Soju
No podía y no quería creer lo que estaba sucediendo, ¿Porque tenía que ser Gabriel quien muriera? Nadie debía morir ese día a manos de hombres desalmados. Nadie.
Ji, está en medio de los dos presionando la herida de Gabriel que no le deja de salir sangre a borbotones, yo estoy desorientada con lo sucedido. Gabriel intercambió su vida por la mía, no tengo palabras para decir nada, simplemente no puedo hablar al respecto. Solo me ahoga tener que contener las lágrimas frente a él. Esos hombres iban arrebatarme la vida y se están llevando la de un hombre maravilloso e inocente.
Veo llegar a los guardias de seguridad que al escuchar la explosión salieron a buscarnos, ya habían sometido a los asesinos. El comandante del pueblo estaba a escasos minutos de llegar, les avisaba por la radiofrecuencia a mis guardias.
Pero Gabriel se iba de este mundo con cada segundo que transcurría.
—Angélica, debo... decirte algo antes de mo...rir.
—No Gabriel, no hables. Sé fuerte por favor. No tardará mucho en llegar el helicóptero para trasladarte a un hospital. ¡No me dejes! Te necesito a mi lado.
— ¿Te acuerdas... el día que nos... Emborrachamos... bebiendo soju?
Me sonrojé al recordar aquella noche que debía permanecer en el pasado porque Ji está a nuestro lado, era algo que no debía saber. Un error solamente. Pero tener entre mis brazos ya manchados de sangre inocente al hombre que salvó mi vida por segunda ocasión, quién me ayudó sin conocerme, quién siempre me ha respetado y amado en silencio me transformaba en un alma perdida nuevamente, consumida por el dolor y la tristeza al verlo que estaba muriendo entre mis brazos para que yo viviera.
—Sí, lo recuerdo Gabriel. —Recogí un mechón de su largo cabello que estaba sobre sus hermosos ojos color miel, me miraba con ternura y debo confesar que con amor.
—Hacerte... el amor... Fué lo más maravilloso que... Me ocurrió en mi vida.
—No digas nada más, por favor Gabriel.
Ji me miraba con ojos acusadores, decepcionado, molesto en exceso, sus ojos estaban claramente desorbitados, sus labios apretados y con el ceño fruncido. Yo estaba sonrojada, apenada en exceso con Ji y con Gabriel, recordaba muy bien esa noche de soju, esa noche loca de alegría efímera y tristeza profunda en mi ser que brotaba como el agua del manantial después de una torrente lluvia.
—Ji y Angélica, debo decirles... Que esa noche no pasó nada entre nosotros... Solo nos besamos apasionadamente... Aprovechándome que me confundiste con Ji, porque yo te llamé "Mi pequeña princesa" apenas habían pasado unos días que me platicaste de su primer encuentro en el manantial como de su primer beso. Quiero que sepas que solo dormimos juntos pero no sucedió nada más. Ambos estábamos muy ebrios y nos quedamos dormidos.
—Tú me dijiste lo contrario Gabriel ¿Por qué lo hiciste?
—Solo quería que te sintieras comprometida conmigo... Perdóname por favor... —Inhaló aire fresco y continuó hablando—Mis sentimientos cambiaron hace mucho tiempo y solo te puedo ver como una hermana, he respetado tu amor por Ji, pienso que no hay nada más maravilloso que encontrar a una mujer que te ame y te respete como ella lo hace por ti Ji, ámala... y respétala. —Después de tomar la conversación con buen ritmo al final su voz entrecortada se agotó y exhaló cansado. Como quien hubiese corrido un maratón y llegase al final a descansar.
—Gabriel, no te atrevas a dejarme, ¿Gabriel?... ¿Gabriellllll?
En ese momento perdió el conocimiento, sus ojos miel estaban clavados sobre los míos aparentemente mirándome, ya no había aliento en él. ¡ESTÁ MUERTO! perdí mi cordura. Gritaba desesperada que alguien lo salvara, me acerqué a su rostro, a su pecho para constatar que ya no existía algún signo vital. Lo sujeté fuertemente por sus hombros y me senté colocando su cabeza que colgaba en mi pecho, meciéndome con su cuerpo aferrado al mio, con lágrimas saladas corriendo por mis mejillas y entrando por mis labios, con los latidos de mi corazón como aleteo incesante de mil colibríes, con gritos que desgarraban al mismo dolor. Reclamé a la vida, al ser supremo con mis manos ensangrentadas y temblorosas, sin fuerzas en mi cuerpo. Me torturaba verlo y sentir su cuerpo inerte, agonizaba por no poder cambiar el presente sintiéndome inútil, culpable y asesina. Debía ser yo y no él quien dejase este mundo, quien abandonara su derecho a la felicidad.
Se me acercó Cristina con su rostro pálido igual que sus labios, incrédula ante los hechos ocurridos y finalmente me habló diciéndome... Que habían cortado las líneas telefónicas, pero ya había logrado llamar al hospital y se acercaba el helicóptero. Pero yo seguía en un mundo irreal, en un mundo destrozado por la maldad, por la angustia, por el luto y la avaricia. Mi mundo había vuelto a ser maravilloso y mágico, pero nuevamente un ser oscuro, desconocido y oculto me lo arrebataba marcando con pesar mi existencia. Me arrancaba no solo la felicidad de tajo, la alegría, la convivencia con un ser maravilloso, me dejaba viva para morir cruelmente de tristeza. Para morir con los recuerdos que carcomen mis pensamientos de dolor. Dejándome como a un barco anclado en la nada en medio del mar, cubierto de brisa, de neblina, con tormentas espantosas imposibles de navegar.
Cristina se acercó para sostener la cabeza de Gabriel, yo no podía ver que seguía colgando porque las lágrimas cubrían mis ojos, le grité molesta que lo soltara. No quería que nadie lo tocara, que nadie se le acercara.
De repente todo el lugar se cubrió con destellos multicolores, iluminando el más recóndito lugar, esos colores los conocí en el manantial, fue aquella tarde cuando vi por primera vez a las hadas. En ese momento noté que seguían con nosotros volando a nuestro alrededor, entonces se me acercó la hada mayor. Le pedí que le devolviera la vida a Gabriel, le expliqué que no era justo que muriera al dar su vida por la mía porque no era su tiempo de partir y sí el mío, le reclamé no hubiera hecho algo por salvarlo porque era un hombre noble y ellas lo conocían muy bien. No pude continuar hablando porque las lágrimas me ahogaban como los hechos la vida. Reinó el silencio unos segundos dónde solo se percibían mis suspiros entrecortados acompañado por mi llanto, mis palabras desde mi alma fueron pronunciadas por amor.
—Por favor, sálvalo. Es un hombre bueno, caritativo, ustedes lo conocen. Ustedes le confiaron mi vida a él. No debe morir por mí, no lo dejen solo.
No me daba cuenta que Cristina y Ji podían ver a las hadas, solo unos segundos después que las seguían con sus miradas puede notarlo. Las hadas se unieron de las manos acercándose delicadamente a Gabriel, emanando polvo brilloso multicolores sobre su pecho, una de ellas colocó su pequeña manita sobre la herida y a los segundos había sacado la bala del pecho de Gabriel, se acercó otra hada y giró bruscamente como un tornado sobre su cabeza y sopló delicadamente sobre su rostro iluminándolo una resplandeciente luz blanca, entonces Gabriel despertó sin herida, sin sangrar. Estaba sano, como si nada hubiese sucedido y a la vez todo sucediera. Su rostro y su cuerpo recobraron la vida. Gabriel estaba maravillado y les habló.
— ¡Angélica, las puedo ver! Son muy hermosas, justo como las imaginaba. ¡Cuantos colores! ¡Que bellas alas de mariposas cubren sus pequeños espíritus de luz y amor! Parece que estoy soñando. Simplemente son fantásticas. ¡Gracias por sanarme, hermosas hadas!
Las hadas se posaron encantadas sobre el hombro de Ji, sonriendo lo miraban y él sin decir una sola palabra con sus ojos expresaba que estaba maravillado con su belleza y delicadeza.
—Son sutilmente hermosas, gracias por regresarle la vida. —Por fin exclamó Ji asombrado haciéndoles una reverencia con su cuerpo.
Ellas le devolvieron la reverencia entre risitas y se desaparecieron.
No podía creer que se dejarán ver por Ji, por Cristina y por Gabriel que tanto ansiaban conocerlas. El río que habían creado para que explotara la granada y no causarnos daño poco a poco se iba extinguiendo hasta ser nada y volver a la normalidad el lugar.
Tan solo un poco más tarde el comandante llegaba al lugar, lo llevamos con los policías que tenían custodiados a los asesinos en un área de resguardo, debíamos interrogarlos y hacer que confesaran quien los contrató para asesinarme como a mis padres. Debían pagar por el triple homicidio y no iba a detenerme hasta conseguirlo. Voy averiguar quiénes y porqué los asesinaron, y pagarán por las vidas que nos arrebataron, las de mis padres y el padre de Ji. No tendré piedad.
El odio se apoderaba completamente de mi ser, transformando mi amor en venganza.
Al llegar a la habitación de resguardo y verlos, notamos que tenían dibujado en su rostro el mismo terror que nosotros al ver esa granada de fragmentación. Desconozco si ellos notaron la presencia de las hadas, pero yo no las mencionaría.
El comandante me pidió salir para interrogarlos a solas. No estaba dispuesta a acceder, debía hacerlo yo misma, era la oportunidad que la vida me brindaba para hacerle justicia a la vidas truncadas de mis padres y el señor Ye. Sentía deseos de asesinarlos, de irme encima de sus cuellos y ahorcarlos con mis propias manos.
—No voy a salir de esta habitación comandante Ortiz, le permitiré permanezca pero las preguntas se las haré yo, están bajo mi custodia.
—¡Angélica yo soy la autoridad, te exijo me respetes!
—Solo déjeme hacerle unas preguntas, sólo deje que reciba el mensaje que me enviaron quien o quienes los contrataron. Por favor señor comandante.
—Solo tres preguntas Angélica, están por llegar los oficiales por ellos y serán trasladados a la jefatura dónde tendrás que presentar los cargos.
—Gracias, comandante.
Me acerqué sin temor a los hombres que apenas unos minutos atrás pudieron terminar no sólo con mi vida sino con la vida de 3 personas inocentes, ajenas al odio de su jefe.
—Quiero el nombre de la persona para la cual trabajan.
—Nuestro jefe se llama Octavio. Solo dígame ¿De dónde son las brujas? ¿Dónde estaban? son horribles, ojos saltones, labios deformes, dientes grandes y afilados, manos chicas con largas garras. ¡Son horribles!
—¿De qué diablos estás hablando? No vas a distraernos cobarde delincuente, compórtate frente a la señorita y condúcete con respeto.
Sabía que ese rufián se refería a las hermosas hadas, solo me confundía su descripción tan horrenda cuando ellas son todo lo contrario. Hermosas, delicadas y perfectas. Mis sentimientos cambiaron radicalmente después de escuchar a los asesinos, mis pensamientos no eran los mismos de venganza y ese deseo de ver muerto al actor intelectual de la muerte de mis padres se había transformado en calma entre tanta sed de venganza, en confianza ante la incertidumbre del resentimiento y odio. Fue allí cuando me hizo falta el amor de Ji, sentir sus brazos, refugiarme en su pecho, saborear lo dulce de sus besos y la ternura de su mirada. Me había olvidado de él, de todo lo que recién había sucedido.
—Disculpe comandante Ortiz, no debí interferir en su trabajo que sólo le concierne a usted, me dejé llevar por el odio sin pensar que ese mismo sentimiento fue quien mató a mis padres y a mi suegro, no quiero sentirlo, mucho menos tenerlo dentro de mi ser, confio plenamente en que usted me hará saber cuando los tenga detrás de las rejas con el culpable. Le enviaré a mi abogado con mi declaración firmada. Por ahora solo necesito calma y se perfectamente dónde encontrarla.
—Estoy impresionado, tenga la seguridad y mi palabra que así será. Vaya a descansar. Que la justicia está a la vuelta de la esquina.
Me alejé tranquilamente pero ansiosa por ver a Ji, sabía que tenía que darle una explicación por lo que había comentado Gabriel de aquella noche de intimidad entre nosotros, también debía ver a Gabriel y a Cristina para ofrecerles una disculpa, alguna explicación lógica de lo sucedido. Mi corazón se sentía enroscado como una lombriz dentro de la tierra, así mismo deseaba esconder mi cara de los ojos de Ji, me sentía avergonzada. ¿A Quien busco primero? esta pregunta sonaba y resonaba en mi cabeza hueca y confundida.
Debo hablar primero con Ji y sabía muy bien dónde encontrarlo, corrí al manantial ansiosa por abrazarlo. Vaya sorpresa desagradable al buscarlo y no encontrarlo. Pero pensé... Seguramente me está esperando en casa. Manejé velozmente mi automóvil malibú, entré corriendo desesperada por verlo, no estaba en la sala, me dirigí a mi habitación para encontrarla tal como la había dejado por la mañana antes de salir. Era claro que no había vuelto a casa y seguramente debía estar sin duda en su casa. Las dudas saturaron mi mente, mis pensamientos todos eran negativos, sentí miedo, terror de perder su amor, a mi alma gemela. Me dejé caer sobre el sillón de la sala, inhalé aire y exhalé mi miedo con el aire fresco que llenaba mis pulmones y volví a mi auto para manejar tranquilamente a su casa.
No sabía si llamar a la puerta o entrar sin tocar, y esta última fue mi decisión, caminé sin hacer ruido a su habitación, tan despacio como si no quisiera llegar a mi destino, en momentos deseaba ser invisible para saber como se encontraba sin que él notara mi presencia, conocer sus pensamientos y saber cómo explicarle aquella noche recién descubierta. Lo vi golpeando fuertemente su saco de kick boxing. Llevaba puestos unos shorts en color gris, estaba descalzo y sin camisa, su cuerpo sudaba como la cascada del manantial emanaba agua.
—Ji... ¿Podemos hablar? —Me atreví a romper aquel silencio donde solo se percibía su aliento exaltado y los golpes asestando el saco con arena.
—Ahora no Angélica, yo te buscaré cuando esté listo para escucharte.
Sentí correr el miedo de la punta de mi cabeza hasta los dedos de los pies, mi estómago dar repetidos vuelcos de incertidumbre, decepción y tristeza. No deseaba insistir, debía respetar su tiempo y confiar en que me buscaría en unos días. Pero el miedo... Ese estúpido miedo a perderlo me invadía por completo.
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