Mapugos
Hermosa era la facha, cuando secretas amantes de desnudos artistas, rompían el silencio del lienzo, entre hogueras de pasión que conquistaban los colores, con compulsiva maestría. Develaban el tupido de las mujeres, que se apoderaba de la voluptuosidad creadora que aspiraba su piel, junto a su perfume expendido y muslos desiertos, una alegórica ave pagana revoloteaba sobre movimientos de lujuria. Espejos rotos de vanidad, contemplan la sombra de su egolatría, perfecta soberbia del animal distante de lo humano, para ensalzarse de su genialidad avasallante.
Las noches eran negras en mis ojos, mientras tambores movían en el cielo al pájaro en vuelo, acompañando máscaras de carnaval exhibicionista. La música glorificaba exaltadamente la rosa prusiana en ceniza de marcada soledad, en tinta plateada que cosechaba estrellas amargas. La ciudad tenía una elegía ausente, como en un recipiente de alma apolillada, se encontraban razones de silencios que abrían las sonrisas. Las cochambrosas flores ebrias fecundaban el vientre de las abejas, entre orgías de hipocresía, de amores desahuciados y fantasías de antiguos obscenos.
Así eran las entradas y salidas de jornada laboral en las discotecas, despertar en casas de extraños y extrañas era la cosa de todos los días. Pasaba más tiempo en la calle, que en mi propia casa junto a mis seres queridos; la injusticia me había hecho un joven malcriado, que se creía macho por salir a joder y volver casi destrozado por unas copas. La ilusión era lo que me hacía ver, en vez de escuchar lo que hacía pasar a las personas que me cuidaban; ellos me castigaban y se enojaban por mis pasatiempos, pero el castigo junto al enojo terminaba más rápido de lo que una vela tarda en derretirse.
La escuela me chupaba un huevo batido, ya que solo me importaba divertirme con personas que decían ser mis amigos; terminé probando todo tipo de sustancias peligrosas por culpa de ellos, al hacerlo me lo tomaba a gracia ya que nunca pensaba en los males, solo pensaba en el amanecer de un nuevo sol. Lastima que no puedo volver, y corregir eso que tanto me estaba perjudicando en todas partes. Al parecer eso era de familia ya que siempre había atribuido a lo mismo cuando eran criaturas. Siempre pensé que un abrazo no se podía dar sin amor ni preocupación, en un perdido y descontrolado niño pequeño.
Yo cansado traté de encontrar la forma, de aprender a vivir con esa falsa felicidad aun sabiendo, que estaba solo. Pero había llegado tarde a mi vida, algo que no podía ser ajeno a mi dolor de quererte soñar, y extrañarte cada instante a cada minuto. Yo creía comerme el mundo, y poder llegar con mi mente a cualquier lugar. Mi historia juvenil de amor, era castigo por saber o imaginar estar en brazos de otro amor. Yo quería calmar el fuego y el enojo sin sentido de mi mente, pero siempre estaba frotando por los poros de mi piel la fresca y jovial maldad; de aquello que me invitaba a pecar y disfrutar de la miel en fantasías perfumadas, para así jugar y saciar mi sed del amor que evaporaba el dulce aroma de mi futuro.
Me encontraba al borde de un acantilado al apreciar esclavizando, el bien que llegaba de ondas queridas en cientos de palabras de alguien fuerte, de tratar de contener mis salidas. Me hubiera gustado poder tener una mejor calidad, en esa tempestad hecha por mí. Yo solía escaparme a otros lados y mentir, haciendo creer a mi hogar que me encontraba en otro lugar; me gustaría mirarme en ese caudal sofocante de fiebre y a media voz. Yo creía poder atravesar una galaxia y alcanzar una milésima de frases al pestañear. Yo sufrí cuando esa brisa se enredó en mi luz, y me dejó sin nada en un cuarto verde de tantos olores. Desperdicié años de edad, con mis letras guardadas en mi decrépita niñez, al igual como tomar un café con orina roja.
Fin
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