Capítulo 3. "Colinas de nieve roja"

Una tormenta se avecina, las hojas vuelan en incesantes giros. Te puedes marear en aquel escenario, en aquel brillo que entre esas hojas castañas, azabache, negro, enervan el precioso naranja opaco, esas siluetas que se desvisten, se quiebran con solo un toque de dedo suave, piel delicada y tiesa sobre las hojas muertas. Te podrías confundir con el paisaje de sus sombras y árboles bastos en sus ramas, ¡con cuidado!, si te descuidas no verías como una MP 41 te estuviera apuntando a la cabeza, con la mirilla ajustada, lista para darte un tiro, volándote buena parte del cráneo. Que de tu cerebro solo queden restos esparcidos alrededor, en un espectáculo obsceno de barbarie y brutalidad.

Estaba a cubierto en la soledad absoluta del bosque, buscando si había más enemigos del ejército rojo. Guarda silencio, puede oírse solo a un búho cantar desde alguna copa de árbol, junto a su suave respiración, se endereza la espalda. El subfusil tintinea en el rebote de las balas. Mientras un susurro era emitido en sus labios.

Que la guerra terminaría antes del invierno y mi culo...—Maldice cabreado, su gran y todo poderoso canciller... ¡Su propio führer le había prometido tantas mentiras! Que volvería para navidad a festejar con su familia. Que sería un héroe recordado y amado, la cruz de hierro ya formaba parte de una de sus condecoraciones claro. Oh, todo poderoso Sargento...

¿Para qué mierda quiere esa medalla si lo único que quiere es largarse? ¡Por él pueden meterse la condenada medalla en la punta del pito!

El viento solo es escuchado por sus oídos. Sus ojos verdes eran aquella mirada asesina, descarada y furtiva, el hábil tirador y maestro de orquesta de cientos de balas al unísono o de aquellos cañones de artillería que suele usar, detuvo su búsqueda, aunque su sed de sangre deseara ser satisfecha, ya nada podía hacer. Era demasiado tarde. Era tarde para lamentar perdidas, era tarde para llorar, era tarde para sonreír por sobrevivir, era tarde para sentir.

Todo su batallón, acabado bajo sus botas gastadas y rotas. Cubiertas en una apestosa y nauseabunda mezcla entre lodo, nieve, pólvora y restos de casquillo.

Entre sangre... sangre moscovita y sangre aria.

"Artemus Kofman" Es el nombre que carga en sus papeles este ario. Este hombre con grietas en los labios, hambre en sus ojos, lágrimas en sus mejillas, ya secas después de tanto tiempo lagrimeando. Es el sargento oficial "ss-sturmscharführer". Fue el líder del batallón. Lo fue... hace solo unos momentos, hubiera quedaba un puñado de la unidad, la última bala resonó. Hasta que el último de sus cabos cayó muerto en la nieve y solo quedó un hombre de pie. Gracias hermosas al maldito bastardo rojo que le disparo en la cien a su camarada. Un muchacho primerizo que en un torpe ataque ciego de valentía se sacrificó para que la bala le diera a él y solo a él. Dejando solo, desamparado y olvidado al buen Kofman. Ahora su cadáver yace a solo unos veinte centímetros de costado.

Artemus no sabía que era peor, estar vivo en ese momento o ni siquiera saber el nombre del soldado que le salvo la vida. Era triste para él, porque ni siquiera le importaba lo que hizo el soldado para salvarle, si estuviera en África, entre las dunas del desierto, hubiera llorado por su compañero, con puño y letra hubiera escrito una carta a sus familiares dando el pésame.

¡Qué cruel te ha hecho la guerra soldado! Porque sé perfectamente el profundo odio que le tienes al que te salvo la vida, sabiendo que lo único que ha hecho es alargar tu tortura estando vivo. ¿Cree que tenía ganas de sentir piedad? No lo hagan reír.

Los rojos se han ido y con ellos se llevan las almas de todos sus camaradas. Llora, no por quien le salvo a últimas cuestas, sino al saber que dejo solo a su teniente. Porque por cuenta propia vio como saco la granada dándose a la fuga.

"¿Cómo pude...? ¡¿Cómo pude dejar a mi teniente solo?!"

Dulce ironía porque en estos momentos él también está viviendo seguramente la misma pena que padeció el soldado que le salvo, al comprender que un viejo amigo le había salvado la vida... y está en peligro por su culpa.

¿Es que el honor de un soldado se mide en sus palabras o sus acciones que invitan a ser ejemplo a seguir?

Una guerra está hecha de sacrificios, en vida y sangre.

Artemus era un hombre conflictivo consigo mismo, odia que le hayan salvado la vida a base de sacrificios. ¡Odiaba no haber detenido al cabo arriesgando su vida! ¡Odiaba que su teniente haya entregado su vida por ellos dos! ¡Eran dos soldados! ¡Dos maldita sea! ¡Y va su estúpido compañero a matarse voluntariamente!

Basta... ya basta... —Mírenlo, el mismo se enlisto en la guerra y no podía lidiar con tremenda carga.

Se culpa limpiando las lágrimas lejanas, ahora algo de lagaña en sus pestañas y restos convirtiéndose lentamente en escarcha sobre sus ojos que le daña la vista. Tiritando de frío. Pero al instante aprieta los dientes, se muerde los labios, intentaba decirse así mismo que no debía llorar.

"¡Soy un maricon poco hombre! ¡No llores maricon! ¡¿Eso quieres basura, llorar frente al enemigo para que se burlen de ti?! ¡No eres más que un mocoso bueno para nada! ¡Llorón!"

Incluso para sí mismo, se consideraba una vergüenza, se consideraba débil. Se culpa viendo como para defenderlo. Rudolph se lanzó a que todo el batallón enemigo lo persiguieran para dejarlo vivir a él. Su última orden resuena en su mente.

"Cuídate Archi... fue bueno conocerte, vete"

El adiós final, es lo que le ha dicho. Una cruenta despedida.

Se talla los ojos y tiembla por hambre, por frio. En efecto, la jugada de su teniente mayor no pudo ser más acertada. Ahora tiene la total posibilidad de escapar y avisar a los demás escuadrones las estrategias de las que se balen los asquerosos rojos, antes de ir detrás de los montes Urales.

Tenía que volver a Spas-Demensk, solo un poco más.... Han pasado hambre y frío. Manchándose de sangre los nudillos y las manos. Solo están a 10 kilómetros de Moscú, debía irse y agruparse con su batallón.

Pero no podía...

No podía dejar solo a tan valeroso hombre después de lo que hizo por él. La razón exige ser escuchada, pero ganan las demandas del corazón. ¿Cómo compensar tantas muertes en tan pocos momentos?

Su esfuerzo será en vano, lo regañara y seguramente le castigara por no recibir sus órdenes. Lo odiara.

¡Pues que le odie! ¡A la mierda su orden! Ambos regresaran gloriosos de esa maldita ciudad. Si, tal vez odie al canciller, pero por sus compañeros, no se rendirá jamás...

La terquedad era una virtud del sargento, no lo dejara solo en las afueras de la capital donde residen las bestias rojas. ¡Están tan cerca! ¡Al soplo de una mosca de llegar al enemigo!

Si lograba infiltrarse en Moscú entonces ya tenían un pie en la victoria. Las motas de nieve caen en sus hombros, en su rostro, en sus manos enguantadas y una motita se derritió en sus labios. La última será.

Desobedeció una orden por primera vez desde que entro a las SS.

Desobedeció a Rudolph. ¡Desobedeció a su Teniente Mayor! Rebusco munición y una mejor arma entre los rastrojos de sus camaradas caídos. Tenía que ir a rescatar a su oficial. Golpe de suerte, encontró una StG 44, se consiguió cartuchos, los suficientes para hacerle frente a los asquerosos bolcheviques... O en el vago intento, pegarse un tiro en la cabeza si fuera necesario. Para morir como hombre, sin revelar un solo secreto y sin rendirse. El suicidio era una firme idea de lealtad eterna y ciega sin precedentes que gobierna su mente. ¿Para quién semejante sacrificio se recuerda? Oh si, su adorado y benevolente Führer, claro cómo no, no es como si lo fueran a matar si revelara incluso como preparaban las mierderas papas.

Le espera tranquilamente la muerte, era como un gran catalogó de diferentes posibilidades de caer en combate, siendo un cruel concurso en adivinar con cual morirás antes que otro, degollado, ahorcado, fusilado, destripado, golpeado, violado, mordido, linchado o masacrado...

Lo entendía mejor que nadie, el único lugar en que será castigado, será en el infierno. A paso decidido suspiro, frunció el ceño y partió a las entrañas de la capital de la patria enemiga.

Sin miedo a morir. El miedo se congelo en su mente, todo lo que quedaba de su miedo se trasformó en odio, ira y una amarga sed de ver correr sangre fresca.

¿Qué? Él tampoco era muy buen samaritano para decir, la única verdad aquí para corroborar. Era que por su teniente, el entregaría hasta su vida.

.

.

Alexei pateo la puerta de la vivienda de Mathias, con el soldado en sus brazos desangrándose. Mientras entraba derrapo en el piso entre sus botas cubiertas de nieve, un paso en falso y se hubiera caído. Y pensó en que su hermana tenía razón, te puedes hacer daño al resbalarte con el lodo en las botas.

¡Por favor Mathias! ¡Date prisa! ¡Este soldado pesa una tonelada! —Se quejaba el joven obrero mientras su amigo jalaba un viejo y maltrecho sillón de baja calidad que tenía en su sala. Improvisando una pequeña cama para el soldado que necesitaba atención urgente ante sus heridas y la hipotermia. Pero Petrov en específico pedía el sillón no para que dejase al soldado ahí, sino para descansar de cargarlo por más de dos horas corriendo como loco. El soldado herido temblaba entre sus brazos, con espasmos espontáneos que le nublaban la vista al caminar y que en más de una ocasión le hizo caer de bruces en el suelo, ya que su amigo le iba echando ojo por la retaguardia que los soldados de la ciudad no los vieran, o tendrían que pagarlo muy caro, desde acusarlos de actividad sospechosa hasta dispárales por ayudar a un posible desertor.

Cuando el sillón está listo Alexei recuesta al soldado para atender sus heridas, porque decir que casi lo aventó sobre el cojín lleno de polvo era demasiado, incluso cuando lo coloco se cayó de cara al suelo, le doblaba la altura, recuperándose segundos después, reparo nuevamente en la trampa para oso que tiene aquel soldado en su pie. Notando como pus sale de su herida, llena de tierra, lodo y nieve. Mathias miraba el extraño uniforme que tenía el soldado.

¡Alexei! ¡Esto no tiene sentido! ¡No tiene ninguna insignia...!, ¿De qué fuerza es...? ¡¿Y qué tal si es un desertor de la patria que intento escapar de la batalla!?! ¡Eso lo haría un traidor! —Pregunta Mathias no viendo ni una sola identificación en Rudolph. Ambos debían admitir que eran tan ignorantes sobre su patria que ni sabían si ese era uniforme de su nación ¡Nada! ¡Ni una insignia! ¡Ni chapa con su nombre! ¡Ni siquiera un papel con sus documentos! y ese uniforme negro no lo reconocen de ninguna parte. Ciego ante el amor de su nación, no disculpara ninguna acción opositora y sabe que su compañero Petrov piensa igual. El muchacho de pelos negros le da un manotazo a su amigo.

¡Mathias! ¡Eso no importa ahora! ¡Seguramente este valiente soldado estaba peleando en nuestro frente y resulto herido! ¡Nos ha defendido de los alemanes con su vida! ¡Míralo, pobre! ¡Tal vez sea de la infantería de marina por el color o... yo que sé! ¡No sé mucho de uniformes y tú tampoco! ¡Prácticamente es un milagro que haya llegado hasta aquí! ¡No importa de qué fuerza sea! ¡Por favor Mathi, tenemos que salvar a nuestro camarada! ¡Le debemos la vida! —Lo tomo por el brazo, para que le mirase a los ojos. Una mirada poderosa como ninguna, la súplica de un niño. La suplica del cielo gris, porque su amigo con su duda y vacilación ante tales comentarios le decía que no quería ayudar a un traidor herido —Por favor Vasíliev... llama al Dr. Grisha... ¡Él es de confianza! ¡Por favor! ¡Está muriendo!

Su suplica hace flaquear el corazón de Mathias, pocas veces le llamaba por Vasíliev y solo lo hacía cuando estaba asustado, siempre que le pedía ayuda para conseguir comida le ayudaba, por ello los hermanos Petrova comen medianamente bien, Mathias es su contacto para todo, siempre que le pedía una mano se la daba. Confía ciegamente en su amigo, le ayuda y le quiere. Nunca le ha negado un pedido, nunca...

Y no va a empezar hoy para siquiera dudar ante lo que le pida Alexei. Cualquier favor, por insignificante que fuera lo hará.

El castaño asintió, le haría caso en todo lo que le dijera.

Entonces iré por el Dr. Grisha... ¡Acomódalo en la cama de invitados y quítale la ropa! ¡Cierra las ventanas y las cortinas! ¡Si te ven con él pensaran que es un traidor y lo matarán! ¡Hazme caso!

El muchacho salió disparado tomando las llaves y corriendo a buscar al doctor. Mientras el obrero tomo entre sus brazos al soldado, quien seguía respirando con pesadez. Con cautela camino hasta el cuarto para visitantes que tiene Mathias en su pequeña casa, colocándolo en las sabanas viejas y grisáceas transparentes, alguna vez blancas. Al ver como la sangre seguía goteando dejando un sendero de gotas disparejas de la sala hasta la habitación manchando la madera, decidió quitarle el uniforme.

Le desabotonó y quito la ropa, dejando al descubierto la piel mancillada por golpes, mugre, cebo corporal y una necesitada higiene, una playera de tirantes le estorbaba, inútilmente intento desvestirlo, pero el soldado era mucho más grande y corpulento, no pudiendo levantarle los brazos, opto por tomar un cuchillo de su bolsillo. Rasgando la tela de los tirantes del pantalón y los blancos de su camiseta, el torso desnudo fue visible, sudoroso y lleno de sangre. El muchacho pensó que sería mejor si también le quitaba aquellas botas militares, pero la duda volvía por la trampa para oso en su tobillo. Temiendo causarle una hemorragia decidió no tocarle más. Por visto eso ayudo a que el soldado pudiera respirar mejor.

Rudolph aspiro profundamente, sintiendo el glorioso aire, no pudo abrir sus ojos en peor momento, justamente en el momento que Alexei le desnudaba con cuchillo en mano.

Creyéndose bajo un horripilante ataque a su persona. El alemán tomo repentinamente por el brazo al obrero, torciéndolo y empujándolo de cara al suelo, aplicándole una llave. Quedando boca abajo mientras se le iba encima para inmovilizarlo. Pero no quitaba los temblores involuntarios que estaba padeciendo el teniente.

Müller desenfundo su arma. Apuntando a la cabeza del contrario.

Cuando Alexei intento moverse, nuevamente fue aplacado. La situación fue tan rápida para el obrero que apenas y entendió que esa arma amenazaba su vida. Ya no se movió, su corazón se aceleró a medida que entendía que iba a morir, un escalofrió recorrió su espina dorsal. Intento moverse otra vez en el suelo, el cañón fue directo a su cien en advertencia.

No te muevas... rojo...—Amenazó torpemente el alemán, con su dañada garganta, intentando no caer ante su abrumador dolor corporal, tiritando de frío.

Esa voz...

No era de un ruso siquiera, su acento era diferente...

Era de un...

¡Levántate! —Exigió el teniente, obediente y temblando se puso de pie.

Nuestro obrero fue llamado con un golpe de costado que le dio su captor, señalándole que caminara para salir de la habitación. El teniente mayor no razona muy bien en ese momento, obligando al que creía amenazaba su vida para guiarlo nuevamente a la sala de Mathias. Rudolph confundido, cargó el arma cerca de la cabeza de Petrov, dispuesto a matarlo.

Con miedo, pensando que un solo paso en falso que diera le mataría, solo hacía que Petrov casi comenzara a llorar de miedo.

Y en un suave recordatorio, volvió a ver los ojos a través de un espejo cercano, reflejando el rostro de Petrov, los ojos grises tan brilloso, idénticos a los que él mismo había extinguido con su bayoneta, antes de que pudiera abrir sus labios para preguntar por ese mismo cabo con un "Oye, yo te conozco..." fue interrumpido.

El agudo sonido del rebotar de una sartén se escuchó sonoramente tras las orejas de Alexei. El alemán cayó al suelo estrepitosamente, soltando el arma, nuestro muchacho se dio la vuelta para ver a Mathias armado con una sartén que tomo a su alcance. La puerta trasera de su casa fue abierta, por donde una ventisca de nieve comenzaba a entrar y por donde le indico al médico tenía que pasar para despistar a sus vecinos. No debían arriesgarse a ser vistos.

No bajaba la guardia. Con una de sus botas pateo el arma del soldado lejos.

Con furia en sus pequeños ojos sujetaba firmemente su arma homicida al noqueado intruso en su casa. El obrero volteo expectante a su camarada.

—¡Vasíliev! —vio como la sangre manchaba el piso lentamente. Ambos se miraron nerviosos y excitados.

—¡Lo sabía! ¡Este maldito seguro es un traidor de la patria! ¡¿Por qué te amenazo en caso de que fuera un marino?! —

Viendo al soldado herido le intento mover para que se levantara. Petrov entendió que seguro el soldado se asustó al verlo de frente.

—¡Tal vez estaba demasiado cansado y herido! ¡Le quite la ropa con un cuchillo! ¡Seguro pensó que le estaba atacando! ¡Mira la cantidad de sangre que pierde! ¡¿Cómo pudiste golpearlo sabiendo que esta así de herido Mathi?! —El miedo que sintió en un principio se disipo. Podía entender que seguro en su desesperación el soldado recurrió a ello.

—¡Se sensato Alexei! ¡Tal vez este hombre es un asesino perseguido-! —

En ese momento la puerta fue pateada de golpe dando entrada al tan esperado médico, llegó el Doctor Grisha Alyoshka

—¿Dónde está el herido? —Petrov le señalo al hombre tirado en el suelo. Con molestia Grisha le señalo que lo levantaran para acomodarlo en la cama nuevamente, a veces le sacaba de quicio tener conocidos un tanto estúpidos e ignorantes, pero no podía culparlos. Ellos no pidieron vivir en la ignorancia por culpa del partido, el doctor traía en sus manos maletines pesados y si fuera necesario operaria. Después de todo era conocido como un hábil cirujano. Con el paciente dispuesto en cama se agacho para ver la herida, chasqueo los dientes con molestia. Presentaba heridas demasiado profundas en un costado de su torso. Aquella herida tenía que ser tratada de inmediato, podía curarlo, pero no podría llevarlo a algún hospital hasta tenerlo estable.

—¡Muy bien escuchen! ¡Voy a necesitar que me ayuden!

Entre ellos necesitara que le asistan, lo cual era una idea un tanto estúpida porque entre esos dos y un oso salvaje, preferiría la ayuda de un oso, por lo menos, este último sería más inteligente. Aunque Grisha en su mirada mostraba un tanto de confusión. ¿Qué hacia un infante de marina en ese lugar?

¡Díganos doctor! —Le pidió el joven azabache.

Consigue trapos húmedos y un recipiente donde puedas calentar un poco de agua tibia. Esas heridas no se trataran solas. ¡Tenemos que quitarle la trampa en su pierna! ¡Petrov dame una mano!

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Tardaron hora y media, limpio su herida y la suturó. Quedo vendado de todo el tobillo herido por la trampa para oso, la cual yacía en el suelo llena de sangre y le suturo su herida en la costilla. Tras tratarlo debidamente Grisha suspiro levemente, se limpió la frente sudorosa ya alejado del paciente y acercándose a Alexei quien exprimía toallas húmedas de sangre. Alexei fue instruido por el doctor en como limpiar la herida, desinfectarla y después vendarla. El obrero se levantó mientras terminaba de lavar las toallas. Un nauseabundo olor a fármacos era fuerte desde su distancia.

—Está estable joven Petrov, por visto es un hombre sano —Explico el doctor, el muchacho suspiro con tranquilidad —Pero dado a su estado necesita reposo por dos semanas, hasta que su tobillo mejore. Te pondré a echarle una mano para realizar ejercicios una vez se despierte. Presenta fiebre, una contusión severa que le regalo Mathias, deshidratación, sufrió hipotermia leve. ¡Me sorprende que este vivo! Pero esta amodorrado. Así que sugiero que prendas la chimenea a fuego no muy alto, porque eso puede hacer que sude la herida, te daré una lista de cosas blandas que puede comer. Y te daré los medicamentos que necesita. Vendré a ver como mejora su herida en unos días ¿Entendido? ¿No te ha dicho su nombre? —Pregunto el doctor. Ante la cantidad de cosas que le explico Grisha, Petrov solo atinaba a medianamente a asentir por todo lo que le decía. Y contesta la pregunta.

— No... Se oía demasiado agitado para siquiera hablar, no ha logrado decir una sola palabra... — Le mintió Petrov, el medico vio nuevamente el uniforme colgado en una silla por ahí. Y volvió su vista. Grisha no era estúpido, él no se tragaba el cuento de que era un soldado ni de Rusia, ni de la Unión Soviética.

—Escucha...me comentaste sobre el uniforme del soldado. He visto los uniformes de la infantería marina, todos los rangos. Porque YO los he curado... Y te puedo decir que a menos de que hayan remodelado los uniformes en medio de la guerra sin recursos y yo ni en cuenta... Así no se ven los uniformes, ni siquiera el de la marina, por ejemplo, abajo debería tener una playera de rayas horizontales azul con blanco. Y eso resulta muy extraño joven Petrov. —Terminó de explicar Grisha, mientras guardaba sus pertenencias en la maleta que trajo. Intentaba darle una indirecta, si alguien que fuera ajeno a sus conocidos veía este misterioso soldado, estaban muertos.

Era obvio que Aloyshka no solo se dio cuenta del gato encerrado en el uniforme. Ignorante de la verdadera patria a la que pertenece el desdichado soldado.

El doctor Grisha se marchó. Después de pagarle, Vasíliev se quedó a lavar los trapos sucios de sangre. Y la atención total del joven Petrov se la llevaba el herido.

Cuando ve como Alexei se acerca al rostro del soldado, con trapo en mano, limpiándole los labios, las cejas, los parpados, con delicadeza y cuidado. El azabache agacha la cabeza mientras restriega los trapos con más fuerza mientras refunfuña entre dientes y frunce el ceño.

Alexei parecía tranquilo, pero por dentro estaba demasiado asustado para hacer otra cosa, no tenía idea de que hacer. Creía estarse equivocando, tal vez fue el susto del momento, tal vez... tal vez... fue otra cosa. Los "tal vez" eran su única excusa ante todo. ¿Qué más podría hacer?

No podía ser que hubiese escuchado un acento alemán...

"Seguramente será un soldado de Bielorrusia o de Kazajistán o... Ucrania ¡O Estonia! ¡El acento de Estonia para mí suena parecido al de los asqueroso alemanes!"

Sí, es probable que el soldado fuese de Estonia... ¿Verdad?

"Pero si no es de la madre patria estaré cometiendo alta traición, no solo me matarían... matarían a Mathias y a mi hermana... si llego a cometer traición, no me lo perdonaría..."

Lamentablemente la inteligencia y desconfianza no es un rasgo que resalte en él, y le pesaría muy caro no saberlo.

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Artemus tuvo que atravesar un pequeño riachuelo a paso veloz, el puente viejo rechina bajo sus botas, mientras intenta saber que dirección pudieron tomar los rojos con la huida de su teniente mayor. Pero era muy de noche para que pudiese ver siquiera una mísera silueta en medio de la abrumadora oscuridad, cuando mira arriba suyo, yace el humo de una farola que había sido apagada, seguro por el viento. Necesitaba ver urgentemente un panorama amplio o se iba a caer y perder de una manera u otra. Y su maldita linterna se quedó sin batería, haría una jugada arriesgada pero no tiene más alternativa. Artemus se echó en la espalda el fusil, mientras comenzaba a escalar la farola. Cuando llegó a la cima saco un mechero de su bolsillo y se acerco para encenderla. La vela titilaba para encender, y era solo visible el fuego azul de su mechero, cuando el queroseno de la farola encendió se bajo nuevamente con cuidado.

Ahora viendo perfectamente la madera y los tablones viejos del puente se topó con una sorpresa. En los tablones había huellas de botas. Se agacho al suelo para verificarlas, solo había dos pies caminando por la hilera del puente, por tanto solo una persona había caminado por ahí antes de que Artemus encendiera la farola, él mismo comprobó como la huella misma de la planta de aquella bota en la nieve coincidía con la suya. No cabe duda ya, su teniente mayor paso por ahí, y asustado podía ver perfectamente que había gotas de sangre seca cayendo a veces si y a veces no en el puente. Rudolph estaba herido seguramente.

Se puso nuevamente de pie para sonreírse a sí mismo. La vida no fue tan cruel con sus malas y suicidas decisiones.

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Los tarros de aguardiente chocaron entre sí, derramando el líquido sobre las mesas de madera. Konstantin con su aperlada sonrisa celebraba con sus camaradas haber sobrevivido de los alemanes. Y bromeaba con sus amigos.

"Sacha Pavéevich Morózov" un rubio alto de complexión fornida, quien sentado en la esquina del lugar, era vendado por su compañera de batalla y francotiradora, Natasha Kozlova, quien también se servía su buen tarro de cerveza. Ven a su compañero Konstantin borracho y cayéndose de bruces, pero eso no le impidió subirse a la mesa tambaleante y zapatear con sus botas llenas de lodo, mientras unos tocan la balalaika, el kobza y acordeón, otros entonan la canción. Sus compañeros de pelotón le gritaban a su amigo entre risas que se lastimaría.

—¡Konstantin déjanos algo de cerveza! —Le grito Sasha mientras le terminaban de vendar el brazo, Natasha se sentaba para decidir a coro cantar todos juntos.

—¡Florecieron manzanos y perales! —Canto Natasha. ¡Oh! ¡Cómo olvidar Katyusha! La declaración de amor para amantes expectantes, esposas amadas e hijas casadas. Todos la sabían, era el himno de la guerra misma para ellos, su motor cuando pagan penitencia, su fuerza de voluntad al disparar cada arma, cada cañón.

—¡Sobre el río densa niebla va! —Le siguió Sasha y sus compañeros sacaban sus mejores acordes para cantar sobre Katyusha. Aquella persona amada, que esperan algún día ver otra vez o mantener siempre a su lado.

—¡Katyusha subió por la ribera, que cubierta de niebla ella esta! —Grito Konstantin y zapateo cantarín a la par que sus camaradas imitaban perfectamente la tonada de la canción y que sabían la letra con cantón.

¡Katyusha subió por la ribera, que cubierta de niebla ella esta! —Cantaron los soldados y corearon las mujeres. ¿Qué mejor alegría de vivir que para recordar? Sasha deseo que ese momento durase toda la vida, sonriendo, viendo a sus amigos alegres, felices...vivos, era un escape, un escape momentáneo de esa guerra cruel, entonando una canción que les devolvía la esperanza en que algún día terminara y la paz volverá a sus vidas.

—¡Caminaba y empezó a cantar, sobre un águila gris esteparia! ¡Era sobre sobre su enamorado y sus cartas ella las guardo! —Y Konstantin sonrió, se sentó en su lugar nuevamente, cansado de tanto bailar mientras todos continuaron divirtiéndose. Sasha notaba que el cabo de ojos grises miraba el relicario que tenía en su cuello, le veía con amor, añoranza y cariño. Momentos después le dio un beso y lo guardo.

No era la primera vez que le veía dicho collar. Sasha siempre quiso saber ¿Quién estará en ese relicario? ¿Será de la novia de Konstantin?

¿Será su "Katyusha"?

Todos los hombres en el frente piensan en una mujer cuando cantan o bien reclaman a su patria amor. Pero... Konstantin es diferente, nunca le ha dicho a nadie quien era la dueña de su corazón, pero vaya que sus acciones despiertan la envidia y curiosidad en todos sus compañeros. Es probable que en la foto estuviera su chica desnuda, era normal que tuvieran fotos así de sus amadas. Una broma picante para todos los soldados espiar por un buen par de tetas. Ya que las compañeras muchas veces ya tenían enamorado. Es probable que le pase lo mismo a Konstantin, nadie quisiera que otro idiota babeara sobre las fotos provocativas de su amada.

Esa misma noche, el sargento Sasha se disponía a satisfacer su hambre de curiosidad, era un tanto metiche para que mentir. Pero no tenía nada de malo en ello, ¿No?

En la noche los copos de nieve bailan en la tormenta abrumadora, por la ventana descansa plácidamente el joven soldado de ojos grises, abrigado en harapos sucios para darse calor, a su lado Sasha se daba calor con licor barato que luego se conseguía, hambriento por tener más calor en su cuerpo. Cuando todos fueron a dormir y quedo solo él y un vigilante despiertos, se puso en acción.

Con cuidado de no despertarlo, tomo de la tira el collar, jalando lentamente el relicario del cuello delgado de su compañero. Teniéndolo en mano, abrió la foto para ver a la tan esperada y misteriosa chica.

Mayúscula fue su sorpresa cuando no se encontró con eso, ni siquiera había una chica, solo la foto de su teniente Orrel Sergéevich.

Desnudo...

"¿Qué mierda...?" ¡Exacto! ¿Por qué carajos tenía la foto de su teniente? ¿Por qué carajos le daba besos a la foto de un hombre desnudo como si se tratase de una mujer?

Tenía millones de preguntas en su mente. ¿Cuándo ¿Cómo? ¿Dónde? ¿Por qué Orrel? ¡¿Por qué un hombre?!

Joder, ahora entendía que aquellos rumores eran ciertos. Konstantin era homosexual...

Pero mierda que lo tomo desprevenido, si claro, Sasha fue el metiche en darle ojo a sus pertenencias ajenas. Pero iugh... ¿Orrel? Sasha es un hombre medianamente deseado por mujeres, a su opinión lo perdonaran pero su teniente esta algo...feo y no de nacimiento, las heridas de guerra le han quitado atractivo. Y es un maldito grosero de cuidado, un imbécil despreciable. Y por nada del mundo hubiese imaginado que un hombre así fuera... bueno, gustara de otros hombres.

Volteo a mirarlo, ahora por metiche idiota debía guardar un gran secreto. Si sus compañeros se enteraban de eso... el cadáver de Konstantin quedaría irreconocible en cuestión de segundos.

"Me lo llevare a la tumba Konstantin...¿Tú lo lograrás igual?"

El frio en la ciudad azoto su corazón con ello, callara una vieja promesa hasta el final de sus días.

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Con ramos de pequeñas flores en brazos, Sasha acompañaba a Orrel en la soledad del sendero, donde estaban escogiendo donde podrían enterrar a Konstantin. Ya que los cementerios quedan descartados, están a reventar. Rememorando sus recuerdos de aquel día, podía comprender la cruel y horrible pérdida que está padeciendo su teniente. Porque al final, todos merecemos ser amados.

¿Qué podía decir? Sabe que está sufriendo mucho. Ivanov era su...pareja... lo ha sabido desde hace un año, ya no era necesario guardar el secreto para su camarada y amigo fallecido. Su cadáver está siendo embalsamado mientras ellos; con palas en mano y la terquedad de Orrel por darle un entierro digno a su amado, son expuestos al invierno crudo que azota la ciudad. No planeaba dejar que el cadáver de su amor fuera arrojado a la fosa común, le dieron un día para apresurarse encontrando familiares cercanos, conseguir un lugar disponible y embalsamar el cuerpo de Konstantin. Sino, será arrojado a la fosa común y Séergevich enviado al frente por desacato relevándolo a un simple soldado.

Incluso muerto, Orrel no parecía dejar de preocuparse por Konstantin. No quería que su cadáver le quedara lejos, lo quería lo más cerca que pudiera tener.

—No es necesario que me ayudes Morozóv... —Comentó Orrel mientras se arremangaba los brazos de su uniforme y sujetaba la pala para comenzar a cavar. —Para mí, Konstantin era un gran compañero, no es necesario que a ti también te sancionen por mi culpa, es un asunto solo mío encargarme de todo... —Y aunque intentase ocultarlo lo mejor posible. Sasha no cree que sea buena idea dejar solo en esos momentos a Orrel, era un hombre impulsivo, terco y vengativo. Sasha también siente la pérdida de su amigo...

—Lo lamento mucho Serguei.... —

—¿Por qué te disculpas? Los muertos son enterrados y los vivos deben seguir viviendo... es parte de la guerra... —Por su garganta correrá la amargura, su dolor mientras cava más rápido, frustrado y dolido, intentando aliviar su pena. Sasha deja las flores en el camino y se une a cavar con Orrel. La última morada de Konstantin merecía estar presentable y con aquellos que lo quisieron en vida, no con una pila de cadáveres desconocidos como todos los demás.

.

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Continuara...

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