Día 6: Futuro

Puede que en esta vida no fuera posible conseguir un presente juntos; pero tal vez un día, en alguna otra vida, pudieran decirse que sí.

Ahogados frente a la luz rojiza de unas lámparas de papel, brindaron una vez más con suave licor. El asiento de madera, la barra cubierta de manchas extrañas, las voces de personas desconocidas resonando alrededor. Dos, tres tragos, un resquemor y una tos seca; otros tragos más, ahogados, diez o quince.

—¿Por qué? —preguntó una voz rasposa, hundiéndose entre sus brazos tarareando con tristeza—. ¿Alguna vez hice algo mal?

Un doloroso quejido, cercenado con un trago profundo, seguido de un agitar de vaso, buscando hacer caer alguna gota más. Denigrante, mirando el fondo y tambaleándose; necesitaba un poco más, que quemara sólo un poco más.

—Una botella más —pidió.

—Detente —pidió en voz baja la silla a su diestra—. Te vas a hacer daño.

—Cállate, déjame al menos beber... Sólo déjame un trago más. —Se aferró a la botella frente a él, abrazándola.

Sollozó, tarareando una vez más.

—Déjame al menos eso. —Abrió la botella con sus dedos.

—Por favor... Basta, por favor, yo...

—¡Chist!

Lo calló con su índice, sirviéndose con manos temblorosas once onzas, derramando vergonzosamente por los lados. Unos platos con sopa cayeron frente a los dos, humeantes. El borracho de ojos llorosos sonrió.

—Come, Perchas. ¡Yo invito!

"Está loco", eso pensó el encargado que les sirvió, negando con la cabeza. Sólo otro hombre perdido en el alcohol, llorando sin remedio en su bar en una noche cualquiera. Lamentable, cubierto de tierra y apestando a alcohol.

—Que no se duerma en mi barra —comentó indiferente, sin prestarle más atención.

El llamado Perchas se encogió en su sitio sin responder, apretando los dientes. Un solo vaso que se mantuvo en sus manos desde que llegaron, ya caliente y sin esperanza, mientras más de veinte circularon en las manos de su "amigo".

—¿No vas a comer, Perchas? —arrastró sus palabras, con la mirada perdida y apenas logrando masticar.

—... Sí —susurró.

Sin apetito, se forzó a sujetar la sopa. Era su favorito, por supuesto que lo era. Su estómago se retorció de vergüenza y culpa. No había nadie más culpable aquí que él. Ahogó las ganas de llorar porque sería el colmo de su hipocresía y cinismo. Auron ya tenía suficiente dolor con el que cargar.

—¡Es tu favorito! ¡Lo pedí para ti! —canturreó éste con voz rota.

Perxitaa apretó el tazón en sus manos.

—Lo sé, muchas gracias.

—¡No hay de qué! ¡Lo que sea para mi "amigo"! —remarcó con torcida malicia, golpeando la mesa—. ¡Solamente "mi amigo"!

—Auron...

—No lo tienes que repetir, lo sé.

—Por favor, entiende que...

—Sólo eres mi amigo.

Auron bebió directamente de la botella. Se mordió los labios con fuerza al no encontrar nada más adentro.

—¡Una botella má...!

—¡Por favor, ya basta!

—¡Cállate! ¡Déjame beber! ¡Sólo uno, un trago...!

—¡No!, ¡me iré ahora mismo si lo haces!

Un sonido ahogado, y un temblor acompañado de arrepentimiento. Perxitaa se odió porque sabía lo que seguía.

—No te vayas. —Se llevó las manos al rostro.

—Auron...

—Te quiero.

Perxitaa miró a los lados asegurándose de que nadie escuchó eso. Auron gimoteó angustiado.

—... Lo siento —lloró—. Lo siento, pero no puedo.

—Te dije que...

—¡Lo sé! ¡Ya lo sé! —clamó derramando lagrimas contra la barra—. ¡Pero no lo entiendo! ¡No te entiendo!

Se desató cayendo contra la sucia madera, cubierta de licor y sopa derramada.

—¿Qué tengo que hacer para que me quieras?

"Nada hay que puedas hacer, porque ya te quiero", pensó Perxitaa, sin atreverse a decírselo. Menos aún con tanta gente alrededor. Nadie debía escucharlo, nadie debía darse cuenta. Sólo eran dos amigos bebiendo y comiendo en un bar, uno alcoholizado por alguna pena y el otro acompañándolo para que no se haga daño. Una mentira que se montaba para que todo siguiera bien; una fachada para que nadie mirara y pudiera hacerles daño.

Auron lloró ante el silencio de su amado pelirrojo.

Tres botellas más y Perxitaa tuvo que sacarlo del bar. Lo llevó a rastras por los campos de regreso a su casa, Auron incapaz de andar por sí mismo mientras tarareaba poemas de amor entre dientes. Una confesión de un borracho que, a pesar de no estar consciente, sabía bien lo que su corazón decía.

—"Me duele no poder atrapar un rayo de luz y ofrecértelo" —murmuró, con la cabeza caída y aferrándose a su hombro—. Dime, Perchas, ¿Esta noche te quedarás?

Perxitaa tragó el nudo en su garganta: queriendo decir que sí, pero sabiendo que el mundo esperaba un no. No podía seguir haciendo eso, no podía hacerle eso a Auron. No debía dejarle hilo del cual aferrarse para seguir ahogado en su ilusa necedad.

¿Qué diría la gente? ¿Qué no dirían si una vez más despertaba a su lado?

—¿Por favor? —insistió patético, entrando entre tropiezos a su casa.

No necesitó luz alguna para llevarle a su habitación, pues se conocía de memoria el camino hacia allí. Diversos motivos lo trajeron a ese lecho, entre ellas las que aprisionaban su corazón. Auron siguió emitiendo lastimeros sonidos cerca de su oreja, aferrándose a él mientras caía sobre las sábanas.

—¿Eso es un no? —lloró en su cuello.

No respondió, depositándole con ternura en la cama. No podía evitarlo si Auron le abrazaba así, rogándole en silencio que no se fuera. No podía evitar mirar su rostro bajo la luz de la luna atravesando su ventana, sin querer robarle el aliento a esos labios. No podía evitar querer llorar, huyendo de esas manos que suplicaban un minuto más.

Sólo lo arropó, no permitiéndose nada más.

"Regreso y me tiendo en el lecho. Quizás pueda verte en sueños" —gimió, cerrando los ojos. Sus pestañas brillando por las lágrimas atoradas en ellas—. Te quiero.

Esa tristeza era su culpa. Lo miró dormitar hasta que el compás de su respiración fue el de alguien perdido en sus sueños. Le deseó un buen descanso, acariciando su rostro y haciendo arder sus propias manos; le deseó pronta resignación, esperanzado en que no sufriera por su causa mucho más; le deseó todas las bendiciones que un ser celestial pudiera brindar, porque las merecía.

—Perdóname. —Se rindió por fin, admitiendo ante alguien inconsciente su sufrimiento—. Perdóname, yo también te quiero.

Se arrodilló al lado de la cama, sólo atreviéndose a besar su frente antes de volver a la fachada. De esa noche en adelante no habría más flaqueos. No más abrazos, ni besos, ni detalles que pudieran darle excusas a la gente para hacerles daño. No más poemas cargados de amor.

—Tal vez algún día, sólo un día, pueda quedarme a tu lado sin que quieran matarnos.

Se levantó, yendo a la puerta sin atreverse a girar para mirarle una vez más.

El triste cuerpo sobre la cama se retorció, sintiendo el frío repentino de alguien dejándole atrás. Lloró de nuevo al escuchar la puerta cerrarse, tragándose sus poemas y juntando sus manos que ya no podrían perseguir las cálidas manos del joven dueño de su corazón.

Tarareó con tristeza, intentando cantar como las aves solitarias, llamando a alguien que no puede venir.

—Esperaré un futuro así... pero prométeme entonces que me darás un sí.

Ambos se perdieron en medio de la noche, uno esperando algún milagro y el otro caminando tomando una dolorosa decisión. El cantar de los grillos ocultó compasivo el leve llanto, la luz de luna bañó las pieles frías que no tendrían el cobijo que buscaban. El lejano golpeteo de dos corazones que se alejaban sin quererlo, formando una trova adolorida que no tenía más opción que guardar silencio.

La luna miró con pena su sufrir y juró a esas lágrimas que tendrían esa oportunidad que querían, algún día.


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