Capítulo 6: "Cisne negro"
El teniente Orrel no tenía tiempo que perder, si deseaba encontrar al maldito nazi debía aprovechar cada tiempo libre que tenga, si hacía falta no dormir entonces que así sea, si hace falta no comer que así sea. No le dará descanso al maldito nazi infeliz. Rastreo como si fuera un perro el lugar donde fue encontrado Konstantin muerto, se había suscitado una batalla en aquellos árboles de abedul, rastros de sangre, partes de cuerpo cubiertas por el frío, todo ahí olía a muerte y pólvora, traía de las correas unos perros antitanque, durante su estadía en San Petersburgo había entrenado a estos animales para cazar desertores en los lugares más imaginativos que pudiera conocer, y había notado algo peculiar, si le daba alguna prenda u objeto en específico a los animales eran capaces de rastrear a una persona. Había escarbado por horas, pero sabía que había una posibilidad, cuando el muerto Ivanov ataco al nazi logró rasgarle alguna parte del cuerpo y con ello un pedazo de tela negra quedo cubierta de la sangre del alemán. Y con ello sabía que se podía beneficiar en buscarlo, le dio al perro principal a oler dicha prenda, este animal la olfateo y prosiguió a guiar al teniente por los senderos. Sergéevich paso trotando junto a los canes una hora entera, el frio le estaba comiendo las manos que le sudaban y congelaban; se vio obligado a darle un trago al ron de su chaqueta para mantener el calor, pero sus amigos caninos solo parecían hambrientos y con deseos de algo para comer, dichos animales están acostumbrados a temperaturas bajo cero lucían más animados que Orrel.
—Bueno, coman, coman...—Le arrojo un pedazo de tocino a cada perro y su favorito era el más gordo y musculoso de todos, este perro pegó un brinco y con su hocico lo atrapo en el aire, descanso un rato sentado cerca del comienzo de un puente, molesto se daba cuenta que no encontraría al alemán, tal vez no esa noche o...si se toma unas horas más tendría la posibilidad de... ¿de qué? Se distrajo unos momentos mirando el río correr, como si nada importara y como si se hubiera desconectado de la realidad unos momentos, como si su visión se hubiera aclarado en la oscuridad distinguió un brillo, el perro ladro a la dirección del brillo en casualidad, se asomó mejor y notó una medalla en el fondo. "Una cruz de hierro" más adelante logró descubrir los restos de una trampa para osos y sangre del nazi; los perros estaban alborotados localizando el rastro y guiando a su amo, eso significaba que se había estado arrastrando por la nieve sin rendirse. —Eso maldito bastardo, arrástrate como el animal que eres... —Maldecía entre dientes, cruzo y luego llegó a una larga hilera de fincas y cochineros, todos vacíos de habitantes, todos los agricultores habían guardado su ganado y seguro se refugiaban en el subterráneo. Debía darse prisa, ninguno de sus superiores sabe lo que está haciendo en ese lugar, apretó el pasó y le indico a las bestias seguir buscando el rastro.
"¡Rápido! ¡Lo necesito vivo! ¡Para yo mismo matarlo con mis manos!" No podía darse el lujo de que se le muera por el frío. Pensaba Orrel con una pequeña sonrisa mostrándose entre sus dientes, como si estuviera a punto de hacer una travesura, pero no una tan inocente como lo sería la de un niño.
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Rudolph no podía decir que la llegada de Artemus le molestara pero que tampoco le alegrara mucho, estar acompañado después de esas horas de agonía era un privilegio que pocos pudieran permitirse. Pero que lo viera herido, derrotado y necesitado de ayuda lastimaba su orgullo, desde que eran desconocidos y después amigos cercanos Artemus siempre le había visto como alguien imponente e implacable, descubrirse así mismo débil y acabado lo lastimó más que las balas.
El sargento Koffman espiaba la habitación desde la ventana, por suerte suya la luz baja de la chimenea no acarreaba nada de iluminación al exterior, pero si estaba empañando los vidrios por fuera, lo cual era una desventaja, pero apagar el calor era una idea muy mala, hacía un frío de mil demonios.
—Se me están congelando los huevos...—Comentó Artemus mirando a la tundra que se extiende por kilómetros y kilómetros frente a ellos. —¿Cómo fue que usted logró recorrer tantos kilómetros sólo? Eso es una hazaña titánica, incluso a mí me tomo mucho recorrer todo eso a pie...
Rudolph permaneció en silencio, genuinamente fue una hazaña sobrevivir a ello, tal vez sí que fue un milagro. —Aquí me ayudo un ruso... llamado Alexei... sino me equivoco lo hizo porque pensó que yo era de su ejército... ¿puedes creer su tremenda ignorancia ante eso? ¿Cuál es la probabilidad de que entre todos los millones de rusos me tocará la salvación por uno que no tenía ni idea de que idioma hablo? —Le comentaba asombrado, consideraba que eso si fue algo digno de un milagro.
—Carajo... ¿en verdad eso paso? ¿Te lo dijo? —Preguntó el sargento Koffman asombrado.
—No me creas sino quieres... pero aquí estoy, me curó y me alimento... que lindo ¿no? ¡Sigo recibiendo pretendientes incluso en Rusia! —Le comentó matando el emotivo momento, Artemus sonrió en respuesta, su teniente era un imbécil, pero un imbécil con una suerte sorprendente.
—Ay teniente, usted es todo un caso... sin duda alguna... ¿Cuánto tiempo necesitara estar vendado? ¿Cree que pueda caminar para llevarlo hasta mi auto? —
Rudolph se giró a mirarlo sorprendido. —¿Conseguiste pasar tu auto por la nieve? ¿No que viniste a pie?
—Si claro, pero descubrí un paso deshabitado, libre de barracas y entre por ahí, lo tengo a un kilómetro más de donde nos separamos...y tiene combustible. Si me apuro... puedo tenerlo aquí en unos treinta minutos y largarnos corriendo...—Explico Artemus, sería difícil pero pueden escapar sin ser vistos, Rudolph dio una palmada de manos con felicidad.
—¡Eso! ¡Nos largamos Artemus! Aunque estaré triste, me iré sin darle las gracias al "rusito" que me ayudo...—El ánimo de Rudolph subió con rapidez, comenzaba a sentirse dichoso, hacía tiempo que no sentía su racha de buena suerte tan presente. Artemus asintió para luego dejar su arma unos momentos a su lado.
—Lo que si me preocupa es su condición... su herida no ha cicatrizado.
—Pero no hay problema para poder caminar, no jodas que treta tan buena vamos a hacer. ¡Salir y entrar de Rusia sin haberle pagado una cena al menos! —Rudolph se tuvo que sentar, debía vestirse para irse. —Supongo que tirar mis insignias sirvió para algo, tal vez ayudo en la inocencia de Alexei en ayudarme, aunque no tengo idea de si podré recuperarlas...
—¡Yo las tengo! Las encontré en el río donde usted pasó...—Koffman se acercó a la ropa tendida en la silla, colocando las medallas en el uniforme de su teniente general. —Bien, entonces ¿lo visto ahora? —Preguntó y Rudolph asintió. —De acuerdo, pon tus brazos a mis hombros cuando te tenga que poner el pantalón, lo demás creo que te lo puedes poner tú...
—¿No me ayudas mi amor? —Alzo sus manos aleteando sus palmas en broma y fue recibido por un manazo de Artemus en su cabeza y sus risas, mientras este recogía el uniforme y Müller se posicionaba en la cama bajándose los pantalones para ponerse los de su uniforme, fue que Artemus reparo en un sonido, escucho un susurro.
—Espera...Rudolph, escuche algo...—Le contesto Artemus, ambos guardaron silencio, fue un susurro que recorrió todas las grietas de la vieja finca de madera, la chimenea arde y su llama se ve opacada unos breves instantes, siendo azotada por una presencia, oyéndose pasos lentos. Fueron avisados por un ronco gruñido, un animal que entre las paredes de la casa se parecía arrastrar, rebuscando entre sus tablas el paradero de sus enemigos, acompañado de pasos secos, silenciosos y una respiración profunda que se oía cercana. —¿Es eso un perro? —Habló en voz baja acercándose a Rudolph y tomando su arma, atento a lo que predecía puede suceder.
Las escaleras al segundo piso rechinaban en cada paso, y Artemus fijo su mirilla en la puerta. Fueron unos segundos muy largos; agotadores en espera de la llegada del otro invitado, el perro emitía el sonido al olfatear y luego frente a la puerta comenzó un ladrido continuo, avisando que ellos eran el objetivo a encontrar, Artemus se puso tensó. ¿Los habían rastreado en medio de la maldita noche, sin nada de fuego visible desde fuera y con grados bajo cero? ¿Por qué hacían tan poco ruido?
—Sé que están ahí... los vi en la ventana... —Susurro la voz, de tonalidad férrea, arisca y bruta con un remarcado gutural grave a morir que le dio un escalofrío en la piel entera a los dos alemanes. Un miedo ante el silencio de aquel hombre que los acababa de rastrear como si fueran un zorro en la mira de un cazador y uno que se oía iracundo, su alemán era muy provinciano, pero podía decirle a Artemus que hacer. —No les recomiendo disparar, si lo hacen ustedes estarán muertos en cuestión de segundos porque traigo una granada...—Les advirtió y el teniente sargento comenzó a temblar, no ver el rostro de quien los amenazaba le estaba dificultando la misión.
—¿Qué? ¡Nos quiere matar! ¿Acaso no planea capturarnos?...—Intento saber Artemus, apuntando con su arma a la puerta, intentando percibir por medio del perro donde estaba su dueño y dispararle.
—¿Capturar? No, no, yo no tengo prisioneros, solamente tomo lo que se vuelve de mi propiedad...uno de ustedes va a recibir los ladridos de mi perro... y quien sea me lo voy a llevar a rastras. El otro seré tan bondadoso de permitir que se largue corriendo antes de que lo mate...—
Duraron unos momentos Artemus duro esperando la entrada del hombre, pasaron casi cinco minutos en completo silencio, oyendo al perro jadear y ladrar debes en cuando entre el filo del sepulcral y crudo silencio en medio de la noche, Rudolph podía percibir los latidos de su corazón y el de su sargento, pero no los del ente detrás de la puerta que los amenazaba en un auto sacrificio.
Y la puerta se abrió, dejando ver a un canino enorme, de dientes filosos ladrando contra los alemanes y Orrel tras la puerta vigilaba a ambos, siendo amenazados por dicha bestia les hizo pegar un brinco.
—Abajo el arma...o nos mato a todos —Demando Orrel, dejando ver tras su bolsillo una granada de mano, una RGD-33 que aterró a los dos alemanes, al instante Koffman podía sufrir con enfrentar la severa mirada de aquel demonio, era intimidante y temible, chúcaro e imponente, la figura que se cierne sobre la puerta era inmensa que llegaba a rozar el techo con la gorra militar puesta y su enormidad en torso y brazos por traer un abrigo lo suficiente amplio para su robusto cuerpo. —Tu arma al suelo y patéala hacía mi...—Ordeno la larga autoridad soviética, creyendo que lidiaba con un grado alto, Artemus no deseaba ceder.
—Sólo si nos jura que no nos pondrá una mano encima, lo obedeceremos en todo. ¿Tenemos su palabra? —Preguntó Artemus y Sergéevich asintió con lentitud.
—Tienen mi palabra... —Con ello dicho, Artemus bajo su arma en el piso y la pateo hacía Orrel y este embozo una sonrisa pícara que fue descubierta por la comisura de sus labios y barba negra. Cuando el arma estuviera lejos, Orrel desenvaino la TT-33 Tokarev, disparandole a Koffman en el inicio de la pierna y obligando a que este último se doblegara gritando de dolor. El animal se acercó rabioso sobre ambos olfateándolos con frenesí y desvió su atención hacia Rudolph quien seguía en la cama, había alzado sus pies y los encogió a medio llegar del colchón.
El teniente Orrel reparó al fin en quien buscaba, giro su cabeza...y se quedó mudo al verlo. Fue como si el mismo tiempo hubiera predicho que tenían que mirarse a los ojos al mismo tiempo para conocerse, Rudolph tenía los ojos tan claros y verdes como el jade que resaltaban en la brevedad de luz que proporcionaba la chimenea, luminosos como si fuese a llorar, labios temblorosos y voluptuosos, manos apretadas contra las sabanas con pecas esparcidas en ellas, piernas largas y torneadas, color de piel tan carnosa y suave como su fuera crema en tonos sonrosados. Y vello rubio desde la cabeza, cejas, bigote, hasta acabar en el pecho y piernas. Orrel cayó en la cuenta de cuánto tiempo quedó petrificado en la silueta de aquel nazi, quien exhalaba un dulce aliento de pecho ante su posible asesino, era en simples y modestas palabras hermoso a morir, era a los ojos de Orrel tan perfecto como si fuera un demonio, una belleza que jamás en su vida hubiera aspirado ver en un hombre, cada curva estaba impecable.
—"Krasivyy..." —Fue todo lo que los labios de Orrel lograron pronunciar en su lengua, Artemus no entendió aquellas palabras puesto que no hablaba el ruso pero Rudolph sí que lo hacía, Orrel al ver la expresión que realizó el rubio cayó en la cuenta que entendía su lengua materna, pero estaba demasiado aterrado contemplando la figura que le cierne como para reaccionar. Miraba temeroso al tremendo titán de vulgares músculos, tosco como la piedra y tan temible como la muerte. Su cuerpo temblaba sin su permiso, Orrel pasó de la figura herida en el suelo de Artemus, pateando el arma contra la salida del cuarto, y le pegó un segundo tiro con la Tokarev en la otra pierna a Koffman, haciéndolo gritar aun más, con uno de sus objetivos débiles y amenazados por su perro, se enfrentó contra la pequeña sombra de Rudolph en la cama, aterrado Müller se fue contra el rincón de la cama intentando llegar a su arma, pero fue detenido por la recia mano del ruso, apretándolo hasta el punto del escozor, y le obligo a verle los ojos.
—Un solo movimiento y voy a aprovechar la cama para tomarte... ¿y no quieres que tu amigo te vea en ese estado eufórico verdad? —Cuando Orrel pudo hacer alarde de su lengua materna se dejó de pequeñeces, era mucho, mucho peor de lo que parecía a medida que el teniente general ampliaba sus ojos en terror, Orrel sonrió con cinismo, su perro gruñía ansioso por hincar sus filosos colmillos sobre Artemus, ladrándole, Orrel emite un chiflido para llamar la atención del animal y este obedece, indicándole parar la posición de ataque, desvía su mirada de Koffman y vuelve a disfrutar sus ojos con la vista del nazi en la cama. —Mi perro Adolf tiene un poco de hambre y ese soldado luce como un buen bocadillo...
Rudolph temblaba con fervor, incorporándose de la cama intentando llegar a la esquina entre quejidos de dolor ante el esfuerzo que ejercía sobre su pie herido. —Por favor, lo que sea que tengas que hacer, deja ir a Artemus. Yo soy un teniente general y te sirvo mejor para lo que sea que desees hacer, un intercambio, revelar información o alguna otra cosa. Pero te pido lo dejes ir, no opondré resistencia. —Pedía con un ruso atropellado, las palabras se le juntaban y pensando en la amenaza, ¿no cometería tal acto contra él verdad? Solo era para asustarlo, intimidarlo. ¿No? —Por favor, te pido que le perdones la vida...
Las caderas de Rudolph se ceñían a través de la tela delgada con la que vestía, solo una camisa blanca a medio abotonar y si no fuera por la ropa interior podría verle desnudo por completo. Se notaba que había aprovechado la chimenea para calentarse, esa idea a Orrel le pareció un poco coqueta a cada que le miraba de arriba abajo, analizando su piel y sus poros, su felicidad se hizo más grande al comprender que su perro apuntaba a la cosa que más desea tener en esa habitación.
—Perfecto, tú serás mi primera posesión —Se giró con desgano hacía Artemus quien a pesar de estar sufriendo un intenso dolor, no miraba a Orrel con miedo, sino en una postura de reto y furia. —No sin antes que Adolf muerda un poco...—Soltó un chiflido y su perro no solo tomo su postura de amenaza sino que se abalanzó sobre Koffman atacándole una pierna y arrancándole un pedazo de esta misma, su rodilla fue desgarrada y pegó otro alarido sonoro de dolor, otro silbido que dio Orrel y el perro se alejó de su presa, lamiéndose el hocico babeante de sangre. —¡Ja!, parece que a Adolf no le interesa nada lo que le pase a sus soldados... y menos con un sabor tan horrible. —Se burló y enfrento a cara a cara contra Müller. —Mírame nazi... —Temeroso el rubio traga saliva, haciendo un esfuerzo por mirar a su captor a los ojos. Orrel gozaba de esos preciosos ojos esmeralda. —Tu vida por la de él entonces, o podrás contemplar en primer plano como me lo cargo o peor... verás a mi perro follándoselo por el culo delante de ti hasta que muera desangrado... ¿Entendido? —
—¡Si! ¡Si! Haré lo que pides pero por amor a dios... deja en paz a Artemus aggh...—Su herida lo estaba matando, y comenzó a sangrar. —No se... a donde planeas llevarme pero te suplico comprender que tengo una herida en el pie que me impide caminar muy bien... —Orrel no necesitaba volver a echarle un ojo, le había devorado con la mirada lo suficiente. Más que nada el teniente general intentaba aplacar la futura furia, pero cuando le señalo sus heridas Sergéevich no podía más que contemplar su fina piel, mierda los labios del nazi parecían haber sido maquillados con tonos rojos de lo perfectos que se veían, era tan hermoso que le producía asco.
—Tu compañero es más valiente que tú... —Comentó Orrel y se desabotonaba su largo abrigo y prosiguió a ponérselo encima de los hombros a Rudolph para después colocarle las mangas. Sabía que iba a necesitar protección contra la nevada y no parecía que iba a dejarlo vestirse con sus atuendos militares. —Tu soldado me enfrento aun con miedo...—Sin más sujeto al rubio por sus caderas y lo alzo entre sus brazos, oyendo la protesta del dolor contra aquel brusco movimiento. —A soldados como él les otorgo una muerte digna. —Aterrado el rubio lo encaro y comenzó a rogarle una vez más por perdonarlo, pero se notaba que Orrel le estaba mintiendo desde un principio. —Escoge la muerte de tu soldado, a mordidas por su Fürher o por el hermoso invierno...
—¡ARTEMUS HUYE! —Gritó a este y Koffman se vio obligado a levantarse arrastras de su lugar en el suelo para saltar a la ventana, rompiéndola con su cuerpo, dejando atrás su arma y Müller a merced del titán que le apretaba la piel furioso.
—Iba a ser piadoso contigo nazi. Pero tu bondad lo único que ha conseguido fue mandar a tu soldado a sufrir de una peor manera...—Sin tomarle la palabra, creyéndolo una mentira Rudolph se niega, Orrel lo toma como reto. —Lloraras su muerte en tu consciencia —Soltó un silbido potente desde la ventana y la jauría de perros se aproximó contra un Artemus golpeado contra la nieve, en una tormenta de dientes afilados y ladridos dieron pasó a desesperados llamados de ayuda cubiertos de congoja, fueron gritos contundentes durante casi diez minutos en los Rudolph lloraba a Orrel quien lo zarandea entre sus brazos, con una barbarie choco la cabeza del rubio contra la ventana rota para que pudiera ver en primer plano como las bestias devoraban a Artemus, hasta que este dejo de poder defenderse y callar sus chillidos, siendo reemplazados con el crujido al masticar y roer el cadáver de Artemus, destrozado a partes casi irreconocibles. Las lágrimas del teniente general no se hicieron esperar, Rudolph se cubrió la cara aterrado, dolido, iracundo, furioso, en una gamma de dolor incontenible contra Orrel a quien le pego una cachetada y Orrel contesto empujándolo contra la pared con fuerza, aplacando la furia de Müller a golpes. —¿Me odias no es así? En tu mirada solo veo tu deseo de verme muerto...—
—¡Maldito desgraciado! ¡Maldita peste roja de mierda! ¡Voy a matarte asqueroso monstruo! ¡Te lo juro! —Se gritaban con la mirada, uno lleno de odio, el otro con una sonrisa que representaba su justicia. Y su víctima comenzó a llorar otra vez desesperado en intentar comprender que habían matado al último amigo que le quedaba en esa batalla.
Orrel le sujeto del rostro con una mano mientras lo cargaba entre sus brazos, haciendo que lo mirara. —Esto no ha terminado, ¿no crees que es injusto que solo tu compañero haya sufrido? —Lo tomó en brazos y le silbo a su perro para seguirlo, estaba muy entretenido con su presa, conociéndolo y tanteando su dolor. —Por primera vez tengo un prisionero que planeo torturar hasta el final, ¿sabes lo que les hacía a los soldados que me llegaban antes que tú? ¿Tienes una idea? —A falta de respuesta de Rudolph insistió. —Tienes un segundo para que hables o el pequeño Adolf jugará contigo un rato a las mordidas...
—¡¿Cómo mierda lo voy a saber?! ¡¿Los lanzabas a tus perras como el maldito animal que eres, desgraciado?! —Müller le proporciono otro manotazo pero esta vez fue detenido por la mano de Orrel para luego proseguir a reír en alto volumen.
—¡JAJA! ¡Tienes pelotas para insultarme! Yo que tu iría cuidando esa boquita...—Tan rápido como se fue su sonrisa fingida le ataco a la herida vendada que tenía en su costilla, apretándola y hundiendo su dedo pulgar en ella, Rudolph se revolvió de dolor entre sus bíceps, volviéndolo manso tras lastimarle con fiereza. —No volverás a dirigirte hacía mi de esa maldita manera. Porque puedo darte un destino mucho peor que el que le di a tu soldado... ¿Entendido?
—¡PARA! ¡POR FAVOR PARA YA! —Le suplicaba llorando.
—¡Pararé hasta que lo hayas entendido o cuando se me dé la maldita y desgraciada gana! ¡¿Entendido?! —Esos gritos que pegaba Orrel le helaban la sangre al teniente alemán mientras gimoteaba entre apagados gritos. Rudolph le asintió con rapidez. —Así me gusta... je buen soldadito... —Soltó el agarre de la herida del nazi y este casi se le resbala de los brazos cuando se dejó rendir tras tener que doblegar sus pocas fuerzas para cubrirse lo mejor que pudiera. —Debes entender tu lugar ahora, me perteneces, estarás conmigo hasta que me aburra y te mate como me venga en gana ¿Entendido? —Con un muy débil "si" Rudolph le contestó, estaba agotado del agarre que ejerció sobre su herida. —Aunque... soy un hombre piadoso a veces... si te portas bien y haces lo que te digo... pueda que te recompense... —
Estaba aterrado, iracundo, temeroso, asustado y ahora débil. Rudolph no podía describir el pavor que sentía mientras aquel hombre le tocaba y movía a su antojo, creyéndose superior a él, era obvio que Müller no podría hacer nada y menos defenderse. —Pensé que me ibas a entregar a tus superiores... —Murmuró con cansancio, nunca fue un hombre que se quedara callado ante el peligro, si iba a sufrir quería saber porque, aquello sí que intereso a Orrel otro estaría callado, le hablaba con un coraje impresionante. —No parece que me fueras a entregar con alguien, ni menos que alguien te dijo que me hicieras esto... ¿Qué quieres de mi entonces?
Orrel tomó las posiciones del nazi en su desgastada mochila con una sola mano a la par que lo cargaba con un brazo en la otra, saliendo de la finca lanzó un chiflido diferente a sus perros, más cantaron, era una parte de la Op.20, No.10 del lago de los cisnes, y tras la tonada estos comenzaron una carrera al interior de un sendero, donde Orrel les tenía un refugio guiado para ellos cuando se ausente, dejándolos solos. Y tomando rumbo a un auto que tenía a su lado en la calle, con un golpe de su ante brazo Orrel rompió la ventana de un vehículo, logrando abrir los seguros para después abrir la puerta trasera de este, donde recostó a Müller, sacó de su bolsillo cables con los que le amarro los brazos a Rudolph detrás de su espalda, y prosiguió a empujarlo, quedando acostado boca abajo.
Sin haberle contestado, Orrel se fue cerrándole la puerta, dejándolo en los asientos, para luego caminar hasta el frente del auto y abrir la capota. En silencio Rudolph extrañado escucho el sonido de bragueta de los pantalones abrirse y escuchar orinar a Sergéevich. Oyó un suspiro y que se volvía a subir la bragueta, bajo la capota del auto y entro por la puerta del piloto, encendiendo en una manera improvisada el auto, con unos ganchos delgados que tenía presionando la abertura de la llave del auto. Arranco el motor y todo fue cuestión de no despegar el cloche. —Tuve que calentar el motor, estaba congelado... contestando a tu duda... no, esto lo hice yo. Si te entregara a mis superiores tu cadáver sería una pila de carne desecha, ellos no tendrán mi piedad, y solo para remarcártelo, si haces un simple grito mientras conduzco te arrojare a la nieve ¿Capiche?... —Balbuceaba mientras conducía, le gustaba tergiversar sus palabras, jugando con el miedo de su muy deseable compañero.
—¿Qué quieres de mi entonces? —Pidió saber Rudolph tartamudeando, olvidando en partes su ruso.
—¿Qué quiero? ¿No es obvio? Te quiero a TI...—Un silencio reino entre ellos un par de minutos, la perplejidad en el rostro que le dedicaba el nazi valía oro puro, porque su terror y asombro equivalían a partes iguales.
—...No creía que los comunistas se robaran entre ellos...—Murmuró Rudolph intentando distraer su mente de lo que había dicho su captor, aferrándose a trivialidades a este hombre en el que intentaba escarbar rastros de su humanidad, con una sonrisa Orrel disfrutaba a su mordaz y parlanchín prisionero, sabía que estaba aterrado pero ello no le impedía parlotear.
"¿Eres hablador eh?" Pensaba para sí mismo Sergéevich.
—Del pueblo para el pueblo ¿No? ¡Ja, ja, ja! —Comentó Orrel viéndolo desde el retrovisor del auto al alemán "Odile..." pensó en un destello inconsciente el teniente y acelero el paso, con el nazi atado a sus deseos se fue entre las penumbras, perdiéndose en los suburbios de Moscú.
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Entre las umbras la silueta de una llamarada en un mechero vibraba observando la escena en cuestión, notó cada mirada, escucho cada grito, sonrió con cada mordida y al final de tremendo acto ante sus ojos aplaudió en su soledad tan aberrante y trágico acto, ante sus ojos vio como habían secuestrado a un nazi y matado a otro, se acercó a la escena con una sonrisa cuando se hubiera ido el demonio vestido de teniente soviético.
—¡Mira eso! ¡Puedo verle las tripas! —Comentó sonriente ante el cadáver destazado, estaba impecable en el aspecto mal sano, no había una sola parte del cuerpo sin masticar, tocó el cadáver con felicidad estaba maravillado, absorto y supo que debía hacer, se había excitado. Sacó de su mochila pólvora y combustible, haría una barricada y quemaría esas hileras de fincas, el lugar ardería en llamas ¡Y quedaría todo hermoso! —Vamos Masha, sal de tu escondite, quiero que sepas que estoy aquí y que te encontrare pronto...—Comentaba sonriente mientras acomodaba montículos y tablones para esparcir el fuego, si algo había aprendido es lograr que una simple flamita cause fatalidades de proporciones dantescas. Una hora después inicio una alerta de incendio por la zona y el loco adicto al fuego tuvo que tomar sus cosas y darse a la fuga.
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—¿Ha visto "El lago de los cisnes"? —Preguntó Konstantin, el Orrel del pasado se enfrentó con la visión de un Ivanov en su mente, otro recuerdo que se siente tan presente. El teniente no descuido sus informes mientras caminaba a su lado, rodeados de otros cabos que marchaban por el lugar, haciendo pruebas de tiro y platicando.
—¿Un lago de cisnes aquí en San Petersburgo te refieres? —Intento saber Orrel, pero la mirada de incredulidad que le brindo Konstantin se convirtió en una carcajada sonora, tan fuerte que hizo que algunos miembros de infantería se giraran a mirarlos con curiosidad. Smirnov irritado se sonrojo, no comprendía porque se burlaba de él.
—¡No! Ja, o por dios no... me refiero a la obra de ballet ¿El lago de los cisnes? ¿Música compuesta de Tchaikovsky? —Intento encaminarlo en su duda, pero Sergéevich se veía perdido ante ese nuevo ámbito de las bellas artes. Ante la falta de respuesta afirmativa Konstantine comenzó a silbar una de las canciones, la legendaria entrada Op. 20, No.10 Scéne. Orrel la reconoció en seguida.
—Sí, la reconozco pero... desconocía que se trataba de una obra de ballet... ¿no es algo solo femenino? —Cuestionó un tanto avergonzado como verse ignorante ante una de las piezas de música más reconocidas de toda Rusia en su historia, en parte esa tonada le recordaba a su fallecida madre. Konstantin negaba con la cabeza.
—Pero si fue hecha por hombres y sus más grandes exponentes eran los que compusieron la música, que también eran hombres, ¡y los más grandes críticos del arte, son hombres! —Le explico Ivanov algo confundido con lo mencionado por su teniente.
—Bueno, emm no creo que sea algo para mí las artes... —Intento explicarse así mismo el teniente, pensativo en esa tonada, Ivanov lo dejo a sus anchas y por la tarde Orrel tarareaba la misma tonada.
Orrel se había vuelto adicto a esa simple tonada, emblemática, mística, preciosa. Era magia pura en su definición el solo tararearla y tenerla en su cabeza; le producía una extraña ansiedad, era perfecta y no sabía porque le encanto que Konstantin fuera quien le proporciono ese pequeño vicio ante la llamada de la música, quien le seducía con sus caricias ante un territorio desconocido y que se prestan las más grandes destrezas de la humanidad en ellas. Nunca fue un hombre que dispusiera tener hobbies ni similares, lo más cercano a un pasatiempo podría decir que son las torturas medievales que estudia con pericia y adulación ante que preso le canta primero sus secretos más íntimos percibidos en su alma.
¿Eso cuenta cómo pasatiempo?
Sintiéndose muy inculto fue a una biblioteca, y devoro la bibliografía del mencionado Piotr Ilich Chaikovsky, su carrera, donde se presentaba, su depresión, su tragedia, su lado patético. Leyó muchas de sus cartas publicadas, conoció sus fracasos y se topó con la gran sorpresa que la titánica obra "El lago de los cisnes" fue un fracaso en el principio. Con alargue criticado y despreciado en la primera presentación, pero escarbo a fondo, y a la segunda presentación había sido un ¡boom! en toda la Rusia zarista y dentro de poco se esparció como la mecha en pólvora por todo el mundo, escarbo en las hemerotecas los anuncios de la obra en cada presentación que daban, se escudriño como gusano a enfrentar el enigma de esta denominada música para ballet y porque le producía cierto repelús y a la vez misterio. Su respuesta fue sencilla, su padre, el bruto siberiano Yurik Sergéevich Petrova, no lo recordaba con cariño, si bien sabía que lo respetaba y amaba como hijo, su amor era demasiado crudo y casi sin muestras de este. Siempre le prohibió ver "cosas de mujeres" "saber cosas de mujeres", por ejemplo cocinar, lavar, coser. Inculcándole que para eso estaban las esposas e hijas y que en ese rol debían mantenerse y entre esas "cosas de mujeres" relego el canto y la danza que no fueran del ejército. Su padre Yurik fue un cosaco que se unió al ejército rojo, se ganó el respeto de sus camaradas y tuvo puestos gigantescos en el ejército, era un hombre estricto, temperamental como un animal, le pegaba a su madre y a él cada que lo consideraba correcto, pero era solo su padre odiando a una mujer que le dio un hijo que nunca pidió. "No había cosa mejor para un hombre que el ejército y servir a tu patria, ahí debes permanecer y amar todo lo que este te ofrezca"
Con esas sencillas palabras le calló su curiosidad y como un burro se partió la espalda día con día, año con año en satisfacer el orgullo de Yurik, heredo toda la corpulencia y rostro de su padre y casi nada de su madre, salvo un lunar en su brazo y conocimiento de un hermanastro de otro matrimonio.
Orrel sin la supervisión de su padre estaba decidido a conocer ese "ballet" y conocer esa maldita obra de una vez. Compró un folleto en la presentación que se daría para ese ballet, estaba nervioso y avergonzado, era el único hombre que resaltaba entre la multitud, porque era alto e imponente, aunque hubiera numerosos hombres, críticos y cineastas del partido.
Se sentó entre las butacas en la zona más exclusiva que pudo conseguir, se apagaron las luces y empezó el viaje, y cuando termino de ver la función, salió borracho de deseo, se había enamorado, un amor como nunca antes lo había sentido, un latir en su pecho expectante, sintió cada baile, cada nota, cada situación mágica que se presentaba. Fue maravilloso, etéreo y épico. En palabras que pudiera decir, las horas se le fueron en un pestañeo, y el final le partió el corazón.
Estaba ebrio de este arte, atraído a él sin poder comprenderlo del todo, y lo aprendería. Y descubrió la historia de una reina cisne llamada Odette, maldita por el hechicero Von Rothbart, había algo que Orrel siempre se cuestionó como fanático de dicha obra. ¿Por qué el hechicero estaba tan apurado en quitar el hechizo rápido que impuso en su hija? Odile era el cisne negro, una dama ataviada en negro pero en su rostro la ternura y destello de Odette, una figura sensual y que perfecciona el arte de enamorar a quien la vea, la desearían y esta reía porque sabía que la deseaban y que podía volver loco a cualquier hombre...
Sergéevich siempre tuvo la teoría de que Rothbart podía caer presa de sus propios encantamientos si se descuidaba, podía terminar deseando a su propia hija ante ese semejante pensamiento. Porque ante ello, tan pronto como podía percibir al príncipe deseando a Odile, no le permitió ir más allá, como si hubiera actuado en un impulso celoso por querer aquello que comenzaba a embrujarlo así mismo. "Odette..." Pensó Orrel al soñar con el rostro de Konstantin.
"Victima de sus encantos" volvió a repetir en su cabeza Orrel, para aceptar que la visión de Odette era difusa en sus pensamientos, su Odette se había ido, dejándolo con el corazón destazado, pero entonces ¿Por qué no se sentía como debería sentirse el príncipe Sigfrido? Sino más bien como un ente maligno que sabe los crímenes que ha cometido. Su respuesta llegó sencilla a su mente, él no era un buen hombre y simpatizaba con Von Rothbart, el hechicero que quería todas las riquezas y maldijo a Odette. Tras el espejo retrovisor de la realidad se figura la silueta de su víctima, puede notar la sombra de unas alas de plumas negras en la espalda del nazi y aterrado por esa visión pega un freno, sudando frio por verse interrumpido en un recuerdo de Konstantin y traerlo tan de golpe a la realidad, se había agitado. El propio alemán le miraba extrañado, pero no habló, espabilando volvió a emprender el rumbo y acelero.
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Alexei tuvo que dormir abrazado a quince hombres, su hermana se fue a dormir a un grupo separado con mujeres y sin más le habían dado para cambiarse a un uniforme soviético por la mañana, en la cena que les ofrecieron con una facilidad digna de desmayo lo integraron al ejército, no tenía ni idea de armas pero era orden de un alto mando, los hombres jóvenes tenían que integrarse al ejército y no pudo evadir la realidad, ni Matthias tampoco, tuvieron que dormir juntos mientras oían en la lejanía artillería, aviones y disparos, pero no había nada que pudieran hacer para evitarlo, pensó en el alemán que dejo en la finca de Matthias. ¿Estará bien? ¿Esta lo suficiente abrigado? Planeaba primera hora pedir el favor de regresar a la finca por unas cosas y regresar corriendo al puesto que le asignarían como soldado.
—¿Sigues despierto Petrov? —Preguntó Sasha recostado a su lado, sorprendiéndolo y sacándolo de su mente por la repentina atención, Alexei se sonrojo de tenerlo tan pero tan cerca suyo, al soplo de una mosca de rozarle la nariz, Petrov se apartó de la nariz del sargento, apenado por tenerlo tan de frente. —¿Da miedo verdad, el sonido de los aviones y los disparos? —Comentó Sasha recostándose a su lado, entre todos debían abrigarse para darse calor, las temperaturas iban a empeorar.
—Estoy preocupado... necesito ir a la finca... —Comentó Alexei, a su mente viene el alemán, no debía dejarlo solo tantas horas, tenía un presentimiento en su pecho de que por alguna razón el nazi lo necesitaba.
—Camarada, es probable que algunos de por ese lugar ya hayan robado tus cosas, mejor ve asimilándolo a la idea. Claro, si insistes en ir te acompaño mañana a primera hora, también es nuestro deber asaltantes y matar nazis infiltrados, se dio la alerta de que hay algunos por la ciudad a las afueras. —Explicó Sasha y Petrov quería morirse.
—Bien... emm gracias, buenas noches. —Se revolvió entre las sabanas de espaldas a Matthias quien estaba roncando junto con otros tantos hombres, en secreto agradecía que el sargento no le haya preguntado por qué quería ir, pero a su mente acudió la silueta del Rudolph semidesnudo con una sonrisa. —Rudolph... —Murmuró el obrero, pensando en los ojos verdes que poseía aquel soldado y preguntándose si estaría bien, deseándole que tenga una buena noche.
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Orrel arrojó de un empujón al nazi sobre la cama, la cual rechino por la delgadez que poseían los barrotes de la misma, su base se tambalea y Rudolph emitió otro quejido al movimiento de su pie y costados heridos. Soltaba siseos intentando cubrirse la herida para estabilizar su dolor, Sergéevich estaba un poco emocionado; debía decir planeaba matar al alemán de eso no cabía ninguna duda, pero de todos aquellos que había torturado a lo largo de sus años en los campos de trabajos forzados. Nunca había tenido que hacer una tortura por un mero deseo, propio y fruto de una venganza, y menos pasando por la autoridad de la URSS. Miró curioso la espalda de Rudolph, quien estaba cuidando su herida, como traía puesto su abrigo, cada gesto que hacía, cada palabra que soltaba, cada movimiento que hacía le parecía interesante, no imaginaba tener un prisionero que comiera su curiosidad, le desconcertaba sentirse tan emocionado "Odile..." Ese cisne negro viene a su mente.
—Nazi, ¿Cómo te hiciste esa herida? —Preguntó metiéndole una nada considerada palmadita en dicho costado de su abdomen, haciendo a Rudolph retorcerse como un gusano intentando protegerse de un depredador. Vio que la respuesta a su pregunta no llegaba y lo hizo irritar, con una total calma le volvió a dar una palmada a su herida, haciendo saltar de dolor otra vez a Müller. —Contéstame cuando te haga una pregunta, no te dejare ir, no sueñes con libertad, ni con mi piedad mucho menos misericordia. Obedece y harás que tu tiempo a mi lado sea soportable, pórtate mal y te llevaras un terrible castigo por mi parte... ¿Entendido?
Rudolph se vio obligado a guardar silencio, estaba tiritando de frío, la celda donde lo había arrojado era espaciosa pero fría a morir, aguantar las heridas sin todo lo que tenía antes va a ser un infierno sin fin, oyendo la pregunta contestó enseguida. —Yo estaba huyendo, un cabo de infantería soviética me bloqueo el paso y me corto con su bayoneta, tome una bayoneta que encontré en el suelo y me vi obligado a pelear por mi vida... y lo logre...—Y con esas palabras dichas Orrel podía confirmar con una sencilla sonrisa que sus perros habían hecho un trabajo más que impecable.
—Ese cabo que mataste pertenecía a mis hombres. —Tomó una larga cadena con un grillete que tenía almacenada en la celda, para hacerla tintinear. —Ese cabo a quien le quitaste la vida era una persona muy importante para mí. —Endureció la voz, viéndolo con determinación mientras lo sujetaba de los brazos y le quitaba el abrigo a jalones alzando su voz con ira. —¡¿Así que fue justo o no haber matado a alguien importante para ti también?! Te he beneficiado por la muerte de un hombre con otra, pero ¡Jo, jo! No creas que la tendrás tan fácil. Matar al bastardo de su compañero solo ha logrado pagarme la muerte en vida...—Le quitó a jalones el abrigo para luego quitarle a rasgadas la camiseta blanca que traía. —No has logrado pagarme el valor emocional que tenía sobre él, nazi...—Cuando le quitó la camiseta lo dejo solo con la ropa interior en sus partes íntimas, mientras Müller temblaba ante el frío. —Haz venido hacía mi con un enorme cartel en blanco que decía "Yo seré su reemplazo" y eso mismo voy a hacer...—Pasea su mirada por su rostro, y este llora en respuesta al verlo imponente sobre su cabeza.
—Es...espera ¿a qué te refieres con reemplazar? —Cuando más se acercaba a él, más se acongoja contra la cama, intentando huir sin éxito de lo que fuera que le estaba a punto de hacer. Orrel se comenzó a desabrochar el cinturón de sus caderas, después de quitárselo hizo una correa de este.
—Mataste a mi saco de boxeo...—Señalo con una sonrisa Sergéevich. —Durante muchos meses me la pase estudiando meticulosamente la etnia de ustedes los alemanes, aquellos que me encargaban torturar, les abría el estómago y encontraba nada más que lo mismo que en todos los humanos... sangre roja y tripas, averiguar donde más les dolía y hoy vamos a poner aprueba mi teoría...—Luego de un fuerte empujón hizo girar el cuerpo completo de Rudolph, obligándolo a quedar boca abajo. Smirnov se moría por tocar su espalda, había disfrutado muchas veces en cómo se marcaban los puñetazos que le daba a Ivanov en la cara y en su cuerpo, y que estuviera muerto no iba a ser una excusa para detenerse en seguir obteniendo placer por ello.
—Es tut weh, ich brauche einen Verband...—Hablaba en alemán, ya no estaba muy comprendido a poder contestar en ruso, era obvio que estaba muy cansado y su captor lo había llevado al límite, pero Sergéevich no tenía ganas de ser compasivo en ese momento, tomó las cadenas y las coloco por encima de la cabecera de la cama rechinante, amarrando bien ambas manos del alemán quien seguía balbuceando en su lengua. Orrel se levantó de la cama y airó a una fuerza bestial su cinturón y le dio el primer golpetazo por la espalda a Rudolph, este pego un grito mucho mayor, sollozando al sentir su espalda arder y torciendo su pecho contra la cama intentando detener sus bramidos.
Orrel volvió a alzar su brazo y dejó ir con todas sus fuerzas el segundo azote, Müller lloriquea sobre la cama, intentando con inutilidad tapar su herida de los golpes contorsionándose y cubrir su ya lastimada espina. El tercer azote llegó a las caderas del alemán y pego un brinco con otro alarido de grima con pánico, y exaltado intentaba bajar sus piernas de la cama, pero Orrel le detuvo con su mano, lanzándole el siguiente golpe, y el siguiente, mantuvo durante un periodo de tiempo considerable la algarabía de lloros contra su víctima, Sergéevich bufaba cansado, exhausto y sudando por el esfuerzo que estaba haciendo en retener las patadas que lanzaba el nazi, le golpeo su pie herido y surtió efecto por un determinado tiempo, la hebilla del cinturón del ruso le produjo a Müller múltiples laceradas que quedaron al rojo vivo, morboso y curioso Sergéevich bajo hasta las posaderas del alemán... Quería golpearlas también. Alzó su brazo otra vez y le pego justo en la unión de ambas nalgas, Rudolph al sentir ese golpe intentó volver a escapar de la cama, arrastrándose como pudiera, pero Orrel lo sujeto de la espalda dejando ir la barbaridad de músculos contra el cuerpo del germano, rasguñando sus laceradas e irritando aún más el cuerpo dolorido del otro, este se había cansado de seguir pataleando su única buena pierna, estaba demasiado cansado, lo había tenido despierto toda la noche entre azotes con el cinturón.
—Por favor.... te lo pido basta... —Suplicaba Rudolph, Orrel reparo en que se le fue la noche pegándole, ni este mismo sentía que hubiera sido tanto tiempo, la luz del día ilumino su calurosa noche de tortura.
—Pararé cuando yo quiera parar, maldito nazi parlanchín.... —Se estaba hartando de oír su voz, no le gustaba que hablara en ningún idioma, le resultaba de lo más incómodo oír sus quejidos y jadeos de dolor y más sus lloriqueos. —Se hombre, aguántalos y no llores... —Recalcó Orrel pegándole un puñetazo a la espalda de Rudolph que resonó en toda la habitación contra su piel, otro puñetazo que le dio al vientre y le sacó todo el aire a Rudolph dejándolo tosiendo intentando respirar. —Ya no hablas tanto... me pusiste de buen humor nazi, ya puedes pedirme algo... —Sabía que no obtendría respuesta apenas y lo podía oír jalando aire a profundidad de su garganta. —¿No? ¿Nada? Si tú insistes... —Se levantó del lugar y tomó su abrigo, colocándolo encima de su víctima, no podía permitir que se le muera tan fácil. —Cúbrete, hará frío...—
Dispuesto a irse, se colocaba otra vez su cinturón, y yendo a desamarrarle la cadena de la cama, y dejándole amarrado el pie saludable a una pared, no iba a poder escapar aún que quisiera arrastrarse. —¿No te traigo nada nazi? —Se volvió a burlar. Cuando se iba, notó el peso de Rudolph mover la cama, intentaba hablarle y eso lo desconcertó, no debería ser capaz de ni moverse.
—Vendas...necesito vendas...—Con coraje hacía su petición, intentando apelar a la descarga de paz que le trajo al otro tras la paliza que le había dado, sabía que necesitaba más que otra cosa vendas para su cuerpo, Orrel se giró a verlo para luego emitir una sombría carcajada.
—¡JA! ¿Tú no te das por vencido verdad nazi? —Muy bien, el soldado no se dejaba las prioridades de lado aún con su miedo impuesto. Tal vez le tome la palabra, abandono la celda cerrándola y dejando a su prisionero en soledad, este se cubrió con el abrigo, hacía un endemoniado frío.
—¿Alguien importante para ti fue a quien mate... eh? Bastardo rojo...—Balbuceó Müller antes de desmayarse.
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Continuara.
(Ohhh parece que Orrel se interesó un poquito en el alemán y no está muy feliz por eso, nenes seguimos con nuestra programación habitual, Espero les guste, recuerden dejarme su opinión del capítulo porque eso me saca una sonrisa o,w,o y me motiva a continuar escribiendo, lamento la demora y les prometo que las actualizaciones van a venir más seguidas de lo que esperan. Nos leemos, un abrazo.
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