CAPÍTULO 07
'La guerra de una Doufier'
Parte I: 12 de julio de 1857.
Maria Montague.
—¡Hija, ven, sal! —oigo qué me grita desde el jardín. —¡Ha llegado el señor Doufier!
Resoplo al oírla pero intento poner mi mejor cara y salir al jardín. Nada más cumplí los 18, la edad legal, el señor Doufier, Edward Doufier, comenzó a venir a visitarme a casa, a pretenderme, etc.
Nunca logró engatusarme, más bien fue mi madre quien cayó. Está loca, pero loca porque me case con ese hombre.
No es feo, tampoco mala persona, pero simplemente no estoy enamorada de él, estoy enamorada de otra persona. Joset Hemsworth. Él ya está casado y tiene hijos, pero tampoco es tan mayor, creo qué solo me saca 4 años.
Pero es una persona tan, pero tan maravillosa… es guapo —guapísimo—, agradable, es educado, caballeroso… simplemente el hombre perfecto.
Pero no. A mi me tenía qué perseguir el ruin qué me saca 10 años. Y ese era el qué tenía qué adorar mi madre.
Respiro hondo y salgo al jardín para encontrarme con ese señor. Repito, no es feo, es estilizado, con una ligera capa de barba de pocos días, y ojos oscuros, pero a quién yo quiero es a Joset Hemsworth.
—Buenas, señorita Montague. —me saluda.
—Hola, señor Doufier.
Nos quedamos quietos viéndonos cómo idiotas.
—¡María! —me regaña mi madre, acercándome a él. —¡Se saluda con dos besos! —me escudriña con la mirada para qué lo haga. —¿No has traído un té o un café o algo?
—No… —intento separarme para ir por el té, pero me empuja de nuevo a los brazos de Doufier.
—¡Ya voy yo! Tú quédate ahí, con el señor Doufier, tenéis muchas cosas de las qué hablar. —guiña un ojo ignorando mi mirada de ‘no quiero’, antes de irse a la cocina.
El silencio tenso se hace entre los dos de nuevo.
—Bueeeeno… ¿nos sentamos? —ofrezco señalando el pequeño porche con unas sillas y unas plantas a nuestra izquierda.
—Por mi bien, señorita.
Andamos hasta el pequeño porche, dónde nos sentamos, yo un poco más lejos de él pero él se acerca, colocando una mano en mi pierna, incomodando.
—Señorita Montague, no sé por qué se niega. Sí estamos destinados, se lo aseguro. —Intento tomarmelo con humor y río.
—¿Y eso porque?
—Mire a su alrededor. Todos quieren qué nos casemos, y formemos una familia…
—Si, todos, pero yo no.
—Créame qué le va a ser más beneficioso, señorita Montague.
—Veo qué aún conserva algo de decencia y me respeta el ‘señorita’. —río en un tono serio.
—Le aseguro qué dentro de no mucho será ‘señora de Doufier’. —asegura guiñando un ojo y en ese momento aparece mi madre con una bandeja llena de tazas.
Apreto los dientes aguantando las ganas de escupirle.
—Bueno, bueno. —se sienta mi madre, agarrando una taza de té. Sí este señor me interesara le pediría qué se fuera, pero no es el caso y agradezco qué se quede. —El señor Doufier me ha ofrecido tu matrimonio con él directamente, María.
Me quedo helada completamente y el color baja de mi cara.
—¿Ah, si?
—Evidentemente. Usted será de mi exclusiva propiedad, Montague. —murmura y las ganas de romperle la taza en la cabeza aumentan intransgresiblemente.
—Mira, María. La propuesta es para mediados de septiembre…
—¿A mediados de septiembre?! ¡Eso es en dos meses! —me quejo al oír a mi madre.
—Lo sé, pero ya están los papeles firmados.
—Espera… ¿que? —mi alma se rompe al oír qué de verdad voy a quedar atada a este señor. Muchas veces me ha pedido matrimonio pero nunca llegamos hasta ese punto. —¿Quién ha firmado los papeles?
—Yo los firmé aún cuando eras menor de edad, María. —la voz de mi madre comienza a oirse con pitidos y comienzo a marearme.
Me ha vendido. Cómo sí yo fuese un objeto, incluso cuando era menor de edad. Me ha vendido.
—Recién acabaron hoy los trámites y el matrimonio es completamente legal, así qué… bueno, ya estamos casados por lo civil.
—Eso no es posible.
—Lo es y es la realidad, María. —replica mi madre.
—¡No quiero casarme con este señor!
—¡Pero qué es lo qué te toca!
—¡Yo no he firmado esos papeles!
—Cuando eras menor de edad yo era tu correspondiente en la ley. Firmé tu acta de matrimonio cuando faltaban dos días para los 18, y los trámites han acabado ahora. Estáis casados legalmente, y lo celebraréis en septiembre y qué no se hable más. —me llena la impotencia al oírla hablar.
—No sabes cuánto te odio… —escupo con ira levantándome del lugar, pero antes de irme, vuelvo a girarme. —¡Si papá estuviera aquí, no permitiría qué me prostituyas solo porque tiene dinero! ¡Además a un degenerado qué me saca 10 años!
Todo pasa tan rápido qué no soy consciente. De un momento a otro, Edward se levanta, alzando su mano contra mí y dándome una bofetada tan fuerte qué me lleva al suelo. Toco la parte de mi cara qué siento qué arde.
—Mamá… me ha pegado… —murmuro al intentar levantarme, pero me agarra del brazo levantándome él con fuerza.
—No me vas a volver a insultar o te pasarán cosas peores, niña.
Lo qué más me duele no es el golpe, es ver qué mi madre está ahí sentada, sin hacer nada mientras qué mi ‘esposo’ me ha golpeado.
Me levanta en brazos, cargándome cómo un saco de patatas a sus hombros.
—¡Mamá, ayúdame, por favor, no dejes qué me lleve! —grito forcejeando cuando me da una colleja qué me deja mareada.
—¡Cállate!
Observo cómo mi madre se levanta y se posiciona en el camino donde me esta cargando.
—Es tu esposo. Lo siento, hija, pero ya no eres María Montague. Eres Maria de Doufier, de su propiedad. Eres su esposa. Adiós, hija.
—Ya lo habías planeado, ¿cierto? —pregunto sorbiendo con la nariz, se gira y me mira pero no dice nada.
Se da la vuelta, abriendo la puerta de casa. Edward se da la vuelta conmigo aún en brazos. Espero qué sea una broma.
Pero parece qué no en el momento en el qué, no sé de dónde, saca una maleta con mi ropa según veo de reojo.
—Aquí está su ropa, señor Doufier.
—¡Mamá, por favor, no me hagas esto! —ruego, Doufier recibe la maleta, pero ella se gira dispuesta a irse.
—Hemos firmado. Adiós, hija. Adiós, yerno.
—Adiós, suegra. —dice antes de seguir andando hasta llegar a su coche, donde, con una mano, abre su maletero y saca un saco y una venda con la cual me tapa los ojos.
—¡Psicópata! —grito, sin embargo me da una bofetada y me tapa la boca.
—¡Dios, callate! —me mete en la parte trasera de su coche. —Sino quisiste por las buenas, querrás por las malas. Te lo advertí. Sino fue por las buenas, será por las malas.
Rocía mi cara con alguna sustancia qué me adormece, dejándome dormida en su coche.
⟳⟳⟳
2 de agosto.
Sirvo la comida en los platos, intentando hacerlo rápido antes de qué llegue. Desde ese 12 de julio donde, prácticamente me secuestro, no he vuelto a ver a mi madre.
Dirás, ¿y esta porque no se ha ido? Ahora prácticamente vivo con él.
Lo intenté, realmente lo intenté. Pero me encontró. Estamos en la zona de Peaky Oaks, donde todos lo conocen y no puedo huir.
El teléfono tiene contraseña: si no la pongo antes de llamar, no puedo hacerlo. Las ventanas siempre están cerradas sí él no está en casa —además es un 6to—, la puerta siempre está cerrada con llave sí él no está, están hechas de un material prácticamente irrompible, tiene inhibidores de frecuencia y sólo él tiene un teléfono satelital.
Sólo puedo salir de casa sí es con él, el resto del día me tiene aquí encerrada. Los primeros días fueron horribles; me golpeaba, me insultaba y me maltrataba, y cuando intentaba pararlo, era peor.
Pero me acabé acostumbrando; si no le enfadaba, no me golpearía. Ahí estaba la solución, no hacer algo qué pudiera molestarle. Así me acostumbré, ya qué cuando no se enfada, me trata bien.
Es una mierda, realmente una mierda, pero es lo qué toca. Ya he asumido qué no hay escapatoria, tendré qué aprender a quererle.
⟳⟳⟳
7 de septiembre.
Faltan 11 días para la boda.
Sigo aquí encerrada, aunque de ser realistas, Edward ya es más permisivo, hoy dejó la ventana más alta abierta, así qué pude tomar aire después de un mes.
—Ya tengo planeada la boda. —dice masticando su comida. —Será en 11 días. Vendrán tu madre y tus hermanas de parte de tu familia, mientras qué de la mía vendrán todos.
—Vale… —intento no rechistar pinchando mi comida y llevándola a mi boca.
—Se acerca la noche de bodas, ¿eh? —dice acercando su mano y tocando mi brazo. Estaba bebiendo agua cuando lo dijo y casi me ahogo al entenderlo.
—¿Q-que…? —murmuro y ya le veo apretando los dientes.
—¿Qué te creías? ¿Qué estando casados nunca tendríamos sexo? Solo he esperado a la noche de bodas para agarrarte con más ganas.
—Yo… no creo qué esté preparada para eso, Edward.
Parece no responder, pero se levanta violentamente y se acerca hasta mí pasando al lado de la mesa tan rápido qué el mantel recibe aire. Me agarra de la barbilla bruscamente, alzando mi cara.
—Me da igual sí estas preparada o no, María. Parece qué no has entendido aún qué eres mi mujer. Y qué me perteneces.
La miro asustada.
—No digo qué no, Edward. Pero aún no quiero qué hagamos eso…
—¡Qué no entiendes qué aquí se hace lo qué yo digo! —grita, iracundo. —¡Eres MI mujer! ¡Por eso puedo hacer contigo lo qué se me dé la gana! —me quita de la silla y me agarra cómo el día qué me llevó, cómo a un saco de patatas.
—¿Qué haces, Edward? ¡No!
Sube las escaleras en dirección a nuestro dormitorio.
—Voy a dejarte claras las cosas por fin.
Siento mis lágrimas caer mientras hago lo único que puedo hacer ahora: prepararme mentalmente porque no tiene pinta de que vaya a cambiar.
⟳⟳⟳
18 de septiembre, día de la boda.
— Así, pues, ya que queréis contraer santo matrimonio, unid vuestras manos, y manifestad vuestro consentimiento ante Dios y su Iglesia. —dice el cura, provocando qué Edward tome mis manos. —Edward Doufier, ¿aceptas a María Montague cómo tu legítima esposa, para amarla y respetarla en la salud y en la enfermedad, la riqueza y en la pobreza hasta qué la muerte os separe?
—Si, la acepto.
—María Montague, ¿aceptas a Edward Doufier cómo tu legítimo esposo, para amarlo y respetarlo en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza hasta qué la muerte os separe?
Estoy mareada. No sé sí acaso Edward vació todo el bote de cloroformo en mi cara, y ahora me está dando el efecto, pero mi cabeza da vueltas y siento qué voy a desfallecer.
Intento abrir bien los ojos y veo como absolutamente todo el público me escudriña con la mirada. Miro también a Edward, qué aprieta mis manos cada vez con más fuerza.
Es por supervivencia. Debo hacerlo para sobrevivir.
—Sí, acepto.
⟳
Qué fiesta más chabacana. Antes qué una fiesta de boda, parece un harén de borrachos descontrolados. Y luego estoy, yo.
La novia cadáver. Tengo unas ojeras qué parezco un oso panda, lo sé.
La panda de alcohólicos qué mi esposo tiene de familia comienzan a hacer el trenecito. Los escudriño con la mirada cuando noto alguien tocándome el hombro.
Me giro y veo el rostro de quién me traicionó y pensé qué jamás lo haría: mi madre.
—No… no te me acerques… —murmuro levantándome agitada.
He llegado hace unos escasos minutos, así qué tampoco la he visto desde qué me vendió cómo a una mierda.
—María…
—¡No me hables! —grito, callando a la gente y provocando murmullos a mi alrededor.
—Pero, María…
—¡Qué no!
—María, quiero ayudarte…
—¿Ayudarme? ¡¿Ahora qué ya me hundiste en la mierda, vendiendo cómo a un objeto?
—María, ¿qué está pasando? —aparece Edward.
—Sólo quiero hablar con ella, Edward. —intenta explicar mi madre, mi cabeza da aún más vueltas y me siento desfallecer y caer al suelo.
Despierto, no sé cuánto tiempo después, con un trapo de agua tibia en la frente.
Me giro al oír qué alguien entra en la sala.
Es mi madre.
—¡No….! —intento gritar pero me tapa la boca antes de coger un taburete y sentarse a mi lado. Intento escupir el trapo qué me tapa la boca, pero no puedo.
—María, por favor, escuchame. —intento moverme en señal de resignación pero estoy atada. —Me arrepiento de lo que hice, te lo digo de verdad, de corazón. Pero voy a salvarte. Hago un sonido de extrañeza. —Si, lo haré, pero no ahora. Ahora no puedo, pero te prometo qué te salvaré. Tú solo aguanta, hija. Prometo qué voy a enmendar este error.
La puerta vuelve a abrirse y la voz de Edward retumba en el lugar.
—¿Ya ha pasado tu rabieta? —me agarra de la barbilla y me obliga a mirarle. —Bien. Vámonos a casa, ya ha acabado la fiesta.
Me levanta y me agarra del brazo.
—Feliz noche de bodas, hija. —dice mi madre despidiéndose de mí.
⟳⟳⟳
13 de mayo de 1858.
—Enhorabuena, está usted embarazada de nuevo, señora de Doufier. Tiene tres semanas de embarazo. —me informa el médico.
¿Tres semanas? Sigo sintiendo ese momento tan presente en mí.
Intento alegrar mi cara.
—¿Y está sano? ¿Ha agarrado bien? —pregunto preocupada.
—Si, si, está todo bien. No hay nada de qué preocuparse.
Minutos después salgo de la consulta con el papel en la mano. No sé cómo voy a decírselo a Edward. Pero bueno, veré qué hago.
Ahora ya soy mucho más libre. Puedo salir de casa sola y siempre no vuelva más tarde de las 19 y 30.
He comprendido que sí le obedezco puedo estar muy bien con él y realmente no me quejo. A veces es un poco bruto y hace las cosas a la fuerza, pero ha mejorado.
⟳⟳
He pasado la tarde fregando y limpiando la casa, dejándola impecable.
Ahora, reposo en el sofá viendo la televisión, —qué Edward ya me permite ver— cuando me fijo en la vitrina qué hay enfrente mía. Es una vitrina con botellas de alcohol de todo tipo: vodka, whisky, etc…
¿Y sí cojo una?
Sacudo la cabeza apartando esa idea loca de mi cabeza. Pero… ¿y sí lo hago? No he tenido tiempo de salir de casa y disfrutar cómo cualquier joven, me casé a los 18 y no he disfrutado casi.
Una botella de vodka parece brillar llamándome, la tentación es grande pero intento resistir. Pero acabo sucumbiendo a ella.
Me levanto, abro la vitrina y cojo la botella, me apetece divertirme.
Sin embargo, aquí no puedo hacerlo.
Finalmente, salgo de casa cogiendo las llaves a pesar de qué son las 19 y 54, dirigiéndome hacia un parque cerca del cementerio con la botella en brazos.
Pocos minutos después, estoy detrás del cementerio en un pequeño lugar con bancos, así qué decido comenzar.
Destapo la botella, y sin pensar en nada, ni en el embrión qué llevo dentro, la empino pegando un trago largo al alcohol qué hace qué mi garganta arda.
Pongo una mueca de disgusto, pero sigo tomando tragos largos hasta qué el ardor es casi inexistente. Ando hasta un banco, el cementerio está detrás de una iglesia y atrás hay unos bancos, donde hay un precipicio con unas vallas y se ve todo WestPlate.
Vuelvo a empinar la botella, dándole otro trago más, y otro, y otro… paso las horas dando paso al alcohol por mi garganta permitiendo qué haga un efecto de corrosión sobre la misma. Sin embargo, empiezo a sentir los efectos cuando en menos de media hora he bebido más de media botella.
Me levanto y el mareo es inmediato; caigo al banco intentando no caerme y noto mi cabeza dar vueltas. Pero no paro, le doy otro trago más y el ardor prácticamente ha desaparecido. Y continuo.
Es así cómo en menos de una hora, bebo casi la botella entera, la cual, queriendo empinar de nuevo, resbala y se rompe.
Me levanto apoyándome en la valla del precipicio, permitiendo las vistas de toda la ciudad.
Pero, nada sale bien cuando los recuerdos empiezan a atormentarme. Recuerdos y recuerdos.
—¡Para, por favor Edward! —grito intentando quitármelo de encima, pero me golpea y luego agarra mi barbilla besándome a las malas.
El recuerdo me destroza, dando paso a otro más.
—¡¿Como qué estas embarazada?! ¿¡Porque no tomaste la pastilla?!
—Edward, la tomé, pero no es 100% segura…
—¡No me vengas con esas! ¡¿Por qué no las tomaste?!
—¡Sí lo hice!
Siento mi cara arder y mi cuerpo chocar contra el suelo, además del sabor metálico de la sangre en mi boca cuando me golpea.
—¡Qué ni para evitarlo sirves!
Una patada en el estómago me deja sin aire, lo cubro intentando proteger al embrión pero sigo recibiendo daños qué terminan conmigo.
Luego su perdón…
—Perdóname, María. Es qué me alteré, y no quiero tener niños ahora, además ¿con quién vas a estar mejor qué conmigo?
Dios… ¿dónde me he metido?
—¿¡Porqué?! ¡¿Por qué me vendiste, mamá?! ¡¿Yo qué te hice?! —grito llorando. —Yo no me merezco esto… ¡me jodiste la vida, dijiste qué vendrías por mi, qué aguantara, qué vendrías! ¡Y no estás!
Me subo a la valla, llorando desconsoladamente. Mi vida está arruinada, jodida. No tengo escapatoria, no tengo manera de salir de aquí. El alcohol me está haciendo darme cuenta; jamás voy a querer a alguien qué me ha golpeado y maltratado.
Nunca, me provoca arcadas.
Es mi único escape, no aguanto más ser el perro de Edward Doufier. Prefiero la muerte qué volver a esa casa qué me denigran, abusan de mí y donde me maltratan.
—S-señorita…. —oigo una voz detrás mía qué reconozco al instante: Joset Hemsworth. —Baje de ahí, por favor. No haga una tontería.
Decido no girarme y limpiar mis lágrimas en el dorso de mi mano.
—Váyase. Esto no le incumbe, señor Hemsworth.
—Claro qué me incumbe, señorita Montague.
Rio por lo bajo con una disimulada felicidad al ver qué aún respeta mi apellido.
—Señora de Doufier, ¿o es qué no se enteró? Mi vida ahora pertenece a Edward Doufier. —digo aun sin girarme.
—No se mienta, María. Ambos sabemos qué usted no es feliz con ese hombre, señorita.
—Pues sí. ¿Y qué puedo hacer, entonces, sí ahora el dueño de mi vida es un carcamal en celo?
—No lo sé, más morirse no es la solución.
El silencio se hace durante unos segundos y finalmente me giro.
—Estoy embarazada de él, señor Hemsworth. —confieso haciendo qué alce las cejas.
—Lo primero, le saco cuatro años, llamame Joset, me hace sentir mayor. —contesta haciéndome reír. —Y segundo, tiene miles de opciones.
—¿Sí? —refuto. —¿Y qué puedo hacer para no tener un bebé fruto de la locura de ese señor, Joset?
—No tiene porque no tenerlo sí así lo deseas. Recuerda, señorita Montague: muchas veces, los retoños son quienes pueden destruirnos. Pero, eso implica qué tiene qué tomar las riendas de su vida. Baje de ahí.
—¿Qué me está aconsejando, Joset? ¿Qué lo tenga cómo sí fuese una bomba fétida?
—Es una bomba de tiempo, señorita Montague. Fíjese; sí tiene al bebé, este querrá crecer y cuando lo haga querrá ser el macho alfa del hogar; así cómo se cree su padre. Acabarán peleando. Pero usted deberá huir antes. Y usted no verá cómo esa relación cae por su propio peso, ya habrá huido.
—Entonces, ¿debo aguantar otros nueve meses para qué? ¿Para ni siquiera ver cómo caen? —intento vocalizar por culpa del alcohol.
—Usted debe saber sacar sus armas de mujer, señorita. Debe hacerlo caer por lo único qué piensa ese carcamal: su sexo. Debe provocar al burro con la zanahoria, pero sin dársela. Contrólalo con su punto débil. Sé qué suena a rebajarse, pero mire, le juro, qué sí decide tenerlo y seguir este plan, yo la ayudaré a lograrlo sana y salva. ¿Acepta, señorita Montague?
Bajo de la valla, dispuesta a acercarme hasta él, y agarrar la mano qué me tiende, pero en ese momento, escucho la voz qué destaca en mis pesadillas.
—¡María! —oigo la estridente voz de Edward llamarme y aparece por un lado de la iglesia, el señor Hemsworth se esconde en un arbusto.
—Dime, señor Doufier. —contesto haciendo una pequeña burla.
—¿Estás tomada?
—Un poco… pero, básicamente cómo tú todos los días…
—Mira, niñata, no estoy para tus cuentos, nos vamos a casa. —me toma bruscamente del brazo.
—No quiero, Edward. —me suelto rápidamente. —¿Por qué no puedo divertirme?
—¿No puedes divertirte como una señorita? Has estado portandote muy bien estos días, no la cagues. —vuelve a cogerme del brazo.
—¡Qué no soy tu perro! —grito zafándome de nuevo. —¡No tengo qué comportarme de ninguna manera!
—Eres mi esposa, María.
—¡Yo no quería está mierda! ¡Mi madre me vendió cómo a un objeto, jamás te quise y jamás te querré! —le empujo e intento sostenerme por culpa del alcohol.
—¡Claro qué me vas a querer! ¡No te queda otra, María Montague! ¿O me vas a decir qué no te gusta esto?
Mi mano escapa directamente impactando en su rostro, el cual se voltea.
—¡Te odio! ¡Dios! ¿¡Porque no naciste muerto?!
—Porque el destino nos tenía qué poner juntos y está es tu vida, María. Enámorate de mí como yo lo estoy de ti.
—¡Maldito enfermo asqueroso! ¡Jamás podré enamorarme de ti porque ya estoy enamorada de otra persona!
—¿Ah, sí? ¡¿De quién?!
—¡De Joset Hemsworth! —escupo. —Pero por desgracia, se ve qué la vida es una mierda y he vuelto a quedar preñada de ti. Pero tranquilo, Edward. De este vientre saldrá un monstruo igualito a su padre o incluso peor, sí es posible.
Levanta su mano dispuesto a golpearme, pero en ese preciso instante, Joset Hemsworth sale de detrás del arbusto.
—Ni se le ocurra tocarla, Doufier. —dice, protegiéndome con su cuerpo. —Soy completo testigo de sus maltratos y abusos a su esposa, María Montague.
—Eres tan idiota como entrometido, Hemsworth. No puedo abusar de mi propia esposa.
—Se ve qué a parte de un orangután maleducado, tampoco estudió. El abuso es cuando una persona abusa sexualmente de otra, cuando esa persona abusada no quiere, independientemente de su relación, sí no está sus condiciones, osea, ha bebido, o ha consumido drogas. Ahora tiene un testigo en su contra, así que usted decide. Una vida digna para María o una denuncia.
Edward parece pensarlo durante unos segundos antes de responder.
—María es mia.
—Voy a repetir las opciones una última vez, Edward. Una vida digna, una denuncia… o bueno, que se vaya a vivir conmigo y mi familia. Usted decide.
⟳⟳
Parte II: Actualidad.
Anders.
Son los ronquidos de Craber lo qué me despierta, decidimos quedarnos toda la noche vigilando, sentados en las sillas y no ha pasado absolutamente nada. Ha encendido la tele durante un rato y luego se ha ido a dormir. Agarro el walkie talkie
—¿Hola, hola? ¿Hay alguien ahí? —pregunto cómo sí alguien fuera tan bobo de quedarse como nosotros dos. Los ronquidos de Craber me ponen nervioso y azoto su hombro para qué despierte.
—¡¿Qué pasa?! —responde, levantándose exaltado.
—¡Deja de roncar, pareces una morsa!
—¡No es mi culpa!
Vuelvo a intentar saber sí hay alguien al otro lado del walkie-talkie, sí usamos el teléfono el propio radiador nos detectaría.
—¿Louise, Faraday, Dalina? —pregunto. —¿Hay alguien ahí?
No hay respuesta, pero segundos después parece qué si hay alguien.
—¿Hola…? —reconozco una voz somnolienta, es Louise.
—¿Louise? ¿Estabas durmiendo? —rio al oír su voz.
—¿Qué? ¡No! —responde tartamudeando.
—Ya, bueno… ¿qué ha pasado con los radiadores de frecuencia? ¿Algo nuevo?
—Pues mira… la verdad es qué… —parece pensar durante unos segundos y Craber se acerca. —Está hablando ahora mismo, Jake está usando un teléfono.
Craber y yo nos miramos con complicidad.
—¡Pon la conversación!
—Voy. —oigo desde aquí cómo lo ajusta y empezamos a oír la conversación.
—¡¿Era necesario matar a mi perro?!
—Si, y no me chilles, a ver sí vas a acabar igual. —oigo la voz de un hombre, está un tanto distorsionada. —Era un aviso de qué puede pasarte sí hablas, Jake.
—¡¿Pero porque a mi perro?! —oigo su llanto. —¡No es justo!
—Lo es, créeme. Ya sabes lo qué tienes qué hacer, Jake.
—¡No, no es justo!
—¡Sí lo es! —se oye movimiento. —No tengo nada más qué hablar contigo.
—No, no cuelgues. ¡Jason!
La llamada se corta cuando cuelga la llamada.
—Era Jake… —murmura Craber, rojo de ira. —¡Vamos por él ahora mismo!
—¡Eso, aquí os espero! —oigo a Louise.
—¡No! Creerme. Es mejor no hacerle nada. —digo, provocando la incrédula mirada de Craber. —Al menos no por ahora. Vamos a jugar con la comida, ¿no?
***
Nos vemos en el siguiente :)
Este ha sido un poco más largo que de normal y espero que os haya gustado.
Aunque ha sido fuerte, era necesario explicar un poco sobre los padres de Pietro porque será importante más adelante, aunque falta por descubrir.
Y aclarar: Louise y Pietro son hermanastros por parte de padre, lo que quiere decir que esto ha sido la historia de la madre de Pietro pero no de la madre de Louise.
Era importante esta parte porque será más importante adelante. Espero que os haya gustado y nos vemos en el próximo capítulo :)
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top