Capítulo 1
Me desperté a la mañana siguiente, aún con miles de dudas en mi cabeza. ¿Por qué me había aparecido aquella marca? ¿Acaso era la tan ansiada que deseaba desde que tenía memoria?
Sacudí la cabeza, me puse mis gafas y me levanté de la cama para bajar a desayunar con mi familia. Normalmente, soy la que más temprano se levanta en mi casa, pero aquel día, mis padres y mi hermana me ganaron. Ya se encontraban desayunando cuando entré al comedor.
—Buenos días—dije mientras me sentaba a la mesa.
—Buenos días, cielo—me respondió mi madre con una sonrisa mientras me pasaba un vaso con leche caliente y unas galletas.
Comimos en silencio, sin hablar. Terminé mi desayuno y coloqué los platos en el balde para lavarlos, pero cuando me subí las mangas del pijama, mi hermana hizo una exclamación de sorpresa.
—¿Qué es eso que tienes en el brazo?—Eileen se acercó a mí, me tomó de la muñeca y alzó mi brazo, exponiendo la marca de la calavera que había en éste.
—No lo sé, ayer me desperté por la noche y me apareció este dibujo—tartamudeé de forma nerviosa.
Mi padre se acercó a mí y quitó de mi muñeca la mano de mi hermana con cuidado, para después tomar mi brazo con cuidado y examinar la marca.
—No parece que sea un dibujo hecho con tinta o un tatuaje de esos que tienen los del norte—dijo mi padre. Pasó sus dedos por el dibujo, apretando un poco, como si quisiera borrarlo—. No tiene ninguna especie de relieve y no se va cuando paso los dedos con fuerza.
Mi madre y mi hermana pusieron los ojos como platos y me miraron. Me sentí avergonzada y me sonrojé, apartando la mirada. Retiré con cuidado el brazo y me puse en pie para salir del comedor bajo la atenta mirada de mi familia, aún cohibida.
Me dirigí a mi cuarto para cambiarme de ropa y darle de comer a Celer. Entré en mi dormitorio y cerré la puerta tras de mí mientras me quitaba la camisola del pijama. Me posicioné delante de mi armario y miré mis prendas de ropa para decidir qué me ponía aquel día.
Celer se subió a mi hombro con cuidado e hizo un gañido mientras me miraba. Acaricié su cabeza mientras sacaba unos pantalones marrones, unas botas de cuero, un cinturón del mismo material y una camisola de color crema. Dejé la ropa sobre mi cama y me cambié de pantalones.
—Oye, mamá dice que me acompañes a la arena a practicar—la cabeza de mi hermana asomó por la puerta entreabierta y pronto pudo ver una mueca de desagrado en su rostro—. Podrías cubrirte un poco, se te ve todo.
Me crucé de brazos, tapando mi torso desnudo con algo de vergüenza reflejada en mi rostro y suspiré.
—Estoy en mi cuarto y además, no sabía que ibas a entrar—dije mientras me alzaba de hombros—. ¿Debo ir?—le pregunté. No me gustaba luchar, pero era algo a lo que nuestros padres nos obligaban «por si las moscas», porque «el mundo es muy peligroso, no sabes lo que te puede ocurrir allí fuera».
—Sí, es obligatorio—contestó ella con una sonrisa de burla—. Si no vas, papá dice que no comerás postre en las próximas dos noches, ¿sabes?
Hice un ruido de exasperación mientras Celer se bajaba de mi hombro para posarse sobre la barandilla de mi balcón. Me dirigí donde él para dejarle su comida y después, volví donde mi hermana.
—Está bien, diles que bajaré en un par de minutos—mascullé entre dientes, dándome por vencida.
Eileen desapareció de allí y yo descrucé los brazos para ponerme la camisola. Me calcé la botas y me senté en la silla frente al tocador de mi cuarto para peinarme el cabello. Me miré al espejo mientras me hacía una trenza y fruncí el ceño tras ver una espinilla encima de mi labio superior. Nada que un hechizo de camuflaje no pudiera solucionar.
Me levanté de mi asiento y me dirigí hacia mi cama para coger mi morral. Metí dentro unos saquitos para hechizos de emergencia, comida y agua, tanto para mí como para Celer, mi libro de hechizos del que nunca me separaba, mi guante de cetrería y después, agarré mi arco y mi carcaj con flechas que colgaban del pomo de la puerta del balcón. Me los colgué a la espalda y me colgué el morral en bandolera.
Con un gesto indiqué a Celer que se subiera a mi hombro y antes de irme, eché un vistazo a la mesita de noche. Un puñal reposaba sobre ella. Lo tomé entre mis manos y miré su empuñadura, con unos grabados en latín.
Hice una mueca, me subí la pata del pantalón y cogí una cinta de cuero para atarla a mi pantorrilla derecha. Una vez comprobé que el nudo estaba bien hecho, sujeté con la cinta el puñal y bajé la pata del pantalón.
Salí de mi habitación tras cerrar la puerta. Bajé las escaleras para ir a la entrada de casa, donde ya me esperaba Eileen. En el torso vestía una blusa azul de mangas con hombros descubiertos y un corsé exterior del color del barro. Una falda larga hasta las rodillas y del mismo color que la blusa iba ajustada a su cintura con un cinturón en el que colgaba la espada que había aparecido la tarde anterior en su mano. Su cabello rubio ceniza estaba suelto, pero llevaba una pequeña y fina trenza en la parte derecha de su pelo. Los cristales de sus gafas brillaban al tener reflejados los rayos del sol.
—¿Nos vamos?—pregunté mientras me aproximaba a ella.
Ella me miró de nuevo con desagrado y asintió mientras sonreía para después dirigirse a los establos. Fui con ella y me acerqué a mi yegua, Solaris. Acaricié su morro para luego coger un par de zanahorias que le daría al llegar a la arena, para que repusiera fuerzas. Monté sobre ella, con Celer en el hombro aún, y miré a mi hermana ensillar a su caballo, Lux.
—¿Vas a montar de nuevo a pelo?—preguntó Eileen mientras miraba cómo me aferraba con cuidado a la cabellera de mi yegua.
—Me gusta más así, es más natural—respondí con una sonrisa.
Ella hizo una mueca antes de subir sobre su caballo. Lo espoleó, y el animal comenzó a galopar hasta alejarse de casa.
—Vamos, bonita, no los perdamos de vista—le susurré a mi yegua.
En cuanto oyó mi voz, el animal echó a correr, alcanzando pronto al caballo de mi hermana. El viento revolvía el cabello suelto de mi hermana y las crines de los dos animales. Cabalgamos los caballos por toda la extensión del bosque que rodeaba la gran casa en la que vivíamos y después, por el camino que conducía a las afueras del pueblo.
Vimos un edificio circular, la arena de combate. Fruncí el ceño mientras Solaris aminoraba la rapidez de su marcha, para después ir a trote. Mi hermana y yo bajamos de los lomos de los animales y los dejamos cerca de un abrevadero, junto a otros caballos.
Sonreí antes de darle una zanahoria a mi yegua y otra al caballo de mi hermana y seguí a Eileen para entrar en el edificio.
La arena de combate estaba ligeramente inspirada en uno de esos antiguos edificios de los romanos. El techo estaba al descubierto, dejando ver el cielo despejado. El escenario de combate estaba rodeado de gradas de quince metros de altura hacia arriba. En el escenario, todo cubierto de arena, ya había gente practicando tiro con arco o esgrima y lucha con espada.
—¡Ari!—oí una voz llamándome, lo que hizo que saliera de mis pensamientos. Celer hizo un gañido y voló hacia arriba, dirigiéndose a las gradas.
Miré hacia arriba, a donde había ido mi halcón y sonreí. Me separé de mi hermana y subí las escaleras de las gradas para dirigirme a la persona que me había llamado. Celer se había posicionado a su lado y recibía caricias debajo del pico.
—Hola, Calix—dije mientras me sentaba.
Calix me sonrió y dijo:
—¿Qué haces por aquí? Pensé que estarías con la nariz metida en uno de tus libros de hechizos.
—Lo dijo el que estaba leyendo uno en este mismo momento—respondí señalando el volumen que tenía en sus manos—. Y la misma pregunta podría hacerte yo. ¿Qué haces que no estás con tus amigos?
Él se encogió de hombros e hizo una mueca. Suspiré y miré al cielo mientras me perdía de nuevo en mis pensamientos.
Calix era un chico de cabellos marrones, ni muy oscuros ni muy claros. Sus ojos eran verdes como las copas de los árboles en primavera, unas pequeñas pecas cubrían sus mejillas y una sonrisa traviesa siempre estaba presente en su rostro.
Él y yo éramos amigos desde los diez años, desde el momento en el que me pilló practicando un hechizo para invocar al fuego y le pedí que no le contase a nadie. A partir de aquel momento, él y yo comenzamos a practicar magia juntos, a pesar de que él tenía una marca, la cual, tenía forma de paloma con una esfera sobre la cabeza.
—¿Te has hecho un tatuaje?—dijo él mientras miraba mi brazo en el que tenía la marca que me había aparecido la noche anterior.
Negué mientras le mostraba mi brazo. Susurré el mismo hechizo que la noche anterior mientras alzaba mi mano sobre mi brazo y mi marca emitió otra vez un leve fulgor azulado. Calix, que conocía el hechizo, abrió los ojos como platos.
—Imposible—susurró.
—Apareció ayer por la noche—le expliqué mientras encogía los hombros—. No sé por qué ha aparecido ahora y no cuando nací.
La voz de mi hermana llamándome nos interrumpió.
—¡Aria, ven a luchar conmigo!—Eileen sonreía mientras agitaba en lo alto dos espadas.
Hice una mueca, le dije a Calix que volvía enseguida y bajé los escalones de las gradas dando saltos. Al llegar a la arena, choqué con alguien, cayendo de inmediato al suelo.
—Lo siento—se disculpó esa persona mientras me extendía una mano para ayudarme a levantarme.
Un nudo se hizo en mi garganta al ver el rostro de la persona frente a mí:era una chica un par de años mayor que yo, de tez oscura y cabellos rojos como los pétalos de una rosa recogidos en una cola de caballo hecha de trencitas. Sus ojos eran oscuros como las profundidades del océano y la sonrisa en su rostro era amable y jovial. Era bastante guapa, a decir verdad.
Me fijé en su hombro, donde había un dibujo de una rama de olivo y una nota musical. La miré a los ojos y rápidamente me fijé en la mano que me extendía. Con algo de timidez, la tomé y al instante, me encontraba de nuevo de pie.
—Siento haberte hecho caer, soy Cristel—se presentó la chica.
—Yo soy Aria, un placer—tartamudeé mientras sonreía.
Ella me devolvió la sonrisa y me soltó la mano para después hacer un gesto de despedida con ésta y acercarse a un grupo de chicas; supuse eran sus amigas.
Me quedé quieta en mi sitio sin moverme hasta que sentí la mano de mi hermana agitándose delante de mis ojos.
—Oye, ¿estás bien?—me preguntó.
—¿Qué?—agité la cabeza y asentí—. ¡Oh, sí, estoy bien!—sentí mis mejillas arder y me llevé las manos al rostro, avergonzada.
Ella hizo un mohín con los labios para después tenderme una espada y pedirme de nuevo que luchara contra ella. Ambas no pusimos en posición de combate y comenzamos a pelear.
*
Un quejido salió de mi garganta cuando noté cómo Calix pasaba un paño húmedo por mi rodilla. Celer chilló a mi amigo con rabia, pensando que me estaba haciendo daño, pero pasé mi mano por la espalda de mi halcón mientras le decía que no me pasaba nada, que estaba bien. Calix me miró a los ojos y sonrió de forma burlona antes de decir:
—¿Es que no sabes que cuando tu hermana y tú lucháis a espada, siempre vas a salir herida?
—Pensaba que esta vez iba a ganarle—dije mientras hacía un puchero con los labios.
Él se rió levemente antes de coger un trozo de tela y vendarme la rodilla. Se alzó y me extendió la mano para levantarme con cuidado. Me acompañó hasta el abrevadero en el que había dejado a mi yegua, descubriendo que mi hermana me esperaba allí.
—Por fin—dijo ella—. Vámonos, papá y mamá se preocuparán si llegamos después de que se ponga el sol.
Mientras ella montaba a Lux, yo me giré para ver a Calix. Él me preguntó:
—¿Seguro que vas a poder hacer todo el camino a casa sin ningún problema?—sonrió mientras hacía la pregunta.
Puse los ojos en blanco y me dirigí a mi yegua. Monté sobre ella y respondí:
—No soy ninguna especie de damisela en apuros, puedo apañármelas yo sola.
Él negó con la cabeza varias veces, aún sonriente y antes de dirigirse de nuevo a la arena, me dijo:
—Deberíamos hablar sobre lo de tu marca. Es muy extraño que haya aparecido así, tan repentinamente.
Asentí antes de que se fuera y luego dirigí a Solaris hacia el camino por el que habíamos venido mientras Celer se posaba en mi hombro. Lux y ella iban al paso, lo que nos permitió a Eileen y a mí ir hablando por el camino.
—Siento haberte hecho daño—dijo ella mientras miraba al frente. Agité la cabeza, restándole importancia. Estuvimos un rato en silencio hasta que ella dijo—:Esa chica con la que has tropezado era muy mona, ¿no crees?
Miré a mi hermana, quien alzó y bajó varias veces las cejas. Mi rostro comenzó a arder y aparté la mirada.
—No me he fijado—mentí.
—Vaya que no, te has quedado mirándola un buen rato, embelesada por su hermosura—comentó mientras hacía un acento raro.
Golpeé su hombro con mi puño mientras ella reía y después, miré al frente, respirando hondo. Pronto pudimos ver los tejados de nuestros hogar, señal de que ya habíamos llegado. Condujimos a los caballos a los establos, les dimos de comer y entramos en casa.
Subí rápidamente a mi cuarto y al entrar, cerré la puerta tras de mí con un leve golpe. Celer se fue a su nido y yo, tan cansada como estaba, me quité las botas y me tiré sobre el colchón sin apartar las sábanas. Caí en brazos de Morfeo después de tocar la almohada con mi cabeza. No bajé a cenar al comedor, no tenía hambre, sólo quería dormir y alejar el sentimiento de que algo malo iba a pasar dentro de poco tiempo.
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Nota de autora:
Tras casi dos meses sin actualizar, aquí os traigo un nuevo capítulo de esta historia.
¿Qué os ha parecido? ¿Os gusta la trama por donde la estoy llevando?
Dado que las inscripciones de los Wattys empiezan el 17 de Julio, voy a ir actualizando más a menudo y conforme tenga los capítulos escritos y corregidos.
Sin más que decir, nos vemos en la próxima actualización, adiós 👋
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