MAR EN CALMA

Tú eras marea baja, pero marea. Te alejaste de mí como se alejan las olas. Me dejaste en la arena sentada, contemplándote de lejos, y las caracolas por ese entonces se tornaron mohosas, y el sol se volvió insoportable, y el mar, aquel mar donde tú vivías, me supo a nada. Eras marea baja y por eso no me viste partir, paso a paso el sonido de tus olas se fue evaporando.
Eras marea baja, por eso me fui a buscar a montes, a sabanas, a desiertos. Busqué a personas humedecidas con los chubascos de la selva, personas que sabían a vino, personas que vivían entre piedras, personas de otra época. Recorrí siete mundos, encontré un millar de seres en los trópicos, en los glaciales, en las tierras del fuego. Personas diferentes a ti. Me convertí para algunos en la punta de la pirámide, en el agujero del océano; llegué a ser tan importante como el sol de verano en el norte y las lluvias de mayo en el sur. Pero qué mal hice al mirar al cielo. Qué mal hiciste en enviarme una gaviota, y la vi y me recordó lo que dejaba atrás: un mar en marea baja, un mar que cubría la mitad del océano, un mar que esperaba por mí para cubrir el resto. Y entonces poco importó el faraón, el cacique, el zar o el emperador, si allí a lo lejos, en la punta del mundo, un marinero esperaba por mí.
Cuando llegué ya no eras ni marea, tenías para mí apenas un charco de agua, pero cuánto menos yo hubiera aceptado, si con una gota de ti ya hubiera saciado mi sed. Tú puedes ser marea alta, marea baja, charco de agua, gota de rocío, pero para mí, marinero, serás siempre el mar.

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