Capítulo 2

 Me desperté al ser sacudida con fuerza por mi hermana. Abrí los ojos y lo primero que vi fue su rostro sonriente.

 —Es extraño verte levantada antes que yo—dije mientras me incorporaba y me pasaba una mano por el ojo derecho, algo somnolienta.

 —Tengo que enseñarte una cosa—su sonrisa permanecía en su rostro mientras tiraba de mí para que me levantara.

 A regañadientes, me dejé arrastrar por mi hermana, quien me llevó al balcón de mi habitación. Resoplé al ver que aún era de madrugada. Me soltó, agitó sus manos y las extendió hacia delante.

 Al instante, desde la línea del horizonte comenzó a brillar algo en la lejanía. Ese algo se acercó deprisa hacia nosotras, aterrizando sobre las palmas de las manos de Eileen.

 —¿Te has hecho daño, Sivelle?—le preguntó mi hermana a la cosa en sus palmas mientras hacía una patena con ellas.

 Miré sus manos y me quedé muda de la impresión:un pequeño ser de cabellos blancos como la nieve, ojos caleidoscópicos y alas resplandecientes flotaba sobre las manos de Eileen y me miraba con curiosidad.

 —Un hada...—murmuré.

 —Se llama Sivelle, es hija del canciller Marlie, mano derecha del rey de Fanthera—dijo Eileen mientras sonreía—. Y adivina qué, conoce a la chica del otro día.

 Abrí los ojos como platos y miré a mi hermana, que rió levemente.

 —Vaya, has reaccionado igual de rápido que cuando le dices a un perro que tienes un hueso para él—dijo ella. Pegué un codazo a mi hermana, aunque ella siguió riendo—. Bueno, bueno. La chica se llama Cristel, y está por aquí de visita.

 —Cristel...—murmuré el nombre en voz baja. Su nombre me sonaba de algo, aparte de ser el nombre de la chica con la que choqué, pero no recordaba de qué.

 —Yo soy su dama de compañía, aunque no lo parezca—dijo Sivelle desde las manos de Eileen—. Lady Cristel está en el condado de Ventum por petición de su padre, para que conozca los territorios ajenos a su hogar. Oh, sí. Va a ir al baile que vuestros padres los condes van a realizar esta noche—el hada sonrió. 

Con que de eso se me hacía familiar ese nombre:era la hija del rey de uno de los dos reinos próximo al de Can, Dryadalis. Fanthera era el otro reino, y de donde procedía Sivelle.

 Ah, cierto. Se me olvidó comentar que mi padre es el Conde de Ventum y que organizó un baile para encontrarnos pareja a mí y a mi hermana—sobretodo a Eileen—. Fallo mío.

 —¿Estará esta noche?—pregunté con ilusión.

 Sivelle asintió y mi hermana me miró.

 —Sivelle, veo que eres una buena casamentera—dijo mi hermana mientras chocaba la punta de sus dedo meñique con la palma de la mano derecha del hada.

 Me sonrojé y resoplé antes de volver a entrar a mi cuarto. Eileen se despidió del hada, que salió volando y mi hermana entró conmigo. Me tumbé sobre mi cama y mi hermana hizo lo mismo.

 —No quiero que sea esta noche. Considero estúpida la razón por la que nuestros padres han realizado ese baile—masculló Eileen.

 —A mí tampoco me hace gracia, pero oye, a lo mejor haces algún amigo, ¿no?—dije mientras sonreía.

 —Estoy bien con los que tengo—respondió mi hermana.

 —Actualmente sólo tienes un amigo y ese es Calix—le recordé con un tono de burla en mi voz.

 —Y así está bien—ella sonrió antes de bostezar—. Despiértame cuando el sol esté alto, ¿de acuerdo?

 —¡Eh, eh, eh! ¿No pensarás...?—no terminé la pregunta porque mi hermana se dio la vuelta, dándome la espalda, y comenzó a roncar.

 Suspiré antes de ponerme en pie y dirigirme al balcón. Me senté en la barandilla y miré la extensión que había más allá del bosque mientras el viento mecía las copas de los árboles y mi cabello suelto.

 Pasé un mechón de pelo por detrás de mi oreja y respiré el aire fresco de la madrugada. Miré la palma de mi mano y recité unas palabras en voz baja. Una legua de fuego brotó de mi mano y al instante, flotó sobre mi cabeza, recubriendo mi cuerpo sin quemarme, como si yo fuese una salamandra.

 Chasqueé los dedos y el fuego desapareció mientras sonreía satisfecha. Estiré mis brazos de forma perezosa y apoyé la cabeza sobre mis rodillas dobladas, esperando que saliera el sol para poder bajar a comer algo a la cocina, aunque los cocineros estuvieran allí y me preguntaran que hacía allí tan temprano.

*

Estaba sentada sobre la mesa del comedor, comiendo una manzana, cuando escuché a mi hermana y a mis padres chillando mientras bajaban las escaleras.

 —Bueno, se acabó la paz, ¿eh, Celer?—dije mientras me giraba para mirar a mi amigo, que comía uno de los ratones que había por el castillo.

 Él voló hasta mi hombro y se quedó allí mientras observaba la misma escena que yo:la pelea de todos los años de mi hermana con mi madre.

 —¡No voy a casarme con nadie, mamá!—chilló mi hermana mientras se aproximaba a su sitio en la mesa y se sentaba en la silla.

 —Hija mía, todos los hijos que no son herederos de los tres restantes condados ya se han casado, y una de ellas tiene tu edad—replicó mi madre al mismo tiempo que se sentaba en su sitio.

 —¿Y yo debo hacer lo mismo que los chicos y chicas de mi edad?—preguntó mi hermana mientras se cruzaba de brazos.

 Mi padre se sentó a la cabecera de la mesa mientras fruncía el ceño. Sonreí con diversión antes de pegarle otro mordisco a la manzana que tenía en la mano.

 Supongo os preguntaréis porqué todo esto me hacía tanta gracia. Veréis, una de las ventajas de ser de la nobleza y no tener una marca es que no tienes que hacer cosas que no quieras, como casarte por obligación. Los nobles quieren que sus herederos tengan hijos con poderes fuertes que en un futuro puedan gobernar sus tierras y puedan defenderlas de los enemigos. Como yo no tenía marca y por consiguiente, poderes, mis padres decidieron que yo no tendría porqué hacer todo aquello, y me daban y siguen dando bastante libertad.

 Sin embargo, como mi hermana tenía marca y poderes, todas las atenciones de mis padres recaía sobre ella. Muchas veces quería tener lo que recibía mi hermana:atención, confianza, palabras bonitas... Pero yo siempre era la pobre chica sin marca.

 Dejando todo eso de lado, era divertido ver cómo mis padres peleaban con Eileen. Ya iban cuatro pretendientes que desechaba, y supuse que esa noche iría a por el número cinco.

 —Eileen, lo hemos hablado varias veces. Tu deber es encontrar a alguien para gobernar mis tierras cuando yo ya no esté—comentó mi padre—, ya que tu hermana no va a tener a nadie.

 —¡Eh!—protesté un tanto molesta.

 Mi padre miró a mi hermana y se dispuso a hablar de nuevo tras aquella interrupción mientras mi madre me decía «Aria, ¡bájate de la mesa!»—a lo que por supuesto no hice caso—.

 —Ya has rechazado al marqués de Lotum, al canciller de Dryadalis, al barón de Fanthera e incluso al vizconde Albert, hijo del conde de Gelum—comentó mi padre.

 —¿Y qué?—mi hermana descruzó los brazos para tomar una taza con té humeante.

 —Pues que no voy a vivir para siempre pero quiero seguir viviendo para cuando conozca a mis nietos—protestó mi padre mientras fruncía el ceño.

 Negué con la cabeza mientras sonreía y bajaba de la mesa para salir del comedor, sabiendo que aquello iba a terminar en bronca y no quería estar allí.

 Volví a mi cuarto, hice la cama—mi hermana se había encargado de mover las sábanas de un lado para otro—, me cambié de ropa, cerré la puerta y me dediqué a practicar algunos hechizos difíciles que aún no me salían, como el que consiste en invocar a un elemental de hielo.

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Nota de autora:

Y aquí va el capítulo 2.

Ya no me da tiempo a inscribir esta historia a los Wattys, así que escribiré la historia poco a poco y la presentaré a los del año que viene.

Espero os guste este capítulo y nos vemos en el siguiente.

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