❦ 04 • Una milagrosa segunda oportunidad ❦
❦ CAPÍTULO CUATRO ❦
❝Puede que el destino no tenga absolutamente nada que ver en esto, pero ¡de que es una segunda oportunidad para hacerlo a mi manera!❞
Al parecer el infierno bajo la tierra si tiene nombre y es mucho más sencillo acceder a él de lo que cualquier pudiese imaginar. Según los humanos se le conoce como: «el Metro de Caracas»; y es un medio de transporte público dedicado para que una incontable cantidad de mortales sudorosos, apestando a comida grasosa, estiércol de ganado y demás aromas pestilentes se reúnan de manera... ¿voluntaria? Sí, no creo que haya algún tipo de canto de sirena que los atraiga.
Ellos solitos van e ingresan a un vehículo en forma de un monumental gusano de metal que transita a gran velocidad a diferentes destinos que están en la superficie.
Y por increíble que parezcan, la oruga formidable es bastante veloz, no tanto como yo en mis días dorados, por supuesto. No obstante, para haber sido algo creado por humanos, es ingenioso.
Es una lástima que no le haya implementado algún sistema de ventilación. Porque realmente se siente como si se estuviera en el mismo averno. Y no es que yo haya visitado ese lugar alguna vez. Puede que una vez estuve a escasos segundos de ir, pero soy un vampiro de tierras frías. Las altas temperaturas en la mayoría de casos, por no decir que siempre, son sinónimo de pegajosidad e incomodidad ocular.
Y aunque no percibo las temperaturas como otras criaturas, los vampiros nos sentimos mucho más a gusto en temperaturas bajas.
En esta ocasión solo he decidido seguir al humano, porque podría ser mi único aliado en estas nuevas tierras. Necesito recolectar la mayor cantidad de información antes de tomar decisiones y establecer metas realistas.
Cuando salimos del averno en que ese desquiciado mortal me metió, y yo más iluso lo dejé, me guió por los caminos de un laberinto que parecen ser avenidas y callejones. Pese a que el sol se ha ocultado desde hace mucho, la cantidad absurda de humanos que siguen despiertos es alarmante.
En mis tiempos, cuando el sol le daba paso a la luna, todas estas criaturas corrían a refugiarse en sus casas, cerrando puertas y ventanas, colocando crucifijos en cualquier entrada o, inclusive, recuerdo una temporada en la que la costumbre de rociar sus casas con agua bendita o guindar manojos de dientes de ajo los hacía sentir seguros de nosotros.
Cuando en realidad, nada de eso fue un impedimento para los demonios y los monstruos que se apoderaban de la implacable noche.
En primer lugar, eso de que los de mi especie, los depredadores más voraces de todas las criaturas, eran amortiguados o erradicados por esos utensilios humanos, solo se trataba de alguna broma, o como mi antecesor solía decir: era una herramienta para que ellos no se vieran tan en desventaja.
Después de todo, el agua bendita solo era eso: agua.
Las cruces hechas de metal, madera o de cualquier otro material, no dejaban de ser eso. Meros artilugios de una fe que siempre fue ajena a nosotros. No obstante, algunos de esos mismos fueron diseñados por nuestros hermanos para que la comida no saliera huyendo o se trastornara, volviendo así la sangre agría.
Oh. Hablando de sangre, estos humanos que he tenido la oportunidad de observar de cerca, no parecen tan saludables como los que había en antaño. No logro entender si se deba a algo que se encuentre en el aire o sí, sus antepasados fueron capaces de descifrar todas nuestras trampas y tomaron medidas para ser tan poco... apetitosos.
Antes hasta los que vivían en decadencia no eran tan desabridos.
Lo que es incluso más alarmante es que desde que desperté no he tenido, hasta estos momentos, un arranque desenfrenado por alimentarme. Puede que el perfume dulzón y empalagoso del humano asiático sea lo que me mantienen cuerdo.
—¡Oye, amigo, ¿qué carajos?! —exclama él, empujándome lejos.
Y solo ahora es que me percato que me había aproximado demasiado a su cuello y tenía prácticamente mi nariz sobre su nuca. Sonrió al ver como sus pulcras mejillas vuelven a tomar ese exquisito color rosado y por una milésima de segundo me veo a mí mismo tomándolo por los hombros y lamiendo sus pómulos, como si de una fruta se tratase.
Trago seco.
Siento la saliva acumulándose en mi paladar, esto es peligroso. Si lo mordiese ahora, sin estar consciente de las limitaciones de lo que un cuerpo palpitante puede resistir sin el elixir de sus cuerpos, podría llegar a cegarle la vida en un instante, incluso antes de pensar en detenerme.
¡Por los mil demonios!
Es por esto mismo, esta misma sensación de letargo y obsesión por la sangre que siempre he querido evitar. El subconsciente en un depredador es lo más aterrador que pueda existir.
Desvío mi atención de su rostro. En su lugar, opto por mirar a mis alrededores, no estoy muy seguro sobre el destino al que este mortal quiere llevarme, pero algo en el camino me dio la impresión que quería llevarme a su domicilio, solo que no creo que hayamos llegado aún.
—¿Qué es este lugar, humano? —inquiero sin entender porque hay tantas escaleras e infraestructuras amontonadas como si fueses muchas rocas con puertas y ventanas.
—Es mi barrio, bienvenido —menciona como si estuviera hablando del clima o cualquier tema sin relevancia.
Detengo mi andar por los tediosos escalones que parecen no tener fin, vuelvo a detallar el paisaje. He visto diversos organismos vivos que se apilan entre ellos para poder coexistir, en especial los animales o las especies más inferiores con una inteligencia superior.
Aunque no recuerdo haber conocido a un clan o barrio que aplicara este extraño e innovador mecanismo.
Y más importante, no debería sorprenderme que él, incluso siendo un humano común y corriente fuera capaz de ser el líder una manada de mortales. Tiene el carisma para atraer a otros y mantenerlos bajo su merced. Es como yo, solo que con más naturalidad.
—¡Oh! Así que has decidido traerme a tu pequeño reinado y darme una apacible bienvenida, ¡me encanta! —expreso con emoción avanzando a su lado—. ¿Has preparado alguna habitación cómoda para mí, cerca de la tuya? —inquiero con curiosidad—. Porque creo que eso sería lo mejor.
—¿Qué?
—Puede sonar osado de mi parte, pero me siento muy a gusto contigo. Expides un aroma que es de mi total agrado, ¿sabías?
Él enarca una perfecta ceja negra y me señala con el dedo índice.
—Creo que estás malentendiendo algo, pana.
Niego un par de veces, rodeo su dedo acusador con mi mano y la acerco a mi rostro, sin romper el contacto visual que tenemos.
—Quizás eres tú el que malinterpretó algo, amigo mío —le devuelvo sus palabras, gustoso por ver su inseguridad mezclada con al más salir a flote—. No huiste de mí cuando tuviste la oportunidad. Ahora, debes acatar mis peticiones —Él frunce el ceño, abre la boca dispuesto a rebatir, pero me adelanto—. Después de todo, has sido tú, en la plenitud de tus facultades mentales quien me ha arrastrado por los lugares más inhóspitos de este nuevo mundo, me has ofrecido de tu alimento con sabor a ramas secas mezcladas con algo que aún no logro identificar.
—¡Oye, oye!
—¡Además! —alzo mi voz opacando su réplica— Me has traído a tú barrio, con tu gente. Y ni siquiera he utilizado la hipnosis en ti.
El parpado de su ojo derecho parece moverse de forma frenética antes de soltar el aire de manera exagerada, arranca su dedo de mi agarre y sube un par de escalones más. En el momento en que coloco mi pie en otro peldaño, él se voltea de improvisto y vuelve a señalarme. Esta vez su rostro denota su disgusto.
—¡No te pases de listo conmigo, idiota! ¿Lo captas? Solo te he traído aquí porque temía que algún choro* te chuleara esas joyitas que tienes en los dedos o, ¡peor aún para ti! Qué tu cara de modelito te trajera muchos más problemas y terminaras con el hoyo abierto y sin saber en dónde estás parado.
«¿De qué hoyo está hablando? ¿Es una especie de alusión a que alguien me iba a travesar? ¿A mí? ¡Ja! Lo dudo mucho, ya quisiera verlos intentar si quiera acercarse a mí con esas ruines y fantasiosas intenciones». Sonrío ante el escenario que se va armando en mis pensamientos, cuando siento como el humano iracundo me toma de la camisa y me acerca con rudeza a él.
Aquí viene de nuevo esta irrespetuosa forma de llamar mi atención, en definitiva necesita unas cuantas clases sobre etiqueta y como respetar el espacio personal de los demás.
Yo no es que sea muy bueno en esto último, pero no ando jalando a todo el mundo así, o palmeándole el pecho o señalándolos con el dedo como si quisieran llenarme de agujeros.
«¡Oh! ¡A esto se refería con lo que algún desconocido dejándome el hoyo destapado! ¿No es así? Esta es parte de su cultura».
Está bien. Voy poco a poco captando cómo funciona esta nueva sociedad.
—A decir verdad, no sé si eres un vampiro de verdad o solo un desquiciado loco que se ha escapado del manicomio —dice, a escasos centímetros de mi cara. No me siento tan incómodo como pensé que sería, su repentino acercamiento me ofrece unos segundos de deleite—. Pero si haces un movimiento en falso, te notifico que sé un poco de defensa personal y algo de Kung Fu, por lo que puedo patear tu trasero en cualquier instante.
—Oh, yo también sé un poco de eso. No del arte marcial chino, pero sí de otras artes de lucha —digo con una sonrisa sutil en los labios.
—No me pongas a prueba.
—Lo mismo digo, humano.
Me suelta la camisa y se endereza con las dos manos en su cintura. Aún sigue con el ceño fruncido conforme sus ojos me examinan de arriba abajo. Adopto su misma postura sin borrar la complacencia que me inunda al verlo tan dispuesto a enfrentarme. ¡Esto me fascina!
Ver una versión menos vigorosa y menos refinada del que fue un gran conocido de antaño, siendo tan desafiante, incapaz de ceder su autonomía ante mí, es simple y llanamente algo que podría ser adictivo para mí. Más que, incluso, la misma sangre que corre por sus venas.
—Deja de llamarme «humano» a cada momento, es desagradable —habla luego de un par de minutos de duelo de miradas entre machos alfa.
Extiendo mi sonrisa y subo un escalón más, nivelando nuestras alturas.
—¿Cómo deseas que me dirija a ti, entonces? No recuerdo que te hayas presentado en lo que llevamos conociéndonos. Y yo sí me presenté ante ti.
—Sí, recuerdo esa parte —Sonríe de lado, no tan molesto—. Me llamo Dante.
—Dante —susurro para mí, saboreando cada sílaba.
Al fin puedo ponerle un nombre a esta reencarnación tan vigorosa, tan llena de vida y tan rebosante del más exquisito elixir que jamás he probado. Exhalo una bocanada de aire llenando mis pulmones y subo el peldaño restando para estar justo a su lado, rosando su hombro con el mío.
Tomo uno de sus antebrazos y llego hasta su muñeca para estrecharla con la mía. Veo como el desconcierto y el recelo aparece en sus facciones delicadas, ya no hay enojo, ni el más mínimo rastro de su arranque de hace unos momentos, solo está su indagación por ver qué haré a continuación.
Le dedico la más sincera de mis sonrisas y coloco su mano, entrelazada con la mía, en mi pecho. Él no parece entender el motivo o el significado de mi acción, pero aun así no se aleja o menciona palabra alguna. Eso es una buena señal.
Puede que quizás no me recuerde. Puede que el lugar de donde le es familiar mi rostro no tenga tanta relevancia. O puede todo sea parte de alguna jugarreta del destino y el simple hecho de estar aquí, ahora, uno delante del otro, tan diferentes y ajenos a todo lo pueda estar pasando en el universo mismo, se trata de una de las interminables casualidades.
Sin embargo, se tratase de uno o de lo otro. Para mí es un milagro, una segunda oportunidad para hacer las cosas mejor, a mí manera.
—Es de mi total agrado conocerte, al fin, Dante. Espero que nuestros caminos sigan uno al lado del otro, de manera armoniosa y grata para los dos —hablo.
Y como ha ocurrido durante toda la noche, él reacciona de una manera totalmente diferente a la que intuía, me dedica la más hermosa de las sonrisas, niega un par de veces y habla:
—Como se nota que eres todo un Don Juan. Has de traer a todas las chicas loquitas detrás de ti —expresa.
Aunque no comprendo mucho su forma de expresarse, me encojo de hombro y lo sigo.
—Quién sabe. Pero no me llamo Juan, soy Elián, ¿recuerdas?
Dante se ríe y no vuelve a decir nada más.
N/A: ¡Hola, mis glamuros@s!
¡HE LLEGADO A LAS 8K DE PURO MILAGRO! Y eso que recién se me fue la luz y casi me da un ataque, ay. Yo no pensaba lograrlo, pero tanto amor por FB me dieron ánimos.
¿Qué les ha parecido el capítulo?
Sé que puede que el ambiente se haya puesto algo sentimentalista al final, pero así es nuestro Elián Santander, ¿qué opinan de ello? ¿De qué creen que Elián se arrepiente? ¡Vamos, déjenme sus teorías o expectativas!
No olviden de votar, comentar y compartir si les ha gustado la historia.
Más que nada sus comentarios y apoyo, es lo que me mantiene motivada y con ganas de escribir cada día más.
¡Nos vemos en la próxima actualización!
Los quiere glamurosamente, Dorian.
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