Capítulo 8
Los objetos susurrantes advirtieron a Sydonie de la nueva presencia. Dejó la caja de postales antiguas y observó la figura espectral deslizarse entre las estanterías. Las almas callaron, reconociendo a su cazador. Sydonie sonrió, levantándose.
—Así que me has elegido, Señor de las Sombras.
—¿Acaso había otra opción? —respondió él, su calma intacta—. Afirmaste que no entregarías las almas que necesito.
Ante su tono gruñón, Sydonie frunció el ceño.
—Nunca dije eso. Las almas solo partirán cuando estén listas, algo que sucede al cumplir sus últimos deseos. Aunque no lo entiendas ahora, siguen siendo personas, atrapadas entre el miedo y el dolor. Necesitan consuelo y paciencia.
Él no contestó, pero las sombras vibraron a su alrededor. Sydonie se cuestionó si realmente estaba dispuesto a cooperar y qué lo había hecho cambiar de opinión, pero optó por no indagar. Decidió confiar en él y esforzarse por las almas.
—Si te muestras más humano, las almas hablarán contigo, confiarán en tí y te dejarán ayudarlas. Así fue cómo ayudé a Eleanor. Fui gentil y amable.
—¿Y quieres que ayudemos a todas las almas que escondes aquí?
—En primer lugar, nadie está escondiendo nada —dijo, cruzando los brazos sobre su pecho—. Y en segundo lugar, claro que quiero ayudarlas a todas. ¿O acaso no están en tu lista?
Sydonie estaba preocupada. Quería ayudar a todas las almas, y sería más fácil si solo tratara con un recolector.
—Todas las almas de esta tienda me fueron asignadas.
—Entonces ¿cuál es el problema?
—Podría llevarnos mucho tiempo.
Sydonie frunció el ceño y se posicionó frente a él sin miedo.
—No sabía que el tiempo te preocupara, siendo inmortal y todo.
—Tengo otras almas por recolectar.
—Entonces, organiza tu tiempo para priorizar esta misión.
—¿Siempre tienes algo que replicar?
—Siempre. Te acostumbrarás —replicó Sydonie con una sonrisa—. Si estamos de acuerdo, hagamos un trato. Trabajaremos juntos hasta liberar a todas las almas de la tienda. Y, mientras tanto, te enseñaré a ser más humano. ¿De acuerdo?
En el fondo de su mente, una voz, quizás su conciencia, susurró lo temerario y peligroso que era pactar con la muerte. Probablemente, su familia también lo vería así. Cualquier persona en su sano juicio habría evitado involucrarse con algo cuya sola mención los incomodaba y asustaba. Sin embargo, Sydonie había aceptado hacía tiempo su peculiaridad; la normalidad le resultaba tediosa, ser impulsiva y diferente le daba vida.
—Honraré nuestro trato, Sydonie Acheron.
Intercambiaron una mirada. A pesar de su rostro oculto bajo la túnica, los destellos azules que debían ser sus ojos transmitían tranquilidad y sinceridad, envolviéndola.
De pronto, Careless Whisper sonó de fondo, rompiendo el ambiente con su melodía romántica.
—¡Binky! —Sydonie se quejó, ruborizada—. Es un momento serio.
Se dirigió a una estantería y apagó la rockola vintage que había cobrado vida gracias a su poder mágico. Pero el aparato se rebeló, reanudando la música en un desafío continuo hasta que Sydonie amenazó con relegarlo al sótano, lo que detuvo la música de inmediato. Sabía que la amenaza siempre funcionaba, aunque no tuvieran sótano.
—¿Qué fue eso? —preguntó el recolector.
Sydonie se aclaró la garganta, regresando a su lado.
—Hay cosas peculiares en esta tienda. Además de las almas, los objetos mágicos pueden ser juguetones y peligrosos —concluyó—. Por eso siempre debes saber manejar cada uno o puedes acabar convertido en una gallina.
El recolector asintió, pero parecía más interesado en cómo proceder con su trato. Entonces la cuestionó.
—Primero, deberías cambiar tu apariencia —sugirió Sydonie.
—Esta es mi forma.
—Pero inquieta a las almas y a cualquiera. Pareces salido de una pesadilla, y eso sin mostrar tu guadaña.
—Es que habla mucho —dijo él.
Sydonie, confusa, optó por no preguntar más.
—Para ser más humano, necesitas una apariencia humana.
—Es la única que tengo.
—Los otros recolectores usan formas humanas y modernas —insistió Sydonie.
—No soy como ellos.
Ella suspiró, previendo dificultades.
—Entiendo que una forma humana pueda parecer vulnerable, pero lo desconocido asusta. Si quieres empatizar con las personas, experimenta el mundo como uno de ellos. Si los demás recolectores pueden, tú también. No eres inferior.
El silencio se alargó. Sydonie se preguntó qué estaría pensando o si estaría considerando retratarse de su trato. ¿O acaso era cierto y no tenía una forma física? Quizá esa era la diferencia entre él y el resto de los recolectores que habían acudido a su puerta.
Sydonie estaba reconsiderando la situación, intentando pensar en formas para conseguir que su apariencia fúnebre fuera menos atemorizante. ¿Tal vez una guirnalda de hawaiana o una corona de flores? ¿Una máscara? ¿Una bufanda con patitos? ¿O un...?
—Nunca he adoptado una forma física —reveló él, interrumpiendo sus pensamientos—. No sé qué esperar.
La esperanza floreció en Sydonie.
—Es hora de explorarlo —lo animó—. Todo irá bien. Inténtalo ahora; estoy aquí.
El silencio se extendió entre ellos, un reflejo de sus naturalezas: la impaciencia de ella y la contemplación de él.
—Date la vuelta.
—No, quiero ver —respondió Sydonie, llena de curiosidad.
—¿Alguna vez haces lo que te piden?
—A veces.
—¿Y me harás caso alguna vez?
Con una sonrisa, ella contestó:
—Es muy temprano para decirlo, Señor Gruñón.
En ese momento, el tiempo pareció detenerse. Bajo la luz cálida de la tienda, Sydonie esperó, casi conteniendo el aliento, que algo ocurriera. A pesar de la aparente inmovilidad, en un instante, el aire alrededor de él vibró, desdibujando ligeramente todo a su alrededor. Partículas luminosas brotaron, convergiendo hacia donde él estaba.
Un remolino de energía se desató, y en su epicentro, las partículas se agruparon formando una figura indistinta. Era como si el mismo tejido de la realidad se estuviera retorciendo para dar paso a algo nuevo. Poco a poco, esa masa de energía comenzó a tomar forma: un rostro, un torso, extremidades...
La energía tomó forma humana; cada partícula de luz se fusionaba, otorgando color y detalle. El espacio alrededor se tranquilizó, y él se materializó. Sus pies tocaron el suelo con una delicadeza inesperada, y su pecho se expandió con lo que parecía ser su primer aliento humano. Su apariencia era de un hombre, pero sus ojos destellaban algo más, un eco de su esencia etérea.
—Tus ojos... son azules —murmuró sorprendido.
Sydonie parpadeó, desconcertada.
—¿Cómo dices?
Él no replicó, pero la observó con intensidad. Sydonie le devolvió la mirada, examinando su apariencia transformada, hasta que él se tambaleó hacia un lado. De inmediato, ella hizo el ademán de acercarse, pero el recolector se apartó y retrocedió antes de que pudiera tocarlo.
—No —dijo aturdido y desorientado.
Sydonie lo observó mientras él se escondía detrás de una estantería.
—¿Te lastima algo? ¿La luz te molesta? —preguntó preocupada.
Sin esperar respuesta, apagó las luces, sumiendo la tienda en penumbras. Al volver, lo encontró sentado en el suelo.
—¿Estás bien? —insistió, sentándose a su lado, el corazón acelerado por la sorpresa y la emoción del momento.
—Sí, estoy bien.
En la oscuridad, sus ojos se fijaron en el perfil de él, ahora completamente humano. Un rostro desconocido pero inexplicablemente familiar.
—¿Es difícil tener esa forma? ¿Duele? —inquirió, su curiosidad evidente.
Él negó con la cabeza, mirándola a los ojos.
—Hacía mucho que no veía colores.
—¿Solo veías en blanco y negro? —preguntó Sydonie, asombrada por su confirmación—. ¿Por qué? ¿No podías hacerlo de otro modo?
—Era más sencillo así, menos complejo. Todo se percibe igual, lo que facilita la imparcialidad.
Sydonie quedó sin palabras; era incapaz de imaginar un mundo sin colores, sin matices.
—Mi abuelo siempre decía que cuantos más colores en nuestra vida, más rica y vibrante se vuelve —comentó, sonriendo—. Te acostumbrarás a cada nueva sensación y emoción. Ser humano es algo maravilloso y te va a encantar.
—Mi propósito es recolectar almas.
Ella suspiró frustrada.
—Siempre con las almas.
Una calma tensa envolvió el espacio entre ellos.
—¿Y ahora qué hacemos?
Sydonie no tenía todas las respuestas, pero recordó algo que su madre consideraba infalible cuando no sabía qué hacer.
—Creo... que deberíamos tomar té.
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