Ana

El color negro se extendía hasta donde alcanzaba la mirada a cubrir, ocultando entre sus brazos la maldad y perversión que la utilizaban como refugio.

El silencio total de la noche entre mezclado con el abrumador abandono de la carretera, era capaz de erizarle la piel incluso al hombre más valiente.

En medio de las tinieblas, una criatura pequeña cuya forma se confundía con la negrura de los alrededores, sostenía entre sus brazos a una niña inocente, mientras se alimentaba de ella como lo hacen los leones. No importaba si se ensuciase.

Un líquido oscuro escurría de la niña inconsciente dando lugar a un charco en el piso debajo de ambos seres, brillando con fuerza gracias a los rayos de la luna.

La criatura arrojó hacia atrás la cabeza, revelando un desfigurado rostro demoniaco, con grandes agujeros donde deberían ir sus ojos que parecían atravesar toda su cabeza, y de ellos brotaba un aceite café de aspecto repugnante y olor pútrido.

En su torcida boca con labio leporino bilateral se dibujaba una sonrisa satisfecha, al tiempo que utilizaba una de sus huesudas y largas manos con garras para limpiarse el líquido que se escurría de ella, y que era prueba del atroz acto que acababa de cometer con la inocente que yacía en el suelo. Desmayada, pero viva... aún.

El ruido de un auto se dejó oír por fuera de la casa, haciendo a un lado al anterior silencio.

La criatura se incorporó dejando al descubierto su cuerpo similar al de los humanos, cuya carne lucía en su totalidad podrida y se encontraba invadida por gusanos.

Alan abrió la puerta con tanta fuerza que ésta se golpeó contra el muro. Él y Valeria entraron con desesperación y con el interruptor principal encendieron todas las luces, así iluminarían hasta el último rincón y tendrían luz suficiente para buscar a su hija en cada rincón del lugar.

Sin embargo, su atención fue capturada hacia el segundo piso, ya que la voz de Susy estaba llamándolos desde su habitación, sonando tranquila pero confundida.

El cuarto de Susy era el único rincón de la casa que se mantenía en la penumbra.

Valeria y Alan se aproximaron a las escaleras a toda prisa, dando lugar a fuertes ceños fruncidos en sus rostros.

Sin embargo se detuvieron a medio camino. Ante la mirada perpleja de ambos, el cuerpo de Susy logró distinguirse entre la oscuridad, atravesando la madera del suelo para levantarse con dificultad, tal cual lo hace un alma cuando emerge del infierno.

Su piel estaba arrugada, pálida y seca, además de que los brazos le temblaban al resistir su propio peso.

A su vez, otra niña con un aspecto mucho más vivo salió de detrás de la puerta. Su apariencia era idéntica a la de Susy, con la salvedad de que por su rostro se deslizaban lágrimas espesas de color café y olor repugnante, además de tener dibujada en sus labios una sonrisa malévola.

«Ana...», fue lo único que pudo pensar Alan antes de que, en menos de un segundo, la puerta se cerrara de forma abrupta capturando a Susy.

Los dos adultos subieron las escaleras corriendo y empezaron a golpear la puerta con ira, al tiempo que le gritaban a Ana que abriera ésta. Alan víctima de la desesperación y la rabia, maldecía a gritos a la criatura.

Una risa inocente pero espectral atravesó la puerta para llegar hasta los oídos de la pareja, que detuvo su forcejeo por abrir la puerta.

—Yo no puedo dormir. —Escucharon decir a la voz de Ana con un tono dulce pero espectral—. Pero es tiempo de que tú lo hagas.

Alan y Valeria se quedaron congelados frente a la puerta. Sus corazones golpeaban con brusquedad contra sus pechos, estaban desesperados, pero no podían moverse. Sus cuerpos temblaban con ímpetu.

Hubo silencio...

— ¡NO! —gritó Susy con una voz tan aguda que casi parecía, que le desgarraría las cuerdas vocales—. ¡POR FAVOR, DEJAME! ¡AYUDA! ¡MAMÁ!

Valeria se dejó ir contra la puerta conforme los gritos de su hija se volvían más fuertes y desgarradores, golpeando sin importarle el daño que esto le hiciese a su propio cuerpo. Sólo quería abrir la maldita puerta de una vez por todas, y alejar a su pequeña de esa cosa.

— ¡AUXILIOOOO! ¡PAPÁ! ¡NO!

Gritaba más y más Susy mientras del interior de la habitación se externaba el ruido de golpes y objetos rompiéndose, armado un espeluznante escándalo.

Alan comenzó a darle le patadas a la puerta hasta que...

— ¡AHHH!

Fue un grito aturdidor el último que Susy dejó salir, para que después, todo volviera al silencio. Acto seguido, la puerta se abrió poco a poco, emitiendo las bisagras un suave chirrido.

Susy estaba tirada en el suelo, respiraba muy agitada y su cuerpo lucía sucio, pintando con manchas color carmesí.

Valeria ni tardo ni perezoso se dejó ir sobre su hija para levantarla del suelo y abrazarla con fuerza.

Meció a la niña entre sus brazos como cuando era un bebé, dando gracias a todo porque ella estuviera bien.

Alan por su parte, no tardó en preguntar a la pequeña lo que había ocurrido con Ana.

—Se fue —dijo la niña casi sin voz con la garganta agotada, buscando el calor y refugio de los brazos de su madre.

— ¡Aléjense de ella! —habló una voz gruesa desde la puerta—. ¿¡Qué hiciste con Susy!?

Joey, quien acababa de entrar a la habitación se dirigió hacia la niña, que buscó aún más refugio en su madre, cubriendo incluso su rostro en el pecho de Valeria.

La mujer se negó a soltar a su hija, apretándola más contra sí.

Joey siguió caminando y repitió que debían alejarse de ella, moviendo las manos con desesperación de un lado a otro.

Alan dio vario pasos hacia atrás y rogó a su esposa hacer lo mismo. Al final y muy a desgana, la mujer hizo caso y apartó a la pequeña de entre sus brazos, para luego ponerse de pie.

Entre los tres formaron un círculo alrededor de la niña.

De su portafolio, Joey sacó un frasco pequeño lleno de agua, lo sujetó con fuerza y arrojó su contenido sobre la niña, que tenía una expresión de miedo en su rostro. Cuando el agua tocó su cuerpo, un vapor blanco se hizo presente, y en un parpadeo los ojos de Susy se borraron reemplazándose por dos agujeros negros.

La niña se arrojó hacia la puerta para dejarse caer al primer piso de un salto, escapando.

— ¡Obtuvo forma física! —explicó alterado Joey, mirando directo hacia la pareja—. ¡Alan, ayúdame, debemos encontrar a Ana y matarla! —Alan asintió con el ceño fruncido, para luego salir de la casa en dirección a la bodega en busca de algo que le sirviese de arma—. ¡Valeria, tú busca a Susy! Mientras Ana no tenga ojos, la niña está viva.

La puerta principal había sido cerrada por Joey, y el resto por Alan y Valeria.

Joey sabía muy bien que Ana continuaba dentro de la casa, así que si la encerraba, les sería menos difícil capturarla. Pero claro, tratándose de un ser maligno, eso nunca era del todo fiable.

Cada uno de los presentes llevaba consigo una lámpara —en caso de que Ana apagara las luces para esconderse— y un objeto que les servía como arma. Joey cargaba un machete, aunque al principio había pensado en realizarle un exorcismo a la criatura, siendo ya dueña de un cuerpo diferente al de Susy aquello era imposible.

A su vez, Alan tenía una barra de metal que había encontrado en la bodega, y Valeria llevaba consigo un hacha que su esposo le había dado.

Ahora estaban todos listos para encontrarla y regresarla al infierno.

En silencio, cada uno inspeccionaba un lugar diferente de la casa, revisando cada rincón por pequeño que fuese. Ana podría esconderse en cualquier lugar.

Valeria caminaba por la cocina cuando sintió una mirada a sus espaldas dirigirse hacia ella con maldad. Apretó con más fuerza el palo de su hacha y miró muy apenas sobre su hombro. Pudo divisar una sombra pequeña que caminaba en su dirección.

En un movimiento rápido, la sombra se arrojó sobre ella por la espalda así que Valeria se giró para hacerle frente, descubriendo que estaba sola.

Tronó la boca con irritación, suponiendo que la muy maldita debía estar jugando con ellos. De seguro, aprovechaba la tensión en el ambiente y el incontrolable temor que sabía despertaba en ella y su esposo, para jugar con sus mentes.

Pero no le iba a resultar, ella se mantendría firme.

Por su parte, Alan se encontraba revisando el patio porque minutos atrás le pareció ver cómo Ana se asomaba apenas de detrás del enorme tronco en el centro de éste.

Caminó con sigilo para asomarse detrás de éste, con el corazón latiéndole a mil por hora, y con la frente bañada en sudor. No había nadie.

Frunció el ceño todavía más, previo a dar un puñetazo al tronco del que alguna vez fue un gran árbol. Maldijo entre dientes y se dio la vuelta.

Antes de poder alejarse del lugar, sintió como alguien respiraba a sus espaldas, acariciándole el cuello con una helada brisa. Apretó la barra de metal con su mano derecha, preparándose para lo que fuera.

Se giró de golpe, topándose de frente con las negras cuencas de la criatura, que también estaban clavado en él. En su rostro había una sonrisa grotesca y jadeaba con excitación.

En un abrir y cerrar de ojos, Ana se dejó ir contra Alan, tirándolo al suelo para después dedicarse a golpearlo con salvajismo. El hombre se defendía como podía, intentando sacarse a la bestia de encima.

Gritó tan fuerte como pudo cuando Ana le mordió el hombro, provocando una herida que sangraba con profusión.

Alan tuvo un momento de alivio cuando Valeria —que era la más cercana al patio— había conseguido envolver a Ana en una sábana blanca, para así apartarla de su marido, dándole el tiempo suficiente para levantarse y ayudarla a sostenerla.

Segundos más tarde Joey salió también al patio, y ayudándose con una soga y una silla, sentaron a la criatura y la amarraron.

Valeria volvió a entrar en la casa para seguir buscando a Susy.

Como buscando aumentarle la desesperación, el Señor Bigotes bajó rodando las escaleras, hasta posicionarse frente a ella. La mirada de Valeria se llenó de odio, así que tomó al conejo por las orejas, caminó como alma que lleva el diablo hasta la cocina y encendió el horno de la estufa para arrojarlo dentro.

Salió de la cocina rumbo a la sala, ignorando el escándalo que se armaba en el patio al intentar domar a la bestia que tenían amarrada y que aun así, oponía una resistencia sobrehumana.

Entre todo el alboroto, pudo escuchar una vez más como alguien rasguñaba madera. Se mantuvo quieta y lo entendió. Subió las escaleras casi volando, se adentró en la habitación de Susy y se tiró al suelo para arrastrarse por todo el cuarto. Estaba segura de que era su hija quien rasguñaba.

El ruido provenía de debajo del suelo, sí, justo de las tablas podridas que estaban a un lado de la cama de la niña.

Valeria se asomó por el agujero en ellas, logrando notar como algo oscuro se removía ahí.

— ¡Susy!

●●●

Ana se reía en burla de los hombres que intentaban dominarla. La criatura comenzó a levitar todavía sobre la silla y después se dejó caer, rompiéndola en pedazos y liberándose de sus ataduras.

Se levantó con calma del suelo, manteniendo la cabeza baja, con el cabello cubriéndole el rostro pero dejando notar su perturbadora sonrisa.

Empezó a caminar en dirección de los dos hombres, con movimientos inciertos, débiles y los huesos emitiendo ruidos suaves como si estuviesen a punto de romperse.

—Ve con tu esposa y quédate con ella —le susurró Joey a Alan, transmitiendo por primera vez miedo e inseguridad en su voz—. ¡Vete!

Ana atacó a Joey sujetándolo por el cuello con odio al tiempo que empujaba su pecho con ambos pies, obligándolo así a caer con violencia en el suelo.

Al mismo tiempo, Alan salía corriendo en dirección del segundo piso, desde donde provenía la voz de su esposa y el crujir de madera al romperse.

Joey y la criatura se habían enfrascado en una lucha física que no duró mucho tiempo, debido a que Ana sujetó con más fuerza la garganta del hombre y empezó a golpear su cabeza contra el suelo hasta que un fuerte crack inundó el lugar, y a su vez, un charco de sangre emanó de la nuca del hombre.

No conforme con ello, Ana levantó una de sus manos hasta la altura de su cabeza... y en un golpe certero y potente, atravesó el pecho de Joey, aplastando su corazón contra el suelo.

Se levantó satisfecha, y acto seguido, se lamió la mano embadurnada con la sangre de su víctima.

Fijó su vista en la habitación de Susy tras girarse victoriosa, acercándose con tranquilidad hasta la sala, sin apartar la vista ni un momento.

En la habitación del segundo piso, Alan y Valeria habían tenido que romper las tablas para sacar a Susy del mismo lugar que Ana había utilizado como refugio. Su cuerpo estaba cubierto de sangre y tenía marcas de mordidas en los costados, además temblaba con fuerza porque más allá del dolor, se sentía aterrada. A pesar de todo, por fin estaba en los brazos de sus padres.

La pequeña alzó la cabeza para mirar a sus padres. Extendió su brazo hacia su madre en busca de protección, y con un susurro débil dijo:

—Mami... no quiero dormir.

La pareja se estremeció ante la voz moribunda de su hija, pero antes de que alguno pudiera decir algo, un ruido proveniente de la oscura esquina derecha de la habitación los puso en alerta.

De entre las sombras, una figura pequeña se hizo presente: El Señor Bigotes.

El rostro del conejo estaba desfigurado y su cuerpo calcinado se caía a pedazos. Aun así, el peluche estaba de pie, y caminaba rumbo a ellos a paso lento.

Con cada movimiento que el conejo realizaba, una nueva parte de su cuerpo se desprendía, dejando detrás de él un rastro de hollín y pelo quemado. Sus negros ojos miraban hacia un punto incierto, parecía estar poniendo toda su energía en desplazarse.

El Señor Bigotes continuó su andar, hasta que al fin, estuvo lo suficientemente cerca de la familia Darnell. Giró su cabeza hacia el lado izquierdo para mirar a la cara a los padres y su hija.

— ¡Déjanos en paz! —gritó Valeria horrorizada, pero al mismo tiempo llena de ira y desesperación—. ¡Todo es tu culpa, maldito conejo!

En el grotesco rostro del peluche pudo leerse una extraña mezcla de dolor y tristeza, como si las palabras de la mujer le lastimaran de verdad.

En un asombroso salto, Ana subió al segundo piso, cayendo frente a la familia sobre la planta de los pies y la palma de las manos. Sus rodillas sobresalían de su cuerpo, tomando una apariencia similar a las arañas.

La criatura los miró con sus negros ojos chorreantes de aceite y llenos de odio. Luego emitió un ruido demoniaco, una mezcla entre lamentos, gritos y rugidos, algo que ninguno de ellos había escuchado jamás.

El conejo se giró tan rápido como pudo, dejándose ver que si se movía un poco más a prisa, se caería a pedazos.

Retomó su caminar esta vez rumbo a Ana, quién abrió la boca enorme para soltar un grito grave y rasposo a modo de amenaza, pero el conejo no parecía intimidarse y continuó avanzando hacia ella.

—Lar-go —murmuró el Señor Bigotes con voz de ultratumba, erizándole la piel a los presentes.

El ambiente se tensó cuando el conejo estiró sus quemados brazos hacia los lados, para adoptar una pose de protección hacia la familia.

Sin esperar a nada más, Ana se abalanzó sobre él con furia, de la misma manera en la que lo había hecho con Joey. Sin embargo, apenas tocó al conejo, ambos se vieron envueltos en un mar de llamas, con la criatura destrozando los tímpanos de los Darnell con gritos demoniacos de dolor.

La criatura corría de un lado a otro intentando apagar el fuego que la estaba calcinando, sin ser capaz de apagarlo, mientras la familia veía estremecida cómo los cuerpos de Ana y el Señor Bigotes se carbonizaban.

La intensidad del fuego era tal, que algunas de sus extremidades se desprendía para caer al suelo. Desmoronándose sin dejar nada más que hollín.

Los gritos de Ana se hacían cada vez más fuertes al tiempo que el fuego se avivaba, produciendo una luz cegadora que lastimó los ojos de los Darnell. Para protegerse, se vieron obligados a cerrarlos con fuerza.

Entonces, un último grito espeluznante se dejó escuchar, con una duración mucho mayor a los anteriores que hizo cimbrar toda la casa.

Después reinó el silencio.

Susy fue la primera en abrir los ojos. Se removió en los brazos de sus padres al darse cuenta de que lo único que quedaba frente a ella, eran cenizas.

Intensas lágrimas de tristeza no se hicieron esperar para correr por el rostro de la pequeña, que con un movimiento de desesperación había conseguido zafarse al agarre de sus padres, y ahora estaba hincada sobre las cenizas.

—Señor Bigotes —susurró Susy, humedeciendo el polvo negro bajo su cuerpo—, gracias...

●●●

El sol por fin asomó sus primeros rayos en la lejanía, brindando de calor a Valeria, Alan y Susy, que se encontraban sentados sobre el pasto afuera de la casa.

Valeria limpiaba con cuidado la herida en el hombro de su esposo, después de haber atendido las de su hija.

Alan se puso de pie con una expresión preocupada. No podía evitar preguntarse ¿qué harían ahora? Joey estaba muerto dentro de su casa y era obvio, que ningún policía creería que un ente maligno lo había asesinado. Soltó un suspiro cansado antes de cerrar los ojos y pasarse una mano por la frente.

Valeria se incorporó también y lo abrazó, asegurándole que todo estaría bien, y que de un modo u otro saldrían adelante.

Entonces, se dieron cuenta de que Susy había estado caminando en dirección de la bodega. La cuál, estaba ubicada detrás de la casa, siendo un pequeño cuarto en donde Alan guardaba todas las herramientas de mantenimiento y limpieza.

La puerta estaba entreabierta, permitiendo a la niña mirar dentro. Estaba oscuro, por lo que le resultaba difícil distinguir lo que había en su interior.

Algo ahí se movió con brusquedad, así que Susy no dudó en retirarse. Sin embargo, algo muy dentro de ella le decía que se acercara, que todo estaría bien. A pesar de ello, la niña se mantuvo lejos. No sería la primera vez en la que se equivocara y tuviese que pagarlo caro.

El movimiento se repitió, y del interior de la bodega el ruido de un cojín cayendo al suelo se escuchó.

Alan se colocó de inmediato frente a su hija para protegerla de lo que fuese, temiendo que la criatura siguiera con vida, y entonces ocurrió lo que ninguno de ellos jamás hubiera imaginado. Algo que insultaba a su inteligencia, y que les provocó que una fuerte corriente eléctrica les recorriera.

El Señor Bigotes había salido rodando de la bodega hasta llegar a los pies de Susy. Pero no estaba quemado, por el contrario, lucía como nuevo.

La puerta se abrió más.

Susy sonrió tanto como pudo y las lágrimas comenzaron a fluir una vez más por sus ojos al verlo ahí. Ahora entendía que esa figura blanca que la había seguido desde el día en que despertó del coma, era Víctor. Su hermano.    

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