1; 3
III
¡Tanto lamento que te hayas ido!
¡Tan profundo en mi mente!
Extiende sus brazos como un par de imponentes alas, abriéndose. Los divinos muslos blancos brillan gracias a la mezcla de fluidos que se ha albergado allí. El cabello alborotado, los huesos tronadores. Después de un tiempo, ha aprendido a follar con sus clientes sin sentirse sucio o utilizado. A veces le asquea, pero ese hombre es uno de los menos desagradables (y adinerados), así que solo se deja hacer.
Una vez terminada la jornada, la canosa cabeza reposa en su cuello, adorándole. A través de las cortinas observa aquella endemoniada luz roja, que le hace pensar en un amanecer apocalíptico. Puede presenciar las llamas consumiendo al pueblo. Sonríe con malicia al imaginarlo.
—Yětù. —El hombre busca su atención.
—Mande —responde extraviado en sus fantasías.
—Mi visita de hoy se debía a un encargo especial... pero ya ves, eres toda una tentación. —Los arrugados labios besan sus clavículas marcadas.
Aquello estimula de forma perversa su ego, que es tan grande como falso.
—¿De qué se trata en esta ocasión? —responde revolviéndose en las sábanas. El cabello ajeno le hace cosquillas.
—A lo largo de la semana, un hombre joven vendrá. Es muy extraño, ¿sabes?
¡Joven!
—¿Es guapo? —Yang Yang inquiere curioso, incluso sus ojos parecen brillar. Los nuevos clientes siempre son tan horribles y excitantes.
—Hm... sí. Supongo que sí.
—¿Y qué busca? ¿Un hígado, un riñón o... quizás... un corazón? —El chico se monta sobre su amante consentido. Aquel con quien tiene un pacto.
—Algo que no te imaginas, pequeña liebre —dice el viejo deslizando sus manos por las caderas que le invitan a pecar como se debe—. Es un pervertido, y viene buscando también algo de ti. Se ha mostrado muy insistente cuando le comenté que tú realizabas entregas. Al parecer te conoce, y ha preferido tomar de tus manos lo que necesita.
Yětù para en seco. Por unos instantes aquella situación no le simpatiza.
—¿Cómo se llama?
—Zhou.
—¿Cuántos años tiene?
—Eso ya lo sabrás. Ahora es más importante que escuches mis indicaciones y las sigas al pie de la letra. Me ha pagado por adelantado, así que no hay vuelta atrás.
El chico suspira. Desde hace un año no solo vende placer, sino que participa activamente en el tráfico de órganos. Es desagradable e ilegal, pero gracias a ello puede darse el lujo de pagar más rápido su deuda, y de paso, usar aquellos perfumes caros que son su adicción.
~ * ~
Cuando el vaso está completamente lleno, asiente y camina con cuidado hacia la mesa, esquivando los restos de plástico regados por la duela. Anda descalzo, como de costumbre. Piensa que sería una tragedia resbalarse y que todo ese líquido rojo se derramara por doquier. Tan solo imaginarlo revuelve sus entrañas. Tendría que limpiar con sus manos, mancharse las rodillas, desvelarse hasta que no quedara ni una sola gota carmín en aquella habitación que lo es todo para él. No caben dudas: es un castigo divino. Lo que más odia, lo que le atormenta se encuentra ante sus ojos.
Sangre fresca recién llegada al medio día, lista para ser servida. Nadie jamás había solicitado antes algo así, y Yang Yang, con todo y las mil experiencias retorcidas que posee acumuladas a lo largo de su vida, aún no ha perdido la capacidad de sorprenderse. ¡Vaya que los locos existen! No tiene ni la menor idea de cómo podrá ser su nuevo visitante, pero con conocer sus hábitos es suficiente.
Jamás volverá a beber del gran vaso amarillo donde el manjar fue vertido. Lo siente de verdad, porque es muy viejo y le trae buenos recuerdos; pero es que no había otro en la cocina y... bueno. Qué más da.
Su mente regresa al presente, e incluso avanza hacia el futuro.
Como probablemente el hombre sea un violento psicópata, decide actuar de forma adorable. Quizás le ayude en algo, quizás no; pero con intentarlo no pierde nada. Mientras no le magulle el rostro, todo está bien. Se coloca entonces una bonita blusa porosa color café, adornada con pedrería. Pantalones cortos que le hacen lucir orgulloso sus hermosas y potentes piernas pálidas. El cabello ligeramente alborotado, dándole un toque casual, pero atrevido. Termina delineando de negro sus ojos.
Es muy hermoso, por lo que, de vez en cuando, se siente seguro.
A las ocho de la noche, Takeko se asoma a la habitación y lo llama.
—Un hombre ha venido a verte, Yětù. Es nuevo, dice que ya tiene una cita arreglada contigo.
El chico asiente, se levanta del tocador y se observa una vez más antes de salir.
—¿Cómo es?
—Es el cliente más guapo que ha venido a este lugar, mi cielo. ¿Cómo le haces para atraer a ese tipo de personas?
—Magia —responde tajante, andando escaleras abajo.
A la entrada yace un sujeto alto, delgado y bien recto. Porta ropas negras, desde los zapatos hasta la camisa; y una cruz de plata cuelga elegante sobre su pecho. Es moreno claro, trae el oscuro cabello bien peinado, y su rostro no puede ser más atractivo. Labios pequeños, el inferior más grueso que el superior; nariz perfecta, ojos rasgados donde la noche más negra se alberga con recelo; cejas pobladas, expresión seria.
Cuando ambas miradas se cruzan, Yang Yang no puede evitar sonreír. Ese tipo de hombres le ponen nervioso, y logran sacar lo peor de sí. Incluso todas las mujeres que trabajan allí están presenciando la escena.
En cuanto toca tierra, anda balanceando sus caderas lo más naturalmente posible.
—¡Hola! Tú has de ser Zhou, un gusto. —El chico saluda, endulzando la voz.
Sin embargo, el aludido solo asiente.
—El placer es mío, Liebre.
Aquellas palabras le hacen estremecer, le excita conocer al pervertido. Con una sonrisa espléndida, invita.
—Ven, acompáñame. Subamos.
Yětù no pierde el tiempo y lo toma de la mano. Sin embargo, se sorprende al sentirla tan fría y áspera en pleno verano. Por segunda vez consecutiva, tiembla ante su contacto. Ni siquiera disimula.
—¡Estás helado! —exclama avanzando por los escalones—. Con tanto calor que hace... ¿O acaso el caliente soy yo? —aprovecha para poner en marcha sus dotes seductores.
De alguna forma, ambos terminan encerrados en la habitación. Zhou observa a su alrededor, familiarizándose con el escenario. Ve una mesa, la cama y un balcón. Lo demás es todo desorden; ropa, basura, sábanas, e incluso una cucaracha en la pared. Dulce suciedad.
—Tengo tu encargo —avisa Yang Yang—. Puedes sentarte y tomarlo... o jugar conmigo, ¿qué prefieres?
La respuesta es decepcionante.
Ambos permanecen sentados ante la mesa. Zhou toma el vaso, lo huele, y procede a beber. Liebre tiene que desviar su mirada para no vomitar. Un montón de emociones se albergan en su pecho que está a punto de explotar. Por una parte, la luz que su pequeña lámpara desprende no alumbra lo suficiente, y la oscuridad comienza a reinar por todas partes. Hay un hombre guapo hasta el infierno metido en su habitación, pero es tan callado, misterioso y asqueroso, que termina siendo una de las noches más agobiantes de su vida.
Ya te han pagado, solo debes soportarlo.
En un arranque de desesperación, el chico busca cualquier tema de conversación.
Resulta gracioso... Zhou solo sale de noche, su piel es muy fría, viste de negro y hasta bebe sangre. Le recuerda a una de esas criaturas que salen en las películas, ¿cómo era que se llamaban? Ah, sí...
—Entonces eres un vampiro. —Yětù pronuncia sin pensarlo.
La reacción que recibe a cambio no es la que esperaba. El hombre lo mira con sus ojos bien abiertos, parpadeando varias veces. Es como si hubiese descubierto el secreto más sucio y vergonzoso que tanto le había costado guardar.
Aquello es divertido. Incluso pareciera que se ha sonrojado.
—Sí —confiesa muy serio—. ¿Es tan evidente?
—Algo. —Yang Yang sonríe malicioso. Ha encontrado una manera de distraerse—. ¿Cómo fue que te convertiste en un chupasangre?
Zhou reflexiona la respuesta. A esas alturas, el chico está aguantándose la risa. No puede creer lo demente que está su cliente. Complejo de vampiro, ¿eh?
—Fue en un accidente, hace algunos años.
El bonito muchacho continúa haciendo preguntas, que son respondidas en un tono tan sincero que perturba. Sin embargo, llega un momento en el que su cerebro se seca, además de que el supuesto vampiro le mira molesto. Quizás no debió reírse tan fuerte cuando mencionó que dormía en un ataúd.
—Y... ¿no vas a follarme? —repara al final, porque quiere que le clave los dientes o algo así.
Zhou termina de tomarse hasta la última gota, relamiendo el líquido sobrante en sus labios y se niega. Deposita un billete en la mesa antes de partir.
—Oye, no hace falta. —A pesar de todo, Yang Yang siente vergüenza por sus actos y decide no aprovecharse de él. Lo detiene en la puerta—. Mi jefe me dijo que ya has pagado, e incluso me dio mi parte.
—Eso fue por la sangre. Esto va por tu compañía.
—¿En serio? Pero soy un cabeza hueca, y tampoco has querido acostarte conmigo. —Para Yang Yang, ante todo debe ir la honestidad.
—Tómalo y cómprate algo de comer. Luces enfermo. Descansa.
Aquellas palabras golpean su autoestima profundamente, tanto que permanece callado, inmóvil y perdido minutos después de que el extraño saliera. ¿Tras arreglarse con esmero eso es lo que recibe? ¿Que le digan muerto de hambre? Zhou promete volver cada tercer día, pero a Yang Yang poco le importa y hace sus rabietas.
Mientras lava el vaso aguantando la respiración, con la luz lunar reflejándose sobre el grifo, le manda con todas sus fuerzas mil vibras negativas. Lepra, cáncer, tuberculosis, sarampión...
Ojalá te encierren en un manicomio, loco asqueroso. El enfermo eres tú.
Y se va a acostar, dejando su miserable lámpara encendida, porque los auténticos vampiros pueden atacar en las penumbras.
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