CAPÍTULO 30
'Tu tierra'
Dakota.
Unos días después.
Las cosas siguen bastante tranquilas por West Plate, quitando el hecho del retorno de Iriel. Que, por cierto, he quedado con él algunas veces.
Me ha contado que le cuesta abrirse y contarme lo que pasó durante la guerra, pero estoy segura de que terminará contándome. Hoy he quedado con él, pero no en la taberna de Avors, sino en otro lugar, que si bien es aún más concurrido, es más ambiental.
—Mamá, me voy. —la informo saliendo de mi cuarto.
—¿Donde vas, hija? —me contesta ella, desde el sofá.
—Voy con Iriel.
—Estás hablando mucho con ese chico, jovencita. —dice en tono protector, que no me venga con esas cosas ahora después de haber huido conmigo donde Jason.
—Chao, mamá. —me despido ignorando sus palabras.
—Espera. —dice, dándose media vuelta desde el sofá. Me apoyo en la puerta y me asomo para ver que quiere. —¿Has hablado con Anders?
—Sí. —contesto, colocándome bien. —Me dijo que ya han vuelto al mar y que van a terminar la travesía. Y bueno, que la hechicera murió y todo eso. Cuando venga te cuento mejor.
—Vale, hija. Adiós.
Con estas palabras, salgo de casa y bajo las escaleras de la montaña. Llegando ya abajo, bajo un poco la falda que he elegido para esta ocasión, una de volantes, negra, un poco corta y un top azul oscuro.
Ando hasta la carretera y durante unos minutos, espero que pare un taxi vacío.
Levanto la mano al ver a uno sin nadie dentro.
—¿Esta libre, no? —pregunto cuando para y baja la ventanilla.
—Sí, señorita.
Dicho esto, entro al coche.
—Plaza de Tin Camels, porfavor.
El conductor hace una pequeña mueca, pero arranca el coche encendiendo el taxímetro que empieza en 2800 de oro. Es cierto que Tin Camels puede llegar a resultar algo peligrosa y más por la noche, y siendo mujer... pero con Iriel me siento segura.
Cruzando por las calles y pasando al lado de la Torre del Reloj de Queensborough, en quince minutos aproximadamente llegamos a la plaza. Es cierto que está más concurrida pero tiene más ambiente.
—¿Cuanto es? —pregunto, sacando la billetera.
—Son 14560 de oro, princesa. —hago una mueca al escuchar como me ha llamado. Ugh.
Le entrego 15000 y le digo que se quede la vuelta y salgo rápido de ese taxi, donde me ha dado la sensación de que me pasaría algo.
Ando hasta entrar por completo en la plaza. Es literalmente un cuadrado con veinte bares por metro cuadrado, discotecas y clubs. Cuando hay demasiada muchedumbre, viene un DJ que toca música en medio de la plaza y los borrachos van a bailar y vomitar.
¿Dónde estás?
Mando el mensaje al hermano de Dalina, que tarda unos minutos en contestar.
Estoy en el Bar Clays.
Observo a mi alrededor, viendo ese bar al lado de otro más concurrido.
Ando hasta el lugar, entrando por la puerta que me recibe con un barullo alucinante. Con luces de colores y varios sofás repartidos antes de la barra, el Bar Clays tiene un gran ambiente. Los cristales de los sofás de al lado son translúcidos, se puede ver desde dentro pero no de fuera.
La barra tiene muchas, pero muchas luces de colores y hay música de fondo. También hay una pista de baile.
Pero, una cosa de esta tierra que no hay en otros lugares, son los cócteles. Si bien también se preparan cócteles clásicos, los guiéneses son de otra galaxia.
Cóctel mortal, una dulzona mezcla entra malibú con piña, vodka blanco y lo más curioso; zumo de fresa. Parece raro pero el sabor, con dulces agrios encima es algo que es universalmente conocido y delicioso.
Monkey Glad, otro de los más famosos originarios de Guiena. Suena bien en inglés (en español no tanto: glándula de mono), está considerado uno de los mejores cocteles del mundo (por no hablar de la leyenda que dice que incrementa el impulso sexual de quienes empinan el codo con esta bebida). Este coctel consta de ginebra, jugo de naranja, granadina, absenta (o anis), mucho hielo picado y una cereza de adorno para complementar el asunto visualmente hablando.
En fin, cosas de mi tierra.
Finalmente, visualizo al mayor de los Fontes en una mesa.
—Buenas noches, señor Fontes. —saludo cuando me acerco. —¿Que tal está?
Iriel es un hombre cuanto menos atractivo, de pelo largo y marrón a la altura de la nuca, bien peinado, labios gruesos y ojos marrones claros.
—¿Algún día se te pasará la tontería de hablarme de usted? —rebuzna.
—¡Iriel! —me quejo mientras me siento a su lado. —¡Le quitas toda la gracia!
Me acerco y le doy dos besos.
—¿Quieres algo?
—Mmm, pásame la carta de cócteles.
Así lo hace, dándome la carta que, decorada por navidad, tiene algunos detalles como si le hubiese caído nieve.
Cóctel: Bienvenido a Navidad: Absenta, Zumo de piña, de limón, y ginebra Larios. Una bomba de sabores que te introducirá en el calor necesario en Navidad.
Dios mío. Menuda bomba.
Cóctel S*x on the Beach: Vodka, licor de melocotón, licor de frambuesa, zumo de Árandanos rojos, zumo de naranja. Un cóctel deliciosamente excitante.
Hay miles más pero el cóctel '+18 en la playa' me ha ganado.
Cuando levanto la vista del papel, ya hay una camarera aguardando por mi pedido.
—Oh... —digo, haciéndome la fina dama. —Lamento la espera.
—No pasa nada. ¿Que desea tomar?
—Un sex on the beach. —le entrego el papel. —Cargado.
—Listo, entonces.
Para nadie es un secreto en este país subdividido que la coctelería en esta zona de Guiena es absolutamente deliciosa.
—Oye, Dakota. —habla Iriel, riendo. ¿De que se ríe con esa sonrisa de labios perfectos y dentadura brillante como la esmeralda? —¿Tú no eras menor de edad?
No sé porque me pongo pálida al instante.
—Bueno, relativamente sí. —digo. —Cumplo los 18 en febrero, no me jodas.
—¿Que día?
—El 21.
—Te felicitaré, tenlo por seguro. —me guiña el ojo de nuevo. Creo que él tiene 29.
Sonrío ante sus palabras y a los pocos segundos, la joven me trae el licor con una naranja fresca sostenida del vaso. Me muerdo los labios ante la pinta que tiene. La espumita de arriba me hace la boca agua y la verdad, el olor recuerda a su nombre.
—Siempre creen que soy mayor de edad, así que. —digo, probando el delicioso cóctel que lleva mis papilas gustativas a otro planeta.
El sabor es explosivo a la vez que delicioso.
—Sin ánimo de ofender. —me dirijo a Iriel con el cóctel en la mano. Hablo alto ya que el sonido de la música no le permite oírme al cien por cien. —Esto me ha hecho sentir más que cualquier hombre.
Me fijo como, ligeramente, sus ojos se oscurecen bajo las luces del club.
—Eso es que no has probado uno bueno. —me mira, y me guiña un ojo cosa que me pone extrañamente nerviosa. —Oí por ahí el rumor de que estuviste con el capitán Diphron. ¿Es cierto?
—Bueno, veo que los cotilleos traspasan fronteras. —le doy otro sorbo a mi cóctel del éxtasis. —Sí, es cierto. Estuve con él.
—¿Y acaso no es bueno el hijo del antiguo monarca del país entero?
<<Dios mío, el mejor...>>
Se me calientan las mejillas al recordarlo.
—Dentro de lo que cabe. —miento cruzando las piernas, Iriel nota mi acto y sonríe, tomando de su copa.
—¿Sí o no?
—Sí. —digo la verdad, finalmente. —Muy bueno, para que vamos a mentirnos.
El joven sonríe echándose en sofá frente a la mesa.
—Cuéntame tú ahora, Iriel. —pregunto. —¿Has estado con alguien en estos meses?
Realmente eso me da igual, quiero que me cuente un poco más sobre lo que pasó en ese periodo de guerra, para contárselo a Anders. No sé si le ha contado a Dalina que su hermano sigue vivo, tampoco me interesa.
—La verdad es que no. —se sincera. —En un periodo así lo último que tienes es libido ni ganas de una pareja, ni de algo así. Solo piensas en sobrevivir.
Me intereso ante sus palabras.
—¿Como fue?
Sabe a que me refiero y parece dispuesto a hablar.
—Fue algo demasiado duro. Vi morir a muchos compañeros y sentías que ibas a morir. Tener esa sensación detrás tuya absolutamente todos los días. Era un dolor constante en el corazón. Sentir que jamás volverías a casa, que nunca podrías volver a ser feliz, que jamás volverías a ver a los tuyos, todo mezclado en un ambiente de balas y muerte... —suspira. —Yo creo que podría escribir un libro. ¿Pero sabes que? Dejémoslo así, no hemos venido para estar pensando en el pasado.
⟳
Horas después, tengo un mareo terrible y estoy segura de que me ha cogido la noche.
Bailoteo como puedo en la pista, después de tres Sex on the Beach y Monkey Glad's, ¿cuantos? No sé, ya perdí la cuenta.
Me muevo desacompasadamente agarrada al cuello del melenudo, moviéndome de manera uniforme ante tanto alcohol.
La humareda de gente no me deja ni respirar pero no quiero parar. Iriel está en las mismas condiciones o peor que yo, si es posible, estoy muy bebida y apenas sé donde estoy.
Pero he logrado lo que quería, Iriel me ha contado sobre la guerra civil y ahora ya puedo irme.
—Mm, Iriel... —digo, arrastrando las letras por los efectos del alcohol.
—Dime... —dice en voz alta mientras trata de moverse de manera acompasada. No le sale.
—Me voy a casa. —miro la hora del reloj. Mierda, las 04:44. Tennia va a matarme. —Ya es demasiado tarde.
—Oh, no, no puedes irte todavía... —murmura, agarrándome de la cintura y pegando la nariz a mi cuello mientras trata de seguir bailando. ¿Perdón?
—Sí, Iriel. Y tú también deberías irte, —le aconsejo. —ya ha sido suficiente.
Sin más dilación, salgo de la pista y acto seguido, del bar, agarrando mi bolso con firmeza y bajando ligeramente mi falda.
—¡Dakota, eh, espera! —oigo un grito y reconozco la voz del hermano mayor de Dalina. —No puedes irte sola.
—Si que puedo.
—No me perdonaría que te pasara algo. —dice, viniendo detrás mía. —Te acompaño.
—No hace falta...
—Que ni se diga. —me interrumpe. —Sí hace falta, y yo soy todo un caballero.
Ya que se ha empeñado, me sigue por todo Tin Camels hasta llegamos al lugar donde paran los taxis nocturnos. Intentar movernos sin caernos al suelo es nuestro mayor reto.
Llegamos hasta un banco al lado de la carretera y ahora West Plate está solitario.
—A este paso llegamos a casa mañana. —se queja el pelilargo.
—La verdad es que sí. —bajo la cabeza, el sueño me corroe, pero una luz y un pitazo me levantan. —¡Ey!
Grito alzando las manos como una loca y ver al soldado hacer lo mismo y con varias copas encima, me hace mucha gracia, río inevitablemente.
—O perder la dignidad pareciendo un pato mareado, o quedarme en esta plaza fría toda la noche. —dice y tiene razón, hace frío en comparación a Barclays y tirito cuando pasa una ráfaga de viento helado. —Toma. —Iriel me coloca su chaqueta encima. —Para que no pases frío.
El gesto, muy tierno por su parte me da un pequeño vuelco al corazón.
El taxi para justo en frente nuestra.
—¿Donde? —pregunta cuando ya estamos dentro.
Doy la dirección de mi casa para que me deje justo en la puerta, ya que hay cuesta para coches.
Miro de reojo y noto a Iriel observarme.
—¿Qué?
—Nada. —murmura, se acerca hasta mi y pasa su pulgar por mi labio de abajo. El de la boca. —Sólo observo lo bella que eres. Como una diosa prohibida.
—Iriel, ¿que dices?
No me da tiempo a reaccionar cuando me agarra de la nuca y me besa a la fuerza. Sus labios se mueven contra los míos pero yo no soy capaz de reaccionar. Tengo los ojos abiertos y todo.
Cuando se separa, nos quedamos mirándonos durante unos segundos y...
—Ven aquí. —murmuro con el calor en mi cara, besándolo yo esta vez.
⟳
Es el dolor de cabeza lo que me despierta ahora. Me despierto en mi cama, me siento sobre ella pasando las manos por mis sienes.
<<Maldita resaca>> me digo.
Pero el batacazo en mi corazón es aún mayor cuando me giro a un lado y veo a un hombre tumbado en mi cama.
<<¿Quién demonios es? No me acuerdo de nada...>>
Suspiro con ganas de darme un bofetón por hacer tantas babosadas. Maldita sea, le fui infiel.
Intento detallar quien es, saliendo de la cama y colocándome la ropa interior para asomarse a su lado. Es un hombre fornido, con buenos abdominales y buenos pectorales por vanos recuerdos de anoche, pero nada más que eso, vanos. De pelo largo, marrón clarito, casi rubio...
¡No puede ser!
Aprieto la mandíbula cuando me percato de quién es.
Salgo corriendo al baño.
—¡Dios Dakota! ¡Eres una bruta, bruta, bruta, mil veces bruta! —me regaño en voz baja a mi misma, mirándome al espejo.
Es el hermano de Dalina. El hermano de mi cuñada. Dios mío. No puede ser esto cierto.
Rápidamente y tratando de no despertarle, salgo del cuarto ya vestida y bajo las escaleras. Encuentro a mi madre en la cocina.
—Dakota, hija, ¿a que hora llegaste?
—Mamá, soy gilipollas. —informo lanzándome a sus brazos.
—Hi...hija, ¿porque?
—Ayer no vine sola. —digo, poniendo un puchero y la mirada acusativa de Tennia ya se hace presente.
—Dios mío, Dakota, ¡que estás...!
—Es Iriel. —digo aguantándome las ganas de llorar. Aunque en realidad, quiero reír.
Mi madre se queda en blanco, completamente pálida ante mis palabras.
—¿Te has acostado con el hermano de tu cuñada?
No quisiera ser yo quien lo negara. Pero sí, es evidente, así que asiento con la cabeza.
—¡Dios mío, Dakota!
—Perdón. Bebí de más y se me fue la olla.
—Vamos, como siempre que bebes. —se me acerca, señalandome acusatoriamente. —Ya estás llamando a tu hermano y contándole todo.
Como alma que lleva el diablo, corro hasta el teléfono para marcar el número de mi hermano. Son las 10:37, ya estará despierto. Segundos después, contesta.
—Mmmm... —jadea cuando contesta. —¿Sí?
—Anders, soy yo, Dakota.
—Dakota... ¿porque me llamas a estas horas? ¿Estáis bien?
—Sí, sí, todo bien. —lo tranquilizo. —Bueno, dentro de lo que cabe.
—¿Como que dentro de lo que cabe?
Sonrío como una niña buena, inútilmente porque no puede verme.
—¿Te acuerdas que te dije que Iriel había aparecido?
Oigo un movimiento rápido y es él levantándose de la cama, donde supongo que estaba, se acabaría de despertar.
—Tengo a Dalina al lado. —me interrumpe.
—Ay, perdón. —me disculpo. —¿Porque no se lo has contado?
—No lo considero el momento. No es algo fácil así que se lo diré cuando estemos volviendo a West Plate, así no se distraerá.
—Hmm, entiendo. —prosigo. —Bueno, lo que te decía. He estado quedando con él estos días, charlando con él a ver que tal todo este tiempo, y eso...
—¿Y? —me incita a continuar.
—Me acabo de despertar con él en mi cama. —sonrío de nuevo.
El silencio se hace en la línea mientras parece que Anders piensa que hacer.
—¿Qué?
—Pues...
—Sí, tranquila, ya sé lo que significa. —resopla. —¿Pero como se te ocurre? ¡Que te saca doce años!
—¡Me bebí muchos cócteles! ¡Y él también! —nos excuso. —Yo creo que lo mejor es hacer que esto jamás ha pasado y ya está. ¿No? Tampoco es para tanto. Ninguno de los dos nos acordamos, ya está.
Un leve recuerdo me ataca precisamente cuando digo esto. Igual si que me acuerdo un poco, pero eso es otro tema.
—Dios... Bueno, vale. —asiente y suspira. —¿Te contó algo?
—Esas son las buenas noticias, hermanito. —informo sonriente. —Me contó que las tropas de Jason no atacan de un día para otro, planean mucho sus ataques y son fácil de verlas merodeando por las costas cercana a nuestras islas.
—¿Ah, sí?
—Sí. —respondo. —Muchas de ellas estan camufladas tanto en partes del bando azul como en partes del bando rojo. Debes andar con cuidado.
Mi hermano bufa al otro lado de la línea.
—Bien, Dakota. Bien. —agradece. —Gracias por la información. Te dejo, alta mar me llama.
—Bueno, hermanito, adiós.
—Saludos a mamá, chao.
Cuelgo el teléfono cuando otro corrientazo ataca mi cabeza al ver bajar a Iriel ya vestido por las escaleras.
—Mmm, bueno... —no me deja hablar antes de dirigirse a la puerta. —Me voy.
No me da tiempo a despedirme porque ya se ha ido. Agarro el teléfono de nuevo llamando a quien debo llamar ahora.
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