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Érase una vez un pequeño pueblito muy muy lejano que recibía el nombre de Woodtown, en él habitaban apañados vendedores, talentosos artesanos y cocineros, en fin, era gente con profesiones honorables. Ahí también vivía una mujer llamada María.
María era hermosa, la mujer perfecta según muchos, era fina, con unos ojos tan grandes que podías ver el cielo en ellos, una cabellera larga, sedosa y azabache, también tenía un carácter fuerte como las montañas y un corazón de oro.
Aunque era una mujer misteriosa, nadie sabía mayor cosa de ella, algunos decían que era bruja, otros decían que era un ángel que había enviado Dios para monitorear a los pueblerinos, y otros simplemente decían que era una chica común y corriente.
Al no saber casi nada de su historia y vida personal por supuesto surgían rumores, pero el ser tan encantadora para la mayoría hacía que se levantaran rumores con base en la venenosa envidia que le tenían muchas pueblerinas, unas decían que era una cazafortunas, otras, que era una robamaridos.
La realidad era que María nunca tuvo intenciones de hacer las cosas de las que se le acusaba, simplemente su belleza era demasiado deslumbrante y muchos hombres caían rendidos a sus pies.
La vida de María aparentaba ser bastante tranquila en comparación a lo que se decía, trabajaba en el mercado, era una humilde vendedora de frutas junto a una sabia anciana originaria del pueblo que era muy sabia, Nerea.
Un día mientras trabajaban, Nerea vio cómo María tomaba trocitos de sandía y los metía a su bolsa, al día siguiente tomó trocitos de manzana, al siguiente de melón y así estuvo por una semana con frutas diferentes, Nerea no lograba explicar la razón del hurto.
"¿No tendrá suficiente comida? ¿estará vendiéndolos?", eran las preguntas que no salían de su cabeza, "no" —pensaba— "los trozos que hurta son demasiado pequeños para poder comer únicamente o venderlos, debe ser otra cosa", no dejaba de pensar en eso, al punto en el que ni siquiera se había percatado que había llegado al mercado, ordenó su puesto y se dio cuenta que María no estaba.
Comenzó a buscarla por todo el lugar cuando vio que estaba junto a un niño huérfano, estaba hablando con él y le ofreció un trozo de fruta que hurtó durante la semana, Nerea pensó que era un lindo gesto, así que decidió retirarse del lugar y volver a su puesto.
Diez minutos después llegó María, se veía algo agitada, pero nada fuera de lo normal, probablemente vendría corriendo.
Estaban haciendo su labor normalmente cuando Nerea le dijo a María: "¿por qué hurtas pedazos de fruta? Puedes pedírmelos sin ningún problema", María luego de oír eso se puso completamente pálida y comenzó a tartamudear.
Nerea confundida le dijo: "bueno, si no quieres explicarme está bien, solo, espero que no estés haciendo nada malo, eres muy hermosa y noble como para que eches tu vida a perder".
María cabizbaja negó con la cabeza y respondió: "n-no, señora Nerea, no se p-preocupe". Algo preocupada, Nerea quiso seguir preguntando, pero por prudencia decidió que todo fluyera como lo hacía normalmente.
Pasaron los días, todo estaba normal, hasta que el pueblo entero estaba presenciando una serie de delitos nunca antes vista, las personas sin hogar estaban desapareciendo, para ser específicos, los niños.
Todo el pueblo se preguntaba quién podría ser capaz de cometer tal atrocidad, y en esos días, María también había desaparecido.
Nerea no podía explicárselo, ¿por qué María desaparecería si ella sí tenía un hogar? Luego de varios días, Nerea se armó de valor y decidió ir a la casa de María, la cual estaba bastante lejos.
Al llegar a su lugar de destino, buscó la llave que María siempre dejaba debajo del cactus que un pueblerino le había obsequiado, la encontró y decidió entrar.
No podía creer lo que estaba viendo, todas sus cosas estaban tiradas y habían rasguños por todos lados, algunas cosas incluso estaban quemadas, lo único completamente a salvo era una libreta de aspecto antiguo y algo descuidado, Nerea decidió ver el contenido de la misma, y al comenzar a leer se quedó petrificada, era el diario de María, y en él, estaba escrito al pie de la letra absolutamente todo lo que hacía.
Comenzó a leer la historia de una niña indefensa a la que molestaban diciéndole que era horrenda, la historia narraba que esa niña decidió sumergirse por el bosque y se encontró con un hombre de aspecto extraño, según lo escrito el hombre era alto, pálido y llevaba vestimenta negra.
El hombre le preguntó la razón de su sufrimiento y la niña le contó todo, la consoló y le propuso algo, brindarle una belleza deslumbrante y una personalidad tan fuerte como una roca, la niña inmediatamente quería aceptar, pero el hombre le dijo que para poder hacerlo, él necesitaba recibir algo a cambio.
La niña, dispuesta a hacer lo posible para acabar con el acoso que recibía escuchó la propuesta, al cumplir los dieciocho años debía ir en busca de un lugar alejado de la sociedad, y no era todo, ella debía recolectar almas inocentes, esas almas le pertenecían a los niños.
La niña, sin saber en lo que se estaba metiendo, aceptó y de inmediato su físico se transformó por completo, ahora era hermosa y fuerte.
Esa niña era María.
Nerea no podía creerlo, ¿por qué María había hecho tal cosa? Ahí comprendió todo y conectó los puntos. Los trocitos de fruta que le brindaba a los niños no eran precisamente un acto de bondad, contenían un potente veneno, al dárselos, María se los llevaba a su casa.
Cuando Nerea encaró a María por la fruta, todo su plan se echó a perder, no había nada que hacer, en poco tiempo todos se darían cuenta de las desapariciones, María quería ocultarse, pero nadie en la historia ha logrado esconderse del "hombre Misterioso".
Los restos de los niños nunca fueron encontrados, María tampoco. Unos cuentan que María estaba tan arrepentida por sus actos, que su alma en pena era como un ángel guardián de todas las personas sin hogar.
Otros cambian la leyenda y dicen que María regresó para vengarse de todo el daño causado hacia ella.
Así que ya sabes, si ves que alguien te ofrece un trocito de fruta en la calle, ten cuidado, puede ser María cobrando venganza.
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