Capítulo 5:"Enredarte en el pasado te pierde o te encuentra"
Rudolph alzó su vista, concordando en que el protagonista del libro era un idiota. Sí, eso era un idiota, un imbécil desvergonzado, cuya timidez era fingida, sus motivos vulgares, sus sueños estúpidos cuanto más los razona, y la tonta mujer que le secunda en protagonismo no se queda atrás, aunque debe admitir que soñar, era un lujo que solo una dama se puede dar, cuando un hombre sueña, para Müller es sinónimo de poca hombría, los hombres no tienen permitido soñar. Los hombres están para hacer los sueños de las damas realidad, disculpen al Ario, él era un tonto soñador romántico.
No podía simpatizar con semejante idiota, para él no lucía como un tarado inexperto en el amor, sino como un cerdo hambriento de sexo, desesperado por el calor de una mujer, no podía simpatizar por él no solo por ese irrefutable hecho de tener años y culturas tan diferentes, no, no era solo por eso, sino porque la situación solitaria que le planteaba, no le traía un buen presagio. Era como leer... su pasado. ¿Es que el soberano ruso de ojos grises adivino quién es? Aun a pesar de la estupidez del joven soñador, no puede evitar verse reflejado, tal vez no por la timidez que acompaña al protagonista del libro, pero debe decir que había visto esa desesperada soledad, lo recuerda en sus tiempos en Berlín, cuando apenas había iniciado sus noches largas de servicio, lámparas que alumbraban el bulevar donde hacía sus custodias, una cotidianidad que le estresaba. Paseando una misma línea, una ruta finita y en su tiempo libre como un niño pequeño, emocionado descansaba y comía su almuerzo bajo la sombra de un quiosco que lo cubría de los rayos de la luna.
Recuerda esas noches solitarias de una muy mala manera, él había crecido en el pintoresco y casi idóneo pueblo de Rhotenburg, árboles de durazno cuyo néctar alimentaba su barriga en muchas formas, desde dulces a mermeladas, ese dulzón al hervirse y que calentaban sus noches frías en su hogar, estaba lejos de los mimos de su madre y el cariño de sus tías y hermanas mayores, creció rodeado del cálido amor maternal que toda su familia le entregaba. Cuando aprobó el examen para entrar como soldado al ejército la felicidad le duro muy poco, porque significaba despedirse de todo lo que amaba, cuando llegó a Berlín y se instaló en los cuartos fue recibido por una abrumadora soledad. Y sobre todo, tener que lidiar con la fuerte masculinidad que irradiaban sus compañeros, después de haber convivido toda su vida con mujeres; como su madre que todos los días perfumaba la casa con enervante y dulce perfume de lavanda, sus hermanas que salían a vender flores a las plazas a turistas o sus tías que se juntaban a vender la comida casera por la noche. Esa picosa y perfecta esencia de amor, maternidad y feminidad que irradiaban las mujeres de su familia, daban un sentimiento hogareño, ese sentimiento se extinguió cuando comenzó a vivir en los cuarteles. Sus compañeros apestaban, claro todo el día se ejercitaban, pero su higiene propia le dejaba mucho que desear. Pies sucios y uñas largas, recuerda las burlas por cortarse las uñas de pies y manos y colocarse crema perfumada, por tener conocimiento de las fragancias más exquisitas, porque amaba prepararse de comer y lo tachaban de "esposa" tal parece que ser adulto autosuficiente para muchos de sus compañeros era un obvio sinónimo de mujer y por consecuencia de burla.
Con frases como "—Rubiecita porque ¿Por qué no vienes y me preparas una buena mamada ya que andas apurado?"
Más de una ocasión Rudolph recibió una reprimenda de sus compañeros, porque al teniente le encantaban tal vez demasiadas cosas que solo una "mujer" debe hacer, nadie lo preparo para eso.
—No sé qué hacer madre... mis compañeros se comportan como mandriles sin educación que apenas saben limpiarse el culo y necesitan de toda su capacidad para saber sujetar un tenedor y prepararse una mesa... —Rudolph platicaba todo con su madre, todo, cada duda, cada desdicha, cada victoria. Ella era una mujer intuitiva, y podía reconocer a donde iban las dificultades de su retoño.
—Vives como un adulto civilizado en medio de machitos que se creen alfas... me temo que para sobrevivir en ese ambiente hostil vas a tener que volverte otro macho...—Su madre era su voz de sabiduría y razón, así era Dina, siempre enseñándole a encontrar no problemas o excusas, sino soluciones. Pero mantuvo tan arraigada su caballerosidad como siempre.
De Dina aprendió a no rezongar a las mujeres, ser cortés y educado. Lo cual le valió que sus oficiales superiores le tuvieran en un pequeñito pedestal, ya que era muy amable con quien trataba, las mujeres ni se diga, no decía una sola mala palabra frente a ellas, Rudolph siempre se había sentido más cómodo rodeado de mujeres, no porque se sintiera un gallardo semental, o porque deseara tener alocados encuentros placenteros con ellas, sino porque... eran lindas, amables, y olían a perfume, contraste abismal con la vulgaridad y pestilencia de sus compañeros, las damas son vanidosas, pomposas y delicadas, divertidas e inocentes, esa mentalidad de las mujeres jamás se le quita de la cabeza. Sabe que está mal, pero no puede evitar poner en un pedestal a cada mujer que conozca, fue educado para adorar a cada mujer como una diosa a la que adorar, simplemente cuando conoce a una mujer desea hacerse su amigo, porque en ellas reconoce el amor de su familia. Estos compañeros en contestación le tenían una envidia brutal, claro, sin conocer un demonio de Rudolph, envidiaban que siempre estuviera rodeado de mujeres hermosas cuando quiera y casi donde quiera, el teniente tenía parte de la culpa, porque nombraba y platicaba a todas sus amigas, sin saber que Rudolph hacía alarde de un largo código de caballero con las chicas a las que conocía.
No le trajo gratos recuerdos pensar en esas noches solitarias mientras soñaba despierto... en una guardia que montó años antes de empezar sus ascensos en el ejército, tuvo uno de los momentos más terribles y agrios de toda su vida. En un callejón ocurrió esa desdicha, ese amargo momento, oyó las voces de una de sus amigas que paseaban con él la ciudad. Cinthia, quien vendía artesanías en una plaza, era de noche y estaba sola... siendo hostigada por un compañero resentido del mismo batallón. Sujetada de las enaguas y siendo desvestida mientras era abusada por el malviviente que la insultaba.
—No seas mojigata maldita, es obvio que te coges a Müller cada que viene, deja de aparentar, todos en el batallón sabemos lo puta que eres...—Señaló el cabo, desvistiéndola, ella estaba arrinconada, su mejor amiga, Cinthia a la única que le había contado sus más grandes sentimientos, ahora temblaba buscando con sus ojos por ayuda, Rudolph corría hacía ella todo lo que podía para detener al cabo. —Todas las mujeres son iguales, perras que se van con el primer imbécil que les habla bien, eres una miserable interesada por tipos que te pueden pagar, no le interesan hombre de buenos sentimientos como yo, ¡yo no le hago daño a nadie y aun así me rechazan! ¡Estoy harto! ¡Veremos si no me buscas cuando estés embarazada de mi hijo! —Y acto seguido la recibió con el primer puñetazo, Cinthia apenas emitía chillidos agudos de pena y dolor, sus ojos casi catatónicos, hiperventilándose y congelada ante el ataque del animal que rebuznaba como el cerdo que era sobre ella, ¿que era la fuerza de una mujercita tan delgada al lado de ese maldito robusto?
Cuando el joven Rudolph reaccionó, estaba encima del cabo quien ahora estaba inconsciente con los ojos desorbitados, mientras Müller apretaba su cuello al punto en que se lo había dislocado, sudando frio y gruñendo, acelerando el paso hasta que el violador dejo de moverse, su verga estaba de fuera, cuando mató al canalla busco con su mirada a su amiga Cinthia, tenía la cara hinchada por los puñetazos que le dio el cabo, el vestido rasgado y la ropa interior destrozada, llorando quedado en una esquina, abrazándose a sí misma para cubrirse las partes expuestas. Rudolph sólo pudo ir a darle un abrazo, culpándose por no apurarse, debió matarlo con un tiro en la cabeza, desmembrarlo, destriparlo. Cinthia se recuperó años después, era fuerte... pero nuestro teniente no se recuperó. Él tuvo en un cielo personal a casi cada mujer o niña que conocía, eran seres perfectos que no debían ser tocados ni con el pétalo de una rosa. Y conocer la desesperación y desprecio que sus compañeros hombres podían llegar a cometer contra ellas por un simple "no" le dio un profundo miedo y desprecio hacia ellos... hacía esa mierdera desesperación que conocía en cada hombre babeando por la mujer que encuentren.
Vuelve al presente leyendo el libro, tenía una duración pequeña, aunque nuestro teniente estaba acostumbrado a leer muy rápido, cuando un libro no le gustaba se apresuraba aún más en leerlo, para terminar su sufrimiento, leer ese desespero por calor humano, ese sentimiento de cotidianidad no le cayó muy bien, leer como el imbécil del protagonista se ponía en un pedestal de víctima, mártir de la "malvada" mujer desinteresada que le tocó tratar, Rudolph arruga la nariz, ahora recuerda porque no le gustaban las novelas de amor. Y le gusto el final, porque el protagonista se apaño otra vez a la soledad, como debía de quedarse ese tipo de desesperados.
—Yo tengo la culpa... no debí leer esto...—Luego de terminar ese libro colocó dicho sobre la mesita cercana a su costado, para posar su mirada en el libro que había tomado hace un rato para atacar al ruso. Lo contemplo dudoso. ¿Debería leerlo? No tiene sueño, había dormido mucho rato y su "ruso salvador" se nota que tardaría un rato más en volver...
La simple idea de conocer cuánto tiempo estará postrado, amarrado a esas sabanas lo asusta, sin embargo, no tiene opción ¿Cómo se llamaba aquel joven de ojos grisáceos que le rescato?
Alexei...¿Petrova? A veces olvidaba cómo funcionaban los apellidos rusos. ¿La terminación –va, era para hombre o mujer? Optará por ello, espera no equivocarse. Se prometió que no debía hablar sobre su rango militar, no tenía idea si el ruso lo traicionara o no. ¿Debería temer? Ha pasado tantas desgracias y tantos momentos decadentes que no sabe a qué tenerle más miedo. La muerte le habla en sueños, la muerte viste el uniforme ruso, con un rostro cadavérico, cuyas cuencas eran tan profundas como los abismos más lúgubres y tenebrosos que alguien contemplaría en su corta vida, su boca de dragón exhala humo rojo diciéndole.
—Puede que muy pronto nos veamos... estaré esperándote...—
La muerte de sus sueños era cínica a su situación. ¿Por qué su muerte no podía vestir como su madre? ¿O el rostro de su hermana? ¿Por qué el ángel del infierno le habla ataviado en el uniforme de la peste roja? Recuerda a Alexei, tan delgado y llorón, un muchacho joven que aparenta la ignorancia del presente, Rudolph le temía al ruso, no por creerlo capaz de matarlo, sino porque no lo conoce en nada. ¿Si externara simpatía ante él, no lo entregaría? ¿Podría convencerlo de no entregarlo? Oh, fue estúpido, debe entablar amistad con el ruso lo antes posible si desea ver un nuevo amanecer en Berlín, cayéndole mal al soviético se puede ir despidiendo de un escape seguro de la capital.
Había un destino que lo ata a conocerlo, un destino que lo invita en reciprocidad. ¿Era la abuela ciega que enhebra en silencio? O tal vez el miedo comenzaba a tocar su corazón, si lo piensa con quietud, tiene muchos motivos por los cuales acurrucarse y no pegar ojo en toda la noche más que solo desconocer a su posible verdugo. Con solo ver por el cristal empañado de la ventana podrá visibilizar en aquella noche en las afueras de Moscú, un cielo nocturno que son cubiertos por la espesa niebla; señales de luz para avistar aviones de la Luftwaffe. Sirenas lejanas y otras cercanas por toda la ciudad sobre ataques de bombardeo, las sirenas, las sirenas no se callan, su canto un grito de guerra en las aguas inhóspitas de Rusia. Si alguno de los suyos soltara una bomba y hoy muriera por sus camaradas, lo agradecería, no tendría que ver el uniforme de los rusos en la muerte. La nieve adornaba el marco de la ventana afuera suyo, recuerda las noches en la cabaña de su madre en invierno, abriendo los regalos de navidad junto con sus hermanas y primas. Odiaba la guerra contra los soviéticos, pero amaba el lugar, sus inviernos son tan poéticos y solitarios.
Claro, Rudolph ya se hacía muerto en más de un sentido. Mira el libro entre sus manos, había tomado "La sonata a Kreutze" hojeando las páginas y conociendo un nuevo protagonista, comienza a chistar al leer los pensamientos de otro imbécil.
—Agg, ¿Qué mierda? Asco los hombres...—Comento el teniente, negando con la cabeza, se tomaba muy en serio todo lo que leía, analizaba cada palabra, cada punto, saltó del comal a la olla con esos libros. ¿Qué tienen los autores rusos con sus crisis de fe? Espera con paciencia a que vuelva el obrero, sería un inconveniente que se le muera sin conocerlo.
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Lo ayudo a cargar el ataúd sobre los montículos de nieve, Alexei tenía dificultad para sostener la pesada madera sin que se le resbalara de los guantes, ya que el peso no estaba compensado equitativamente, Orrel solo cargaba con una mano, para el teniente no pesaba nada, en cambio Alexei estaba dejando el hígado en la subida por la montaña pequeña de nieve para enterrar a su primo en el parque, necesitaba las dos manos para emular el esfuerzo, jadeo y su aliento salía expulsado como vapor. Sus suspiros eran aliento de alegría, era luz de esperanza para Smirnov, era el aliento de la vida, vida que Konstantin ya no podía alardear tener, entonces... ¿porque el joven primo del que fue su amado le quema la retina?, lo hace humedecer sus ojos, no era Konstantin pero tenía su rostro, no era Konstantin, pero tenía su nariz llena de pecas que cuando tiene comezón se menea con pavor, no era Konstantin, pero tenía su mismo tono de piel, no era Konstantin...pero tenía los mismos hermosos y preciosos ojos grises.
Su pecho amenazaba con matarlo diciendo "¡Para, no aguanto, me has callado demasiados años! Esto me lastima, esto me destruye, me destroza, déjame descansar, toma la pistola, no tomes el rostro de quien más amamos para este propósito sin futuro, te lo ruego..." Su corazón sabe por lo que está pasando, está muerto por dentro, era un cadáver que se aferra a lo imposible, un motivo para seguir existiendo, ahí frente suyo, esta otro hombre que comparte el rostro, sonrisa, y benevolente mirada que aquel hombre se ganó su corazón. Tenía miedo, miedo de que fuera un producto de su imaginación.
Tal vez fue dios o su camarada Stalin, incluso el propio Konstantin que desde el cielo; le mando un propósito, una razón, un camino de un solo sentido para seguir viviendo. Descansan el ataúd sobre la nieve, Alexei intenta recuperar el aliento mientras Sasha se acerca con un par de correas, atando las cuerdas para bajar el ataúd a la zanja y terminar su tarea.
—¿Dónde estaba teniente? —Pregunto Morozov sin miramientos. Dejando mudo al teniente y frío de terror, no sabía cómo contestar, qué contestar. Sigue en un estado casi al borde del desmayo, mirando sus pies para no tener que ver el rostro de nadie. No podría hacerlo, quiere romperse a llorar, quiere gritar a los cuatro vientos, quiere morir y quiere vivir, se siente devastado pero no puede demostrar lo que siente, no debe... terminaría directo en el gulag por maricon.
Orrel sintió una breve eternidad tratando de contestar la pregunta, si habla tartamudeara seguro. Pide con la mirada que alguien le ayude con esa situación. "Alguien... por favor que alguien hable..." suplicaba con que cualquiera le diera unos momentos para respirar, comprender lo que estuvo a punto de hacer, necesita saber porque carajo seguía respirando y porque no deseaba morir.
—Estaba... colocándole unos clavos más al ataúd...—Para sorpresa de Sasha y el mismo Orrel, Alexei lo defendió. Ocultándole el terrible destino que había elegido Smirnov hace unos minutos. —Cuando llegué ya había terminado, así que entre los dos trajimos el ataúd... —Petrov sabía que era un tema delicado, claro que no quiere decir lo que le pasó, su llanto era temible y a la vez tan triste. Seguro se llevaba muy bien con su primo, considera en su ignorancia e inocencia Alexei, en la guerra, tus camaradas son tu familia. Orrel, sin más, asiente en silencio, confirmando la mentira con un pequeño "Mmmhn" Un balbuceo apenas entendible como algo positivo.
—Oh... ya veo. —Farfulló Sasha, tampoco le refutaría a su teniente porque se tardó tanto, no le incumbe, pero está preocupado por él. Si tan solo supieras lo que tu teniente estuvo a punto de hacerse. Hubiera tenido que hacer más espacio en la fúnebre caja de madera para enterrar dos cadáveres.
Alexei le sonrió con poquedad. Anhelando ver que Orrel estuviera mejor, pero había algo que no estaba tolerando. ¿Qué era esa mirada que le estaba regalando ese maldito obrero? ¿Una sonrisa de piedad o de soberbia? Sí, claro que el teniente se estaba hiperventilando por hablar, pero por encima de todo, era un hombre orgulloso
¿Eso pensaba el maldito mentecato? ¿Qué debía tenerle lástima? Que se vaya a la mierda él y su piedad, no la necesitaba para subsistir. Luego su corazón comenzó a callarse, la mente le refuto. "Deja de llorar imbécil, ¿no ves cómo nos mira por lo que hemos hecho? Un instante, te deje salir a flote un solo instante y casi nos destruyes, nos ibas a extinguir y con ello, todo lo que hemos pasado con Ivanov se hubiera perdido en el dulce olvido, que quedáramos desterrados como una minúscula e inexistente huella en la historia. ¿Eso quieres? ¿Quieres que Konstantin nos reciba en la muerte? ¿Derrotados, débiles y desesperados? ¡Ese no es el hombre que Konstantin amaba!"
Y era cierto, ese no era el hombre del que su amado Konstantin se enamoró, no, ese despojo de poco hombre llorón tan débil que quiso acabar con su vida, ese no era aquél a quien Ivanov le juro amor eterno sudando mientras le hacía el amor. No... ese no era él, si se atrevía a mostrarse ante la muerte sollozando, no era él, Alexei estaba abrazando a una pequeña y hermosa mujer, quien también comparte el rostro de su amado. Pero... extrañamente no despertaba el mismo impulso que le brindaba Alexei, eso lo tiene claro...
Su mirada en el invierno, le devolvía a cada paso una mísera y genuina luz de esperanza, jovial, tierno, ingenuo, le brindaba la ilusión y seguridad...de algo, no sabe qué. Pero se aferraría a ese pequeño algo. Ni siquiera le importo el judío de mierda, luego se encargaría de él. Ahora, estaba perdido en la silueta de Alexei, en cada gesto que hacía, como caminaba, como hablaba y en esa preciosa y radiante sonrisa, mientras Sasha les da permiso de dar una pequeña plegaría.
Galya abrazaba a Mathias, este le limpiaba las lágrimas y Sasha había cargado un "Mosin-Nagant", un fusil de cerrojo, deben estar preparados, había constantes alertas en la ciudad ante el peligro de un ataque aéreo, por muy noche que fuera. Galya levantó la vista, reparando en una mujer que estaba en la acera frente suyo, quien los veía de reojo, portando mismo uniforme con gorra verde militar y el mismo fusil que Sasha.
—Disculpen... ¿Acaso esa mujer es amiga suya? —Señalo Galya, limpiándose las lágrimas y señalándola.
Morozov volvió su melena rubia para verla, si la conocían.
—Es Natasha Kozlova...—Puntualizo el teniente Sasha. —Sí, es camarada nuestra, amiga de Ivanov también, ¿quieren permitirle pasar a presentar respetos? —Explica Morozov, mientras que todos voltearon a mirar a Alexei, siendo que a él le dieron la responsabilidad de responder para visitar la tumba. Petrov bufó al sentir un escalofrío por el juicio de todos.
—Oh... bueno, si era su amiga entonces le digo... —Comentó Petrov, mientras se retiraba, pero Sasha altaneramente le chiflo antes de irse.
—Eh, ricitos —llamó el sargento, señalándole que se acercara a su hombro para susurrarle. —No podemos tardar mucho tiempo más aquí, por ahora no ha habido alertas de bomba cerca nuestro, pero no podemos descartarlas, en cuento terminemos los llevaré de vuelta a sus casas. —Sasha era directo, en todo el trayecto no habían dejado de escuchar sirenas en otras partes de la basta Moscú, lejanas mientras ven fuego en algunas partes, si, la hermosa capital entera era una zona de guerra, pero hacían esto por Konstantin. Menos había civiles en las noches deambulando, si llegaba a sonar una alarma, deberán irse corriendo, era una alegría que ya hubieran enterrado con su debido tiempo a su primo con flores incluso.
Sin más Petrov asintió, yendo a paso veloz a ver a la mujer de la acera. Pasando unas barras de hierro que dan entrada al parque, cuando llegó a su lado, la mujer soltó un suspiro de sorpresa, admirando el tremendo parecido que poseía Alexei.
—Buenas noches señorita, ¿Es Natasha verdad? ¿Amiga de mi difunto primo? —Pregunto Petrov, sus ojos eran tan brillosos, su rostro era iluminado con la nieve, ella se alejó, sabía que las luces estaban bajas, ya que podía alertar a los aviones alemanes y atacar el lugar. Era oscuridad más que nada, por ello Alexei se aventuró a preguntar. A falta de respuesta de parte de la mujer, pensó en insistir con la pregunta, pero luego oyó suaves sollozos, gimoteos pequeños que se pierden ante los lloros de la mujer en las sombras. Al instante Alexei comprendió. —Lo lamento mucho señorita...—Sin más intento hablar de nuevo, con desconcierto, Natasha aparto su fusil y atrapo en un abrazo a Alexei.
—¡Oh, lo siento mucho! ¡Lo siento mucho! —Dijo la mujer abrazándolo. —¡No pude protegerlo! ¡Perdóname! —Ella temblaba, no sabría decir si fue por el frío o por los espasmos al llorar, apenas podía contenerse y a lo sumo podía pronunciar cualquier cosa.
—Tranquila señorita... está bien, estoy seguro que mi primo está feliz sabiendo que sigues en pie...—Petrov abrazaba a la chica quien calmó a su ritmo, su llanto pronto cambio por una amarga sonrisa melancólica. —Está bien, se deseas venir con nosotros a ver la tumba...
—No...—Comentó ella al instante repuesta, se veía que solo necesitaba desahogarse un poco. —Vine aquí sin permiso, si tardo más tiempo me meteré en problemas... te doy mi pésame eh...
—Alexei Petrov, primo de Konstantin...—Se presentó con delicadeza, dejando encantada a Natasha, quien guardaba un profundo dolor en sus palabras.
—Alexei... si, Ivanov hablaba de ti, espero poder vernos pronto en mejores condiciones es probable que no tardes en venir al campo de batalla, me sorprende ver a un civil varón. —A pesar de sonar como un mal presagio lo dicho por ella, no lo dijo como una amenaza, sino como una realidad a la que Petrov debía atender en algún momento de su futuro. Sin más, la mujer se despidió de Alexei dándole un beso en la mejilla, Petrov se avergonzó al sentir los labios de Natasha, quien se fue trotando hasta las sombras de un árbol, seguro fue a seguir con su ronda de patrullaje en las penumbras. Petrov volvió con los demás al funeral, Sasha le hacía señas de que ya debían irse.
Orrel estuvo sereno el resto de su tiempo ahí, para luego, tomar la mano de los hermanos Petrova en un movimiento rápido agitando sus manos, y dándole una palmada en las manos a Mathias, despidiéndose de manera seca.
—Hasta pronto...—Y sin más, irguiéndose majestuoso sobre sus botas se marchó el teniente Smirnov, Sasha por su parte debía llevar de regreso a los hermanos, se acercó hasta ellos.
—Vaya... les dijo dos palabras, sí que le cayeron bien...—El sargento ya conocía de sobra las actitudes de su teniente, era muy indiferente a los demás, incluso en momentos que ameriten algo llamado "emociones". —Bien, suficientes lloros. Debemos seguir sobreviviendo, se lo debemos a Ivanov, los llevare de regreso a sus...
Pero antes de que pudiera señalarles el auto, la trompeta de Jericó sonó sobre sus cabezas, la alerta de bombardeo se activó, sobrevolaba un caza de los alemanes que comenzó a lanzar bombas, era la Luftwaffe, al instante Orrel se dio media vuelta y se precipito contra Alexei gritando. —¡Pecho tierra! —
Mathias tomó a Galya entre sus brazos y se acuclillo para protegerla, oyendo como las bombas que soltaron habían caído en un edificio, oyéndose el crujir de las ventanas rotas volar por los aires, y al instante un combate en el cielo se desato, un avión IL-2, miembro de la fuerza aérea soviética peleaba a la par con los alemanes, disparando las torretas, destruyendo las fuentes del parque, los árboles arden en llamas y algunos de los civiles que yacían en las ahora ruinas de lo que fueron edificios.
Smirnov fue osado, se levantó cuando vio a los aviones distraerse con sus camaradas soviéticos, tomó entre sus brazos a Alexei y se dio a la fuga, corriendo a través de los árboles que en algunos casos ya se estaban quemando y echando humo, nublándole la vista a donde corría, oyendo los gritos que pegaba Galya de terror puro, Mathias la condujo por la dirección que les señalaba el sargento, Sasha corría tras de ellos señalándole a los miembros de las brigadas dispersas en las calles.
—¡Bombas! ¡Resguárdense en el refugio! —Morozov y todos los presentes tuvieron que correr al interior del lugar, mientras sentían el suelo vibrar y estremecerse por el impacto de las bombas, Natasha desde el interior del refugio los esperaba con la puerta abierta.
—¡Apresúrense, los alemanes no parecen ir perdiendo allá arriba! —A Natasha no le gustaba lo que estaba viendo en el cielo. Ya habían logrado derribar a uno de sus aviones de caza, el IL-2 cayó destrozando un edificio e incendiándolo, las luces de los antiaéreos soviéticos que estaban ubicados a tres kilómetros apuntaban al stuka, disparos que hicieron vibrar la tierra, haciéndolos algunas veces caer al suelo mientras corrían, los primeros en llegar al refugio fueron Orrel y Alexei, Smirnov fue corriendo al interior y no dejo bajar al obrero en ningún instante, seguidos de Mathias, Galya y quien llegó último fue Sasha que cuidaba la retaguardia, al ingresar Natasha cerró la puerta, mientras oían los antiaéreos disparar.
Smirnov no dejo de correr sólo por estar dentro del refugio, seguía cargando entre sus brazos a Alexei quien se debatía intentando buscar con su mirada a su hermana.
—¡Galya! ¡¿Mi hermana y Matthias están bien?! ¡No puedo ver! —Gritaba Alexei, pero Smirnov estaba lejos de parar, buscando llegar al punto más hondo del refugio, dando a los sótanos del lugar, aun cargando al obrero quien se debatía entre sus brazos. —¡Por favor! ¡Bájame! ¡Mi hermana, tengo que ir por ella! —Gritaba Alexei, pero el teniente era indiferente a sus pedidos, cuando dejaron de correr estaban en el punto más bajo del lugar.
—Ella está bien... entró al refugio junto con el judío...—Comentó el teniente aventando al obrero a una pila de papeles, ya que su arma iba rebotando en su correa, se le había roto mientras huía, Petrov temblaba observando al mastodonte, que lo pudo cargar como si un costal de papas se tratará, Alexei se levantó intentando recordar el nombre del teniente.
—Emm... ¿Orrel? —Preguntó yendo tras la sombra del mastodonte, las luces se fueron, algo que pasaba seguido cuando empezaban los bombardeos para impedir que ataquen un lugar en concreto, buscando compañía Alexei volvió a llamarlo. —¿Orrel? ¿Orrel? —Las palabras del obrero se hacían más distantes y difíciles de escuchar, mientras Smirnov intenta cubrirse a sí mismo y a su acompañante con un abrigo polvoriento que consiguió, alcanzó a palparlo antes de que la luz se fuera, el invierno era bestial y sin luz sería más difícil mantenerse en calor, Alexei queda abrumado por la sombra que cubre su rostro antes de volver a pronunciar su nombre.
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—¿Orrel? —Llama Konstantin dando golpecitos en la puerta, Orrel se da la vuelta, topándose con los mismos ojos grises, Smirnov tenía una lámpara de queroseno prendida alumbrando su oficina y que esta da calidez al rostro y mirada del muchacho, tras las ventanas cubiertas por las cortinas azotaba una tormenta de nieve en la preciosa San Petersburgo, sus callejones amplios y largos permiten que los susurros se oigan como las plegarias escondidas de almas en penitencia, devoradas hace décadas, siglos en los largos hilos de la historia que se rememoran como ese helado aliento fantasmal, que proviene de tempestades pasadas. ¿Por qué siente como si ese momento antes hubiera pasado? Un deja vú le come la mente al teniente, como si estuviera disperso en el tiempo, algo había cambiado y a la vez no había nada de nuevo, quizás solo es nostalgia, aunque es curioso, la nostalgia viene del rostro de su cabo. ¿Qué piensa? Solo están de descanso en una posada mientras se calma la tormenta, es probable que; se perdió en un recuerdo de otro pasado. Habían transcurrido unos meses desde que tuvieron la oportunidad de hablar, Ivanov dio otros golpecitos suaves a la puerta de la oficina, pidiendo entrar.
Orrel jalo una calada de humo, estaba revisando unos informes que le llegaron del Kremlin, soltó el humo por sus fosas nasales como un dragón que escupe ceniza, una silenciosa amenaza para el soldado, un mareo seguro y necesario para Smirnov, le indica con el dedo índice que podía pasar. El cabo entró y tras suyo cerró la puerta, con dos tazas humeantes en una sola mano agarradas por el mango, tomo asiento frente al escritorio y le extendió una taza.
—Con miel y leche, como te gusta...—El cabo era un as para recordar cada pequeño detalle de su teniente, con una sonrisa Orrel toma la taza, su calidez reconforta a sus frías manos.
—Gracias —Dejo ir un soplo a la taza antes de darle unos sorbos, el azúcar lo ayudaba a mantenerse despierto, ambos estaban con las ropas desarregladas, Smirnov ya vestido solo con una camisa de tirantes y abrigado con el chaleco de su uniforme, superpuesto sobre sus hombros. Konstantin estaba en su ropa de dormir, que era solo una camiseta blanca, tirantes y un largo abrigo que le regalo Sasha para abrigarse. Orrel miró las manos de Konstantin, sosteniendo su taza y bebiendo el té de limón con cierto temblor, moviéndose impetuosas aunque fuera solo un meneo. —¿Quieres algo? Es... extraño que solo vengas a darme esto... —Comenta Smirnov. Konstantin se pone nervioso, meneando su pierna ahora.
—Emm... no, ya sabes porque... —Balbucea el cabo, Orrel rueda los ojos y se rasca la nuca, ya recordó que en teoría Konstantin está enamorado de él. Lo cual hasta ahora no ha supuesto problema de comprender... pero Ivanov era muy obvio cuando quería pasar tiempo con él.
—Esto es difícil de digerir para mí Konstantin... ¿Qué quieres que haga? —Señala en reclamo el teniente, odiaba no dominar las situaciones que se le presenten y detestaba sobre todo comprender los deseos de su cabo, su humor hasta ahora le había dado frutos para no tener que lidiar con los mundanos deseos del querer, desear, compartir o tan sencillo como hablar. ¿Para qué quería hablar él con las personas? ¿Qué gana de ellas? Solo tener que soportar el aliento fétido de los hombres y debes en cuando gozar de la dulce lengua de una que otra mujer. Culpa de su falta de empatía e indiferencia, con total sinceridad podía decir que le importaba una mierda las personas a su alrededor, pero el maldito cabo era una pequeña excepción... no quería sonar grosero pero tampoco sabía cómo reaccionar, su respuesta ante ese desconocido mundo de los homosexuales es ira y reproche, por ponerlo en esa incómoda situación, Orrel lidiaba con una viacrucis, no quería herir a Konstantin, pero lo estaba logrando.
—Nada... me gusta hablarte, oír tu voz... —Ivanov sonríe con cierta timidez, intentando aliviar la cosa tan vergonzosa que acaba de decir, pero tampoco puede concentrarse, su teniente esta descubierto y sus grandes y fuertes bíceps amenazan con romperle las mangas de la camisa y sus pectorales sobresalen, dejándole ver su vello, Konstantin aparta su mirada, no puede evitar sentirse pequeño y vulnerable ante la envergadura que irradia el hombre que ama y no tenía idea de cómo expresarlo, menos ocultarlo, era tan inexperto en el amor como lo era el teniente, pero a diferencia de Orrel, Konstantin era expresivo y espontáneo, actúa y luego piensa en las consecuencias, el otro en cambio sólo siente sus mejillas arder en vergüenza, si fuera una mujer... sería agradable tenerlo a su lado, si fuera una mujer todo sería más sencillo... ¿Porque debe ser tan difícil?
—¿Sabes? Me he dado cuenta, joven Ivanov, que no muchas veces hablas de ti... pasas más tiempo intentando complacerme que en intentar dejarme conocerte mejor y tengo la culpa por ello, ¿Cómo diablos voy a poder hablarte sino sé quién demonios eres?... —Explica el teniente, aunque lo dijo como una trivialidad, una invitación a ser más abierto con él. Konstantin hizo un circo de celebración con ello. Se levantó de su asiento con una sonrisa, encarando a su amado y asustándolo en respuesta.
—¡¿De verdad?! —Konstantin sonreía de una manera casi infantil, recobrando la compostura y sentándose correctamente en su lugar, pero su sonrisa, se quedaría grabada en la mente de Orrel. —Digo, gracias, ¡diablos no sé por dónde empezar! —Comenzó a casi lagrimear. Aunque para el lector que Ivanov se conforme con tan pobres migajas de afecto le parezca aberrante, Orrel al fin le daba permiso para hablarle de él, era un logro para el pequeño cabo.
—Sé que naciste en Uglich, pero te conocí solo cuando te asignaron en el batallón 34, ¿apenas habías entrado? —Pregunto el teniente, quería conocerlo... Saber cuándo fue que se echó a perder y comenzó a tener esos asquerosos pensamientos.
—Oh sí, me enliste en el ejército y mi primer batallón fue el 121, tuve varios misiones en Finlandia, unos tres meses después de cambiar de batallón tuve... un problema, mi teniente de aquel entonces sufrió una lesión terrible, perdió la pierna y mucho de mi batallón lamentablemente fue masacrado, yo fui de los pocos que sobrevivió, nos dispersaron en múltiples lugares y termine en Kazajistán en el batallón 34, donde te conocí... —Y lo último lo dijo como si fuera la mejor cosa que le hubiera pasado, algo casi relacionado con el destino. Smirnov no se tomó muy bien las palabras de Konstantin, no le alegraba saber que por su culpa Ivanov se volvió maricón. Se sentía como un asqueroso degenerado, Ivanov era demasiado joven para saber que era el amor, y el amor no era una rosa llena de luz y vida, perfumada de amor, la flor de la que decidió enamorarse Ivanov estaba marchita, llena de espinas filosas, duras y viejas como los años que han consumido el corazón de Orrel, la rosa que amaba el soldado no emanaba un perfume gratificante y enervante, sino el nauseabundo y desagradable aroma de las moscas, sangre, pólvora y penitencia, el olor de la guerra... pero no dejaba de ser una rosa, muerta, marchita o deslechada, alguna vez fue rosa, y Konstantin se aferraba a que dentro del corazón de su amado, yacía la esperanza de un futuro a su lado.
—Y... a ti ya te gustaban ¿los hombres? —La pregunta que le soltó el teniente lo tomó tan desprevenido que no supo ni que contestar. Konstantin parpadeo unos momentos mirando al piso.
—Eres la primer persona que me gusta...
—¿Cómo sabes que es amor lo que sientes? —Insistió en saber el teniente, quería comprender como diablos fue posible tal cosa. Ivanov se encogido sobre su lugar, sintiéndose juzgado y exhibido como si fuera un fenómeno de circo al cual despreciar y sentenciar a la muerte, un error del plan de dios. ¿No que él era todo amor? El pobre Ivanov, que tuvo la desgracia de amarlo intentaba expresarse, excusándose de nacer así.
—Yo no tenía idea, pero una amiga me explico un poco mejor sobre lo que sentía, comprender porque me sentía así...—Y mantenía sus manos sujetas, acariciando sus pulgares, estaba temblando, porque de una manera u otra, le tenía miedo a Orrel, a pesar de que lo quería. —Natasha, mi compañera de guardias, siempre me hablaba de amor, estudio literatura en la capital, me hablaba sobre poemas, sobre anhelos y deseos, sobre tragedias y comedias, me explico cómo se siente el amor, porque ella me dijo que me quería...
Con sorpresa Orrel frunce el ceño, ¿una mujer le dijo que lo amaba y decide hacerse maricón? Menudo absurdo.
—No tiene sentido, ¿le gustabas a ella y la rechazaste? Se supone que los putos son hombres que ninguna mujer les daría ni la hora... ¿Por qué diablos eres maricón? —Siempre era un imbécil con todos a quien trataba, y ese día no fue excepción, no importaba cuanto buscaba no había lógica tras lo que decidió, o creía que Konstantin había decidido.
—No lo sé... sólo sé que te quiero...—Sus lágrimas querían aflorar para desbordarse, herido por los comentarios del otro. —Natasha me explico que cuando quieres a alguien... no importan las circunstancias, nunca nadie me explico que estaba mal que fuera entre hombres... ella me dijo que ni las clases ni las dificultades importaban, que el amor todo lo puede y todo lo aguanta... y yo le creí. —Ya estaba llorando, la mirada severa y amenazante de Smirnov no le ayudaba a calmarse. —Natasha me dijo que no tenía nada de malo... cuando le explique que me sentía así por ti, me abrazo y me dijo que seguiría queriéndome siempre...
"Maldita puta..." Pensó para sí mismo el tirano, ¿Qué mujer tan idiota amaba a un maricón? ¿Qué sentido tenía seguir a su lado si no la amaba? ¿Por qué le decía que estaba bien amar a alguien de su mismo sexo?
—¿Entonces esa maldita fue la que te dijo que estaba bien hacer esa mierda? —Ya comenzaba a alzar la voz, como una amenaza, Ivanov negó con la cabeza, porque sabía cuál era el propósito final de la pregunta. Echarle la culpa a Natasha.
—¡No! Natasha no hizo nada malo, ella es mi amiga... mi única amiga —Konstantin ya estaba llorando intentando enmendar la terrible cosa que había hecho, se dejó manipular otra vez por él, se cubrió el rostro intentando contener los gimoteos.
—Mírame...—Ordenó Smirnov, levantándose de su asiento y yendo contra el cabo, tomándolo por el mentón con toda su mano, obligándolo a verlo de frente, pero Ivanov intentaba apartar su vista, como si deseara librarse de un embrujo invisible que irradiaba Serguevich. —¡Mírame! ¡MÍRAME! —Y le pegó una cachetada que le dejo roja la mejilla, y haciendo al cabo soltar un quejido de dolor. Y obedeció, lo miro a los ojos, llorando y temblando al juicio de Orrel. —Me das asco... arrastrándote como una ladilla en los cojones, mendigando amor como una prostituta barata sin moral y sin decencia, te haría un favor matándote... —Y antes de que siguiera vomitando blasfemias sin retención contra Konstantin, fue recibido por un puñetazo en la cara, incluso el propio Ivanov se asombró de lo que hizo al pegarle, seguía temblando, se levantó a tropezones de la silla para huir fuera de la oficina pero Orrel fue más rápido lo sujeto por el brazo y lo precipito contra la mesa de su despacho, azotándolo contra el cristal. Ahora lo tenía sometido, sin que Ivanov pudiera huir. —Ja, y dices amarme...—Con toda la boca llena Orrel le restriega en la cara al cabo lo que le ha hecho, señalando su moretón. —Esto te costará caro... ¿Qué tienes para ofrecerme? —Y sin más con morbosidad empezó a contemplar el cuerpo de su cabo, aprieta su puño, le daba asco saber que era un hombre a quien tocaba, pero Konstantin lo quería. ¿No debería ver que se siente tocar a otro hombre? En teoría le pertenece. Mira tras su espalda, las ventanas cerradas por las cortinas, no oye pasos en el pasillo, la puerta está cerrada... podía hacer lo que quiera contra Ivanov. Estaban solos y nadie lo detendría si decide matar al hombre bajo sus garras. Nunca había tenido una libertad y oportunidad como esa, se sentía dichoso y le ponía el corazón a latir, estaba excitado.
Alzó su mano y la coloco tras la espalda del muchacho quien se debatía temeroso.
—No me mates...—Pidió Konstantin llorando sobre la mesa, pensando que le ocurriría lo peor, un tiro en la cabeza o linchado por el teniente, porque esos músculos no están de adorno, podía molerlo a puñetazos hasta matarlo si se le antojaba.
—Shh... habla bajo...—Ordenó Smirnov, alzando el abrigo del otro y tirándolo al suelo. Mira la espalda curva frente suyo y no tiene idea de que hacer, ¿Qué pensaba hacer? ¿Qué debería hacer? Mira su cintura, estrecha y cubierta por su pantalón y le parece el cuerpo de una sirena, una sirena cuya voz le endulza y le embruja, con atrevimiento pone su mano en las posaderas de Konstantin, este pega un brinco confundido y sorprendido, Orrel lo sostiene para que no se mueva, tocándolo y acariciándolo, ahí donde sus piernas empiezan el muslo. —¿Tú me quieres no es así? Esto no debería molestarte si dices quererme...
—¿Qué haces? —Pregunta Ivanov, tomando al teniente con la guardia baja, mierda... tenía razón. ¿Qué estaba haciendo? —¿A ti te gustan los hombres? ¿Eres como yo? —"Maricón" era la palabra adecuada con la que se definían coloquialmente a los homosexuales. Smirnov lo soltó aterrado, pensando y repensando esa palabra, asqueado y sintiéndose insultado.
—¡Como te atreves! ¡Eres asqueroso! ¡Largo! ¡Maldito abusivo! ¡Amante de vergas! —Tras unos golpes con su bota a la espalda del cabo indignándose por sentirse atraído a él, con la mayor de las hipocresías lo mando fuera de su vista. Konstantin se dio a la fuga, asustando y confundido, dejando su abrigo en el piso para huir de la vista de su teniente.
Orrel quedó mirando el abrigo a sus pies, sintiéndose frustrado y aterrado, con el aroma azucarado del cabo en su nariz, tomó entre sus manos ese abrigo, tiritando de ira, y lo olfateo unos momentos, no tardó en comprender el terrible error que había cometido, debía hablar con Konstantin. Salió de la oficina, esperando tener que correr tras Ivanov. No fue necesario, ya que este no se había ido por el pasillo, se topó con la sorpresa de verlo casi de frente, Ivanov quería volver para hablarle, pero cuando lo vio salir tras él quería comenzar a correr.
—¡No! ¡Espera!... por favor...—Logró detenerlo, este estaba a varios pasos para salir corriendo si es necesario, pero era el pasillo, eso era muy peligroso. —Hablemos adentro... por favor, aquí es peligroso para ti...
—Y... para ti también...—balbuceo Ivanov, Orrel quiere volver a gritar pero no es imbécil, ahora él era el del problema y para Smirnov el bastardo de Konstantin tenía toda la culpa.
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—Parece que todo se ha calmado... ¿señor Orrel? —Llamó Alexei, Smirnov los descubrió del manto, la luz había vuelto, pero todo seguía igual, Konstantin sigue dormido... eternamente. —¿Puedo ir a ver a mi hermana?
Orrel quiere creer que todo será igual, pero sabe en el fondo de su corazón que no es así, nunca más será así. Asiente para indicarle la afirmativa, Alexei se pone de pie.
—Ya es seguro, puedes subir y... ten cuidado—No dijo nada más, se fue de su vista y Petrov se quedó en las sombras, Alexei buscó con ímpetu al teniente pero esté se fue tan rápido que no le pudo dar el paso al salir de las escaleras subterráneas, quería darle las gracias, estaba muy ocupado teniendo un ataque de pánico para razonar, optó por dejarlo en paz, "pobre hombre..." pensaba Alexei, estaba impactado por lo que vio todavía, pero espera platicar con el teniente después, ahora debe ver a Mathias y a su hermana.
Subió las escaleras y no tardo en ver una gama de uniformes, la gran mayoría de los soldados que contemplaba eran hombres, y estos se volvían a mirarlos sorprendidos de que Petrov no llevara el uniforme por igual. Galya estaba siendo abrazada por Mathias, quien parecía custodiar si surgía otro problema que ameritaba proteger a la pequeña hermana.
—¡Hermano!
Galya fue corriendo a darle un fuerte abrazo a su hermano, quien corresponde por igual, dándole un abrazo, debía estar aterrada.
—¿Estas bien? —Pregunta Alexei acariciando la frente de su hermana, notando que tenía una pequeña herida, ella niega con la cabeza, aunque sangrara.
—Es un corte, nada grave—Se defiende la pequeña Petrova, que no dejaba de sentirse muy observados por los soldados del lugar, aunque las miradas se dirigían de ella a su hermano. Sasha llegó para darle una palmada pesada en la espalda a Alexei quien se doblego del golpe, Sasha lo miraba curioso, ya que ningún compañero suyo sufría tanto como lo mostraba Petrov a sus golpes.
—Uff, que princesa, ni te golpeé tan fuerte...—Se burló el sargento, pasó dándole un golpe con el hombro al judío, Mathias estaba parado sin más pero tal parece que Sasha tiene manía con Mathias, a su lado susurró. —Estúpido rabino...
Alexei soportaba el golpe, seguro de que la palmada se le quedo marcada en la piel, Mathias tenía que tragarse sus comentarios si no quería que los demás soldados terminaran de tacharlos como indeseables. Pero fueron sorprendidos al oír una fuerte palmada, una mujer le había dado un golpe en la cara a Sasha que lo hizo tambalear, Natasha llegó burlándose de la hombría de Sasha por lo alto.
—¡Ay! ¿Te dolió? Ni te pegué tan fuerte princesa...—Natasha se despidió con una sonrisa del presuntuoso y abusivo sargento, los demás presentes empezaron a susurrar y reírse de Sasha, ya era hora de que dejarán de otorgarle tanta libertad al sargento. La altiva francotiradora se paseó como si fuera su casa alrededor de los hermanos, sonriéndoles. —Sasha es un imbécil a veces les pido que lo perdonen, esta irritable por la falta de Konstantin, él era quien lo moderaba...—Extendió la mano saludando a los tres por pedazos. —Soy la teniente y francotiradora Natasha Kozlova, a tus órdenes, guapo...—Canturreo la teniente al saludar al Mathias quien sonrió apenado, Mathias será judío, pero era sin dudas un hombre atractivo, y muchos hombres pueden ser envidiosos de su belleza.
—¿Es seguro salir ya? —Preguntó Alexei, debían regresar a la finca cuanto antes, pero Natasha negó con la cabeza.
—Ya no creo que deban volver al lugar que fue su hogar, los alemanes están ya a casi diez mil kilómetros y sus aviones están por todos lados de la ciudad... aquí entre nos... creo que deberían resguardarse en el metro de la ciudad, aunque... ustedes dos...—Natasha señaló a los obreros quienes ya se veían venir lo que les diría. —No quiero sonar grosera preguntando... ¿Pero porque no están en el ejército? Para este punto creía que no había ni un solo hombre ruso que no tuviera puesto el uniforme...
Alexei asintió, supone que debe justificar porque ellos son la excepción. —Mathias y yo somos los últimos trabajadores en la fábrica donde trabajamos, hasta ahora nosotros dos nos las arreglamos para manejar las máquinas para fundir metal, pero nuestro supervisor ya nos había estado advirtiendo que dentro de una semana más la tendría que cerrar, en lo que lo trasladaban a supervisar uno de los gulags y nosotros tal vez para el lunes que viene ya nos veras reclutados—Se explicó lo mejor que pudo, Natasha y algunos oyentes curiosos de su caso.
—Supongo que dentro de poco seremos compañeros...—señaló Mathias, mientras Galya revisaba su bolso, se distrae viéndola ocupada.
—Oh... eso tiene sentido, comprendo, muchas fábricas tardan en cerrar, bueno, de todas maneras volviendo a su dilema, intenten quedarse aquí esta noche, pero yo que ustedes intentaría irme al metro, no sé si Galya decida resguardarse o enlistarse—Miró a la pequeña mujer quien saca chocolates, dándole uno a su hermano, a Mathias y ofreciéndole uno a Natasha, quien lo tomó con una sonrisa. —Gracias— Natasha siente simpatía por la familia del que fue su amado, no era difícil quererlos.
—¿Quién cuidará a mi hermano entonces? —Explico Galya con una sonrisa.
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Artemus rajo la garganta de otro ruso, este también montaba guardia a la entrada de las residencias de fincas, probablemente solo vivan civiles alrededor, casi lo descubre y una guardia integrada por tres rusos estaban cerca, debía esconderse en algún lugar, la finca que estaba frente a él era el lugar más cercano que tenía, no tenía otra opción, pobre del alma desamparada que se cruzara en su camino en esa residencia, entro por la puerta del granero, sin tener una mierda de idea de que había adentro, cerró las puertas de madera y fue al interior del lugar, no había animales, y con extrañeza mira que tampoco había heno, ¿Qué clase de finca es? ¿Por qué tendría esa peculiar construcción de granja si no tiene animales? Misterioso lugar, entra por el lugar y los pasos de sus botas hacen eco en el vacío del lugar, y llega a la puerta que seguro da a la finca como tal, saca su cuchillo, listo para tener que amenazar o incluso matar si hace falta.
No usara su arma sin más, utilizar sus proyectiles sin necesidad, fue preparado para ser cometer asesinatos casi de manera fantasmal, claro que puede ser un as para matar y convertirlo en un arte silencioso, cuando allano la morada se encontró con un escenario casi fantasmagórico, todo a oscuras, apenas carente de luz, pero debe ser así, si prende una sola luz lo podrían ver, continuo a tientas en las penumbras, para luego encender la llamarada azul de mechero, debía adentrarse en la oscuridad, no parecía haber nadie ahí, pero no estaba abandonado, mira la comida sobre la mesa, la cual observa que no se guardó, significa que sus habitantes volverán y quizá dentro de poco tiempo, debe buscar un escondite, le da un vistazo a la chimenea, aún siente el aroma de la madera quemada, no hace mucho fue apagada. Cuando aspiro mejor el aroma, escucho el sonido de una tos, enseguida fijo su objetivo, quien sea que emitió ese sonido estaba arriba de las escaleras.
Subió las escaleras con cuidado, teniendo a la mano su cuchillo y con la otra se alumbraba el camino, al llegar arriba, oye ese chasquido que suena cuando la madera se está quemando, había una chimenea que seguía el camino de la del primer piso y continuaba para dar calor al piso de arriba, alguien más estaba ahí, entre abrió la puerta, encontrándose con un hombre leyendo en su cama, este de manera casi sorprendente se dio cuenta de su presencia, el rubio que antes yacía en la cama, salto disparado a tomar un arma que se encontraba recargada en una silla, cargando el arma y apuntando a Artemus, quien se veía amenazado por el rubio, este emitía gemidos de dolor, tenía una herida notable en el abdomen que estaba vendada, pero sangraba.
—¡¿Teniente?! —Exclamó Artemus, no esperaba ver a Rudolph ahí, este sin más dejo de apuntarle para verle mejor la cara.
—Oh... eres tú... gracias a dios eres tú...—Sin más se desplomo al piso, había forcado mucho su herida, el sargento fue corriendo para auxiliarlo, cargándolo entre sus brazos y volviéndolo a colocar en la cama.
—¡Teniente está vivo! —Mira la herida, está sangrando.
—Carajo... no debí moverme, mira, la mesa tiene algunos vendajes, tal vez tengas algo para ayudar con mi dolor...—Rudolph no parecía ni siquiera estar en sus sentidos, olvidando que Artemus no importa que buscara, él no tiene ni idea de medicina, así que pedirle algo para calmar su dolor es inútil, aunque no lo note. El sargento Kofman simplemente miro medicina con el idioma ruso, no podía decir cuál era buena o mala, pero la herida dejo de sangrar, ahora solo había un punto de sangre, Artemus tomó unos vendajes, podía cambiarlos y esterilizarlo, eso sí podía hacerlo, el sargento aunque estaba preocupado por la herida, estaba feliz, su teniente seguía vivo, su larga caminata y arriesgar su vida no fue en vano.
—Teniente... ¿Quién lo curo? —Preguntó el ario, ya que ahora que lo mira, al quitarle los ventajas y limpiarlo, tiene suturas en su costado, ¿Quién podría haber ayudado a su teniente conociendo que él es un nazi? No había seguramente ningún otro alemán a parte de ellos, ¿Quién lo ayudo entonces?
—Alexei Petrova... el me ayudo, dile al doctor Grisha que le pagaré...—Diablos, su teniente sí que estaba sufriendo delirios varios por ponerse de pie tan de pronto, ¿Quién diablos era el doctor Grisha?
—Eh... si, descanse...—acostó a su teniente y este lo miro unos momentos con el ceño fruncido.
—Te dije que huyeras no que me siguieras...sordo...—Sin más Rudolph no pudo contener su emoción de verlo otra vez. —Me alegra verte...
—No se vaya a enamorar de mi teniente...—Artemus bromea dándole un coscorrón a su teniente en la cabeza, este ríe por el dolor que le dio el otro, hasta respirar le duele, pero no puede evitar reaccionar por instinto.
—No gracias, no eres mi tipo...—Rudolph podía ser él mismo con Artemus, eran amigos desde hace algunos años y siempre se han dado el hombro cuando el otro lo ha necesitado, era claro que Kofman no estaba listo para darse ninguna despedida, camina observando el lugar, y en el suelo yace el libro que estaba leyendo su teniente, lo levanta hojeando lo que estaba viendo Rudolph. Müller sonríe, comenzando a platicarle del libro, criticándolo. —Los rusos tienen la mala maña de echar culpas y martirizarse en actos tan aberrantes como los asesinatos. ¿Leíste eso? Dice que el amor no existe ¡Oh, que sabe ese imbécil de no encontrar el amor! Yo llevo cazándolo durante años...
Artemus leyó un párrafo polémico sería decir poco. Citándolo —"Pues bien; compare usted a las miserables, a las menospreciadas, con las mujeres de la más alta sociedad; el mismo vestir, las mismas modas, los mismos perfumes, la misma desnudez de brazos, de hombros y de pecho, el mismo polisón, la misma pasión por las piedras preciosas, por los objetos brillantes y muy caros, las mismas diversiones, bailes, músicas y cantos. Las primeras atraen por todos los medios; las segundas también. ¡Ninguna diferencia, ninguna! En severa lógica, lo que hay que decir es que las prostitutas a corto plazo son generalmente menospreciadas, y las prostitutas a largo plazo, estimadas."...
Termino de citar Artemus, quien emitió una risa baja al leer el último párrafo.
—¿Este tipo piensa que las mujeres en general son prostitutas? ¿Qué diablos? —Preguntó Artemus entre risas.
—El señoro asesino queriendo decir razones válidas de porque mato a su esposa...—Le señaló Rudolph con ironía.
—¡No jodas, mató a alguien! ¿Y todavía se siente digno de excusarse de porque la mato? —Amaba criticar ese tipo de pensamientos con su teniente, era un hombre cuyas palabras evocaban sabiduría y a la vez tanta tranquilidad, desde un punto de vista medio. Artemus adoraba a su teniente, porque de él había idealizado lo que quería ver en un hombre... tan hombre que le gustan otros hombres, lo piensa con ironía. Kofman había aprendido a ver a Rudolph como una guía de la moralidad, una brújula en tiempos donde está, se encuentra ausente.
—¡El tipo se espanta de las mujeres! Todas seres de las tinieblas que corren tras él, pobrecito...—Y luego soltó carcajadas. —Ay, jamás me he reído tan fuerte, no desde que Adolfito cree que ganara la guerra...
Y si lo que decía el libro era polémico, lo era aún más cada palabra que salía de la boca de Rudolph. El teniente, para la sorpresa de muchos, odiaba al copetudo de bigote de Charlie Chaplin, sus metas y vistas sobre su país le habrían valido un boleto de ida a los campos de exterminio de nivel tres, o conocido comúnmente como "molinos de huesos", Mathuasen le olía la nuca al teniente, pero Rudolph sabía muy bien quien era, miedo a morir ya había dejado de tener hace años. Artemus ha aprendido a respetarlo y a considerarlo un ejemplo del código semi perfecto de un soldado y caballero.
—Teniente... ¿Cuánto tiempo estará así? —el sargento tomó asiento en una silla cercana a la cama.
—El doctor Grisha me dio el diagnostico de unas dos semanas, esto es muy complicado... dijo que no puedo ni moverme para ir al baño ni para bañarme, mira la cosa que me hice al levantarme, no sé si me moví algo cuando me paré, deberé decirle al doctor cuando venga...—Müller estaba enojado de estar acostado, no es su fuerte depender de nadie. —Estas dos semanas van a ser muy difíciles...
—Ante cualquier cosa que pase Rudolph, yo voy a estar aquí, hasta que se haya recuperado te protegeré...—Artemus le dio unas palmaditas amistosas en la frente a su teniente, como si se tratara de un cachorrito. Arremanga sus brazos, sangre goteaba de su uniforme, llegar a Moscú fue un infierno, espera que mantenerse vivo dentro de aquel bloque no lo termine de matar, pero la redención y perdón estaban lejos de poder brindársele, ha cometido muchos crímenes, que lo acompañaran hasta su último aliento, en ese momento, ya no lo acompañaba ni su ejército, ni su ideología, estaba solo en un territorio inhóspito, pero Rudolph al comenzar a platicarle de lo que había leído, comenzó a comprender que no estaba del todo solo, Rudolph sigue a su lado, y la idea le aterra... si su teniente se va... ¿Entonces ya nada le quedará? Regresar a Berlín ahora comienza a parecer un sueño lejano, una tormenta quiere azotar las ventanas.
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Natasha descansaba fumando un cigarro, había dejado a los hermanos Petrova descansar por esa noche al lado de los soldados, ella por desgracia debe montar guardia, aunque este cansada. Suelta un bostezo amplio, para luego sacar un pequeño vaso, en su interior estaban los restos de un café negro frío pero cargado, le dio unos sorbos y acto seguido arrugo la nariz con asco, pero debía estar despierta, o de lo contrario de metería en problemas, ya mucho tenía con Orrel espiándola tras su espalda, ella fingía que él no estaba ahí, porque en el fondo no quería demostrarle que le temía. Tras unos minutos de silencio y espionaje, Smirnov se acercó hasta ella, dejando las sutilezas.
—¿Dónde está? Sé que lo tienes...—La amenazó el teniente, quien la miraba con algo más profundo que odio, más perverso que el deseo y más terrible que la envidia. Natasha ya había sido sujeto de esas tres miradas al mismo tiempo por diferentes personas, ese hombre no la intimidaba, ya no más, si algo le enseñó su amado Konstantin, es que al miedo, hay que plantarle cara. Orrel exigía algo, de lo que ella moriría por ocultar.
—No te lo voy a dar, olvídate de él, no te lo dio Ivanov cuando estaba vivo, te garantizo que menos lo vas a conseguir ahora que está muerto...—Fue recibida con una cachetada que ella esquivo, sujetando el arma con firmeza entre sus brazos. Orrel no estaba armado, pero Natasha sabía que no podía matar al teniente así como si nada, pero no lo subestimaba, está segura que maneras de matar, ese hombre conocía muchas.
—Bien, tal vez me precipite Natasha, vuelvo a repetir...—La frialdad e indiferencia de Orrel abandonaron su rostro y fueron sustituidas por una mirada de soberbia y pretensión que rompen con su calmado ser. —¿Dónde está el diario de Konstantin?
Natasha se encogió de hombros.
—Ahora la verdad, ni tengo idea, lo sabía antes de que vinieras, ahora cada que te veo, lo olvido...
—Hazte la idiota, hazte la idiota —Orrel deseaba rodearle ese delgado cuellito, apretarlo hasta que la maldita dejara de respirar, paciencia le sobra, en un día del futuro ella rogará perdón y Smirnov con mucho gusto se la negará. —Te lo pregunte por las buenas, a partir de ahora, será a la mala...
Orrel se dio la vuelta, y cuando se fue del campo de visión de la francotiradora y suspiro, intentando no dejar las lágrimas escurrir de sus mejillas, había hecho del antiguo amor de Konstantin su enemigo, y tenía la desgracia de que fuera alguien tan cruel como Orrel, era idéntico a tener a la muerte tras su espalda.
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Continuara.
Recuerden comentarme que les parecio el capítulo, lamento la demora volvemos a nuestra programación habitual uwu
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