Extra 2.2
Era la primera vez que Ronan pisaba un pub, y a diferencia de muchas de sus experiencias recientes como humano, esta no incluía la guía de Sydonie. Esta vez, eran Maxwell y Cameron quienes lo acompañaban. Y aunque eso en teoría debería ser suficiente para calmarlo, lo cierto era que Ronan se sentía completamente fuera de lugar.
¿Cómo había terminado en esta inesperada e incómoda situación?
La respuesta era simple.
—Maxwell y yo iremos al pub en el muelle —había dicho Cameron después de la cena, con su entusiasmo característico mientras recogía los platos de la mesa—. ¿Quieren venir?
La pregunta, pensó Ronan, había sido dirigida claramente a Sydonie. Al menos, eso era lo que él había intentado convencerse mientras fingía estar demasiado concentrado en doblar una servilleta para escuchar.
—Tengo que bañar a Amani, y mamá y yo horneamos un pie de manzanas —había respondido Sydonie, en un tono que, para Ronan, sonaba como una melodía celestial. Alivio inmediato. Por supuesto, ella no iría y él tampoco tendría que ir.
Pero entonces, Sydonie había añadido una frase que cambió su destino.
—Pero lleven a Ronan.
En ese momento, Ronan había sentido que todo su mundo tambaleaba. Intentó protestar con una mirada cargada de súplica, pero Sydonie apenas le dedicó una sonrisa divertida antes de volver su atención a Amani, como si acabara de proponer la idea más natural del mundo.
Y así, sin más discusión, su destino quedó sellado.
Ronan siguió a los hermanos dentro de un lugar que estaba repleto de gente y era muy cálido. Apenas cruzó la puerta, el frío exterior quedó atrás, sustituido por una mezcla embriagante de aromas: madera añejada, cerveza fresca y un leve toque de turba quemada que parecía venir de una chimenea encendida al fondo. Las paredes estaban revestidas de paneles oscuros, llenas de fotografías antiguas, insignias de clanes y banderas escocesas, todas iluminadas por la tenue luz anaranjada de lámparas colgantes. El techo bajo hacía que las conversaciones se entrelazaran en un murmullo constante, salpicado de risas y el tintineo de vasos que chocaban en brindis.
Maxwell los guió hacia una mesa en el rincón más alejado, donde la música, aunque vibrante, llegaba amortiguada. Era un lugar estratégico, más tranquilo pero aún inmerso en el ambiente del pub. La mesa era de madera maciza, con marcas de cortes y quemaduras que hablaban de décadas de uso. Apenas se sentaron, Cameron se ofreció a traer las cervezas, dejando a Ronan y a Maxwell en un breve aunque incómodo silencio.
Ronan intento relajarse, inspeccionando alrededor. Desde su posición, Ronan podía observar todo el pub. Los músicos improvisaban en un rincón cercano: un hombre tocaba el violín con energía mientras otro marcaba un ritmo hipnótico en un bodhrán. Las mesas más cercanas al bar estaban abarrotadas de grupos que charlaban y bebían, algunos inclinados sobre juegos de cartas. A lo lejos, la mujer detrás del bar servía jarras con movimientos rápidos y seguros, intercambiando bromas con los clientes más cercanos.
Cuando Cameron regresó con las cervezas, colocándolas sobre la mesa con un gesto triunfal, Ronan observó la suya confundido pero curioso. Cameron lo animó a beber con una palmada amistosa en la espalda. Primero olió el líquido antes de probarlo. El sabor fuerte y amargo lo sorprendió, pero le agradó.
—¿Te gustó? —aventuró Cameron, con una sonrisa curiosa.
Ronan asintió, secándose los labios con la manga de su camisa.
—Es la primera vez —confesó, su voz neutra.
—¿Primera vez bebiendo cerveza? —preguntó Cameron, sorprendido, aunque parecía más divertido que incrédulo—. Bueno, supongo que tiene sentido. Sydonie apenas bebe alcohol. Pero esto es solo el comienzo. Luego podemos probar un poco de whisky escocés.
—No empieces, Cameron —intervino Maxwell, dejando su vaso sobre la mesa tras un sorbo calmado—. Mañana tenemos que levantarnos temprano.
—Tú no empieces —replicó Cameron con una mueca de fastidio—. Estamos de vacaciones. Podemos beber con libertad. Además, es nuestra obligación como buenos anfitriones instruir a Ronan en el arte de las bebidas escocesas.
—No creo que Sydonie quiera que volvamos con su novio ebrio —respondió Maxwell, arqueando una ceja hacia Ronan, como si esperara que estuviera de su lado.
—Nadie ha dicho nada de emborracharse —alegó Cameron, alzando las manos en un gesto de inocencia exagerada—. Solo probaremos un par de tragos. ¿Qué dices, Ronan?
Ronan, que había estado observando la conversación entre los hermanos como si fuera un partido de tenis, sintió la mirada expectante de ambos. Bebió un pequeño sorbo de su cerveza, ganando tiempo, mientras sus pensamientos giraban. No estaba del todo convencido, pero sabía que agradarles era importante para Sydonie, y no quería decepcionarla. Finalmente, asintió con una leve inclinación de cabeza.
Cameron sonrió ampliamente, como si acabara de ganar una pequeña batalla, mientras Maxwell soltaba un suspiro resignado acompañado de una mirada que casi parecía de advertencia, como si ya anticipara las consecuencias.
—Te sentirás muy relajado cuando acabe la noche —prometió Cameron, bebiendo un largo trago de su cerveza con la misma facilidad con la que hablaba—. El licor escocés es lo mejor del mundo. Ya lo verás.
Ronan no respondió, pero decidió confiar en el entusiasmo contagioso de Cameron. Al menos, no parecía haber mala intención detrás de su insistencia. Apenas unos minutos después, Cameron colocó frente a él un vaso pequeño lleno de un líquido dorado que brillaba bajo la tenue luz del pub.
—Primero, whisky escocés, puro —anunció Cameron, dándole unas palmaditas en el hombro como si estuviera a punto de iniciar un ritual importante—. No lo diluyas, no lo arruines. Solo bébelo.
Ronan miró el vaso con cautela, observando cómo el líquido reflejaba la luz con tonos ámbar. Finalmente, lo levantó y dio un pequeño sorbo, lo justo para probar el sabor. El impacto fue inmediato. El whisky golpeó su paladar con una intensidad inesperada: ahumado, con un matiz dulce de miel, y un trasfondo que le recordó a tierra mojada después de la lluvia. La calidez del alcohol bajó por su garganta y prendió fuego en su pecho, extendiéndose como una llama reconfortante pero abrasadora.
Tosió ligeramente, su rostro enrojeciendo mientras intentaba no dejarse vencer por la fuerza del licor. Cameron, por su parte, estalló en carcajadas.
—¡Eso es todo! —exclamó, golpeando la mesa con la palma de la mano mientras reía—. Ahora estás oficialmente bautizado.
Maxwell rodó los ojos, pero una pequeña sonrisa asomó en sus labios. Ronan, aún sintiendo el calor del whisky extendiéndose por su cuerpo, no pudo evitar pensar que, aunque fuera un poco caótico, Cameron hacía que todo pareciera una aventura.
El siguiente trago fue algo llamado "Drambuie", según Cameron, un licor dulce hecho con whisky y hierbas. Este fue más amable, con un dulzor casi medicinal que se extendió por su lengua. Después vino un trago de cerveza negra, espesa y amarga, seguida por algo que Cameron llamó "un experimento": un vaso pequeño con un líquido translúcido que sabía a anís, llamado "Uisge Beatha", "el agua de la vida".
A medida que probaba más, Ronan sintió cómo su cuerpo, usualmente tenso y alerta, comenzaba a aflojarse. La calidez del alcohol y la risa contagiosa de Cameron lo envolvieron en un estupor extraño pero no desagradable. Los sabores se mezclaban en su mente: ahumado, dulce, amargo, especiado. Todo era nuevo, casi desconcertante, pero por alguna razón, no podía dejar de disfrutarlo.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Cameron con una sonrisa amplia, inclinándose hacia él.
Ronan se tomó un momento para encontrar las palabras. Sentía como si todo a su alrededor se hubiera vuelto más suave, como si el mundo se hubiera desenfocado un poco, pero no en un mal sentido.
—Es... extraño. Pero me gusta —admitió finalmente.
Cameron soltó otra carcajada y lo tomó del brazo, llevándolo hacia la pequeña pista de baile improvisada en una esquina del pub. Un grupo de músicos tocaba un jig animado, y algunas personas ya se movían al ritmo. Ronan se dejó arrastrar, aún confundido, pero la música y la energía del lugar parecían tener vida propia.
Cameron empezó a girar en círculos torpes, invitándolo a seguir.
—¡Vamos, Ronan! ¡Da vueltas! —gritó Cameron entre risas.
Al principio, Ronan se sintió ridículo, pero pronto el mareo del alcohol y la alegría despreocupada de Cameron lo contagiaron. Giró sobre sus pies, tambaleándose un poco, pero con una sonrisa que no había sentido en mucho tiempo. Allí, en esa pista diminuta, rodeado de risas y música, sintió algo que apenas reconocía: libertad.
Ronan seguía dando vueltas torpes en la pista, dejándose llevar por la energía de Cameron y la música. Todo era confuso, pero de una manera curiosamente placentera. Sin embargo, su atención se desvió cuando sintió un toque ligero en su brazo. Giró la cabeza y se encontró con una joven que bailaba junto a él, mirándolo con una sonrisa amplia y segura.
Era menuda, más bajita que él, con cabello rubio que le caía en ondas desordenadas y un rostro pequeño y delicado. Su sonrisa era amistosa, pero el gesto de su mano que rozó su pecho lo tomó por sorpresa.
—Soy Mina —dijo ella, su voz alegre y ligeramente arrastrada por el alcohol, mientras deslizaba suavemente su mano sobre su camisa, justo en el centro de su pecho—. Eres nuevo por aquí, ¿verdad? ¿Cómo te llamas?
Él tragó saliva.
—Ronan.
Su sonrisa se amplió mientras sus dedos descendían sobre su pecho.
—¿Quieres pasar un rato conmigo, Ronan? —preguntó, acercándose, hasta que su respiración lo rozó.
Ronan parpadeó, confuso, tratando de procesar la inesperada intimidad en medio del estupor mareado que lo envolvía. Retrocedió un paso, casi tropezando con Cameron, quien seguía riendo y dando vueltas cerca. Se llevó una mano al pecho, como si el gesto de Mina lo hubiera despertado de un sueño extraño.
—Lo siento —dijo con un tono firme pero educado, incluso mientras sentía la lengua un poco pesada—. Pero yo ya pertenezco a alguien.
La expresión de Mina se volvió de sorpresa, aunque no parecía ofendida. Simplemente se encogió de hombros con una sonrisa amistosa y se perdió entre la multitud que bailaba. Ronan respiró hondo, intentando calmarse mientras el calor del pub y el alcohol en su sistema parecían intensificarse. Miró a Cameron, que no parecía haber notado nada, y decidió alejarse de la pista antes de que su cabeza empezara a girar más.
Volvió a la mesa, donde Maxwell estaba sentado con una cerveza medio vacía, observando el pub con la calma de alguien que conocía el lugar como la palma de su mano. Ronan se dejó caer en la silla, pasando una mano por su rostro, como si necesitara aclarar su mente.
—¿Estás bien? —preguntó Maxwell, arqueando una ceja.
Ronan no respondió de inmediato. Cerró los ojos por un momento y, sin querer, la imagen de Sydonie apareció en su mente con una claridad casi dolorosa. Su rostro, con esa mezcla de calidez y firmeza que siempre lo desarmaba. Su cabello oscuro enmarcando su mirada profunda, y su sonrisa, que podía iluminar cualquier rincón oscuro de su alma. Era como si el tumulto del pub desapareciera, dejándolo con un único pensamiento claro: necesitaba verla.
—Quiero ver a Sydonie —dijo de repente, con una honestidad que incluso a él lo tomó por sorpresa.
Maxwell lo miró, primero con desconcierto, luego con una pequeña sonrisa que escondía detrás de su vaso de cerveza.
—Es el whisky hablando, amigo. Pero, está bien, terminemos aquí y te ayudaré a llegar. Aunque no estoy seguro de que Sydonie esté preparada para ti en este estado.
Ronan asintió, pero la urgencia permaneció. La extrañaba, más de lo que había pensado que sería posible, y esa sensación lo dejó con un calor distinto al del alcohol, algo que llenaba su pecho con una mezcla de anhelo y certeza.
—Bebé un poco de agua —sugirió Maxwell.
Ronan obedeció sin protestar. Se acercó a la barra, pidió un vaso de agua y regresó a la mesa, donde Maxwell lo esperaba con la misma expresión inescrutable que siempre parecía llevar consigo. Ambos se sentaron en silencio. Ronan comenzó a beber pequeños sorbos de agua, disfrutando de la frescura que calmaba la calidez persistente del whisky en su garganta. Maxwell, por su parte, giraba lentamente su vaso entre las manos, su mirada fija en el contenido oscuro como si este escondiera respuestas a preguntas que nunca se atrevía a formular.
Ronan observó a Maxwell de reojo. Había algo en su postura, en la forma en que sus hombros parecían un poco más tensos de lo habitual, que le sugería que estaba pensando en algo importante. Finalmente, Maxwell rompió el silencio.
—Ella está bien contigo —dijo de repente, su tono bajo, casi como si estuviera hablando consigo mismo en lugar de con Ronan.
Ronan frunció ligeramente el ceño, dejando el vaso de agua sobre la mesa.
—¿Te refieres a Sydonie? —preguntó, aunque la respuesta era obvia.
Maxwell asintió, sin apartar la mirada de su vaso.
—Sí. No lo esperaba. Cuando supe de ti... de lo que eras, pensé que sería otro error de Sydonie. Ella tiene la costumbre de correr hacia lo imposible. ¿Sabes lo difícil que fue para nosotros entender eso? Sydonie es especial, claro, pero... tú eras otra cosa. Alguien que no era humano.
Ronan sintió una punzada de incomodidad en el pecho. Era un comentario que no podía contradecir, porque sabía que había algo de verdad en él. Sin embargo, decidió escuchar antes de responder.
—Pero me equivoqué —continuó Maxwell tras un breve silencio—. Desde que volviste, la he visto más feliz, más... en paz. No es algo que veía en ella desde hace mucho tiempo.
Ronan tragó saliva, sintiendo el peso de las palabras de Maxwell. Había esperado una conversación incómoda o incluso algún reproche, pero no una especie de aprobación.
—Sydonie significa mucho para mí —dijo Ronan finalmente, su voz más firme de lo que esperaba—. No siempre he tomado las mejores decisiones, pero haré lo que sea necesario para asegurarme de que esté feliz y protegida. Elegí dejar atrás todo lo que era, todas las cosas que conocía, porque ella me enseñó algo que nunca había entendido antes: lo que significa ser humano. Y no lo digo solo por el amor que siento por ella, que es más grande de lo que puedo expresar. Lo digo porque Sydonie es... extraordinaria. Y estar con ella me hace querer ser mejor, cada día.
Maxwell permaneció en silencio, pero antes de que pudiera responder, Cameron se dejó caer de nuevo en su silla, sosteniendo una nueva ronda de cervezas con una sonrisa amplia.
—¿Qué me perdí? —preguntó, repartiendo los vasos.
—Ronan estaba dando un discurso sobre lo increíble que es Sydonie —dijo Maxwell, su tono seco pero no sin cierto toque de aprobación.
—Oh, claro. Ya sabemos que mi hermana es impresionante. Pero, ¿qué dijo exactamente? —Cameron miró a Ronan con un brillo curioso en los ojos—. ¿Algo como que es la mujer más maravillosa del mundo y que estás perdido por ella?
Ronan soltó una pequeña sonrisa, aunque su mirada permaneció seria.
—Más o menos —admitió—. Dije que ella me enseñó lo que significa ser humano. Y lo digo en serio.
Cameron dejó escapar un silbido bajo, golpeando la mesa con una mano.
—Vaya, hermano, tienes el listón alto con eso. No puedes echarte atrás ahora.
—No lo haré —respondió Ronan sin dudar, mirando a Maxwell por un momento antes de volver su atención a Cameron—. Estoy aquí para quedarme, porque no hay nada que quiera más que estar con Sydonie. Y no me importa lo que tenga que hacer para demostrarlo.
Cameron lo miró con una mezcla de sorpresa y admiración antes de volverse hacia Maxwell.
—Bueno, Max, ¿qué dices? ¿Mejor que los otros novios, o qué?
Maxwell dejó escapar un resoplido, pero una pequeña sonrisa apareció en el borde de sus labios.
—Definitivamente el mejor. —Miró a Ronan y añadió—. No me gustaba ninguno de los anteriores idiotas que salían con ella. Siempre había algo que no cuadraba: demasiado interesados, demasiado egoístas o simplemente... demasiado tontos para mi hermana. Tu no eres perfecto, pero parece que al fin alguien entiende lo que Sydonie realmente merece.
Ronan inclinó la cabeza en agradecimiento, sintiendo que las palabras de Maxwell pesaban tanto como cualquier promesa que hubiera hecho. Y en ese momento, entre las risas de Cameron y el reconocimiento de Maxwell, supo que había dado un paso más para ganarse un lugar entre ellos.
—Entonces hagamos un brindis —propuso Cameron con una sonrisa amplia, levantando su cerveza con entusiasmo—. Brindemos por Sydonie y Ronan, que, sin dudarlo, decidió unirse a esta peculiar familia.
Ronan, todavía con el vaso de agua en la mano, sintió cómo todas las miradas se dirigían hacia él. No quería beber más; ya había sentido el impacto del whisky, y no deseaba arriesgarse a perder el control. Sin embargo, entendió que no podía rechazar ese brindis, especialmente cuando parecía ser un gesto de aceptación por parte de los hermanos de Sydonie.
«Solo una más», se prometió mientras alcanzaba el vaso que Cameron le había ofrecido. «Uno más y será suficiente».
Cameron chocó su vaso contra el de Ronan con un sonido claro y alegre, seguido por Maxwell, que alzó su cerveza con menos entusiasmo pero con una ligera sonrisa en el rostro. Ronan se unió al gesto, tomando un sorbo pequeño del contenido ámbar que nuevamente le quemó la garganta y calentó su pecho.
A pesar de su renuencia inicial, no pudo evitar sentir una extraña mezcla de pertenencia y alivio. Aunque todavía había muchas cosas que aprender sobre ser humano y, mucho más, sobre encajar en una familia como esta, por primera vez en la noche, no se sintió fuera de lugar.
«Tal vez», pensó mientras Cameron reía y Maxwell se inclinaba hacia atrás con una expresión relajada, «pertenecer aquí no sea tan imposible como creí».
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