II

Observarte se había vuelto mi plan favorito, yo vivía en la casa del lado. A veces te veía en las noches al llegar de la universidad, o muy temprano antes de salir; los fines de semana podía verte en las tardes, después del almuerzo o cuando el sol comenzaba a ocultarse abriendo las puertas del cielo nocturno. En fin, puedo asegurar que al menos una vez al día lograba ver tu expresión triste mientras el viento jugaba con tu cabello y las hojas caían golpeando con suavidad tu rostro. Mientras el frío penetraba cada célula de tu cuerpo haciéndote temblar y obligándote a frotar tus delicadas manos al tiempo que las acercabas a tu boca para darles calor. Mientras las lágrimas brillaban por el rabillo de tus ojos y se derramaban a cantaros, quemando tus mejillas sin piedad. 

Marina, mi dulce Marina, ¿por qué había tanto dolor en ti? ¿Por qué no podías ver que la soledad no era la respuesta?


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