21. Un buen padre
Briel
Evitar pensar en cosas dolorosas es habitual en mí. Sé que no es saludable, mucho menos llenarse de rencor, pero hay palabras que nunca se olvidan. No es sano, no es lo mejor, pero cuando no tienes a quién recurrir, ¿qué otra solución te queda? Siempre necesitando odiar, siempre resentido. Es el dolor fuerte que llevo en mi alma.
Quizás debí ver todo con otra perspectiva, debí usar la empatía, sin embargo, cuando tienes el corazón roto, no puedes verlo de otra manera.
Recuerdo querer ser padre, me acuerdo bien. Hablar con Santino me hizo rememorar ese grato sentimiento. Quizás evitaba cruzarme con él porque asumía que me sentiría vacío, vacío recordando palabras hirientes.
Estaba perdidamente enamorado de mi ex, no vi las banderas rojas, solo quería ayudarla y fracasé. Fallé con Connie y me fallé a mí mismo. Nadie es la cura de alguien más, no puedes ser el remedio de otros. Cada uno tiene su proceso y nadie debe interferir en este.
Como no me di cuenta, supuse que Connie tenía razón y caí en una espiral sin retorno, una en la que me transformó en alguien como ella. Esa bella rubia que dominaba mi corazón, vivía resentida con la vida, entonces terminé odiando la existencia también.
Y ahora vuelvo a respirar, solo por la culpa de un pequeño niño, el cual despierta sentimientos de paternidad que nunca imaginé que tendría. Al menos no, después de escuchar el discurso de aquella madre, lleno de odio contra mí, ese que hizo frente a sus amigas, que nunca pensó que yo oiría, el que terminó por olvidarse, pero yo nunca pude borrar.
Jamás.
Llego al edificio de nuestro encuentro, lo pagué para que sea solo para nosotros dos. En la planta alta hay un restaurante, comeremos algo y nos iremos. Me encuentro muy nervioso, no puedo creer que le dije que le contaría sobre mi dolor, el dolor que ella misma causó, pero que ni siquiera se digna a recordar.
Nunca ha sido consciente de sus palabras, incluso yo cuando digo algo hiriente lo recuerdo de manera descomunal, pero ella solo se atreve a olvidar, me causa tanta molestia.
Yo no olvido nada.
Visualizo a Connie en una de las sillas, tomo un aire profundo antes de acercarme hasta ella y entonces camino hasta allí. Me siento en frente suya, me sirvo un poco de Martini, luego me quedo callado.
—¿Y bien? —formula palabra mi ex, tan fría como la recuerdo—. ¿Vas a contarme?
Me observa desafiante, imagina que soy un monstruo, pero yo estoy más asustado que ella, yo soy el que tiene en juego los pensamientos.
Tengo miedo, no sé si podré hacerlo, no sé si podré decirlo en voz alta.
Sonrío.
—Relajémonos un poco. —expreso tranquilo, aunque no lo estoy—. Tenemos tiempo.
Connie
No sé por qué vine aquí, debe ser otra de sus malditas trampas. De lo único que estoy segura es de mi determinación para que Briel deje de insistir con la tenencia de Santino. No tengo idea de qué bicho le picó para que haya cambiado de opinión sobre ser padre de mi hijo, pero no voy a permitirlo. Su tiempo caducó, es definitivo.
—Solo dime qué es lo que querías contarme y terminemos con esto —declaro desafiante, sin embargo, él sigue con su copa como si nada—. ¿Te burlas de mí? —Presiono los dientes.
—No ¿Por?
—Si es un truco para obtener sexo, quiero que sepas que no te lo daré —aclaro.
Se ríe.
—Lo dice la que me hizo una escena de celos a propósito para que me la follara.
Me sonrojo.
—Cállate.
—Eres tan predecible, Connie. —Toma un sorbo de su copa.
Golpeo la mesa.
—¡Ya dime! —Alzo la voz.
Suspira.
—Así no puedo hablar.
—¿Tú estás estresado? —expreso por culpa del sonido que formuló—. ¡Yo estoy estresada! Tú eres el que me quiere quitar a mi hijo. Haces todo esto para hacerme sufrir, ¿pero sabes qué? No lo vas a lograr.
Se carcajea.
—Te crees el centro del mundo, Connie. —Se levanta de su silla, enfadado—. Tus pensamientos no son los únicos importantes aquí, pero si quieres tener una idea equivocada de lo que pienso sobre Santino, mejor terminemos esta conversación acá.
Quedo en shock, veo como camina hacia el pasillo, en dirección al elevador. Reacciono y me levanto para seguirlo. Lo alcanzo a mitad del corredor, entonces evito su paso.
—No seas cobarde. A ver, dime, ¿qué pasó el día que te expulsaron de la universidad? No me interesa, pero si te vas a poner en caprichoso, haré como que me importa, habla —exijo.
Entrecierra los ojos.
—No sirve de nada hablar contigo, pero bien, te lo diré. —Hace una pausa y su gesto enojado cambia a uno triste—. Te escuché, Connie, te oí cuando hablabas de mí con tus amigas a mis espaldas, les revelaste primero que estabas embarazada, te indignaste porque Santino iba a ser mi hijo, dijiste de manera clara que yo jamás sería un buen padre, que no podría hacerlo porque era un inútil para cuidar de un niño. —Sus ojos se humedecen—. ¿Y sabes qué es lo peor? Te creí, te di la razón, porque eras importante para mí, y si mi novia lo decía, tenía que ser verdad. —Lágrimas mojan su rostro—. Debía ser verdad —repite.
Quedo en shock.
—No, yo...
Se refriega los ojos, luego baja su mano y vuelve a observarme fijamente, aunque sus potentes ojos verdes siguen cristalizados.
Suspira de manera pesada.
—No importa que pienses ahora, Connie Palacios, estoy cansado de estar enamorado de ti.
Me esquiva y sigue su camino mientras me quedo paralizada. Noto el ascensor, entonces reacciono, lo vuelvo a seguir.
—Espera, Briel —digo angustiada.
Se detiene y se gira, por lo tanto, vuelve a mirarme, dolido.
—¿Cómo me dices siempre? Ah, sí, llegaste tarde, diez años tarde.
Y ahora es cuando grito:
¡Ahora no será Brielcito el que persiga a Connie!
¡Cambio de roles!
*Baila*
Saludos, Vivi.
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