Capítulo 52
—¡Sydonie, ya volvimos!
Sydonie levantó la mirada al mismo tiempo que Elara y su abuelo entraban en la tienda. Rápidamente, salió de detrás del mostrador y abrazó a la niña que se lanzó a sus brazos. Acarició con cariño su cabello mientras sonreía.
—¿Nos extrañaste?
—Por supuesto. ¡Mira qué grande estás! Y muy hermosa.
Elara sonrió y giró su vestido azul con flores al tiempo que mostraba sus zapatos blancos a juego. Sydonie realmente la había extrañado. Iain y Elara habían ido a visitar a Juliet, la nieta mayor del anciano, a Manchester hacía un mes, por lo que Sydonie se había quedado solo en compañía de Lumus y las almas de la tienda. Era un alivio tenerlos de vuelta.
—¿Todo ha estado bien por aquí? —preguntó Iain desde la puerta, con su pipa entre los labios—. ¿Alguna visita inusual? ¿Algún inquilino nuevo?
Sydonie sonrió.
Había habido visitas inusuales, de hecho. En los últimos dos años, diferentes recolectores de almas habían venido, y por alguna razón, el Concilio nunca enviaba al mismo, como si temieran que ella se encariñara de alguno de nuevo. Aún así, no podía quejarse. Todos habían sido respetuosos y habían apoyado su decisión de cumplir los últimos deseos de las almas. Gracias a eso, las almas en la tienda se habían reducido a cero.
Ahora las almas llegaban y partían rápidamente. Cuando arribaban a la tienda, Sydonie intentaba calmarlas, les ofrecía un té, les contaba historias y luego les explicaba que podían quedarse hasta que estuvieran listas para partir. Cuando expresaban su deseo, se asignaba un nuevo recolector y, junto con Sydonie, ayudaban a cumplir ese último deseo antes de continuar su camino en paz.
Sydonie había transformado la tienda en un verdadero santuario de transición. De alguna forma, el Concilio Superior había permitido que así fuera. No asignaban a ningún recolector ni enviaban a nadie a presionar, hasta que el alma estuviera lista para seguir.
—Sin inquilinos nuevos por ahora —respondió Sydonie—. Solo Lumus y yo.
Lumus maulló desde su perchero en una alta repisa, donde había estado observando el intercambio.
La conversación continuó un rato hasta que cayó el atardecer. Iain y Elara se despidieron para subir al departamento y Sydonie comenzó a pasear por la tienda, sintiéndose algo perdida y melancólica.
—Hay mucho silencio, ¿no crees? —comentó, mirando a Lumus.
El felino saltó del estante al mostrador, donde Sydonie lo esperaba. Al acercarse, maulló con suavidad y frotó su cabeza contra su brazo. Ella sonrió.
Sydonie cerró la tienda poco después y se preparó para su paseo nocturno, una rutina que había adoptado sin recordar cuándo ni por qué había comenzado. Solía recorrer el centro y terminar en la playa. Quizás porque el ejercicio le sentaba bien, o tal vez porque ver a otras personas le distraía. O tal vez, después de más de dieciséis meses de esperar sin noticias, se sentía impaciente y había decidido salir a buscar a Ronan, como si así, milagrosamente, pudiera encontrarlo.
«Estúpido Ronan. Ya deberías haber regresado», pensó mientras caminaba entre la gente.
Respiró profundamente e intentó disipar la complejidad y el tormento de sus pensamientos. No podía dejarse vencer por su mente, no podía perder el control. Un par de meses atrás, luego de que se cumplieran dieciséis meses, había tenido un episodio muy oscuro, había perdido el control de sus emociones y había dejado que la desesperación ganara. Pero, para su buena suerte, su familia la había salvado y Sydonie había podido volver a ser ella misma, aunque todavía faltara una pieza en su corazón.
—¡Oh, tienen una nueva variedad de pan! —susurró para sí misma frente a la fachada de su panadería favorita.
Entró y compró una funda de panes dulces. Luego, mientras se dirigía a la playa, comenzó a lloviznar. Temiendo que una tormenta se cerniera sobre el pueblo, Sydonie decidió volver a casa. Las últimas noches habían estado lluviosas cerca de la medianoche, pero ese día parecía que la lluvia se había adelantado.
La débil llovizna se convirtió en una lluvia intensa justo cuando llegó al pórtico de la tienda de antigüedades. Se secó el rostro con la manga del suéter y, con una mano, rebuscó las llaves en su bolso mientras sostenía la funda de pan con la otra. Un viento gélido la hizo estremecerse, su ropa mojada y el frío le calaban hasta los huesos.
—Maldito clima —murmuró, tiritando mientras entraba en el edificio.
Ya dentro, planeó su noche: darse una ducha caliente, preparar chocolate y disfrutar del pan. Al encenderse la luz del recibidor, se quitó el abrigo mojado y los zapatos. Justo cuando estaba por subir a su departamento, escuchó un golpe en la puerta.
Sydonie se detuvo. Al principio pensó que lo había imaginado, pero luego vinieron dos golpes más. Giró hacia la puerta. No podía ser Iain; él no dejaría a Elara sola en casa y no solían salir por la noche. Con cautela, se acercó e intentó mirar por la mirilla, aunque la lluvia dificultaba la visión. Podría ser un cliente tardío. Normalmente, en tales casos, solo necesitaba indicar que la tienda estaba cerrada y punto.
Pero esta noche era diferente. Al abrir la puerta, el contenido de sus manos cayó al suelo.
Allí, bajo el tenue resplandor del alumbrado público y envuelto en la lluvia que formaba un velo traslúcido a su alrededor, estaba Ronan. Su cabello, que por lo general lucía perfecto, estaba empapado y pegado a su frente, y el agua goteaba por su rostro. Pero lo que más la impactó fue la expresión en sus ojos: una mezcla de incertidumbre y esperanza.
El corazón de Sydonie se paralizó, su respiración se suspendió en un instante eterno. No podía moverse. Apenas era capaz de asimilar que Ronan estaba allí, después de tanto tiempo pensando que lo había perdido.
—Ronan... —balbuceó, su voz quebrada por la emoción.
Él dio un paso hacia ella pero se detuvo, vacilante.
—Sydonie. —Su voz, más profunda de lo que recordaba, vibraba con emociones contenidas—. Lo siento. Tardé más de lo que esperaba.
Al oír sus palabras, el hechizo de incredulidad se rompió. Sydonie olvidó la lluvia y el frío; nada importaba más que ver a Ronan después de tanto tiempo.
Se lanzó a sus brazos y lo abrazó con fuerza. Su cuerpo no temblaba de frío, sino de un torrente de emociones que había contenido desde que lo vio. Las lágrimas empezaron a fluir libremente mientras sollozaba contra su pecho.
—Pensé que no volverías —murmuró contra la tela de su camisa mojada.
Ronan la sostuvo con un brazo, proporcionando un refugio en medio de la tormenta.
—Te prometí que volvería —dijo, su aliento cálido chocó contra su cabello.
La sinceridad y profundidad en su voz resonaron en el corazón de Sydonie. Ella levantó la mirada hacia él, los ojos brillantes de lágrimas y algo más. Una chispa de renacimiento.
—Ahora que estás aquí, nunca te dejaré ir —declaró con fervor.
—Entonces no lo hagas —respondió Ronan con una suavidad que desarmaba, manteniendo la mirada fija en ella.
Sydonie colocó sus manos temblorosas en su rostro. A pesar de la humedad de la lluvia, sus dedos recorrieron con delicadeza la mejilla de Ronan, palpando las líneas endurecidas por el tiempo que se suavizaban bajo su tacto. En los ojos de Ronan, una mezcla de sorpresa y emoción brillaba a través de la penumbra, revelando su propia vulnerabilidad en este instante de conexión.
Justo cuando Sydonie se estiraba para besarlo, el llanto de un bebé cortó el silencio. Confundida, buscó la fuente del sonido, hasta que sus ojos se posaron en una canasta que Ronan sostenía, cuidadosamente oculta hasta entonces.
Dentro de la canasta, un bebé envuelto en mantas suaves movía sus manitas en el aire y su llanto llenaba el espacio entre ellos. Sorprendida, Sydonie se acercó.
—¿Quién es? —susurró, mirando al bebé.
—Es Amani —explicó Ronan—. Fue su deseo renacer.
Entre perpleja y conmovida, Sydonie tomó al bebé en sus brazos, y se maravilló con la suavidad de su piel y el calor de su pequeño cuerpo. El llanto del bebé se calmó y se transformó en suaves murmullos. En los ojos dorados del bebé, Sydonie vio una familiaridad que resonaba con su pasado.
—¿Cómo es posible? —preguntó, aún incrédula.
—Al sobrevivir el Vacío Infinito, el Concilio Superior concede un deseo —explicó Ronan—. Amani eligió renacer. Me pidió que la trajera, confiaba en que sabrías qué hacer.
Sydonie asintió y procesó la magnitud de lo sucedido. Amani tenía ahora una nueva vida, lo que siempre había deseado y merecido después de tanto sufrimiento. Una nueva vida, una más feliz.
—¿Y tú? ¿Cuál fue tu deseo? —preguntó, ansiosa por conocer su respuesta.
Ronan la miró intensamente.
—Toda una vida contigo.
El corazón de Sydonie se aceleró y las emociones pintaron sus mejillas de rojo. Entonces inclinó su rostro. Al mirar hacia la bebé en sus brazos, encontró una nueva determinación.
—Cuidaremos de ella —prometió, y encontró un reflejo de su resolución en Ronan—. Nos aseguraremos de que tenga una vida feliz.
Él asintió, y la sonrisa de Sydonie brilló, iluminada por la promesa de un futuro juntos. En ese momento, todo el peso del pasado pareció levantarse, permitiéndole respirar libremente por primera vez en mucho tiempo.
La presencia de Ronan y la promesa de un nuevo comienzo les ofrecían un futuro lleno de esperanza y posibilidades.
Más tarde esa noche, Sydonie yacía en su cama, escuchando el sonido reconfortante de la lluvia que seguía cayendo. La tormenta había pasado, y el suave murmullo de las gotas llenaba la habitación de calma doméstica. La luna, a través del tragaluz en el techo, iluminaba la estancia y revelaba las figuras de Ronan y la pequeña Amani dormitando a su lado.
Sydonie contempló a Ronan. Él se había duchado y cambiado su ropa mojada por una camiseta y unos pantalones desgastados que habían pertenecido a sus hermanos. Acostado de espaldas, su respiración era suave, y tenía los ojos cerrados, pero Sydonie sabía que no dormía. Aún le costaba creer que Ronan había vuelto. Quería hablar, quería saber más sobre su ausencia y sobre él.
Fue entonces, en la penumbra y con el eco de la lluvia de fondo, cuando se animó a hacerle la pregunta que le había rondado la mente.
—¿Cómo fue estar en el Vacío Infinito? —susurró preocupada.
Ronan abrió los ojos, pero no miró hacia ella, sino hacia el tragaluz salpicado de lluvia, y suspiró antes de hablar. Su voz reflejaba solemnidad.
—Es difícil de describir. Es un lugar de ausencia, donde ni el tiempo ni el espacio tienen sentido. No hay luz, no hay oscuridad, solo... vacío. No es comparable con nada que haya experimentado antes. Lo más desafiante es la confrontación contigo mismo, estar suspendido entre lo que fuiste y lo que podrías ser, donde tus miedos y esperanzas se enfrentan.
Sydonie sintió un nudo en la garganta ante sus palabras.
—Pero encontré claridad en ese vacío —continuó Ronan, girando hacia ella—. Comprendí lo que realmente importa. Y eso me trajo de vuelta a ti.
Movida por sus palabras, Sydonie se deslizó de la cama para acostarse junto a Ronan.
—Gracias por compartir eso conmigo —murmuró, colocando su mano sobre la de él—. Ya no tienes que enfrentar esos recuerdos solo.
—Lo sé, es gracias a ti. Y a ella —dijo, mirando a la bebé dormida—. A pesar de su miedo, su voluntad para sobrevivir era tan fuerte. que a veces, su voz me alcanzaba. Y esos breves segundos me recordaban lo que era importante.
—Me alegra que hayan podido apoyarse mutuamente —respondió Sydonie con una sonrisa cálida.
Ambos volvieron al silencio. Sydonie recostó su cabeza sobre el pecho de Ronan y escuchó el latido de su corazón, un sonido profundamente humano que le confirmaba lo mucho que Ronan había cambiado. Era un recordatorio tangible de su nueva vida juntos, una de humanidad y amor.
—¿Extrañarás ser recolector de almas? —preguntó Sydonie con voz suave pero cargada de profundo interés.
Ronan asintió lentamente.
—Ser recolector de almas fue más que un deber; era mi identidad, mi propósito —dijo con un tono ligeramente melancólico—. Y sí, a veces extrañaré esa claridad de propósito, esa certeza de estar cumpliendo con mi destino.
Sus palabras revelaron un profundo respeto y lealtad hacia su antiguo rol.
—Pero... —continuó, mirando a Sydonie— en el Vacío, entendí que anhelaba algo más que la inmortalidad: estar contigo, vivir, aprender y amar Para eso, necesitaba ser humano. No fue una decisión fácil. Fue el deseo de mi alma.
Que Ronan eligiera sus propias decisiones la llenaba de alivio y orgullo. Se sentía feliz de cómo él se había transformado, como había cambiado tanto para convertirse en un hombre que ella respetaba y amaba. También le gustaba su determinación de abrazar este nuevo capítulo de su vida.
—¡Oh! ¿Y qué pasó con Morrigan? —preguntó Sydonie.
Ronan sonrió con nostalgia y sacó de su bolsillo un objeto que extendió hacia Sydonie. Era un anillo de diseño simple, pero emanaba una energía poderosa.
—Morrigan ha evolucionado conmigo —explicó con calidez en la voz—. Ahora existe en forma de este anillo protector. Ella entendió mi decisión y eligió acompañarme en esta nueva etapa de una manera distinta.
Sydonie no solo quedó asombrada por la profundidad de su relación sino por cómo Morrigan se había adaptado a la nueva vida de Ronan. Realmente era su compañera.
—Quiero que lo tengas como un regalo y una promesa de protección —declaró, colocando el anillo en la palma de Sydonie—. Morrigan velará por ti, al igual que yo.
Sydonie examinó el anillo con reverencia, consciente de su significado. Luego, se lo puso, y sintió de inmediato una conexión, un calor que se difundía por su cuerpo.
«—Sydonie, finalmente podremos ser amigas —escuchó en su mente».
Sorprendida, miró a Ronan.
—¿Ya te habló? —preguntó él con una sonrisa—. No pude evitar que lo hiciera.
—¡Es un anillo mágico! —exclamó Sydonie, emocionada—. ¡Tengo un anillo que habla!
«—Serás mi compañera, Sydonie».
«—Sí, y viviremos aventuras juntas».
—¿De qué están hablando? —interrumpió Ronan después de un momento—. También quiero saber.
Sydonie rio y, acercándose, abrazó a Ronan. Estaba feliz porque el anillo no era solo un objeto, sino una promesa, un guardián y un puente entre su presente con Ronan y su legado.
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