Capítulo dieciséis

El universo no es infinito, se mantiene finito en su expansión, comparado con ello, nosotros solo somos un grano de arena para un vasto océano, sin salida, atrapados entre sus corrientes sin poder escapar.

—Estoy muy emocionado, pronto nacerá Joseph —dice un señor a través de una cámara que apunta hacia un corredor de hospital.

—Si vez esto en algún momento Joseph, es porque estuviste husmeando en las cosas de papá —vuelve a decir el señor.

—Ya te amo Joe, aunque no hayas nacido aun, donde quieras que estés y sin importar el tiempo que pase —habla más bajo y muy despacio.

Un médico sale de dos puertas y camina hacia él.

—Cielos, nunca me prepararon para esto —empieza a murmurar en forma de queja mientras la cámara se mueve más agitada.

—Señor Dunkelheit —habla el médico.

— ¿Qué pasó? —pregunta. Se escucha un largo silencio.

—Dígame —exige el señor más fuerte.

—Su hijo nació bien —responde el médico y el señor deja escapar un suspiro mientras dice cosas muy emocionado.

— ¿Es un varón? —dice más emocionado.

—Si señor —responde el médico. 

¿Cómo ibas a saberlo papa?

 El sentimiento melancólico  cubre mi pecho al ver como muy pronto toda esa emoción que mi padre sentía será destruida como mi propia realidad.

—No veo la hora de que sea mayor y le pueda enseñar como hablarle a las niñas —dice lo último muy pensativo.

—Señor Dunkelheit —le dice el médico y la cámara se centra en él.

Él médico mira para todos los lados antes de llevarlo hacia un lugar más aislado.

—Los ojos de su hijo son lo más parecido al escarlata —murmura el médico en voz baja.

—Los albinos pueden tener ese color de ojos —protesta el señor.

—Si, pero su hijo tiene la marca de muerte —le dice después de suspirar.

—No... —escucho el largo silencio.

Me destruyo de nuevo.

—Espere —le pide colocando su mano sobre el hombro de mi padre.

—Escúchame con atención —le vuelve a pedir.

—Tome a su bebé y a su esposa, salgan de aquí, no se queden quietos, muévanse constantemente y siempre cubran la marca y los ojos de su hijo —le dice muy despacio— el bebé nunca nació en este hospital. En tres días cuando haya llegado a otro lugar diga que ese bebé lo encontró en la calle, pero procure que no puedan verle lo que mencione o quedara marcado de por vida.

—Pero es mi hijo, no puedo hacer eso —le responde muy fuerte.

—Señor Dunkelheit, guarde la calma, trato de ayudarlo —le pide el medico con calma, su cara está cubierta de sudor— recuerde, haga todo eso cuando haya cubierto sus ojos y la marca en su brazo derecho.

— ¿Cómo voy a cubrir un lugar tan visible? —le pregunta.

—Tendrá que hacerlo, a partir de ahora, su vida corre peligro, él está maldito —se encoge de hombros.

—Cuide su vocabulario ¡Es de mi hijo de quien está hablando! —le dice molesto.

—Por eso trato de ayudarlo, señor Dunkelheit —responde el médico.— Yo también soy padre.

La pantalla se vuelve negra y luego la imagen cambia a los oscuros asientos delanteros de un coche.

—Hola, Joe —dice el señor apuntando su cámara hacia un bebé en una cesta hecha de peluches.

—No hagas mucho ruido, mamá está durmiendo —dice y luego apunta a mi madre acostada en el asiento trasero quien aún lleva puesto la bata blanca del hospital.

—Joe, habrá personas que intentarán destruirte e incluso asesinarte, pero sé que tu podrás afrontar cualquier cosa, después de todo, eres hijo de tu madre y vaya que el mundo le queda pequeño —dice antes de dejar salir una sonrisa mientras el bebé hace un movimiento en la improvisada cama de peluches.

—Me gustaría que las cosas fueran diferentes, Joe — Murmura, haciendo que algo en mi se rompa. Yo también, papa.— Daría mi propia vida porque tuvieras una vida normal, no es que seas diferente, solo que eres muy especial, no te imaginas cuanto.

—Muchos chicos van a envidiarte, eso es seguro, pero incluso en tus peores momentos, tú sabrás tomar las mejores acciones, porque sé que lo puedes hacer, es que mírate, eres un Hollow —dice muy feliz al final, tanto que me hace sentir tan sucio por haber deseado toda mi vida ser normal, incluso me hace sentir avergonzado por haberme odiado todo este tiempo. Un vago pensamiento de mi madre viendo esta cinta de video complementen sola en una habitación se aloja en mi mente.

— ¿Rick? —es la voz de mi madre. De alguna forma me hace sentir que se encuentra tan cerca, aunque ahora mismo está tan lejos.

—Nos descubrieron, Joe —dice antes de que la cámara se apague y la pantalla se vuelve a ponerse en negro.

—Joe – me llama el señor mientras apunta con la cámara a un bebé con ropa azul que está acostado en una gran cama.

—Sé que pensarás que no me canso de grabarte, pero es que eres genial —acerca mucho más la cámara.

—Tengo que decirte algo importante Joe y debes escuchar con atención —dice muy serio.

—Papá deberá marcharse, él quiere poder estar contigo el resto de tu vida y atormentarte incluso cuando te hayas casado, pero no podré hacerlo —dice muy melancólico.

—Para que mamá y tu puedan conocer el mundo, papá debe hacer un sacrificio —responde de inmediato.

—Papá debe entregar su alma al ejército, con eso, tú y mamá estarán bien —dice y la voz se le rompe.

—Mamá seguramente dirá que ella te amaba más porque te llevo dentro por tanto tiempo —dice con una sonrisa entre lo que supongo son lágrimas,— pero no creas en todo lo que dice, la edad las termina volviendo apasionadas.

—Te amo, Joe —dice antes de que los ojos color escarlata del bebé miren a la cámara. El bebe en vez de llorar, sonríe.

—Protege a mamá —me pide en forma de despedida. 

Escucho un llanto, pero no el bebé que mira felizmente hacia la cámara, sino son mis lágrimas las que caen sobre el escritorio al empuñar mis manos.

—Lo siento tanto papá, no pude proteger a mamá —intento decir mientras empuño los dientes. Agradezco que la pantalla no vuelva a encenderse porque reproduciría el video una y otra vez. Cuando salgo de la habitación no me despido de Sam y él tampoco lo hace.

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—Joe —me saluda Paul al salir del ascensor.

—Paul —contesto, pero solo quiero que desaparezca.

— ¿Qué hay? —pregunta.

Solo quítate de mi camino.

—Todo bien —sonrío.

Solo por esta vez Joe.

—Escuché que asesinaste personas antes de venir aquí —deja salir con curiosidad.

Dime algo que no sepa.

—Si —respondo en voz baja.

—Parece que no eres de muchas palabras —asegura con una sonrisa.

Hay personas que ni entienden el desprecio.

—Te dejare solo —Continúa forzando amabilidad.

Yo soy quien está tratando de hacer que te vayas.

Cuando se ha ido, en vez de subir al piso de arriba lo que hago es poner el primer piso. La sofocante luz solar me recibe al salir de las instalaciones y mi celular vuelve a tener cobertura.

"Fenómeno, soy yo, tu amada Luz". Incluso en mis más grandes tormentas encuentras la calma en mi interior.

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— ¿Son lindos los chicos? —pregunta Luz al otro lado de la línea.

—Pensé que eras lesbiana —respondo con una sonrisa.

—Joe, por favor —me pide.

Debió poner los ojos en blanco.

—Una chica me vio desnudo —le confieso.

—Pero sigues siendo virgen — me responde y ahora soy yo quien pone los ojos en blanco.

— ¿Cómo lo sabes? —pregunto luego de unos segundos de silencio.

—Te conozco, Joe —asegura con orgullo.

Mucho mejor de lo que yo lo hago.

—Solo espero que no haya sido esa mujer —dice un poco molesta.

— ¿Rubí? —pregunto.

—Maldición, esa mujer ha podido ver lo que yo he tratado de ver por estos cuatro años sin ningún éxito —dice más molesta.

—Espera ¿Qué? —inquiero antes de escucharse un largo silencio, pero se ve interrumpido por el sonido de alguien que acaba de meter la pata.

—Adiós, Joe, recordé que tengo que hacer un largo trabajo, ni te imaginas —dice desesperadamente antes de colgar el teléfono.

Ahora entiendo porque siempre que iba al baño había varios chicos con cámaras, por desgracia para ella y por fortuna para mí, yo no uso baños públicos.

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Esta vez la puerta de Camila no se encuentra abierta cuando llego a mi habitación y tampoco me molesto en colocarle seguro a la puerta puesto que solo le toma unos segundos a Rubí romperlo. Hablar con Luz me hizo sentir bien de alguna manera, a pesar de que no le hable de la grabación.

Sostengo un largo tiempo la cinta de video en mis manos mientras memorizo todo el video en mi cabeza.

—Gracias, papá —le digo a la cinta antes de colocarla sobre el escritorio cerca de mi cama. Solo hace falta una cosa por hacer, aún queda una cadena por romper.

Veo mi vendaje varios minutos. Me siento en la cama mientras rompo el pegante de las vendas y después de tantos años siento mi brazo más libre. Poco a poco comienzo a retirar el vendaje.

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