17- La historia del abuelo
Hace muchísimo tiempo de ello, pero jamás he podido olvidar el rostro de esa niña —continuó el abuelo —. Tan solo la vi durante unos segundos, parecía muy triste y con una vocecilla me pidió que la ayudase...
—A mí también —dijo mi prima —. La oí claramente decirme: "Ayúdame". Tuve miedo...
—Es lógico, yo también sentí miedo y no fui capaz de seguirla... ¿Quién sabe? Si la hubiera seguido, quizás no estuviera aquí ahora...Tengo la impresión de que aquellos que tratan de ayudarla nunca más vuelven a aparecer.
—¿O sea que se trata de un fantasma? —Inquirí.
—No sé qué será, pero lo que sí sé es que es totalmente cierto. ¿No crees en fantasmas, Álvaro?
—La verdad es que nunca me lo he planteado. En el orfanato donde estuve viviendo, muchos niños decían ver sombras y oír ruidos por la noche. Yo nunca vi nada extraño y siempre pensé que debía tratarse de confusiones o de la imaginación de las personas.
—Yo no me imaginé nada, Álvaro —replicó, Mariana.
—Te diste un golpe muy fuerte en la cabeza, puede que eso...
—El golpe me lo di después de verla, cuando traté de salir de ese sitio a oscuras, no antes...
—Los fantasmas existen, Álvaro —dijo el abuelo —. No sabemos lo que son, ni por qué a veces podemos verlos, pero existen...Estáis pensando en volver a esa cueva, ¿verdad?
—Sí. Mi tío nos contó que hace poco apareció el cadáver de una niña allí. Dijo que pudo haber sido asesinada.
—Escuché la noticia —nos aclaró el abuelo —. Tengo una pequeña radio de galena que me ayuda a combatir la soledad. Fue Fermín quien la fabricó para mí. Es un buen muchacho mi nieto. Deberíais pedirle que os acompañe si pensáis volver allí.
—Lo haremos. ¿Cree usted que pueda haber un asesino escondido en esa cueva? —Planteé mis dudas.
—Sí se esconde allí, será muy difícil encontrarle. Esa cueva es inmensa y parte de ella está inexplorada. Hay cientos de túneles y galerías de la antigua mina. Podría esconderse en cualquier sitio y ni un pelotón de policías llegarían a dar con él. Tendréis mucho cuidado, ¿verdad?
—¿Creía que nos diría que estamos locos por entrar ahí, después de todo lo que nos ha contado? —dije.
—¿Me haríais caso? No, ¿verdad? Yo también fui niño y me encantaban los misterios. Sé que nadie podría impediros que entrarais allí, pero eso sí. Llevad cuidado y si veis cualquier cosa extraña, salid corriendo.
◇◇◇
Nos encontramos con Fermín cuando salíamos de la cabaña del abuelo. Nos saludó con timidez y llegué a la conclusión de que también era un niño muy solitario, como nosotros.
—¿Estás bien, Mariana? —Le preguntó.
—Sí, gracias... —dijo ella.
—Yo también quería darte las gracias por lo del otro día, Fermín. Sin tu ayuda no hubiera podido rescatar a Mariana.
Le tendí la mano como hacían los adultos y él me la estrecho sonriente.
—No hay de que —dijo, muy nervioso.
—Tú abuelo nos ha contado que eres todo un experto en lo que a esa cueva se refiere.
—¿Os lo ha contado él? Se suponía que era un secreto...He entrado muchas veces y sé lo peligrosa que puede llegar a ser para quien no la conozca.
—¿Por qué no quisiste entrar con nosotros el otro día? —Quiso saber, Mariana.
—No estabais preparados. Ya visteis lo que pasó.
—Con tu ayuda no nos hubiera pasado nada.
—En los momentos de peligro, el más débil del grupo es el más peligroso y arrastra a los otros a la muerte. —dijo muy serio —. Lo leí en un libro de alpinismo. Vosotros no conocéis la cueva y por lo tanto me quedé afuera por si necesitabais mi ayuda.
—¿Sabías que podía ocurrirnos algo?
—Lo sospechaba. No me equivoqué.
Mirándolo así, fríamente, llevaba toda la razón, aunque no me gustara reconocerlo. Si él hubiera estado con nosotros habría corrido peligro. Al esperarnos afuera, pudo actuar con rapidez.
—¿Crees que en esa cueva pueda esconderse alguien? —Le pregunté.
—¿Os referís al asesino del que hablan en la radio? Podría ser. Yo nunca he visto a nadie, aunque he encontrado pruebas de que alguien había entrado recientemente... ¿Sabes? Fui yo quien encontró a esa niña muerta. Yo avisé a la policía.
—¿Fuiste tú? —Exclamé.
—Estaba muy cerca de la entrada de la cueva. Tenía un golpe en la cabeza y la habían cubierto con hojas secas para que nadie la encontrara. Alguien la mato allí o muy cerca de ese sitio. El asesino creía que pasaría mucho tiempo hasta que alguien encontrase el cuerpo, pero no contó conmigo. Yo voy por allí casi todos los días.
—Quizás el asesino te haya visto por allí —comentó, Mariana.
—No había pensado en eso —dijo, Fermín poniéndose mucho más nervioso —. No, no se me había ocurrido.
—Queremos volver a entrar —le expliqué —. ¿Nos ayudarás esta vez?
—¿Queréis entrar de nuevo después del susto que os llevasteis?
—Sí. Mariana vio algo. Creemos que puede haber varios niños encerrados allí y es nuestra obligación ayudarles ¿no crees?
—Es una locura...
—Sí —replicó, Mariana —, lo es. ¿Vas a ayudarnos?
—Lo haré...Conmigo tendréis más posibilidades de salir de allí intactos. ¿Cuándo tenéis pensado volver?
—Este sábado, muy temprano. Nos veremos donde siempre, junto al sendero. ¿Quieres que llevemos algo?
—No, yo me encargaré de todo —nos dijo —. Me encanta la espeleología y tengo mucho material. Poneros ropa vieja y... —miró a mi prima —, estarías mejor con pantalones, hay que arrastrarse por el suelo y con un vestidito como la última vez, no sé...
—Buscaré algo que ponerme —dijo ella con una sonrisa.
—Yo le dejaré unos pantalones míos —rezongué. No me gustaban nada las miradas que echaba a mi novia —. Tú encárgate de ser puntual...
—Lo seré. Hasta el sábado.
Entró en la cabaña de su abuelo y nosotros volvimos a casa.
Por el camino, Mariana se detuvo y me agarró del brazo.
—¿No te cae bien, Fermín?
—Me cae bien, ¿por qué lo dices? —Pregunté yo.
—No sé, por la forma en que le tratas. Está deseando ser amigo nuestro ¿no te das cuenta?
—Claro que me doy cuenta...es solo...
—¿Qué ocurre?
—Le he visto mirarte, creo que le gustas —confesé.
—Me he dado cuenta... ¿y qué?
—No sé. ¿dímelo tú?
—¿Crees que a mí me gusta?... Me gustas tú, Álvaro. Él no significa nada para mí...
—Lo siento. Me pongo celoso cada vez que te mira...
—Eso es algo que no vas a poder impedir, Álvaro, tendrás que acostumbrarte...
—Lo sé. Y eso es lo que me preocupa.
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