Capítulo 10

*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo y los capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas.

Capítulo 10. Caída libre

Generalmente, Jungkook se rehusaba a reproducir ciertas oraciones en voz alta, sabiendo que provocaría que algunas personas le miraran como si fuera un rarito. Pero a él le gustaba que la lluvia le diera en la cara. Sí, sonaba peliculero y ciertamente desaconsejable a no ser que quisieras agarrar un catarro de primera mano. Pero es que, cosas así, como la llovizna fresca y fugaz que caía del cielo, le hacían sentir que tenía algún sentido seguir allí...

Estaba sentado en un bar y miraba a través de la ventana sin escuchar lo que diablos le estaba diciendo su padre y la encantadora y charlatana de su novia. Y él se preguntaba, ¿por qué diablos no me traje la cámara? Una cena exquisita pero aburrida, sin televisor, sólo con el hilo musical que producía el pobre pianista que, a unos metros de su mesa, continuaba prestando servicio sin descansar desde las cuatro de la tarde. Y bien, a él le daba bastante igual, si bien, su mente divagaba de un lugar a otro y doblaba la cabeza mirando a la gente superficialmente e imaginándose historias raras e increíbles.

Por un momento, labró una escena onírica donde podía ver a Taehyung de espaldas, igual que cuando le veía en clase sentado en algún pupitre más adelante. No iba a encontrarle allí, claro, no en un lugar donde los entrantes de la carta ya debían valer aproximadamente la mitad de lo que un ser mortal consideraba como un sueldo mínimo.

—Bueno, y, ¿ya te has echado una novia, Jungkook? —preguntó Sunmi.

La extraordinaria pregunta le hizo escupir una carcajada. En serio, no se había reído de ella ni nada por el estilo, simplemente, la idea fugaz de sí mismo, que no sabía ni cómo dejar de comportarse como un gilipollas integral, de la mano de alguien, se le hizo categóricamente estúpido y, por qué no, cómico.

Jungkook se topó con la mirada de Seung, que le juzgaba como si fuera un maleducado.

—No, uh, que va, no —dijo Jungkook rápidamente, en un tono más formal—. Yo, no...

—Oh —ella abrió la boca con lo que parecía una respetuosa mueca de sorpresa—, ya veo. Entonces, ¿no son las chicas? ¿Es eso? ¿Tienes novio?

Jungkook se quedó a cuadros, sus pupilas viajaron hacia su padre de nuevo, y de repente, la situación se volvió extremadamente incómoda. ¿Qué diablos?

—No tengo nada —cortó Jungkook.

Soltó el maldito tenedor junto al plato y agarró la servilleta que se encontraba doblada sobre sus muslos, que se pasó por las comisuras de los labios.

—Bueno, no sería un problema si lo tuvieras —dijo su padre de repente.

Jungkook levantó la vista temiéndose lo peor. ¿Iban a ponerse súper enrollados? Porque no había nada más jodidamente incómodo que un adulto creyéndose enrollado, Dios santo.

—Así es, Seung —le apoyaba ella, y ladeó el mentón en su dirección—. Hoy en día, es normal entre los jóvenes. El partido de izquierdas está apoyando una introducción del proyecto de ley contra la discriminación, combinada con otros proyectos legislativos al respecto, que engloban al colectivo LGTBI. Representa una oportunidad histórica para igualar los derechos de todos los ciudadanos del país.

Ellos dos se miraban, y luego giraron la cabeza al mismo tiempo hacia Jungkook. Las comisuras de sus labios estaban tensándose muy lentamente. ¿De eso iba aquello? ¿Le estaban preguntando si era gay? Él tenía en mente perfectamente los tiempos de desarrollo y nuevas implementaciones que corrían, pero no creía que fuera necesario que hablase con nadie de sus etiquetas.

—Voy a, eh, tengo que ir al lavabo —se excusó Jungkook levantándose.

Necesitaba escapar de aquello cuanto antes. Se metió en el cuarto de baño de los caballeros unos minutos, en los que liberó la vejiga y luego se miró en el espejo lavándose las manos. Antes de salir del cuarto de baño ya sentía que quería marcharse. No como desprecio a su padre o a Sunmi, si no por auténtico aburrimiento. Quizá todavía estaba a tiempo de encender el ordenador y jugar a algo hasta que se acostase, comiendo patatas fritas y ganduleando con Buddy. No debía haber rechazado el plan de Jimin acerca de ir con sus padres y su primo Hoseok en su visita a Incheon, y de paso quedarse a cenar por allí. Pero como últimamente no estaba muy de humor, había preferido acompañar a su padre esa noche antes de que volviera a ausentarse indefinidamente en sus constantes reuniones con la jet set.

Al salir del baño vio que no estaban en la mesa y buscó a Seung con los ojos en la barra, donde estaba pagando la cuenta con su tarjeta. Jungkook se acercó a su hombro, guardándose las manos en los bolsillos.

—¿Está bien si me voy a casa? —le preguntó.

—Iba a preguntártelo —le devolvió el aparatito electrónico al trabajador bien trajeado que le cobraba, y luego de abrir la cartera para guardase la tarjeta de crédito, sacó unos generosos billetes doblados y se los ofreció a su hijo—. Ten.

—No es necesario —negó Jungkook, que los tomó segundos después por la insistencia del padre.

—Guárdatelo. No volveré hasta el miércoles —dijo abotonándose la chaqueta.

Jungkook levantó ambas cejas, se metió el dinero en el bolsillo y suspiró.

—Vale. ¿No vas a dormir en casa?

—No. Un familiar cercano de Sunmi ha fallecido —le contó brevemente—. Quiero quedarme a su lado. Además, mi vuelo saldrá mañana a las seis. No me quedan muchas horas por aquí —le dio un trago al chupito gratuito que les habían dejado en la barra.

—De acuerdo —asintió Jungkook, sin más.

Su padre le miró de medio lado, casi como si pensara algo bueno de él. Por ejemplo, que casi nunca se quejaba. No le pedía dinero, y, más allá de sus eventuales suspensos, aquella portada en el periódico, y sus gustos por las motocicletas demasiado caras, era un buen chico. Él le dio un par de robustas palmaditas en la espalda a su hijo, que casi tumbó a Jungkook, de no ser porque pudo apoyarse a tiempo con las manos en la barra.

—Estás hecho un hombre, ¿eh? —le lanzó con un nuevo ánimo.

—¿Y me lo dices después de dejarme caer si soy gay? —reformuló el chaval.

Seung soltó una risita y le indicó con la cabeza que arreara. Jungkook vio regresando a Sunmi del cuarto de baño de las señoras con el monedero rojo de brillantes cuentas en las manos, a juego con su vestido carmín y sus uñas enlacadas. Él se despidió deseándoles las buenas noches con una inclinación de cabeza, a la mujer le respondió muy familiarmente que tuviera cuidado y pidiera un taxi de vuelta para evitar esa lluvia molesta.

Jungkook salió de allí más entusiasmado. Que nadie le malinterpretase, pero a veces pensaba que Jimin tenía razón, y él vivía la vida de un Bruce Wayne asiático, teniendo que comportarse a todas horas mientras deseaba escapar a otro lado. Si fuera así, tenía que decir a su favor que él tenía mucho mejor pelo.

El frío le dio una buena guantada cuando atravesó la puerta del distinguido restaurante. No se había llevado la moto, pues los tres hubieron llegado rato antes en un vehículo manejado por el habitual chófer de su padre. Solo le quedaban dos opciones: tomar un taxi, como la buena de Sunmi le había recomendado, o, en contra de cualquier recomendación, dar un paso más, lejos del pórtico que le cubría la cabeza, y dejarse llevar por...

La lluvia caía sobre su cabeza, por encima las hombreras de la blazer negra que llevaba sobre una sencilla camiseta. Él guardó las manos en los bolsillos del pantalón a juego, y bajo la mirada atenta de un viandante que parecía estar presenciando la tranquila caminata de un loco o un fantasma, continuó hacia su izquierda, girando la calle.

«Joder, ni que estuviera caminando en bolas», se dijo.

Y si tenía que faltar el lunes por un resfriado, pensó que le vendría bien y todo, total, su padre no iba a estar en casa para notar que hacía novillos. Con eso, podría tomárselo como una especie de mini desconexión mental. Y del mundo.

Se arrepintió varias veces por no haberse llevado la cámara (y un paraguas) para fotografiar unas cuantas calles que yacían con tonos grisáceos y apagados. Esas calles les recordaban a las fotografías que había visto en el álbum que guardaba Taehyung. Pero el chico tragó saliva pesada, pidiéndose a sí mismo no recordarlo demasiado. Quería seguir siendo su amigo, pero sus ahora inevitables sentimientos se lo estaban poniendo difícil. Por no decir que Taehyung, claramente, se había distanciado de él.

Él dio varias vueltas hasta sentirse helado, como el tremendo imbécil que era, caminando a esas horas mientras las densas y frías gotas caían con fuerza. Como no quería repetir la escena de un atraco que vivió unas semanas atrás, levantó una mano cerca de la carretera, vislumbrando a uno de los vehículos amarillos con rayas negras que transitaban por la calle a toda prisa. El taxi pareció verle y reducir el ritmo, deteniéndose a bastantes metros por delante. Jungkook suspiró, el frío había calado hasta su piel, a través de sus mangas y de los zapatos mojados. Se maldijo, y se movió un poco más rápido en dirección al vehículo, hasta que de repente, recibió un golpe fuerte y directo en el pecho.

Jungkook jadeó y se tambaleó hacia atrás, a punto de caer de espaldas. Escuchó un sonido amortiguado y giró la cabeza, alarmado. El impacto había sido producido por una persona que había caído al suelo de bruces. Él pestañeó asustado.

—Mierda. ¿Se encuentra bien? Disculpe, no le he visto cruzar la...

Pero Jungkook se quedó paralizado. Un chico completamente empapado seguía en el suelo y emitía un sollozo que le ponía la carne de gallina. Un rostro conocido. Cabello castaño oscuro por el que resbalaban las gotas. Taehyung. Jungkook sintió una fuerte corriente atravesándole los músculos, que le hizo correr hacia él.

—¿Taehyung? —musitó—. ¿Tae?

Él solo se restregaba los ojos, temblando delante de él, sin mirarle. Jungkook le agarró por el codo con un poco más de fuerza de lo natural, asustado. ¿Qué coño hacía ahí? ¿Por qué estaba llorando así? No había rastro alguno de su paraguas en el suelo, y estaba totalmente empapado. Con el chico retorciéndose bajo el penetrante agarre de sus dedos en la flexión de su brazo, luchando por librarse de alguien indeseable.

—Tae —le llamó tirando de su brazo—. Soy yo, ¿qué pasa? ¿Qué te ocurre?

El chico abrió los ojos hinchados, rojizos, con la menta verde de los iris muy brillantes, y le miró parpadeando durante unos segundos. Como si no se hubiera dado cuenta de quién era, hasta entonces: arrodillado en el suelo y calado hasta los huesos, Jeon Jungkook.

—Tae —repitió Jungkook asustado, soltándole el brazo y agarrándole por la chaqueta empapada—. Me estás asustando, por favor.

Por su cabeza pasaban decenas de cosas. ¿Le habían hecho algo? Jungkook sólo esperaba, mientras algo le apretaba el corazón con mucha fuerza, deseando que no fuera por su culpa. Si Taehyung se había enterado de esa puta mierda de apuesta y aquello le había hecho llorar así...

El pánico le invadió, sintiendo un espanto que le hizo temblar. Hasta que de repente, Taehyung se abalanzó sobre él y le abrazó.

Jungkook estaba petrificado, asustado, pero Taehyung enterraba la cabeza en su pecho, llorando como un niño. Él intentó mantener la calma a toda costa, envolviéndole con los brazos. Taehyung parecía la cosa más frágil del mundo, como si estuviera hecho de un material quebradizo.

—Tranquilo —le dijo con voz muy suave—. Ya está, no pasa nada.

Jungkook apoyó el mentón sobre su cabello mojado, sintiendo como Taehyung temblaba a través de la ropa, cerrando los puños con fuerza en la tela de la espalda de su chaqueta, como si le implorase que no le soltara. Algo egoísta en Jungkook le tranquilizó, comprendiendo que él no era la causa.

El agua caía con fuerza sobre ellos, calándole las rodillas, y de arriba abajo. Jungkook pudo escuchar cómo Taehyung calmaba su gimoteo en la fuerte crisis de ansiedad que cargaba, y a través de su contacto, le notó estremecerse por el frío. Él suspiro levantando la cabeza, le soltó, pidiéndole en voz baja que le ayudara a levantarle y le agarró por el brazo mientras lo hacía. De pie, las cosas se veían distintas. Taehyung hipaba al incorporarse, sin mirarle a los ojos, e intentaba limpiarse las lágrimas mezcladas con las gotas de lluvia. Sus ojos estaban perdidos en algún punto inconcreto de la acera. Jungkook le observaba hecho un desastre, con la chaqueta calada hasta los huesos, como él, pero con un aspecto tan frágil que daba miedo. Ojos rojizos, párpados hinchados, mejillas ardientes, y labios y nariz demasiado rojos por el frío.

Jungkook le pasó un brazo por encima de los hombros y le atrajo hacia él, musitándole algo al oído:

—Ven conmigo —susurró Jungkook—. Sea lo que sea, ven conmigo. Estarás bien, ¿de acuerdo?

Taehyung se dejó, entrecerró los ojos y asintió con la cabeza. No dijo nada, sin embargo, Jungkook se lo llevó hacia el taxi que todavía esperaba con las luces de posición reluciendo bajo la fría tormenta, abrió la puerta y le indicó seguidamente que subiera. Él subió detrás del muchacho al asiento trasero, recibiendo una mirada extraña y algo escandalizada del conductor.

—Eh, chicos, ¿estáis bien? Me vais a dejar el asiento hecho un desastre.

Jungkook sacó varios billetes de una cantidad más que generosa del bolsillo, ofreciéndoselos por un lado del respaldo del asiento de copiloto.

—A Gangnam, Cheondang con la setentainueve—solicitó Jungkook con una refinada diligencia.

El conductor tomó el dinero y cerró la boca, identificando que le había dado de más por un motivo. Durante el trayecto, Jungkook miró a Taehyung en unas cuantas ocasiones, pero él no le hablaba. No le dijo nada durante todo el trayecto.

El hilo musical del taxi sonaba por lo bajo con una movidita persecución, acompañada de una voz pegadiza y el ritmo algo discotequero, como cualquier sábado por la noche. Había un tráfico de cuidado y tuvieron que transcurrir alrededor de diez minutos más hasta que el taxista levantó la mirada (aunque ya lo había hecho varias veces, escudriñándoles con una ligera desconfianza a través de espejo retrovisor) y le preguntó a Jungkook si debía parar ahí o lo hacía un poco más adelante. Jungkook estiró el cuello y le avisó de que ahí estaba bien y ya podía detenerse.

Segundos después, salió del vehículo notando la fría rasca y pisó la acera encharcada con los zapatos, volviéndose sobre los talones para extender una mano en dirección a Taehyung. Él la aceptó y salió del taxi. Jungkook fue el que entrelazó sus dedos fríos con seguridad, cerrando primero la puerta del vehículo amarillo tras él y después orientándole en silencio.

Taehyung caminaba con la cabeza baja, pisando los charcos de agua como si nada importara. La lluvia no amainaba, pero su sollozo sí que había cesado. Había dejado de hipar en el vehículo minutos después de subir, y ahora se sentía tan cansado y sin lágrimas, que no tenía fuerzas para continuar. El dolor le clavaba agujas afiladas en el pecho por cada bocanada de aire que respiraba. No le importaba a donde iba o cuanto rato llevaban desplazándose. Tenía frío, pero comparado con su dolor, apenas le era molesto.

Lo único que le guiaba era Jungkook, que sujetaba su mano con una entereza apabullante, transmitiéndole una seguridad invisible de que todo iba a salir bien.

«Fuera lo que fuera», se decía Jungkook mentalmente, «el que le había destrozado debía ser un animal como para hacerlo de esa manera».

Él se dirigía hacia la torre que tenían en frente, cruzando la calle, cerca del museo de Bellas Artes, de la librería Starfield y a menos de cinco minutos de uno de los puentes que cruzaba el río de la ciudad. Gangnam era una de las urbes más vibrantes, dinámicas y atractivas del panorama, a rebosar de comercios y lugares de ocio bastante refinados, así como de gente que iba y venía por todas partes, pero que, en ese momento, parecían haberse esfumado a causa de la persistente lluvia.

Llegaron al edificio tras atravesar un camino pavimentado, cuyo césped a ambos lados se encontraba muy encharcado. Jungkook le soltó la mano a Taehyung (no tan fría como cuando se la había agarrado) y sacó las llaves del bolsillo para abrir el portal. Le indicó con la cabeza que pasase, entró detrás de él y atravesaron el vestíbulo, que, por las horas que eran, carecía de portero presente en la diminuta zona de la recepción. Jungkook pulsó el botón del ascensor privado del edificio.

Taehyung se movía despacio, cabizbajo, guardando silencio. Jungkook se puso enfrente de él y apoyó las manos con delicadeza sobre sus hombros calados. Taehyung sólo miró el pecho de Jungkook, la camiseta blanca se pegaba a un torso ligeramente musculoso y definido. Jungkook recorría sus hombros con una caricia, subiendo las manos suavemente hasta sujetarle el rostro. Levantó la cabeza de Taehyung con los pulgares, obligándole que le mirase. No iba a preguntarle nada. No iba a obligarle a hablar o a que le contase algo si no quería. Pero necesitaba verle los ojos. Quería asegurarse de que seguían ahí, bonitos y rasgados, como la menta fresca, a pesar de haber llorado.

Taehyung miró a Jungkook, el cual era un par de centímetros más alto que él. El pelinegro descubrió que sus ojos se veían bastante más verdosos cuando estaban enrojecidos. Revelaban un fuerte duelo en su interior. Un desconsuelo que hacía que hasta su propio corazón se encogiera.

El ascensor llegó hasta ellos tras una notificación, Jungkook tiró de Taehyung sin voltearse y le arrastró hacia el amplio e iluminado interior. Escogiendo la segunda llave que había sacado del bolsillo, en el conjunto que llevaba en una anilla plateada, la introdujo en la rendija del ascensor, junto a los botones, y la giró. El ascensor cerró la puerta suavemente tras la espalda de Taehyung, y Jungkook aprovechó para volver hacia él y abrazarle, entrelazando los brazos tras su espalda helada.

Taehyung lo toleraba, y apoyó la cabeza en su hombro, sin mover los brazos. El trayecto hasta la última planta, la del loft, transcurrió de manera silenciosa. El castaño cerró los ojos y durante varios segundos, se dejó llevar por el extraordinario radiador que Jungkook producía pese a estar casi tan calado como él. Jungkook le sentía temblar entre sus brazos, con suavísimos espasmos, como un cachorro indefenso. Cuando llegaron a la planta, el ascensor se abrió en mitad del vestíbulo del apartamento y él tiró de su muñeca para que le siguiera. El mármol del suelo de la entrada era reluciente, con una diminuta alfombra negra y roja, circular, bajo las cuatro patas curvadas de una elegante mesa negra que adornaba la entrada, y tenía justo encima un precioso jarrón pintado, con manojo de peonías blancas.

Jungkook le habló muy suave:

—Espera aquí —dijo desapareciendo rápidamente.

Taehyung parpadeaba, levantando la cabeza hacia el techo abovedado y de arcos entrecruzados. Era una pasada. Él se abrazó a sí mismo cruzando los brazos sobre el pecho, y hasta ese momento, no se percató de lo calado que estaba y de lo mucho que se encontraba tiritando. Jungkook volvió con una toalla grande, de algodón, y se la puso por encima de los hombros después de pedirle que se quitara el abrigo.

—Taehyung, voy a prepararte el baño. Dame unos minutos, ¿vale? —dijo llevándose el abrigo en un puño.

Taehyung negó con la cabeza como si fuera un niño lloroso. Sin embargo, estornudó delante de él y Jungkook le puso cara de pocos amigos.

—No puedes estar así, enfermarás —le dijo Jungkook, frotando la toalla por encima de su hombro con mimo—. Déjame hacer esto, por favor.

El castaño le miraba muy afligido, y Jungkook se lo tomó como luz verde. Se arrancó a sí mismo de él temiendo alejarse del muchacho durante unos minutos, como si sintiese que iba a desmoronarse si no estaba ahí para sostenerle. Dejó el abrigo en un perchero y salió corriendo hacia un cuarto de bajo quitándose la blazer empapada. Abrió un grifo y dejó que el agua caliente corriera en la bañera de hidromasaje hasta llenarla, desplazando un bote de jabón y algunas sales a mano en un tarro, por si quería usarlas. De un mueble, sacó otra toalla seca y doblada, que colocó a un lado y luego presionó el botón del calefactor.

Se pasó una mano por el cabello húmedo y pegajoso, que se le pegaba desagradablemente a la cabeza y la nuca debido al vapor. Cerró el grifo justo antes de salir del cuarto de baño y dobló los talones para ir a su habitación y buscar la ropa que le prestaría a Taehyung. Una vez salió del dormitorio, giró la cabeza unas décimas de segundo y vislumbró el chico al final del pasillo, en la entrada, junto a la mesita y el ascensor. Quieto. Justo donde le había dejado.

Jungkook sintió una amarga sensación, y cuando regresó, se acercó a Taehyung ofreciéndole una muda de ropa doblada. Taehyung le miraba pestañeando, como si dijera «¿eso es para mí?». Jungkook le empujó el brazo, instándole a entrar al baño.

—Luego lavaré tu ropa, ¿vale? —le dijo Jungkook tratando de convencerle.

Sus pasos se dirigían en su compañía al baño, Jungkook le indicó con la cabeza. Taehyung se volvió hacia él antes de cerrar la puerta, con la ropa doblada sobre un brazo y sintiendo el calorcito del calefactor y del vapor de agua caliente que se elevaba muy despacio.

—Gracias, Jungkook —le dijo en voz baja.

Jungkook no le contestó a eso. No necesitaba sus gracias, aunque sabía que, en algún momento, Taehyung empezaría a espabilar y le diría algo como eso. Cuando el ojiverde cerró la puerta, él exhaló profundamente apoyando una mano en la cadera. Durante la última hora no había reparado en que había estado conteniéndose, reprimiendo hasta su propia respiración, reuniendo todos sus sentidos en aquel muchacho.

Pero él también estaba empapado, helado, aunque no tanto como el contrario. Jungkook fue hacia su habitación, se sacó la camiseta por encima de la cabeza, lanzándola hacia algún lado. Buddy, su gato pelusón y moteado, merodeaba por allí, olfateándole con el hocico en una especie de registro guardiacivil. Sus pantalones de tela, negros, se deslizaban hacia abajo sobre el bóxer, cediendo ante el peso del agua que le empapaba. Jungkook se sacó el pantalón, y lo cambió por un fino pantalón elástico y grisáceo de chándal, sin olvidar también la prenda interior por otra seca. Dejó el dinero, su teléfono móvil y las llaves en el escritorio. Y aún con el torso desnudo, descubrió que era bastante tarde al mirar el reloj electrónico que había sobre una balda de estantería en la pared. Agarró su ropa mojada haciendo un gurruño con las manos y se largó al cuarto de lavandería para deshacerse de ello. Pensaba que Taehyung (a pesar de que se lo fuera a negar en un principio) tendría hambre, estaba casi seguro de que no había cenado lo más mínimo. Y necesitaba algo caliente con lo que sacar el frío de sus huesos.

Jungkook salió del cuarto de lavandería frotándose la cabeza con una toalla pequeña para el pelo, se la dejó sobre los hombros y tiró de la puerta del frigorífico para cerciorarse de qué opciones había dentro. Y bien, él no había cocinado en su vida nada que se saliera de los habituales revoltijos de ensaladas, tortillas enrolladas, ramen de paquete o banderillas de salchichas. Escogió una sopa de tetrabrik y decidió verterlo en un pequeño cazo, sobre el calor de la vitrocerámica. Eso solo era mover y remover hasta que hirviera, no había pérdida.

Las temperaturas en invierno en el país podían ser realmente radicales, llegando a cifras muy por debajo de los cero grados en el mes que precedía a las fiestas de navidades. El agua continuaba cayendo a chorros por los ventanales, salpicaban los cristales con una Seúl grisácea, ensombrecida, que gruñía desde el recóndito cielo lleno de nubarrones. Jungkook apartó el cazo caliente tras unos minutos y se cruzó de brazos en el marco de la puerta de la cocina, escuchando el sonido del agua amortiguada. Su mente le atacaba con un montón de preguntas y dudas, no obstante, se perjuraba a sí mismo que no iba a presionar a Taehyung, con tal de no verle roto de nuevo. Sus sentimientos estaban latentes y querían escapar de su pecho, haciéndole desear envolverle con sus brazos y atacar al problema que estuviese sucediéndole como un alfa dominante, al que le habían tocado a su cachorro.

Jungkook cayó en la cuenta de que nunca, jamás, había sentido nada como eso antes, ni siquiera la mezcla de angustia y desasosiego pensar que él, en algún momento, si no hubiera dejado de ser un testarudo y un capullo, podría haberle provocado algo como eso.

Unos minutos más, y oyó la puerta del cuarto baño abriéndose a unos metros. Taehyung salió de allí con su ropa empapada bajo un brazo. Jungkook le había prestado una camiseta lisa de manga larga y unos sencillos pantalones deportivos. Era sorprendente, pero tenían una talla muy similar, excepto porque él estaba algo más delgado y menos fibroso, por lo cual la camiseta le llegaba a los nudillos y sus muslos no rellenaban del todo el pantalón. El ojiverde había advertido que la ropa limpia olía a él, a ese perfume del suavísimo suavizante de ropa que ahora asignaba con certeza a Jungkook. Después del baño caliente que se había dado, tenía los ojos más abiertos y la mente más despejada. Llevaba el teléfono apagado en el bolsillo del pantalón deportivo y se movía por el pasillo del loft levantando la cabeza.

A la izquierda tenía la entrada, grande y bonita, por donde había salido de aquel ascensor. Caminó hacia su derecha, vislumbrando un marco grande de madera y cristal: había un salón enorme, de techo alto, que daba a unas vistas impresionantes a un lado de la ciudad. ¿Eso que veía al fondo de la visión oscura y tormentosa de Seúl era un puente iluminado? Él se quedó pasmado, se movió por el pasillo por puro instinto, sintiéndose atraído por el olor a comida. Jungkook estaba en la cocina, sirviendo algo espeso en un bol.

Taehyung se detuvo en el marco de la puerta, callado, mirándole, sintiendo una espontánea timidez por volver a hablarle, ahora que había vuelto en sí un poco y todo parecía más claro.

Jungkook tenía el cabello húmedo y despeinado, una toalla sobre los hombros y el torso desnudo. El pelinegro notó su presencia en esos segundos, giró la cabeza encontrándose a Taehyung.

—Hey —le dijo acercándose.

Taehyung bajó la mirada sin poder evitar deslizar las pupilas sobre Jungkook. Tenía el torso esculpido y el vientre marcado por unos suaves pero precisos abdominales. En un pezón llevaba un pirsin, una diminuta barrita metálica plateada. Sus pantalones de chándal resaltaban una cintura estrecha, con caderas perfectas en las que se veía por encima de la goma del pantalón la tira de un bóxer blanco con el nombre de una marca reconocida y cara.

Taehyung tragó saliva sintiendo la boca muy seca. Pestañeó obligándose a mirar hacia otro lado y sintiéndose bastante avergonzado.

—Dame eso —formuló Jungkook, agarrando la ropa mojada—, yo me encargo.

El joven se la cedió, vislumbrando cómo él se quitaba la toalla de los hombros. Jungkook pasó por el marco de la puerta por su lado, sin rozarle, y Taehyung vio un tatuaje sobre el hombro derecho del joven y le siguió con la mirada.

—¿Ha estado bien el baño? —preguntó Jungkook, desapareciendo en un cuarto continuo.

—Hmnh, sí —asintió Taehyung.

Jungkook se encargó de poner la lavadora rápidamente. Taehyung no se había movido de la puerta, pero su olfato le hizo mover la cabeza hacia el bol que había sobre la isla de granito de la cocina y entró despacio, asomándose a la encimera. Un líquido con textura suave y apetitosa le hizo pensar que tenía hambre, a pesar de que su estómago se hubiese cerrado como una nuez. Miró un poco a su alrededor con ojos curiosos, había varios taburetes en un lado de la isla de la cocina cuadrangular, muebles claros y elegantes, varios electrodomésticos relucientes, armarios con vasos, copas y un par de botellas de vino colgadas de una pared.

De repente, Jungkook tocó su brazo. Había regresado sin la toalla y con una camiseta blanca y lisa, cubriéndole.

—¿Qué haces todavía aquí? —preguntó Jungkook—. Vamos, come en el salón. Va.

Él agarró una bandeja, donde colocó el bol, seguido de unos picos de pan, unas patatas de bolsa y algo para beber. Taehyung andaba detrás de él, siguiéndole hasta el salón. El chico dejó la bandeja sobre la mesa de café y se dejó caer repantigándose sobre el mullido sofá de color crema. Sus pies desnudos rozaban la suave alfombra de algodón, de un color tostado. Los cojines eran de un tono verde aguamarina, con suaves borlas colgando de las esquinas. Había dos sofás de las mismas medidas, un puff y un sillón articulable, pero él decidió sentarse al lado de Jungkook.

Taehyung estaba atontado con la decoración, podía perderse fijándose en los detalles ahora que su mente volvía a funcionar; la pantalla finísima y enorme de un televisor que había a un lado, la chimenea eléctrica que había a otro, las estanterías con, ¿eso era una foto de un Jungkook pequeñito?

—Ten —irrumpió el actual Jungkook, ofreciéndole el bol y una cuchara para que se ubicase.

Taehyung le observó, él sostuvo esa mirada de ojos café, profundos, como el delicioso chocolate caliente con churros que servían las frías mañanas de los domingos en la cafetería. Y seguramente, se preguntaba qué tan bien estaba. Taehyung agarró la comida y el cubierto sintiéndose demasiado mimado. No necesitaba ser cuidado así. No era necesario que le dieran esa atención. Jungkook casi había aparecido por arte de magia, llevándoselo a su casa.

¿Era un plan? ¿Formaba parte de la casualidad? ¿Cómo podían haber chocado tan tontamente, en una ciudad tan grande y abarrotada como Seúl? Y sin preguntarle nada, más allá de un «¿estás bien?» del que ahora era consciente que no le presionaba. Su reacción había sido horrible, pero más horrible había sido lo que había presenciado. Jon. Su Jonah con su propio hermano, mientras él se angustiaba pensando en que le había herido, en que le había rechazado. Su estómago se apretó con tanta fuerza que le llegó al esófago, bajo los ojos de Jungkook.

No obstante, Taehyung se dignó a probar la sopa (olía demasiado bien), y se llevó una cucharada cálida a la boca, con los ojos llenándose de lágrimas.

—Lo siento —dijo Jungkook a su lado, ladeando la cabeza con atención—. No tengo ni idea de cocinar. Pero podemos pedir algo si quieres, seguro que algunos restaurantes sirven todavía a esta hora...

El castaño le miró con los ojos brillantes y colmados por lágrimas, cortándole el habla.

—¿Tae? —balbuceó, queriendo quitarle el bol de en medio.

Debía haberla pifiado. No obstante, Taehyung soltó el bol en la mesita, hundiendo la cabeza entre los brazos que apoyaba en las rodillas, con las lágrimas derramándose de sus ojos. Jungkook se inclinó asustado.

—¿Estás bien?

—Está súper bueno —sollozó Taehyung como un crío.

Jungkook sintió una corriente de nervios sobrecogiéndole, pidiéndole a gritos que extendiera los brazos ahí mismo. Pero se escurrió hasta el suelo, quedando sentado de rodillas a su lado.

—Me habías asustado —dijo en un susurro audible.

Su ropa le quedaba un poco grande, pero muy mona. Jungkook se sintió un poco extraño por verle con un look tan informal, para el estilo al que estaba acostumbrado a verle. Uniformes de estudios y trabajo, y algún que otro pantalón de pinza o vaquero claro. Era raro verle con su ropa, como si repentinamente fuera suyo, concediéndoles una relación más íntima.

Entonces, Taehyung hipó, volviendo a restregarse los nudillos por los ojos llorosos. Jungkook tragó saliva y finalmente sentenció en su interior que odiaba ver a Taehyung de esa forma. Le tocó la rodilla con un gesto inofensivo, tratando de calmarle.

Fue él el que levantó la cabeza y se escurrió lentamente del sofá para abrazarle como lo había hecho antes, en la calle. Jungkook permaneció estático, sentado sobre sus propias rodillas, con la agridulce sensación de tenerle entre sus brazos, de una manera bastante más amarga y dolorosa de lo que se hubiera imaginado.

A Jungkook nunca le habían gustado los brazos. Nunca le había encontrado demasiado sentido a invadir el espacio personal de otra persona durante más de dos segundos. Puede que dos segundos y medio. Un abrazo como saludo a alguno de sus amigos estaba medianamente bien y correcto, pero hasta la tarde que pasó en el dormitorio de Taehyung, no conoció la manera en la que realmente le apetecía abrazar a alguien para no volver a soltarle.

Jungkook entrecerró los párpados, sin importarle si Taehyung le manchaba de lágrimas. Solo se mantenía ahí, sirviéndole como apoyo. Extendió una mano y enterró los dedos entre los mechones de su cabello castaño y suave, con el olor a jabón que él utilizaba.

—¿Qué ha ocurrido? —susurró con el corazón encogido—. ¿Quién te ha hecho esto?

Él hipó un poco en su hombro, hundiendo la mejilla sobre el hueso.

—Jon —dijo.

—¿Jonah...? —repitió Jungkook, acariciándole el cabello.

Taehyung quería cerrar los ojos en el hueco de su cuello, perderse allí, sentirse consolado. Su corazón afligido palpitaba con un ritmo marcado, pero Taehyung se separó de él, intentando serenarse. Jungkook le miraba con una mirada clara y sosegada.

—¿Qué ha pasado con Jonah, Tae?

No sabía cómo explicárselo. Había sentido que era su propia culpa, de alguna forma, desde el momento en el que había escapado la semana pasada por la puerta de aquel apartamento. Quiso omitir los detalles sobre que estaba pensando en él, sobre que Jungkook llevaba algunos días atormentado sus besos, aunque aquello solo era una excusa para distraerle del verdadero problema.

—Tuvimos un problema la semana pasada. Yo, uh, me sentía muy mal. Me dijo que teníamos que hablar, pero sentía que necesitaba unos días para reflexionar. Hoy salí del trabajo, y —titubeó Taehyung, intentaba controlar su respiración y tono de voz—, Jonah estaba con, con... —hipó levemente, seguido del sonido de sus cuerdas vocales quebrándose—. Él no... Él no me ama. Estaba con...

Jungkook le contemplaba entornando los ojos.

—¿Con otra persona, en la cama? —preguntó arrepintiéndose por haber dejado salir aquello inmediatamente.

Taehyung asintió y sorbió sus lágrimas.

—Estaba con Leo —soltó antes de volver a llorar.

Esta vez tiraba de los puños de las mangas, cubriéndose el rostro y desahogando el llanto. Jungkook no sabía qué cojones sentir con eso. Era terrible. Era como si algo dentro de él se agrietara. Su parte más egoísta le susurró algo desagradable, como que deseaba tener a Taehyung solo para él. Pero no podía alegrarse de que aquello sucediese de forma tan dolorosa.

—Me dijiste que eran amigos en el instituto —dijo Jungkook, aturdido.

—Es lo que siempre he creído. Me han dejado fuera de eso —agregó Taehyung, sorbiendo—. Pensaba que él me amaba de verdad —decía en un susurro. Enterró los dedos en la suave alfombra de algodón, dejándose llevar por la agradable textura que entretenía a sus yemas—. Pensaba que lo nuestro era real. He ayudado a Leo tanto, y él, ni siquiera me ha tenido en cuenta con...

Jungkook le contemplaba sin habla. ¿Había algo más traumático que eso? Extendió una mano tras el omóplato de Taehyung, mirándole.

—Tae, sé que es doloroso —dijo con sinceridad—, pero debes saber que estas suceden. No significa que Jonah no te haya querido nunca. Estoy seguro de que lo ha hecho, hasta que esto sucedió...

Taehyung negó despacio, se sentía dolido y enfadado con esas palabras reales. Maduras. Jungkook ni siquiera sabía por qué le decía algo así, pero necesitaba hablarle con la verdad, teniendo en cuenta todas las posibilidades.

—No sabes de lo que hablo —expresó Taehyung de repente, en un tono doloroso—. Mi padre murió por el alcohol. Leo ha tenido problemas con lo mismo desde lo dieciséis. Estuvo en desintoxicación, por algo más fuerte. E incluso después de la preparatoria, recayó. Ha tenido deudas y meteduras de pata toda su vida. Yo le he estado ayudando con mi trabajo, pasándome por su casa para sacarle de la cama, recordándole que tenía que vivir, y que tenía pensar en la gente que amaba...

Su voz se detuvo ahí. No podía continuar. Los dedos le temblaban, la ira y el dolor se hacían dueños de su garganta. La mano de Jungkook se deslizó por su espalda, deteniéndose sobre el hombro contrario, para atraerle y pegarle a él.

Las personas nunca eran blanco o negro, tenían más matices, y aunque Jungkook nunca hubiera tenido pareja, jamás hubiese tenido un hermano al que cuidar y por el que desvivirse, podía entender ese dolor. Las dos personas que más amaba, juntos, en una cama, a su costa. Era un horror.

—No quiero volver a verles —dijo Taehyung con amargura—. No quiero volver a saber nada de ellos. Nunca les perdonaré. No. No quiero ir al trabajo. No quiero ir a mi casa. Él me buscará. Los dos lo harán.

El pelinegro le apretó el hombro con afecto.

—Tae —empezó Jungkook con suavidad—. ¿Alguien sabe que estás aquí?

—No —hipó con suavidad.

—Deberías llamar a tu familia —le dijo muy calmado—. Si Leo o Jonah van a buscarte a casa, y nadie sabe dónde estás, todos se van a alarmar.

—Me da igual —soltó irreverente.

Jungkook apretó los labios.

—Esto podría acabar en una comisaría de policía —le instó muy cuidadoso.

Taehyung no quería entrar en razón, pese a que pensara en su madre, en su hermana pequeña, en Minho y en aquellos que no tenían culpa de nada de eso.

—Puedes quedarte en mi casa durante el fin de semana —declaró Jungkook, le soltó y se incorporó para estirar las piernas.

Taehyung levantó la cabeza, sorprendido por aquello.

—Pero —musitó vacilante—, ¿y tu familia? ¿No les importa que yo...?

—Mi padre no aparecerá hasta el miércoles. Está con su novia por ahí, y tomará un vuelo por la mañana —expresó Jungkook con mucha naturalidad.

Taehyung parpadeó, preguntándose si Jungkook tan solo tenía a su padre. Era curioso, él hablaba poquísimo y casi nada de sí mismo. Todos conocían Jeon Enterprises, la figura pública del señor Jeon Seung y sus proyectos... Pero nunca se le había pasado por la cabeza si Jungkook tenía más familia, una madre, hermanos, lo que fuera.

—Vale —aceptó Taehyung deliberadamente.

Jungkook esbozó una sonrisa triste. Taehyung se miró los nudillos, notando el lento regreso del hambre en un estómago magullado por su ansiedad. Volvió a sujetar el bol, llevándose unas calientes cucharadas a la boca. Jungkook encendía el televisor a unos metros. Y antes de que regresara a su lado, Taehyung notó un extraño roce en el muslo que casi le hizo pegar un salto. Asustó al gato de Jungkook, la pobre criatura se alarmó con otro brinco y se alejó de él, levantando el lomo y pujando su cola como un algodón de azúcar blanco.

Jungkook rompió a reír sin poder evitarlo, se inclinó y agarró a aquella bola de pelo que sujetó pegado a la altura de la cara.

—Ah, tienes un gato —jadeó Taehyung, dejando el resto de la comida a un lado.

—Bueno, gato —tarareó Jungkook, acercándose con aquel pegado—. Si quieres llamar así a algo que solo se preocupa por comer y dormir, adelante.

Taehyung sonrió un poco, Jungkook se arrodilló a su lado y él extendió la mano permitiendo que el gatito le olisquease un poco antes de tocar la esponjosa suavidad de su pelaje. El gato le rozó con los bigotes y ladeó la cabeza más amablemente bajo sus dedos.

—¿Cómo se llama?

—Buddy —nombró con orgullo.

—¿Buddy? —volvió a sonreír Taehyung, mirándoles.

—Qué pasa, ¿tienes algo en contra de los gatos?

—Me encantan los gatos —aclaró Taehyung, más relajado—. Pero, ¿Buddy no era de la película esa de...?

—Chsst —chistó Jungkook, callándole y soltando al animal sobre la alfombra, que rápidamente se estiró y se acercó holgazanamente a Taehyung—. Se lo puse de pequeño, ¿alguna objeción?

Taehyung se reía levemente.

—No, no, disculpe, señor Jeon —dijo levantando las manos.

El gato volvía a él, pasó por debajo de su codo, rozándole el tronco por un lado y luego la espalda, con la cola en alto.

—También le gustas —murmuró Jungkook.

Taehyung le miró un instante percibiendo el sutil matiz de su expresión. Cogió al gato, que emitió un ligero mwwwwau de acuerdo porque le agarrara, y se lo puso sobre las piernas flexionadas para acariciarlo.

—Pero qué mono es —decía el ojiverde—, y qué calladito te lo tenías.

Jungkook sonrió, apoyaba un brazo en el sofá, alegrándose de ver a Taehyung momentáneamente más tranquilo y contento. Él sí que le parecía mono y adorable. Pero no iba a decirle eso. Si Taehyung iba a quedarse allí con él, tenía que proponerse ayudarle a superar aquello poniendo lo mejor de sí. No veía justo aprovechar una situación así en la que el muchacho se veía más vulnerable para seducirle. No podía jugar tan sucio, por mucho que sus sentimientos le dictasen darle unos besos ahí mismo.

Él suspiró profundamente pensando en aquel hormigueo, el revoltijo de las mariposas que daban piruetas en su estómago. Era insoportable que le gustase tanto.

Taehyung le miró curioso, rascando a su gato.

—Creo que voy a terminar de comer —dijo, a su salud.

Él le dejo cenando con relativa tranquilidad, viendo la televisión y jugando con el gato quien intentaba cazarle un par de dedos por debajo de la mesita de café. Mientras tanto, Jungkook recogió algunas cosas y sacó la colada en el cuarto de lavandería. Intentó estirar la ropa de Taehyung y colgarla lo mejor posible pese a que él nunca hacía ese tipo de labores en casa. En un momento determinado, escuchó a Taehyung hablar por teléfono. Seguramente, avisando a su madre de que estaría en casa de un amigo. Taehyung colgó el teléfono más serio, Jungkook se presentó en el arco de la puerta tranquilamente, preguntándole si había ido bien.

Taehyung asintió y le comentó que, por lo visto, Leo y Jon habían ido hasta su casa para hablar con él. La madre de Taehyung andaba preocupada, puesto que era bastante tarde y no había regresado a casa mientras la tormenta arrecía. No parecía estar muy al tanto de los detalles, lo cual había sido un alivio, pero sabía que ella no era tonta. Y no se lo había dicho con palabras a Taehyung, pero parecía que, por unos momentos, todos habían pensado en alertar a la policía creyendo que podía haber cometido una locura.

El joven prefería guardarse el asunto para sí mismo, y le había dicho a su pariente que todo estaba bien y que pasaría el fin de semana con un compañero de la universidad. Punto extra, pues habían conocido en persona a Jungkook un poco más de una semana atrás. Después de la llamada, se encargó de volver a apagar el teléfono tras eso. Una manera directa y eficaz de evitar el dolor todavía punzante. Y de sufrir por las más que probables insistentes llamadas de su hermano.

La lluvia continuaba cayendo en el oscuro exterior y salpicaba los cristales con fuerza. Taehyung se acercó hacia la ventana observando las increíbles vistas de la ciudad a través de los paneles de cristal, cientos de lucecitas, coches zumbando a lo lejos a toda velocidad, que desde allí parecían de juguete.

El pelinegro se aproximó a él percibiendo el cambio de ánimo de Taehyung, y tras verle tener un escalofrío, planeó solucionarlo pidiéndole que le siguiera. Taehyung parpadeó, le echó un último vistazo a las vistas del salón y siguió a Jungkook obedientemente fuera de aquel espacio. Jungkook se lo llevó hasta su habitación con la intención de pasarle una sudadera y de paso, entretenerle con algo.

Taehyung adivinó que era su dormitorio al entrar por la puerta, sintiéndose un poco tímido por entrar en su espacio personal. Una cama demasiado grande para una sola persona, cortinas hasta el suelo de color claro, una mesita de café con una tonelada de apuntes encima, un escritorio con un ordenador, un flexo y una lámpara de lava. Estanterías con álbumes de música, blogs de la universidad y el colegio, algunos libros y cómics. Un armario empotrado enorme que ocupaba toda una pared, desde arriba del todo hasta el suelo, donde seguramente guardaba toda su ropa, y más a la derecha, un televisor de plasma mediano junto a unos altavoces enormes que debían funcionar por Bluetooth.

Taehyung vio un corcho sujeto a la pared y se movió hacia él observando el montón de fotografías colgadas de paisajes con tonos rosados, nébulas azul marino y púrpuras, nubes fragmentadas en el cielo y los tímidos rayos del sol reflejándose sobre lo que parecía ser un conocido río. Él levantó el mentón para verlas mejor, levantó una con los dedos, comprobando la que había debajo, más antigua. Era Park Jimin y él, mucho más pequeños, en lo que parecía una fiesta de cumpleaños por la corona que Jungkook llevaba en la cabeza.

Taehyung exhaló una esporádica sonrisa, estaban adorables.

—¿Tomas fotografías? —preguntó sorprendido, volviendo a mirarle.

Jungkook estaba a unos pasos y no había perdido detalle de lo amplios que se hacían sus ojos al entrar allí. Le había seguid como un lobo con la mirada, muy atento a cualquier tipo de expresión o gesto, esperando no sentirse excesivamente juzgado. En ese momento guardaba las manos en los bolsillos del pantalón de chándal gris e inclinaba la cabeza, atento.

—Sí. Me encanta la fotografía —confesó Jungkook—. Sé que a ti también.

Taehyung se volvió hacia él mordiéndose el labio.

—¿Hmh? —emitió con una ceja curvada.

—Vale, no te enfades —le avisó Jungkook, adelantándose—. Pero cuando me invitaste a tu casa no pude evitar ser terriblemente fisgón —tarareó un poco—, y, uh, vi que tenías un álbum de fotos y quería saber qué guardabas.

—Eso no te daba derecho a tocar mis cosas —liberó Taehyung algo ceñudo.

—Lo siento —dijo con una falsa piel de cordero—, hashtag Vante —se burló.

—Vale, ya me ha quedado claro —Taehyung sonreía ante su burla y le empujó un hombro con naturalidad—, eres un auténtico capullo.

Jungkook sonreía divertido, sintiéndose feliz porque Taehyung volviese a ser el mismo. Abrió el armario y sacó una sudadera que le lanzó a Taehyung para que no pasara frío. Él la miró con un titubeo y luego se la coló por la cabeza, por encima de la camiseta. Jungkook se dejó caer, sentándose en el borde de la cama con las piernas relajadas. Siguió con la mirada a Taehyung, quien inspeccionaba (sin tocar nada) las cositas que había por su dormitorio sorprendentemente bien ordenado para las pintas de despistado de Jungkook.

—¿No sigues con ello? —preguntó Jungkook mientras tanto.

—Noup. Llevo tiempo sin fotografiar nada. Mi cámara se quedó antigua y para colmo he estado demasiado ocupado para pensar en eso —le contó tranquilamente, con Buddy escurriéndose entre sus tobillos. Se agachó para coger al gato y luego se fue hacia su cama, sentándose a un lado y cruzando los talones sobre esta—. Ya sé por qué dicen que eres el príncipe de S.N.U. Vives en un palacio, literalmente.

A Jungkook le importó un comino aquel comentario, se fijó en Taehyung, sintiendo que podía derretirse con él.

—Oye, ¿no llevas las gafas encima?

—Solo las necesito para leer de cerca y estudiar —dijo mirándole.

—Oh, ¿seguro? —le vaciló Jungkook, poniéndole dos dedos delante—. A ver, ¿cuántos dedos hay, dices?

Taehyung intentó morderle los dedos en un arrebato.

—Eh, que tengo gafas. No estoy borracho, idiota —le soltó con orgullo, y el gato se le escapó de entre los brazos.

Jungkook se rio un poco, le observó durante unos escasos segundos. Estaba en su cama, en su casa, con su ropa. Era irónico pensar que le tendría todo el domingo allí, sin nadie que les molestase. Solo ellos dos.

—¿Por qué tienes un mandala en el hombro? —preguntó Taehyung premeditadamente.

—¿Esto? —Jungkook se levantó la manga corta de la camiseta por encima del bíceps, mostrándole el hombro—. Me lo hice con Jimin, hace dos años. Creo que fue a los diecinueve —dijo pensativo.

Taehyung extendió unos dedos en contra de su voluntad (o no tanto), y rozó muy por encima del trazo del tatuaje. El mandala representaba unidad, armonía, la infinitud del universo mediante el equilibrio de unos elementos visuales y concéntricos. Mucho más profundo y significativo de lo que podía haber pensado de alguien como Jungkook y otro de sus amigos. De repente descubrió que su piel era suave y cálida, el brazo de Jungkook estaba muy tonificado, y no tardó en atribuirle mentalmente que, irrebatiblemente, Jungkook estaba muy bueno. No era algo que nadie pareciera pasar por alto. Él apartó los dedos sintiéndose un poco electrificado.

Sus ojos castaños, entornados, le contemplaban leyendo para su disgusto, la especie de admiración y envidia que acababa de asomar en sus ojos.

—¿Algún motivo específico? —carraspeó Taehyung.

—Hablábamos sobre tatuarnos juntos desde que éramos pequeños —resumió Jungkook, con toda la naturalidad—. Cosas de críos.

—Y, estás aquí, uhm, en este piso ¿solo? —continuó preguntando sin ánimos de ofenderle.

—¿Ahora? Bueno, ya te dije que mi padre...

—Quería preguntar por tu madre, pero —interrumpió Taehyung en voz baja, titubeando un poco— no sé si eso podría, mhn, incomodar.

Jungkook advirtió la delicadeza con la que se lo estaba preguntado. Él no hablaba de eso. Nunca. Ni con sus amigos, ni con su padre. Era un asunto del pasado, que quedó ahí y a lo que sencillamente se acostumbró durante años, llegando de alguna forma, a superarlo.

—No la veo desde los nueve —dijo con un timbre neutral—. Se separaron, mi padre se quedó con la custodia y ya está. No eran felices. Y ella no, uh, creo que yo no le interesaba demasiado —liberó visiblemente ácido y sarcástico.

Taehyung no entendió a qué se refirió con eso. Le parecía poco probable que una madre no le interesara su hijo, y más, alguien tan valioso como él.

Entonces, Jungkook suspiró y se acercó a Taehyung un poco irritado, sin poder controlarlo. Tiró de la capucha holgada de su sudadera, levantándola hasta dejarla a la altura de las cejas. El castaño le miraba fijamente como si le preguntara «y ahora, ¿qué haces?». Jungkook hubiera deseado dejarle un beso en los labios para acabar con todo eso, algo bonito con lo que devolverle lo increíblemente especial que era. Pero no podía hacer eso en un momento tan confuso para el muchacho. Bastante sufrimiento había acumulado durante las últimas horas como para dejarse llevar por los impulsos de sus incontrolables sentimientos.

Taehyung no quiso insistir más. No deseaba herir el orgullo de Jungkook ni hacerle pensar que sentía compasión por él. Debía ser complicado para el resto de los humanos sentir algo así por alguien que vivía en una torre de Gangnam, en el último alucinante piso desde donde se podía ver parte de la ciudad como si fuera suya.

Taehyung le vio tragar saliva, a unos centímetros de él. El movimiento de su nuez de adán se marcaba en su garganta, bajo ese mentón perfilado. Sus iris verdes ascendieron muy a poco, acariciando sus labios sin permiso. Se preguntó por qué eran tan ridículamente rosas y besables. Cuando volvió a levantar los ojos hasta los castaños fundidos de Jungkook, presenció como él se inclinaba hacia su lado, posicionando el rostro muy cerca del suyo.

El joven sentía la sangre correr hasta su cabeza. Jungkook tenía una mirada preciosa, con la forma de almendra de los párpados estrechándose hacia las comisuras de sus ojos rasgados. Cuando pestañeaba, podía ver ese sutil doble párpado que adornaba sus ojos, y una finísima capa de pestañas negras que podría haber delineado en señal de admiración y aprecio con una sola yema.

Jungkook agarró los cordones de la capucha de Taehyung y tiró de ellos muy despacio, hasta cerrarlo sobre su cara, apretándole las mejillas muy cómicamente. Entonces sonrió un poco, con un gesto malvado.

—Se te pone cara de tejón —le soltó.

Taehyung expresó inmediatamente su odio declarado. El pelinegro soltó los cordones con una risita suave y se alejó de Taehyung antes de ceder al impulso gravitatorio de sus labios. Observar cómo Taehyung le miraba de esa forma era peligroso para ambos. Él tomó aire dejando caer la espalda sobre el colchón, y aunque fuera tarde, pensó en algo con lo que pudieran distraerse. Mientras tanto, Taehyung se sentía aturdido y débil, sacándose la capucha apretada y maldiciéndose interiormente por el cóctel químico que se guardaba.

—¿Te gustan los juegos? —preguntó Jungkook, usando sus brazos como almohada.

Taehyung le miró poniéndose exageradamente colorado.

—¿Qu-Qué tipo de juegos? —balbuceó.

Jungkook parpadeó, se incorporó poco a poco con los labios entreabiertos, pillando el doble sentido, y también ruborizándose.

—Los de consola, tío. ¿En qué estás pensando? —soltó.

Taehyung frunció el ceño.

—¿En qué idiotez estás pensando tú, idiota?

—¿Quieres dejar de insultarme sin venir a cuento? —se quejó Jungkook, levantándose de la cama.

—No —sentenció Taehyung cruzándose de brazos.

Buddy saltó de nuevo sobre la cama y se sentó al lado del muchacho rozándole con los bigotes en busca de más atención. Jungkook exhaló frustrado. Lo iba a tener difícil el fin durante el fin semana, pensó acuclillándose para encender la consola.

—Mhn, sí, me gustan los videojuegos —añadió Taehyung tras su espalda.

—¿Sí? —carraspeó Jungkook, intentando tranquilizarse.

—Los de disparos.

Jungkook volvió a mirarle, entusiasmado.

—Disparos, ¿en serio?

—¿Qué?

Él sacó con un par de mandos inalámbricos para ambos y se le acercó ofreciéndole uno.

—Te gusta la fotografía, los juegos de disparos, trabajas en una cafetería donde solo contratan a gente guapa —observó Jungkook en un fugaz relato—, y sigues siendo un estudiante responsable en la universidad, ¿eres real...?

Taehyung agarró el mando con un parpadeo, mientras el gato se adueñaba del hueco entre sus piernas, echándose ahí en medio en forma de ovillo.

—No es para tanto —respondió Taehyung, asumiendo su cumplido.

Realmente, se le hacía encantador que Jungkook pareciese valorar todo aquello como si fuera una gran tarea. Nadie se lo había reconocido, pese a que su hermano mayor Leo, la mayor parte del tiempo hubiera estado pidiéndole que abandonara el trabajo y se centrase solamente en su grado.

Jungkook pensó, sentándose delante de él, pero en el suelo, que solo Kim Taehyung podía guardar tantas sorpresas y seguir pretendiendo que era una persona normal a pesar de todo aquello. Ambos estuvieron jugando un rato a un título conocido de un videojuego de disparos, Jungkook consiguió machar a Taehyung al principio, hasta que él le pilló el truco al asunto y terminó devolviéndoselo a lo grande. Problemas de ser tan brillante. Taehyung era bueno en todo, solo necesitaba un ratito para coger el ritmo, y ¡boom!

Jungkook receloso por no poder volver a ganarle.

Detalle sin importancia, que hacía que le apeteciera más arrancarle el mando de las manos y lanzarlo bien lejos, para besarle y callarle. Y lo hubiera hecho en otro tipo de situación, claro, estaba en su maldita casa, a solas, con el chico que le volvía loco y que era tan adorable. Él se consagraba mentalmente en que tan solo habrían sido unos besos sobre su cama, unos cuantos cariñitos y mimos, con algunas caricias por encima de la ropa, y por debajo de su camiseta y sudadera, mientras se calentaba agradecido de haber conocido a alguien que por fin le hacía ansiar por más.

En algún punto de sus duelos y partidas, Taehyung abandonó el mando y se tumbó más relajado sobre su cama mientras charlaban. Jungkook no supo cómo, pero antes de notarlo, el chico se quedó grogui y en unos minutos se durmió profundamente con las manos y muñecas debajo del mentón y la mejilla aplastada sobre el colchón.

Jungkook solo tuvo que girar y levantar la cabeza para ver sus ojos cerrados. Taehyung debía estar realmente cansado, sus días de trabajo alternados con clase le habían mermado hasta el punto de dejarle exhausto hasta cuando estudiaba con él en la biblioteca. Y Jungkook lo había visto en su cara las semanas previas.

Él no había descansado bien ni la noche después de la cena con Jonah, viéndose arrastrado por la aglomeración de sus pensamientos e inseguridades (donde Jungkook se incluía), aunque eso él no lo sabía. Instantes antes de dormirse, se le cerraban los ojos mientras hacía reír con suavidad a Jungkook sobre algo que le había dicho acerca del profesor de Fundamentos Físicos. Se dejó llevar por el murmullo de su voz, y el sueño terminó apoderándose de él, sumergido en el absoluto cansancio que apareció al estar tan relajado.

Jungkook le observó unos instantes, se levantó silenciosamente de la alfombra y con una mano apoyada en la cadera, decidió no despertarle. Agarró la almohada que estaba en la cabecera (justo en el lado contrario al que Taehyung apoyaba la cabeza) y tocó sutilmente al muchacho en un hombro con un par de dedos, acercándole la almohada. Él estaba adormilado, pero movió un poco la cabeza y Jungkook metió por debajo el almohadón, donde el chico hundió la mejilla muy cómodamente. Después de eso, Jungkook agarró la manta doblada que había bajo la mesita y se la extendió por encima.

Esa noche, Jungkook se propuso dormir en la cama de su padre, aprovechando que él no estaba. Había varios dormitorios de invitados que generalmente no usaban (Jimin era el único que había pasado por allí de vez en cuando, y alguna vez esporádica, una prima que tenía), y que a él no le apeteció tomar. Tras una rápida mirada en la que se aseguró de que Taehyung continuaba en su sueño, apagó la luz del dormitorio, dejando que la penumbra y el sonidito de la persistente lluvia reinara allí dentro.

Buddy, su gato, que era bastante más espabilado y atrevido que él, ya se había alojado y tumbado tras la espalda del joven, que se hacía un ovillo, garantizando heroicamente la seguridad de su chico. Y es que, cuando todo aquello pasara y Taehyung lograse sanar aquella herida emocional, Jungkook iba a asegurarse de que fuera suyo.

*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo y los capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas.

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