Día 5: Intimidad

Auron y Perxitaa eran siempre sueltos, dejándose llevar en la alegría y diversión que las sutiles bromas y jugueteos infantiles les permitía. Pero llegaban a ser tan tímidos, en la privacidad de una noche a solas.

No eran muchas las veces en las que Auron y Perxitaa podían simplemente relajarse, sentados y tomados de la mano dejando pasar el día, ignorando todo a su alrededor. Normalmente tenían mucho qué hacer, mejoras, reparaciones, exploración y cosechas. El trabajo no se detenía nunca.

Así igual se mudaban constantemente. Ningún sitio terminaba de ser lo que ellos buscaban: Un lugar donde, con la misma sencillez que significaba descansar, pudieran mirar hacia el horizonte con satisfacción. Había sitios bonitos, sí, pero no estaban seguros de que fueran "el" sitio.

Tal vez sólo querían dar con el escenario perfecto. A ambos les gustaba el agua y la luz del sol, así que siguiendo las rutas de los ríos se aventuraban con sus cosas a un nuevo asentamiento. Levantar una casita de cero, hacer algo lindo y seguro que fuera su refugio y rincón.

Por eso construyeron esa tierna casa frente al mar, cerca de un valle y a un lado de las montañas. Algo menudo, pequeño a base de madera y un poco de piedra que consiguieron en el camino. No codiciaban tanto aún, les bastaba con resguardarse por la noche y ya por la mañana avanzar.

Tomando un descanso, fue una tarde perfecta para recordar lo mucho que apreciaban las manías del otro. La necesidad absoluta de Perxitaa de poner al menos una ventana y la voluntad necia de Auron de colocar un piso de terracota. La casa les quedó como un popurrí extraño de colores y formas.

Rieron como un par de tontos al detenerse enfrente de su obra, notando lo que había resultado: Una coqueta y graciosa casa de colores, con dos ventanas decoradas a sus pies con flores de lilas. Aún la ampliarían hacia arriba, ubicarían cofres, abrir una cocina, tener un par de cuartos de almacén.

Trazaban en su cabeza qué harían, mientras el atardecer les empujaba hacia dentro abrazados con cariño al haber encontrado el que sería "su sitio". Con calma se fueron a su habitación, dejándose caer con pesadez pues el día se fue en construcción y sus cuerpos quería descansar.

Normalmente respetaban mucho sus espacios, pero, esta vez, sintieron la motivación de cambiar sus costumbres y colocaron una amplia cama que compartirían. Sobre la suave superficie, Perxitaa buscó con sus manos a Auron y lo abrazó contra su pecho para sentir su calor.

Bien cierto era que de pronto se colaban en la cama del otro para dormir, pero era diferente ahora pues en esta casa planeaban que siempre fuera así. Una sola habitación para los dos, en donde compartirían más que el día a día: Noches enteras, uno al lado del otro, con la cursi idea de mirarse al despertar.

Su meta última era vivir por siempre juntos y, con el tiempo que llevaban en ello, el apego y recelo por contacto crecía a pasos enormes. Cada día su primer acto era buscarse, ahora se lo saltarían para encontrarse directamente de frente al abrir los ojos.

Auron se acunó en el pecho de Perxitaa, depositándose contra su brazo e inhalando profundamente. La firme mano de su pelirrojo le sostenía con calma, manteniendo la cercanía y delatando esa ansiedad que los dos poseían por solamente quedarse así, juntos durante un par de horas.

—¿Vas a dormir? —le preguntó Perxitaa, acariciando su cabello y depositando un beso en su frente.

Era realmente dulce ese gesto, Auron amaba que hiciera eso y le mimara tanto, con el simple arrullo de su tranquila voz.

—No lo sé, no tengo tanto sueño —respondió, mirándole.

Deteniéndose en el claro cerúleo de los ojos de Perxitaa, Auron se dio el lujo de impulsarse y depositar un beso en sus labios. Perxitaa no se esperó ese acto, parpadeando lentamente y en silencio, observándole.

—¿Es eso algún tipo de invitación? —preguntó, resoplando con risa.

—Tómalo como quieras, Perchas —respondió, jugando con la barbilla de su compañero, removiéndose para apegarse más.

Perxitaa sonrió, abrazándole con ternura e implícitas ganas de sentir su existencia pegada a la suya. Con un ligero temblor, le dejó escapar.

—Te amo mucho. —Acarició su rostro con cuidado, mirando sus grandes ojos café encuadrados por las gruesas pestañas que poseía. Se perdía por completo en esa mirada. Lo besó con un pasteloso choque de labios, dando otros más pequeños como un amoroso eco.

—También te amo, Perchas —Auron le tomó igualmente del rostro, devolviendo cada beso con otro más, dándose múltiples picos.

Enredaron sus piernas y comenzaron a reír, haciéndose cosquillas para distraerse y ser el vencedor en la entrega de besos. Perxitaa ganó, haciéndole ceder a un largo beso que dejó a ambos prendados en un roce de narices, juntando sus frentes al terminar y con la emoción a flor de piel en el esbozo de sus sonrisas. Auron le miraba en silencio, sus pupilas tambaleando yendo a cada facción para detallar.

Podían perderse tan fácil en ese momento.

—Eres lo mejor que me ha pasado, Perchas —tiró la primera cursilería.

—Y yo no sé qué haría sin ti —respondió.

Ninguno se movía, dejándose hundir acurrucados sobre la cama, mientras el fresco nocturno se lucía en una canción de grillos.

—Te amo más lo que jamás he amado nada —contradijo Auron, rozando sus labios con los suyos.

—Te amo mucho más de lo que mi corazón puede guardar —completó construyendo ese beso que ambos querían, dando inicio a la suave llovizna de caricias que solían darse en su privacidad, cuando el mundo se pausaba y dejaban ir la noche en el amor que sentían, con palabras empalagosas, risas y ambas manos unidas mientras juntaban sus almas con la misma delicadeza de sus lilas, impregnándose en un aroma de margaritas y amapolas, pintando colores en la bóveda de su ensoñación y en su siempre realidad.

Abrazados se dejaron vencer en la madrugada y, conforme era el plan, se encontraron por la mañana, viéndose de cerca y esbozando un dulce gesto resumido en la suavidad de una sonrisa.

Un beso rápido, acomodando las sábanas que compartían, se tomaron con calma la salida del sol.

—Buenos días —al unísono, junto con unas risas cómplices por la casualidad.

Compartieron así otro rato, con el jugueteo de sus dedos unidos acariciando sus pulgares. Instantes personales en que sólo se sentían ellos, como dos tontos que se habían enamorado y compartirían su vida por el resto de sus días.

La intimidad de sentirse el uno para el otro.


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