Capítulo 23
«Qué lugar tan hermoso y pacífico».
Desde su asiento junto a una mesa de metal blanco, Sydonie admiraba el amplio jardín que se extendía ante ella. Atardecía en Londres, y los últimos rayos del sol teñían de dorado el paisaje. Árboles florecidos que adornaban el jardín con un estallido de colores contrastaban, vibrantes, contra el verde intenso de la hierba.
Las flores, en tonalidades de rosa suave y púrpura intenso, exhalaban un perfume delicado y refrescante. Los árboles, majestuosos y llenos de gracia, brindaban sombra, creando un oasis de privacidad y tranquilidad. El cuidado meticuloso del jardín era evidente en los senderos de grava que se entrecruzaban, guiando a rincones secretos ideales para la reflexión o la lectura.
En este entorno, Sydonie se sentía plena, inmersa en la belleza natural y la arquitectura clásica de la casa georgiana ante ella, imponente con su simetría y ventanas ornamentadas. Desde su posición, la armonía del lugar era palpable y ofrecía un refugio de paz en el corazón de la ciudad bulliciosa, donde el tiempo parecía suspenderse.
—La señora Winters se reunirá con usted en unos minutos, señorita Acheron —anunció Margaret, la ama de llaves, con calidez, mientras vertía té de una elegante tetera.
—Gracias.
Tras una sonrisa, Margaret se retiró, dejando a Sydonie sola de nuevo en la serenidad del jardín. Con la caja musical en su regazo, tomó un sorbo de té inglés, perdida en sus pensamientos. Recordaba la prisa con la que había tenido que despedirse de Iris tras recibir una llamada de Charlotte, dejar el enigmático xilófono en el hotel y tomar la caja musical para esta reunión.
Sentada, Sydonie reflexionaba sobre Ewan, cuyo espíritu percibía inquieto. Aunque no le había mencionado este encuentro, sentía como si él intuyera que algo significativo estaba por ocurrir. Con delicadeza, acarició el paquete que envolvía la caja musical, buscando transmitir tranquilidad a través de su tacto.
—Todo estará bien —prometió.
Tal como Margaret había anunciado, minutos después apareció una figura en el jardín que captó la atención de Sydonie de inmediato. Charlotte Winters, con sus cincuenta y tantos años, desprendía una elegancia única que se fundía con su aura de riqueza. Su cabello, que quizás fue oscuro en su juventud, ahora se mostraba en un distinguido tono plateado. Los ojos marrones de Charlotte, cálidos e inteligentes, se veían realzados por líneas de expresión que dibujaban un rostro donde el paso del tiempo se unía en armonía con un maquillaje perfecto. Vestía con una extravagancia mesurada, en prendas modernas salpicadas con reminiscencias de estilos pasados, y sus joyas, aunque audaces, exudaban elegancia. A pesar de su presencia imponente, la calidez de su sonrisa y la amabilidad de su expresión la hacían instantáneamente accesible y querida.
—Ah, tienes los ojos de tu abuelo, Sydonie Acheron —dijo Charlotte al saludarla, haciendo notar la familiaridad con la que lo recordaba.
Sydonie se mostró ligeramente sorprendida al principio, pero recordó entonces que Charlotte había sido una asidua clienta de su abuelo y la destinataria prometida de la caja musical. Claramente, ella lo había conocido bien.
—Gracias por la reunión —respondió Sydonie con cortesía.
—Gracias a ti por venir —repuso Charlotte con una sonrisa afectuosa—. Sé que has viajado desde lejos.
—Era importante para mí cumplir este último deseo de mi abuelo.
Charlotte la guio para que se pudieran sentar alrededor de la mesa preparada.
—¿Te habló Owen de mí? —preguntó Charlotte, mostrando interés.
—No, lo siento. Dejó una carta, pero me llevó tiempo hallarla —confesó Sydonie.
—No importa, ya me había resignado a la espera. Tras la muerte de tu abuelo, dejé de esperar la caja musical. Pero tu llamada reavivó mi esperanza. Te estoy profundamente agradecida.
Con una sonrisa, Sydonie deslizó el paquete hacia Charlotte.
—Ahora podrán reencontrarse —dijo, su voz teñida de una suavidad emotiva.
Charlotte contempló la caja con un vislumbre de incredulidad y emoción, como temiendo que el tesoro frente a ella pudiera evaporarse al contacto. Sus manos, temblorosas de anticipación, liberaron la caja musical del envoltorio, y la sujetó con una reverencia casi sagrada. Sus ojos, inundados de recuerdos, se perdían en cada detalle del carrusel, absortos en la historia contenida en sus figuras danzantes.
—Al fin, la caja musical de mi madre —susurró, la voz teñida de un profundo sentimiento. Al activarla, la melodía brotó, dulce y reconocible, evocando recuerdos de noches envueltas en la ternura de una nana—. Es la canción que mi madre cantaba para dormirme —confesó mientras las lágrimas comenzaban a surcar sus mejillas.
Sydonie permaneció en silencio, permitiendo que la música y el emotivo llanto de Charlotte llenaran el espacio entre ellas y tejiera un momento de conexión y recuerdo que trascendía el tiempo. Era un lazo tangible entre el ayer y el hoy, unidos por la melodía del amor eterno.
Sydonie no solo fue testigo del vínculo entre Charlotte y la caja, sino que también percibió cómo el espíritu de Ewan se conmovía ante la revelación de este encuentro, hallando en Charlotte un fragmento significativo de su pasado. La atmósfera se impregnó de sorpresa y calidez, señales de que Ewan enfrentaba una revelación.
Para Sydonie, era claro que este momento no solo marcaba un hito para Charlotte, sino también para Ewan, cuya alma resonaba con un nuevo entendimiento y una paz anhelada.
—Verás, Sydonie, esta caja musical no representa simplemente un artefacto para mí; es un fragmento de mi legado familiar —explicó Charlotte, los ojos destellaban entre la emoción y las lágrimas—. Mi abuela venía de una familia acaudalada y mi abuelo era un relojero apasionado de origen humilde. Su fallecimiento llevó a la familia de mi abuela a separar a mi madre, aún niña, de todo recuerdo de él, salvo por las historias que ella me narró.
Charlotte hizo una pausa, para recolectar sus pensamientos.
—Mi madre siempre mencionaba una caja de música que su padre había estado creando para ella, un tesoro de amor y recuerdos. Anhelaba esa caja como un lazo con mis abuelos, a quienes nunca conocí. Pasé años buscándola entre coleccionistas y anticuarios, esperando hallar esa pieza única.
»En una subasta, conocí a tu abuelo. Al compartirle mi historia, se ofreció a ayudarme. Para mí, encontrar esa caja sería cerrar un círculo, reunir dos partes de mi historia familiar largamente separadas. —Sus manos acariciaban la caja con ternura—. Representa la voz de mi abuelo, su legado, el amor por su arte y su familia.
Charlotte dirigió su mirada hacia Sydonie, sus ojos reflejaban una esperanza genuina.
—Esta caja significa mucho más para mí de lo que las palabras pueden expresar. Recibirla de Owen, alguien que comprendió su valor, la hace aún más preciada. Gracias por traerla hasta aquí.
Tras intercambiar sonrisas y conversar un poco más, Margaret anunció a Charlotte que había una llamada pendiente. La mujer se excusó y Sydonie volvió a quedarse sola.
En ese instante, la caja musical vibró ligeramente.
Ewan se materializó ante ella, con el semblante sereno y una sonrisa agradecida adornándole el rostro.
—No puedo encontrar las palabras para expresar mi gratitud por lo que has hecho —dijo Ewan, su voz llena de una serenidad recién encontrada.
—Lamento que no hayas podido reencontrarte con tu hija —respondió Sydonie, con tristeza.
—Está bien. Ahora sé que ella tuvo su propia familia y que tanto ella como su madre deben estar esperándome. Antes, el miedo me retenía, pero ahora, la expectativa de reunirme con ellas me llena de esperanza —confesó Ewan, una luz de paz le brillaba en los ojos.
Sydonie vaciló. La ausencia de Ronan y la duda de cómo proceder le nublaban el pensamiento. ¿Quién acompañaría a Ewan en su último viaje? ¿Cómo podría asegurarse de su partida tranquila y... ?
—Si estás preparado, me honraría guiarte —interrumpió Ronan, apareciendo de repente junto a ellos, y Sydonie experimentó un alivio inesperado con su presencia.
—¿Cuándo llegaste? —preguntó, sorprendida al verlo.
—He estado aquí todo el tiempo, pero no quise interrumpir —explicó él su mirada con una calma inquebrantable.
Sydonie, con el corazón apretado, desvió el rostro y se volvió hacia Ewan.
—Entonces, Ewan, es hora. Puedes descansar —dijo suavemente, dándole permiso para avanzar hacia la paz eterna—. Gracias por compartir tu historia con nosotros.
Ewan asintió, aceptando su destino con una comprensión tranquila. Se acercó a Ronan, quien ya portaba su guadaña, listo para cumplir su rol. Desde su lugar, Sydonie les sonrió y alzó su mano en un último adiós. Aunque su corazón se aliviaba al saber que Ewan encontraría la paz, una nostalgia profunda y agridulce la embargaba.
Ewan le devolvió el gesto, y su sonrisa radiante y serena se mantuvo incluso mientras su forma se desvanecía en cientos de mariposas luminosas. Se dispersaron en el aire, llevando consigo la esencia de Ewan hacia el más allá, en un final mágico y emotivo. Sydonie quedó con el recuerdo de su partida, un eco etéreo y bello de su presencia en este mundo.
Sydonie avanzaba, la mirada perdida en los adoquines, absorta en sus pensamientos. Había decidido caminar de vuelta al hotel en Camden en lugar de tomar un taxi, sumergiéndose en el bullicio característico de Londres. A ratos, su atención se posaba en las vitrinas de las tiendas, aunque sin demorarse.
Luego de la partida de Ronan y Ewan, y tras despedirse de Charlotte, Sydonie se hallaba sola. La idea de llamar a Maxwell para una cena cruzó su mente, pero la descartó, no deseaba ser un estorbo en la apretada agenda de su hermano.
Un suspiro escapó de sus labios al reconocer ese sentimiento de soledad, tan peculiar a pesar de la multitud que la rodeaba. Reflexionó si, más que la soledad, eran la preocupación y la culpa por lo ocurrido con Ronan lo que en realidad pesaba en su ánimo. El incidente aún la atormentaba, revolviendo un torbellino de emociones difícil de ignorar.
«Un helado sería reconfortante», se dijo a sí misma.
En su camino, compró un helado y saboreó su frescura mientras seguía hacia el hotel. Aunque estaba distraída por sus cavilaciones, una inquietante sensación de ser observada comenzó a manifestarse. Al alzar la vista, descubrió a Ronan, inmóvil bajo la luz de un farol cerca del hotel. El corazón se le agitó, y por un instante, dudó en sus pasos.
Se paralizó brevemente mientras debatía en su mente cómo debía proceder. ¿Huir o enfrentarlo?
Con una respiración profunda, y armándose de valor, Sydonie optó por encarar la situación. Se dirigió hacia Ronan, decidida a aclarar el torbellino de sentimientos que fluían entre ellos.
—¿Guiaste a Ewan? —preguntó acercándose.
—Sí, está en paz ahora —respondió él, con certeza.
—Temía que no llegaras, que Ewan quedara solo.
—Siempre cumpliré mi deber con almas como Ewan, nuestro vínculo lo garantiza —aseguró Ronan, con una gravedad solemne—. Y estaré para ti, cuando me necesites.
Al ver la firmeza en su mirada, Sydonie sintió un rubor involuntario y supo que debía esclarecer el conflicto entre ellos.
—Sobre ayer... Quiero disculparme de nuevo —balbuceó—. No esperaba... El beso te tomó por sorpresa y lamento si te incomodé. No debí besarte sin tu consentimiento, y fue correcto que me rechazaras. Te prometo que no sucederá de nuevo, así que puedes...
—¿Rechazarte? —Ronan la interrumpió, dejándola perpleja—. ¿Cuándo?
—Cuando te alejaste, sin decir palabra. Parecías... confundido, tal vez molesto.
Él la miró fijamente.
—No fue por ti —afirmó.
—¿No por mí? —Sydonie frunció el ceño, confundida—. Estabas bien y luego, de pronto, todo cambió.
Ronan pareció buscar cómo explicarse.
—Lo siento por la confusión. Justo entonces, nos alertaron sobre un cazador de almas, una amenaza creciente que ha capturado muchas almas.
Oh...
—Vaya, eso es grave —comentó Sydonie, su preocupación evidente.
—Así es. Debemos estar alerta para proteger a las almas perdidas.
Mientras Sydonie digería la situación, la tensión previa se disipó.
—Entonces, ¿realmente no estabas molesto conmigo?
—No, no estaba molesto contigo —confirmó Ronan, proporcionándole a Sydonie un alivio que se sintió como un bálsamo.
—Entonces... si no fue un rechazo..., ¿eso significa que...? —La pregunta de la joven se quedó colgando en el aire, implícita.
«¿Te gustó mi beso?».
Ronan redujo la distancia entre ellos, su mirada intensa en ella. A Sydonie le impactó de nuevo su atractivo, esa mezcla de seriedad y desenfado casual que lo caracterizaba. La tentación de tocar su cabello, de cerrar el espacio restante, se agitó en su interior.
«¡No, concéntrate, escucha a Ronan!».
—No fue mi intención rechazarte —reiteró él—. Tu beso fue inesperado. Nunca he besado a nadie y no supe cómo responder. Pero ahora que la sorpresa ha pasado, quisiera... aprender más.
Sydonie lo miró, casi sin poder creer lo que oía.
—¿Quieres decir que... estás dispuesto a... que te bese otra vez? —inquirió, su voz apenas un susurro.
Ronan asintió, su serenidad intacta.
—Sí. Tengo curiosidad. Deseo comprender las razones detrás de tu gesto y por qué fue inesperadamente... agradable.
El rubor en las mejillas de Sydonie se intensificó.
—Ronan, tú... eres un peligro para ti mismo. —Y una sonrisa creció en su rostro.
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