Capítulo 17

Desde la perspectiva de Ronan, el viaje en tren desde Whitby a Londres era una experiencia nueva y abrumadora. Acostumbrado a la inmediatez de su existencia anterior, viajar a través del espacio y tiempo de manera tan tangible le resultaba fascinante. Cada sensación en su forma humana se intensificaba: el sonido rítmico de las ruedas sobre las vías, el suave balanceo del vagón, y las vistas cambiantes del paisaje inglés que se deslizaban por la ventana.

No estaba acostumbrado a la proximidad de otros pasajeros. Las conversaciones, risas y sonidos de teléfonos móviles capturaban su atención. Observaba curioso cómo las personas interactuaban, absorbiendo detalles de la conducta humana. Atravesar túneles le provocaba una mezcla de emoción y ansiedad ante la oscuridad repentina, y al emerger, se maravillaba ante la belleza de los campos verdes, los ríos serpenteantes y los pueblos pintorescos.

—Este viaje es más que un traslado —le había dicho Sydonie—. Es un descubrimiento personal, una exploración de sensaciones y experiencias nuevas para ti. ¿No es emocionante?

Ronan meditaba si la emoción venía de viajar y conocer Londres o de estar cerca de ella, quien continuaba sorprendiéndolo. Aún no tenía una respuesta.

Ronan apartó la mirada de la ventana para observar a Sydonie, que se había quedado dormida apoyada en su hombro. Le sorprendía cómo podía dormir en medio del constante movimiento del tren y el murmullo de las conversaciones. Debía estar muy cansada, considerando que había dormido durante la mayor parte del viaje.

La suavidad de su respiración y la paz en su rostro contrastaban con el ruido y el vaivén del tren. Con cautela, Ronan extendió su mano y tocó suavemente su mejilla, sorprendiéndose ante la delicadeza de su piel, tan diferente a la suya, que era más áspera y firme.

¿Cómo podría Sydonie, que lucía tan inocente mientras dormía, ser al mismo tiempo tan peligrosa?

En su forma humana, Ronan experimentaba emociones y sensaciones nuevas, sobre todo cuando estaba cerca de Sydonie. Sentía una mezcla de asombro y gratitud cuando ella mostraba preocupación por él, y su enojo le provocaba una satisfacción inesperada.

El contacto físico con Sydonie, como sostener su mano o simplemente estar cerca, revelaba una intimidad desconcertante para él. Cada toque era una revelación, llenando de matices su experiencia; sentía la suavidad y el calor de su piel, y cada contacto enviaba una corriente eléctrica a través de su cuerpo.

Estas nuevas emociones eran confusas para Ronan, abriendo un mundo desconocido. La cercanía con Sydonie le brindaba un sentido de pertenencia y le hacía comprender que estas reacciones formaban parte de la experiencia humana, transformando su percepción de sí mismo y su entendimiento de lo que significaba estar verdaderamente vivo.

—¿Por qué tocas mi rostro? —preguntó Sydonie, sorprendiéndolo—. ¿Hay algo en mi cara?

—Fue un impulso. Tu piel es muy suave —admitió Ronan.

Sydonie, con el rostro aún soñoliento, entrecerró sus ojos. Ronan se preguntó si había sido un error ser tan franco.

—Deberías aprender a no ser tan honesto conmigo, por tu bien.

—¿Y eso por qué?

En ese momento, Ronan se percató de la proximidad entre ambos: Sydonie apoyaba la cabeza en su hombro, mientras él inclinaba su rostro hacia ella. La conversación se desarrollaba en susurros, con sus voces reducidas a murmullos. Las respiraciones de ambos se entremezclaban en el escaso espacio que los separaba, al igual que sus miradas, creando un ambiente de intimidad y conexión inesperada.

—Puede que sea una mujer peculiar e impulsiva, pero en el fondo, soy una chica sencilla. Si me dices cosas bonitas y haces gestos amables, mi tonto corazón se confundirá.

Ronan se sintió sorprendido y aún más interesado. No comprendía del todo sus palabras, pero percibía su honestidad y su vulnerabilidad, lo que intensificaba su respeto y curiosidad por los matices del corazón humano.

Antes de poder responder, el anuncio de la llegada a Londres interrumpió el momento. Sydonie se enderezó y se estiró.

—Dormí maravillosamente —dijo con un bostezo, animada—. ¡Vamos, apuremos a descender!

Con una maleta pequeña entre ellos, Ronan ayudó a Sydonie mientras ella consultaba un mapa de Londres.

—Hay que planificar bien nuestro recorrido o nos perderemos —declaró ella.

Se apartaron hacia un área menos concurrida y permitió que Sydonie consultara el mapa en solitario. Mientras tanto, Ronan estaba explorando la estación de King's Cross por primera vez. La inmensidad de la estructura, con su techo arqueado y el constante flujo de personas, lo dejó maravillado y ligeramente ansioso. La energía del lugar era intensa, marcada por el ir y venir de trenes y los constantes anuncios. Al provenir de un mundo de silencio y aislamiento, le parecía que el bullicio de King's Cross encapsulaba todo lo vibrante y caótico de la vida humana.

La estación no le resultaba del todo agradable.

—¡Listo! Primero al hotel en Camden, después a ver a Charlotte Winters en Primrose. Y podemos hacerlo a pie. Aunque ya es tarde, todavía tenemos tiempo. ¡Vamos!

Ronan acompañó a Sydonie por las calles de Londres. Esta era su primera experiencia en la ciudad en forma humana y, aunque ya había estado antes en su forma espectral para recolectar almas, la vivencia era distinta. Los colores vibrantes, los sonidos variados y el pulso constante de vida lo abrumaban y fascinaban al mismo tiempo. La multitud en las calles, el ruido de los autobuses y el flujo incesante de la vida urbana le ofrecían una perspectiva nueva y energética de la ciudad, llena de caos y una belleza inesperada.

Aun así, Ronan no estaba seguro de disfrutar la ciudad.

El contraste con la paz de Whitby era desconcertante. La frenética actividad y las multitudes apresuradas de Londres chocaban con la tranquilidad de su pequeño pueblo. En su existencia no física, valoraba el orden y la calma; como humano, el caos de la ciudad le resultaba opresivo. Londres, con todo su esplendor, carecía del encanto y la serenidad de Whitby, donde el tiempo fluía de manera más deliberada.

Quizás tenía razón Sydonie al describirlo a veces como aburrido y gruñón. Esa era una faceta suya que no sabía si quería o podía cambiar.

Las primeras horas de Ronan en Londres pasaron con rapidez. Guiados por Sydonie, llegaron a Camden y se hospedaron brevemente en el Holiday Inn para dejar su equipaje antes de dirigirse a Primrose Hill.

Este barrio, distinguido por sus elegantes casas victorianas y jardines impecables, ofrecía un sereno contraste con el bullicio central de Londres. Representaba un oasis de calma y estética, un refugio pacífico en la metrópoli.

Al anochecer, se encontraron frente a una encantadora casa de ladrillos, iluminada por la suave luz de las farolas, lo que destacaba su arquitectura histórica.

Sydonie tocó el timbre y esperó con paciencia. Una mujer en traje oscuro se aproximó a la puerta y los saludó formalmente. Sydonie sonrió.

—Buenas noches, soy Sydonie Acheron, y él es Ronan. ¿Se encuentra Charlotte Winters?

La mujer los miró con fjieza.

—¿Tienen cita con la señora Winters?

—No, pero es urgente. Debo entregarle una caja musical que ha estado buscando —explicó Sydonie.

La mujer frunció el ceño con escepticismo.

—¿Es usted nieta de Owen Acheron, el anticuario de Escocia?

—¡Sí, ese era mi abuelo! Le prometí entregar personalmente este paquete a Charlotte Winters.

—Entiendo, pero me temo que la señora Charlotte no está en la ciudad. Volverá en unos días. Soy Margaret, la ama de llaves.

Sydonie mostró una preocupación sutil mordiéndose el labio. Ronan, al observarla, percibió que la misión no sería tan directa como esperaban.

—Nos resulta complicado esperar aquí tanto tiempo —dijo con delicadeza—. ¿Podría avisarle de nuestra visita, Margaret? Es importante reunirla con este objeto.

—Por supuesto —respondió ella.

Con gratitud, Sydonie entregó su número de contacto por si era necesario.

—Muchas gracias por su ayuda.

Después de despedirse, Ronan y Sydonie se alejaron del majestuoso caserón, descendiendo por una calle lateral sumida en la tranquilidad.

—Parece que el reencuentro entre Ewan y Charlotte tendrá que esperar, pero mañana es otro día, ¿verdad? —dijo Sydonie con optimismo, abrazando la funda de terciopelo negro que protegía la caja musical.

Ronan asintió en silencio, concediéndole la razón a Sydonie. Mientras continuaban su paseo por las calles, Sydonie comenzó a inspeccionar las casas a su alrededor y murmuró algo que captó la atención de Ronan.

—¿Quién es Harry Young? —preguntó, intrigado por el nombre que había escuchado.

Sydonie se detuvo, mirándolo entre sorprendida y escéptica.

—¿Cómo puedes preguntar eso? Aunque no conozcas a los Harrys más famosos de Inglaterra como Harry Potter y el príncipe Harry, deberías saber que Harry Young es un ícono. Es talentoso, sexy y guapo.

—¿Es una persona real?

—Claro que sí.

Ella lo llevó hasta una parada de autobús adornada con el cartel de un hombre.

—Ahí lo tienes, Harry Young —proclamó Sydonie, su voz teñida de admiración—. Un cantante excepcional, inteligente, atractivo y con un estilo único, mezcla de rebeldía y sofisticación. Una verdadera leyenda, y apenas un par de años mayor que yo. Vive aquí, en Primrose Hill, según una revista.

Ronan observó en silencio el cartel, donde Harry Young lucía una chaqueta de cuero, tez morena, ojos claros y cabello largo y lacio, proyectando una imagen de superestrella. Aunque Ronan no encontraba nada extraordinario en él, la fascinación de Sydonie era palpable. Parecía que, si pudiera, arrancaría el cartel en ese mismo instante para llevárselo.

—Te enseñaré su música —aseguró Sydonie—. O mejor aún, podríamos ir a algún club en Camden o Soho. Seguro que suena alguna de sus canciones y...

Su entusiasmo se interrumpió de golpe y soltó una exclamación de sorpresa, como si acabara de recordar algo importante.

Una vez más, Ronan sintió una mezcla de duda y curiosidad sobre lo que vendría.


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