Capítulo 20

En un torbellino de preocupación y murmullos de maldiciones, Sydonie se lanzó a buscar a Ronan entre la multitud, esquivando con destreza a los invitados y mesas dispersas por la sala. Se preguntaba cuándo exactamente había desaparecido de su vista. ¿Se habría aventurado hacia el club adyacente o, peor aún, abandonado el lugar? ¿O acaso algún asunto urgente del Más Allá habría requerido su presencia?

La idea de que se hubiera marchado sin más la inquietaba profundamente.

Mientras su preocupación crecía, Sydonie intensificó su búsqueda dirigiéndose hacia el final del salón, donde tres balcones ofrecían una escapada del fervor de la fiesta. Al acercarse, notó a un grupo de mujeres jóvenes absortas en una conversación susurrada, claramente fascinadas por algo, o alguien, en el exterior. La intriga de Sydonie se disparó al imaginar que Ronan podría ser el centro de su atención.

«¡Sí, es mi grim reaper!».

Al asomarse, confirmó sus sospechas: él estaba allí, solo en el balcón. Su silueta destacaba contra el telón nocturno de la ciudad. El viento le alborotaba el cabello y jugaba con su traje, otorgándole un aura casi mística.

Sydonie se detuvo a observarlo, cautivada por su figura contemplativa. Había una tranquilidad en su postura, una serenidad que contrastaba con el bullicio de la fiesta detrás de ellos. Aunque estaba rodeado de gente, Ronan parecía existir en un mundo aparte, uno donde solo él y la vasta ciudad eran los protagonistas.

Sin embargo, Sydonie también quería ser parte de ese mundo.

—Pensé que me habías dejado. —Su voz suave rompió el silencio entre ellos.

Al voltearse, Ronan la miró, y en su rostro se dibujó una expresión que mezclaba misterio y fascinación. El traje que Matty había elegido era la personificación de la elegancia, y resaltaba su tez y la intensidad de su mirada azulada. El corte del traje era impecable, cada costura delineaba su figura alta y atlética, destacando la elegancia de su porte. Sus ojos, normalmente enigmáticos, ahora brillaban con una intensidad que parecía capturar la luz de las estrellas. Ronan lucía arrebatadoramente cautivador.

—Lo siento —susurró Ronan—. Me sentía como un intruso en la conversación. No soy bueno socializando.

—Aún no lo eres —respondió Sydonie con énfasis—. Pero es normal que a las personas les cueste socializar. Solo necesitan encontrar a las personas correctas con las que se sientan cómodos.

—Entonces tú eres la persona correcta para mí. Solo me siento cómodo hablando contigo.

Algo se agitó en su vientre, tal vez mariposas inesperadas, y Sydonie se quedó sin palabras por un momento, antes de decir:

—Aun así, no desaparezcas así. Puede ser peligroso.

—Lo siento —se disculpó Ronan de nuevo—. Di una vuelta y la vista de la ciudad me distrajo.

Sydonie miró la ciudad y luego a él, observando la forma en que observaba la ciudad, con ojos llenos de curiosidad y descubrimiento.

—¿A tus amigos no les molestará que no estés con ellos? —preguntó él.

—Estarán bien, están acostumbrados a mis idas y venidas imprevistas —respondió Sydonie con tranquilidad.

—¿Son amigos de la infancia?

Ella asintió.

—Sin embargo, parece que no se ven muy a menudo.

Sydonie sonrió levemente ante la observación.

—Déjame decirte algo sobre las amistades humanas: a veces, tus amigos más cercanos son aquellos con los que te reúnes una o dos veces al año, celebrando cumpleaños o intercambiando videos graciosos y tiernos de animales.

La reflexión dejó a Ronan pensativo.

—¿Cómo se conocieron?

Ella tomó un momento para recordar esos primeros días.

—Fue en un campamento de verano en Whitby. A pesar de nuestras diferencias, conectamos de inmediato, y nuestra amistad se ha mantenido fuerte a través de los años, superando las distancias y los cambios en nuestras vidas. Cuando Brodie e Iris comenzaron a salir durante la universidad, me alegré mucho por ellos. Siempre sentí que estaban destinados a estar juntos, y deseo lo mejor para ambos.

La relación entre Iris y Brodie siempre había sido algo en lo que Sydonie confiaba; su preocupación inicial sobre las posibles complicaciones de su amor resultó ser infundada. El vínculo entre ellos no solo había sobrevivido, sino que había fortalecido su amistad. Ver el amor genuino y duradero que Iris y Brodie habían construido era, para Sydonie, una prueba de que el verdadero amor existía y podía florecer.

—Iris y Brodie fueron increíblemente afortunados de encontrarse y reconocerse el uno al otro como almas gemelas —reflexionó—. Mucha gente busca eso toda su vida, y no lo encuentra. Para ellos, fue instantáneo, como si siempre hubieran sabido.

—¿Es lo que también deseas? —preguntó Ronan, con cierta timidez—. ¿Encontrar a alguien especial?

Sydonie se tomó un momento para contemplar su respuesta.

Para ella, la posibilidad de compartir su vida con alguien era atractiva, pero reconocía que no cualquier persona podría ser la indicada. Necesitaba a alguien que no solo entendiera y aceptara sus excentricidades, sino que también valorara su trabajo en la tienda de antigüedades y mostrara respeto y cariño por su inusual familia, idealmente deseando formar parte de ella.

Sydonie había experimentado el amor en varias ocasiones, pero ninguna relación había llegado a perdurar. Su historial amoroso incluía tanto relaciones buenas como algunas malas. Se consideraba alguien que se enamoraba fácilmente, tendiendo a involucrarse en relaciones intensas pero efímeras. Esta tendencia había hecho difícil para ella ser completamente honesta sobre sí misma y su familia. Su corazón, aunque abierto al amor, todavía buscaba a alguien con quien pudiera compartir completamente su vida y sus secretos.

—No estoy segura de esperar a alguien —confesó—. Enamorarse puede ser fácil, pero mantener una relación es más difícil. No sé si soy un buen partido.

Ronan, con su perspectiva única, comentó:

—Eres joven y única. Estoy seguro de que encontrarás a la persona indicada.

Que la describiera como «única» le arrancó una sonrisa a Sydonie, una descripción que pocos hombres habían valorado positivamente antes.

—¿Así que piensas que soy un buen partido? —bromeó, buscando su opinión.

La vacilación de Ronan fue evidente, como si estuviera enfrentándose a un territorio desconocido.

—Supongo que sí —respondió, con una mezcla de honestidad y cautela.

Ella no pudo evitar reír ante su reacción, encontrando encantadora su honestidad y su falta de experiencia en tales conversaciones.

—Aunque no seas el más hábil en conversaciones sociales, tienes razón. Soy joven, divertida, inteligente, trabajo con antigüedades mágicas y soy independiente. Además, sé bailar, me encantan los animales y, bueno, tengo pechos grandes. ¿Quién no me desearía?

Ronan se aclaró la garganta y apartó la mirada de sus pechos, que instintivamente había mirado al escucharla. Sydonie soltó una suave carcajada.

—¿Qué pasa? ¿No puedo decir «pechos»? —replicó, su tono lleno de humor—. A veces olvido que tu origen antiguo, te hace anticuado.

—No soy anticuado —respondió él, manteniendo una expresión seria.

—¿Estás seguro de que entiendes lo que significa? —insistió Sydonie, con una sonrisa llena de picardía.

—Sí, y no lo soy —aseguró él.

—¿Ah, no? —Sydonie continuó provocándolo—. Entonces, di «pechos».

—No.

—Vamos, di: «Me gustan los pechos».

—No lo diré.

—¿Es que no te gustan o simplemente no lo vas a decir?

—No voy a decirlo. —Ronan mantuvo su postura, inflexible.

—¿Quieres tocar mis pechos?

—Sydonie... —advirtió él, su voz cargada de seriedad.

Ella paró, y su sonrisa se tornó más amplia, divertida por la reacción de Ronan.

—Te enojas muy rápido, Vigía de la Muerte. No seas gruñón.

—No estoy enojado —replicó él, casi en un susurro, como si fuera un niño peleando.

Justo entonces, la música del club empezó a resonar más fuerte, invadiendo el ambiente del salón privado. Sydonie dirigió su mirada hacia el pasillo que llevaba al club, atraída por el juego de luces y sombras que danzaban al ritmo de la música.

—¡Vamos a disfrutar! —exclamó, agarrando el brazo de Ronan—. Te enseñaré una nueva lección de humanidad: Baile 101.

Bailar no era lo suyo.

Desde fuera de la pista de baile, sumido en la semioscuridad, Ronan observaba el ir y venir de los bailarines. Las luces, que intermitentemente cambiaban de color, hacían que discernir los detalles se volviera una tarea ardua, mientras que el volumen de la música saturaba sus oídos, impidiéndole concentrarse. Encontraba el espacio invasivamente cercano, con escasa libertad de movimiento sin el riesgo de chocar con alguien. Este entorno de bullicio y desenfreno era ajeno a él, por lo que le generaba una sensación de desagrado y desconcierto.

Sydonie lo había arrastrado hasta el centro de la pista, intentando guiarlo por el tumulto de saltos y giros, pero Ronan se sintió abrumado. Captando su incomodidad, Sydonie sugirió que buscara refugio en el balcón del salón privado.

Mientras se retiraba de la pista, Ronan tuvo un presentimiento. Fue apenas una sensación inusual y algo perturbadora. Se sintió observado por un momento, pero la sensación desapareció tan rápido como había surgido, dejándolo intrigado y alerta.

«Tal vez fue tu imaginación —sugirió Morrigan».

«No, estoy seguro de que fue real. Y tú también lo debiste sentir —respondió él, seguro de su percepción».

«No sentí nada. Y si tuviera mi propio cuerpo, estaría bailando en vez de preocuparme por una amenaza invisible —replicó Morrigan, aunque el contacto entre ambos se esfumó».

Con la mente aún intranquila, Ronan eligió quedarse cerca, manteniendo un ojo en Sydonie mientras se sumergía entre la multitud, aunque ella regresaba para asegurarse de que él estuviera bien.

Mientras observaba a Sydonie danzar, Ronan experimentó una sensación profunda e inesperada. Su corazón se aceleró, recordándole aquel momento en la tienda vintage. La iluminación del club realzaba cada movimiento de Sydonie, cada sonrisa en su rostro. En ese instante, Ronan comprendió que ella podría ser la causa de su reacción. Era la única explicación. Y fue una revelación sorprendente descubrir que una persona podía afectarlo tanto física como emocionalmente.

«Ella es una mujer peligrosa», pensó.

Sydonie brillaba en la pista de baile con un carisma que cautivaba a quienes la rodeaban, atrayendo miradas e invitaciones a bailar de varios hombres. Sin embargo, independientemente de con quién bailara, siempre regresaba junto a Ronan. Como ahora, cuando se acercó a él con una sonrisa deslumbrante y lo envolvió en sus brazos.

La diferencia de altura, minimizada por sus tacones, no impidió que Ronan se inclinara hacia ella siguiendo un impulso. Podía sentir la energía vibrante de Sydonie: su respiración entrecortada, el calor de su piel, y el rubor que adornaba sus mejillas. Siguiendo el ejemplo del resto de parejas en la pista, él colocó sus manos en la cintura de la joven, quien le devolvió una sonrisa que hizo brillar sus ojos azules. En ese instante, sin pensarlo, imitó su sonrisa.

—¡Estás sonriendo! —señaló ella, su alegría palpable—. Nunca te había visto hacerlo.

Ronan, sorprendido por su propia reacción, se congeló con la sonrisa todavía dibujada en el rostro.

—¿En serio? —preguntó, su sorpresa evidente.

Sydonie acarició las comisuras de sus labios con delicadeza, provocando que el corazón de Ronan se acelerara aún más.

—¿Por qué sonríes? ¿Qué es lo que sientes? —indagó ella.

Él, abrumado por una avalancha de emociones desconocidas, buscó las palabras adecuadas.

—Sonrío porque tú estás feliz, y eso, de algún modo, me hace sentir feliz también. Me contagiaste tu sonrisa —admitió, asombrado por su descubrimiento.

Era una sensación nueva y reveladora, estar tan afectado por el estado emocional de otra persona. Estar junto a Sydonie, verla disfrutar del momento, encendía algo en su interior, le generaba una sensación extraña pero maravillosa, que lo hacía apreciar aún más lo que significaba ser humano.

—Hay una magia en ti que va más allá de lo que mis palabras pueden expresar —continuó, buscando una señal de entendimiento en Sydonie—. Estar a tu lado me hace cuestionar todo lo que creía saber sobre la existencia.

Las palabras de Ronan fluían con una sinceridad inesperada, aunque mantenía su característica calma. Estaba a punto de sonreír de nuevo cuando notó un cambio en Sydonie. Su sonrisa se debilitó, y su mirada se volvió difícil de leer. Antes de que pudiera interpretar ese cambio, ella tomó suavemente su camisa, sus ojos fijos en los de él.

—No digas que no te lo advertí —murmuró, su voz una mezcla de desafío y afecto.

Y en ese momento, sus labios se encontraron, sellando emociones en un gesto que hablaba más que mil palabras.


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