luz suave comenzó a emanar de sus dedos.

El Sin Luz seguía inconsciente. Su rostro, que normalmente no mostraba nada más que determinación, ahora parecía vulnerable, frágil. Melina deslizó su mano por su mejilla, una caricia apenas perceptible. Sus labios se movieron en un murmullo apenas audible:

—Prometí acompañarte hasta que el viaje termine... pero si no despiertas, ¿cómo podré cumplir mi promesa?

Sus ojos se llenaron de una tristeza contenida. Sabía que no podía quedarse por mucho tiempo. La fuerza de sus propias llamas interiores, su destino inquebrantable, la llamaba hacia otro camino. Pero en este momento, aquí, junto a él, deseaba detener el tiempo, deseaba renunciar a todo para seguir siendo su guía.

Miró el cuerpo herido del Sin Luz y sintió un peso en su corazón. Te mereces algo más que el dolor, algo más que esta lucha interminable. Cerró los ojos con fuerza, invocando cada fragmento de poder que le quedaba. Una luz dorada se elevó de su pecho, entrelazándose con las runas que él había acumulado en su viaje. Sintió cómo cada chispa de fuerza se trasladaba a él. Era su forma de entregarle algo más que curación. Era una parte de su esencia, de su voluntad.

La luz se desvaneció, y por un momento, todo quedó en silencio. Melina se inclinó, su frente tocando la de él.

—Vive… por favor.

Se levantó con dificultad, una lágrima rodando por su mejilla. Antes de partir, miró hacia atrás una última vez. La aurora comenzaba a teñir el horizonte, y la luz iluminaba su rostro con una tristeza serena. Luego, como una sombra llevada por el viento, desapareció.

El Sin Luz comenzó a moverse. Sus dedos se crisparon, su respiración se profundizó. Abrió los ojos. Se incorporó con un jadeo, sintiendo una fuerza renovada, un calor extraño en su pecho. Miró a su alrededor, pero ella no estaba. Solo quedaba la suave brisa del amanecer y el eco de una presencia que lo había salvado.

El Sin Luz se llevó una mano al pecho, donde aún sentía un leve calor. No necesitaba palabras para entenderlo. Ella había estado allí, había luchado por él cuando él no pudo hacerlo por sí mismo.

Se levantó, su cuerpo aún dolido pero su espíritu más firme que nunca. La batalla aún no había terminado. Pero esta vez, llevaba consigo algo más poderoso que cualquier espada o magia: la certeza de que alguien creía en él, que alguien había visto más allá de su lucha y había encontrado algo digno de salvar.

El horizonte se extendía frente a él, y con una última mirada hacia el amanecer, avanzó.

Poco diálogo 😓

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top