Capítulo 2
Sydonie Acheron siempre supo que su familia era muy peculiar.
Primero estaba su padre, Fox, nacido como hijo único en una familia antigua de Portree. Había sido un hombre gentil y sereno, con una inclinación a planificar meticulosamente su vida. Amante de los días soleados y las barbacoas, poseía un talento especial para reparar objetos rotos, calmar emociones y neutralizar maleficios. Sin embargo, su vida se truncó en un accidente durante un incendio cuando Sydonie era pequeña. A pesar de ello, ella conservaba vívidos recuerdos de la calidez de su amor.
Por otro lado, estaba su madre, Erin, una mujer enigmática y excéntrica, oriunda de una familia también antigua de la Isla de las Hadas. Siempre había sido una figura materna intensamente protectora, dotada de una intuición casi peligrosamente precisa. Amante del té inglés, las películas de Audrey Hepburn y la práctica del arte de la adivinación, era capaz de descubrir el destino de las personas a través de sus mágicas tazas de té, doradas como el sol.
Luego estaba Maxwell, su hermano mayor, el buen chico pero taciturno que dedicaba su día y noche a ser detective. Había sido el hermano preferido de Sydonie hasta que la acusó de planear escaparse a un concierto de Harry Young, su eterno crush, durante su época de colegio. Gracias a su habilidad de premonición casi infalible, Maxwell continuó frustrando los planes de Sydonie hasta que se mudó a Londres para abrir su propia agencia detectivesca.
Y luego venía Cameron, el hermano menor, el rebelde pero heroico. Tras la muerte de su padre, eligió ser bombero. Aunque no podía crearlo, sí tenía el poder de manipular el fuego, lo cual, Sydonie consideraba, le ofrecía una gran ventaja sobre sus compañeros, y cada año ganaba el título de Bombero del Año.
Y no podía olvidar a Talitha, el fantasma de la familia. O mejor dicho, el espíritu protector. Litha había estado con ellos incluso antes del nacimiento de Sydonie siendo niñera, compañera, amiga y protectora. La joven sabía poco sobre el pasado o el origen de ella, solo lo que su padre y su abuelo le habían contado, que había sido un regalo de las hadas. Nunca cuestionó más allá, y consideró a Litha su más leal compañera.
Al menos hasta que Sydonie se mudó a Whitby para hacerse cargo de la tienda de antigüedades de su abuelo. Sydonie siempre había sido la hija de en medio, la chica promedio, incluso en su propia familia. A pesar de ser la única hija mujer, nunca se convirtió en la favorita, un título que había perdido ante Cameron, aunque nadie lo admitiría. Aun así, se sentía satisfecha consigo misma. Tal vez no era una heroína como Cameron ni poseía una mente tan aguda como Maxwell, pero estaba orgullosa de lo que era...
¡Una anticuaria!
No, ¡una anticuaria mágica!
Desde joven, se sintió atraída por las cosas antiguas, y pasaba horas escondida entre los pasillos de la tienda de antigüedades cerca de su casa o durante las visitas a su abuelo. En secreto, Owen, su abuelo, le había comenzado a enseñar de a poco el importante oficio de anticuaria, junto con los misterios y secretos que residían en aquel santuario. Cuando las habilidades de Sydonie comenzaron a manifestarse, su abuelo anunció que ella sería su sucesora. Y así fue, desde hacía dos años, cuando él falleció.
Sydonie tomó las riendas del negocio sin problemas, ya que, al igual que su padre y su abuelo, poseía un don especial para escuchar historias, en especial las de los objetos antiguos u olvidados. Comenzó a escuchar los susurros de los objetos cuando era niña, y, lejos de espantarla, siempre le resultaron fascinantes. Su talento era aún más poderoso que el de sus predecesores; desde pequeña, había sido capaz de escuchar y hablar con varias almas al mismo tiempo, una proeza que a Owen le había llevado años perfeccionar. Él atribuyó el desarrollo precoz y natural de sus habilidades a la personalidad extrovertida de Sydonie, quien siempre había sido muy habladora.
Su abuelo y su padre siempre se sintieron orgullosos de ella y la educaron con el propósito de ayudar a quienes más lo necesitaban. Su abuelo le enseñó que todos los objetos tienen historias, algunas más especiales que otras, y a veces, también contienen un alma o dos que huyen de la muerte. Además, le mostró cómo diferenciar entre los objetos mágicos y aquellos que albergaban un alma, que aún no estaba lista para pasar al otro lado. Por su parte, su padre, en el poco tiempo que tuvieron juntos, le enseñó a empatizar con las almas, potenciando su energía. Con el tiempo, Sydonie se acostumbró a sentir a las almas y a clasificarlas. Algunas gritaban, otras lloraban, y unas tantas reían; en la tienda de antigüedades, todas sus voces se unían en una melodía melancólica.
Aunque, ahora, estaban en silencio.
Había sido así desde la visita del grim reaper dos días atrás. Las almas se habían mantenido en un silencio sepulcral, como intentando pasar desapercibidas. Sydonie no había logrado convencer ni siquiera a las más charlatanas para que hablaran. Este último grim reaper sí que las había atemorizado.
Sydonie frunció el ceño, preocupada, considerando la idea de darles otro discurso sobre cómo no deberían temer a un recolector gruñón, cuando su celular vibró sobre el mostrador. Dudó antes de aceptar la videollamada.
Tomó aire y atendió. En la pantalla, una mujer de postura regia y con una larga trenza blanca apareció ante ella. Sus gafas de lectura no lograban suavizar las líneas de preocupación de su rostro ni los labios apretados en una línea fina.
Sydonie tragó saliva.
No sabía qué estaba pasando, pero intuía que se avecinaban problemas.
—Sydonie.
—Mamá.
—Hay algo que me preocupa —empezó Erin, su tono sereno pero firme—. ¿Tienes idea de qué puede ser?
La joven jugueteó nerviosa con un mechón de su cabello, enrollándolo alrededor de su dedo.
—No lo sé. Tal vez tenga que ver con que a Cameron le guste rescatar gatitos de incendios o con que Maxwell se obsesiona con criminales que probablemente lastimarían gatitos y causarían incendios.
El rostro de Erin Acheron permaneció impasible.
—O quizás sea porque mi hija no deja de recibir visitas de la Muerte.
—¡Pero no vienen por mí!
Se encontró con una mirada aún más desaprobadora de su madre.
—¿Y eso debería tranquilizarme?
—Mamá...
—¿Qué estás tramando ahora? —Erin entrecerró sus enigmáticos ojos grises, que brillaron con suspicacia.
—¿Qué? —Sydonie se mostró genuinamente sorprendida—. ¡No estoy tramando nada!
—Siempre estás en medio de algún plan. Y eso siempre conduce a problemas. Como aquella vez que estabas convencida de que tu vecino era un secuestrador de perros.
Sydonie tuvo que admitir que, aunque su madre tenía razón en cierto modo, también se equivocaba. Era cierto que tendía a ser impulsiva, curiosa e imprudente, y a menudo terminaba en situaciones comprometedoras. Pero en esta ocasión no había nada planeado relacionado con la Muerte.
Y por otro lado, Michael sí había resultado ser un secuestrador de perros. Bueno, de sus perros, que había tomado de la casa de su ex novio porque él no quería compartir la custodia. Por más que comprendía la situación de Michael, aquello seguía siendo un delito. Tal vez había exagerado al acusarlo con la policía, pero para Sydonie habían tres cosas importantes en su vida: las antigüedades, los libros y los animales. No dudó al darse cuenta de que había animales involucrados.
—Está bien, acepto que lo de Michael fue un malentendido, pero en serio no estoy planeando nada. Los grim reapers siguen apareciendo porque desean llevarse a las almas de nuestra tienda, pero esas almas no están listas para irse. El Libre Albedrío es el verdadero problema, no yo.
Erin suspiró profundamente.
—No juegues con la Muerte, Sydonie. Tarde o temprano, descubrirán que, como guardiana de la tienda, puedes comunicarte con las almas. Eso te pondrá en un problema inevitable. Lo sabes, ¿no?
Sydonie sintió cómo un nudo se le formaba en la garganta y una sensación de incomodidad le revolvía el estómago. Con un gesto lento, asintió.
Sabía que su madre tenía razón. Si los recolectores descubrían sus habilidades, no solo la presionarían para que entregara las almas, sino que también podrían exigirle que hablara con almas para manipular sus emociones y deseos, forzándolas a cruzar a la otra vida antes de que estuvieran listas.
La mera idea destrozaba el corazón de Sydonie.
—Solo deseo que cada alma tome su propia decisión, cumpla sus deseos y se prepare antes de partir. El abuelo diseñó esta tienda como un santuario para ayudar a las almas en su transición. Es por eso que recibimos la protección mágica de las hadas hace tantos años. Es nuestro deber ayudarlas, hacer lo correcto.
—Sí, tu abuelo la fundó como un santuario, no como un refugio para que las almas escapen de la Muerte. Y me preocupa que se esté convirtiendo en eso. ¿Cuántas almas están allí ahora? ¿Tres? ¿Seis?
Sydonie sabía que el número era más cercano a quince.
La expresión de Erin se oscureció con preocupación cuando Sydonie respondió.
—Pero son almas inocentes y buenas, que solo están asustadas o tienen asuntos pendientes. No puedo echarlas, ¡son personas!
—Eran personas —corrigió Erin. Suspiró y su tono se suavizó al notar la angustia en el rostro de su hija—. Sé que esto te parece cruel, querida. Y entiendo que solo quieres lo mejor para todos, pero debes recordar que no podemos interferir con los asuntos de la Muerte. Esas almas no pueden seguir aferradas a la vida, y tú no puedes seguir aferrándote a ellas. Debes enfocarte en liberarlas de la tienda y ayudarlas a cruzar, especialmente a aquellas que han estado allí más tiempo. De lo contrario, la Muerte seguirá visitándote.
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