Capítulo 11

Su abuelo solía decir que los niños eran las personas más honestas que podían existir. Al menos, hasta que aprendían a mentir. Mientras eran pequeños, mentir no era algo importante para ellos y, por eso, a veces eran brutalmente honestos. Esa misma lógica podría aplicarse a Ronan, su inesperado aliado grim reaper y humano temporal. En sus primeras horas como humano, él le recordaba a un niño, descubriendo su propia humanidad con una franqueza y curiosidad desarmantes.

Para Sydonie, era crucial no solo concentrarse en ayudar a las almas, sino también asegurarse de que Ronan pudiera desenvolverse por sí mismo como humano. Por eso, dedicó unas horas esa mañana a enseñarle a vivir en el mundo humano. Aunque él había observado a los humanos durante mucho tiempo, comprender la teoría detrás de las actividades cotidianas era muy diferente a experimentarlas personalmente, lo que le presentaba un universo nuevo.

La alimentación, por ejemplo, presentaba un desafío. Ronan entendía el concepto de comer, pero los sabores y texturas le eran ajenos, al igual que las sensaciones de hambre y saciedad. Caminar era otro aspecto nuevo para él; acostumbrado a deslizarse o flotar en su forma espectral, se encontraba sorprendido por la sensación de la ropa rozando su piel, la firmeza del suelo bajo sus pies, y la necesidad de mantener el equilibrio. Hablar, aunque familiar para él en cuanto a lenguaje se refiere, también ofrecía novedades, como la resonancia de su propia voz, la necesidad de respirar al hablar y la forma de modular el volumen y el tono.

—Tres reglas de oro —instruyó Sydonie—: no hablar mientras comes, mantener las piernas cerradas al caminar y evitar maldecir delante de los mayores.

Le había enseñado a Ronan la importancia de satisfacer las necesidades básicas como dormir, comer y descansar, y aprovechado para guiarlo por la casa e instruirlo sobre cómo cumplir cada tarea. Le explicó el uso del baño y cómo reconocer la necesidad de ir, una conversación que, para muchos, podría resultar incómoda, pero Sydonie, criada con dos hermanos, estaba acostumbrada a discutir abiertamente estos temas. El baño siempre había sido no solo un tema de conversación, sino también de peleas y mordiscos.

—Si dejas mi baño desordenado, prepárate para sufrir las consecuencias —le advirtió con una sonrisa que no admitía réplicas.

Además, Sydonie introdujo a Ronan a las emociones y sensaciones físicas. A pesar de su conocimiento previo sobre los sentimientos humanos, vivir personalmente el dolor, el frío y el calor resultó ser una experiencia reveladora. Tal vez no necesariamente placentera porque Sydonie lo había pellizcado para mostrarle el dolor, había colocado un cubo de hielo dentro de su camisa para demostrarle el frío y lo había incitado a tocar un fósforo encendido para sentir el calor.

—¡Eres abusiva!

—No soy abusiva, te estoy enseñando —replicó ella, recordando las lecciones de su niñez impartidas por sus hermanos—. Considérame tu sensei en el camino hacia la humanidad.

Entonces Ronan la miraba como si estuviera loca, una expresión que se estaba volviendo permanente en él. Pero a Sydonie le divertía, sobre todo al ver cómo esta versión humana de Ronan no podía mantener la estoicidad de su forma espectral. Sus emociones y reacciones eran visibles y honestas, y aunque intentara ocultarlas, sus ojos lo delataban.

Sin embargo, Sydonie había percibido algo que él parecía haber pasado por alto: Ronan ya poseía un temperamento bastante humano antes de esta transformación temporal. Su tendencia a ser gruñón y reflexivo podría considerarse características de un grim reaper con conciencia humana, posiblemente una de las razones por las cuales había aceptado el trato. Eso, y el hecho de que su naturaleza era inherentemente buena.

—Ven, es hora de que conozcas a las almas —dijo, guiándolo hacia el siguiente paso de su aventura compartida.

Era domingo, día en que la tienda de antigüedades permanecía cerrada al público ofreciendo un refugio tranquilo y sin interrupciones para Sydonie y Ronan. Al abrir la puerta, el murmullo habitual de los objetos antiguos se apaciguó bajo la sombra del nuevo día, como reconociendo la presencia de un grim reaper entre ellos, a pesar de su disfraz humano. Pero en esta ocasión, Sydonie no sintió preocupación alguna; estaba resuelta a suavizar el temor de las almas refugiadas allí.

—¡Buenos días! —saludó con su alegría característica.

Desde detrás del mostrador, Sydonie encendió las luces y contempló su tienda con una mezcla de orgullo y nostalgia. Las luces tenues iluminaban las estanterías y vitrinas de madera oscura, repletas de objetos que para muchos no eran más que viejos trastos, pero para ella, cada uno era un fragmento congelado en el tiempo, portador de su propia historia.

Sus ojos recorrieron las delicadas porcelanas, cuyos patrones y dibujos evocaban cenas y celebraciones de antaño. En una esquina, un reloj de pie marcaba el ritmo del tiempo, no solo el actual sino también los momentos que había presenciado en décadas pasadas. Las joyas antiguas en una vitrina brillaban bajo la luz, evocando historias de amor, promesas y despedidas.

El aire de la tienda estaba impregnado con la esencia del pasado, una fragancia de madera vieja, libros antiguos y cuero que envolvía el espacio como un manto protector. Las alfombras persas en el suelo, aunque desgastadas, eran para Sydonie un testimonio del paso del tiempo y de las vidas que habían transcurrido sobre ellas. Las pinturas y fotografías que adornaban las paredes narraban historias de familias, aventuras y momentos eternizados.

Cada vez que Sydonie miraba alrededor desde el mostrador, sentía una profunda conexión con ese lugar. Los objetos, con todas sus imperfecciones y señales de uso, le recordaban que, al igual que las personas, tenían sus propias historias por contar. Este santuario de recuerdos, legado de su familia, estaba bajo su cuidado, y ella se enorgullecía de ser su guardiana.

—¿Desde cuándo te encargas de la tienda? —curioseó Ronan.

—Desde hace dos años, tras el fallecimiento de mi abuelo —respondió la joven—. La tienda siempre ha sido un legado familiar. Primero fue dirigida por mi abuelo, luego por mi padre durante un breve período, y después por mi abuelo nuevamente hasta que finalmente pasó a mis manos. Mi abuelo tenía la habilidad de escuchar a los objetos, y cuando descubrió que yo también podía hacerlo, me preparó para proteger y continuar con la tienda.

—¿Cómo adquiriste esa habilidad?

Sydonie buscó las palabras adecuadas para explicar su origen.

—Provengo de una familia muy antigua de la Isla de Skye, donde se dice que las hadas habitaban hace muchos siglos. Cuando las hadas partieron, dejaron atrás ciertos regalos para los humanos como despedida. Mi familia fue una de las beneficiadas, y gracias a eso, todos nosotros somos... peculiares.

Ronan la contempló, considerando su historia.

—Puede sonar a cuento de hadas, pero es la verdad —agregó, un tanto insegura de su reacción.

—Te creo —dijo Ronan, su voz reflejando serenidad—. La vida es un misterio continuo, y tus habilidades son otra faceta de la maravilla de este mundo. Cada ser tiene su lugar y su historia. La tuya está entretejida con la magia, así como la mía lo está con los hilos del destino. Creer en tu poder no es una cuestión de fe para mí, sino de aceptar una realidad tan presente como la muerte misma.

Sydonie notó en su mirada no escepticismo, sino comprensión. Ronan, acostumbrado a lo sobrenatural, veía en su habilidad una pieza más del misterio que es la existencia. Su aceptación unió sus mundos distintos pero reales, reconociendo que ambos tenían su lugar en el tapiz del universo.

—Vaya, nunca nadie me había dicho algo tan romántico —bromeó, tocada por su comprensión.

Ronan resopló, aún se estaba acostumbrando a su perspicacia y humor.

—¿Nunca te tomas nada en serio?

—Solo los chismes y las declaraciones de amor —contestó ella con una sonrisa—. Pero, en serio, Señor Gruñón, valoro tus palabras y tu apoyo.

Dejando el mostrador, Sydonie caminó hasta el centro de la tienda para dirigirse a la quietud expectante que la rodeaba. Con voz cálida, trató de aliviar el temor palpable en el ambiente.

—Sé que este cambio puede ser intimidante —comenzó—. Puede que teman, pero Ronan está aquí para ayudar, no para intimidar. Nos comprometemos a escuchar y cumplir sus deseos, para que puedan partir en paz. Yo protegeré este lugar y Ronan les ofrecerá guía. Mientras tanto, este será un refugio para ustedes, un lugar de paz. Si alguno desea compartir su historia, estoy aquí para escuchar.

Sydonie esperó ansiosamente por cualquier indicio, por leve que fuera, de las almas presentes, pero la tienda permanecía en calma, el silencio cargado de una expectativa latente y una profunda melancolía.

Justo cuando la desesperanza amenazaba con invadirla, una voz débil rompió el silencio, tan suave que casi parecía una ilusión. Sin embargo, pronto se clarificó, resonando con timidez en el espacio:

—Sydonie..., yo quiero ayuda.

Sydonie siguió la voz y se acercó a una de las estanterías, donde tomó con cuidado unas zapatillas de ballet. Al tocar el objeto, una corriente recorrió sus dedos, permitiéndole sentir el vínculo con el alma que residía en ellas. Un peso se instaló en su corazón al reconocer al alma. Las zapatillas pertenecían a Alizeé, un alma antigua con la que había hablado antes.

—Está bien, puedes contarnos tu historia.

Como alma antigua, Alizeé tenía la energía suficiente no solo para hablar, sino también para materializarse. Con un suave brillo etéreo, apareció frente a ellos, su figura delineándose con gracia antes de comenzar a hablar.

—Mi nombre es Alizeé. Nací en una pequeña ciudad costera de Francia en 1850, una era dorada para el ballet clásico. Desde pequeña, bailar fue mi todo —la joven inició su relato con una voz melancólica y la mirada perdida en recuerdos lejanos—. Mis padres, comerciantes de origen humilde, apoyaron mi pasión inscribiéndome en la mejor escuela de ballet disponible. Pronto, me sumergí de lleno en ese mundo, y bailar se convirtió en el lenguaje de mi alma.

Sydonie, con una sonrisa de ánimo, escuchaba junto a Ronan.

—Mi viaje me llevó a París, el corazón del ballet, donde encontré mi verdadero hogar en sus escenarios. Allí conocí a Alexandre, un músico de talento inigualable. Su música y mi danza se complementaban a la perfección. Nos enamoramos profundamente.

Al recordar, sus ojos se empañaron de tristeza:

—Sin embargo, mi cuento tuvo un desenlace trágico. Un accidente durante una presentación me arrebató la vida, dejando a Alexandre desolado. En mi memoria, compuso un ballet, pero una enfermedad le quitó la vida años después. Mis queridas zapatillas, que me acompañaron en cada actuación, acabaron guardadas en una caja y pasaron a manos de un coleccionista. Con el tiempo, estas zapatillas llegaron a Whitby y fueron colocadas en esta tienda de antigüedades. Ahora, aquí estoy, atrapada en el objeto que más amé.

El silencio se hizo presente, todos los presentes parecían compartir el dolor de Alizée, ofreciendo un respeto silencioso a su memoria.

Conmovida, Sydonie se esforzó por hablar. Aunque había conversado antes con Alizée, nunca había escuchado su historia completa. Temiendo rememorar su dolor, nunca había indagado sobre su último deseo. Hasta ahora.

—Alizée, ¿cuál sería tu último deseo?

La bailarina tomó su tiempo antes de responder, su voz vacilante revelando el peso de su anhelo:

—Mi deseo más profundo es bailar una última vez, sentir en el escenario la libertad y la pasión de la danza, antes de partir.



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