3:15 am.

La habitación se había sumido en un silencio más allá de lo perturbador, ya que Susy se mantenía rejega en responder a la pregunta de Joey y en su lugar, ambos intercambiaban miradas desafiantes. Incluso, una sensación de peligro parecía extenderse por el lugar.

Sin más remedio, el hombre se hizo hacia atrás para recargar su espalda, relajando por fin sus facciones.

Era muy obvio que Ana era inteligente y se cuidaría de no revelar su identidad o sería fácil detenerla.

En todos sus años como demonólogo, se había enfrentado con diversos tipos de seres malignos y siniestros; desde espíritus de brujas que proclaman su amor a Satanás, hombres que vendieron su alma, hasta los demonios mismos.

Así que dada su experiencia debía reconocer —cuando menos para sí mismo— que el ser que tenía frente a él era algo diferente.

A pesar de ser consciente de ello, había jurado por todo lo que amaba que ayudaría a quien lo necesitara para dar un buen uso a sus habilidades, así que él estaba dispuesto a enfrentar a esa cosa cara a cara. Aunque no debía tomarlo a ligera, ya que necesitaba usar su cerebro si quería conseguir que Ana se retirara.

Para lograr su cometido, primero debía enterarse hasta dónde la criatura controlaba a Susy, de otro modo sólo conseguiría hacerle daño... un error, y la niña lo pagaría.

El hombre se aclaró la garganta tras dar un pequeño suspiro de resignación, luego cambió su pregunta, para ocultar sus intenciones e incitar a Susy a tomar control de su cuerpo y que fuese ella quien le respondiera.

—Hola, nena. Perdón por ser tan brusco. Mi nombre es Joey Wilson ¿y el tuyo?

Susy miraba con claro recelo hacia el hombre, manteniéndose al margen de él.

Joey estuvo a punto de volver a hablar cuando la voz de Valeria se adelantó, pidiéndole a la niña con ternura disfrazada que saludara también.

Fue notorio para los tres adultos, que el roce de la mano de la mujer sobre la espalda de Susy la había estremecido, al tiempo que su rostro se suavizaba. La vieron tragar en seco cuando un escalofrío la recorrió.

—Me —dijo con temor la pequeña antes de volver a pasar saliva, haciendo un claro esfuerzo por responder—. Me llamo Susana. Susy —susurró.

—Qué lindo nombre. —La niña negó con la cabeza muy apenas al escuchar eso, para luego mirar sobre su hombro en dirección de la puerta—. ¿Qué ocurre? ¿No te gusta tu nombre? —Susy volvió a negar en silencio, aún sin despegar la vista de la puerta—. ¿Por qué?

—Porque ella lo profanó.

«Profanó», repitió Joey en su cabeza. Esa era una palabra difícil para que una niña de esa edad la conociera

— ¿Quién, Susy? ¿Quién profanó tu nombre?

La pequeña volvió a mover la cabeza de forma negativa, sin responder. En su lugar, miró hacia el suelo, dejando percibir que se sentía vencida. Quizá, Ana estaba mirándola amenazante desde la puerta y la obligaba a callar el dolor por el que la hacía a pasar.

—Dime, nena —comentó Joey con voz suave, llamando la atención de Susy, quien había volteado a mirarlo con ojos vacíos—. Tus papás me dicen que tienes una amiga. ¿Es cierto?

—Sí —respondió a la brevedad con voz aliviada.

— ¿Y en tu otra casa también tenías amigos? Me refiero a: amigos de los que nunca les hablaste a tus papás.

Susy se hizo hacia atrás y comenzó a juguetear con sus manos a modo de nerviosismo.

Joey al mirar la expresión de su rostro, se dio cuenta de que en el corazón de la niña había sentimientos encontrados. Supuso que en parte, debía tratarse del miedo por la situación con Ana, pero también del remordimiento de ocultar cosas a sus padres.

Para todos los niños pequeños, la regla número uno era: no hablar con desconocidos. Y era obvio que ella, había roto dicha regla en más de una ocasión.

Al comprender aquello, Joey le sonrió con comprensión cuando Susy le devolvió la mirada, para darle a entender que todo estaría bien. Que él haría lo que pudiese por ayudarla y que sus padres entenderían.

—Sí... —respondió por fin Susy luego de unos segundos de silencio—. Tenía tres amigos en mi antigua casa. —Hizo una larga pausa antes de volver a hablar—. Iban a jugar conmigo cuando mis papis dormían, señor. —Volvió a guardar un largo silencio, aunque su rostro expresaba que había algo más qué decir—. Pero ninguno era como ella —masculló.

—Entiendo. Eso quiere decir que eres alguien muy especial —dijo Joey manteniendo su sonrisa.

— ¿Lo soy?

—Claro. Mira, te pondré un ejemplo. —El hombre señaló con el dedo índice la totalidad de la habitación mientras agregaba—: ¿Puedes decirme si hay alguien más aquí?

Susy paseó sus ojos por cada rincón del lugar, pero cuando miró una vez más hacia la puerta, la piel se le erizó de forma notoria. Se giró con claro temor en su rostro para no mirar más hacia ahí.

Valeria se removió en su lugar ante la actitud de la niña, y de inmediato se viró hacia su marido en busca de apoyo. Alan imitó el gesto de su esposa compartiendo el mismo frustrante miedo que ella.

La habitación se mantuvo en silencio, con todos los adultos presentes centrando su atención hacia la niña.

Ella, por fin había detenido su vista, observando con sumo interés y curiosidad hacia la esquina derecha en el fondo de la habitación. Inclinó muy apenas la cabeza y entrecerró los ojos.

—Ahí hay alguien. —Fue la respuesta de Susy. Había señalado con su dedo índice hacia la oscuridad de aquella esquina—. Luce muy molesto.

—Sí —reveló Joey con total calma, confirmando así sus sospechas sobre la niña. Susy era un ser de luz, que poseía el mismo don que él. Por desgracia, eso era malo—. Ese ser es un demonio, Susy —dijo sin mirar hacia dicho lugar—. Y lo que quiere es hacerme daño, pero como no puede hacerlo, está molesto.

Susy observaba ahora directo al hombre, aumentando la curiosidad en su mirada. Una sombra blanca y brillante se mostraba en la espalda de Joey, aferrándose con fuerza de sus hombros.

Tras observar a dicho ser, y darse cuenta del parecido que tenía con eso que la seguía desde el día en que salió del coma, la niña sintió enormes dudas crecer dentro de su cabeza. Había tanto que quería preguntarle a ese señor de apariencia sabia.

Sin embargo, por más que se esforzaba, no era capaz de formular ninguna pregunta.

Ana le evitaba el acceso a sus propios pensamientos, así que estaba casi limitada a respuestas simples y automáticas. Aun así, lo intentaría.

—Un demonio —repitió la niña sin apartar su vista de aquella silueta brillante, dejando a la interpretación que estaba absorta en su cabeza—. ¿De dónde viene, señor?

—No importa de dónde venga, Susy —habló Joey con calma—. Muchas criaturas como esa vienen a éste mundo, pero al final, ninguno puede quedarse.

El rostro de Susy se endureció de pronto y el ambiente se tensó de nueva cuenta. La niña dio un par de pasos hacia el frente para apoyarse sobre la mesa, poniendo a Joey en estado de alerta.

Una mirada rabiosa brillaba en los ojos de la niña; al parecer, el comentario de Joey había causado una clara molestia en Ana. A pesar de todo, Susy se mantenía inmóvil frente a él, con el cuerpo rígido y los ojos entornados.

— ¿Sabes? —habló Susy con un dejo de molestia—. También puedo ver a alguien más en éste lugar. Y está parado justo detrás de ti.

—Es mi madre —respondió Joey, manteniéndose tranquilo pero atento.

—Luce tan vulnerable... —susurró mordaz—. ¿No te da miedo que algo malo le pase, por meterte en lo que no te incumbe?

—No, porque ella está protegida por algo mucho más poderoso. Así que te recomiendo, SUSANA, que no me amenaces —contestó Joey con firmeza, y tras hacer énfasis en el nombre, murmuró el resto.

La niña dibujó una media sonrisa burlesca en sus labios, que se aseguró de sólo mostrar al hombre frente a ella.

Luego, se giró hacia su madre y utilizó su expresión más tierna para dirigirse a ella. Con voz en extremo dulce y una mirada encantadora digna de Susy, le comentó a su madre que necesitaba ir al baño.

Valeria se puso de pie y tomó la mano de Susy antes de preguntar a Joey por la ubicación del baño. Él negó con la cabeza, diciéndole a la mujer que alguien más se encargaría de acompañarla. La casa era tan grande que si no se le conocía bien, podrían perderse.

Claro que su comentario no era del todo cierto, aunque la casa fuese grande, no era lo suficiente como para que se perdieran en su interior. Aquello era sólo una excusa, quizá una bastante torpe, pero bastó para que Valeria cediera en dejar que su ama de llaves se llevara a la niña.

Joey alzó la voz para llamar a Abril y pedirle dicho favor.

La mujer no tardó más que unos minutos en aparecer. Tenía una apariencia madura, robusta y su cabello era aún dorado pese a su edad.

El hombre se aseguró de advertirle a Abril que tuviese cuidado con ella, pero sobre todo, le suplicó no dejarla sola en ningún momento.

Así pues, el ama de llaves y la niña salieron del lugar, dejando a Joey en la oportunidad perfecta para hablar con los padres de Susy.

Pese a la ausencia de la niña, y por ende, también de Ana, el ambiente se mantenía tenso, con un silencio que penetraba en el alma.

Joey inhaló y exhaló con cansancio, buscando las palabras adecuadas para informarle a la pareja lo que estaba ocurriendo con su hija. Si bien la pequeña seguía ahí, quien controlaba su cuerpo con mayor frecuencia, era Ana.

Le había bastado esa breve charla para darse cuenta de la gravedad del asunto.

Ana, no sólo estaba alimentándose de Susy, también estaba usurpando su identidad. Susy dijo que ella había profanado su nombre, y en realidad, así era. La criatura había tomado parte del nombre «Susana» para darse una identidad a sí misma.

Desde el primer día en que la pequeña simpatizó con la criatura, Ana había convertido poco a poco a Susy, literalmente, en una marioneta.

Con el control casi total de la niña, y el acceso a ella para alimentarse, sólo sería cuestión de tiempo para que consiguiera extraer toda su esencia. De esa manera podría crearse un cuerpo físico, y si eso llegaba a completarse, Susy moriría.

Joey intentó ser lo más claro posible en su explicación, para que la pareja entendiera la situación por la que pasaba. Y por lo que podía apreciar en sus rostros aterrados y consternados, lo había logrado.

Sin lugar a dudas, le habría gustado dejar las cosas como estaban y darles un respiro a los pobrecillos padres, pero aún faltaba algo importante por explicar.

Y es que los entes como Ana, a diferencia de los demonios, no elegían a sus víctimas de forma tan meticulosa. Porque, mientras que un demonio afectaba a las personas más psicológicamente vulnerables, los seres como ella atacaban a todo quien les atraía.

—El problema es —habló Joey con voz intranquila—: ¿en qué momento Ana, siendo un ente confinado a lo más profundo del infierno, logró adherirse a Susy?

La pareja intercambió miradas dudosas tras escuchar semejante pregunta, que si bien no iba dirigida para ellos, sentían la obligación de buscar una respuesta.

Alan se removió en su lugar para después contarle a Joey como su hija, desde que era bebé y él y Valeria la acostaban en su cuna, no pasaba mucho tiempo estando a solas para que comenzara a reírse.

En el monitor para bebé jamás pudo divisarse nada, excepto a Susy riéndose mientras miraba hacia el techo.

Año y medio más tarde cuando apenas había aprendido a hablar, se despertaba en la madrugada e iniciaba largas pláticas en la oscuridad, aguardando incluso silencio entre sus mal formadas oraciones, como dando tiempo para escuchar la respuesta.

A partir de ahí, la niña se había despertado todos los días a la misma hora: tres con quince de la mañana.

Además de eso, Susy siempre manejaba la misma rutina, la cual consistía en caminar hasta la mitad de su habitación, sentarse ahí con las piernas cruzadas e iniciar sus juegos y charlas con algo que sus padres nunca pudieron ver.

Juegos, que siempre terminaban a las tres con treinta.

La pareja solía enterarse de todo lo relatado con ayuda del monitor en la habitación de su hija, y habían decidido turnarse para volver a acostar a la niña.

Con el paso de los años, aquello se volvió rutina, por lo que tanto Alan como Valeria descartaron que los juegos de Susy fuesen extraños. En lugar de eso, creían que tenía una gran y vívida imaginación.

Para cuando Alan había terminado con su relato, había dejado a Joey estupefacto en su lugar, sin ser capaz de dar crédito a lo que escuchó.

Un ceño fruncido se formó en su rostro al tiempo que miraba con severidad a la pareja.

—Déjenme ver si entiendo —comentó Joey con un dejo de molestia—. Susy se despertaba todos los días desde muy pequeña a las tres y cuarto de la madrugada para jugar sola... ¿y ustedes creyeron que era normal? —Alan y Valeria se encogieron en su lugar manteniéndose callados, intercambiando miradas llenas de culpa—. No quiero sonar grosero pero ¿dónde la vieron?

—N-nuestro hijo mayor, que en paz descanse, hacía lo mismo —agregó Valeria intentando defenderse un poco, sin embargo, en el fondo sabía que él tenía razón. No tenían excusa.

—Él también debió ser como nosotros, pero ustedes no se dieron cuenta. —Joey se aclaró la garganta antes de suspirar profundo, no era el momento indicado para regañar a los padres—. Como sea... ¿hay algo más? —La pareja negó con la cabeza—. ¿En ningún momento vieron a Susy asustarse mientras estaba sola? ¿O quizá deprimirse sin razón aparente? —insistió.

—No...

— ¡Sí! —interrumpió Valeria a su esposo, ganándose una mirada confundida de él—. Cuando Susy despertó del coma parecía otra.

—Espera... —comentó de golpe Joey, formándose en su rostro una expresión todavía más inquieta—. ¿Estuvo en coma?

Valeria asintió una sola vez, recordando como hace un poco más de un año, aquel incendio vino a cambiar sus vidas de forma tan abrupta.

En su mente se asomó el momento en el que ella y Alan llegaron a la casa tras recibir tan horrible noticia, descubriendo que el edificio que alguna vez llamó: hogar, no era más que cenizas y escombros.

Y ahí, debajo de las ruinas, se encontraban sus dos hijos.

Los bomberos habían extinto casi por completo las llamas, y más de un rescatista se encontraba buscando los cuerpos de Víctor, el hijo mayor de la pareja, y el de Susy.

Su corazón fue desgarrado en miles de pedazos cuando escuchó gritar a uno de los traga-humos, informando a sus compañeros que había encontrado el cuerpo calcinado de un joven no mayor a dieciocho años.

Valeria jamás supo si habían transcurrido segundos, minutos, u horas desde el primer hallazgo, hasta el momento en que encontraron el segundo cuerpo.

Susy de alguna forma, pese a estar bajo la mayor parte de la construcción y encontrarse inconsciente, estaba viva.

Algunas vigas habían caído sobre su pequeño cuerpo, formando una especie de barrera que le impidió morir aplastada.

Cuando llevaron a Susy al hospital y se enteraron del estado en que se encontraba, por una fuerte caída y diversas quemaduras por todo su cuerpo, la fortaleza que alguna vez existió en la pareja se derrumbó... desearon estar muertos también, así tal vez estarían todos juntos de nuevo.

Aunque su interior estaba desgarrado, y había heridas internas que jamás cerrarían por el dolor que el incendio les provocó, continuaron al lado de Susy en el hospital.

Los doctores les habían dado pocas esperanzas respecto a que su hija despertara, pero algo muy en el fondo les decía que no se rindieran.

Y fue entonces, justo la noche en que una semana se había cumplido, que Susy despertó.

La pequeña miraba a su alrededor confundida y no dejaba de preguntar por lo ocurrido, porque sólo recordaba haber sentido mucho calor y luego como todo se venía abajo.

Valeria y su esposo no cabían en ellos mismos por la felicidad, que por desgracia, no duró mucho. La personalidad de Susy había cambiado en su totalidad.

De ser una niña alegre, llena de vida, juguetona y encantadora, se había convertido en alguien que sólo deseaba dormir. Que siempre lloraba, e imploraba a gritos a su madre que no la dejara sola. Solía decir que estaba asustada de estar despierta, y que sólo durmiendo estaban a salvo.

En distintas ocasiones, Valeria pudo observar cómo Susy se encogía sobre la cama, procurando mantenerse lejos de los bordes.

Siempre buscaba estar cubierta por las sábanas, y de vez en cuando, se despertaba por las noches llorando a gritos.

El día en que dieron de alta a Susy, una enfermera de edad avanzada les sugirió llevar a su hija con un psicólogo, y después mudarse a un lugar más tranquilo.

—Pero Miriam, su psicóloga, dijo que su cambio de actitud se debía al trauma por el accidente y la muerte de Víctor —agregó Alan alterado, limpiándose el sudor que escurría por su frente.

—No, no fue así. —Joey se puso de pie y caminó hacia atrás, dándole la espalda a la pareja, pensativo. Ahora, todo estaba claro.

Susy era como él. Capaz de ver, oír y sentir cosas que la mayoría de las personas no.

Pero además de eso, Susy despertaba cierta atracción a los entes malignos, y eso se debía a que ella, era un ser de luz. Para dichas criaturas, era como vivir encerrados en un cuarto tan oscuro, que no se pueden ver ni las palmas de las manos.

Un lugar en el que aun cuando sus ojos se acostumbran a la penumbra, no se distingue nada más allá de sombras e imágenes poco nítidas. Estando atrapados ahí, sin más opción que deambular sin rumbo.

Así que, el tiempo en que Susy estuvo en coma, caminó entre el sendero que divide la vida y la muerte. Y para esos seres, fue como encender un foco en dicho cuarto.

Muchos entes malignos pudieron verla y se acercaron a ella como insectos a la luz, pero solo uno pudo alcanzarla.

Así que el día en que Susy despertó, no volvió sola. A partir de ese día, Ana había seguido a la niña, y en la primera oportunidad que tuvo, logró simpatizar con ella haciéndose pasar por su amiga.

Así, Susy se entregó a ella por voluntad.

— ¡Joey! —Se escuchó de pronto gritar a una voz femenina, y pasos apresurados acercarse hacia la habitación. El ama de llaves entró bañada en sudor y con una mirada aterrada—. ¡Joey, la niña desapareció! ¡Estaba esperándola afuera del baño pero jamás salió, entré y no había nadie!

—Ana se la llevó... —masculló Joey.

El ambiente se tornó frío y el tiempo parecía transcurrir lento. Cada segundo se sentía como una hora...

Joey salió de la habitación cual ráfaga y desde el pasillo le gritó a la pareja que regresara a la casa, haciendo énfasis en que tenían que encontrar a la niña, y sin importar lo que ocurriera, no debían cerrar ninguna puerta.

A su vez, ordenó al ama de llaves que le bajara del segundo piso su portafolio.

Al final del pasillo estaba ubicada una puerta de color café con un letrero de no entrar pegado al frente. Era muy angosta y de todas formas, entró a la desesperada en la pequeña habitación para sacar de ahí varios frascos y un libro negro. No sin antes prometer a los Darnell que iría detrás de ellos.

Alan y Valeria salieron de la casa, se subieron al auto y emprendieron el camino.

Las calles estaban totalmente solas, y la oscuridad de la carretera parecía devorarlos conforme se adentraban en ella.

El auto iba a tal velocidad, que casi podría decirse que volaba, pero ya no existía ni el más mínimo pensamiento que le dijera al hombre que debía ir más despacio.

Mientras Alan conducía, Valeria había comenzado a rezar todo lo que alguna vez aprendió. Tragándose el orgullo, y a causa del desesperante miedo que lo invadía, Alan la acompañaba en sus rezos.

De cuando en cuando, la mujer se pasaba una mano por el rostro para secar las lágrimas que brotaban de sus ojos, mientras luchaba por controlar los espasmos musculares que hacían temblar su cuerpo. Estaba invadida por emociones, no sólo de miedo y angustia por su hija, sino también de rabia y desesperación por su propia debilidad.

Se encontraba tan alterada, que la cabeza le había comenzado a doler, y respirar se estaba convirtiendo en un lujo para ella.

Un ataque de asma le sobrevino durante el trayecto, así que había escondido su rostro entre sus manos por varios minutos, luchando por recobrar el aire que comenzaba a faltarle y le presionaba el pecho.

Cuando por fin logró tranquilizarse un poco, alzó la vista mientras rebuscaba el inhalador dentro de su bolso.

Sus ojos se abrieron enormes al darse cuenta de algo que le heló todavía más la sangre: La radio estaba encendida pero no emitía sonido alguno.

En realidad, no podía escuchar nada, se trataba de la misma sensación de sordera que había experimentado días atrás.

Negó con la cabeza antes de estirar el brazo para girar la perilla del volumen y subirlo, aun esforzándose por respirar. Nada se escuchaba. Se giró con brusquedad hacia su bolso ésta vez, en busca del reloj...

—A-Alan —susurró con la voz atorada en la garganta. El cuerpo le temblaba sobre manera y en su estómago había el nudo más grande que jamás había experimentado.

Su esposo volteó muy apenas a mirar lo que su esposa le señalaba. Una intensa corriente eléctrica le recorrió la columna, y su rostro palideció en cuestión de segundos al fijar sus ojos en el reloj...

Tres con quince.

Estaban seguros de que hacía horas que habían salido de la casa para recoger a Valeria. Duraron horas en casa de Joey y a pesar de todo, el reloj no se había movido. Como si estuviesen atrapados en esa hora de la madrugada.

Fue entonces que ambos prestaron atención a su entorno. La oscuridad escalofriante, la soledad absoluta de la carretera, la ausencia de calor...

Acababan de darse cuenta de que Ana no solo tenía en su poder a Susy, sino también a ellos, transportándolos de alguna forma a un lugar de tinieblas, donde era probable que ella podía utilizar todo su poder.

Ana controlando a Susy.

Dibujo hecho por: Jesus Pérez. (Gracias, mi amor. Te amo ♥)

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