Capítulo 40

Whitby, jueves, 8:30 p.m.

Sydonie no había esperado que su día terminara así, siendo perseguida por un cazador de almas.

Su corazón latía acelerado y apenas podía respirar mientras subía los ciento noventa y nueve escalones hacia el Cementerio de St. Mary's. No es que ella hubiera tomado ese camino por elección propia. Ese lunático había decidido acorralarla hasta que Sydonie no tuvo más opción que escapar por las escaleras. O la atrapaba el cazador o la mataban las escaleras; Sydonie no estaba segura de qué sucedería primero.

Maldijo entre dientes mientras continuaba ascendiendo y jadeaba por el esfuerzo. Afortunadamente, era una noche fría y el viento helado le golpeaba las mejillas sin dificultar su subida. De haber sido bajo el sol, las escaleras la habrían vencido.

Una vez arriba, tomó varias bocanadas de aire y miró hacia atrás. Se sorprendió de no ver a nadie en su persecución, pero se sorprendió aún más al encontrar una figura esperándola, apoyada junto a una tumba.

—¡Ay, no puede ser! —exclamó, intentando recuperar el aliento—. ¿Cómo llegaste antes que yo?

Los ojos dorados de la entidad brillaron. Su rostro estaba cubierto con un velo oscuro y vestía, como siempre, ropas oscuras y holgadas. Sydonie notó que la figura era casi tan alta como Ronan.

—¿Acaso lo has olvidado, Sydonie Acheron? Puedo tener apariencia humana, pero no soy tan frágil como tú.

—¿Y quién dice... —Sydonie tomó una respiración profunda— que soy frágil? —Intentó pararse erguida en una pose relajada, aunque las piernas le temblaban—. —Además, ¿por qué me persigues? —lo confrontó—. No tengo el xilófono ni a Harry. Ronan los tiene, y no vas a poder recuperarlos.

Ella no sabía si tenía buena o mala suerte. Ronan y Harry habían pasado días buscando al cazador de almas por toda la ciudad, sin éxito, e incluso había usado a Harry como cebo. Sydonie había permanecido segura en la tienda todo el tiempo, solo había salido a comprar pan dulce —su debilidad— y, justo entonces, el cazador de almas la había esperado a la salida de la pastelería, iniciando esta persecución.

Lo más triste era que su bolsa de pan dulce había sido la primera víctima; se rompió, dejando caer sus panes, que tuvo que abandonar.

—Es a ti a quien quiero —dijo el cazador con voz baja y profunda.

Sydonie se estremeció y empezó a rodear la figura, alejándose lentamente.

—No te recomiendo que te lleves mi alma —advirtió, levantando las manos—. No sé matemáticas, nunca paro de hablar y atraigo muchos problemas.

—¡No me interesa tu alma! —replicó el cazador—. Pero tienes razón, ese recolector antiguo no me devolverá el alma errante a menos que le ofrezca un intercambio.

Sydonie soltó una exclamación.

—¡Vas a usarme como moneda de cambio! ¡Eso es bajo!

—Bajo es robarme mi alma errante.

—Yo no te robé nada —replicó ella—. Harry se ancló en mi xilófono mientras huía de ti. ¡Dime qué hiciste con su cuerpo!

—Como si fuera a decirte dónde está —el cazador resopló con ironía.

Sydonie levantó el mentón, desafiante.

—Entonces me marcho. No quiero seguir hablando contigo.

El cazador soltó una ligera risa que a Sydonie le heló la sangre.

—Eres menos lista de lo que pensaba. ¿Crees que vas a poder escapar, Sydonie Acheron?

Al mirar a su alrededor, el ambiente sombrío y desolado no le dieron muchas esperanzas.

—Cuando lo dices así, ya no estoy tan segura —vaciló, tragando con fuerza.

La figura se acercó un par de pasos más y Sydonie retrocedió, intentando evitar tropezar con tumbas y mausoleos. Sus zapatillas deportivas se hundían en el césped irregular y la tierra húmeda la hacía resbalar de vez en cuando. Miró brevemente sobre su hombro; si lograba llegar a la cima, iluminada por la luna y sin obstáculos, quizás podría correr hacia la iglesia más cercana en busca de ayuda.

—Entonces ¿soy tu prisionera? ¿He sido secuestrada en un cementerio?

Esa realidad sonaba terrible. Su madre la mataría si se enteraba.

—Llámalo como quieras —respondió la figura, avanzando despacio hacia ella—. Realmente no tengo intención de hacerte daño.

—Eso dices ahora, pero tal vez cambies de opinión después de pasar más tiempo conmigo.

Sydonie lanzó otra mirada nerviosa hacia atrás. Solo un par de pasos más hasta la cima.

—Si decides huir, claro que te haré daño. Pero eso no es lo que quiero. Ya demasiadas personas han resultado heridas.

Esta declaración captó la atención de la joven, sobre todo al percibir emociones de amargura y desasosiego emanando de la figura.

—Si te mantienes tranquila y haces lo que te digo, todo estará bien. Te entregaré al recolector y él me dará el alma errante que busco. Luego, cada uno seguirá con su destino.

Sydonie resopló y frunció el ceño.

—Eso no es justo para Harry. Él perderá su vida y todas sus fans lo perderemos a él.

—¿Crees que la vida es justa? —replicó la figura, y los ojos dorados de la entidad refulgieron—. Hay personas cuyas vidas están marcadas por la tragedia y no hay nada que puedan hacer para cambiar su destino. Él pertenece a ese grupo y tú, Sydonie Acheron, deberías aceptarlo y preocuparte por tu propio destino.

Sydonie tragó saliva, su corazón seguía latiendo con violencia. No quería mostrar su miedo, pero le costaba ocultar sus emociones.

—Lo siento, no quise molestarte. Solo soy muy fan de Harry y él no merece esto. Está asustado y no entiende lo que sucede. Solo quiero ayudarlo.

—Harry Young no me interesa. Su alma es solo otro encargo. El último para dejar esto atrás.

—Pero...

—¿Acaso no te callas nunca?

—Solo cuando estoy dormida —respondió Sydonie—. Aunque la última vez, Ronan dijo que hablaba en mis sueños. No sabía que podía hacer eso. Quizás es algo importante. Tal vez soy más inteligente cuando duermo y debería grabar mi voz para ver si resuelvo problemas de matemáticas complejos. Alguna vez escuché que...

—¡Ya basta! —exclamó el cazador, siguiéndola al claro—. Cállate y siéntate. Eres mi prisionera.

—P-pero no... quiero sentarme... No... —tartamudeó Sydonie, observando unas líneas blancas irregulares entre el césped—. Si te acercas más, voy a empezar a gritar.

La figura se inclinó, recogió una piedra ancha de una tumba y la sostuvo en el aire. Sydonie sintió que un escalofrío le recorría la espalda y tropezó, cayendo de trasero, con una expresión de angustia en el rostro.

—Si gritas o haces algo para llamar la atención, tendré que golpearte y eso arruinará mi plan, lo que me haría enojar mucho y...

La figura se detuvo de repente, incapaz de avanzar más, retroceder o moverse a los lados. Sydonie, que se había cubierto el rostro con las manos, preparada para recibir un golpe, miró entre sus dedos cómo la figura luchaba inútilmente por salir del círculo de sal que había dibujado en el suelo.

—¿Qué hiciste? ¿Qué has hecho?

Sydonie se levantó del suelo, se limpió los jeans con calma y esbozó una sonrisa. El miedo y la angustia habían desaparecido de su rostro.

—Simple, es sal. Sal y algunas hierbas más. ¿Quién diría que realmente son excelentes para barreras y trampas mágicas?

La figura resopló, sus ojos brillaban furiosos mientras la miraba fijamente.

—Eres peligrosa —dijo con los dientes apretados—. Has estado fingiendo todo este tiempo.

—¿Fingiendo qué? —preguntó Sydonie caminando alrededor del círculo, asombrada al ver que estaba intacto. A pesar de los intentos del cazador por salir, la sal se mantenía firme como una barrera.

—Que tenías miedo, que estabas preocupada. Usas tu humor y palabrería para distraer y hacer que los demás bajen la guardia.

—¿Eso hago? — replicó ella inocentemente, y se detuvo frente al cazador, cuyos ojos dorados aún la fulminaban—. Me descubriste. Soy mortalmente adorable —añadió con una sonrisa.

—¿Aún crees que eres inteligente?

—¿Quién está prisionero ahora?

La mirada del cazador se oscureció más aún.

—No solo soy inteligente. También tengo grandes argumentos y siempre tengo la razón —declaró Sydonie—. Y no, no todo lo que dije era mentira. Sí, soy mala en matemáticas y Ronan se ha quejado de que hablo dormida.

—Este círculo de sal no podrá contenerme —amenazó la figura.

—¿Quieres apostar? —desafió Sydonie.

Inmediatamente se arrepintió de sus palabras cuando la tierra comenzó a temblar. Levantó la vista y la figura se había transformado, adoptando una forma hecha de sombras oscuras, y sus emociones emanaban violencia y desesperación. Intentaba liberar su poder, y Sydonie podía sentir cómo su energía golpeaba las paredes invisibles de la trampa de sal.

—Detente —dijo ella, con el corazón en la garganta.

Sin embargo, la figura se convirtió en un torbellino de sombras y oscuridad. La única luz eran dos puntos dorados en medio del caos. El césped se agitaba con ráfagas de viento inesperadas, levantando tierra, hojas y piedras pequeñas. Sydonie tragó saliva, sin apartar la mirada, y metió la mano en el bolsillo de sus jeans.

—Detente —ordenó con firmeza.

Pero la figura no obedeció, y la tierra se agitó con más fuerza. Entonces, el suave tintineo de una campanilla sonó. La brisa llevó el sonido y todo pareció congelarse y quedarse en silencio. Acto seguido, todo cayó al suelo. La tierra dejó de moverse, las piedras cayeron y la figura del cazador se derrumbó de rodillas, aferrándose la cabeza, aún enmascarada. Sus emociones intensas se calmaron cuando su energía se debilitó.

«Ha funcionado», pensó Sydonie, perpleja. La campana consagrada había tenido efecto.

—Un sonido sagrado... —masculló el cazador—. Eres una maldita afortunada.

Sydonie guardó la campanilla en su bolsillo, cuidando de no hacerla sonar por accidente. Era claro que el sonido había paralizado y debilitado al cazador, tanto que ella apenas podía percibir sus emociones a través de su energía.

—¿Y ahora qué sucederá? —preguntó el cazador, abrazado su cuerpo sin dejar de mirarla—. ¿Aparecerá tu novio y obligará a mi alma a cruzar?

—¿Ronan? —Sydonie parpadeó—. Ah, no, él no sabe nada de esto. Aunque gracias a ti, es probable que venga en cualquier momento. Y estoy segura de que estará gruñón con nosotros.

El cazador contempló su figura erguida frente a él.

—¿Cómo anticipaste mis movimientos, Sydonie Acheron?

Ella se acuclilló fuera del círculo, dándose cuenta de lo absurdo que era mantener una conversación de pie.

—Te lo diré —dijo con un brillo en los ojos— solo si tú me cuentas quién eres y cuál es tu historia.

El cazador guardó silencio. Sydonie esbozó una sonrisa sincera.

—Lo siento. No quise hacer sonar la campanilla, pero no te detuviste y no puedo permitirte escapar. No si quiero resolver esto.

Hubo otra pausa.

—¿Por qué no me dices tu nombre?

—No somos amigos.

—Lo sé, eres mi enemigo. Quieres hacerle daño a alguien que aprecio, pero aun así... quiero saber tu nombre y escuchar tu historia.

—¿Por qué?

«Porque estoy segura de que no eras la presencia aterradora de aquella noche. ¿Quién eres?».

—Porque me gustan las historias. Escucho las de las antigüedades porque me importan. Y aunque seas mi enemigo, quiero escuchar la tuya para entender por qué terminamos en lados opuestos.

El cazador permaneció inmóvil por varios segundos. Entonces, como un acto de fe, Sydonie decidió dar el primer paso y comenzó a relatar lo sucedido.


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