Extra 2.1

Ronan estaba más nervioso de lo que jamás había estado en toda su corta existencia humana. Y... había una razón clara para ello: pronto conocería a la familia de Sydonie.

Mientras el ferry se deslizaba hacia la isla de Skye, Ronan observaba el horizonte con una mezcla de ansiedad y expectación. El trayecto había sido largo: primero un vuelo, luego un viaje en autobús, y ahora este último tramo por mar. Sin embargo, la distancia no había conseguido apaciguar la inquietud constante que lo acompañaba desde que comenzaron el viaje.

A su lado, Amani dormía profundamente en su silla portabebés, ajena a todas las preocupaciones del mundo. Ronan no podía evitar sentir una punzada de envidia. Ella no tenía que preocuparse por agradar a nadie; la querían apenas la veían porque era adorable. Ser un bebé debía ser fácil, pensó, aunque no había vivido sido esa etapa de su propia vida.

Sydonie, sentada junto a él, notó la tensión en su expresión. Sus ojos se entrecerraron ligeramente, como siempre hacía cuando intentaba descifrarlo.

—¿En qué estás pensando? —preguntó con curiosidad, inclinándose un poco hacia él.

Ronan apartó la mirada del agua y la dirigió hacia ella. Por un instante, pensó en no decir nada, pero la forma en que Sydonie lo miraba, con esa mezcla de paciencia y ternura, lo animó a intentarlo.

—Estaba pensando... —comenzó, pero las palabras se le atoraron en la garganta.

Ella esperó, su mirada nunca abandonando la suya.

—¿En qué? —insistió con una sonrisa tranquilizadora.

Ronan finalmente suspiró y dejó salir lo que lo había estado atormentando durante días.

—¿Y si no le agrado a tu familia?

Sydonie inclinó ligeramente la cabeza, como si la pregunta la sorprendiera y la enterneciera a la vez. Colocó su mano sobre la de él, apretándola con suavidad.

—Vas a estar bien —dijo con firmeza—. Todos están ansiosos por conocerte. No tienes nada de qué preocuparte.

Pero Ronan no estaba convencido. Recordó el sueño que había tenido semanas atrás, cuando Sydonie le mencionó por primera vez que visitarían Portree. En el sueño, la familia de Sydonie lo había rechazado por su pasado como Grim Reaper, y su madre lo había perseguido con una biblia, gritando que era una abominación. Aunque Sydonie se había reído cuando le contó el sueño, a él le había dejado una sensación de malestar que no podía sacudirse.

—¿Estás segura? —preguntó, todavía inquieto—. Sigo soñando que tu madre me persigue con una biblia.

Sydonie se mordió el labio, tratando de no reír.

—Mamá no haría eso —respondió, aunque luego añadió con un toque de diversión—. Bueno, tal vez sí, pero hace unos meses, y en lugar de una biblia, probablemente usaría una zapatilla.

Ronan arqueó una ceja, confundido.

—¿Una zapatilla?

Sydonie suspiró, con una sonrisa nostálgica.

—Al principio no le caías bien, para ser sincera. Pensaba que nuestra relación era un error porque eras un ser sobrenatural y trabajabas para La Muerte. Pero las cosas han cambiado. Ahora eres humano, nuestra relación ya no está prohibida, y ella sabe lo feliz que me haces. Eso es lo único que le importa ahora.

Ronan no parecía del todo convencido.

—Aunque no lo creas, eso no me ayuda mucho —murmuró—. ¿Y si todavía piensan que soy raro?

Sydonie rió suavemente, acariciándole el brazo con ternura.

—Cariño, mi familia es la definición de "peculiar". No tienen derecho a juzgarte. Además, ya te adorarán en cuanto te vean con Amani. Esa niña es tu mejor aliada.

Ronan dejó escapar una leve sonrisa, aunque sus ojos seguían reflejando algo de incertidumbre.

—Tus palabras siguen sin hacerme sentir mejor.

Sydonie le devolvió la sonrisa y apretó su mano, ofreciéndole su apoyo incondicional. Ronan sintió algo de alivio al instante. Siempre era así cuando Sydonie estaba cerca, como si su presencia tuviera el poder de disipar sus temores, aunque solo fuera un poco.

—¿Está bien que Amani y yo vayamos contigo? —preguntó Ronan, queriendo asegurarse de que su presencia no causara problemas.

—Por supuesto que sí. Es Navidad —respondió Sydonie con una convicción tranquila—. Desde que anuncié que volvería a casa para las fiestas, dije que iría con ustedes.

—¿Hay algo que deba saber sobre ellos? —inquirió Ronan, deseoso de estar preparado para el encuentro con su familia.

Sydonie inclinó la cabeza, considerando la pregunta.

—Hmm... vamos a ver —comenzó, con una ligera sonrisa mientras pensaba—. Mamá puede parecer un poco intimidante al principio, pero en realidad es solo su instinto protector. Si intenta ofrecerte té, debes aceptarlo... pero no lo tomes si te lo sirve en una taza dorada.

Ronan arqueó una ceja, confundido.

—¿Por qué no?

—Porque puede ver el futuro en sus tazas doradas —explicó Sydonie con seriedad, aunque sus ojos brillaban con un toque de diversión—. Créeme, no quieres que husmee en tu destino. Podría asustarte o, peor, asustarse ella.

Ronan asintió lentamente, archivando la advertencia.

—Maxwell, mi hermano mayor, es reservado y taciturno. Si no te habla y solo te mira fijamente, no significa que le desagrades, simplemente es su forma de ser. Es muy observador y perspicaz; si no te dice nada, es porque probablemente ya te haya aceptado. Por otro lado, Cameron es completamente diferente. Hablará sin parar y hará todo lo posible por hacerte sentir cómodo. Básicamente, Max es como un gato, y Cam es más como un perro.

La comparación hizo sonreír a Ronan. Aunque simple, era sorprendentemente fácil de imaginar.

—Litha, es un poco más normal —continuó Sydonie—. Pero tiene mucha curiosidad, así que no te sorprendas si pasa la mayor parte del tiempo flotando detrás de ti y haciéndote preguntas. Se aburre fácilmente, así que cualquier cosa que la distraiga será bienvenida.

Ronan escuchó con atención, sintiendo que la descripción pintaba un retrato claro de cada miembro de la familia. A pesar de sus nervios, no pudo evitar sentir curiosidad. Quería conocerlos, entender mejor a las personas que habían moldeado a Sydonie y, sobre todo, ganar su aprobación. No solo por Sydonie, sino porque quería demostrar que era digno de estar con ella. Esa mezcla de inquietud y determinación lo mantenía alerta.

El resto del trayecto transcurrió en silencio. Ronan, Sydonie y Amani permanecieron en sus propios pensamientos mientras el ferry avanzaba lentamente hacia Portree. Cuando finalmente el barco llegó al muelle, Ronan sintió cómo una mezcla de emoción y nerviosismo se agitaba en su estómago, formando una bola incómoda. Le recordó el día en que conoció a Iris y Brodie, los mejores amigos de Sydonie.

Ese encuentro había sido... complicado, al menos al principio. Ronan todavía recordaba con claridad la conversación que casi arruinaba todo.

—¿A qué te dedicas, Ronan? —había preguntado Brodie con curiosidad.

—Conducía almas al más allá, pero ahora trabajo en la tienda de antigüedades —había respondido Ronan sin pensar.

El momento fue seguido por un silencio incómodo y un sonido ahogado. Sydonie, que estaba tomando un sorbo de cerveza, casi se atraganta.

—Como siempre tan gracioso... —intervino rápidamente ella, entre toses—. Lo que quiere decir es que trabajaba en una funeraria.

Gracias a su rápida reacción, Sydonie salvó la situación y evitó que Ronan pareciera un hombre extraño o inadaptado frente a sus amigos. Para su sorpresa, tanto Iris como Brodie terminaron aceptándolo con naturalidad, como si siempre hubiera sido parte del grupo. Pero Ronan sabía que enfrentarse a la familia de Sydonie era un desafío completamente diferente.

Los nervios, multiplicados por la importancia del momento, se arremolinaban dentro de él con más fuerza a medida que se acercaban a tierra. La sensación era tan intensa que amenazaba con hacerle vomitar. Ronan respiró profundamente, tratando de calmarse. «¿Cómo soportan los humanos sentirse así?», pensó, maravillándose una vez más de la resiliencia humana.

A pesar de sus nervios, Ronan siguió a Sydonie y bajó del ferry, cargando las maletas mientras ella llevaba el transportador de Amani. Ambos se mezclaron con la multitud que descendía y caminaba hacia el puerto, donde un pequeño grupo de personas parecía estar esperándolos. Sydonie se detuvo, escaneando el área con la mirada, hasta que alzó la mano para saludar a una mujer que estaba apartada del grupo.

Ronan sintió que el estómago se le encogía al verla. Las náuseas, que ya lo habían acompañado durante el trayecto, se intensificaron.

Sus pasos se volvieron torpes y mecánicos mientras seguía a Sydonie, estudiando con disimulo a la mujer. Estaba apoyada contra la puerta de un auto, con los brazos cruzados sobre el pecho y una postura relajada que, sin embargo, irradiaba autoridad. Lo primero que Ronan notó fue su larga trenza blanquecina, un detalle que le daba un aire casi etéreo. Sus ojos, aunque distintos a los de Sydonie, compartían una intensidad similar, y las facciones que conectaban a madre e hija eran inconfundibles. Sin embargo, había una diferencia fundamental: mientras Sydonie tenía un porte casual y cálido, su madre exudaba una presencia regia y, para Ronan, un poco intimidante.

—Sydonie Acheron... —dijo la mujer con una voz baja y controlada cuando se detuvieron frente a ella—. La última vez que te vi tenías el corazón roto. Y ahora regresas a casa con un hombre y una bebé.

Sydonie se encogió de hombros, dejando escapar una pequeña sonrisa.

—¿No es una sorpresa maravillosa?

Erin observó a su hija con una mirada fija que parecía analizar cada parte de ella, desde su expresión hasta la forma en que sostenía el transportador. Luego, sus ojos bajaron hacia la pequeña figura dentro del portabebés.

—¿Es ella? —preguntó con firmeza, sin apartar la vista de la bebé.

—Su nombre es Amani, mamá —respondió Sydonie con orgullo, acariciando la cabecita de la niña.

Erin se inclinó ligeramente para observar mejor a Amani, quien había despertado y ahora la miraba con curiosidad, chupándose el pulgar.

—Es... peculiarmente adorable —comentó Erin, con un tono que mezclaba aprobación y curiosidad mientras estudiaba los inusuales ojos dorados de la pequeña.

Se irguió nuevamente, retomando su porte elegante, y entonces su atención se dirigió hacia Ronan, quien sentía como si un reflector se hubiera encendido sobre él. Su ansiedad se intensificó, y la garganta se le secó mientras intentaba mantener la compostura.

—Y él... es Ronan —dijo Sydonie con una sonrisa cálida, como si quisiera aliviar la tensión que crecía en el aire.

—El Grim Reaper... —murmuró Erin, como si saboreara las palabras.

—Mi novio —aclaró Sydonie con firmeza.

Ronan tragó saliva, sintiendo que la mirada penetrante de Erin lo despojaba de cualquier fachada. Había pasado siglos como recolector de almas, enfrentando todo tipo de situaciones sobrenaturales, pero nunca se había sentido tan inexperto como en ese momento. Con un esfuerzo consciente, dejó las maletas en el suelo y extendió la mano en un gesto de saludo.

—Es un placer conocerla —dijo con cortesía, esforzándose por sonar seguro.

Erin lo estudió durante un momento interminable antes de estrechar su mano con un apretón firme.

—Erin Acheron —dijo, entrecerrando los ojos mientras lo examinaba—. Eres... inesperadamente griego.

Ronan parpadeó, confuso, pero respondió con lo único que se le ocurrió.

—Me lo dicen seguido.

Erin soltó su mano, dejando que un silencio cargado de tensión cayera entre ellos. Sus ojos seguían fijos en Ronan, como si intentara desentrañar un misterio que solo ella podía ver.

—¿Cómo lleva un Grim Reaper la vida como humano? —preguntó finalmente, con una voz suave que, no obstante, calaba como una daga.

Ronan respiró hondo, sintiendo el peso de la pregunta.

—Bueno, todavía me acostumbro a... estar vivo —contestó con sinceridad.

Erin dejó escapar una leve sonrisa, pero no era una sonrisa cálida. Era una mezcla de curiosidad y análisis, como si lo estuviera evaluando.

—Mamá, Ronan es... normal ahora. Como cualquier otra persona —intervino Sydonie, intentando suavizar el ambiente.

—¿Normal? —repitió Erin, con un destello de intensidad en los ojos—. ¿Qué tan frágil crees que eres ahora?

Ronan la miró directamente, sin apartar la vista. Luego sonrió, aunque había un leve temblor en sus labios.

—Lo suficiente como para saber que Sydonie es la única que puede mantenerme entero.

Erin dejó escapar una risa baja, melodiosa pero cargada de misterio.

—Bien —dijo al fin, asintiendo como si hubiera llegado a una conclusión—. Tal vez tengas potencial después de todo. Pero, Grim Reaper, humano o lo que seas ahora... Trátala bien. Porque si no lo haces, no necesitarás un alma para temerme. ¿Quedó claro?

Ronan asintió rápidamente, sin atreverse a bromear. Para su sorpresa, Erin sonrió, esta vez con algo más de calidez.

—Tiene buenos huesos —dijo al final, lanzando una última mirada significativa antes de volverse hacia Sydonie—. Eso es algo.

Ronan parpadeó, sin saber si eso era un cumplido o una amenaza velada. Una cosa era segura: Erin Acheron era una fuerza a tener en cuenta.

Conocer a los hermanos de Sydonie resultó ser menos dramático que su primer encuentro con su madre. Tal como ella le había adelantado, Maxwell era reservado y taciturno, tan diferente de Sydonie que, de no compartir el mismo color de ojos y cabello, habría dudado de que fueran hermanos. En contraste, Cameron, el menor, era un reflejo de Sydonie, no solo en sus rasgos físicos, sino también en su incapacidad de mantenerse en silencio. Sin embargo, había algo distintivo en ambos: mientras Sydonie llevaba un aire burlón y sarcástico en su actitud, Cameron irradiaba una calidez tan intensa que era casi desarmante.

El primer intercambio con Maxwell fue breve. Apenas le dedicó una mirada evaluadora antes de saludarlo con un gesto de cabeza y luego retirarse a un rincón, donde abrió un libro y desapareció entre sus páginas. Por otro lado, Cameron había sido exactamente lo contrario: lo recibió con un abrazo fuerte y una palmada en la espalda que casi lo desequilibró, acompañado de una risa contagiosa. Ronan, todavía algo rígido, había tratado de devolverle la sonrisa mientras Cameron le relataba con entusiasmo un incidente reciente: un incendio en el que había rescatado a un papagayo. Ronan escuchó con interés, aunque sin saber qué decir.

Litha, sin embargo, era un caso aparte. Sydonie le había advertido que el espíritu familiar era tímido con los extraños y que tal vez no se mostraría. Para sorpresa de ambos, Litha no solo apareció, sino que parecía absolutamente fascinada con Ronan. Desde el momento en que llegó, lo siguió a todas partes, flotando a su alrededor como una sombra curiosa, bombardeándolo con preguntas sobre el Más Allá. La energía incesante de Litha, aunque abrumadora, tenía algo entrañable. Ronan intentó responderle lo mejor que pudo, aunque pronto perdió la cuenta de las veces que le pidió que repitiera o aclarara una respuesta.

Con tantas interacciones en un solo día, Ronan estaba agotado antes de que el sol comenzara a ponerse. Decidió refugiarse entre las estanterías de antigüedades, buscando un momento de calma. Desde su escondite parcial, sus ojos captaron una escena que lo detuvo por completo: Sydonie, sentada en una gran butaca roja junto a la ventana, con Amani en su regazo. La luz del atardecer bañaba la habitación con un resplandor cálido, acentuando la sonrisa de Sydonie mientras jugaba con Amani. La bebé, completamente encantada, respondía con sonidos ininteligibles y risas pequeñas, llenando la habitación de una dulzura indescriptible.

Ronan no pudo evitar sonreír. El cansancio que lo había llevado a buscar refugio desapareció como si nunca hubiera estado allí. Había algo profundamente conmovedor en la simplicidad de ese momento. En su vida anterior, llena de oscuridad y rutina, nunca habría imaginado que algo tan cotidiano podría ser tan especial. Pero ahora, cada momento con Sydonie y Amani era un tesoro.

Donde antes solo había indiferencia, ahora había un sentimiento cálido y poderoso que lo llenaba por completo. Verlas juntas, reír, existir con tanta naturalidad, lo hacía consciente de cuánto había cambiado su mundo. Su existencia ya no era un vacío. Era vida. Era amor. Y, sobre todo, era su familia.

Ronan continuó observando aquella escena frente a él. Sin embargo, su contemplación se interrumpió cuando notó que Erin Acheron se acercaba y se detenía a su lado. Ella se apoyó contra la estantería, cruzando los brazos con una postura relajada.

Ronan se tensó instintivamente por un momento, pero pronto se relajó al darse cuenta de que Erin no se apresuraba a romper el silencio. En lugar de eso, también observaba a su hija, con una ligera sonrisa curvando sus labios.

—Me alegra que Sydonie haya vuelto a ser ella misma —dijo finalmente, su voz tranquila pero cargada de significado.

Ronan giró el rostro hacia ella, ligeramente confundido.

—¿Ella misma? ¿A qué se refiere?

Erin mantuvo la vista fija en Sydonie por un momento antes de hablar.

—Sydonie estuvo aquí meses antes de que Amani y tú volvieran con ella. En ese momento, su corazón estaba muy frágil y vulnerable. Lo que sea que pasó entre ustedes antes y después de tu partida la dejó lastimada, profundamente. Hubo una tristeza indescriptible en ella, incluso cuando intentaba aparentar que estaba bien. Estuve mucho tiempo preocupada por ella. Aunque se fue de aquí sintiéndose mejor, siempre temí que nunca volviera a ser la misma.

Las palabras de Erin cayeron como un peso sobre Ronan, llenándolo de una sensación de opresión en el pecho. No era un sentimiento agradable. No le gustaba pensar que Sydonie había pasado por algo tan doloroso, y menos aún que él hubiera sido la causa de ello. La idea de haberle causado sufrimiento era algo que no podía soportar.

—Sin embargo —continuó Erin, su tono más suave—, me alegra que las cosas hayan salido bien. Desde que volviste, junto a esa pequeña, cambiaste su vida. Conseguíste que se recuperara por completo. Por eso me siento agradecida... y quizás un poco en deuda contigo.

Ronan la miró con una mezcla de sorpresa y escepticismo.

—¿Quiere decir que ya no me odia? —preguntó, casi sin darse cuenta.

Erin soltó una risa ligera, pero no con burla, sino con cierto cansancio.

—Querido, odiar es una palabra muy fuerte. Nunca te odié. Pero una madre siempre se preocupa, especialmente cuando su hija no es la más sensata y parece meterse en problemas constantemente. Temía que terminaras rompiéndole el corazón de una forma de la que no pudiera recuperarse.

Ronan asintió lentamente, reconociendo la verdad en sus palabras.

—Siempre se mete en problemas —admitió.

—Lo sé —respondió Erin, con una sonrisa que mezclaba resignación y ternura—. Si no lo hiciera, no sería Sydonie. Pero creo que al conocerte, terminó de madurar. Así que, aunque tu presencia me conflictuaba al principio, ahora puedo admitir que es... necesaria.

Ronan tomó un momento para absorber sus palabras antes de preguntar:

—¿Quiere decir que merezco estar con ella? ¿Lo aprueba?

Erin lo miró con intensidad antes de dejar escapar un suspiro.

—Sydonie estaría contigo aunque yo no lo aprobara. Ya lo hizo una vez. Mi opinión no cambiaría lo que siente por ti. Podría enfrentarse al mundo entero si fuera necesario.

Ronan bajó la mirada, pero Erin continuó.

—Pero... ya que parece importante para ti —añadió con una sonrisa más cálida—, sí, creo que eres lo que Sydonie estaba buscando. Y me alegra que te haya encontrado.

El corazón de Ronan latió con fuerza ante sus palabras. Había algo en el reconocimiento de Erin que le daba una sensación inesperada de alivio y aceptación.

—Gracias —dijo, su voz cargada de emoción contenida—. Amo a Sydonie. Y la oportunidad de estar a su lado es algo que jamás desaprovecharía.

Erin alzó las cejas ligeramente, sorprendida por su declaración, pero pronto su expresión cambió. Sus facciones adoptaron una calidez inusual, casi maternal. En silencio, colocó una mano sobre su brazo en un gesto breve pero significativo antes de empezar a alejarse. Sin embargo, se detuvo y miró por encima de su hombro.

—¿Un poco de té? —ofreció, su tono más ligero ahora.

Ronan sintió un alivio inesperado ante el gesto. Erin, a su manera, parecía aceptarlo.

—Sí —respondió con una sonrisa tensa—. Pero no en una taza dorada.

Los labios de Erin se curvaron en una sonrisa traviesa.

—Chico listo —murmuró con suavidad—. ¿No sientes curiosidad por el futuro?

Ronan negó con la cabeza, su sonrisa transformándose en algo más sincero.

—No cuando estoy con Sydonie. Quiero que cada día a su lado sea una sorpresa y guardar todos esos momentos hasta mi último aliento.

Los ojos de Erin brillaron con un destello de algo que Ronan no pudo identificar por completo, pero que parecía mezcla de respeto y nostalgia.

—A Fox le agradarías —dijo finalmente, su voz cargada de una melancolía amable—. Era un romántico igual que tú.

Y con esas palabras, Erin se marchó, dejando a Ronan con un calor reconfortante en el pecho. Por primera vez desde que había llegado a Portree, sintió que estaba exactamente donde debía estar.

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