Capítulo 16
—¡Santa Guacamole!
Contuvo una maldición al darse la vuelta y encontrarse con Ronan, que apareció de repente en su sala.
—¡Dios! —exclamó, llevándose una mano al pecho—. Soy demasiado joven para morir de un susto. ¿No podrías tocar una campana o algo por el estilo?
Ronan permaneció callado, inclinando su cabeza ligeramente, y Sydonie notó cómo el agua le caía del cabello y el rostro; estaba empapado.
—Pero ¿qué te sucedió?
—La lluvia... me causó curiosidad —respondió él, temblando de frío.
Sydonie frunció el ceño.
—¿Acaso no sabes que la curiosidad mató al gato? —le reprochó, aunque aliviada de verlo y, a la vez, molesta—. Podrías enfermarte.
Actuó con rapidez, esquivando los restos de la taza rota. Tomó una manta del sofá y la envolvió alrededor de Ronan. Luego, fue por una toalla y comenzó a secarlo, una tarea complicada por la diferencia de altura entre ambos.
—Inclina la cabeza —ordenó.
Ronan obedeció y ella se dedicó a secarle el cabello con empeño mientras continuaba regañándolo.
—Es muy irresponsable por tu parte desaparecer así —Ahora le secaba el rostro—. Luego vuelves de improviso, me asustas, ensucias mi piso... y...
Sydonie perdió el hilo de sus palabras al encontrarse tan cerca de él, tan cerca que podía ver su reflejo en los ojos de Ronan. Sus dedos, casi por instinto, rozaron su rostro, y encontró su piel sorprendentemente cálida y suave. El aire se llenó de sus respiraciones compartidas, y él la miró con una intensidad que le aceleraba el pulso.
—¿Sydonie?
«¡Oh no!»
—¡Hazlo tú mismo! —soltó, arrojando la toalla sobre su cabeza para cubrir su cara.
Sydonie, abrumada por la situación, se apartó rápidamente y comenzó a golpearse las mejillas, intentando recuperar su compostura. «¡Todo es culpa de ese estúpido, misterioso y atractivo rostro!», pensó. Se recordó a sí misma que ya no era una adolescente susceptible; era una mujer adulta, capaz de controlar sus reacciones. Sin embargo, no podía negar que la cercanía e inesperada calidez de Ronan la habían tomado por sorpresa.
—Espera aquí, te traeré ropa seca. Debes ser de la misma talla de mis hermanos.
Sydonie se apresuró al cuarto de lavandería, buscando en los armarios algo de ropa seca para Ronan. Recordando las prendas que sus hermanos solían dejar olvidadas en sus visitas, halló una cesta llena de ropa y eligió algunas piezas que consideró apropiadas.
Al volver a la sala, encontró a Ronan esperándola; su cabello ya seco caía en un desorden encantador, un estilo que a Sydonie nunca le había atraído. Y no, no le gustaba. Con un esfuerzo, le extendió la ropa y, sin decir nada, se apartó, manteniendo distancia.
—Ni siquiera sé por qué hago esto, desapareciste sin más.
Ronan la miró, confundido, como si buscara las palabras adecuadas.
—Aquí es cuando te disculpas por hacerme preocupar y enfadar.
—Lo siento —respondió él, su expresión denotaba sincero arrepentimiento—. He estado... ocupado.
—Yo también estuve ocupada y, aun así, encontré tiempo para enojarme y preocuparme por ti.
—¿No es eso contradictorio?
—Lo es —concedió Sydonie, lanzándole una mirada severa—. Y es tu culpa. Pensé que algo malo te había sucedido, pero luego solo quería golpearte.
—Tus emociones me confunden.
—Eso no importa —espetó Sydonie, con las manos en la cintura, demostrando determinación—. Solo asegúrate de no desaparecer así de nuevo o te haré pagar.
Ronan asintió, captando la seriedad de su advertencia.
—No sucederá de nuevo —prometió.
Y Sydonie le creyó.
—Cámbiate esa ropa o te enfermarás.
Ronan, sin dudarlo, empezó a desvestirse.
—¡No, no te desvistas frente a mí! Usa el baño —lo regañó ella, y él obedeció de inmediato—. No puedes desvestirte frente a las mujeres así, ¿estás escuchando?
Ronan hizo un breve asentimiento antes de entrar en el baño de visitas. Sydonie se dedicó a limpiar el desorden. Después estaba sirviendo dos tazas de té, cuando Ronan reapareció, ahora vestido con jeans y una camiseta en la que leía: «Propiedad de un bombero atractivo».
«Estúpido Cameron», pensó Sydonie, sin poder evitar una sonrisa.
—Ven, toma un poco de té.
Ronan se sentó frente a ella y se sumió en un tranquilo silencio mientras bebía su té. Sydonie, apoyada en la encimera, observaba cada uno de sus movimientos. La ropa casual le daba un aire más humano y accesible, distinto al usual aspecto distante que le confería su traje negro. Su cabello desordenado y el rubor en su rostro lo hacían ver más vivo y atractivo.
—La ropa de mis hermanos te queda bien —dijo Sydonie, casi sin pensar.
—¿Cuántos hermanos tienes?
—Dos. Uno mayor y otro menor, Maxwell y Cameron.
—¿Viven aquí en Whitby?
—No, Maxwell está en Londres y Cameron, en Oxford. Maxwell trabaja como detective, al estilo Sherlock Holmes, y Cameron es bombero. Cada uno eligió su propio camino. Yo vine aquí para cuidar la tienda y mamá decidió quedarse en Portree, con Litha.
—¿Y quién es Litha?
—Litha es el espíritu protector de nuestra familia. Ella, al igual que nuestras habilidades, es un don de las hadas a mi linaje.
Esta era una conversación que Sydonie rara vez tenía. Ronan, aunque no era humano, era una excepción. Con él, sentía una seguridad especial para compartir secretos que incluso sus amigos más cercanos desconocían.
Desde joven, la impulsividad de Sydonie chocaba con la prudencia de su madre sobre mantener ciertos secretos. Con el tiempo, había aprendido que si todo lo mágico y misterioso del mundo se revelara, perdería precisamente esa magia y misterio. Por ello, Sydonie había creado dos vidas: una pública, en la que era solo una anticuaria, y otra privada y cuidadosamente oculta, donde añadía un toque mágico a su profesión.
—Pude averiguar algo sobre Ewan Lynch —contó Ronan de repente.
Sydonie se tensó.
—Espera... —Tomó la mano de Ronan y lo condujo a su habitación, donde cerró la puerta antes de hablar—. Ahora, cuéntame.
Ronan examinó la habitación con curiosidad. Sydonie se sintió aliviada de que su alcoba estuviera ordenada y no hubiera ropa interior esparcida por todos lados.
—¿Por qué aquí?
—Ewan podría estar afuera. No quiero que escuche algo desalentador. —¿Qué descubriste? ¿Está bien su hija?
La expresión sombría de Ronan habló por él.
—La hija de Lynch murió hace años.
—¡Qué horror! —Sydonie se llevó una mano al pecho, sintiendo una presión en el estómago—. ¿Cómo se lo decimos?
Después de conocer su historia, a ella le faltaba el valor para decirle a Ewan que su espera había sido en vano.
—Hay algo de esperanza. Ewan tiene una nieta.
—¿De verdad? —Sydonie exhaló aliviada—. Eso lo hará feliz. Ahora debemos encontrarla.
—Se llama Charlotte Winters.
—¿Charlotte Winters?
Sydonie frunció el ceño, intentando recordar por qué el nombre le resultaba familiar.
—Ese nombre me suena —dijo en voz baja, cruzándose de brazos.
—¿Cómo podemos encontrarla? Como recolectores, no podemos rastrear a los vivos, así que...
—¡Ya sé! —Sydonie interrumpió a Ronan, y salió corriendo de la habitación—. ¡Ven, sígueme!
Determinada, bajó a la tienda de antigüedades debajo de su apartamento. Allí, comenzó a buscar en los cajones del escritorio detrás del mostrador hasta que sus dedos hallaron una agenda de cuero marrón, elegante aunque desgastada por el tiempo. Más que un mero objeto anticuado, era un tesoro legado por su abuelo.
Con respeto, la abrió y empezó a revisar las páginas, sus ojos se movían de manera meticulosa de nombre en nombre.
—¡Aquí está! —exclamó victoriosa—. ¡Charlotte Winters era cliente de mi abuelo!
Por eso el nombre le resultaba familiar. En algún momento, su abuelo debió mencionarlo. Sydonie sintió de repente que había olvidado algo crucial.
Al pasar la página, encontró un papel doblado con un mensaje manuscrito:
Querida Sydonie:
Espero este mensaje te encuentre bien. Te escribo para solicitar un favor especial. Entrega la caja musical en forma de carrusel a Charlotte Winters, de Elsworthy Road, Primrose Hill. Ella ha buscado este objeto durante mucho tiempo, y he tenido la fortuna de hallarlo. Sin embargo, me ha faltado tiempo para entregárselo personalmente. Confío en ti para que la caja llegue a su legítimo hogar.
Con amor,
El abuelo.
La emoción embargó a Sydonie, quien presionó la nota contra su pecho, invadida por el recuerdo de su abuelo.
—¿Estás bien?
La preocupación inusual de Ronan dibujó una sonrisa en Sydonie, le recordó cómo él estaba cambiando. De ser un recolector distante, ahora mostraba un genuino interés por su bienestar.
—Ahora todo estará bien.
Con eficiencia, Sydonie fotografió la nota con su celular y guardó ambos, la nota y la agenda. Luego, sin titubear, buscó en su teléfono.
—¿Qué haces? —Ronan la observó intrigado.
—Busco pasajes de tren para Londres. Partiremos mañana.
—¿Mañana? ¿No deberíamos esperar?
—No hay razón para demorar más. Ewan y Charlotte han estado separados por demasiado tiempo.
—Pero...
—El destino nos favorece. Tenía que ir a Londres por otro asunto. Parece que todo se alinea a la perfección.
Ronan dudó, pero Sydonie lo tranquilizó.
—No te preocupes, el viaje será agradable.
—¿Voy en tren también?
—Sí, como cualquier humano. Nada de desvanecerte en sombras y chispitas.
—Nunca me he desvanecido así —replicó Ronan, arrancándole casi una sonrisa.
—Bien, no usarás tus poderes de Señor de la Muerte para esto. Esto no es Harry Potter, si yo no puedo aparecerme en Londres, tú tampoco. Prepárate, nos espera una aventura.
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