CAPÍTULO 35
'La princesa del pueblo: Parte 1'
Ebrah Diphron.
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Hace 26 años, Ebrah tenía 9 años, 25 de diciembre, año 1855.
Correteo por los pasillos del castillo Diphron, ilusionada por que ya es de día y ya estarán mis regalos en el árbol de Navidad.
Bajo las escaleras a toda velocidad con mi padre gritándome por detrás que tenga cuidado.
—¡Cómo te caigas me enfado! —oigo refunfuñar a mi madre y me quedo esperando a que los dos bajen las escaleras. La tripa de mi madre está muy grande y le cuesta andar.
—No me voy a caaeeeeeeeeeeeeeeeeer... —blanqueo los ojos, quejándome. —¡Vamos, mami, papi, daros prisa!
—Estoy a un mes de tener un bebé, Ebrah. Tenme paciencia —ríe mi madre, la mujer más guapa de este país, María-Juliette Antoinette de Diphron, mientras baja por las escaleras agarrándose a la barandilla. —, por favor, o sino tendré al niño aquí mismo.
—¿Ya habéis decidido su nombre? —digo, dándome la vuelta cuando mis padres ya han llegado al piso de abajo, mi padre coloca una mano en la espalda de mi madre y comienzo a corretear hacia el salón, bajando la pequeña rampa que está en la entrada.
—¡Ebrah, cuidado! —me grita mi padre, paso por la cocina, donde trabaja Gilda.
—¡Jovencita, mira por donde vas! —me grita la cocinera cuando casi me choco con una de las esculturas que hay en el comedor.
—¡Perdón!
Derrapo con los pies hasta llegar al Salón Real, el gran sofá aguarda y el gran árbol de Navidad con todas las luces encendidas me recibe cuando salto desde atrás hacia adelante, aterrizando en el sofá.
Me levanto de inmediato correteando hasta el árbol, viendo los miles de regalos con todo tipo de envoltorios que hay.
—¿Todos para mí? —me giro para observar a mis padres, detrás mía.
—No, cariño. —ríe mi padre, suavemente. Mi madre lo mira, sorprendido. —Los del envoltorio azules y verdes son para tu próximo hermano. —mira a mi madre, que le sonríe. —El dorado es para tu madre. Y el resto ya son tuyos.
—¿Como lo sabes?
Como si fuera un secreto, mi padre se agacha y me susurra.
—Papa Noel me lo ha contado, cariño.
—¿Hablaste con él?
Isaac asiente con la cabeza.
—Sí, y me dijo que ibas a adorar los regalos.
Antes de coger los regalos, corro hasta ellos y mi padre me alza en brazos, abrazándome y uniendo a mi madre en el abrazo paternofilial.
Segundos después, me bajan y corro de nuevo al árbol, cogiendo únicamente los que mi padre ha dicho que son míos, mientras mi padre recoge los suyos y los de mi hermano para sentarse a abrirlos.
—En cuanto a lo que has preguntado antes... —comienza mi padre cuando ya estamos los tres sentados en el sofá. Me detengo y los miro, ansío saber el nombre de mi hermano, el futuro rey de Guiena, ya que yo no puedo ser reina si hay un hombre por delante.
—Sí, ya tenemos el nombre de tu hermano. —completa mi madre la frase.
—¿Cual?
Se miran entre ellos para crear expectación, antes de decir el nombre que tanto anhelo saber.
—El nombre de tu hermano será Jason, cariño. Jason Diphron. —me informa mi madre, sonriéndome.
Analizo el nombre en mi cabeza...
<<Jason Diphron, rey de Guiena>>
—Queda muy bien. Suena con fuerza. —los abrazo de nuevo, el nombre de mi futuro hermano es precioso. Jason Diphron. —Ahora sí, los regalos.
Abro el primero que encuentro y tiro de los lados rompiendo el envoltorio y sacando una caja enorme.
Abro la boca haciendo un sonido de sorpresa ante la expectación de mi primer regalo; un enorme caballito blanco de madera, dividido por piezas que supongo que habrá que montar.
—M... ¡me encanta! ¡Era una de las cosas que yo quería!
Observo sonriente a mis padres.
Paso la gran parte de la mañana hasta el mediodía abriendo regalos, jugando con ellos y charlando con mis padres.
—¡Gilda! —mi padre llama a nuestra mejor asistenta, que lleva aquí un montón de años.
La mujer aparece por la puerta del salón a los pocos segundos.
—¿Sí, Majestad?
—Recoja todo esto cuando pueda, ¿sí? —le indica que recoja todos los envoltorios que he dejado por ahí, rotos.
—Claro, voy por una escoba y un recogedor.
—Bien.
La mujer desaparece y me levanto agarrando todos mis juguetes, cajas de muñecas, casas, ponis de madera, y muchos más. Dispuesta a irme, la voz firme de mi padre me detiene.
—Espera, hija. —dice, levantándose. Me giro para mirarlo y su cuerpo tan alto se mueve hasta el árbol, de donde saca una carta. ¿Qué? ¡No la había visto! Se acerca hasta mí y se agacha, dándome la carta. —Esto es un regalo para ti también.
Suelto todo al suelo sin cuidado alguno, por suerte las cajas lo protegen y agarro la carta, rompiendo el sobre para sacar una carta con unas letras muy bonitas y muy finas.
La leo en alto.
Yo, Isaac Diphron, escribo esta carta frente a un notario, Bernardo Sinestesy de la Agencia Notarial de East Plate, capital de Guiena, para obsequiarle a mi hija, Ebrah Diphron, de ahora nueve años, el poder absoluto y la soberanía del municipio de Wardrobe en la comunidad de Bahía Blanca.
A partir del día en que tengamos la firma de la susodicha, desde ese mismo día, el control de Wardrobe, municipio número 7 en la lista municipal de la región de Bahía Blanca, quedará por completo en manos de la joven.
Firma del donante de la tierra:
Firma del notario:
Firma de la recibidora de la tierra:
¿Eing?
Todas las firmas están puestas, sólo falta la de la recibidora de la tierra...
—Papá, no entiendo...
—Ay, Ebrah. De verdad. —se queja Isaac.
—¿Porque se la pones en lenguaje antiguo? —le riñe mi madre.
—¡Porque es un contrato oficial! —la mira a ella para luego mirarme a mí. —Ebrah, cariño. Te estoy nombrando la princesa de Wardrobe, el municipio al que te gusta ir a visitar esas vaquitas que compramos hace tiempo. Si pones ahí tu firma, toda esa tierra será tuya.
La ilusión me entra por los oídos recorriendo toda mi anatomía cuando entiendo a lo que se refiere.
¡Yo! ¡Puedo ser una princesa, yo!
Ahora mismo no hay heredero de la corona pero cuando nazca Jason lo habra y será él.
—¿Yo? ¿Princesa de mi propio territorio? —mi padre asiente, dándome un boligrafo que agarro rápidamente. —¡Sí, quiero ser una princesa! —hago el garabato que me han enseñado durante tanto tiempo ha hacer. —¡Como Ariel! ¡Como Mérida! ¡Como Rapunzel, como La Bella! ¡Sí, sí, sí!
Me lanzo a los brazos de mi padre cuando termino el garabato, confirmando que a partir de ahora soy la princesa de uno de los municipios más importantes del país. ¡Sí!
⟳
Un mes después, 26 de enero de 1856.
Desde aquel día en Navidad que mi padre me nombró Princesa de Wardrobe, he dejado de aprender las cosas normativas de la escuela, aprendiendo todo en tiempo récord, aprendí a escribir y construir frases con fluidez y vocabulario, conjugar verbos, divisiones, ecuaciones, síntaxis, biología, todo, en un tiempo menor de un mes para poder dedicarme a lo que estudio ahora por ser princesa: Leyes.
Deseo que las clases terminen ya, quiero hablar con mi madre que se ha puesto de parto... hace ya muchas horas.
Ha sido un verdadero suplicio, la misma tarde que fui Princesa empecé con los estudios porque era necesario empezar ya con leyes; así que me enseñaron lo más básico. Tardes y tardes estudiando cosas que se estudian a los quince años, teniendo nueve.
Cuando me aprenda las leyes, volveré al estudio normativo.
Apunto en mi cuaderno lo que la profesora pinta en la pizarra con la tiza.
Ley 1442 del artículo 15B del segundo tomo del libro legislativo guiénes, vigente desde 1727:
Cualquier acto y delito sexual sin consentimiento deberá ser penado según su gravedad psicólogica de 30 a 70 años, cadena perpetúa o pena de muerte. Regente en todos los municipios de Guiena.
Resoplo al leer pena de muerte. Me parece que todo el mundo tiene derecho a reinsertarse en la sociedad después de haber pasado una buena pena, pero matar me parece exagerado.
—Jennier. —llamo a la profesora. —¿Que tendría que hacer para quitar parte de esta ley en Wardrobe?
La profesora se gira y me observa.
—¿Que parte?
—La pena de muerte.
La mujer se baja las gafas a la nariz, observándome.
—Tendrías que hacer una ley nueva con regencia única en tu municipio y que tu padre y todos los príncipes de cada municipio la aprueben. —asiento al oírla, apuntándolo en mi libreta. —¿Quieres hacer eso? ¿Quitar esa ley?
—No, no quiero quitarla. Solo quiero quitar la pena de muerte.
—¿Por qué?
—Porque creo que todo el mundo tiene derecho a una segunda oportunidad. Imagina que estabas en estado de embriaguez o bajo los efectos de las drogas y cometiste un delito sexual.
—Mira, Ebrah. —se sienta en frente mía. —Imagina que un hombre, enfermo de la cabeza abusa de una menor y la deja traumada de por vida. —comienza a narrar. —Que es incluso su familiar, la joven queda con pesadillas, no pudiendo dormir, teniendo miedo cada vez que abren la puerta de su cuarto... —su voz se quiebra ligeramente mientras parece que estuviese contando su historia.
<<Que esté tan tranquilamente por la calle y el mínimo de contacto le haga revivir en su mente ese momento de tortura, de dolor, de asco. —dice, ahora con ira. Mi mente comienza a atar hilos. —Imagínate que encima, tiene que verle la cara cada Navidad. Porque cuando contó lo que había pasado, le dijeron que estaba exagerando. Que estaba mintiendo, que era una embustera. Y que no vaya a la carcél ni pague por haberte dejado un trauma crónico, que por culpa del acto de ese ser deleznable, le tengas miedo a los hombres.
<<Que temas cada vez que estás a solas con uno, aunque tengas ciega confianza en él. Porque también tenías ciega confianza en el hombre que abusó de ti. Por eso la pena de muerte es necesaria. Para no ver más a esa persona porque ya no está en este mundo. Porque si fue capaz de hacerle eso a una familiar, lo haría con cualquier otra.
Termina de hablar, secándose una lágrima solitaria que caía por su mejilla.
—Jennier... —siento lástima porque mi profesora haya tenido que pasar por eso. Siempre la vi como una vieja cascarrabias, entiendo que le haya dado rabia lo que he dicho, pero no sé...
—Da igual, Ebrah. —me detiene. —Sigamos con la clase. ¿Sí?
Asiento con la cabeza y se levanta para volver a la pizarra.
Resoplo y apoyo mi cabeza en mi mano. Toda la angustia que esta mujer debe haber pasado... me toca el corazón.
Alzo la cabeza cuando recuerdo que hoy mi madre se ha puesto de parto hace unas horas y no sé nada de ella. Miro mi reloj de oro fino rosado.
Las 16:09. Se puso de parto a la madrugada, sobre la 01:00.
—Mmm, Jennier. —detengo a la profesora, que empezaba a apuntar la ley 1443 del artículo 15B, parte uno. —¿Tomémonos un descanso, sí? Nos hace falta a las dos. Hoy la reina consorte se ha puesto de parto y necesito saber algo de mi progenitora. Y así tú podrás sacar todas esas cosas de tu cabeza, ¿sí? Démonos veinte minutos.
La mujer asiente, apoyando las manos sobre la mesa y agachando la cabeza. Como signo de que estoy con ella, acaricio su antebrazo.
No reacciona y decido dejarla sola saliendo del cuarto de estudio que me han habilitado.
Bajo las escaleras del segundo piso y cruzo el umbral de la puerta que da a la cocina y al pasillo que da al Salón Real.
—¿Gilda? —llamo a la sirvienta. —¿Donde estás?
Doy una ojeada en la cocina y en la sala de estar, incluso en su cuarto y no está. Tomo rumbo hacia el Salón Real, cruzo el pasillo con forma de 'L' que está al final de sala de estar, girando la esquina y escuchando un grito en el Salón Real.
Acelero el paso y entro al salón, encontrándome a Gilda al teléfono privado de La Casa Real, con la mano en la frente y con las lágrimas deslizándose por sus mejillas.
—¡Gilda! —corro hacia ella. —¿Qué pasa?
La mujer alza la mirada y deja el teléfono. Mi corazón empieza a latir cuando se lanza a mis brazos, acunando mi cabeza entre sus brazos y llorando contra mi.
—Gil... Gilda... —tartamudeo con el corazón latiendo con fuerza contra mis oídos, aporreando mis costillas tanto que duele. —¿Q-qué...?
Se separa de mí, balbuceando, tratando de decirme algo, me temo lo peor pero tengo la esperanza de que no sea lo que estoy pensando. Trata de calmarse para decirme que pasa.
—Ebrah... de verdad...
—Gilda. —quito sus manos, que estaban a cada lado de mi cabeza. —Dime ya que está pasando.
Comienzo a respirar agitadamente cuando se quita las lágrimas y sorbe con la nariz.
—Ebrah... lo siento mucho... la señora Marie Antoinette... la reina consorte... —balbucea y las lágrimas caen de nuevo. Siento mi corazón explotar cuando oigo el nombre de mi madre. —Ha muerto en el parto, Ebrah...
Lo que no le convenía al mundo, lo que no le convenía a Guiena, lo que no nos convenía a nadie... La muerte de la reina consorte de Guiena era algo que nadie quería que sucediera.
Marie-Juliette Antoinette Revâille de Diphron, la reina consorte del país, acaba de morir, mi madre, mi confidente, la mejor madre que podría tener, la reina de los corazones de este país, adorada por todo el pueblo, acaba de morir en el parto de mi hermano.
Mis piernas tiemblan y me siento desfallecer y mis rodillas chocan contra el suelo, caigo de rodillas y siento las gotas saladas deslizarse por mis mejillas, un grito está desgarrando mi garganta al igual que mi corazón se desgarra al enterarme de que mi madre, la mujer que me dió a luz, ha muerto.
—Dime que es mentira, Gilda... —lloro, arrodillada y apoyada en el suelo. Siento la mano de nuestra empleada encima de mi espalda, frotándola en señal de pena. —¡Dime qué es mentira y que está bien!
—Ebrah, de verdad... lo siento, la reina ha muerto...
—¡No! —grito, iracunda, triste, enfadada. —¡No está muerta!
—Lo siento mucho...
Vuelvo a caer contra el suelo y la sirvienta trata de calmar mi tristeza frente a la muerte de mi madre.
—¿En qué hospital están? —pregunto intentando recuperar el aire.
Gilda parece pensar durante unos segundos, siento que hiperventilo, no puedo respirar, la taquicardia me toma por completo y me siento con la ayuda de la sirvienta.
—Princesa, cálmate, cálmate, porfavor. —dice, sentándome y haciéndome señas para que calme la respiración. —Están en el Guiena Clinical Hospital, el mejor de la ciudad.
—Lla... —no puedo respirar y me cuesta hablar. —Llama... a... llama al chófer. Que me lleve... allí... —intento respirar y calmarme. —ahora mismo. ¿El niño esta vivo?
Veo como asiente, lo que me calma relativamente.
—Bien, princesa... —contesta. —¡Lander! ¡Ven ahora mismo! ¡Prepara el coche!
⟳
Con las lágrimas cayendo sobre mis mejillas, con la mano de Gilda en el coche, tumbada en la limusina, con la alarma real activada, Lander conduciendo a través de las calles de la capital a toda velocidad...
—Ya, ya, ya pasó. —mi cabeza está contra el pecho de la sirviente que viene conmigo. —Saldremos de esta.
Me desato a llorar de nuevo y en menos de cinco minutos llegamos al gran hospital y clínica de Guiena, que solo atiende los rangos más altos debido a que es privado.
Bajo de la limusina con la prensa en la puerta. Los flashes me atacan y el chófer mueve a la gente mientras que yo avanzo ignorando las preguntas, los flashes, todo para intentar entrar.
<<¡Princesa!>> <<¿Por qué llora, princesa de Wardrobe? ¿Acaso está bien la reina consorte? ¿Ha muerto? ¿Como esta el heredero al trono?>> <<¡Dios mío, que calamidad! ¡La reina consorte de Guiena ha muerto!>>
Entro al hospital con la ira hirviendo en mi sangre, estos... hijos de la gran puta de la prensa amarilla no les importa que somos personas, seguimos siendo humanos con sentimientos aunque seamos monarcas y no les importa nada, solo el cotilleo, el morbo, el salseo, todo.
Los ignoro y Johannes Avik me espera en la entrada del hospital. Veo gente entrar y salir por la puerta trasera ya que la principal está bloqueada por esos malditos periodistas.
—Princesa de Wardrobe. —me saluda, se reverencia y veo sus ojos cristalizados. La muerte de mi madre va a paralizar el mundo, lo tengo asegurado. Es una mujer ícono que todo el mundo adoraba por reinar con el corazón y no con la cabeza. Así como lo seré yo. —Están en el séptimo piso.
Andamos por el inmenso edifico y subimos los siete pisos y mi corazón esta desbocado, roto, dolido, quiere que todo esto sea una 'fake new' y mi madre esté viva junto a mi hermano.
Llegamos al piso.
—Habitación 113. —dice Johannes y comienzo a corretear, mirando los números de cada habitación.
<<106, 107, 108, 109, 110, 111...>>
En pocos segundos encuentro la puerta 113. Parece mucho más imponente de lo que es. Me empequeñezco ante ella antes de abrir con otra lágrima bajando por mi mejilla.
Abro la puerta para encontrar un panorama triste cuanto menos.
Mi padre, frente a la camilla, llora contra la mano de mi madre, tapada con una sábana. Cierro la puerta.
—Papá. —lo llamo. Hay una enfermera revisando al pequeño en otra parte de la sala.
Se gira para mirarme.
—Hija... ¿q-qué haces aquí...?
—¿Tenías pensado decirme que mamá se había ido a cuidar ovejas al reino de los cielos? —digo, irónicmente. Ando lentamente hasta él. Esta de rodillas, así que lo abrazo acunando su cabeza contra mí. Llora y hago lo mismo en silencio, sé que Isaac amaba a Maria Antoinette, y debo ser fuerte. Debo llevar a mi padre por el camino de la superación mientras yo hago lo mismo en silencio. —¿A que hora ha sido?
—A las 14:54. Hora exacta. —mira fijamente al cadáver bajo las sábanas. —¿Gilda?
Sé a lo que se refiere, Gilda ha sido una persona muy importante para él, para mí, y para mi madre.
—Sí. Está afuera. —digo, en un susurro.
—¿Quieres verla?
Le miro, la enfermera, calmando al niño, que previamente lloraba, nos mira, apenada.
—Me lo llevo a las cunas, ¿sí? —dice, yéndose de la sala.
—Bien.
Cierra la puerta y quedamos solos de nuevo.
—¿Quieres verla o no?
Miro a mi padre de nuevo, asiento con la cabeza.
Quiero ver el rostro de la persona que más he amado en su último momento de vida. Muchas personas odiarían al bebé porque lo culparían; yo no, lo amaré con todo mi ser, es el mejor recuerdo de mi madre.
Mi padre asiente a modo de aceptación y mueve su mano hasta el inicio de la sábana, deslizandola hacia abajo.
Revela el rostro de mi madre, lo que me hace romper a llorar. Sus orbes, de ese marrón claro, ahora están tapados por sus párpados, que no volverán a revelar sus ojos.
Sigo llorando y siento a mi padre apretarme contra él.
—Se desangró. —inicia él, lo siento tragando con fuerza. —Hubo muchos heridas internas y no pudieron frenar la hemorragia.
Lloro contra la chaqueta de mi padre durante unos minutos. Vuelve a tapar sin dejarme más.
Cuando siento que ya no puedo más, me separo de él.
—Confirma la muerte de la reina a la prensa y metete en el coche. No tardaré mucho en ir, iré por Jason. Hazme caso. Vete ya, necesito algo de tiempo.
Asiento. Salgo del cuarto con el corazón roto, me palpitan las sienes.
—Johannes. —lo llamo, está sentado en frente de la puerta. —Confirma a la prensa la muerte de la reina consorte.
Siento mi corazón romperse al decir eso.
⟳
Días después, los noticieros se han llenado de titulares llamativos.
'Muere la reina consorte, Maria-Juliette Antoinette Revâille de Diphron, la mujer que tuvo a su primera hija a los 16 y su segundo a los 26, lo que le ha causado la muerte.'
'¿Hay algo más detrás de la muerte de la reina consorte? ¿Muerte de parto? ¿Asesinada? ¿Callada por la monarquía?'
'La historia de Maria Antoinette Revâille De Diphron, la repudiada por la corona'
Y así, todos los periódicos nacionales e incluso internacionales han hecho noticia la muerte de mi madre.
Repaso las partes internas del sistema digestivo como Jennier me ha indicado que haga.
Estoy harta. Me levanto y salgo del cuarto y me dirijo hacia la habitación de mi padre.
Cuando llego, entro sin tocar para encontrarlo meciendo a Jason entre sus brazos, sentado al lado del tocador de mi madre con sus cenizas en frente. El velorio y el funeral fueron lo peor.
—Hola, padre. —llevamos siete días desde la muerte de mi madre. Nuestra relación ha cambiado drásticamente en este poco tiempo. —¿Qué tal?
Se gira. Las ojeras han crecido sin disimulo, la barba ya no es solo una sombra y sus ojos denotan cansancio. Aunque no ha asistido a ningún evento real que tenía planeado, se ve que extraña a mamá.
—Normal. No tengo un estado de ánimo definido. Al igual que un motivo de vida. No están definidos.
—Tienes que empezar a salir, papá. —digo.
—No quiero. Y menos sin Maria Antoinette.
—Tu madre es una persona que jamás voy a poder superar. —dice, meciendo a Jason. Recalca la palabra 'tu', lo que no hace más que causar dolor en mis adentros.
—Lo sé, padre. Yo también la amaba, te lo recuerdo.
—No lo pareciera.
¿Como osa decirme eso?
—¿Perdón?
—Lo que oyes, Ebrah. Estas tan tranquila, viviendo tu vida, estudiando...
—¿Cómo quieres que esté?
—¡Llevando un luto!
—¿Así como tú, que pareces un exconvicto?
—¿Perdón?
—¡Estoy tirando del carro yo sola! —exploto. Me parece alucinante que me diga que no quería a mamá. —¡Solo que yo sufro en silencio, porque sino esta monarquía se derrumba!
—¡Eso es mentira! ¡La gente debe entender que acaba de morir la reina consorte!
—Tienes veintiséis años y eres un iluso siendo rey, papá. ¡Tengo nueve años y estoy tratando de darle la normalidad que ha perdido esta familia! ¡Porque no, no, papá! ¡La prensa no entiende que se acaba de morir tu mujer! ¡Mi madre! ¡No entienden nada! ¡Pero es lo que hay, hay que asumir que mamá esta muerta y debemos seguir adelante...!
No puedo decir nada más porque de repente mi cara se gira hacia un lado, y me pica. Me ha abofeteado. Mi padre me ha pegado.
Giro la cara de nuevo y sin decir nada, salgo de su cuarto. Que le den. Me he cansado de intentar ser la hija perfecta, la mejor.
Soy conocida como 'la princesa superdotada', me he cansado de que sea así. Quiero disfrutar de mi niñez.
⟳
11 de diciembre de 1860. Cuatro años después.
Día de la Fiesta de los Reinos.
Ebrah tenía 14 años.
Alisto mi vestido y me observo al espejo, preparándome para la Fiesta de Los Reinos.
Esta famosa fiesta, celebrada una vez cada cuatro años, recibe a todos los monarcas de los países donde reina una monarquía, cada año en un lugar distinto de estas monarquías y celebran allí esa fiesta para elegir el siguiente lugar donde será celebrado.
En 1856 la celebramos en Portugal, en 1852 en Camboya, en 1848, en Marruecos...
Y este año le ha tocado a Guiena.
—¡Ebrah! —oigo a mi padre llamarme al otro lado de la puerta. —¡Vamos!
Al ser su hija, tengo que ir con él. Jason se quedará con Drake, y yo iré con él.
Nos reuniremos todos los monarcas principales de cada país que tiene rey.
—¡Voy! —respondo.
Agarro mi bolso y meto todo lo necesario.
Desde que mi madre murió mi relación con mi padre ha descendido cuesta abajo y sin frenos.
Pero tengo que ir con él a esto, así lo hacíamos cuando Maria-Juliette estaba viva, toca seguir la tradición.
Poco a poco he superado que ya no está aquí. Ha sido complicado pero han pasado ya casi cinco años desde que fue, así que ya lo he superado.
A mi padre le costó más, juró de todas formas que jamás volvería a enamorarse ni a tener una relación duradera y que jamás conseguirá otra reina consorte.
Salgo de mi cuarto apartando todos estos pensamientos tristes de mi cabeza, lista para disfrutar de La Fiesta de Los Reinos.
Bajo las escaleras y salgo del Palacio Real, dirigiéndome hacia la limusina que ya me espera.
Ignoro todos los papparazis que siempre acechan el Palacio y entro a la limusina.
—Buenas, buenas. —entro a la limusina con energía.
Mi padre, sentado en frente, me mira de arriba a abajo.
—¿Qué haces así vestida? —me riñe mi padre al verme.
—¿Cómo estoy vestida? —regonzo. —¿Qué haces así vestido tú? Pareces un payaso de feria.
—Y tú una fufurufa de esquina.
—Me alegra eso. Solo llevo un vestido, deja tu misoginia.
Desde que murió mi madre, Isaac es un hombre completamente distinto. Ya no es un padre amoroso, querido y cariñoso; ahora es un rey sin sentimientos ocupado nada más por su bien y sus riquezas, y si le pilla de paso, por la salud nacional.
—No es misoginia. Vamos a un evento formal, no al parque de botellón.
—¿Me estás queriendo decir algo? —ladeo la cabeza.
—Tú sabrás.
—Esto tiene que ser una broma. —me quejo. —¡Ni siquiera me dejas salir, papá, Dios mío!
—A saber qué te habría pasado si te hubiese dejado salir. Si ya eres así de rebelde de normal no me quiero imaginar si te dejase pisar la calle.
Mis ojos se inundan ante sus feas palabras. No me rijo por un libro de normas, por un libro que indique que es mejor para mi economía ni para mi imagen. Y eso le molesta. A eso se refiere con 'ya eres así'.
—¿Soy así?
—Sí.
—¿Como soy yo? —pregunto lo que ya sé, mirando por la ventana. El Festival de Los Reinos es en el Palacio Wellers, uun Palacio público de reuniones, en lo alto de East Plate, estamos subiendo la montaña.
—Una copia barata de tu madre. Que quería ser la reina del amor y de la paz. Que no piensa con la cabeza, que se deja llevar por sus sentimientos y por su corazón.
—¿Por eso me odias? ¿Eso es malo, papá?
Me mira, inexpresivo.
—En la monarquía si es algo malo.
No responde a mi otra pregunta y dejo de mirarle devolviendo la mirada al paisaje de fuera, alguna lágrima cae por mis mejillas pero la limpio rápidamente.
No hablamos nada más y llegamos al Palacio de Wellers. Me preparo mentalmente para la noche y para lo que se viene.
⟳
La noche ya ha caído y el Día de Los Reinos es completamente una discoteca; una excusa de los reyes para alcoholizarse todos juntos y fingir fuera que se han reunido para el bien de las monarquías débiles.
Pero existe un contrato de confidencialidad de lo que pasa aqui dentro.
Observo al rey de Camboya pasear junto a mi padre y junto al rey de Marruecos y una copa en la mano. La música de fondo, Wonderwall, Oasis, resuena por todo el salón del Palacio de Wellers.
Quería animarme hoy, salir a bailar, disfrutar de la noche, sin embargo, las palabras de mi padre han arruinado mi día, no deberían hacerlo, pero lo han hecho.
Tomo de mi zumo frutal y veo que un chico se acerca, sentándose a mi lado.
—Buenas, buenas. —lo miro de reojo cuando se sienta a mi lado.
—Mmm... sí, hola. —Joder, Ebrah, que borde. —¿Qué pasa?
—Oh, nada. —contesta, separándose un poco al verme a la defensiva. —Sólo que te vi aquí aburrida, como yo... y no sé, vine a hablar contigo. —me sonríe y me tiende la mano. —Soy el hijo de algún hombre que reina en Europa. ¿Le gustaría jugar a adivinar cuál?
<<Conque hijo heredero de algún lugar, eh?>>
—Hola, soy Ebrah Diphron, Princesa de Wardrobe. Hija del rey de Guiena. —le doy mi mano. —Y... sí, no has visto mal. Aquí, aburrida. Dándole a los pensamientos, ni en fiesta descanso.
—Entiendo. —se pone a mi lado, se tumba en la silla. —Mira, ese es mi padre. El que está ahí.
Señala con la cabeza un señor calvo, con bigote y rechoncho, que sostiene un cigarro rosa del que fuma mientras ríe. Desprende un olor un tanto fuerte y toma de su trago. Ya sé de dónde es.
—Madre mía. —río, mirando al atractivo joven. —Ese es el mío.
Señalo a mi padre, que se pasea como los tres mosqueteros con el monarca marroquí y el camboyés.
—El famoso Isaac Diphron. —dice. —Dios, que aburrimiento de lugar. 9 horas de avión para esto. Nunca me ha gustado el Día de Reinos.
—A mí tampoco. Antes solía ir con mi madre y fui a los dos últimos. En enero, el 26, hacen cinco años que murió.
—¿Ya? ¿Cinco años que murió la reina consorte guiénesa?
—Sí. —murmuro en un hilo de voz.
—Mis completas y eternas condolencias, Princesa de Wardrobe. Era un ícono de la sociedad, la reina de los corazones de todos. —asiento con la cabeza, aceptando su duelo. —Mi madre no ha querido venir. Se ha quedado en el país para... no sé, cometer sus fechorías.
Río ante su comentario y lo miro, sonriente. Este chico está animando mi noche.
—¿Es muy fiestera la reina consorte de su país?
—No lo sabe usted bien, Princesa. —dice, negando con la cabeza.
—Bueno, a cada uno le gusta lo que le gusta. A mi padre le gusta el dinero, —comienzo, provocando su risa. —aunque yo creo que es algo normal siendo rey.
—La verdad es que sí. —ríe, mostrando esa sonrisa de dientes perfectos.
Dejo el zumo en mi mesa, me ha caído bien el futuro heredero al trono astrohúngaro pero las necesidades fisiológicas me llaman.
—Voy al baño un momento, Príncipe de Astrohungaria.
—Aquí la espero, Princesa de Wardrobe.
Me guiña un ojo y me levanto de la silla para ir al baño buscándolo entre los pasillos del Palacio.
⟳
Oigo a alguien moverme, tratando de despertarme.
—Ebrah. —oigo a alguien llamarme a lo lejos, como si estuviera a miles de metros de mi. —¡Ebrah!
Me despierto del tirón y el dolor de cabeza me ataca cuando me despierto en una habitación del Palacio de Wellers.
—¿Pa...pá?
—Sí, soy yo. —contesta, gruñón como siempre. Dios mío, ¿qué ha pasado? Miro a mi alrededor y no hay nadie, nada más que la cama en un cuarto blanco. —Nos vamos.
—Espera, papá. ¿Qué ha pasado?
Mi padre, que ya se había girado, me mira, sorprendido.
—Hija querida, ¿te pasaste de zumos, que no recuerdas que pasó?
—No seas bobo. —gruño. —Fui al baño y luego volví... pero ya no recuerdo nada más. —me doy cuenta de que tampoco recuerdo el nombre del chico con el que estuve hablando ayer, por mucho que haga memoria, pero no lo doy importancia.
—Mezclarías el zumo con alcohol. Nos vamos.
—¡Papá!
—¿Qué?
—¿Qué pasó ayer?
Oigo a Isaac resoplar, hasta que se gira violentamente hacia mi. Toma mis brazos.
—Mira, Ebrah. Puedo darte lo que quieras, dinero, casas, chalets, otro príncipado, lo que te dé a ti la gana sólo para que estés consentida, ¡lo que sea! —me grita, me estremezco ante el tono de su voz. —Pero yo, ¡no.soy.a.di.vi.no! —separa la palabra por sílabas. —¡No puedo decirte las guarrerías que harías anoche, porque eres igual que tu madre, igual de...!
No lo dejo terminar cuando mi mano, que ya picaba, sale disparada contra su cara y el sonido de choque en el cuarto es lo último que se oye.
Acabo de abofetear a mi padre. Yo. Y, no sé porque, siento que no me arrepiento de nada.
Me levanto agarrando mi ropa rápidamente, me tapo para que no me vea y salgo de la habitación para vestirme, sin darle tiempo a mi padre a decir absolutamente nada.
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7 de enero de 1861.
—Nada, no hay ni rastro de periodo, Gilda.
Salgo con el agobio sobre mi cabeza.
—¿No?
—Nop. —me siento en la silla, esperando a que la empleada me dé mi desayuno. Acabo de salir del baño, comprobando de nuevo mi periodo, el cual, lleva tres semanas de retraso.
—Ya... —se da la vuelta y remueve las cosas de las sartenes con fervor. —¿Tú... eres...?
—¿Virgen? Sí, lo soy. Nunca he hecho nada con nadie ni está entre mis planes ahora, la verdad. ¡Pero es que no lo entiendo! —me frustro de nuevo. —Me tendría que haber bajado el día diecisiete y ya va ha hacer un mes. ¿Por qué demonios no me ha bajado?
—Eso está muy raro, Ebrah. —dice la sirvienta. —Si nunca has hecho eso y no te baja ahora, tendrás que ir al médico.
Resoplo, es verdad que debo ir pero no quiero que Isaac se entere de nada.
Desde el día que le abofetee después del Día de Reinos, todo ha ido a peor.
Nuestra relación se ha deteriorado clarísimamente, no hemos hablado absolutamente nada y lo único que hacemos juntos es fingir una relación padre-hija decente frente a las cámaras que acechan la monarquía.
—¿Me acompañas hoy a la tarde? —pregunta a la sirvienta, mordiéndome las uñas. Se gira, sorprendida.
—¿Y-yo? —pregunta incrédula.
—Sí. Porfavor, Gilda, no quiero que se entere mi padre.
—Pero tengo que trabajar, Ebrah...
—Soy la Princesa de Wardrobe. —digo, con autoridad. —Puedes venir conmigo y saltarte un día con un motivo justificado.
Parece pensarlo durante unos segundos.
—Mmm, bien. —accede finalmente. —Iré contigo.
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Llamé al médico esta misma mañana, y me han dado la cita para hoy a las 16. Se ofrecía a atenderme ahora mismo y cancelar las citas que tenía solo por ser de la realeza, pero no es de máxima urgencia le dije que no era necesario.
Algo que siempre he tenido claro es que jamás seré menos o más por ser de la realeza. Que no tiene nada que ver con que me imponga y tome conciencia de mi puesta, quiere decir que jamás tendré altivez por tener más.
Miro el reloj de mi cuarto y veo la hora. 15:51.
Salgo de mi cuarto, asomando la cabeza, mirando de lado a lado asegurándome de que no haya nadie.
Ya comprobado, salgo del cuarto y me dirijo a las escaleras principales.
Pero por desgracia, me encuentro al pequeño y futuro rey de Guiena correteando por los pasillos.
—¡Tiiiiiita! —me llama desde atrás cuando ya estaba dispuesta a bajar las escaleras.
Me giro para ver al pequeño Jason apoyado en el marco de la puerta de su habitación.
—Cariño mío... —lo saludo, girándome a ver que no haya nadie. Me acerco hasta él, cargándolo en brazos.
—Tita, ¿donde es que tú vas? —me pregunta, viéndome vestida para salir. —¿Y porque llevas la corona?
—Mmm, voy a hacer unas vueltas —entro a su habitación con él en brazos— con Gilda, luego vendré. —le sonrío, dejándolo en el suelo. Le entrego uno de sus juguetes.
—¿Puedo ir con vosotras? —pregunta con una pronunciación mala de la 'r' fuerte.
—No, cariño. Son unas cosas de mayores y te aburrirás. Mejor quedate aquí jugando con los juguetes, o con Curly. —Curly es el perro que mi padre le compró hace poco.
—Mmmm, vale...
—Adiós, mi niño. —me despido de él dándole un beso en la coronilla.
—Chao, tita.
Salgo de su cuarto, revisando de nuevo que no haya nadie y bajo las escaleras con rapidez.
Una desesperada Gilda me tiene la puerta principal abierta, así la veo, haciéndome señas para que me dé prisa en la puerta principal.
Cruzo los jardines correteando agarrando el bolso con fuerza.
—¡Hija mía, que vamos a llegar tarde! Coche azul.
—¡Vamos, vamos!
Bajamos las escaleras y me pongo mis clásicas gafas de sol. Entro al coche azul y Gilda detrás mía, solemos usar estos coches para hacer cosas más clandestinas, ya que si vamos en la limusina real sería muy notable. Aprovecho que esta no es hora habitual de salida de los monarcas y no hay nadie expectando por nuestra salida.
Lander nos espera dentro del coche.
—Vamos, vamos. —Lander enciende el coche ante mis ordenes y nos lleva hasta la clínica.
Me coloco una bufanda, una boina y unas gafas de sol negras para pasar desapercibida.
Llegamos al centro de salud en menos de diez minutos, Lander aparca en el parking trasero, donde siempre tenemos reservada una plaza y donde aparcan las mayores celebridades, que también usan coches de incógnito, así que no se sabe quienes son.
Salimos del coche y Lander se queda dentro.
—Las espero aquí. —informa cuando bajamos del coche y Gilda y yo corremos hacia la entrada trasera.
Tiramos de ella y un guardia sentado en un ordenador nos recibe dentro.
—¿Sí?
—Cita en ginecología a las 16:00. María Cornuells. —uso el nombre de incógnito que nos ha indicado el médico de familia.
—Cita con el doctor Marconi, ¿cierto?
Asiento con desesperación, nos indica que podemos pasar y andamos hasta la puerta del doctor Marconi en el área de ginecología, pasando desapercibidas por completo.
—Tranquila, cielo. —me tranquiliza Gilda cuando estamos frente a la puerta. —Todo estará bien. ¿Ya has venido otras veces?
Asiento mientras toco la puerta.
El doctor Marconi, el médico real, con cincuenta mil contratos de confidencialidad y casi treinta años a sus espaldas, nos abre la puerta con su cuerpo alto y esbelto. Pelo marrón claro, ojos grises, barba y dientes perfectos.
—Buenos días, María Cornuells. —me guiña un ojo no muy disimuladamente y le pego en el brazo mientras paso el umbral de la puerta.
—Hola, Mario. —lo llamo por su nombre, sentándome en la silla de en frente de su escritorio. Tengo mucha confianza con él, he venido alguna que otra vez y me ha inspirado confianza y relajación. De todas formas no hay nada de que preocuparse, estoy seguro.
Observo la foto que lleva en su escritorio ya un tiempo, una foto de él y su novio con las Pirámides de Giza por detrás mientras se besan.
—Cuéntame, pequeña princesa. —dice cerrando la puerta. Se sienta en el escritorio. —¿Qué te atormenta?
—Tengo un retraso menstrual, querido. —se sorprende ante mis palabras.
—Ebrah, ¿qué cojones has hecho? —dice, en tono regañador.
—¡Nada! —respondo, a la defensiva. —No he dado ni mi primer beso, Mario.
El médico frunce el ceño ante mis palabras antes de empezar a apuntar en el ordenador.
Esos informes, bajo el nombre de María Cornuells, son mandados a una carpeta de archivos confidenciales.
—Vamos ha hacer una revisión.
Cerca de media hora después, Mario nos mira con cara incriminatoria.
—Revisaría que has hecho los últimos días, la verdad, Ebrah. —comienza. —Tienes algún que otro síntoma inicial de embarazo.
<<No puede ser...>>
—Mario, eso no es posible.
—Lo sé, lo sé...
—Tranquila, hija... —intenta calmarme Gilda cuando mi respiración comienza a acelerarse.
De repente, un recuerdo me ataca dándome una idea.
<<El día de Reinos...>>
—Bien, Mario. —me levanto, sé donde tengo que ir ahora. —Gracias por todo. Te contaré que más pasa. —Gilda se levanta detrás mía, me despido del médico.
—Hazte una prueba, Ebrah.
El hecho de tener un hijo, ¡sin ni siquiera haber besado un hombre! Es que me parece rídiculo, estas cosas solo me pasan a mí, lo tengo clarísimo.
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Lander aparca el coche azul en el Palacio Wellers. Salgo del coche y la empleada sale detrás mía. Hemos pasado por una farmacia por el test.
Pero de verdad, que esto es surrealista. ¡No he tocado a un hombre ni de lejos, y embarazada! Eso es tener muy mala suerte.
El chófer se queda en el coche de nuevo y entramos al Palacio Wellers de incógnito de nuevo, tapadas hasta las ojos.
Este Palacio esta lleno de turistas ahora mismo, que observan los cuadros de los antiguos reyes y todo lo que hay en la sala que utilizan de fiesta el Día de Reinos.
Entramos por la puerta pero en vez de seguir recto, como todos, giramos a la derecha yendo al despacho del director del Palacio, que es muy amigo de mi padre.
Llegamos cruzando varios pasillos y toco la puerta.
Nadie responde.
—Parece que no hay nadie. —le digo a Gilda. —Entremos.
La mujer abre mucho los ojos pero no espero a que responda y abro la puerta, y efectivamente no hay nadie.
<<¿Donde está este señor?>>
Corro hasta el despacho del director, el metal con su nombre esta dado la vuelta; Poll Danner.
Su ordenador está curiosamente desbloqueado, este señor no tiene cerebro.
—Está desbloqueado. Solo hay que buscar las grabaciones del Día de Reinos.
—¿No era ilegal grabar ese día?
—No. —niego con la cabeza, la confidencialidad no arraiga grabaciones.
Me meto en los archivos y busco en el mes que pone <<Diciembre>>.
Busco las grabaciones del 11 de diciembre y las encuentro con rapidez.
Miro las horas arriba; 21:12, estábamos llegando, 21:56, ya estamos todos, 22:13, discurso del rey de Guiena, 22:43, empieza la fiesta...
Me veo en una esquina a las 22:59, aburrida como una mona. Recuerdo el momento y veo el zumo que tengo en la mano.
Todo pasa por mi cabeza demasiado rápido.
<<Cuando me fui al baño dejé el zumo en la mesa.>>
Minutos después, se me acerca el chico ese... ¡joder, no recuerdo su nombre!
El que era hijo del rey... de...
Apenas se le ve en la cara en la grabación, no es distiniguible por la poca luz.
—Ebrah, ¿quién es?
—No, no... no lo sé, Gilda. —digo en un hilo de voz. —No recuerdo quién es.
—¿Como no vas a recordar quién es ese chico?
—No lo recuerdo, Gilda. Te lo juro que no. —asustada, miro las grabaciones de nuevo donde se me ve hablando felizmente con el chico.
Llega el momento en el que me levantó, y efectivamente, dejo el zumo en la mesa, me voy de la sala...
Y el chico, del que no recuerdo absolutamente, empieza a mirar de lado a lado, y cubriendo ligeramente, saca algo de su bolsillo, entrecierro los ojos y no logró distinguir que es.
Lo que si distingo es cuando sin ningún tipo de disimulo, rompe esa especie de pequeño contenedor de plástico encima de mi copa de zumo y lo mezcla con una cuchara cualquiera de la mesa.
<<Me drogo... no puede ser cierto...>>
Siento mi alma caerse al suelo al ver lo que me hizo.
—Ebrah... —oigo a Gilda empezar, pero la detengo alzando la mano. Lo último que quiero es discursos de pena, no ahora.
—Sigamos viendo las grabaciones.
Vuelvo y tomo del zumo sin ser consciente de nada. ¡Dios mío, Ebrah!
Me regaño mentalmente por ser tan imbécil de dejar ahí mi copa y luego no cambiarla ni nada. ¡Dios, que tonta eres!
Observo como a lo largo de la noche, empiezo a ir más doblada y distingo que actúo de manera estancada. Cada vez me cuesta más moverme de forma fluida.
Noto palpitar mis sienes cuando a las 23:39, me levanto agarrada de él, que está perfectamente, y subimos las escaleras del Palacio, en dirección a las habitaciones.
Cambio a las cámaras de los pasillos cuando subimos y siento mi alma desvanecerse, siento que mi vida se desmorona cuando los dos entramos a un cuarto.
Me separo del ordenador, mareada, me duele la cabeza, me duele todo, las sienes, el corazón, todo.
Gilda no se separa y yo me sujeto de la pared cuando todo me da vueltas. La empleada sigue pasando las grabaciones y logró ver que a las 00:46, el tipo ese sale del cuarto abrochandose la camisa.
La rabia me corroe, la rabia y el hecho de que ahora me siento sucia, me siento usada, me siento una basura que se puede usar y tirar.
Me acerco de nuevo pero el sonido de la puerta del despacho me detiene, es el director el que está entrando.
—Si... —entra con el móvil en la oreja, pero se detiene al vernos. Se me había olvidado que todavía estamos disfrazadas. —¿Quién demonios sois? ¡Seguridad!
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Me hallo sentada en el despacho de Poll Danner, con la mirada escudriñadora de mi padre sobre mí y sobre Gilda.
—¿Qué cojones haces acompañando a esta niñata a cumplir sus caprichos? ¡Tú estás en esa casa para limpiar y punto! —le grita mi padre a la empleada, que agacha la cabeza.
—No le vuelvas a hablar así, que no eres nadie para menospreciar a los demás. —me levanto de la silla, encarandome ante él. —Si me acompañó es porque yo sé lo pedí, papá. Gilda no tiene la culpa de nada.
—¿Acompañarte a donde? ¿A cumplir tu capricho de saber que guarrindonguerias harías el Día de Reinos?
La rabia vuelve a entrar en mi torrente sanguíneo quemando todo mi cuerpo. Sé que él no sabe lo que pasó, pero de todas formas me duele.
—Papá...
—¿Por qué demonios tienes que ser así, tan rebelde?
—Papá, déjame...
—¡No! —me grita, callandome. —¡No tienes que explicarme nada, porque no hay nada que explicar! ¡Siempre igual, no hay manera con...!
—Papá, estoy embarazada. —suelto sin ningún tipo de preámbulo, cortando sus palabras y dejándolo boquiabierto.
—No es posible que seas tan...
—No es de lo que tú piensas, papá.
—¿No? ¿Entonces te embarazo una paloma como a La Virgen María?
—No, papá. El Día de Reinos...
—Te pusiste a beber y no sabes ni con quién estuviste, ¿No? Dios, esto me tenía que pasar a mí...
—Me echaron algo en la bebida, papá. Por eso no recordaba nada de lo que pasó.
El silencio se hace en la sala ante la dureza de mis palabras.
—¿Qué te... que?
—Lo que oyes, Isaac. —habla Gilda, ha notado que tengo un bolo en la garganta que no me deja hablar al momento en el que afronto la realidad. —Han abusado de tu hija y tú llamándola de todo menos algo bueno.
—¿Quién te ha hecho eso? —pregunta, pareciendo ofendido.
—Se ve en las grabaciones, papá. No sé quién es. Fue el hijo de un rey con el que estaba hablando.
—¿Y no podías pegarle o algo? Si te dejaste no fue abuso.
—Me echo alguna sustancia inhibidora en el zumo, papá.
—Sí, claro. Seguramente te pondrías a beber y no recuerdas. Esa es tu excusa. Me parece fatal que estés diciendo eso para justificarte.
No logro asumir lo que me está diciendo. No puede ser cierto.
Viene a mi mente lo que me dijo Jennier, mi profesora particular, el día que mi madre murió.
<<Le dijeron que estaba exagerando, que estaba mintiendo>> Las lagrimas atacan mis ojos junto a la impotencia recorriendo mi ser.
—¿Perdón? ¡Me echo droga en la bebida y ahora estoy embarazada, joder, papá, date cuenta!
—¿Donde están esas grabaciones, eh?
—Poll las ha borrado.
—Porque no habrá nada. Te lo habrás imaginado. O estarías haciendo quien sabe él que en esas grabaciones y para no perjudicarme. Y por el contrato de confidencialidad. Dios mío, Ebrah, que tienes catorce años...
—¡Se le ve echándome algo en la bebida...!
—Que no se hable más. —dice, agarrándome del brazo. —Lo último que quiero es un escándalo de que mi hija se está intentando cosas.
—¡No es una invención, papá!
—¡Lo único que quieres es llamar la atención! Nos vamos. No quiero volver a saber nada del tema.
—¿Y el niño? —me levanta a la fuerza. Gilda se levanta detrás. Espero que me diga que si que puedo detener el embarazo.
—Nada. Lo vas a tener, pero no será parte de esta familia.
—¿Por qué vas ha hacer eso? ¡Déjame interrumpir el embarazo! ¡Para que la corona lo repudie es mejor que no llegue a sufrir.
—¡No! Quiero que pagues las consecuencias de las cosas que haces. Pero ese niño no será aceptado y punto. Ocultaremos el embarazo y luego ese niño desaparecerá. Nadie lo repudiara porque no llegará a existir.
Habla como si no tuviera sentimientos, como si un niño no fuera absolutamente nada importante.
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29 de junio, 1861.
Me coloco la sudadera de dos tallas más para salir a mi último evento público antes del parto.
El hecho de mi embarazo no ha hecho más que acabar con mi relación con Isaac; tengo cinco meses, el niño nacerá en septiembre y me obligan a usar ropa ancha para disimularlo, que la hija del rey esté embarazada a los quince sería una vergüenza. Pero contar el motivo no.
Con ayuda de Gilda, la única que me ha ayudado, el psicólogo de la familia ha estado visitándome clandestinamente cada semana. Me ha sido de gran ayuda y poco a poco voy superando y asumiendo el hecho.
Pasó mi cumpleaños en mayo, cumplí los quince y mi padre ni me felicitó; se está dedicando a mi hermano pequeño, Jason, que tampoco sabe ni sabrá nada, tengo reuniones clandestinas con Mario Marconi donde revisa que todo esté bien, es un secreto del que apenas hablamos en casa.
Hicimos una revisión de personal y echamos a los que más sopechábamos que fueran periodistas infiltrados, de todas formas, le damos máxima discreción al tema.
Levanto mi sudadera admirando la barriga que ya ha crecido, la sobo circularmente y vuelvo a bajar la sudadera cuando tocan la puerta.
—Princesa. —es Johannes, es el consejero de mi padre. —La esperamos abajo para la rueda de prensa.
Últimamente he estado muy ausente frente a las cámaras, debido al embarazo he estado muy escondida, mi padre se ha excusado con que estoy muy ocupada estudiando pero hoy me han convocado en una rueda de prensa para hablar sobre mi vida últimamente.
En estos meses he ido más por mi cuenta, he asistido a varios eventos benéficos, a repartir comida a los desfavorecidos del país y a alguna reunión benéfica, estando con la gente y dando cariño a quienes lo necesitan, y eso no les gusta a la monarquía. Soy distinta a ellos, y como decía mi madre alma bendita, 'soy distinta a ellos, yo reino con el corazón, no con la cabeza.'
Esas son las pocas cosas que he hecho hasta que mi embarazo empezó a ser mínimamente notable.
—Voy. —contesto, agarrando mi bolso.
Salgo de mi cuarto y bajo las escaleras, salgo del Palacio y me meto a la limusina.
—Vamos. —dice Johannes al chófer, que arranca el coche para dirigirse a la Plaza del Consejo de Guiena.
En unos diez minutos, llegamos a la plaza ya llena de gente. Entramos por un callejón trasero y la gente aguarda por mí. Veo varias pancartas con el nombre que el pueblo me ha puesto por el aprecio que me tienen, 'Lady Eb' (leidi ib)
Lander aparca y salgo del coche saludando a todos, la plaza está muy llena y subo al escenario donde me esperan varios periodistas.
Me muero de ganas de contar sobre mi embarazo, pero no puedo. Isaac me prometió que sí decía una sola palabra, me echaría de casa, de la monarquía, me quitaría el apellido, todos mis bienes, me quitaría mi título de Princesa de Wardrobe, el título de alteza real... pasaría a ser una desamparada perdida por las calles.
Me siento en la silla mientras la multitud me aclama, agitando sus pancartas con el nombre de Lady Eb, Eb de Ebrah, otras pancartas con 'Dios ampare a La Princesa de Wardrobe', el himno nacional empieza con esa frase pero en vez de mi título, con el del rey. Aclaman mi nombre y sonrío ante las cámaras y segundos después hacen silencio.
—Bueno, bueno. —comienza el periodista a mi lado, siento los nervios comenzar a recorrerme y miro a Johannes, que me asiente y me sonríe, tranquilizándome. —Aquí Serene Lion con Ebrah Diphron, La Princesa de Wardrobe, aclamada por el pueblo como Lady Eb.
El pueblo aclama ante la mención de mi nombre, vitoreos, gritos que indican 'te amo, Lady Eb', todo llega hasta dentro de mi corazón que se ablanda por segundos.
Unos segundos más de vitoreo y el silencio se hace de nuevo.
—Bueno, Lady Eb. —comienza Serene. —¿Qué ha sido de tu vida estos dos meses tan alejada del foco mediático? El último evento en el que te vimos fue... em...
—El de la recolecta de donaciones de Save The Children.
—Oh, sí.
—Pues mira, Serene, —comienzo. —el ser Princesa de Wardrobe es complicado. Debo visitar la región mensualmente para poder revisar que todo esté bien, y todo eso... también debo conocer todas las leyes del país y sus acotaciones.
—¿Desde cuando aprendes esas leyes, Ebrah? —pregunta. —Tiene que haber sido desde pequeña, cuando tenías mayor facilidad para memorizar y ahora para ejercer.
—Sí, desde los nueve. Básicamente desde que me nombraron Princesa me los aprendo, y, aún siendo menor me dieron la tierra porque no hay ninguna ley y desde ahí aprendo las leyes.
—Comprendo. ¿Y qué más ha pasado en tu vida estos meses? ¿Algún Príncipe consorte de Wardrobe?
<<Si supieras...>>
—No, no... —digo, riendo. —No estoy para esos amores adolescentes ahora mismo, Serene. Me estoy centrando en mis estudios, sacar buenas notas, en la salud de Wardrobe... etcétera.
—Mmm, entiendo. —dice la muchacha. —¿Cómo es estudiar desde casa?
—Es bastante cómodo, la verdad. No tienes que madrugar, no hay que soportar profesores, ya que sólo hay uno... Eso sí, no haces amigos, diría que es el único defecto. —contesto, haciendo que algunos del público rían.
—Pues suena bastante cómodo, pero eso de estar sola...
—No tengo a quién pedir las tareas hechas ni nada. —contesto, haciendo que el público ría de nuevo.
Mientras la gente ríe y aplaude ante mi carisma, tomo del agua que tengo en la botella y Serene hace lo mismo.
—Bien. —prosigue. —¿Para ti cómo ha sido tu creciente popularidad y adoración por parte del pueblo, Lady Eb?
—Pues es sorprendente, la verdad. —contesto, sonriente ante lo consciente que soy del amor que me tiene el pueblo. —Saber que el pueblo te quiere tanto como para estar pendiente de ti, de ir a la entrada del Palacio para preguntar por ti...
—Yo creo que ese aprecio se gana, Lady Eb. Para nadie es un secreto tus acciones benéficas, tus actos de amor... ¿qué es lo que te lleva ha hacer todo esto?
—Yo creo que... si te soy sincera, Serene, es el corazón. La monarquía normativa no... no me quiere, Serene. No es un secreto para nadie.
—¿Por qué dices eso?
—Es la realidad, Serene. —sigo. —Yo soy distinta a ellos. —empiezo a dejar fluir mis palabras, hablando con el corazón. Me duele, me duele el desprecio de mi padre, de mi abuelo, y todo por ser una princesa distinta, una líder con corazón. —Yo no hago las cosas por mi conveniencia. Hago lo más oportuno para todo el pueblo y para ser felices en paz. No sigo unas reglas explícitas.
<<Hago lo que es mejor para el pueblo, lo que les hará más felices y con lo que nos irá mejor, no con lo que a mi me convenga, Serene. Además... yo me dejo ver. Dejo ver mis sentimientos, dejo ver a la gente que siempre hay una solución, y que me importan. Que son mi pueblo y que los quiero, Serene. Los adoro con todo mi alma. Alguien tiene que salir a demostrarles eso. Y esa soy yo, por mucho que no les guste.
<<Soy una inconsciente, llevada de mi parecer, incluso hasta tonta. Pero no es así, simplemente me duele imaginar a todos los desamparados, a los niños huérfanos, a los que no tienen que comer, me duele imaginar que sienten que nadie los quiere. Por eso intento hacer lo mejor, para ellos y para todos, por eso salgo a la calle, y quiero a la gente.
<<Porque es lo que un rey, reina, princesa o príncipe debe hacer. Querer a la gente, demostrar que su líder los quiere. Y que no sólo quiere su beneficio, sino el bien común.
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3 de septiembre de 1861, 04:51.
Bebo el menjurje de la taza que me da ganas de vomitar, pero me aguanto apretando la mano de Gilda. Nadie nunca se ha dado cuenta de mi embarazo clandestino, nadie que sea fuera del círculo monárquico y ahora ha llegado el momento.
—Esto calmará el dolor de las contracciones. ¡Lander! —grita la mujer, llamando al chófer. —¡Al coche, Ebrah ha roto aguas!
Mi pantalón, mojado por la fuente rota, era mi favorito y ahora tendré que tirarlo. Me levanto agarrada de la mano de la empleada. Me lleva hasta la puerta principal y sale conmigo, Johannes me agarra del otro lado y nos movemos hasta uno de los coches de incógnito.
—Eres fuerte, Lady Eb, podrás con esto.
—Ll... llamad a... —gruño cuando otra contracción me ataca. —¡Joder!
—¡Siete minutos! —grita Gilda, mirando el reloj. —¡Vamos!
Lander pasa a nuestro lado corriendo y agarra uno de los coches de incógnito girando al parking. Sube al coche verde y me retuerzo en el suelo ante el dolor. El dolor me lleva a gritar en el suelo, agarrandome el vientre que siento que se va a romper.
Pasan los sesenta segundos y una gota de sudor frío baja por mi frente. Me levantan entre los dos y andamos hasta el coche, donde esperaba ver a mi padre, no sé porque porque no es así.
—Llamad al doctor Marconi, porfavor. Él me transmite paz y calma. Y que venga con su equipo con el que atendió a mi madre. —Gilda y Johannes me miran. —Porfavor.
En menos de cinco minutos, llegamos a esa parte trasera del hospital que me trae recuerdos, entro por la puerta trasera y allí espera el doctor Marconi, en la entrada.
El guardia, que nos mira extrañado al ver a una chica de quince años embarazada, nos pregunta pero Mario lo calla.
—Esta de parto. Vamos. —me agarra del brazo, llevándome hasta una camilla que tenía ya preparada.
Luego, subimos por el hospital hasta el piso de obstetricia y es Gilda la que me acompaña más allá dentro de la sala del paritorio, Johannes y Lander se quedan en la sala de espera.
—Vamos a inyectarte ya la epdiural. —me informa Marconi mientras me llevan a una sala. —¿Contracción cada cuanto? —le pregunta a Gilda, al otro lado de la camilla.
—Siete minutos.
Nada más termina de hablar, otra contracción me ataca y me retuerzo en la cama, aguantando el dolor. Llevo una mascarilla y unas lentillas que ahora me tendré que quitar.
Me muevo de lado a lado apretando la mano del doctor Marconi y de Gilda, también tapada con una mascarilla y una bata azul clara, al igual que el doctor Marconi.
—Ya está, cielo, ya. —me anima mientras la veo apretar los labios ante la fuerza que ejerzo sobre su mano.
El dolor perdura hasta por un minuto, en el cual, creí que se me iba la vida.
Llegamos a la sala de parto y el equipo entero del doctor Marconi aguarda por mí.
—Epidural. —dice Mario, me mira y sonríe. —Quitadle las lentillas de color.
Alzo la cabeza y Gilda me quita las lentillas, tirándolas a la basura y aprieto su mano de nuevo cuando Marconi alza mis caderas y me inyecta el líquido de la gran aguja en la médula espinal.
—Mantente así. —dice mientras descarga el líquido sobre mi torrente sanguíneo, aprieto los dientes por el dolor cuando durante unos más pasa el líquido dentro de mi cuerpo.
Segundos después, me suelta y mi espalda cae sobre la cama.
—Bien, Ebrah. —comienza Marconi. —Todo va muy bien, así que directamente vamos a empezar ya con el empuje, ya has dilatado 5 centímetros y a los 8 podrás empezar a pujar.
Asiento con el sudor recorriéndome la frente. Y todo pasa por mi cabeza demasiado rápido, no estoy lista para ser madre, ni para parir, ni para absolutamente nada, tengo quince años.
<<No, Ebrah. No puedes permitirte esto ahora. Los lamentos para luego. Ahora, máscara fría, mirada altiva y dureza sentimental, querida.>>
Toman mis signos vitales, me pongo en la posición adecuada y Gilda se me acerca.
—Estoy aquí, cariño. Recuérdalo. —dice la empleada, tomando mi mano de nuevo.
No muchos minutos después, ya no duele, pero una contracción aparece de nuevo y Marconi revisa.
Mueve algunos hilos por ahí abajo y cada vez, —cada vez son menos minutos— otra contracción llega y varias veces se repite el proceso.
—Finalmente. Siete centímetros. —dice Marconi mirándome. —Contracciones cada tres minutos. Se inicia el proceso de nacimiento.
Los nervios son lo que se mueven por todo mi ser ahora.
Otra contracción minutos después y abro bien las piernas al son del grito de Marconi de ¡Empuja!
—¡Vamos, Ebrah, empuja! —me grita el hombre. Hago toda la fuerza con el vientre, agarrando la mano de Gilda. —¡Empuja!
—¡Vamos, cielo, confío en ti!
Carbonizo los huesos de la mano de la ama de llaves mientras siento que se me sale el vientre.
—Quedan veintes segundos más de contracción. ¡Empuja!
Hago todo el esfuerzo que puedo con el vientre, empujando cada vez con más fuerza, apretando la mano de la ama de llaves.
—¡Ya casi está, se le ve la cabeza! —el resto de médicos insuflan suero ya que la cama tiene una pequeña mancha que alcanzo a ver.
—¡Empuja, Ebrah!
El sudor recorre todo mi cuerpo y hago aún más fuerza con el vientre.
Mario tira de la cabeza del niño y a la primera contracción, el niño sale de mi vientre empapado en el líquido amniótico.
—¡Ya está, Ebrah, todo ha salido perfectamente!
Siento que desfallezco ante la fuerza que había ejercido y apenas veo al niño, que llora, cuando caigo rendida en la cama.
Notita: Perdón si no he relatado bien el parto, he hecho lo mejor que he podido desde mi perspectiva masculina, jeje :)
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Lo que me despierta son el movimiento de las cosas dentro de la habitación y el oír a las personas a mi alrededor.
—¿Qué... qué hacéis? —alzo la cabeza para ver la mirada escudriñadora de mi padre atacándome. —¿Donde está mi hijo?
—Ese no es tu hijo. Es un niño cualquiera, al menos ya ahora. —responde mi padre. —Pronto saldremos de aquí y volverás al foco mediático, eso sí, haciendo cosas normales.
—¿Acaso lo que yo hago es anormal? —contesto, molesta. —Gilda, —me dirijo a la ama de llaves, que está a mi lado con lágrimas en los ojos, lo que provoca que los míos también se llenen de ellas. —¿donde está el niño?
Trata de hablar, pero su garganta está seca y no puede.
—Te he dicho que ya no está. Ahora es un niño cualquiera. Y no me vengas con ñoñerías que te avise desde un principio que sería así.
Mis ojos se llenan de lágrimas y empiezan a rodar por mis mejillas sin previo aviso.
—Papá... era solo un niño... ¿qué le has hecho? —me retuerzo en la cama. Me quiero quitar la vía y de hecho lo intento, pero no me dejan.
Mi padre se me planta justo delante, con ese porte alto y fuerte y sin sentimientos. Sus ojos negros me escudriñan con vehemencia y su porte elegante y recto da más respeto.
—No se hable más del tema. —escupe. —Te avisé de que lo que habías hecho tenía consecuencias y las ha tenido. Pues ya está. Se acabó el tema. Nos vamos. El doctor ha dicho que todo ha salido perfecto y que podemos irnos.
Mi padre y Johannes salen del cuarto mientras lloro, abrazando mis piernas.
—Gilda... ¿qué le han hecho? —lloro contra su vestido, mientras apoyo la cabeza contra un vientre.
—Tranquila, cielo... está bien pero no está con nosotros... —llora mientras me separa y acuna mi cara con sus manos. —Intenté que no se lo llevarán pero me lo arrebataron...—ahora, llora desmesuradamente y se arrodilla frente a mí. —Perdóname, Ebrah, por favor, intenté que no se lo llevaran pero lo hicieron, perdóname...
—No es culpa tuya, Gilda. —digo, tratando de calmarla. —Es que esos son unos animales, pero tranquila, tú y yo estamos juntas en esto...
Noto palpitar mis sienes y me doy cuenta de que estoy en una cárcel de la cual necesito salir. No quiero seguir viviendo con estos animales, que no tienen ningún sentimiento...
Pero ahora me toca seguir adelante, el niño está bien, lo habrán dejado ya en un orfanato después de su primera comida... debo seguir adelante y tratar de no sentir nada por él, ya que ahí, solo puse el vientre.
⟳
Venga, sé que este capítulo está siendo duro. Tomémonos un descanso, y sigamos :)
11 años después, 13 de noviembre de 1872.
Ebrah tiene 26 años.
Miro el paisaje mientras el coche se mueve por las calles de la ciudad capital. Observo como el caos fundamental de la ciudad capital de Guiena se cierne ante mis ojos; la Plaza del Sauce, construida recientemente alrededor de un sauce y rodeado de bares y restaurantes deja una imagen díficil de olvidar al pasar al lado con el coche.
—¿Cuánto falta? —pregunta mi hermano Jason, que este año cumplió los diecisieis, y en enero cumple los diecisiete.
—Tenemos que salir del centro y al lado de la Bahía Hadas Benditas, está la Gran Escuela de Marinería de Guiena.
Mi padre indica a Lander por donde ir, que callado, obedece.
Hoy, 13 de noviembre de 1872 a las 11:00, mi hermano tiene la presentación de su nuevo curso de marinería, en la escuela nacional de Guiena. Desde pequeño mostró afición por los barcos, y ahora que ha cumplido la mayoría de edad para entrar a la escuela y termino los cursos obligatorios, pasó las pruebas de acceso y allí estamos yendo.
—¿Tenemos que ir todos? —rebuzno con fastidio.
—Somos una monarquía, y además una familia, Ebrah. Así que sí, —empieza mi padre con su rollo familia-monárquica perfecta— tenemos que ir todos para dar una buena imagen para el comienzo del curso del niño.
Resoplo de nuevo y veo todas las personas que se giran a saludarnos de la gran Plaza del Sauce.
Sonrío a través de la ventana, mientras que segundos después, salimos de la plaza.
En unos minutos, llegamos a la Escuela de Marinería.
Un edificio rectangular, de unos treinta metros de altura, pintura azul marino y con un gran cartel en la entrada: Centro Integrado y Escuela de Marinería de Guiena.
Aparcamos el coche y son miles de paparazzis los que ya acechan por nosotros en la entrada. La Guardia Real se pone delante y detrás nuestra mientras que los flashes nos atacan.
<<¡Lady Eb! ¡Príncipe de Guiena! ¡Rey de Guiena!>>
Con ayuda de La Guardia Real, logramos entrar al lugar donde ya aparece una mujer en frente nuestra. Con una americana blanca, sonrisa de grandes dientes, cuarenta y tantos años...
—¡Familia Diphron! —nos recibe nada más entramos, dándole la mano a nuestro padre.
—Buenas, soy Isaac Diphron.
—Claro que sí, nuestro adorado monarca. —nos mira ahora a mi hermano y a mí, sonriente. —Príncipe de Guiena...
—Jason. —dice él. —Me llamo Jason.
—Oh, sí... Jason. —le da la mano, sonriente. —Lady Eb. —me saluda ahora a mí, que se acerca dándome dos besos.
—Buenas.
—¡Ay, qué tonta! No me he presentado. Perdonenme. Soy Quaren (Karen) Ulis, la directora de la EDMG, —usa la abreviatura de Escuela de Marinería de Guiena— síganme, vamos a empezar la presentación ya, sólo faltaban ustedes.
Mi padre asiente y seguimos a la mujer de rasgos asiáticos; a la entrada, después de la puerta, hay un comedor con grandes ventanas que cubren casi toda la pared, que dan la vista al mar, luego un pasillo a la izquierda hacia el que se desvia Quaren.
Llegamos a este pasillo, donde hay varias salas a cada lado, llegamos hasta el final, donde hay una sala enorme.
—Estas son salas que ya le dirán cuando tiene que ir a ellas. Esta sala del fondo, —nos señala la enorme sala—donde vamos ha hacer la presentación, es la sala de actos. Aqui esta el ascensor. —nos señala a la derecha. —Vamos.
Pasamos dentro de la enorme sala, donde nos saludan el montón de familias que hay dentro de la sala, enorme, donde hay varias familias sentadas en la mesa.
De forma un tanto incómoda, entramos dentro donde Quaren nos indica que nos sentemos en una mesa que está justo en frente.
He llegado a contar treinta familias.
Nos movemos hasta la mesa, y no sé porque, me siento incómoda cuando miro hacia mi izquierda, encontrándome con él.
Un chico, igual unos años mayor que mi hermano, cosa que deduzco gracias a esa barba oscura, me escudriña con sus ojos verdes, su pelo, negro como el carbón. Noto su mirada encima de mí y enrojezco de inmediato, lo miro de reojo de nuevo y veo como me sonríe, guiñándome un ojo.
Siento el calor recorrerme de arriba a abajo y me siento en la mesa con Jason al lado.
Su imagen queda en mi cabeza todo el rato. Intento centrarme.
Agito la cabeza quitándome esos orbes verdes y esa sonrisa perfecta de mi cabeza, en vano.
—Bueno, familias. —comienza a hablar Quaren. —Soy Quaren Ulis, la directora de la Escuela de Marinería, y seré vuestra mayor ayuda en caso de que lo necesiteis durante estos casi tres años de curso. —señala a unas personas a su lado. —Estos son vuestros profesores...
Me pierdo en las palabras de Quaren y esos orbes verdes vuelven a mi cabeza. Joder, ahora no me lo voy a poder sacar de la cabeza. Esta detrás mía ahora mismo...
Disimuladamente, miro hacia atrás, como si buscase algo en la mochila de Jason, pero observo de nuevo al hombre que ahora me recorre con la mirada.
Lo veo mirándome de nuevo, ejerciendo fuerza con la mandíbula, me guiña un ojo y cambia completamente su facción cuando su padre le habla. Me hace gracia el cambio de su expresión tan basto, una pequeña risotada escapa de mi.
—¿Bien? —vuelvo en sí dándome la vuelta de nuevo, prestándole atención a Karina.
—Jason. —susurro, llamando a mi hermano —¿De qué está hablando Karina?
Mi hermano me mira y se aguanta la risa.
—Es Quaren. —dice, pronunciando 'karen'. —Va a explicar las normas del centro y lo básico.
—Vale, vale.
Presto atención a la asiática de nuevo.
—Dormiréis aquí y los findes tendréis libre, podréis ir donde queráis. Volver a casa, o lo que sea. ¿Bien? Va a ser como un internado, pero sin pegaros. —dice la mujer, haciendo que todos en la sala riamos. —El curso empieza el 20 de diciembre y terminaremos sobre julio/agosto de 1875. Tenéis vacaciones durante casi toda la primavera, y en Navidad, y todo eso. Voy a repartir el horario... y eso. Podéis rellenar ya los formularios que hay en cada mesa.
Me acerco un poco para fingir interés.
—A ver, papá. Pásame un boli. —mi padre le pasa lo que le ha pedido y comienza a rellenar. Me giro ligeramente hacia la izquierda, lo que me permite ver al chico de mirada zarca.
Lo observo de reojo y me echo la melena de color rojizo/marrón hacia atrás. Miro de reojo y veo que me está mirando sin ningún tipo de vergüenza, tan descaradamente que me pongo roja de nuevo.
Devuelvo mi mirada a la hoja y veo a mi hermano pensando.
—Disposición al completo, sí... —marca cosas y pongo una mueca.
—¿Te quieres meter aquí casi tres años?
—Sí.
—Ah, bueno. Cuidado se te llevan los demonios por la noche.
Mi hermano me mira de reojo.
—Tengo dieciseis años, eso no me va a asustar, Ebrah.
—Ya, claro. Veremos si duermes por la noche.
Casi dos horas y media después, salimos del lugar.
Los flashes nos acechan de nuevo con preguntas e intentamos evadirnos saliendo amontonados con el resto de familias.
Salimos todos en bolo y cuando me da por mirar a mi lado entre la multitud, lo veo a él a escasos centímetros de mí. Enrojezco al segundo.
—¿Tengo algo en la cara? —oigo una voz grave a mi lado. Joder, es él.
Me giro para mirar al hombre, que aunque estoy segura de que es más joven que yo, es bastante más alto que yo.
—No. ¿Por qué?
—Porque no dejas de mirarme. Y eso sólo son dos cosas; o tengo algo en la cara o te gusto.
Lo directo que es me hace ponerme más roja de la vergüenza.
—¿Perdón? Eres un creído.
—¿Es acaso mentira o qué, Lady Eb?
—Dios mío, esto tiene que ser mentira. —lo miro de nuevo, con una mueca. Menudo engreído, que se cree que todas estamos enamoradas de él.
—Mucho gusto, Princesa. Soy Anders Hemsworth.
Veo que ya casi estamos en el parking junto al tumulto de gente que sigo moviéndose.
—Mucho gusto, futuro capitán. Llamáme Ebrah Diphron. —sonrío al joven llamado Anders.
—Toma. —de repente, pone su mano con un papel en ella. —Es para ti.
Lo agarro y lo miro por encima. Joder, es su número.
—Ebrah, vamos. —dice mi hermano y le doy una última mirada a Anders.
—Adios, Anders. —le guiño un ojo con cuidado de que la prensa amarilla no me vea.
—Nos volveremos a ver, princesa.
Resalta mucho la palabra y sonrío cabizbaja antes de entrar de nuevo a la limusina.
Llegamos al Castillo un rato después y reviso el móvil cuando ya estoy en mi cuarto.
Me meto a la app de mensajes y agrego el número del papelito, revisando que no entre nadie.
—Vamos a ver qué me cuentas, Anders.
Escribo un mensaje con el nerviosisimo recorriéndome. 'Buenas, creído.'
La respuesta no se hace esperar. 'Hombre, la observadora'
Aunque no esté aquí, el comentario hace que mi cara se torne de color escarlata al momento.
'¿Observadora? Eres un creído, Anders'
'No pasa nada por admitir que te gusto. Tal y como tú me has gustado a mi, Lady Eb.'
⟳
26 de enero de 1873.
Entro al cuarto de Jason con Quaren, mi padre, Johannes y Gilda detrás.
Son las 10:00 de la mañana, las velas con el número '17' ya están encendidas y aguardan porque mi hermano las sople.
Le hemos organizado una pequeña fiesta de cumpleaños a Jason, aquí dentro de la escuela de marinería. Después de Navidades volvió al lugar y le vemos algún que otro finde.
Con quién sí he tenido algún que otro encuentro es con Anders. Pero todo sin planear, desde el día que le escribí, hablamos y sus comentarios y su coquetería siguen haciéndome sonrojar a cada momento. Alguna vez me lo he encontrado, pero no ha pasado a nada más que algún beso despistado.
Me gusta, y él lo sabe, lo tiene muy claro, pero estamos tratando de hacer las cosas bien. Tengo mucha confianza con él y le estoy cogiendo mucho cariño.
Entramos en silencio, Gilda con la radio en la mano, coloca el cumpleaños feliz despertando a Jason cuando comenzamos a cantar al unísono:
—¡Cumpleaños feliz! —Jason se quita la almohada de la cara, mirándonos con asco. —¡Cumpleaños feliz! ¡Te deseeeeeeeaaaaamoooooos tooodoooos! ¡Cuuumpleaños feeeeeeeeeeliiiiiiiiiiiiiiz!
Formamos una algarabía en el cuarto de mi hermano pequeño que nos mira con asco.
—¡Feliz cumpleaños, hermanito! —dejo la tarta sobre una mesa que hay en el cuarto. Me acerco hasta él, quitándole la almohada de la cabeza. —¡Te quiero mucho!
Lo agarro del cuello y comienzo a zarandearlo de lado a lado.
—¡Quita, joder!
Se forma una fila de felicitaciones a mi hermano, y entre ellas, la de mi padre. Cosa que me alegra, él si tiene una buena relación con su hijo. Creo que desde ese año... solo me ha felicitado en dos o tres ocasiones.
Pero Gilda, Johannes, Lander, todos me felicitan y hacen mi día más bonito sumándolo a las felicitaciones del pueblo que me adora.
Cuando ya hemos terminado de molestar al príncipe de Guiena, abro su armario y veo una caja de profilácticos al fondo, la cual, decido ignorar. Todos salen hacia el salón. Saco lo primero que veo pero que le deje bien guapo, tirándoselo en la cama.
—Toma. Te esperamos en el salón de este piso. —le digo.
Ya se han llevado la tarta y salgo del cuarto dirigiéndome hacia el salón, pero en esa, una habitación a la izquierda, se abre, llevándome hacia dentro.
Un mal recuerdo me ataca, noto que empiezo a temblar y cierro los ojos por inercia, pero abro un ojo y veo los ojos verdes de Anders que me calman al instante. Sé que él nunca me haría algo así.
—Anders...
—Sabía que vendrías. —se lanza contra mí, agarrándome de la cintura para besarme y fundirse contra mi boca.
Sigo sus movimientos y cuando se separa de mí, sonrío contra su boca.
—Lo he extrañado mucho, futuro capitán.
—Yo a usted también, princesa. —sonrío de nuevo contra él. —Dile a tu hermanito que feliz cumpleaños de parte de su mejor amigo.
Sonrío de lado al oírle decirlo con algo de rabia.
Me seapro de él, apoyándome en la puerta.
—¿Os lleváis mal?
—Noooooo, para nada. —dice, irónicamente. —¿No te ha contado?
—No.
—Pues vivimos en una constante competición. —me cuenta, apoyándose en la mesa. Ahora me fijo en que esta sin camiseta. Siento que me derrito por dentro. —Pero creo que su odio hacia mi va más allá.
—¿Por? —digo, tratando de mirar a donde tengo que mirar.
—No sé, me da esa sensación.
Me muevo hasta el pomo de la puerta.
—Bueno, me tengo que ir, Anders. Luego nos vemos. —le digo, así que viene hasta mí de nuevo besándome con posesividad y apretándome contra la puerta. Siento todo mi organismo acelerarse.
Segundos después, asomo la cabeza y salgo con cuidado de que nadie me vea, acomodando todo mi ser a la perfección, tanto por dentro como por fuera. Repaso mi pintalabios con una precisión antes de entrar al comedor.
La fiesta es divertida y en una hora y media aproximadamente, abandono el salón buscando a Anders. Debería quedarme a disfrutar con mi hermano de su día, pero por una vez quiero pensar en mi.
Con la excusa de que voy al baño, salgo del salón y ando por el centro buscando el patio exterior, ya que se supone que a esta hora tienen libre.
Entro al patio cuando paso el pasillo principal y veo la puerta abierta al fondo. El patio exterior es literalmente una salida al mar, no hay vallas ni nada y es una simple puerta que da a un pequeño jardín, y luego una valla pequeña.
Observo de lado a lado, pero no logro ver nadie. Me muevo buscando a ver si veo a alguien, hasta que veo a un chico de espaldas sentado en la playa, junto al mar.
Reconozco una sudadera de Anders y ando hasta él, veo que se ha quitado los zapatos y me siento a su lado.
—Hola, Anders. —se gira cuando me quito los zapatos y me siento a su lado. Me mira con esos ojos verdes que me ponen en estado de bullición por dentro.
—Hombre, princesa. ¿Has escapado de las manos monárquicas?
Él jamás ha estado a favor de la monarquía. No le parece bien que alguien, por obra divina, tenga todo el poder de una nación, y aunque no se declara de ninguna ideología, no le gusta. Pero mira que de vueltas da la vida.
—Sí, hijo, sí. Demasiada realeza por hoy. ¿Aquí no nos ve nadie? —miro de lado a lado, revisando que no se nos vea desde arriba ni que nos vea ningún papparazi.
—Es imposible llegar por el otro lado a esta playa, hay miles de acantalidos. —me explica. —Y aquí no entra nadie que... no sea familiar o cercano. La prensa esta betada. —me mira, escudriñandome con esos ojos verdes. —¿Tienes pensado contarles en algún momento lo nuestro?
<<Lo nuestro>>
Las palabras que ha dicho me ponen a temblar por dentro y las mariposas de mi estómago atacan con fiereza.
—Anders...
—No me gusta tener que ver a la chica que me gusta a escondidas, como si fuerámos criminales.
<<Dios mío, este hombre me va a deshacer con sus palabras.>>
—Sabes que la sitaución es complicada... vivo en una familia muy restrictiva, y encima, reyes del país, Anders. —lo miro, sus ojos tienen una expresión triste. —Me encantaría gritar al mundo que podemos llegar a tener algo precioso, pero ahora no me puedo permitirmelo.
—¿Qué más da lo que digan?
Es cierto, ¿qué más da lo que digan?
—No es eso, cariño. —le digo, mi mirada se desvía a sus labios sin ningún tipo de disimulo. —Es que... conozco a mi padre. Es un hombre duro aparte de misógino. Sino me caso con algún Duque o alguien adinerado, no le servirá.
—Es un clasista.
—Lo sé... —baja la cabeza, pero lo agarro del mentón, haciendo que me mire. —Apesar de eso te quiero, Anders. Has llegado en una época baja de mi vida —en realidad, desde aquel día no he levantado cabeza— y eres una luz en el camino. Te prometo que en el momento indicado, cuando se dé la ocasión... estaremos juntos. Te lo juro, Anders.
Dichas estas palabras, me sonríe y se lanza a mi boca sin preámbulo.
⟳
Unas semanas después, 19 de marzo.
La prueba de embarazo reposa sobre la mesilla.
—Dios mío, se repite la historia... —me lamento frente a Gilda.
—Ni se te ocurra decir eso. —me riñe. —Esta vez, al menos, ha sido consentido. ¿Lo tendrás?
—Sí. Aunque fue hecho sin buscarlo, y porque bebimos de más... sí, lo tendré y lo querré como no pude con aquel pequeño, que salió de mí, pero ni siquiera lo pude ver.
No hablamos más del tema y me vuelvo a asomar al predictor.
—¿Es del muchacho ese?
—¿Qué muchacho? —me hago la tonta.
—No nací ayer, Ebrah. Del muchacho ese que vas a ver a la ventana casi todos los días y en los findes desapareces con él. ¿Es de él?
Hago silencio durante un momento, pensando la respuesta. No he estado con nadie más, he hecho creer a mi padre que todos los días que salgo lo hago, prefiero que piense que es de padre desconocido a que es de Anders.
—Sí, es de él.
—¿Le dirás?
—No. —niego. —No quiero meterle más presión y varias veces me ha dicho que no quiere hijos. —suspiro. —Estoy feliz con él a pesar de todo y no quiero que esto estropee la relación.
—¿Entonces le vas a decir que le has sido infiel?
—Hemos tenido algún problema. Cuando quedé embarazada, no estábamos juntos ni nada por el estilo, era como un amor de 'de vez en cuando'. De todas formas, ahora estamos el uno para el otro pero sin estar juntos como tal.
—Eso es tóxico. Jamás habéis llegado a salir, pero sois el uno para el otro. —dice Hermenegilda.
—Lo sé. Pero sé que ni él ni yo hemos estado con nadie más, sólo que le diré que sí porque se lo tomará mejor a contarle que puede que tengamos un hijo. Además, quedé embarazada hace un mes, ahí no estábamos juntos.
—¿A qué se debe esa mala racha?
Pienso durante unos segundos, reviso el predictor y suspiro al no ver nada.
—Le molesta el clasismo de esta familia. Pero no en el hecho de eso como tal, sino en el hecho de que... no tengo valor. No tengo la valentía para contarles a todos ellos que tengo algo con él, pero simplemente no puedo.
<<Le molesta no poder tener una relación como la de los demás, besar a su chica en público, presumirla... Me dijo que cuando les cuente a mi padre, se solidificará lo nuestro. Pero por ahora, no tenemos nada serio. O bueno, sí, algo serio, pero no oficial. Y eso da pie a muchas cosas.
—¿Prefieres decirle que has estado con otro a decirle que estás embarazada de él?
Mis ojos se tornan tan tristes que hasta yo misma lo noto.
—Tengo miedo, Gilda. Sé que si le digo eso le doy, en cierto modo, un últimatum de que si soy capaz de estar con otros aunque sea mentira. Pero tengo miedo de decirle que vamos a tener un hijo y que se espante. Prefiero decirle que he estado con otro, que 'si podemos' a decirle que tendremos un hijo.
—Lo entiendo. Espero que confirméis pronto, Ebrah. Eso está muy tóxico. Osea, ¿no podéis estar con otros pero tampoco estáis juntos? Es un juego de posesividad.—asiento.
Me asomo al predictor que se ha pintado con lo que yo temía que se pintase:
—Positivo. —digo en voz alta, asumiendo que voy a tener mi segundo hijo. O primero, más bien. —Estoy embarazada de Anders Hemsworth.
⟳
Seis días después.
Camino tapándome bien para que nadie me reconozca, llegando a la Escuela de Marinería. Gracias a Lander he podido llegar hasta aquí, y ahora lo que necesito es ver a Anders.
Aunque siga siendo clandestino, nuestra 'relación' —no sé como llamarla, no somos novios todavía, tenemos libertad— es algo que aliviana la dureza de mi vida y el dolor de mi corazón de maneras desmesuradas.
He salido varios findes con él, eso si, le digo a mi padre que me voy con una amiga a dar una vuelta, aún no saben nada del tema y prefiero que se quede así por ahora.
El show que me armaba cada vez que volvía de fiesta, era el mismo de siempre.
<<¿Porque has bebido? A saber con quien has estado esta noche, que desacato de niña>> <<Madre mía, ha saber con cuantos cada noche>>
Y lo único que hacía era irme a bailar con Anders. Estoy segura de que si tengo otro hijo, mi padre pensará que es de uno cualquiera.
Ando hasta la ventana del cuarto de Anders, donde ya me espera.
—Buenas noches, princesa.
—Hola, Anders. —lo saludo, mirando hacia arriba. Tengo suerte de que apenas es un segundo y puedo verle bien.
—¿Como has llegado hasta aquí?
—Me apetecía venir a verte, aunque sea así, de lejos. Y bueno, me ha traído Lander, en secreto claro está.
—¿Has pensado en decírselo?
—No lo sé, Anders. Ya sabes como son las cosas en mi casa.
Aprieta los labios.
—¿Has pensado en mi propuesta?
El otro día, sentados en la azotea, me hizo una propuesta que ha trastocado mi corazón. Siento que somos algo más pero estoy en el impasse de que no avanzo; no sé si decirle a mi padre, si callarme, o no, porque quiero consolidar la relación con Anders, pero a la vez me da miedo la reacción de mi padre.
Me dijo que terminarán el curso en agosto de 1875; entonces, podríamos irnos a vivir juntos a West Plate, planearíamos todo para ser felices, lejos del foco mediático, juntos.
—Sí, lo he pensado. Y me encantaría. Pero necesito pensarlo. —asiente con la cabeza, sonriéndome.
—Sería fantástico, Ebrah.
Me pierdo un sonrisa, pensando en como contarle lo que le tengo que contar. Creo que merece saber que voy a tener un hijo, pero que piense que no es de él.
—Te tengo que... mmm... contar una cosa.
Me mira, extrañado ante el tono.
—¿Qué... qué pasa?
Pienso en como decirle que estoy embarazada. Pero que no es de él. Aunque sí lo sea.
—Mmmm, recuerdas que... hace un mes o así... salimos y tal...
—Ajá...
—Pues... mmm... había un chico... muy guapo... que... me gustó y bueno, pues...
—¿Estuviste con él? —me pregunta y para mi sorpresa, no tiene ni un atisbo de molestia en su mirada.
—Mmmm, sí... —miento, bajando la cabeza. Se me llenan los ojos al tenir que mentirle así, pero aleteo las pestañas y sigo. —Y ahora... tengo un retraso.
—¿Tienes un... retraso?
—Sí.
El silencio se hace entre los dos y ahora su expresión sí ha cambiado.
—¿Estás embarazada de ese tipo?
<<No, de ti.>>
—Creo que sí. —miento de nuevo. —Pero sólo era por contártelo, como tal...
—Como nada, Ebrah. Me parece muy feo lo que has hecho. —dice, apoyado en la ventana.
—Fue cuando no teníamos absolutamente nada, Anders...
—Eso era hace tiempo, cuando apenas teníamos nada seguro. Ahora te quiero para mí exclusivamente. —dice, con rabia. —A partir de ahora fidelidad.
—A ver, Anders. —digo, parando el carro. —Yo no voy a cortarme si no vamos a tener nada serio.
—¿Quieres algo serio?
—Sí. —lo sabe de sobra.— ¿Somos pareja o qué? —pregunto.
—Si así puedo tenerte solo para mi, a ti y a tu niño... —mira hacia varios lados. —Acepto. A partir de ahora eres mi pareja, Ebrah Diphron.
⟳
23 de junio. 1873.
Alisto el vestido rosa largo, preparándome para soltar la bomba. Hoy, día veintitrés de junio del año entrante, voy a contarles a esta gente que estoy con Anders... y que estoy embarazada.
Los he convocado en salón a las 12.00, son las 11.56. Respiro, me calmo, cuento hasta diez, y salgo de mi cuarto, lista para ir a soltar la noticia.
—¿Lista? —dice Gilda, que me espera afuera de mi cuarto.
—Sí. —contesto, agarrando su brazo en ganchito. —Gracias por apoyarme en todo, Gilda.
—No es nada, cielo. —me da un beso en la coronilla. —Vamos a contarles la pequeña noticia.
Asiento y bajamos las escaleras y andamos hasta el Salón Real agarradas del brazo.
Cuando llego, observo expresiones: Jason me mira, curioso, mi padre tiene una expresión inescrutable, Johannes, que ya sabe del tema, sonríe expectante, y Drake, mi abuelo, observa hacia todos lados.
—Ebrah. —oigo a Jason llamarme. —¿Qué pasa? ¿Por qué nos has convocado aquí?
—Tengo que contaros... algo.
—Qué habrá hecho, Dios mío... más disgustos...
Me muerdo la lengua. <<Disgustos los que me has hecho pasar tú a mi, papá...>>
Recuerdo que Jason no sabe nada de mi primer hijo, y hago silencio.
—Venga, dilo ya, me tienes cardíaco. —dice mi hermano.
—No hay prisa. —repone mi padre. —A saber que ha hecho...
—Estoy embarazada. —suelto sin vaselina, sin ningún tipo de preámbulo. —Y tengo pareja... —murmuro, tomo aire y lo digo: —El niño no es de él. Pero mi novio es Anders Hemsworth.
Observo las reacciones; Jason pierde el color en la cara, al contrario de mi padre, que se pone de todos los colores, Johannes ríe maliciosamente y mi abuelo abre mucho los ojos.
—¿C-cómo...? —titubea Jason, blanco como el papel.
—Esto es alucinante... —murmura Isaac, mientras que Gilda me pasa un brazo por detrás de la nuca.
—Ostias... —dice mi abuelo en un tono cómico.
Johannes ríe en silencio.
—¿No había otra persona en el mundo, Ebrah? —me riñe Jason. —¿Tenías que empezar a salir con ese animal?
—Eso no es lo peor. —mi padre se levanta, poniéndose en frente mía. —Lo peor es que tiene la poca decencia de acostarse con otros y quedarse embarazada de otro.
—No, papá. —miento. —Eso fue antes de estar con Anders. —mentira, el niño es de él, pero eso no puede saberlo nadie.
—Peor.
—¡Ese hombre es un salvaje, un animal, un bruto, un chulo...!
—Y pobre. —dice mi abuelo, de la nada.
—¡Cuando esta enfadado sale fuera de sí, es muy violento, Ebrah! —sigue Jason.
—No le conoces de verdad, Jason.
—¡Estoy seguro que más que tú si! ¿Le has dicho que estás embarazada de otro? Es capaz de golpearte, Ebrah...
—Ya lo sabe. —lo interrumpo. —Me ha dicho que lo cuidará como si fuera suyo.
—Ese lo que quiere es dinero, Ebrah. —dice mi padre.
—¡Papá! —le riño.
—Concuerdo.
—¡Jason!
—No es nadie en el mundo, Ebrah. Tú eres la Princesa de Wardrobe. —me dice mi padre, tomándome de los hombros. Temo porque me golpee pero Gilda se pone a su lado, por si acaso. —¡Entiende que tú eres de alto rango y tienes que estar con alguien de tu nivel!
—¿Qué nivel? —quito sus manos con rudeza. —¡A ver si entendéis de una vez que con quererle y con ser feliz es suficiente, joder! ¡No todos somos tan rastreros como vosotros!
Mi padre me alza la mano cuando digo esto, me encojo pero el golpe nunca llega porque Gilda le ha agarrado del antebrazo.
—Está embarazada, Isaac.
Parece pensarlo durante unos segundos y respira agitadamente. Mis ojos se llenan de lágrimas.
—Como es desgraciado te toque un solo pelo, Ebrah...
—No me va a tocar, Jason. Para ti será lo que sea pero ha sido el único de todo mi círculo que me ha demostrado cariño, sin contar a Gilda. —recalco, ya que la ama de llaves si me ha demostrado amor. —Me hace feliz, —miro a mi padre, me provoca contarle todo a mi hermano pequeño, pero estoy bajo amenaza— y eso es lo que importa.
—¡Es un...!
—¡Tú eres un envidioso que le tiene rabia porque lo hace todo mejor que tú! ¡Y vosotros sois unos clasistas de mierda! —exploto. —¡Anders me quiere y yo a él! ¡Os guste o no, lo aceptéis o no, es mi novio, voy a tener un hijo, y no le voy a dejar! —finalizo la conversación, saliendo del Salón Real seguida de Gilda, que siento que es la única que me aprecia en esta casa.
**********
Aún faltan varias cosas por explicar pero no quería alargar taaaaanto un capítulo, así que se va a quedar así mientras escribo la parte dos de este mismo capitulo, donde revelaremos y contaremos unas cuantas cosas más.
He subido este capítulo de completas revelaciones porque se acerca el final de la historia y había que desvelar que pasó realmente.
Recordad que cuando la termine, la revisaré capítulo a capítulo para corregir todo, fallos de concordancia, de años, de ortografía...
Nos vemos en la segunda parte de este capítulo :)
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