Capítulo 28
Aquella tarde, Sydonie se enfrentaba a una situación peculiarmente divertida y complicada, preguntándose cómo explicarle a Iris, su mejor amiga y eterna admiradora de Harry Young, que el hombre de sus sueños estaba atrapado en un curioso estado de «no-tan-muerto» y, por azares del destino, temporalmente alojado en la casa de su prometido.
Tras visitar la residencia de Harry, Sydonie se había reunido con Iris y Brodie. Este último había ofrecido hospedarla en la casa de su familia, por lo que la pareja insistió en recogerla en el hotel, llevarla hasta su hogar en Richmond upon Thames, y ayudarla a instalarse. Sydonie estaba encantada de estar cerca de ellos y agradecida por su hospitalidad, pero no podía evitar sentirse algo nerviosa, en especial considerando que Ronan solía aparecer sin avisar y Harry Young, en su versión fantasmal, deambulaba por la cocina.
—Mañana quiero comprar la lencería para la noche de bodas —susurró Iris al oído de Sydonie antes de marcharse—. ¿Me acompañas?
—Con gusto te ayudaré a escoger algo para torturar a Brodie —respondió con una sonrisa.
Ambas rieron y se abrazaron. Mientras Sydonie se despedía, Brodie preguntó:
—¿Qué pasó con ese misterioso acompañante de la otra noche?
Los ojos de Iris se iluminaron con entusiasmo.
—¡Es verdad! —exclamó, como si acabara de recordar algo importante.
«Gracias por nada, Brodie», pensó Sydonie, y se prometió mentalmente vengarse en cuanto estuvieran solos.
—No estoy segura —respondió tratando de sonar despreocupada—. La última vez que lo vi fue esa noche.
—Ah, cuando lo asustaste —bromeó Brodie, con una sonrisa burlona.
Sydonie le lanzó una mirada fulminante.
—¡No lo asusté! —protestó—. Tuvo que irse por un asunto personal.
—¿Y lo volverás a ver? —preguntó Iris, con los ojos brillantes de curiosidad—. Es guapo y tiene ese aire de misterio que tanto te atrae.
—Es cierto —coincidió Brodie, abrazando los hombros de su prometida—. Es el primer tipo un poco peligroso que te trae y que realmente me cae bien desde el primer encuentro.
Iris negó con la cabeza y corrigió:
—No creo que sea un chico malo, solo parece serlo porque es reservado y habla poco.
—¿Te gusta porque habla poco? —bromeó Brodie, guiñándole un ojo.
—¿Quién dice que me gusta?
Ambos intercambiaron una mirada cómplice y sonrisas entendidas, como si Sydonie no pudiera ocultarles nada.
—¡Son insufribles! —exclamó—. No debería importarles tanto mi vida romántica.
—Al contrario, nos interesa mucho —dijo Brodie con humor—. Así sabremos si poner «1» o «2» invitados en tu tarjeta para nuestra boda.
Sydonie hizo un mohín, y continuaron hablando por un rato más hasta que sus amigos se marcharon. Entonces se cruzó de brazos y examinó el interior de la casa con ojo crítico. Brodie le había mostrado meticulosamente el lugar y había dejado su equipaje en uno de los dos cuartos de huéspedes. Aunque ella conocía a su amigo desde la infancia, nunca había visitado esta residencia; sus encuentros por lo general ocurrían en la casa antigua donde habían celebrado fiestas de cumpleaños y pijamadas. Después del divorcio de sus padres, la familia se mudó a esta nueva propiedad, hacía cuatro años.
Admitió, no sin cierto asombro, que el lugar era encantador. Cada detalle parecía sacado de una revista de diseño. Las paredes blancas inmaculadas y los pisos de madera clara brillaban bajo la luz natural que inundaba el espacio a través de amplios ventanales, creando una atmósfera que parecía capturar la esencia de un cálido amanecer.
En la sala, el mobiliario seguía un enfoque minimalista: sofás con líneas rectas y una mesa de centro de cristal que parecía levitar. Obras de arte contemporáneo salpicaban el espacio, añadiendo un toque lúdico al minimalismo.
La cocina era un espectáculo en sí misma, con sus armarios blancos y electrodomésticos que relucían como joyas de acero inoxidable. Sydonie se imaginó preparando platos mientras se sentía como un chef de programa culinario.
Pero lo que realmente la dejó perpleja fue la piscina interior, situada justo al lado de la sala de estar. «¿Quién tiene una piscina junto a la sala?», pensó, sonriendo ante la extravagancia. El agua cristalina invitaba a sumergirse de inmediato y, más allá, el jardín se extendía como un bosque encantado, ofreciendo un hermoso contraste con la sofisticación del interior.
Al subir por las escaleras de madera, descubrió aún más el encanto personalizado del segundo piso. Cada una de las cinco habitaciones continuaba el tema minimalista pero con detalles que reflejaban las personalidades de sus ocupantes. La habitación de Brodie destilaba una elegancia relajada con sus fotografías y recuerdos personales; la de su hermano Mark, más juvenil, estaba adornada con pósteres de bandas y libros esparcidos; y la de su madre era un estudio de diseño interior en sí misma.
Las habitaciones de huéspedes, una de las cuales eligió Sydonie, eran un refugio de tranquilidad y buen gusto, cada una con vistas al jardín trasero y decoradas con colchas suaves y lámparas elegantes.
Sydonie no se sintió como una intrusa explorando la casa. Conocía la calidez y generosidad de la madre de Brodie, y estaba segura de que, de estar presente y no en un proyecto en Europa, la haría sentir en casa. Lo mismo con Mark, quien, aunque estudiaba en Cambridge, siempre había sido acogedor en sus esporádicos encuentros.
Con todo en su lugar, habló al vacío del cuarto, a sabiendas de que en realidad no estaba realmente sola:
—Ya puedes salir.
Terminó de desempacar, incluyendo el xilófono que portaba consigo, listo para cualquier eventualidad.
Había preparado el otro cuarto de huéspedes para Harry, ofreciéndole un espacio privado donde pudiera sentirse lo más normal posible. Además, habían descubierto que, además de poder tocar a Sydonie, Harry también podía interactuar con objetos si se lo proponía, solidificándose lo suficiente para hacerlo. Ronan teorizaba que esto se debía a su condición especial, dado que su alma aún estaba unida a su cuerpo.
El cantante apareció en la habitación y se sentó en la cama. Sydonie lo acompañó y le ofreció una sonrisa tranquilizadora, que él correspondió, aunque sus ojos revelaban una tristeza profunda.
—¿Sucede algo?
—¿Además de que mi alma vaga y estoy atrapado en un xilófono? —respondió Harry, su tono un poco áspero.
Ella se mordió el labio. La melancolía que solía encontrar inspiradora en él ahora parecía abrumadora y le preocupaba.
—Lo siento —se apresuró a decir él al darse cuenta de su tono—. No estoy enojado contigo. Agradezco mucho tu ayuda. Sin ti, no sé qué sería de mí.
—Entiendo, está bien. Si necesitas hablar, aquí estoy.
Harry guardó silencio unos instantes, y Sydonie esperó.
—Estoy frustrado conmigo mismo —confesó finalmente—. Parece que resolver todo esto depende de que recupere la memoria, pero no logro recordar nada. Me siento atrapado en un círculo vicioso y me cuestiono por qué me ha sucedido esto. Siempre he intentado ser una buena persona, cuidadoso con mis fans, agradecido con mi equipo; no tengo malos hábitos, y pago mis impuestos a tiempo. ¿Por qué a mí?
Él se ahogó en sus emociones, y Sydonie puso una mano en su hombro intentando consolarlo.
—Aunque ahora todo parezca oscuro, cada amanecer trae una nueva oportunidad para cambiar. No sabemos qué te sucedió ni por qué, pero no te rindas. Eres una buena persona, esto no es tu culpa. Encontraremos la manera de ayudarte.
Harry suspiró y desvió la mirada. Su postura reflejaba resignación.
—Quiero recordar, Sydonie. Sé que eso nos ayudaría, pero mi mente está en blanco.
—A veces, cuando te esfuerzas demasiado en recordar, terminas bloqueando tus propios recuerdos. ¿Qué tal si te tomas un descanso? Haz algo que disfrutes.
—¿Crees que funcionará?
—Podría valer la pena intentarlo. ¿Qué te hace feliz?
—La música. Escribir, componer, escuchar música.
—Entonces, ¿por qué no intentas eso esta noche? Olvídate de todo lo demás y sumérgete en la música. Aquí tienes un xilófono. Aunque sea algo simple, podría ayudarte a relajarte —sugirió Sydonie con una sonrisa.
El artista indie sonrió también, y algo de la tensión pareció abandonar sus hombros. Tomó el xilófono entre sus manos y lo examinó con cuidado.
—Hay algo que no te he contado y que recordé esta tarde —empezó él, captando la atención de Sydonie—. Podrías pensar que estoy loco, pero este xilófono... es mío. Bueno, lo era... cuando era niño.
La joven abrió la boca, sorprendida.
—¿De verdad? ¿Crees que este es el mismo xilófono de la foto?
Cuando habían descubierto la pintura de la madre de Harry, él había dudado en reconocer el instrumento, sugiriendo que era probablemente una coincidencia que su madre lo hubiera pintado de niño con uno similar. Sydonie había pensado lo mismo y considerando que había adquirido el xilófono en una tienda de antigüedades, había dudado que fuera el mismo.
—Es el mismo —confirmó él, girándolo en sus manos—. No lo reconocí antes porque está restaurado, pero cuando era pequeño tallé mi inicial aquí.
Sydonie exclamó con asombro al ver la pequeña «H» grabada en la madera detrás de una de las teclas.
—Esto es increíble. Realmente es el tuyo.
Harry sonrió levemente.
—Después de ver la pintura, recordé a mi madre y me di cuenta de que sí tuve un xilófono cuando era niño. Fue mi primer instrumento musical. Mi tatarabuelo se lo dio a mi abuelo, quien a su vez se lo heredó a mi madre cuando era una niña, y luego ella a mí. Era mi juguete favorito, lo llevaba a todas partes. Mi madre me enseñó a usarlo y, cuando tocaba, pensaba en ella. Lo perdí después de que ella falleciera.
—Lo siento mucho —dijo Sydonie, sintiendo un vínculo especial con Harry al compartir esto con ella. Conocía poco sobre su vida personal, más allá de que había perdido a su madre de niño y que su tío lo había criado.
—Tenía ocho años cuando pasó. Fue una enfermedad repentina. Era todo para mí; había sido madre soltera, así que éramos solo nosotros dos. Cuando murió, me mudé con mi tío, su hermano. Él y su pareja me criaron como si fuera su propio hijo. Tuve suerte de que fueran tan buenos conmigo, pero hay muchos recuerdos de ella que he bloqueado. Incluso ahora me cuesta acercarme a sus cosas o pensar en ella.
—Lo entiendo.
Sydonie de verdad lo entendía.
—Yo también perdí a mi padre cuando era pequeña. —Fue en un incendio, pero no lo dijo—. Y quizás te parezca extraño, pero él fue quien restauró este xilófono.
Harry abrió los ojos de par en par, su expresión reflejando asombro.
—¿Cómo es posible?
—No estoy segura de qué sucedió después de que lo perdiste. Tal vez lo dejaste en algún lugar público, pero llegó a la tienda de antigüedades donde lo encontré. La dueña me lo dio gratis porque estaba roto y mi padre lo había restaurado.
—Vaya... Gracias a eso, estoy aquí ahora.
—Cuando encontré el xilófono, sentí que aún tenía un propósito que cumplir. Aunque todo esto fue inesperado, parece que nuestros destinos estaban conectados. Por muy malo que haya sido lo que te sucedió, te trajo aquí para que pudiéramos ayudarte.
—Si estaba en el destino que nos encontráramos, tal vez las cosas mejoren pronto.
—Estoy segura de que sí. Volverás a ser tú mismo y escribirás ese nuevo álbum. Compartirás tu música y talento con el mundo, y serás exitoso por el resto de tu vida. Esto solo será un recuerdo lejano, casi como un sueño.
—¿Realmente lo crees?
Ella asintió. Las miradas sinceras se encontraron y, luego, Harry la abrazó. Sydonie sintió su corazón acelerarse de alegría, aliviada de verlo más animado. Eso la hacía sentir en paz. Mientras tanto, ella seguiría pensando en una forma de ayudarlo. Era una promesa.
—Te dejaré para que descanses y comiences a escribir —anunció—. No te presiones. Todo saldrá bien. ¿Estarás bien solo?
—Sí, estoy acostumbrado a la soledad.
—Buena suerte, Harry.
Sydonie salió de la habitación de huéspedes, sumergida en sus pensamientos. Las emociones agitadas y el recuerdo de su padre la acompañaban mientras descendía las escaleras en busca de algo para beber.
Al entrar en la cocina, se detuvo abruptamente. La puerta que daba a la habitación con la piscina estaba abierta, y allí, junto al agua, estaba Ronan, contemplando la luna. No esperaba verlo tan pronto; se había acostumbrado a sus apariciones y desapariciones inesperadas. Pero, en ese momento, su presencia ofreció un consuelo inesperado.
Se detuvo en el umbral, observándolo en silencio. La luz de la luna, que se filtraba a través del techo de cristal, bañaba la habitación con un suave brillo plateado, creando un ambiente casi mágico. Ronan parecía una estatua enigmática, absorto en sus pensamientos. Su perfil, delicadamente iluminado por la luz lunar, resaltaba las líneas marcadas de su rostro y sus cortos cabellos oscuros.
Sin querer perturbarlo, Sydonie permaneció quieta, dejando que la serenidad del momento llenara el espacio entre ellos. Había algo conmovedor en verlo así, tan vulnerable y tranquilo. La sorpresa inicial dio paso a una calma compartida, y su presencia se convirtió en un bálsamo para el torbellino de emociones que había estado sintiendo. Su corazón se aceleró, desplazando la tristeza por un instante.
—Sydonie. —La voz de Ronan rompió el silencio.
Al oír su nombre, esbozó una sonrisa tranquila, sintiéndose inexplicablemente aliviada y en paz.
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