Capítulo 12

Adivinen a que eminencia se le ocurrió decir por la radio escolar lo de su admiradora secreta y las margaritas. Oh yeah, si pensaste en Zeldris tienes 10000 de IQ, toda la inteligencia que a él le faltaba. El estúpido contó todo respecto a la chica Margarita y aseguró que quién demostrara ser ella podría ir al baile con él.

Resultado: Tuvo que pedirle ayuda a Haruka nuevamente.

Ahora mismo estaban sentados en una mesa en el pasillo. La fila de chicas se extendía hasta donde ellos no querían saber, al parecer todas eran su chica Margarita. Estaban muy entusiasmadas, obviando el hecho de que debían demostrar su identidad.

Llevaban dos horas ya haciendo preguntas a distintas adolescentes decesperadas. ¿Acaso no se querían ir a casa? Era tardísimo. Claramente, ninguna de ellas era la indicada, porque la chica Margarita quería que la encontraran, no ir a buscarlo ella. Pero la esperanza de obtener una pista, por muy pequeña que sea, no se apagaba en el pecho del varón.

—¿Primer mensaje que le dejaste a Zeldris? —indagó Haruka, mientras anotaba en una libreta.

La fémina frente a ella sonrió a la par que se peinaba un mechón de cabello. Era rubia, señores; lo cual justificaba su actitud torpe e idiota.

—Me gustas —respindió confiada.

—¡Error! —exclamó sin ganas la castaña, y soltó un bostezo —. Fue: "Quiero que veas mi cara cuando estoy triste y feliz, incluso las caras raras que tengo a veces, riete y perdónalas".

Contestó, haciéndole una señal con la mano para que se fuera. La rubia hizo un gesto de desaprobación quejimbroso, pero al final debió abandonó el lugar en la fila.

—Siguiente —pidió el pelinegro, mientras aguantaba su cabeza sobre su mano, la cuál se apoyaba a través de su codo sobre la superficie de la mesa.

Los mejores amigos casi se atragantan al presenciar a Gelda frente a ellos. Acaso era ella. Imposible, la primera nota que recibió Zeldris fue dejada mientras se besaba con ella, aunque también podía haberle pedido a alguien que la colocara en su lugar.

—Hola —los saludó a ambos, para fijar su vista en los orbes esmeraldas del chico del que estaba enamorada —. No voy a mentir, Zel. No soy tu chica Margarita y sería muy bajo fingir ser ella, pero si no la encuentras, si por algún motivo no descubres quien es, estaré disponible para el baile.

Gelda era una mujer bastante popular, su lindo rostro y tentadoras curvas la ponían entre las primeras en la lista de las más codiciadas. Estaba seguro que tendría una amplia fila de chicos pidiéndole ir con ellos, así que aquel gesto mostraba que en verdad le interesaba el pelinegro.

Zeldris podría decir lo mismo de ella. Era la persona con la que más cerca estaba de tener algo serio, hasta que apareció su admiradora. Con la primera margarita cambió todo. Si nunca hubiera recibido una nota con una flor, tal vez hoy mantuviera una relación con Gelda.

—No me esperes, no puedo prometer nada —le dijo angustiado, pero recibir una sonrisa en respuesta lo puso nervioso.

—Tranquilo, no necesito que me prometas nada —depositó, sobre la mesa, una margarita.

Aquel gesto lo tuvo desconcertado el resto de tarde. Sinceramente, dejó todo el trabajo a Haruka, porque él únicamente tenía ojos para la flor que se le había sido obsequiada. Estaba pensativo y solo movía su cabeza en aprobación o desacuerdo cada vez que su mejor amiga le decía algo. Tanto era su estado que ella terminó por rendirse y seguir por su cuenta.

Si hubiera una pequeña posibilidad, por muy mínima que sea, de que aquello sea un mensaje, tendría sentido. La chica Margarita jamás le diría que era ella, sin embargo, si podría hacer algo como eso; darle una una pequeña pista, guiarlo.

¿Gelda podía ser la chica de las margaritas?

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Caminaban a la par al estacionamiento, era bastante tarde y Zeldris llevaría a Haruka a casa. Ambos guardaban silencio, cada uno pensado en sus cosas, pero al final, con un punto en común: sus sentimientos.

Su senda se vio interceptada por Meliodas, quien se veía avergonzado. El rubio se posicionó justo en frente de los chicos, impidiéndoles dar un paso más. Estaba decidido, su convicción no doblegaría. Haría aquello por Haru, por la mujer de la que estaba enamorado, y aunque estuvo huyendo de ese momento, ahora le haría frente.

—Zeldris —lo llamó, sorprendiéndolo a él y a su mejor amiga —. Vengo a disculparme.

Qué sus oídos se cayeran ahí mismo. El menor de los Yami de verdad estaba escuchando al todopoderoso capitán del equipo de fútbol, al mejor alumno del instituto, al casanovas más grande de la ciudad, al empoderado Meliodas disculparse. Tenía que ser una ilusión, si, eso debe ser. Zeldris estaba dormido, el cansancio le había ganado y seguramente todavía estaba en la mesa en el pasillo, roncando, mientras Haruka se encargaba de su lista de fans.

—¿Te tomó dos malditos años porque te perdiste de camino a mi cuarto? —inquirió sarcástico.

Después de traicionarlo de tal modo, el rubio no fue capaz de encararlo, para tan siquiera disculparse. Esa era una de las principales razones por las que el pelinegro lo odiaba; se hacía el fuerte, pero en el fondo, Meliodas solo era un cobarde.

—También lamento eso —alegó, rascando su boca, totalmente consciente de que el más pequeño tenía toda la razón del mundo. Había roto su pacto de hermanos y se había quedado tan tranquilo sin importarle. No, no era eso.

En aquel tiempo ellos estaban tan unidos, eran los mejores amigos junto a la castaña que los observaba incrédula en esos momentos, estando en medio como siempre. Meliodas no se acercó a Zeldris, no intentó dialogar con él por puro miedo. No quería ver la cara de enfado que pondría su hermano, tampoco quería presenciar su llanto, y mucho menos quería escuchar de sus labios que estaba decepcionado. En vez de ello, prefirió esconderse en una armadura de indiferencia durante todo este tiempo.

Ahora todo era distinto, estaba luchando por ganarse a Haruka, y no podría lograrlo si no rectificaba sus errores, era de sabios dejar el pasado atrás para poder avanzar.

—Bien, te perdono, piérdete —soltó con desdén, y después tomó la mano de su mejor amiga para esquivar al mayor de los Yami, arrastrándola consigo.

—¡Eso no me sirve Zel! —gritó el rubio a sus espaldas, haciendo que los otros dos se detuvieran —, no me sirve porque vengo a pedirle a Haruka que me acompañe al baile y sé que nunca lo hará si no me perdonas. Te valora más que a nada, aunque cargues con un rencor dañino.

El pelinegro soltó carcajadas cínicas antes de girarse a enfrentarlo. ¿De verdad, Meliodas? ¿Qué tan hipócrita se podía ser para aquello? Le pedía dejar el pasado atrás solo para llevarse a la única que ha estado a su lado siempre. ¿Qué clase de hermano era ese?

—Zel —la melodiosa voz de Haru y su mirada triste lo hicieron detenerse.

Los ojos café de esa mujer resplandecían con el atardecer, le pedían sin palabras tantas cosas. Verse reflejados en ellos fue tranquilidad, si, le trajeron paz y armonía, calmaron el dolor que trataba de ocultar, pero ahí estaba. Haruka volvía a ser su fuerza.

Y entonces comprendió, Zeldris lo entendió después de tanto.

No la quería dejar ir, no quería entregársela a Meliodas; quería esa mirada, esa sonrisa, ese tacto cálido en sus manos, esa voz, esos labios, lo quería todo, lo anhelaba todo para sí. Negarlo sería aún peor, él quería a Haruka, era suya.

No la cedería en ningún sentido, porque la deseaba hasta de formas que rompían las reglas de los amigos. Costaba una vida atrapar a alguien como ella, costaba toda una vida encontrar a una mujer así.

Tuvo que tenerla de ese modo, necesitó presenciar esos ojos de ese modo, tenía que estar presente la posibilidad de perderla, aquello se debía desarrollar de este modo para saber que Haruka no era solo su amiga, era más que su compañera, ella era la correcta.

—Haru, yo... —intentó hablar. Pero, ¿qué le diría?

Confesar que no la veía solo como una amiga, que quería más que solo sus manos de su cuerpo, que estaba celoso de su hermano.

—Zel, Gelda es la chica de las margaritas —aseguró, soltando su mano y dando dos pasos hacia atrás —. Cumplí con mi promesa, es ella. Ahora cumple tú.

Claro. Ella quería estar con Meliodas. Ahora que descubría sus confusos sentimientos, ahora que entendía esa inquietud en su pecho, ahora era demasiado tarde. Haruka se escapaba de su lado, había descubierto que aquel rubio era mucho mejor partido.

Zeldris corrió hacia Meliodas, otra vez la ira lo cegó. Lo golpeó una fuerza que ni él sabía que poseía. Estaba frustrado, dolido, arrepentido.

El rubio terminó tendido en el suelo. Eso se ganaba por tardar tanto y venir a robarse a la mujer de la que él sabía, Zeldris estaba enamorado.

—Llévatela, como lo hiciste con Elizabeth —dijo ente dientes, formando puños con sus manos.

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Palabras del autor:

Supongo que ya todas saben que pasó con Meliodas y Zeldris en su pasado.

A qué no se esperaban que la chica de la discordia fuera la mismísima Elizabeth cofcofratadealasblancascofcof.

Esta tos me matará algún día.

En fin, cuenta regresiva para el final señoras. Tres capítulos.

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Lean comiendo palomitas ( ̄ω ̄)🍿

~Sora

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