Mañana De Navidad
Aquella mañana Luna solo deseaba bajar por fin a la sala de su casa. Había pasado la noche entera esperando. Ya saben, contando ovejas, soñando, anhelando, viendo las agujas de las manecillas del reloj pasar una tras otra dejando ese lugar con las mismas caras, y las mismas calles. El apellido Jonhson había habitado en esa ciudad por tantos años que ya no se sabía donde terminaba o donde empezaba. Luna era una niña normal, lo bastante normal para crecer en un pueblo lejano del estado de Nueva York. Tan normal como cualquier niña que creciera en las afueras con una larga historia familiar.
Gold Village era un pueblo común con muy pocos habitantes, a algunas horas de la ciudad. Gente que siempre había vivido ahí, familias con ascendencias enteras que jamás habían salido de ese lugar, estacionadas ahí por tanto tiempo que ya no recordaban que hubiese un exterior, solo existía Gold Village. Gold Village con sus montañas, sus historias, sus casas abandonadas, sus cuentos de miedo y las mismas personas.
Luna vivía en las afueras de Gold Village, en una casa que su familia había heradado por tantas generaciones durante siglos, una casa llena de historias y cuartos crujientes que albergaban alegría y soledad a lo largo del año, en especial en invierno cuando el frío era inclemente y la nieve caía sin compasión inundando todo de una gruesa capa blanca. Imaginen montañas enormes que resaltaban a la distancia llenas de montones de nieve, muchísima nieve cubriendo aquel pequeño lugar olvidado y tan lejos de la ciudad.
Luna no superaba los 8 años. Era una niña menuda con un cabello oscuro profundo, una sonrisa divertida con historias traviesas y juguetonas que se pasaba los días entre la escuela, la casa, su cuarto, su madre, sus amigos y aquella imagen oscura que la visitaba cada noche en su cuarto desde hace algunos meses.
Al principio Luna temía. Había intentado contarle a su madre sobre ella y su recurrente repetición dentro de su cuarto. Lo extraña y rara que se sentía al principio mientras aparecía con más regularidad conforme pasaban los días y aquella sombra, que antes era algo de lo que huía, se volvía amigable e incluso algo que no dejaba de añorar que llegara cada noche. Una sombra amigable, o así la veía Luna.
Y lo deseaba con un poco más de desesperación cada día, en especial en aquellas noches en las que su madre no llegaba a verla a tiempo y ella se dormía rodeada de las luces que reflejaba en su cuarto aquella máquina que emitía mil destellos y sonidos que no lograba entender. Solo sabía que a menos sonidos, su madre estaba más tranquila y la veía un poco más pero cuando la máquina sonaba más rápido su madre perdía la cabeza y ella solo dejaba de verla. Dejaba de ver todo menos a aquella sombra que la acompañaba cada noche sin ningún tipo de retraso o demora. Era tan fiel, tan puntual, tan indescifrable.
Luna incluso le había puesto un nombre, la llamaba Darky, y aunque al principio le parecía una completa tontería tener que ponerle nombre a una sombra que se acomodaba siempre en el mismo lugar, con el paso de los días era incluso más raro no darse cuenta que ella también era parte de su vida y que en realidad, la acompañaba incluso más que su madre.
En algún momento, empezó a hablarle de sus miedos, sus sueños, sus tareas y lo divertida que era la nieve. En una de esas tantas noches empezó a contarle de la navidad, de las historias sobre un hombre vestido de rojo que le daba regalos a todos los niños en el mundo y los difícil que debía de ser llevar a cabo esa tarea.
-¿Te imaginas? - Le decía Luna a Darky unas pocas noches antes de navidad - Lo difícil que debe de ser hacer tantos juguetes y llevárselos a todos los niños... - Pero Darky, al ser solo una sombra inerte en una esquina de su cuarto, no decía nada. Aunque Luna habría podido jurar que la vio asentir un par de veces conforme se acercaba un poco más el 24 de diciembre de ése año.
Luna había oído a su madre decirle que tenía mil juguetes para ella, que estaba esperando que llegara el 25 para que bajara corriendo a abrir cada uno de ellos y que saliera a la nieve a estrenar ese trineo que Luna tanto le había pedido por muchas navidades. Luna amaba la nieve, amaba pasarse horas haciendo muñecos o patinando en el lago que se congelaba a unas cuantas cuadras de su casa. Ella había nacido para que la nieve la dejara saltar sobre ella y la abrigara sin dejar de congelarla.
En esa mañana del 25 diciembre se sentía distinta. Luna se había levantado sin problemas de su cama, había bajado corriendo pasando al lado del cuarto de su madre que seguía perfectamente dormida, por un momento pensó en levantarla y decirle que ya era tiempo, que papá noel había llegado y que por fin era hora de abrir todos los regalos, pero no lo hizo. Pensó que lo mejor era dejar dormir a su madre, después de todo, no la había visto la noche anterior, lo único que recordaba era el pitar incansable de aquella máquina tan molestosa y llena de luces... Terriblemente hostigante.
Luna saltó divertida cada escalón de la escalera, como no lo había hecho en meses y llegó corriendo al árbol. Mamá no le había mentido, ni mamá ni Papá Noel, el árbol estaba lleno de regalos y ahí, en medio de mil detalles resaltaba un trineo de muchos colores que la hizo sonreír inmensamente olvidando todo por un momento: la casa crujiente, la nieve que caía afuera, mamá que no se despertaba y la sombra recurrente que no veía desde ayer.
La tomó en sus pequeñas manos y sin importarle que mamá siguiera durmiendo o que no tuviera los zapatos adecuados salió fuera de casa llevando con ella el trineo de mil colores que añoraba disfrutar.
No recuerda cuánto pasó en la nieve, saltando sobre ella, gritando de alegría o lo feliz que era de que al fin mamá le hubiera regalado el trineo que tanto le había pedido. Pasaron horas, o al menos así no sintió. Pero no hubo dolor, o miedo, o mamá gritando que ya era suficiente o ese insistente gruñido en el estómago que sentía cuando jugaba demasiado. No. Solo estaban ella y su alegría.
Cansada por fin de todo, regresó a casa dejando el trineo a la entrada. Era la niña más feliz del mundo y quiso subir a decírselo a su mamá. Corrió a su cuarto y al pasar cerca de él se dio cuenta que mamá seguía durmiendo, -Es mejor no despertarla- pensó y fue corriendo a su cuarto. Tal vez si se dormía antes que mamá despertara no iba a tener regaños justo el día de navidad.
Al entrar a su cuarto se dio cuenta que estaba distinto. Sus juguetes habían sido recogidos y todo se veía tan limpio y organizado que era imposible que Luna hubiera estado durmiendo ahí, y ella lo sabía, sabía que mamá la regañaba siempre por dejar todo en el piso y estaba segura que esta no era la excepción, pero no, su cuarto estaba tan limpio y ordenado que ni siquiera notó que junto con el desorden también se había ido ese pitido incesante y aburridor que ya la tenía cansada.
Sacó un par de vaqueros de sus cajones y se puso sus tennis favoritos junto con una camiseta de dibujos de reno que mamá le había regalado hace unos días, ¿o había pasado más tiempo?, ya no recordaba. Lo único que quería era regresar corriendo donde mamá y decirle que la amaba y que todo estaba bien, que ella era la mejor mamá y que había amado su regalo.
Luna iba saliendo de su habitación cuando la sombra negra que había sido su compañera en ese cuarto por tanto tiempo al fin salió de la tétrica oscuridad y se puso frente a ella. Al principio Luna no entendía qué pasaba, sólo podía ver que Darky en realidad no era Darky. Una niña de más o menos su altura se hacía más clara conforme pasaban los segundos. Aquella niña menuda y con el cabello alborotado le sonreía con tanta alegría que no tenía miedo sólo mucha curiosidad.
-¿Estás lista Luna? Siempre pides el mismo regalo cada año, ya es tiempo de volver... - Aquella menuda niña se acercaba a Luna y la tomaba de la mano mientras ella seguía sonriendo con la misma paz y amor con la que se le sonríe a un viejo amigo.
-No te conozco pero me siento muy a gusto contigo... ¿Podemos ir a ver a mamá? - Y la otra niña sonreía llevándola con ella de la mano avanzando al cuarto de mamá.
-Siempre pides lo mismo, vamos... - La niña menuda avanzaba a pasos rápidos al cuarto de mamá junto con Luna pero, ella ya no estaba en ese lugar.
-Tranquila Luna, mamá estará aquí la próxima navidad... ¿Nos vamos? - Y la niña le sonreía a Luna con amor mientras le tomaba sus manos con ternura.
-Está bien... - Y Luna sonreía mientras la luz se iba perdiendo conforme bajaban las escaleras...
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-¿Crees que ella esté bien mamá? Han pasado ya algunos años desde que ella se fue... - Louise miraba con tristeza a lo lejos de aquella hermosa mañana de navidad llena de nieve en aquel lugar perdido a unas cuantas horas de New York
-Claro que sí... Estoy segura que donde esté ha visto que has traído sus juguetes favoritos - Mindy la abrazaba con fuerza en el umbral de la puerta mientras le daba un jarro enorme de chocolate caliente.
-Te juro que siento que está aquí, como cada año que regreso en estas fechas. Esta casa, este lugar, es como si regresara a visitarme siempre para navidad, como si la muerte le diera permiso de venir solo unas horas y hacer este vacío menos doloroso... - Louise tomaba un enorme trago de su chocolate mientras a lo lejos Luna veía a su madre y a su abuela esperando con ansias poder volverle a pedir al universo el mismo regalo de todos los años, volver a ver a mamá para navidad...
Fin.
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