Capítulo 3
Llegó la noche del baile. Desde la ventana de mi gran balcón veía cómo varios carruajes se aproximaban a las puertas del castillo de mi padre.
Entré en mi dormitorio mientras Celer observaba desde su nido cómo me dirigía a mi armario y tomaba uno de los varios vestidos que tenía. Elegí uno de color rojo con mangas que dejaban ver los hombros. Me quité la camisola y me puse el vestido mientras me miraba al espejo. Me até el puñal al muslo y me puse unas bailarinas rojas.
Solté mi cabello y cogí dos mechones de mi pelo ondulado para separarlos del resto de mechones de cabello. Acto seguido, los llevé hacia atrás para hacer un recogido en la parte posterior de mi cabeza. Me acerqué a mi tocador para tomar una diadema de frente de plata con un rubí en el centro. La coloqué sobre mi cabeza y después pasé a darme unos toques con maquillaje en el rostro.
Cuando me sentí satisfecha con el resultado, sonreí y subí el brazo derecho para que Celer se posase sobre él. Abrí la puerta de mi habitación y la cerré tras de mí una vez hube salido.
Por el pasillo, me encontré a Eileen, quien se pegó a mí en cuanto me vio. Ella llevaba un vestido verde menta de tirantes y unas bailarinas verde claro. En la frente llevaba una diadema igual que la mía, pero de oro y con una amatista en vez de un rubí. Unos guantes de dedo corazón largos hasta mitad del brazo complementaban su atuendo. Y por supuesto, al igual que yo, llevaba sus gafas.
—Tienes buen aspecto, Aria—dijo ella mientras sonreía—. Por una vez, no parece que eliges al azar la ropa que te pones.
—¿Qué tiene de malo mi estilo?—apreté los labios mientras bajaba las escaleras para llegar al recibidor del castillo.
—Es muy vulgar—respondió Eileen mientras ingresábamos en la sala de baile.
En cuanto entramos la sala quedó en silencio, con las miradas de todos los presentes sobre nosotros. Me encogí de hombros mientras mis mejillas se sonrojaban y Celer chillaba, algo agobiado.
Mi hermana y yo caminamos hasta donde nuestros padres se encontraban y nos colocamos a su lado.
—Damas y caballeros del reino de Can, mi familia y yo, el conde de Ventum, os damos una cordial bienvenida a nuestro baile anual —anunció mi padre mientras sonreía—. Como hemos hecho desde siempre, nuestro baile tiene como función principal encontrar un buen pretendiente para mi hija menor, Eileen—ella alzó la barbilla para destacar de entre nosotras dos—. Pero ya basta de charla, demos paso a la música y comiencen a moverse al compás de ésta.
Nuestro padre hizo un movimiento con los dedos y los músicos del castillo comenzaron a tocar una suave música. Los invitados se dirigieron con su pareja a la zona de baile y comenzaron a bailar al ritmo de la música.
Me alejé de donde estaba, puesto que mis padres estaban hablando con un hombre que yo desconocía y mi hermana bailaba con un chico. Me dirigí a la mesa de aperitivos y bebidas y tomé una copa de hidromiel. No pensaba bebérmela, era simplemente para tener una excusa para no bailar.
Me senté en una silla y miré cómo todos bailaban tranquilamente. Suspiré y miré mi copa, observando mi rostro reflejado en la dorada bebida.
De repente, unas manos taparon mis ojos y una voz susurró en mi oído:
—¿Quién soy?
Sonreí al llevar mi mano libre a una de las muñecas de aquella persona y bajé su mano con cuidado mientras decía:
—Hola, Calix. No esperaba verte por aquí—me di la vuelta para mirar a mi amigo, que sonreía—. Ya sabes, como en estos bailes sólo entran personas de la nobleza...
—Tengo mis trucos—dijo mientras tomaba asiento a mi lado y acariciaba a Celer por debajo del pico.
Celer hizo un gañido mientras se posaba sobre el hombro de Calix, contento. Él llevaba un jubón negro, unos pantalones de un azul muy oscuro, botas negras hasta cubrir toda la pantorrilla y una capa del mismo color que sus pantalones que llegaba hasta su cintura.
—¿Por qué no bailas, Ari?—preguntó Calix tras un par de minutos de agradable silencio.
—Nunca me ha gustado, a decir verdad. Mis padres han intentado que baile varias veces, pero siempre acababa pisándole los pies a mi acompañante. Por lo que al final, han insistido en que no salga a la pista—reí levemente mientras dejaba la copa de hidromiel sobre una mesa.
Calix frunció el ceño, pero sonrió y me tomó de las manos para que me levantara. Una nueva melodía comenzaba a sonar, por lo que me llevó a la pista de baile. Tomó mi mano derecha y la colocó sobre su hombro. Seguidamente, apoyó su mano derecha en mi cintura y tomó mi mano izquierda, entrelazándola con la suya.
—Lo creas o no, soy un gran bailarín—guiñó su ojo de forma burlesca—. Además, no me importa si me pisas los pies, he recibido peores golpes de tu parte.
Puse los ojos en blanco mientras él se movía y me arrastraba con él al compás de la música que se escuchaba de fondo. Miré al suelo para no pisarle. Aunque él dijera que le daba igual, no estaba dispuesta a volver a pisar los pies de alguien.
Resultaba que Calix sí bailaba bien, y fue él el que llevó mi ritmo, haciendo que los dos bailáramos igual que el resto de los presentes. Lo miré a los ojos; sonreía alegremente. Bajé la mirada, avergonzada y ambos estuvimos un rato sin decir nada mientras la música seguía sonando.
Cuando la canción terminó, Calix me soltó y ambos hicimos una reverencia como mandaba la etiqueta en los bailes.
—Eh, ¿esa no es la chica con la que chocaste el otro día?—dijo de repente mientras miraba a su derecha.
Miré hacia donde él miraba y ahogué un grito de sorpresa al ver a la chica de cabellos rojos. Ella hablaba animadamente con mi hermana y con Sivelle, quien se encontraba sentada sobre el hombro de la chica.
—Cristel...—susurré.
Calix se colocó a mi espalda y apoyó el mentón en mi hombro, observando así a Cristel. Ella llevaba un corpiño blanco sin mangas, una falda azul cielo que ocultaba casi todos sus pies, pero que dejaban ver unas bailarinas de color rosa pastel. Portaba una diadema de plata élfica en la cabeza, con un rubí en el centro. Un collar de oro de variadas gemas adornaba su cuello y unos anillos de plata y oro decoraban sus dedos.
—Es guapa, sí—murmuró Calix—. ¿Vas a ir a hablar con ella?—me dijo intuyendo mis intenciones.
Antes de poder decir nada, mi hermana miró hacia donde yo me encontraba y sonrió mientras hacía un gesto para que nos acercáramos.
—Aria, quiero que conozcas personalmente a Cristel, la hija del rey de Dryadalis—la presentó Eileen.
Calix y yo hicimos una reverencia de respeto y después miré a Cristel a los ojos, algo cohibida. Ella me sonrió y dijo:
—Oh, te recuerdo. Tú eres la chica del otro día en la arena de combate, ¿cierto?
—Sí, soy yo, Aria—dije mientras sonreía de forma un tanto nerviosa.
Comencé a hablar con ella sobre temas triviales, como nuestras aficiones o por qué tenía un halcón en el hombro, y mientras Calix y Eileen se miraban de forma cómplice y sonreían de forma un poco burlesca.
Hice una mueca antes de seguir prestando atención a las palabras de Cristel:
—¿Cuál es tu marca?—preguntó mientras enseñaba la suya—. Esta es la mía.
Miré su hombro, viendo en éste la marca que ya reconocí el otro día en la arena de combate:la rama de olivo y la nota musical. Entrecerré los ojos y fruncí los labios, pero acto seguido sonreí y dije:
—Esta es mi marca—le enseñé mi antebrazo con la marca que había aparecido en mi piel días atrás.
Ella puso los ojos como platos y me tomó del brazo repentinamente. Pasó sus dedos por mi piel repetidas veces, causando un cosquilleo en mi brazo.
—¿De verdad ésta es tu marca?—preguntó con un tono de preocupación en su timbre de voz.
—Sí. ¿Por qué, qué pasa?
Antes de que Cristel pudiera responderme, mi padre se acercó a mi hermana. No iba solo, le acompañaba un hombre de mediana edad que al parecer era alguien importante y un chico más joven, pero igualito en aspecto al hombre importante. Supuse que el joven sería el hijo de aquel.
—Eileen, hija mía, quiero presentarte a alguien. Él es el barón de Ignis, Colt Herriot—el hombre que venía con mi padre hizo una reverencia—. Y éste es su hijo, Egan Herriot—el joven hizo una reverencia más pequeña que la de su padre.
Me fijé en la vestimenta de Egan, y se me hizo curioso que atada a su cinturón—que era de oro—, llevase oculta una vaina para una varita mágica, objeto que sólo tienen los magos y hechiceros.
—Es un placer—Eileen hizo una sonrisa falsa mientras hacía una inclinación de cabeza al barón y a su hijo.
—Es cierto, conde Cragwing—dijo el barón Herriot—. Su hija menor tiene una belleza inigualable—Herriot se dirigió a su hijo y comentó—: Es algo que tu futura esposa debe tener, ¿eh, hijo?
Egan puso los ojos en blanco mientras mi hermana hacía un gesto de estupefacción.
—¿Cómo que futura esposa? Papá, ¿estás hablando de nuevo de enlazar mi mano con la de alguien más?—preguntó Eileen, dolida.
—Hija, no quiero tener una discusión aquí y ahora—la cortó mi padre.
De repente, antes de que Eileen pudiera rechistar, las llamas de los candelabros se apagaron, dejando una única luz en la sala:la de la Luna. Las damas y jóvenes muchachas del salón chillaron, asustadas.
Una carcajada se escuchó por todo el salón de baile, y una figura se materializó debajo del gran ventanal por el que entraba la luz de la Luna. Cristel, que todavía me tenía agarrada por el brazo, comenzó a temblar y yo la miré, confundida. Celer hizo un gañido y se alejó volando; no pude ver a dónde iba.
—Magnífico baile, conde Cragwing. Me molestó mucho no ser invitado, pero mírame, al fin he llegado—habló una voz cantarina que provenía de la figura de debajo del gran ventanal.
—¿Quién eres y qué haces en mi castillo?—preguntó mi padre mientras tartamudeaba, asustado.
—Quién soy no es relevante ahora, pero mi misión es presentarme ante la persona que está destinada a luchar contra mí, y si es posible, acabar con su vida.
La persona avanzó un par de pasos para después agitar la capa que llevaba puesta y sacar de debajo de ésta un objeto alargado. La punta de ese objeto se iluminó con una luz verdosa, dejándome ver por unos segundos el rostro de aquella persona.
Mas apenas me dio tiempo de ver que era un joven con una cicatriz en el rostro, ya que aquella luz del objeto alargado salió disparada y me dio de lleno, haciendo que atravesase una de las paredes.
—¡Aria!—oí el grito de mis padres, Calix y Eileen llamándome con desesperación.
Lo que pasó a continuación me lo contó mi hermana a mí, puesto que yo no recuerdo más que recibir golpes, sentir dolor en la cabeza y algunas miradas preocupadas de parte de mi hermana y mis padres.
Me levanté de entre los escombros lentamente. Me sacudí el polvo y alcé la cabeza mientras extendía las manos como si sujetase un arco. Según mi hermana, mis orejas se extendieron hacia arriba como las de un elfo y mis ojos brillaron—no en el sentido del sentimiento, sino en el sentido literal—. Eileen también me dijo que yo parecía estar ida y que era posible que no supiera qué era lo que estaba haciendo. Definió mis movimientos como "títere controlado por el tirititero".
Coloqué mi otra mano cercana al "arco" como si tensase una flecha, entrecerré los ojos y disparé. Un haz de luz dio de lleno a los pies del chico misterioso, pero él se apartó antes de que la luz impactase sobre él. Me fui acercando mientras seguía "lanzando flechas", pero él las esquivaba todas.
—Vaya, al parecer eres una Rulfbog—dijo el chico mientras sonreía—. Esto va a ser interesante.
Fruncí el ceño, ya que no conocía esa palabra, pero apenas me dio tiempo a reaccionar antes de que el chico lanzase otra bola verde de energía hacia mí. Me aparté a tiempo, pero un escombro producido por aquella bola de energía atrapó la falda de mi vestido. Le di un tirón, rompiéndolo, pero el chico aprovechó aquello para atacarme con otra bola de energía. Rodé por el suelo, me golpeé la cabeza con la esquina de una mesa, y al quedar boca arriba, aquel chico se aproximó a mí y me apuntó con el objeto alargado en el rostro.
—Es una pena que tengas que morir, tan joven y guapa—él rió con maldad y dijo—:Pero no quiero que te entrometas en mi plan.
Sin siquiera avisar, murmuré una palabra y apunté mi mano al pecho del chico, saliendo un rayo de la palma de mi mano. Él gimió de dolor y se tambaleó hacia atrás. Me miró con rabia mientras yo me levantaba y me sacudía la falda del vestido.
—Te he subestimado, Rulfbog. Nos volveremos a ver, pero ten por seguro que haré que sufras, empezando por causarle dolor a alguien que amas—dijo él antes de desaparecer con un chasquido de dedos.
En ese momento hice un gemido de dolor y caí al suelo inconsciente mientras oía el grito de mi madre llamando desesperadamente a mi padre. Antes de perder la consciencia del todo, con mis ojos entrecerrados vi cómo mi hermana y Calix se aproximaban a mí a toda velocidad.
Cerré los ojos lentamente y me sumergí en la oscuridad más profunda de mi mente.
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Y por aquí traigo el siguiente capítulo de esta historia.
Quizá el que vaya después de éste lo publique más pronto, porque tengo otros cinco escritos.
Bueno, espero os guste este capítulo y nos vemos en el siguiente ^^
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