01 | Bienvenida al Raimon

El balón cruza el campo derribando a mis compañeros a su paso. Tiene tanta potencia que provoca un tornado que arranca el césped hasta rozarme a mí. El impacto es brusco y seco. Acabo en el suelo adolorida, mirando como nuestro portero no tiene nada que hacer contra esa monstruosidad.

GOOOL. Esta es una victoria aplastante. ¡La Royal Academy vuelve a mostrar todo su poderío!— grita el comentarista.

Observo con pesar como el marcador asciende a 13 - 0 con una gran sensación de impotencia. Mis amigos apenas pueden sostenerse y varios están lesionados. En cambio, los del equipo rival sonríen con prepotencia, totalmente ilesos.

— Lo siento mucho, habéis perdido. Recuerdas cómo actúa la Royal Academy ¿verdad?— comenta tranquilamente el entrenador rival.

Lanzo una mirada fugaz a mi tío que parece desesperado en el suelo.

— Sí...— Responde apenado.

El entrenador alza un documento. Siento que el aire que me quedaba en los pulmones se iba. Entonces ¿era cierto? ¿de verdad iba a demoler nuestro instituto?

— Firma. Los perdedores no tienen derecho a nada.— Continúa.

Aprieto los puños, desolada. Mi tío no tenía que hacerlo. No puede hacerlo.

— Eres... Eres... ¡Eres un monstruo!— consigo gritar, rebosante de rabia.

Él clava sus gafas circulares en mí y sonríe.

— Tú. Precisamente tú, eres la que más bajo ha caído.— Contesta sin dejar de sonreír.

Lo miro anonadada, mientras que el capitán contrario da la orden. El edificio principal fue destruido tras el impacto del vehículo. Los cristales de las ventanas se hicieron añicos y las paredes se derrumbaron. Todo se vino a bajo en segundos, formando una gran nube de polvo y escombros. Nuestros rivales abandonaron el campo. La risa desquiciante de Ray Dark es lo último que logré escuchar antes de que todo se volviese negro.

⚽⚡⚽⚡⚽

Unas semanas después...

Camino con la mano derecha en el bolsillo y la izquierda con escayola. Es un poco difícil mantener la mochila solo en el hombro derecho, pero consigo que no se me caiga.

Observo un poco triste los árboles en flor que se ven desde la calle. Me recuerdan a mi antiguo instituto.

En la puerta ya están reunidos una pequeña cantidad de estudiantes, poniéndose al día antes de entrar a clase supongo. Al pasar por su lado, me miran disimuladamente y vuelven a lo suyo.

Con la cabeza baja para no llamar la atención, cruzo el patio hasta llegar al edificio principal. Allí está esperando una chica con el pelo entre castaño y rojizo.

— Hola, ¿sabes donde puedo encontrar a Nelly Raimon?— le pregunto.

La chica levanta la vista y me mira de arriba a abajo.

— Soy yo. ¿Tú eres la nueva?— Pregunta alzando la barbilla.

Asiento con la cabeza y ella me indica que la acompañe por el edificio. Recorremos los pasillos hasta acabar en un aula vacía. Bueno, no del todo.

Un hombre mayor con un traje morado se encuentra en el escritorio junto a la pizarra, ordenando unos papeles. Nelly carraspea para llamar su atención y hablan a solas por un rato. El profesor me mira con lástima y desvío la mirada a la ventana.

Afuera se ven varios chicos hablando tranquilamente y caminando. Uno de ellos me llama la atención. Se trata de un chico corriendo por todo el Instituto gritando "Fútbol Frontier" a toda pastilla.

El timbre suena, sobresaltándome. Nelly se despide de mí y sale de la clase. El profesor se acerca y me coloca una mano en la espalda.

— Lo siento.— Me dice antes de caminar de nuevo hasta su mesa. Yo le susurro un "gracias" y suelto mi mochila sobre un pupitre situado en el fondo.

A los pocos minutos el aula se va llenando. Todos me miran con confusión y hablan con sus amigos. Yo me limito a jugar con mi pulsera y mantener la cabeza baja.

Cuando la clase está llena, el profesor me hace un gesto para que me acerque a él. Me levanto sin hacer ruido y cuando llego a la pizarra coloca su mano en mi hombro izquierdo. Reprimo una mueca de dolor y me muerdo la lengua.

—Os presento a Emily Love. Acaba de llegar y será vuestra nueva compañera a partir de hoy. Me han dicho que vives del instituto Mar de Luna, ¿no es verdad?— Pregunta llamando la atención de todos.

Asiento y tras un par de palabras más vuelvo a sentarme en mi pupitre. Algunos alumnos se me quedan mirando pero los ignoro y saco un cuaderno de mi mochila.

La clase de matemáticas transcurre con relativa normalidad. Pasada una hora suena el timbre y la mayoría de mis compañeros se levantan y se agrupan. Yo prefiero sacar mi cuaderno y ponerme a escribir un rato.

Si se colocan los A-1 en una posición 2-3-4 comprimida se equilibraría la defensa. Pasar a 3-1-4 para contraataque.

— ¿Te conozco?—

Una voz desconocida me asusta, provocando que cierre mi cuaderno de golpe.

Frente a mí se encuentran tres chicos de unos trece o catorce años. Uno de ellos es el chico que vi esta mañana. A su derecha se encontraba otro chico con el pelo crema en punta. Y por último un chico de pelo azul celeste recogido en una coleta.

— ¿Qué? —Logro preguntar mientras escondo con el brazo mi cuaderno.

— Te he preguntado si nos conocemos. Tu cara me suena mucho.— Dice el de pelo crema.

Yo me encojo de hombros. Él también me sonaba bastante. Supongo que nos habremos visto en algún amistoso. O por la calle.

—Me parece que no.—Le respondo un tanto fría.

Él observa con sus ojos color chocolate mi cuaderno y mi rostro durante unos instantes y se rinde. Le veo alejarse hasta la ventana, acompañado por una chica de pelo castaño verdoso. Los otros dos se miran entre sí un instante y luego se presentan.

—Hola Emily, me llamo Mark Evans y soy el capitán del equipo de fútbol del instituto.

— Y yo Nathan Swift. Bienvenida al Raimon.—

Estrecho sus manos y intento concentrarme en mi cuaderno. Cuando veo que no solo no se han ido, si no que además están intentando leer mis notas, cierro el cuaderno de golpe y me giro hacia ellos.

— ¿Por qué seguís aquí?— Les suelto.

Ellos me miran con sorpresa y se alejan un paso.

— Lo sentimos pero... ¿Juegas al fútbol?— pregunta el castaño.

— ¿Por qué lo preguntas?

— Estabas escribiendo tácticas ¿no?—

Frunzo el ceño y recojo mis cosas. No me molesto en contestarle, solo salgo de la habitación en dirección a los jardines.

Paso por una vieja choza hasta acabar en una mini arboleda. Me siento en la hierba, apoyando mi espalda contra el tronco de un árbol e intento retomar el hilo de mis pensamientos.

Después del 3-1-4 llegar hasta línea B y luego pasar atrás. Delanteros pegados bandas. Defensas 3-4. Centrocampista línea A. Supertáctica Flecha de Artemisa.

Me distraigo al ver a una persona delante de mí, mirándome fijamente.

— ¿Tú otra vez, Super Saiyan?— Pregunto al chico de pelo crema.

—¿Vienes del Instituto Mar de Luna?— Pregunta él, ignorando mi pregunta.

Asiento distraídamente mientras dibujo un campo de fútbol de la siguiente carilla. Elevo un momento la mirada por comprobar que está algo frustrado.

—¿Jugabas al fútbol?— Pregunta otra vez elevando su tono de voz.

— Puede.—Respondo, haciendo que me dedique una mirada molesta. Yo sigo dibujando, señalando el nombre de las líneas en los márgenes.

— ¡Eh Axel! ¡Date prisa!— grita Mark Evans desde la cabaña corroída. Varios chicos entran detrás de él.

El tal Axel parece dudar y finalmente se va, dejándome sola.

⚽⚡⚽⚡⚽

He decidido observar el entrenamiento del equipo de fútbol. Siendo sincera, tenía mucha curiosidad sobre cuál era su estilo de juego.

Y de hecho, sus métodos me sorprendieron.

Habían aparcado un camión rojo enorme con una escalera metálica, posiblemente destinado a ser usado para grandes construcciones. En lo alto de la escalera, se encontraba Evans con un montón de balones de fútbol. A sus pies, frente al camión, había un grupo de chicos con el uniforme amarillo y azul.

Me recosté a la sombra para poder observarlos detenidamente.

Evans tiró uno de los balones hacia el suelo. Un chico de pelo muy corto rosa de expresión ruda saltó para recibirlo, pero no lo pudo controlar. El balón volvió a las manos de Evans por los pelos.

— ¡Vamos, más fuerte!— le gritó al pelirosa.

— ¡Venga hombre, lánzala otra vez!

— ¡Ahí va! —

Apunté su número (el 11) en mi libreta y empecé a recopilar datos.

No le sobraba fuerza de salto, si no control a la hora de manejar el balón en el aire. Si colocaba el pie derecho más atrás y aprovechara la propulsión de la pierna izquierda, llegaría a poder tirar perfectamente. Él simplemente se concentraba en llegar a la altura del balón y no en cómo debía posicionar su cuerpo.

Aunque claro, que Mark no calculara correctamente la distancia al suelo y al número 11 no ayudaba mucho.

Después le siguió Nathan Swift, el chico peliazul de esta mañana.

—¡Allá va Nathan, toda tuya!— gritó el castaño.

Justo cuando había escrito el número 2 en la siguiente carilla, apareció un señor mayor junto al camión. Llevaba un largo bigote gris, un mono azul y una gorra. Supongo que sería algo así como el conserje del instituto o algo similar.

Se puso a hablar con los jugadores y no le eché demasiada cuenta. Bueno, hasta que algo me llamó mucho la atención:

— ... Fue como si hubiera vuelto el Inazuma Eleven.— Dijo el hombre.

Deje de escribir y alcé la vista, curiosa. Ese nombre me sonaba mucho...

Al parecer Evans también le había picado la curiosidad, porque siguió preguntando. Los chicos se habían congregado junto a su caseta, formando un semicírculo alrededor del hombre con mono.

Yo me levanté para sentarme más cerca y poder escuchar bien toda la historia.

— Inazuma Eleven es el nombre del legendario equipo de fútbol que tuvo el Instituto Raimon hace unos 40 años. Pero precisamente, cuando estaban a punto de ganar el Fútbol Frontier, les pasó justo aquello...

—¿El qué?— preguntó Evans, leyéndome la mente.

—¡Ah no! ¡Nada, no es nada! De todas maneras fue un equipo increíble. Eran capaces de plantar cara a cualquier equipo del mundo.—

El castaño parecía muy emocionado. Agitó los brazos en el aire y gritó:

—¡Síiii! Es la cosa más chula que he oído jamás. Así que el Inazuma Eleven.

— Eso es. Y precisamente tú llevas en las venas la sangre de ese legendario equipo.

— ¿Se refiere a mi abuelo?

— ¡Claro, sin duda! David Evans fue el entrenador de ese equipo. Creo que jamás he visto a nadie a quién le gustase tanto el fútbol que a él.—

Evans se puso en pie con una sonrisa en la cara.

— Vale, ¡Lucharé para llegar a tener algo como el Inazuma Eleven! ¡Seré como mi abuelo!

—¿Quieres serlo tú solo, Mark?— pregunta Swift, arrancándome una sonrisa de la cara. Evans se giró hacia sus compañeros, que lo estaban mirando entusiasmados.

— Claro que no, ¡lo seremos todos ¿verdad?!

— SÍII.— Gritó el equipo al unísono.

— ¡Nos acabaremos convirtiendo en un equipo igual que el Inazuma Eleven!—

Me levanté de mi cómodo asiento viendo con Evans influía ánimos en su equipo. 

Ya iba siendo hora de irse a casa.

⚽⚡⚽⚡⚽

Cierro la puerta de un golpe. Dejo las llaves en la taza del vestíbulo y subo a mi cuarto. Dejo mi maleta en el suelo y me tiro sobre la cama.

Suelto un largo suspiro y me alargo hasta la mesita de noche para coger mi ordenador portátil. Recorro el borde de la pegatina de balón de fútbol con la yema de los dedos mientras me meto en Skype.

Antes de iniciar la llamada me paso la mano por mi pelo para que no pareciera un nido de pájaros. 

— ¿Papá? ¿Mamá?— pregunto al ver el despacho de mi padre vacío. 

La cámara estaba sobre su mesa, de manera que se veían los paredes blancas con algunos cuadros en el fondo y una silla de trabajo vacía justo en mis narices.

Al cabo de unos segundos apareció mi madre con su vestido azul marino formal y su teléfono móvil a la oreja. Me hizo una seña con su mano libre, indicándome que esperara un segundo. 

—¡Princesita!— exclamó mi padre, aunque no conseguía verlo por la pantalla. 

Giró la pantalla hasta que pude verle la cara. Tenía el pelo perfectamente ordenado, vestía su chaqueta, su corbata favorita y una sonrisa contagiosa en el rostro que no pude evitar copiar a pesar del apodo.

— Papá, ya te he dicho que no me llames así. No tengo 5 años.

— Cómo si los tuvieses. Siempre serás mi princesita. Bueno, dime, ¿cómo te ha ido en tu primer día en el Raimon? ¿Se han portado bien contigo?— me pregunta sin borrar su adorable sonrisa. 

— No ha estado mal. Le he echado el ojo al equipo de fútbol, pero no sé si estoy preparada todavía. Me quedan dos semanas más y luego me quitarán la escayola, así que tengo tiempo de sobra para pensármelo. 

— Ya veo. Oye... No pasa nada si decides no apuntarte. Lo entenderemos. 

— Lo sé, papá. Creo que debería empezar a ponerme al día con los estudios y eso. 

— ¿No vas a hablar con mamá?

— Ahora está un poco ocupada. No pasa nada. Te llamaré luego.

— Está bien, mucho ánimo. Te quiero, princesita.

— Yo también te quiero. ¿Y que te he dicho sobre lo de llamarme Princesita?— Intento parecer seria, pero se me escapa una sonrisa de lado. 

Mi padre me sonríe y se despide lanzándome un beso antes de colgar.

El silencio vuelve a reinar en el apartamento hasta que termino los deberes de matemáticas y sus respectivos apuntes.

Cuando creo que ya lo tengo controlado lo guardo todo en la mochila y bajo a la cocina. Busco mantequilla, pasta y sal y coloco un cuenco llevo de agua a fuego lento.

A los pocos minutos me sirvo un plato de espaguetis con tomate frito. Después de recogerlo todo me doy una ducha y tras ponerme ropa más cómoda, decido dar un paseo por la Rivera. 

Antes evitaba ese sitio porque andaba con otra gente pero ahora podía ir bajo mi cuenta y riesgo. Por fin podía saciar mi curiosidad. 

No tardé demasiado en comprender porque mis antiguos amigos evitaban pasar por este lugar.

El Raimon también entrenaba allí. Seguían llevando sus uniformes amarillos y azules.

Dos chicos estaban intentando coordinarse, pero fallaron estrepitosamente, quejándose del dolor. Por otra parte a un chico pelinaranja se le cayeron dos balones de fútbol del pelo. Y un tercero empezó a dar vueltas como una peonza descontrolada hasta que se le puso la cara verde. 

Estuve un rato riendo discretamente por las ideas que se les ocurrían a estos chicos. ¿"Trueno saltarín?" "¿Sombra pelosa?" "¿Peonza Wallside?" ¿En serio, chicos?

Perdí la noción del tiempo y me sorprendió bastante ver como el cielo se teñía de tonos rosa, naranja y rojo. Algunas nubes surcaban el firmamento, también coloreadas de tonalidades suaves. Era muy bonito.

Vi que los chicos también estaban empezando a recoger así que me levanté del césped y me dirigí a mi apartamento. 

Una vez allí, guardé las llaves y me puse el pijama. No tenía mucha hambre, así que me fui directamente a la cama. 

Estuve leyendo un buen rato hasta que el cansancio me venció y cerré los ojos.

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