Buscando, te encontré.


Aquel día mi pequeña Jun era una tarde calurosa, aun con todas esas alegres figuras de nubes cubriendo el sol, ayudando a la atmósfera a mantener la temperatura uniforme. Fue cuando lo encontré... 

—¡Bruno!  ¡Bruno!

Le gritaba a mi perro que corría entre matorrales. Otra Vez había escapado de casa. Gabriel lo buscaba del lado oeste y yo del sur, no había mucha distancia entre nosotros ya que podíamos escuchar nuestros gritos a lo lejos. Alcancé a ver a Bruno moviendo su cola feliz al verme, pero corrió alejándose de mí. Ansiando lo siguiera y lo hice. Atravesamos la montaña y mi cuerpo sudaba ardiente, la mochila pesaba en mi espalda.                                                                                         No dejaría perdido a Bruno y no me percaté a dónde me llevaba. Cuando lo hice fue demasiado tarde para retroceder, sentí mi sudor ardiente convertirse helado al correr por todo mi cuerpo a chorros. Lo vi entrar en la parte trasera de la empresa, curiosamente entró en un automóvil que tenía las puertas abiertas, seguramente descargaban mercancía. Sino lo amara tanto lo dejaría, sino me necesitara lo abandonaría como abandoné ese lugar hace dos años, como dejé mi vida en el pasado. 

Llegué al automóvil y ya no estaba, le grité desesperada ¡Bruno! ¡Bruno, ven aquí! Escuché un movimiento de tras mío al girar mi cabeza mire a los guardias de seguridad que ya me sujetaban de los brazos, estrujándome y llevándome dentro de la empresa...

—Solo me acerqué en busca de mi perro...

—Seguramente quieres robar.

—No, en verdad. Mi perro entró en ese auto abierto, es color café claro con el hocico negro, de ojos grandes color miel, es muy travieso e inofensivo, solo quiero llevármelo.  

—No, te presentaremos con nuestro jefe.

Lo menos que deseaba era volver a ver a esas personas. Mi levis estaba mojado al igual que mi blusa pegada a mi cuerpo, encima llevaba puesta una blusa grande que ya estaba desabotonada por los jaloneos, unas botas vaqueras cubiertas de lodo que iban dejando su huella en el brillante piso de mármol.

Me dejaron en una habitación sola, pasaron unos minutos y entró una mujer muy bien vestida, llevaba una falda sastre color negro, medias de seda color piel, zapatillas negras, su blusa azul turquesa con un hermoso moño blanco al cuello y una piedra turquesa.

—Buenas tardes señorita, ¿Así que solo se acercó en busca de su perro?

—Sí, entró en un automóvil, permítame llevármelo por favor.

—Sígueme, vamos a buscarlo entonces.

Suspiré aliviada al notar que me comprendía y creía en mí, ella abrió otra puerta que no fue por dónde me ingresaron, quise decirle que era hacia el lado contrario pero levantó su mano confirmándome que solo la siguiera. 

Pasamos por varios cubículos con gente trabajando. Los recuerdos venían a mi mente destrozándome. No sé cómo contenía el llanto. Hacían hermosos collares con diferentes materiales, todas con piedras hermosas como el jade, obsidiana, esmeralda y turquesa.

Yo jugaba entre las oficinas abiertas de todos ellos, mi madre entusiasta se colocaba diferentes collares en su sedoso cuello, mi padre admiraba su belleza y ella coquetamente le modelaba la pieza, yo hacía lo mismo, corría por un collar de jade, me lo coloqué en mi cuello y corrí hacia ellos modelando.

—Eres la hermosa princesa del jade, sabes chiquita que siempre escoges esa piedra.

—Me gusta mucho papi.

—Ya lo creo princesa.

Continuamos caminando y hubo más de una persona asombrada al verme.

Llegamos al automóvil dónde se escondía Bruno, le dije a la mujer que sí tendría alguna cuerda para sujetarlo y no se me escapara. Ya no tenía mi mochila, no me dí cuenta en qué momento la perdí.

—No, solo tenemos material para elaborar collares preciosos.

Un señor que nos observaba desde lo alto de una escalera nos habló precipitadamente.

—Tengo un rollo en aquella maleta de cuerda de plástico, quizás le sirva señorita.

Le respondía viendo fijamente la belleza de la mujer que me acompañaba. No era la primera vez que un hombre me ignoraba al verme en tales condiciones de vestimenta nada femenina. Yo me siento mucho más cómoda sin llamar la atención masculina.

Al darme cuenta cómo la veía sonreí dentro de mí, mis pensamientos traviesos saltaban riendo a carcajadas. Ella me preguntaba si mis botas no me fastidiaban y que eran muy bonitas, sobre todo el color.

Le agradecí el cumplido. —El rosa palo es un color hermoso, aún cuando este cubierto con lodo. Por favor les voy a pedir no hagan ruido para no asustar a Bruno, pero creo que primero debo hacer un collar, ya no veo el suyo en su cuello. Siempre los pierde. Bruno se asomaba por una ventana jadeando cansado, sediento y cómodamente echado en el asiento observándonos. 

Volteé buscando a mí alrededor que podía usar para hacer el collar, la cuerda de plástico era peligrosa y no me arriesgaría a lastimarlo, la mujer animadamente me dijo:

—Una vez vi en una película que hicieron un collar con la blusa de la protagonista, te voy a dar la mía.

Me quedé perpleja al escucharla. ¡Que amable! Se quitó inmediatamente el saco sastre y la blusa era de manga larga con holanes, debajo llevaba otra blusa de tirantes que al colocarse el saco nuevamente no se notaría diferencia.

—Sí, esto me servirá si la trenzo, debo romperla, ¿No te importa? No creo que volverías a usarla. ¿Cómo te llamas?

—Cristina ¿Y tú?

— ¿Me podrías ayudar sujetando esta pieza? Debo atar nudos y nudos para que no se ahorque cuando se jale de la correa. -Ignoré su pregunta.

—Sí. Amo los perros, así que no me importa. Le regalo mi blusa a Bruno.

Escuchamos un ruido y por un momento pensé que sería Bruno escapando nuevamente. Pero fue algo peor.

—Así que volviste.

Esa voz barítono me desmoronaba el alma, me aceleraba el corazón. No deseaba levantar mis ojos y verlo porque no tendría fuerza suficiente para no caer rendida de amor en sus brazos.

—Vaya, ¿Así que no me ves a los ojos Angélica? ¿Aún eres la mujer cobarde que abandonó esta empresa? y a nuestro amor.

Fui levantando mis ojos, vi sus zapatos negros de piel perfectamente lustrados, su pantalón de cuero negro ajustado que le hacía resaltar sus grandes y fuertes muslos, una camisa color cobre sin ajustar, con un saco negro de cuero encima que sobresalía a simple vista sus marcados músculos. Sus labios carnosos, sus ojos alargados como el arroz, ese color negro en la mirada penetrante que pensaba podía leerme el alma.

—Si a eso le llamas cobardía no lo discutiré contigo, tenemos diferentes perspectivas de la vida. Ahora si me permites voy a sacar a mi perro de este lugar y en minutos nos marcharemos.

— ¿Piensas que te voy a dejar marchar nuevamente? No, no te volveré a perder Angélica.

—Que absurdo y patético eres Ji, no deseo hablar más contigo.

Mis piernas temblaban al ver esa belleza incomparable, ese hombre que fue y era aun cuando lo negara el dueño de mi alma, de mi ser completamente, bastaba con ver esos ojos negros orientales para hacer lo que me ordenara cual si estuviera sometida a un hechizo mágico, como si me hipnotizara solo con verlo. No debía permanecer un minuto más cerca de él.

— ¿Te parece patético un hombre enamorado? ¿Eso soy para ti?

—Me llegaron rumores de una mujer... De la que estás enamorado, no sé lo que seas para ella, la recuerdo muy poco, mmm a decir verdad nada.

—Tienes falsos rumores, tengo una pareja. Y no estoy enamorado.

— ¡Cuidado! No lo repitas, recuerda que en esta sala hay auriculares y cámaras, pueden escuchar lo que estás diciéndome y no creo que hagas muy feliz a tu pareja.

— ¿Y tú, tienes pareja? ¿Estás enamorada? No te preocupes, hace tiempo los mandé desconectar.

El hombre en la escalera y la mujer detenida a la entrada de la sala no hacían ningún ruido, parecía como si no estuvieran allí, de la misma manera que lo olvidamos nosotros al vernos después de dos años.

—Debo irme Ji.

Pasé a milímetros de su cuerpo. Pude percibir y respirar su olor masculino. Sentía como la piel se me erizaba con cada respiro. Con una mano me sujetó del brazo fuertemente, con la otra me sostenía por la cintura, me acercó abruptamente a su cuerpo y me besó desesperadamente. Como al hambriento se le da un manjar, como al sediento agua, como el asombro de un hombre perdido en el desierto que descubre un oásis, así nos disfrutamos. Así me parecía, un sueño volver a sentir sus labios sobre los míos, no pensaba, solo sentía. De eso se trata la vida, de sentir, de soñar, de vivir. Es inenarrable lo que ambos sentimos, es como la madera al cerillo, como el agua a las olas, como el cielo a las constelaciones.   

Como esa leyenda fantasiosa del hilo rojo, así es nuestro amor. Nos dejamos llevar por ese poderoso amor, caminamos detrás de un muro besándonos, no escuchamos el cerrar de la puerta, estábamos solos. Me hizo el amor, le hice el amor. No sé cuanto tiempo transcurrió, pero yo tenía nuevamente su piel cubriendo la mía, tenía sus labios sobre los míos, sus manos entrelazadas a las mías.

No pensé si estaba sucia, sudorosa, si mi ropa era fea ya que comparada con la de él eran trapos que hubiese recogido de la basura, pero me amaba tanto como yo. No existían diferencias en ese momento ni en otros, solo un inmenso amor por sentir el placer que ambos nos sabíamos hacer, el solo acariciar mi mano, el solo acariciar su cabello negro abundante.

Pero la coherencia llegó a mí, ¿Qué había hecho? Me vestí rápidamente sin arrepentimiento, al mismo tiempo que lo hacía él y me suplicaba que no me alejara de nuevo. Mis lágrimas se hacían presentes, mi corazón quería salirse de mi pecho, no tenía un estúpido motivo para marcharme, pero yo los inventaba por mis viejos recuerdos.

—No pertenezco a tu mundo. Soy feliz en el mío. Ven conmigo Ji, vamos al campo a sembrar la tierra, a ver el atardecer recostados en nuestros cuerpos meciéndonos en la hamaca, ven conmigo a escuchar el sonido maravilloso del lago cerca de mi casa. Ven a vivir nuestro amor y deja todo ésto atrás, podemos venir solo a revisar el trabajo, podemos dejar a un director a cargo. —Y su voz interrumpió nuestra plática.

— ¿Amor, dónde estás? ¡Angélica! ¡Bruno!

—Aquí estamos, lo encontré, está dentro de ese auto.

Gabriel se quedó mudo al verme al lado de ese hombre que sin conocerlo personalmente, pero al ver sus rasgos orientales sabía quién era por lo poco que yo le había contado. Ji estaba rojo en su piel blanca, frunciendo el ceño, apretando sus labios. Estaba celoso.

—Bien, vámonos. —Insistía Gabriel que ya tenía sujetado a Bruno que se notaba cansadísimo de tanto correr.

— ¿Que carajos sucede?

Escuchamos la voz delgada de una mujer a la que no quise voltear a ver, Ji le respondió que no pasaba nada, que se marchara. Ella no obedeció y seguía cuestionando, abrumándolo con preguntas respecto a quien era la pordiosera con el perro. Cristina trato de explicarle y no se lo permitió.

Gabriel ya me llevaba a metros de distancia de Ji sin darme cuenta. Nos perdimos entre la maleza de las montañas, ella debía ser su pareja puesto que una empleada hubiera obedecido sin chistar al escuchar la firmeza de sus palabras.

Llegamos a casa y me fui directamente con Bruno a su casa, no me gusta tener que amarrarlo pero no quiero que se pierda o lo caze un animal salvaje. Mientras lo acaricio le agradezco el haberme llevado con Ji, tantas veces llorando le platicaba de mi amor, le pedía volver a verlo, era como si Bruno me entendiera y hubiese cumplido mi petición. El hacer el amor fue maravilloso, lo mejor que me ha ocurrido desde hace dos años que me alejé de él y de mi pasado.

Me siento en el césped y me detengo a admirar, a percibir la belleza de las dalias rojas, rosas, blancas y bicolores con el aroma perceptible a distancia, con el color como el arcoíris. Tengo una hectárea sembrada con lavanda cerca de casa para disfrutar su aromático olor, así como albahaca, romero, ruda y menta. A ésto me he dedicado durante dos años, he ido ampliando mi conocimiento por la floricultura el cual era nulo al inicio. Amo mis campos floridos, amo el olor a tierra impregnada de vida, de sentimientos que me ocasionan paz, eso es la tierra, es la vida.

—Angélica, tenemos que hablar del hombre.

—No tengo nada que hablar de él Gabriel.

— ¿Qué pasó entre ustedes?

— ¡No pasó nada!

—No me creas tan tonto, no te has dado cuenta que llevas puesta la blusa al revés.

Bajo la cabeza y me doy cuenta que es verdad, no me agrada mentir pero no debo decir la verdad, él me ama y no entendía mis sentimientos por Ji.

— ¿Qué me estás tratando de decir Gabriel? Me estás incomodando.

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